Titulo Original: THE PRESENT
Inglaterra, 1825
Los Malory siempre pasaban las fiestas navideñas en Haverston, la casa de campo
ancestral donde habían nacido y se habían criado los más viejos del clan. Jason Malory,
tercer marqués de Haverston y el mayor de cuatro hermanos, era el único miembro de la
familia que seguía residiendo de manera permanente en ella. Cabeza de familia desde la
temprana edad de dieciséis años, Jason había criado a sus hermanos –las actividades de
los cuatro no habían podido ser más escandalosas- y a una hermana pequeña.
En la actualidad los integrantes del clan y su descendencia eran tan numerosos como
difíciles de localizar, a veces incluso para el propio Jason. La consecuencia de ello era
que esos días Haverston acogía a una auténtica multitud dispuesta a celebrar las fiestas
navideñas.
El único hijo y heredero de Jason, Derek, fue el primero en llegar cuando aún faltaba
más de una semana para la Navidad. Le acompañaban su esposa, Kelsey, y los dos
primeros nietos de Jason, un niño y una niña, ambos rubios y de ojos azules.
Anthony, el más joven de sus hermanos, fue el siguiente en llegar pocos días despúes.
Tony, como lo llamaban casi todos, le confesó que había salido huyendo de Londres en
cuanto se enteró de que su hermano James tenía asuntos pendientes que aclarar con él.
Enfurecer a James era una cosa, y algo que Anthony solía tratar de conseguir, pero
cuando decidía salir de caza…Bueno, entonces Tony optaba por la prudencia y prefería
mantenerse lo más alejado posible de él.
Anthony y James eran sus hermanos pequeños, pero entre ellos sólo se llevaban un año.
Ambos eran excelentes pugilistas y Anthony podía enfrentarse a los mejores
adversarios, pero James era más corpulento, y sus puños solían ser comparados con un
par de ladrillos.
Con Anthony llegó su esposa, Rosslynn, y sus dos hijas. A los seis años de edad Judith,
la primogénita, había salido a sus padres y poseía tanto la magnífica cabellera dorado
rojiza de su madre como los ojos azul cobalto de su padre, una combinación realmente
impresionante que Anthony temía haría de ella la gran belleza de su época, una
perspectiva que –en su doble condición de padre y antiguo libertino reformadoencontraba francamente inquietante.
Pero su hija pequeña, Jamie, también rompería unos cuantos corazones.
Pero incluso entre todos los invitados presentes, Jason fue el primero en fijarse en el
regalo que había aparecido en la sala mientras su familia estaba desayunando. En
realidad resultaba bastante difícil pasarlo por alto, ya que estaba colocado bien a la vista
encima de un velador junto a la chimenea. Envuelto en una tela dorada rodeada por una
cinta de terciopelo rojo rematada con un gran lazo, tenía una forma bastante curiosa y
sus dimensiones hacían pensar en un grueso libro, aunque una protuberancia redonda en
la parte superior sugería que no se trataba de nada tan sencillo.
Empujarla con un dedo reveló que la protuberancia podía ser desplazada, si bien no
mucho, como descubrió Jason cuando inclinó el regalo hacia un lado y ésta no cambió
de posición. Eso ya era bastante curioso, pero todavía más curioso resultaba el hecho de
que no hubiera ninguna indicación de para quién era el regalo, ni de quién lo había
dejado allí.
-Es un poco pronto para empezar a repartir los regalos navideños, ¿no?- observó
Anthony cuando entró en la sala para encontrarse con Jason sosteniendo el regalo-. Ni
siquiera han traído el árbol.
-Eso mismo estaba pensando, dado que no he sido yo quien lo ha puesto ahí –replicó
Jason.
-¿No? ¿Entonces quién ha sido?
-No tengo ni idea.
-Bueno, ¿y para quién es? –preguntó Anthony.
-A mí también me gustaría saberlo –admitió Jason.
Anthony enarcó una ceja.
-¿No había ninguna tarjeta?
Jason sacudió la cabeza.
-No. Acabo de encontrármelo encima de este velador –dijo, y volvió a dejarlo en él.
Anthony también cogió el regalo para examinarlo.
-Hummm. Alguien lo ha envuelto con mucho cuidado, de eso no cabe duda. Apostaría a
que fascinará a los niños… al menos hasta que averigüemos qué es.
En realidad, también fascinó a los adultos. Durante los días siguientes, y dado que nadie
de la familia admitió haberlo puesto allí, el regalo causó sensación. Practicamente todos
los adultos lo sopesaron, sacudieron o sometieron a alguna clase de examen, pero
ninguno consiguió averiguar qué podía ser, o para quién era.
Los que ya habían llegado se reunían en la sala la noche en que Amy entró en ella con
uno de sus gemelos en brazos.
-No me preguntéis por qué llegamos tarde, porque no os lo creeríais –dijo, y siguió
hablando a toda prisa-: Primero al carruaje se le soltó una rueda. Luego uno de los
caballos perdió no una, sino dos herraduras a menos de un kilómetro de aquí. Después
de que por fin hubiéramos logrado solventar el problema y cuando ya casi habíamos
llegado, el maldito eje se partió. Para entonces yo ya estaba convencida de que Warren
iba a hacer añicos el carruaje. Le dio un montón de patadas, eso os lo puedo asegurar. Si
no se me hubiera ocurrido apostar con él que llegaríamos a Haverston hoy, creo que
ahora no estaríamos aquí. Pero ya sabéis que nunca pierdo una apuesta, así que…Por
cierto, tío Jason, ¿qué hace aquella tumba anónima en el claro que hay al este de aquí?
Ya sabes, el que está junto al camino que atraviesa tu propiedad. Al final tuvimos que
cruzarlo a pie, dado que a esas alturas era el camino más corto, y por eso hemos pasado
por el claro.
Al principio nadie dijo una palabra, ya que todos habian quedado un poco asombrados
por aquella larga disertación. Pero finalmente Derek puso fin al silencio.
-Ahora que hablas de ella, prima, yo también me acuerdo de esa tumba. Reggie y yo nos
tropezamos con ella cuando éramos jóvenes y recorríamos la popiedad haciendo
travesuras. Siempre había tenido intención de hablarte de ella, padre, pero no se
presentó la ocasión y acabé olvidándola.
Todos habían vuelto la mirada hacia Jason, pero éste se limitó a encoger sus robustos
hombros.
-Que me aspen si sé quién reposa allí. Esa tumba ha estado ahí desde antes de que yo
naciera. Recuerdo que en una ocasión le pregunté a mi padre quién estaba enterrado en
ella, pero empezó a carraspear y enseguida cambió de tema, así que pensé que
sencillamente no lo sabía y luego nunca volví a preguntárselo.
-Me parece que todos nos hemos tropezado con esa tumba alguna vez, al menos
aquellos que crecimos aquí –observó Anthony sin dirigirse a nadie en particular-. Es un
lugar extraño para una tumba, y además muy bien cuidado, cuando hay dos cementerios
cerca, por no mencionar el cementerio ancestral de la propiedad.
Judith, que se había quedado junto al velador con la mirada fija en el misterioso regalo,
fue a reunirse con su prima Amy para descargarla de la gemela de dos años. Judith
estaba bastante alta para su edad, y tenía muy buena mano con los niños. Amy se
sorprendió ante la ausencia de bienvenida, y así lo dijo.
-¿Dónde está mi abrazo, gatita?
Aquellas exquisitas facciones se limitaron a contemplarla hoscamente. Amy enarcó una
ceja al padre de la joven.
Anthony puso los ojos en blanco, pero aportó la explicación que de él se esperaba.
-Está de mal humor porque Jack todavía no ha llegado.
Jack era la hija mayor de James y Georgina. Todos sabían que Jack y Judith, que sólo se
llevaban unos meses de diferencia, eran inseparables cuando estaban juntas, y acusaban
cierta aflicción cuando llevaban mucho tiempo separadas.
-No estoy de mal humor –masculló Judith con un mohín mientras volvía al velador.
Jason fue el único de los presentes en darse cuenta de que Amy sólo tenía ojos para el
misterioso regalo. No le hubiese dado mayor importancia, de no ser por su expresión. El
gesto fugaz que ensombreció el rostro de Amy le hizo preguntarse si no estaría teniendo
uno de sus presentimientos. Su sobrina tenía una suerte fenomenal: no había perdido
una apuesta en su vida, algo que ella atribuía a esas “corazonadas”, como las llamaba
que tenía de vez en cuando. Jason las consideraba tan enigmáticas como
incomprensibles, por lo que prefería ignorar si Amy tenía uno de sus presentimientos en
aquel momento. Por eso sintió un gran alivio al ver que el gesto se disipaba y volvía a
dirigir la atención a su hermano.
-Así que el tío James aún no ha llegado –dedujo Amy.
Anthony soltó unos cuantos carraspeos antes de hablar.
-No, y esperemos que no lo haga –dijo finalmente.
-Oh. Cielos. ¿Os habéis peleado?- Preguntó Amy.
-¿Yo? ¿Pelearme con mi querido hermano? Jamás se me ocurriría –replicó Anthony-.
Pero alguien debería hacerme el favor de decirle que la Navidad es época de alegría y
también de buenos sentimientos.
Derek soltó una risita al ver la cara que ponía en su tío.
-He oído rumores de que el tío James te ha declarado la guerra. ¿Qué ha encendido la
mecha esta vez?
-Si lo supiera entonces sabría cómo apagarla, pero que me cuelguen si lo sé. No he
vuelto a ver a James desde que dejó a Jack en casa despúes de haber salido con las
chicas, y ya hace más de una semana de eso.
-Bueno, supongo que James me habría avisado en caso de que no pensara venir –
observó Jason-. Así que cuando llegue, espero que tengáis la amabilidad de medir
vuestras fuerzas fuera de la casa. Molly no soporta ver manchas de sangre en las
alfombras.
Nadie se extrañaría de que se refiriese al ama de llaves de Haverston por su nombre de
pila. Despúes de todo, Molly Fletcher llevaba más de veinte años ocupando aquel
puesto. Sin embargo, el que también fuera amante de Jason desde hacía mucho tiempo –
y madre de Derek- no era algo de lo que todos los miembros de la familia estuvieran al
corriente. De hecho, sólo un par de ellos conocían la verdad, Jason no había informado
de ello a Derek, su hijo, hasta hacía seis años más o menos por esas fechas.
Y poco antes de aquella Navidad ya pasada, Jason, que deploraba todos los escándalos
relacionados con la familia, estaba dispuesto a crear uno concediendo a su esposa,
Francés, el divorcio que quería, con tal de evitar que revelase lo que sabía acerca de
ellos.
No obstante, Molly había seguido siendo el ama de llaves. Despúes de que Derek
hubiera sido informado de la situación, Jason no había cejado ni un momento por
convencerla de que se casara con él, pero Molly seguía negándose.
Molly no era de buena familia. De hecho, cuando ella y Jason se enamoraron hacía ya
más de treinta años, Molly sólo era una criada. Y aunque él estaba dispuesto a armar
uno de los peores escándalos posibles, el de que un respetado lord se casara con una
mujer del pueblo, ella no estaba dispuesta a permitírselo.
Pensar en ello le arrancó un suspiro. Jason había llegado a la conclusión de que Molly
nunca le daría la respuesta que tanto deseaba. Lo cual no significaba que se hubiera
dado por vencido, desde luego.
Unos instantes despúes volvió a prestar atención la conversación cuando Amy dijo:
-Nuestros gemelos han desarrollado ciertas peculiaridades. A veces se comportan de una
manera rarísima. Cuando Stuart quiere atraer la atención de Warren, me ignora como si
fuese una desconocida y viceversa, cuando quiere atraer mi atención, entonces Warren
deja de existir para él. Y Glory hace exactamente lo mismo.
-Al menos lo hacen al mismo tiempo –añadió Warren, que por fin había llegado,
mientras iba hacia Stuart y confiaba su hija Gloriana a los cuidados de Amy.
-Hace tiempo que quería preguntarles al tío James y la tía George si están teniendo el
mismo problema con los suyos –dijo Amy con un suspiro.
-¿Todavía no se ha acostumbrado a ellos? –le preguntó Jason a Anthony, dado que éste
mantenía una relación más estrecha con James y lo veía con más frecuencia, mientras
que Jason no solía ir a Londres.
-Por supuesto que sí –aseguró Anthony abiertamente.
Aun así, nadie había olvidado cómo reaccionó James cuando Amy dio a luz gemelos y
él le preguntó a su esposa Georgina, que era hermana de Warren y a la que casi todos
llamaban George, de dónde habían salido.
-Santo Dios, George –dijo-, podrías haberme avisado de que en tu familia nacen
gemelos cada dos generaciones. ¡Bien , pues te advierto de que no quiero gemelos en
nuestra casa!
Por aquel entonces Georgina volvía a estar embarazada y eso fue precisamente lo que
dio a luz; gemelos.
Sí, pensó Jason, en Navidad los Malory ofrecían un espectáculo realmente maravilloso.
A su vida sólo le faltaba una cosa para ser perfecta.
Capítulo 2
En su calidad de ama de llaves, Molly no solía estar presente cuando los Malory
cenaban, pero hoy tenía que vigilar a una nueva doncella que servía la mesa por primera
vez. Una larga experiencia le permitía mantener los ojos apartados del apuesto rostro de
Jason, que estaba sentado a la cabecera de la mesa. No era que temiese delatarse si
alguien la sorprendía mirándolo, aunque suponía que siempre cabía esa posibilidad. A
veces era sencillamente incapaz de disimular sus sentimientos, y Molly tenía un montón
de sentimientos que ocultar en lo que concernía a Jason Malory.
No, lo que realmente la inquietaba no era la posibilidad de delatarse, sino el hecho de
que últimamente Jason revelaba demasiadas cosas cuando la miraba y el que ya no
pareciese importarle que alguien pudiera darse cuenta de ello. Y con la casa llenándose
rápidamente de toda la familia, había aún más personas que podían percatarse.
Molly estaba empezando a sospechar que Jason lo hacía a propósito, y que albergaba la
esperanza de que fueran descubiertos. No es que eso fuese a hacerla cambiar de parecer,
pero tal vez Jason pensara que sí lo haría.
Pero eso no cambiaría nada, y Molly tendría que convencerlo de ello si no volvía a
tratarla con su indiferencia habitual cuando hubiese otras personas cerca. Siempre
habían tenido muchísimo cuidado, sin delatar nunca sus sentimientos mediante miradas,
palabras o actos, si no estaban solos. Hasta que su hijo fue informado de la verdad, la
única persona que los había sorprendido en un momento de intimidad fue Amy, la
sobrina de Jason, cuando los encontró besándose. Y eso no habría ocurrido si por aquel
entonces Jason no hubiese sido astutamente engañado.
Mantener en secreto su relación siempre había sido muy importante para Molly.
Despúes de todo ella no era de buena familia, y amaba demasiado a Jason para causarle
problemas. Fue por la misma razón por la que convenció a Jason de que Derek no debía
saber que ella era su madre, aunque él no quería ocultarle eso a su hijo. Por aquel
entonces Jason aún no había tomado en consideración la posibilidad de casarse con ella,
naturalmente. Era joven, y como todos los miembros de su clase, estaba firmemente
convencido de que un lord no podía contraer matrimonio con una amante de baja cuna.
Lo que hizo fue casarse con la hija de un conde, por la única razón de proporcionar una
figura materna a Derek y su sobrina Reggie. La decisión acabó demostrándose
desastrosa, dado que Frances, su esposa, era cualquier cosa salvo maternal. Pálida y
delgada, para empezar no quería casarse con Jason, pero su padre la había instigado a
ello.
No soportaba que su esposo la tocara, y su matrimonio nunca llegó a consumarse.
Francés pasó la mayor parte del tiempo separada de Jason para acabar exigiendo el
divorio, recurriendo al chantaje para obtenerlo.
Frances había sido la única en deducir que Molly era la amante de Jason y la madre de
Derek, y amenazó con contárselo todo a Derek si Jason no ponía fin a su matrimonio.
La familia capeó bastante bien aquel escándalo, y seis años despúes ya casi nunca se
hablaba de ello. Jason hubiera podido impedir que llegara a desencadenarse –Derek
había descubierto la verdad antes de que el hecho fuera público y se dieran toda clase de
murmuraciones -, pero no lo hizo.
Esto es algo que debió hacerse hace años –le había dicho entonces -. De hecho, este
matrimonio nunca hubo de celebrarse. Pero corregir los errores de juventud rara vez
resulta fácil.
Jason contrajo matrimonio por buenas razones, y también las había tenido para poner
fin a él. Pero desde que se divorció no había parado de pedirle a Molly que se casara
con él, para gran frustración de ella, pues sabía que Molly nunca accedería. Molly se
negaría a ser la causa de otro escándalo Malory. La habían educado de esa manera. Y
además, ya era más una esposa para él de lo que nunca lo hubiera sido Frances.
Pero sabía que sus continuas negativas a casarse con él, o incluso a permitir que revelara
su amor al resto de la familia, también llevaban mucho tiempo siendo una fuente de
frustración para Jason. Por eso temía que Jason albergara la esperanza de que todo
acabase saliendo a la luz debido a algún descuido. No se trataba de que las miradas que
le lanzaba fueran demasiado obvias, o al menos nunca lo serían para la servidumbre.
Pero su familia ya era otra cuestión. Le conocían demasiado bien. Y pronto todos
estarían allí…
Más familiares llegaron en el mismo instante en que aquellos pensamientos le pasaban
por la cabeza. Reggie, la sobrina de Jason y su esposo Nicholas junto con su pequeño,
entraron en el comedor cuando aún no habían aún no habían acabado de almorzar.
Anthony enseguida se animó. Reggie quizá fuera su sobrina favorita, pero eso no
salvaba a su esposo. Nicholas era su diana verbal favorita, por así decirlo, y dada la
ausencia de su hermano James, con el que siempre estaba dispuesto a intercambiar
pullas, Anthony echaba de menos un blanco adecuado para su ingenio satírico.
Molly estuvo a punto de poner los ojos en blanco, pero se contuvo a tiempo. Conocía a
la familia de Jason tan bien como él, dado que éste lo compartía todo con ella, y eso
incluía todos los secretos, manías y escándalos familiares.
Por eso no la sorprendió en lo más mínimo oir que Anthony le decía a Nicholas,
mientras éste tomaba asiento frente a él:
-Te agradezco que hayas venido, viejo amigo. Llevo tanto rato sin morder a alguien que
ya empezaban a dolerme los dientes.
-Los años empiezan a hacer de las suyas, ¿eh? –repuso Nick con una sonrisita burlona.
Molly se dio cuenta de que la esposa de Anthony le asestaba un codazo antes de hablar.
-Recuerda que es Navidad, y procura ser agradable aunque sólo sea por una vez.
Las negras cejas de Anthony subieron hacia su frente.
-¿Por una vez? Siempre soy agradable. Y te recuerdo que uno puede ser agradable sin
más y ser…realmente agradable. Eso último queda reservado para quien realmente se lo
merece, como por ejemplo Eden.
Molly suspiró. Quería mucho a toda la familia de Jason, pero sentía un cariño especial
hacia Nicholas Eden, porque había trabado amistad con su hijo en sus días de escuela,
cuando Derek tuvo que enfrentarse a las consecuencias de que su ilegitimidad se
hubiera hecho pública. Desde entonces los dos habían sido grandes amigos. Siendo
típico en él, Derek se apresuró a intervenir para desviar de Nick la atención de Anthony.
-Reggie, ¿te acuerdas de la tumba que descubrimos en el claro del este hace tantos años?
–le dijo a su prima-. Me parece recordar que entonces dijiste que le preguntarías a uno
de los jardineros si sabía algo acerca de ella. ¿Llegaste a hacerlo alguna vez?
Reggie le lanzó una mirada atónita.
-Cielo santo, ¿qué te ha hecho pensar en esa vieja tumba? Ha pasado tanto tiempo desde
que la encontramos que me había olvidado totalmente de ella.
-Amy se tropezó con ella anoche y la mencionó. Padre ni siquiera sabe a quién
pertenece.
Reggie miró a su prima Amy.
-¿Y qué estabas haciendo anoche en ese claro?
-No me lo preguntes –gruñó Amy.
Y Warren, que obviamente ahora encontraba bastante graciosas sus catástrofes del día
anterior una vez que éstas habían quedado atrás, dijo:
-Tuvimos un pequeño problema con el carruaje.
-¡Un pequeño problema! –Amy soltó un resoplido nada propio de una dama-. Os juro
que ese carruaje está maldito. ¿A quién dijiste que se lo habías comprado, Warren?
Porque no cabe duda de que te estafó.
Su esposo soltó una risita y le palmeó la mano.
-No te preocupes por eso, cariño. Estoy seguro de que los jornaleros a los que envié allí
esta mañana para que lo desmantelaran sabrán hacer buen uso de él.
Amy asintió y se volvió nuevamente hacia su primo.
-Anoche tuvimos que cruzar ese claro a pie. Es sólo que me sorprendió encontrar una
tumba allí, tan lejos de las tierras de la familia, aunque todavía dentro de la propiedad.
-Ahora que lo dices, Derek y yo también quedamos muy sorprendidos al tropezar con
ella hace tantos años –repuso Reggie con voz pensativa-. Pero no, Derek, me parece que
no llegué a hablar de ello con los jardineros. Despúes de todo, queda demasiado lejos de
los jardines. Pensé que quienquiera que cuidase de esa tumba probablemente no viviría
en Haverston, así que ir preguntando por ahí no hubiese servido de mucho.
-A menos que uno de los jardineros recibiera instrucciones específicas de ocuparse de
ella –observó Anthony-. Cuando yo vivía aquí el viejo John Markus ya estaba muy
mayor y llevaba un montón de años trabajando en Haverston. Si había alguien que
pudiera saber algo sobre esa tumba, tenía que ser él. Supongo que ya no estará por aquí,
¿eh, Jason?
Como todos los demás, Molly volvió la cabeza hacia Jason para oír su respuesta y vio la
expresión de cariñosa ternura que había en su rostro mientras la miraba. Una ola de
rubor le inflamó las mejillas. ¡Lo había hecho! ¡Molly no podía creer que hubiera sido
capaz de hacerlo! Y con la mitad de su familia allí para verlo. Pero en realidad no había
motivos para alarmarse. La mirada que le había lanzado fue muy breve y nadie había
vuelto la cabeza para averiguar a quién se dirigía, pues estaban demasiado interesados
en su respuesta, que procedió a dar en aquel momento.
-En Haverston no- replicó-. Se jubiló hará cosa de quince años. Pero según las últimas
noticias, aún no ha muerto. Está viviendo con una hija en Havers.
-Pues entonces creo que esta tarde iré allí a presentarle mis respetos al señor Markus –
dijo Derek.
-Iré contigo –se ofreció Reggie-. Todavía he de comprar unos cuantos regalos de
Navidad, así que pensaba pasar por Havers de todas maneras.
Warren sacudió la cabeza mientras ponía cara de perplejidad.
-No entiendo a qué viene toda esta mórbida curiosidad por una vieja tumba. Es claro
que no es de nadie de la familia, ya que de lo contrario los restos estarían enterrados en
la cripta familiar.
-Supongo que a ti te parecería lo más normal del mundo que enterrasen a alguien en tu
patio trasero, sin que nadie se molestará en decirte quién era o por qué habían escogido
tu patio para darle sepultura, ¿verdad? –preguntó Anthony-. Eso es algo que ocurre cada
dos por tres en América, ¿eh, yanqui? Me refiero a lo de encontrar tumbas anónimas en
tu propiedad, ya sabes…
-Me imagino que se le pidió permiso a alguien y que ese alguien fue informado…, en su
momento –replicó Warren-. De lo contrario la tumba hubiera sido trasladada a un lugar
más adecuado…en su momento. Y lo que parece evidente es que la tumba tiene más
años que cualquiera de vosotros, dado que ninguno tiene idea de cuándo apareció ni de
quién está enterrado en ella.
-Bueno, pues eso es lo que más me indigna de todo el asunto –intervino Reggie-.
Quienquiera que esté enterrado allí ha sido completamente olvidado, y eso me parece
lamentable. Como mínimo, su nombre debería ser añadido a esa lápida de piedra que se
limita a enunciar ELLA DESCANSA.
-Me parece que iré a Havers con vosotros –dijo Amy-. Esta tarde iba a ayudar a Molly a
bajar el resto de los adornos navideños del desván, pero eso puede esperar hasta la
noche.
Molly estaba segura de que de una manera u otra acabaría enterándose de lo que
descubrieran en Havers, pero por el momento le daba igual lo que pudieran averiguar.
Con las mejillas todavía sonrojadas, salió del comedor sin que nadie se apercibiera. Ya
estaba pensando en lo que le diría a Jason aquella noche cuando pudiera estar a solas
con él.
Se había salvado por los pelos. Si sus parientes no hubieran estado tan interesados en el
tema de la tumba, al menos uno de ellos se habría dado cuenta de la forma en que la
miraba Jason. Y ése habría sido el fin de su secreto.
Pero ¿de que serviría hablar? No haría que Molly cambiara de parecer acerca de casarse
con él, por mucho que deseara que esto fuese posible. Aun así, uno de los dos debía dar
ejemplo de sensatez en aquel asunto. Aunque Jason se casara con ella, Molly nunca
sería aceptada por la alta sociedad. Sólo conseguiría ser otro escándalo Malory.
Capitulo 3
El viaje a Havers no pudo ser más insatisfactorio. John Markus aún vivía, y había
alcanzado la avanzada edad de noventa y seis años. Estaba postrado en su lecho, pero
todavía conservaba una mente lúcida para su edad y se acordaba de la tumba.
-Cuidé de esa tumba durante casi sesenta y ocho años –dijo con orgullo al grupo reunido
en torno a su cama.
-¡Cielos! –exclamó Reggie-. Eso quiere decir que la tumba ya estaba allí antes de que tú
nacieras, tío Jason.
-Cierto, dado que entonces yo sólo contaba trece años –asintió John-. Cuando me jubilé
hace quince años, le confié el cuidado de la tumba a mi sobrino. Era la única persona en
quien confiaba lo suficiente para estar seguro de que todo se haría como es debido.
Espero que no habrá descuidado sus obligaciones.
-No, John, por supuesto que no –le aseguró Jason, pese a no tener ni idea de ello, dado
que hacía más de treinta años que no visitaba la tumba.
Pero no quería que el anciano se preocupara, así que añadió-: Ha estado haciendo un
trabajo excelente, de veras.
-Nos complace mucho haber dado con alquien que por fin podrá proporcionarnos
información acerca de esa tumba, señor Markus –le dijo Reggie, pasando al tema que
había llevado hasta allí a aquella nutrida representación del clan Malory-. Todos
ardemos en deseos de saber quién está enterrado allí.
El anciano frunció el entrecejo.
-¿Quieren saber quién está enterrado allí? Bueno, pues la verdad es que no lo sé.
El silencio que siguió a esa respuesta estuvo impregnado de sorpresa y desilusión. Fue
Derek quien finalmente lo rompió.
-¿Y entonces por qué cuidó de la tumba durante todos esos años?
-Porque ella me pidió que lo hiciera.
-¿Ella? –preguntó Jason.
-Su abuela, lord Jason. Yo hubiese hecho cualquier cosa por esa buena señora. En
Haverston todos la apreciaban mucho. Ah, sí, su abuela siempre fue muy querida por
todos … no como su abuelo. Al menos no cuando era joven, desde luego.
Media docena de frentes se fruncieron, pero fue Jason quien tomó la palabra.
-Disculpe, pero me temo que no le he entendido bien –dijo con cierta indignación.
El anciano que ya era demasiado viejo para sentirse intimidado por la ira de Jason
Malory, soltó una risita.
-No he pretendido faltarle al respeto, milord, pero el primer marqués nunca supo
hacerse querer, aunque eso era bastante habitual entre los aristócratas de su época. La
corona le otorgó Haverston, pero ni la propiedad ni su gente le importaban demasiado.
Prefería Londres y sólo iba a la mansión una vez al año para escuchar el informe de su
administrador, el cual era un petrimetre arrogante que gobernaba Haverston como un
tirano cuando el marqués no estaba allí.
-Un testamento bastante duro contra un hombre que no puede defenderse a sí mismo –
dijo Jason secamente.
John encogió sus delgados hombros antes de responder:
-Meramente la verdad tal como yo la vi, pero eso fue antes de que el marqués conociera
a lady Anna y se casara con ella. Lady Anna le cambió porque le enseñó a apreciar las
pequeñas cosas de la vida y apaciguó su carácter. Haverston pasó de ser una especie de
oscura prisión en la que sólo se vivía para trabajar a ser un sitio que su gente se
enorgullecía de llamar hogar. Claro que lo de los rumores fue una auténtica lástima…
-¿Rumores? –Reggie frunció el ceño-. Oh, se refiere a lo de que ella era zíngara…
-Sí, a esos rumores me refería. Tenía aspecto de extranjera y hablaba con acento, y
como dio la casualidad de que había habido zíngaros por allí justo antes de que ella
apareciera, a algunos se les metió esa ridícula idea en la cabeza. Pero el marqués puso
fin a todos esos rumores cuando se casó con lady Anna. Despúes de todo, un noble
como él nunca se hubiese casado con alguien que estaba tan por debajo de su rango
¿verdad?
Jason interceptó la sonrisa de su hijo un instante antes de oírle decir que eso dependería
del noble, y se vió obligado a pedirle silencio con la mirada. El resto de la familia no
necesitaba saber –todavía- que él también albergaba la esperanza de poder dar
preferencia a su corazón.
John sacudió la cabeza.
-Por aquel entonces esas cosas sencillamente no se hacían, lord Derek. Hoy en día quizá
se hagan, pero hace ochenta años un escándalo semejante habría significado la ruina de
un hombre.
-Bueno, finalmente todo quedó en rumores –observó Jason a su vez-, dado que nunca se
ha podido demostrar ni una cosa ni otra. Pero los rumores no llegaron a desaparecer del
todo, ya que de lo contrario ahora no se sabría nada del asunto. Pero como acaba de
decir, hoy en día el que Anna Malory fuera zíngara o de origen español, como pensaba
la mayoría, carece de importancia. Sólo ella podría sacarnos de la duda, pero mis
abuelos murieron antes de que yo naciera. Siento no haberlos conocido.
-Yo siempre he deseado saber la verdad sobre ella –dijo Amy-. Recuerdo que de
pequeña me fascinaba esa posibilidad, y antes de que me preguntéis por qué, recordad
que he salido a ella, o eso me han dicho. Quería creer que realmente era una zíngara, y
todavía deseo que lo fuera. Al menos eso explicaría de dónde sacó esos instintos tan
sagaces que nunca se equivocaban. Tuvo que ser verdadero amor.
-Demonios, si fue verdadero amor, entonces me alegro de que nuestro antepasado se
diera cuenta de ello –intervino Derek-. Algunos hombres tardan años…y años…y…
A Jason no le paso por alto la sutil indirecta que le estaba lanzando su hijo, pero habló
antes de que alguien más pudiera percibirla.
-¿No habías dicho que tenías que hacer unas cuantas compras en Havers, Derek?
Su hijo se limitó a sonreir de nuevo, sin arrepentirse de lo que había dicho. Jason
suspiró para sus adentros. Sabía que Derek sólo le estaba tomando el pelo. En realidad,
Derek era el único de la familia que se atrevía a burlarse de él. Y nadie más, estando al
corriente de quien era Molly en realidad, habría caido en la cuenta de que se estaba
burlando de su padre. Pero naturalmente, Derek sabía que Jason llevaba mucho tiempo
intentando convencer a Molly de que accediera a casarse con él.
-Hummm. Me pregunto por qué nunca se me ocurrió hacer eso con Anna Malory –
murmuró Amy, volviendo a atraer la atención de todos los presentes.
-¿Hacer qué? –preguntó más de un Malory al unísono.
-Apostar a que descubriríamos la verdad acerca de ella. ¿Alguien quiere aceptar la
apuesta antes de que …?
Pero Jason la interrumpió.
-Preferiría que esta especulación terminara aquí.
Amy lo miró con expresión seria.
-En realidad no quieres saber la verdad, ¿eh, tío Jason?
-Yo no diría eso, querida. Es sólo que no quiero ver como echas a perder tu impecable
historial de apuestas ganadas por algo que no puede salir a la luz. Eso supondría un
golpe terrible para ti ¿verdad?
El suspiro de Amy le bastó como respuesta, pero no consiguió tranquilizarle por
completo. Despúes de todo, Jason era muy consciente de que tenerlo todo en contra
nunca le había impedido seguir el dictado de sus instintos en el pasado.
Capitulo 4
Después de cenar la familia se dispersó por la gran mansión. Molly había desenvuelto
con mucho cuidado la mayor parte de la parfernalia navideña del desván a principios de
la semana, y fue Molly, que estaba llegando al final de la escalera, quien oyó como un
caballo lanzado al galope se detenía ante la casa y fue a ver quién venía a visitarlos a
una hora tan avanzada. Iba a abrir la puerta cuando ésta se abrió desde fuera y James, el
hermano de Jason, casi la tiró al suelo cuando entró a toda prisa huyendo del frío.
Pese a la brusquedad de su entrada, Molly estaba encantada de verlo llegar por fin
aunque fuese tan tarde, y se dispuso a darle la bienvenida.
-Feliz Navida, Ja… -empezó a decir.
Pero James la interrumpió sin darle tiempo a que terminara de hablar.
-Feliz y un cuerno –dijo secamente. Aun así, se detuvo el tiempo suficiente para
dirigirle una breve sonrisa y añadir-: Me alegro de verte, Molly. ¿Dónde está el inútil de
mi hermano?
Molly se quedó lo bastante sorprendida para preguntarle de qué hermano se trataba,
cuando sabía muy bien que él nunca se referiría a Edward o Jason, a quienes los dos
hermanos más jovenes llamaban los mayores, empleando esos términos. Pero
naturalmente Jason compartía todo lo referente a su familia con ella, y en consecuencia
Molly conocía a los Malory tan bien como él.
Por eso la despectiva respuesta de James no hizo que se sintiera más sorprendida de lo
que ya lo estaba.
-El niño.
Molly no pudo evitar un gesto extrañado al ver su expresión, que se había convertido en
una mueca amenazadora con aquella mención. James Malory era robusto, rubio y
apuesto, al igual que sus hermanos mayores, y rara vez se lo veía furioso. Cuando James
estaba enfadado con alguien, normalmente destripaba impasiblemente a la persona en
cuestión mediante su diabólico ingenio y, gracias a lo inescrutable de su expresión, nada
advertía la víctima de que dardos tan afilados caerían sobre ella.
El niño –o mejor dicho, Anthony- había oído la voz de James y desgraciadamente
asomó la cabeza por la puerta del vestíbulo para determinar de qué humor venía, cosa
que no le costó mucho averiguar teniendo en cuenta la ominosa mirada que recibió.
Probablemente por esa razón la puerta de la sala se cerró de inmediato.
-Oh, cielos –exclamó Molly mientras James iba hacia la puerta hecho una furia. Con el
paso de los años se había acostumbrado a la manera de ser de los Malory, pero a veces
todavía la alarmaba.
Lo que tuvo lugar a continuación fue una especie de competición, por así decirlo, con
James aplicando su considerable peso a la puerta de la sala y Anthony del otro lado
haciendo todo lo posible para evitar que ésta se abriera. Durante un rato Anthony
consiguió salirse con la suya. No era tan corpulento como su hermano, pero era más alto
y tenía buenos músculos. Pero tenía que saber que no podría aguantar indefinidamente,
sobre todo cuando James empezó a embestir la puerta con el hombro, lo cual hacía que
ésta quedara medio abierta antes de que Anthony consiguiera volver a cerrarla de un
portazo.
Pero lo que hizo Anthony para solucionar su dilema arrancó un segundo “Oh, cielos” de
Molly.
Cuando James se disponía a descargar su peso sobre la puerta por tercera vez, ésta se
abrió ante él y por desgracia James no pudo frenar su irrupción en la estancia. Un gran
estrépito siguió a su entrada. Momentos despúes James volvía a estar de pie y se sacudía
agujas de pino de los hombros.
Reggie y Molly, alarmadas por el barullo, se apresuraron a seguir a James al interior de
la sala.
Anthony había cogido en brazos a su hija Jamie, que había estado contemplando el
árbol de Navidad con su niñera, y la sostenía delante de él como si fuera un escudo
mientra el árbol yacía lamentablemente volcado en el suelo. Anthony sabía que su
hermano nunca se arriesgaría a hacer daño a alguno de los niños por ninguna razón, y la
treta funcionó.
-Niños escondiéndose detrás de niños, ¿eh? Qué oportuno –se burlo James.
-Lo es, ¿verdad? –Anthony sonrió y depositó un beso sobre la coronilla de su hija-. Al
menos da resultado.
James, al que la broma no le hacía ninguna gracia, ordenó, o más bien ladró:
-Deja en el suelo a mi sobrina.
-Ni lo sueñes, muchacho… al menos hasta que averigüe, por qué quieres matarme.
Rosslynn, la esposa de Anthony, que estaba inclinada sobre una de las gemelas, no se
volvió para decir:
-Nada de asesinatos delante de los niños ¿de acuerdo?
La sonrisa con que Anthony acogió sus palabras le ganó el enarcamiento de una ceja
dorada por parte de James. Conociendo a su hermano, eso le advertía de que lo que se
avecinaba no iba a ser de su agrado.
Y James no lo hizo esperar, diciendo:
-Pregúntate qué ocurre cuando Jack, sin venir a cuento, suelta un “¡Por todos los
malditos infiernos!” delante de su madre. Despúes pregúntate qué ocurre cuando
George le pregunta a su hija dónde ha oído semejante frase. Despúes imagínate lo que
ocurre cuando Jack, que no tiene ni idea de que acaba de dejar horrorizada a su madre,
responde con voz cantarina que tío Tony las llevó a Judy y a ella al Hall de Knighton.
Finalmente, imagínate a George viniendo en mi busca hecha una furia para preguntarme
por qué permití que llevaras a nuestras hijas a ese establecimiento estrictamente
masculino en el que la sangre corre a raudales por el ring, donde los espectadores
sueltan los más horribles juramentos imaginables cuando su púgil acaba tirado en la
lona, y donde se habla con toda libertad de ciertos asuntos sobre los que las niñas de
seis años nunca deberían oír hablar. Y luego imagínate a George no creyéndome cuando
le digo que yo no sabía que pudieras ser tan condenadamente irresponsable. Me
consideró responsable de haber permitido que las llevaras allí. ¡Y dado que yo ni
siquiera sabía que fueras a hacerlo, adivina a quién considero responsable de lo
ocurrido!
Despúes de aquella larga diatriba incluso Reggie respiró hondo. Al principio Anthony
había parecido bastante perplejo, pero ahora se lo veía francamente incómodo,
especialmente cuando su esposa volvió hacia él sus ojos color avellana salpicados de
motitas doradas, con su temperamento escocés obviamente a punto de hacer erupción.
-Hombre de Dios, no puedo creer lo que acabo de oír. ¿Hiciste eso? ¿Realmente fuiste
capaz de llevar a Judy y Jack nada menos que al Hall de Knighton? ¿Es que no sabías el
daño que eso podía hacerles a unas niñitas tan impresionables?
Anthony torció el gesto y trató de explicarse.
-No fue así, Ros, de veras que no fue así. Yo estaba llevando a las niñas al parque. Pasé
por Knighton con la idea de entrar un momento para hablar con Amherst. Tú me habías
pedido que los invitara a cenar a él y a Frances, y yo sabía que a esa hora del día él
estaria en el Hall de Knighton. ¿Cómo iba a imaginarme que las chicas saldrían
corriendo del carruaje y me seguirían al interior del local?
-¿Cuándo todo el mundo sabe que esas dos ricuras siempre se están metiendo donde no
deben? –repuso ella secamente y despúes se volvió hacia Reggie-: Ocúpate del otro par
–le dijo mientras se llevaba a las gemelas-. Dejaremos que James siga adelante con su
asesinato.
Reggie intentó ocultar su sonrisa mientras cogía a Jamie de los brazos de Anthony y
tomaba a la otra pequeña de la mano, despúes de lo cual siguió a Rosslynn fuera de la
estancia. Todo se llevó a cabo en cuestión de momentos, ya que las mujeres siempre
eran muy eficientes con los niños.
James se apoyó en la puerta despúes de que ésta se hubiera cerrado, cruzó los brazos
sobre su descomunal pecho y miró a su atónito hermano.
-¿Qué se siente, viejo amigo? –preguntó-. Por lo menos cuando salió corriendo de aquí,
tu esposa aún te hablaba, mientras que George lleva una semana sin dirigirme la
palabra.
-Oh, demonios –gruñó Anthony-. Deja de culparme ¿quieres? Ya oíste lo que dije.
Despúes de todo no es como si hubiera llevado deliberadamente a las niñas a Knighton.
A ti podría haberte pasado lo mismo, ya sabes.
-Permíteme discrepar –replicó James lacónicamente-. No soy tan condenadamente
estúpido.
Anthony enrojeció de ira, pero fue el hecho de que se sintiera un poco culpable lo que le
obligó a replicar de la manera en que lo hizo.
-Eso me ha gustado. Así que quieres darme un alección, ¿eh? Y no estarás contento
hasta que lo hayas hecho, ¿verdad? Bueno, pues aquí me tienes: sírvete.
-Será un placer.
Capitulo 5
Los problemas con la servidumbre suscitados por la presencia de tantos invitados en la
mansión dejaron agotada a Molly, la cual se enorgullecía de que todo fuese sobre
ruedas. Por eso, y aunque quería plantearle sus sospechas a Jason, aquella noche se
quedó dormida mientras esperaba que él acudiera a su habitación.
Jason fue a su habitación, tal como tenía por costumbre, y seguía allí, en su cama,
cuando Molly despertó a la mañana siguiente. De hecho, fue su mano acariciándole
suavemente los pechos y sus labios sobre su cuello los que la despertaron. Y aunque se
acordó casi inmediatamente de que estaba enfadada con él, optó egoístamente por
guardarse el enfado de momento y se volvió hacia él para que Jason pudiera acceder
más fácilmente a las partes de su cuerpo por las que estaba mostrando tanto interés.
Molly suspiró y lo rodeó con los brazos ¡Quería tanto a aquel hombre! Incluso despúes
de más de treinta años, sus caricias aún la excitaban tremendamente y sus besos eran
capaces de inflamar la pasión con tanta facilidad como cuando eran jóvenes. Y Molly
sabía que ella tenía el mismo efecto sobre él.
No tardaron mucho en comenzar a besarse ardientemente, y Molly supo adónde
conduciría eso, como en efecto ocurrió. Pero estaba preparada para acogerle. Siempre lo
estaba. Molly suponía que ésa era una de las consecuencias más deliciosas de amar a
alguien al tiempo que lo deseabas. Y Jason siempre aplicaba una gran diligencia a todas
sus empresas. Le hizo el amor con generosidad y de manera inmensamente satisfactoria,
como se lo hacía siempre.
-Buenos días –dijo él, recostándose en la almohada para sonreírle en cuanto los dos
hubieron recuperado la compostura.
Un día podía echarse a perder con mucha facilidad, pero Jason siempre sabía cómo
hacer que empezase “con buen pie”. Molly le devolvió la sonrisa y despúes lo estrechó
aún más apasionadamente entre sus brazos antes de soltarlo, quizá porque sabía que iba
a reñirle antes de que se separaran y quería suavizar el golpe.
Aparte de su hijo, el resto de la familia veía en él una figura adusta e impresionante que
podía llegar a inspirar incluso temor. Despúes de todo, Jason estaba al frente de la
familia Malory y había tenido que cargar con la responsabilidad de educar a los más
jóvenes cuando él mismo era un joven. Pero Molly conocía sus otras facetas, su
encanto, ternura y sentido del humor. Jason se había acostumbrado a ocultarlas delante
de los demás debido a su posición, pero no con ella, nunca con ella –salvo,
naturalmente, cuando no estaban a solas.
Eso era lo que tanto le frustraba, pero Molly no veía manera de eliminar aquel
obstáculo. Jason quería tratarla en todo momento tal como la trataba cuando estaban
solos, mas para hacerlo tenía que casarse con ella, y Molly no se lo permitiría. Y la
insistencia de él en que se casaran y la continuada negativa de ella estaban empezando a
afectar a su relación. Uno de ellos tendría que ceder y, en lo que a Molly concernía, no
iba a ser ella.
Molly ya casi había acabado de vestirse antes de abrir la boca para agriarle la mañana,
pero había que hacerlo.
-¿Tendré que esconderme de ti durante el día mientras tu familia esté aquí, Jason?
Él se incorporó en la cama, desde la que había estado contemplándola lánguidamente
mientras Molly se ocupaba con sus arreglos matinales.
-¿A qué viene esa pregunta?
-¿Ya no te acuerdas de cómo me mirabas anoche en el comedor, sin que pareciese
importarte que cualquiera de los presentes pudiera notarlo? Y además no es la primera
vez. ¿En qué estabas pensando para olvidar de semejante manera que sólo soy tu ama de
llaves?
-¿En el hecho de que eres algo más que mi ama de llaves, quizá? –replicó él, pero
despúes suspiró y admitió su falta-. Creo que es por la época del año en que nos
encontramos, Molly. No puedo evitar acordarme de que fue en Navidad cuando Derek
consiguió convencer a Kelsey de que se casara con él, y sus razones eran las mismas
que las tuyas.
A ella le sorprendió oírle decir que fueran las fiestas navideñas las que le hacían pensar
en aquel asunto, y se apresuró a protestar.
-Pero hay una gran diferencia y tú lo sabes. Santo Dios, Jason, ella desciende de un
duque. Con una familia tan ilustre como la suya, cualquiera puede ser perdonado. Y
además el escándalo que ella tanto temía fue debidamente evitado. En tu caso, el
escándalo sería inevitable.
-¿Cuántas veces he de repetirte que me da igual? Quiero que seas mi esposa, Molly.
Hace años obtuve una licencia de matrimonio especial para casarme contigo. Lo único
que has de hacer es decir que sí, y podríamos casarnos hoy mismo.
-Oh, Jason, me vas a hacer llorar –dijo ella con tristeza-. Ya sabes que nada me gustaría
más. Pero uno de nosotros tiene que pensar en las consecuencias y, dado que tú no
quieres hacerlo, tendré que ser yo quien piense en ellas. Y permitir que tu familia se
entere, que es lo que pareces estar tratando de conseguir comportándote como lo has
estado haciendo últimamente, no cambiará nada: lo único que lograrías con eso sería
colocarme en una situación tan humillante como vergonzosa. En esta casa se me tiene
un cierto respeto. Si llega a saberse que soy tu amante, lo perderé.
Entonces él fue hacia ella, completamente desnudo como aún estaba, para tomarla entre
sus brazos. Molly le oyó suspirar antes de que dijera:
-Deberías pensar con el corazón.
-Y tú deberías pensar con la cabeza, cosa que últimamente no haces –replicó.
Él se echó hacia atrás para sonreírle melancólicamente.
-Bueno, al menos en eso podemos estar de acuerdo.
La mano de ella subió hacia su mejilla para acariciársela.
-Olvídalo, Jason, porque eso nunca podrá ser. Siento haber nacido en una familia
humilde. Siento que las gentes de tu clase nunca vayan a aceptar que pase a formar parte
de ella, tanto si te casas conmigo como si no lo haces. No puedo cambiar nada de eso.
Sólo puedo seguir amándote y tratar de hacerte feliz de la mejor manera que pueda.
Tendrás que olvidarlo.
-Ya sabes que nunca lo aceptaré –fue su tozuda y ciertamente esperable réplica.
Esta vez fue ella la que suspiró.
-Lo sé
-Pero haré el esfuerzo que me pides y trataré de ignorarte durante el día…por lo menos
cuando mi familia esté cerca.
Molly casi se echó a reir. Últimamente costaba demasiado convencer a Jason de que
diera su brazo a torcer, al menos en lo referente a aquel tema. Molly supuso que tendría
que conformarse con aquello… por el momento.
Capitulo 6
Cuando James entró en el comedor aquella mañana para desayunar, su aparición
provocó reacciones muy variadas. Los que no sabían que había llegado iniciaron alegres
saludos que murieron entre balbuceos y toses en cuanto vieron la expresión que había
en su cara. Quienes estaban al corriente de su llegada y de lo que había ocurrido
posteriormente, optaron por el tacto y guardaron silencio, sonriendo de oreja a oreja, o
cometieron la temeridad de hacer alguna observación al respecto.
Jeremy quedó incluido simultáneamente en estas dos categorías cuando soltó una risita
y dijo:
-Bueno, aún no teniendo en cuenta tus enérgicos esfuerzos por bajarle los humos, estoy
seguro de que no es el pobre árbol de Navidad quien te ha hecho eso.
-Y si no recuerdo mal, lo cierto es que conseguí darle una buena lección –gruñó James,
aunque se le ocurrió preguntar-: ¿Se recuperará de sus heridas, pequeño?
-Sólo perdió unas cuantas plumas, pero esas preciosas velitas lo dejarán tan engalanado
que nadie lo notará …con tal de que alguien que no sea yo se encargue de acabar de
repartirlas. Siempre se me ha dado mejor colgar el muérdago.
-Y hacer buen uso de él –observó Amy, dirigiendo una cariñosa sonrisa a su apuesto
primo.
Jeremy le guiñó un ojo.
-Por descontado.
Jeremy había cumplido los veinticinco no hacía mucho, y había resultado ser un
bribonzuelo encantador. Irónicamente, se parecía tanto a su tío Anthony que se le habría
podido tomar por el reflejo de Anthony durante su juventud. Pero en vez de salir a su
padre, Jeremy había obtenido los ojos azul cobalto y el cabello negro que sólo habían
poseido unos cuantos Malory, aquellos que heredaron los rasgos de esa antepasada que
se rumoreaba había sido zíngara.
La mención del muérdago y el uso por el que era más conocido volvió a poner de mal
humor a James, porque sabía que aquel año no podría dar ningún beso bajo el verde
adorno navideño, despúes de que su esposa se negase a ir a Haverston con él porque
tenía un enfado propio que digerir. Maldición. De una manera u otra, James aclararía el
malentendido que había surgido entre ellos. Desahogar su frustración en Anthony no
había servido de nada… aunque pensándolo bien, quizá sí que hubiera servido de algo.
Warren, sin apartar la mirada del espléndido ojo morado y los distintos rasguños
esparcidos por el rostro de James, observó:
-No quiero ni pensar en qué aspecto tendrá la otra parte.
James supuso que eso era una especie de cumplido, dado que Warren había tenido
numerosas ocasiones de experimentar en carne propia la potencia de sus puños.
-Pues a mí me gustaría felicitar a la otra parte –dijo Nicholas con una sonrisita, gracias a
lo cual consiguió que su esposa le diera una patada por debajo de la mesa.
-Gracias, querida –dijo James inclinando la cabeza hacia ella-. Mi pie nunca habría
podido llegar tan lejos.
Reggie se ruborizó al ver que su patada no había pasado desapercibida. Y Nicholas se
las arregló para mirarla con ironía al tiempo que mantenía su mueca de dolor, con lo que
adquirió un aspecto francamente cómico, dado que una expresión no casaba nada bien
con la otra.
-¿Sigue tío Tony entre los vivos? –preguntó Amy, probablemente porque la noche
anterior ni James ni su hermano habían vuelto a hacer acto de presencia en la planta
baja.
-Dame unos cuantos días para determinarlo, gatita, porque te aseguro que en estos
momentos no lo tengo nada claro –dijo Anthony mientras entraba en el comedor,
andando muy despacio y con un brazo pegado al costado como si estuviera
protegiéndose unas cuantas costillas rotas.
Un gemido melodramático escapó de sus labios cuando se sentó enfrente de su
hermano. James puso los ojos en blanco al oírlo.
-No insistas, idiota –se burlo-. Tu esposa no está aquí para presenciar tu gran
interpretación.
-¿No está aquí? –Anthony recorrió la mesa con la mirada y despúes torció el gesto y se
repantigó en su asiento, esta vez sin ningún acompañamiento de gemidos. Aun así, se
quejó a James-: Me rompiste las costillas, sabes.
-Y un cuerno, aunque admito que pensé en ello. Y dicho sea de paso, aún no he
descartado esa opción.
Anthony lo fulminó con la mirada.
-Somos demasiado viejos para andar dándonos palizas el uno al otro.
-Habla por ti, abuelito. Nunca se es demasiado viejo para hacer un poco de ejercicio.
-Ah, con que eso fue lo que estuvimos haciendo –masculló Anthony mientras se
acariciaba su ojo a la funerala-. Hacíamos ejercicio ¿verdad?
James enarcó una ceja.
-¿Y no es eso lo que haces una vez a la semana en el Hall de Knighton? Pero
comprendo que no lo tengas muy claro, dado que estás más acostumbrado a infligir los
daños que a padecerlos. Eso tiende a deformar tu perspectiva de las cosas, ¿verdad? Me
alegro de haber podido aclarártelo.
Fue en ese momento cuando Jason entró en el comedor, echó una mirada a los
maltrechos rostros de sus dos hermanos y observó:
-Santo Dios, ¿y en esta época del año, nada menos? Os veré a los dos en mi estudio.
El hecho de que Jason hubiera empleado ese tono que-no-debía-ser-desobedecido por el
que había llegado a ser famoso y que abandonara el comedor despúes de haber hablado,
dejó muy claro, al menos a ojos de James y Anthony, que debían seguirle
inmediatamente. James se levantó con el rostro inexpresivo y rodeó la mesa.
Anthony, sin embargo, soltó un resoplido de irritación.
-¿Castigados de cara a la pared a nuestros años? No puedo creerlo. Y no olvidaré quién
ha sido el causante de …
-Oh, cállate de una vez, pequeño –dijo James, cogiéndolo del brazo y obligándolo a salir
del comedor con él-. Llevo tanto tiempo sin tener el placer de asistir a una de las
rabietas de Jason que echaba de menos el espectáculo.
-No me extraña –replicó Anthony, visiblemente disgustado-. Siempre disfrutabas
haciéndolo rabiar.
James sonrió sin dar ninguna señal de arrepentimiento.
-Sí, ¿verdad? Bueno ¿qué puedo decir? Cuando pierde los estribos, el hermano mayor
siempre resulta muy gracioso.
-Bien, en ese caso asegurémonos de que encuentre los estribos perdidos en tu bolsillo y
no en el mío –repuso Anthony y, abriendo la puerta del estudio de Jason, enseguida
empezó a atribuir las responsabilidades a la persona que debía cargar con ellas-. Verás,
Jason, anoche intenté calmar a esta montaña humana, de veras, pero no hubo manera.
Me culpa de …
-¿Montaña humana? –le interrumpió James, una dorada ceja bruscamente enarcada.
-…de que George no le hable –siguió diciendo Anthony sin inmutarse-. Y además ha
conseguido que los dos estemos en mismo maldito barco, porque desde anoche
Rosslynn no me dirige la palabra.
-¿Montaña humana? –repitió James.
Anthony le miró y sonrió burlonamente.
-Das la talla, créeme.
Jason, que estaba de pie detrás de su escritorio, hizo callar a los dos con una orden seca.
-¡Basta! Y ahora, tened la bondad de ponerme al corriente de los porqués y las
circunstancias.
James sonrió
-Hazlo, Tony –dijo-, porque la verdad es que te has saltado la mejor parte.
Anthony suspiró y miró a su hermano mayor.
-Fue un caso de auténtica mala suerte, Jason, de veras –dijo-, y la verdad es que habría
podido pasarle a cualquiera de nosotros. Jack y Judy se las ingeniaron para entrar en el
Hall de Knighton cuando yo estaba distraído y, sólo porque tenía que cuidar de ellas
durante ese día, ahora se me culpa de todo lo ocurrido por la sencilla razón de que las
pobrecitas aprendieron un par de frases que no deberían figurar en el vocabulario de
ninguna joven.
-Tu exposición de los hechos no se ajusta a la verdad –intervino James-. Se te ha
olvidado mencionar que George no te culpa de nada porque me culpa a mí, como si yo
pudiera haber sabido que eras lo bastante insensato para llevar a las niñas a semejante…
-Yo arreglaré las cosas con George en cuanto llegue aquí –farfulló Anthony-. Puedes
contar con ello.
-Oh, sé que lo harás, pero para ello tendrás que ir a Londres, porque George no va a
venir aquí. No quería aguaros la fiesta con su mal humor, así que decidió que sería
mejor no estar presente en ella.
Anthony puso cara de horror.
-¡No me habías dicho que estuviera tan furiosa! –se quejó.
-¿No? ¿Crees que luces ese ojo a la funerala sólo porque George estaba un poquitín
enfadada?
-Es suficiente –dijo Jason severamente-. Toda esta situación es intolerable. Y,
francamente, me asombra que desde que os casasteis hayáis podido perder hasta tal
extremo vuestra habilidad para manejar a las mujeres.
Aquella observación era un auténtico golpe bajo, sobre todo cuando iba dirigida a dos
ex calaveras.
-Oh, bueno –masculló James, y se apresuró a defenderse-. Las mujeres americanas
constituyen una excepción a cualquier regla conocida, y además son condenadamente
tozudas.
-Y las escocesas también –añadió Anthony-. No se comportan como las inglesas
normales, Jason, de veras.
-Aun así, sigo sin entenderlo. Ya sabéis lo importante que es para mí el que toda la
familia se reúna aquí durante las fiestas. La Navidad no es momento para que nadie de
la familia albergue absolutamente ninguna clase de rencor hacia nadie. Tendríais que
haber aclarado este asutno entre vosotros antes de que empezaran las fiestas. Quiero que
pongáis fin a este malentendido inmediatamente, y me da igual que tengáis que volver a
Londres para ello.
Tras haber decretado la paz, Jaosn fue hacia la puerta para que sus hermanos pudieran
pasar revista a sus pecados a solas, pero antes de salir añadió:
-Parecéis una condenada pareja de osos panda. ¿Tenéis idea del ejemplo que les estáis
dando a los niños?
-Osos panda, ¿eh? –resopló Anthony apenas la puerta del estudio se hubo cerrado.
-Podría haber sido peor: al menos el techo sigue intacto –murmuró burlonamente James
mientras miraba hacia arriba.
Capitulo 7
Aunque había prometido no venir, la esposa de James apareció con los niños a última
hora de la mañana siguiente. Georgina también se había traído consigo a sus hermanos,
para gran consternación de James, quien nunca se había llevado muy bien con sus
numerosos cuñados americanos y no había sido advertido de que aquel año pasarían las
fiestas en Inglaterra.
. Aunque estaba muy contenta de que su mejor amiga hubiera llegado al fin, Judy la
recibió con un «Ya era hora» despótico, cogiendo de la mano a Jack apenas ésta hubo
cruzado el umbral de la puerta y llevándola a la sala para que viese «el regalo», como ya
era conocido por todos a esas alturas. Las dos niñas pasaron la mayor parte del resto del
día con los dedos pegados al velador, que era casi tan alto como ellas, mientras
intercambiaban murmullos centrados en el misterioso objeto.
Su ávido interés, no obstante, consiguió que el regalo acaparase de nuevo la atención
de los adultos de la casa, que no podían evitar fijarse en aquel par de niñas que parecían
estar montando guardia junto a él. Cosa extraña, la curiosidad. A veces, un exceso de
ella puede llegar a volverse sencillamente incontenible... Pero una vez en el pasillo -y
tras limitarse a dirigir una seca inclinación de cabeza a los hermanos de Georgina, a
pesar de que el resto de su familia convergió sobre ellos para darles la bienvenida-,
James siguió a su esposa al piso de arriba para ir a la habitación que siempre habían
compartido en Haverston, mientras la niñera llevaba a los gemelos al cuarto de los
niños. Georgina aún no le había dirigido la palabra, lo cual no invitaba a albergar
muchas esperanzas de que ya no estuviera enfadada con él por mucho que hubiese
hecho acto de presencia.
-Dijiste que no ibas a venir, George -dijo él, decidiendo recordárselo-. ¿Qué te ha hecho
cambiar de parecer?
La respuesta tardó un poco en llegar, pues un criado los había seguido al interior de la
habitación con uno de sus baúles, que Georgina se dispuso a vaciar. James, oyendo
venir a otro criado por el pasillo, se apresuró a cerrar la puerta y se apoyó en ella.
James contempló a su esposa, cosa que no resultaba nada difícil de hacer. Con sus
cabellos castaños y sus ojos del mismo color, Georgina era muy hermosa. No era muy
alta, pero tenía una figura magnífica; haber dado a luz una hija y un par de gemelos
incluso había realzado su porte.
Los inicios de su relación habían sido bastante inusitados, y no pudieron estar más
alejados del
noviazgo habitual. Georgina quería volver a su hogar en América, por lo que se enroló
en el barco de James como mozo de camarote. James, naturalmente, sabía que Georgina
no era el muchacho que fingía ser y vivió unas semanas espléndidas, aunque en
ocasiones frustrantes, tratando de seducirla. No esperaba enamorarse y sin embargo, y
para gran asombro de aquel conquistador empedernido, el amor llegó por sí solo. Pero
James había jurado que nunca se casaría, con lo que tuvo que enfrentarse al dilema de
encontrar una manera de que Georgina fuera suya permanentemente sin necesidad de
llegar a pedirle que se casara con él.
Sus hermanos le resolvieron ese problema a su entera satisfacción. Con cierta sutil
provocación previa por parte de James, le obligaron a ir al altar, cosa que siempre les
agradecería por mucho que estuviera dispuesto a dejarse ahorcar antes que admitirlo
ante ellos.
Sólo tras haber atado unos cuantos cabos sueltos, como por ejemplo el de conseguir que
ella admitiera que también le amaba, habían disfrutado de un matrimonio maravilloso.
Georgina podía enfurecerse de vez en cuando: con su apasionado temperamento
americano, nunca tenía que esforzarse demasiado para expresar su disgusto. Pero
James, a su vez, nunca había tenido que esforzarse demasiado para disipar sus enfados.
Ésa era la razón por la que no entendía su pelea actual ni por qué se prolongaba durante
tanto tiempo. Cuando partió hacia Haverston, su esposa seguía sin dirigirle la palabra, y
además tampoco dormía con él. ¿Y todo porque su hija había aprendido unas cuantas
frases subidas de tono más adecuadas para los adultos del sexo masculino?
Ésa había sido la excusa de su esposa, pero James había dispuesto del tiempo suficiente
para preguntarse si realmente era eso lo que la había puesto tan furiosa. Perder los
estribos por tonterías no era propio de Georgina. Y culparle del vocabulario de
Jacqueline cuando él ni siquiera era responsable de ello...
-¿Y bien? -insistió al ver que su esposa seguía sin decir nada.
Esta vez su pregunta obtuvo respuesta, si bien con cierta sequedad.
-Thomas me convenció de que quizá no hubiese para tanto con lo de Jack.
James dejó escapar un suspiro de alivio.
-El único hermano sensato que tienes -dijo-. He de acordarme de agradecérselo.
-No te molestes. Todavía estoy enfadada y tú eres la razón de que lo esté, y preferiría no
hablar del asunto por el momento, James. Si estoy aquí es por las niñas: Jack sabía que
Judy estaba aquí y que no podría estar con ella, y parecía un alma en pena.
-¡Oh, demonios! ¿Entonces aún no he sido perdonado?
La respuesta de su esposa consistió en darse la vuelta y seguir deshaciendo el equipaje,
y James ya conocía aquella expresión de terquedad. Fuera cual fuera la causa de su
enfado, Georgina no iba a discutir el asunto con él. Ahora James estaba seguro de que
no tenía nada que ver con su hija.
Pero que le colgaran si sabía qué podía ser aquello de lo que tan obviamente estaba
siendo culpado,
cuando no había hecho absolutamente nada por lo que se le pudiera culpar.
Y entonces se dio cuenta de que su esposa tenía los hombros encorvados, lo que a sus
ojos era una clara indicación de que aquella nueva distancía aparecida entre ellos le
gustaba tan poco como a él. Y no podía gustarle, por supuesto. Él sabía que Georgina le
amaba.
James dio un paso hacia ella, pero cometió el error de murmurar su nombre al tiempo
que lo hacía.
-George...
Su esposa volvió a envararse, su momento de desesperación esfumado y su veta de
terquedad nuevamente al mando. James soltó un torrente de maldiciones, sin que por
suerte hubiera ningún oído infantil presente para escucharlas, pero por desgracia éstas
no sirvieron para que Georgina volviera a hablarle.
Capitulo 8
Edward, el segundo de los cuatro hermanos Malory, llegó a última hora de la tarde con
el resto de su familia. Reggie estaba «poniéndolo al día» acerca de lo que habían
averiguado sobre la misteriosa tumba de la propiedad cuando Amy tuvo la corazonada
de que el regalo no era un simple regalo. De pronto presintió que era algo mucho más
importante que un mero regalo, y que estaba relacionado de alguna manera con el
misterio que siempre había rodeado a Anna Malory.
Y una vez que hubo echado raíces, la sensación se negó a desaparecer. Era tan intensa
que Amy tomó la decisión de abrir el regalo aquella misma noche.Lo único que aún no
tenía claro era si esperaría a que Warren se hubiera quedado dormido, o si le confiaría
su plan. El hecho de que su esposo no diera ninguna señal de cansancio, ni siquiera
después de una vigorosa sesión amatoria, se encargo de decidir por ella.
Aún rodeada por sus brazos y mientras sus manos la acariciaban distraídamente, Amy
acercó los labios a la oreja de su esposo y murmuró:
-Esta noche iré abajo y abriré el regalo.
-Por supuesto que no -replicó él sin inmutarse-. Disfrutarás del suspense y esperarás
hasta Navidad como el resto de nosotros para averiguar qué es.
-Ojalá pudiera hacerlo, Warren, de veras,pero sé que me volvería loca, especialmente
porque he apostado con Jeremy a que averiguaríamos la verdad sobre nuestra bisabuela
antes de fin de año.
-¿Después de que Jason lo prohibiera expresamente?
-No lo prohibió, y además ahora ya es demaiado tarde para volverse atrás.
Warren se incorporó en la cama y la miró. -¿Y qué tiene que ver eso con ese regalo?
-Tengo el presentimiento de que en esa caja se encuentra la respuesta. Mis
presentimientos rara vez se equivocan, Warren. Y sabiendo eso, ¿cómo voy a poder
esperar hasta Navidad para averiguar qué contiene esa caja?
Su esposo sacudió la cabeza y cuando volvió a hablar había tal desaprobación en su
tono que le recordó al Warren de antes, el que nunca reía o sonreía.
-Esa conducta no me sorprendería en los niños, pero no la esperaba de su madre.
Amy chasqueó la lengua sin dejarse amilanar por su tono.
-¿No sientes ni siquiera un poquito de curiosidad?
-Ciertamente, pero puedo esperar a que...
-Pero es que yo no puedo esperar -le interrumpió ella-. Baja conmigo, Warren. Tendré
mucho cuidado. Y si no es más que un simple reojo, si bien bastante misterioso,
después volveré a dejarlo tan bien envuelto que nadie sabrá que lo hemos abierto.
-¿Hablas en serio? -repuso él-. ¿Realmente piensas bajar a hurtadillas por la escalera en
plena noche como si fueras una colegiala traviesa y .. ?
-No, no. Iremos abajo como dos adultos sensatos y razonables que han decidido
recurrir al método más lógico para aclarar un misterio que ha durado demasiado tiempo.
Warren soltó una risita, ya que estaba acostumbrado a la extraña forma de razonar de su
esposa y a que ignorara todos sus intentos de tratarla con severidad. Pero ésa era la
magia de Amy, naturalmente. Warren nunca había conocido a una mujer así.
-Muy bien -dijo, dándose por vencido con una sonrisa-. Pues entonces coge los batines
y algo de calzado. Supongo que a estas horas ya habrán puesto,la pantalla en la
chimenea de la sala, así que quizá haga un poco de frío. Poco después estaban de pie
junto al regalo, Warren con mera curiosidad y Amy teniendo que hacer un gran esfuerzo
de voluntad para reprimir su excitación, dado lo que esperaba encontrar debajo de la
preciosa tela que lo envolvía. En la sala no hacía nada de frío, ya que las puertas habían
estado cerradas, pero justo después de que Warren encendiera algunas lámparas
volvieron a abrirse, dándole un buen susto a Amy, que estaba extendiendo las manos
hacia el regalo, y cuando entró en la estancia Jeremy dijo:
-Pillada con las manos en la masa, ¿eh? Qué vergüenza, Amy.
Ella, visiblemente incómoda pese al hecho de que Jeremy no sólo era su primo sino
también uno de sus más íntimos amigos, optó por hacerse la ofendida.
-¿Tendrías la bondad de explicarme qué estás haciendo aquí abajo a estas horas? –
preguntó
-Supongo que lo mismo que tú -se limitó a responder él, guiñándole un ojo.
Amy rió.
-Ah, bribonzuelo. Bueno, ya que estás ahí podrías cerrar la puerta.
Jeremy se dispuso a hacerlo, pero en vez de cerrarla tuvo que apartarse cuando Reggie
entró en la sala, descalza y aún absorta en el proceso de anudarse el cinturón del batín.
Cuando vio que todos los demás la contemplaban en silencio, reaccionó con
indignación.
-Os juro que no he bajado aquí para abrir el regalo.... Bueno, puede que sí lo haya
hecho, pero en el último momento me hubiese faltado el valor y habría salido huyendo.
-¿Y esperas que me lo crea, Reggie? -dijo Derek, apareciendo detrás de ella-. Aun así,
no ha estado mal. ¿Te importa que tome prestada esa ridícula excusa? Siempre es mejor
que no tener ninguna.
Y Kelsey, que venía pisándole los talones, dijo: -Me asombras, Derek. Dijiste que
podríamos considerarnos afortunados si éramos los primeros en abrirlo, y ya veo que
has dado justo en el clavo.
-No tiene mucho mérito, querida -dijo él, volviéndose hacia su esposa con una sonrisa
en los labios-. Da la casualidad de que conozco muy bien a mis primos.
Y así era, porque los siguientes en llegar fueron los hermanos de Amy, Travis y
Marshall, que traspusieron el umbral simultáneamente, empujándose el uno al otro.
Debido a ello tardaron unos momentos en percatarse de que no estaban solos.
Pero una mirada a la multitud ya presente en la sala hizo que Travis se volviera hacia su
hermano para gruñir:
-Ya te dije que no era una buena idea.
-Todo lo contrario -replicó Marshall jovialmente-, porque al parecer no hemos sido los
únicos en tenerla.
-¡Madre de Dios, no me digas que toda la familia ha tenido la misma idea! -exclamó
Jeremy con una risita.
-No lo creo -repuso Amy-. Tío Jason y mi padre no están aquí, ¿verdad? Y tampoco
veo a Tony y al tío James. No es que ese par no piensen exactamente lo mismo, es sólo
que no piensan como el resto de nosotros.
Pero la tos que resonó en el pasillo hizo que Amy pusiera los ojos en blanco primero y
sonriera después en cuanto oyó que Anthony decía:
-Vaya,vaya... ¿Por qué tengo la extraña sensación de que los jovencitos piensan que
somos demasiado mayores para estar levantados a estas horas de la noche?
-¿Ya empezamos otra vez con lo de los años, muchachito? -masculló James-. Puede
que tú ya estés senil, pero te hago saber que yo estoy en la flor de la edad.
-El que yo llegara a la senectud antes que tú supondría toda una hazaña por mi parte,
abuelito, teniendo en cuenta que tú eres el mayor –ironizó Anthony.
-Por un miserable año de nada -se le oyó replicar a James antes de que los dos entraran
en la sala.
A diferencia de sus sobrinos y sobrinas, que llevaban albornoces o batines, James y
Anthony aún estaban vestidos, dado que ninguno de los dos se había acostado todavía.
De hecho, habían estado compadeciéndose de sí mismos delante de una botella de coñac
en el estudio de Jason, dado que ambos habían encontrado las puertas de sus
dormitorios cerradas, y oyeron demasiados crujidos en la escalera como para no ir a
investigar.
Pero no esperaban encontrarse con semejante gentío, y Anthony no pudo resistir la
tentación de observar:
-¡Vaya, vaya! Me pregunto qué puede haber atraído a tantos niños a esta sala en plena
noche. Jack y Judy no se estarán escondiendo detrás de vosotros, ¿verdad? ¿No tienes la
impresión de que estos jovencitos piensan que ya es Navidad, James?
James ya había deducido qué era lo que estaba causando tantas caras rojas y dijo:
-Santo Dios, Tony, mira eso. ¡Que me cuelguen, pero si incluso el yanqui se está
ruborizando!
Warren suspiró y bajó la mirada hacia su esposa
-¿Ves lo que has conseguido con tu insensata ocurrencia, cariño? Ahora ese par nunca
dejará de recordarme que una noche hice el ridículo delante de todos.
-Oh, no lo creas -replicó Anthony con una sonrisa maliciosa-. Puede que dentro de diez
o veinte años se nos haya olvidado.
-Si tengo razón acerca de lo que contiene el regalo, entonces a nadie le parecerá ridículo
el que hayamos bajado a la sala a estas horas de la noche- dijo Amy.
-¿Qué hay ahí dentro? -preguntó Marshall mirando a su hermana-. ¿Quieres decir que
has adivinado lo que contiene? ¿No has venido aquí sólo por curiosidad?
-Hice una apuesta con Jeremy -explicó Amy, como si eso bastara.
En realidad así era, pero Reggie se encargó de recordarle a Amy lo que ésta había
optado por callar.
-¿Incluso después de que tío Jason lo prohibiera?
Jeremy parpadeó.
-¡Madre de Dios, querida prima! No me digas que se suponía que no debería haber
aceptado tu apuesta.
-Por supuesto que no te lo diré, ya que en ese caso no hubieses debido aceptarla -replicó
Amy con una lógica impecable.
Y Warren añadió:
-No intentes entenderlo, Jeremy. Cuando Amy tiene una de sus «corazonadas», es
capaz de dar significados totalmente nuevos a la palabra “determinación”.
-Más que de corazonadas yo hablaría de terquedad pura y simple, pero dado que eres su
esposo, supongo que ahora la conoces mejor que yo.
-Oh, vaya -murmuró Amy lanzándoles una mirada de disgusto-. Los dos tenéis mi
permiso para tragaros vuestras palabras, dado que voy a demostrar que estoy en lo
cierto.
-¿Crees que el regalo contiene algo relacionado con nuestra bisabuela? -preguntó
Reggie. .
-Así es -replicó Amy con creciente excitación-. Cuando lo ví por primera vez presentí
que era importante. Pero hoy he tenido la corazonada de que estaba relacionado con mi
apuesta, así que debe tener algo que ver con Anna Malory.
-Basta de charla, niños, o pasaremos toda la noche aquí abajo -dijo James-. Abramos
esa maldita cosa y terminemos de una vez.
Amy sonrió a su tío e hizo exactamente eso. Pero nadie se esperaba que una vez quitado
el envoltorio, el regalo se obstinaría en seguir siendo de tan difícil acceso como antes...
porque se hallaba protegido por un candado.
Capitulo 9
El silencio que se adueñó de la sala mientras todos contemplaban con expresión perpleja
el candado que remataba el regalo acabó siendo roto por James, quien habló en uno de
los tonos más secos que era capaz de emplear.
-Y supongo que nadie tiene la llave, claro -dijo.
Fuera cual fuera, el regalo estaba protegido por un grueso trozo de cuero que había sido
recortado a fin de que pudiera recubrirlo con una serie de solapas triangulares, cada una
de las cuales disponía de un anillo metálico, permitiendo que el candado las
inmovilizara a todas. El cuero parecía bastante viejo. Además el candado estaba
oxidado, indicando con ello que también era muy viejo, por lo que parecía obvio que lo
que hubiera debajo también lo fuera.
Eso, naturalmente, confirmaba la corazonada de Amy de que, de alguna manera, el
regalo podía tener cierta relevancia en lo que concernía al misterio de Anna Malory.
Pero por el momento nadie tenía ni idea de en qué podía consistir aquel detalle ni el
propio regalo, y en particular, de quién lo había puesto allí. A juzgar por su forma
podía tratarse de un libro, pero ¿ por qué iba alguien a cerrar un libro mediante un
candado? Probablemene fuera una caja en forma de libro con algo más pequeño dentro
de ella, algo, al menos en lo que a Amy concernía, que proporcionaría una clara pista
del verdadero origen de Anna Malory.
Intentó levantar un poco una de las solapas para averiguar si podía
atisbar por debajo de ella,pero e1 cuero era rígido y estaba demasiado apretado para que
pudiera ser desplazado.
-Supongo que el que hubiera una llave colgada de un cordel habría sido demasiado
sencillo -súspiró Reggie.
-El cuero fue recortado para usarlo como envoltorio. También puede ser cortado para
desenvolverlo -observó Derek.
-Cierto -asintió James, y se inclinó para sacar de su bota una daga. Anthony le
respondió on la mirada a lo que James replicó encogiéndose de hombros y añadiendo-:
Los viejos hábitos nunca mueren.
-Así es, y queda patente que de joven solías frecuentar los establecimientos portuarios
de peor reputación, ¿verdad? -observó Anthony.
-¿Vamos a lavar los trapos sucios o vamos a averiguar qué hay dentro de esa caja?
-replicó secamente James.
Anthony soltó una risita.
-La caja, viejo, por supuesto. Venga, empieza a cortar.
El cuero resultó más difícil de cortar de lo que se habían imaginado, especialmente con
tan poco espacio para que la hoja de la daga pudiera deslizarse por debajo de las
solapas. Al final, fue más la fuerza de James que la daga la que acabó separando el
cuero de los anillos, ermitiendo echar el candado a un lado y apartar las solapas.
James le entregó el paquete a Amy para que hiciera los honores. Sin perder un instante,
Amy apartó las solapas y sacó el regalo. Era un libro, después de todo, encuadernado en
cuero y sin título. Dentro de él también había un pergamino doblado que cayó al suelo.
Aunque media docena de manos se extendieron hacia él, Derek fue el primero en
cogerlo. Tras desdoblarlo y echarle un rápido vistazo, dijo:
-Santo Dios, Amy, realmente tienes olfato ¿eh? Espero que no apostaras demasiado,
Jeremy.
Jeremy rió.
-Amy no estaba interesada en obtener nada: sólo quería hacer la apuesta para ganarla.
Siempre le sale bien, por si aún no te habías dado cuenta. Uno de estos días debería
llevármela a las carreras. Sería capaz de avergonzar incluso al viejo Percy a la hora de
escoger ganadores, y eso que él siempre ha sido muy afortunado en ese aspecto.
Percy era un viejo amigo de la familia, al menos de la generación más joven. Se había
hecho muy amigo de Nicholas y Derek, y posteriormente también de Jeremy, cuando
Derek tomó bajo su protección a su recién encontrado sobrino hacía unos años.
-¡Si no nos dices ahora mismo qué pone en esa carta, Derek Malory, te daré una patada!
-exclamó Reggie impacientemente.
Ella y Derek se comportaban más como un par de hermanos que como los primos que
eran en realidad. Habían crecido ¡untos después de que la madre de ella muriese y
Reggie le había dado numerosas patadas a lo largo de los años, por lo que Derek se
apresuró a obedecer.
-Es un diario que escribieron juntos, o lo que se podría llamar una especie de historia.
Todo un detalle por su parte, desde luego, teniendo en cuenta que todas las personas que
los conocieron han muerto… las que los conocieron realmente, quiero decir.
Le pasó el pergamino a Reggie, quien compartió su contenido en voz alta con los
demás:
A nuestros hijos, sus hijos y asi sucesivamente
Este documento que os dejamos quiza sea una sorpresa, o quizá no. No es algo que
hayamos hecho público nunca, y ni siquiera le hemos hablado de él a nuestro hijo.
Sabed qué no ha sido fácil convencer a mi esposo de que accediera a añadir sus
pensamientos a esta narración, pues le parece que no sabe expresarse demasiado bien a
través de la palabra escrita. Al final tuve que prometerle que no leería su parte, para que
así no tuviera reparo en incluir sentimientos y opiniones con las que yo quizá no
estuviera de acuerdo, o de las cuales pudiera avergonzarse. Él me hizo la misma
promesa; por ello, cuando hayamos terminado de redactar este documento, lo
pondremos a buen recaudo y tiraremos la llave.
Así pues os dejamos esta crónica, para que la leáis cuando os venga en gana y le deis
vida con vuestra imaginación. Aunque para cuando la leáis, es muy probable que ya no
estemos con vosotros para responder acerca de nuestros motivos y de la forma no
excesivamente honesta con que tratamos a personas que estaban dispuestas a hacernos
mucho daño. Y os lo advierto: si se os ha inducido a creer que somos personas
incapaces de obrar mal, entonces no sigáis leyendo. Somos humanos, después de todo,
con todos los defectos, pasiones y errores por los que éstos se caracterizan. No nos
iuzgueis, y asi quiza aprenderéis de nuestros errores.
ANASTASIA MALORY.
Amy sonreía de oreja a oreja mientras apretaba el diario contra su pecho. ¡Tenía razón!
Y quería empezar a leer inmediatamente aquel inesperado regalo de sus bisabuelos, pero
los demás seguían hablando de la carta.
-Anastasia -estaba diciendo Anthony-. Nunca había oído llamar así a mi abuela.
-No es lo que se dice un nombre inglés, en tanto que Anna sí lo es -observó James-. Un
evidente esfuerzo por ocultar la verdad, en mi opinión.
-Pero ¿qué verdad? -preguntó Derek-. Anastasia podría ser un nombre español.
-O no -intervino Travis.
-¿Por qué especular sobre este punto cuando podemos leer la verdad con nuestros
propios ojos? -dijo Marshall-. Bueno, ¿quién lo leerá primero?
-Amy, naturalmente -sugirió Derek-. E1 diario podría haber salido a la luz antes de que
ella hiciera esa apuesta con Jeremy, pero en lo que a mí respecta a ella le concierne,
aunque me gustaría saber quién lo encontró y lo envolvió como si fue un regalo de
Navidad en vez de limitarse a entregárselo a mi padre.
-Probablemente ha estado en la casa durante todos estos años sin que nadie lo supiera
-conjeturó Reggie.
-No me sorprendería -dijo Derek-. Demonios, esta casa es tan grande que hay partes de
ella en las que ni siquiera yo he estado nunca, y eso que creci aquí.
-Muchos de nosotros nacimos y nos criamos aquí, mi querido muchacho -le recordó
Anthony-. Pero tienes razón: cuando eres joven, nunca llegas a investigarlo
absolutamente todo. Supongo que eso depende de lo que encuentres interesante.
Amy no podía soportar el suspense por más tiempo y decidió intervenir.
-Estoy dispuesta a leerlo en voz alta, si alguno de vosotros quiere quedarse aquí a oírlo.
-Yo estoy dispuesto a escuchar uno o dos capítulos por lo menos -dijo Marshall,
encontrando un asiento en el que acomodarse.
-Con lo grueso que es ese diario, podrías tardar hasta el día de Navidad en leerlo todo
-observó Warren mientras se instalaba en uno de los sofás y palmeaba la tapicería para
indicarle a Amy que se sentara junto a él.
-Entonces es una suerte que lo hayamos abierto antes de tiempo, ¿eh? -dijo Jeremy con
una sonrisa.
-Ahora no nos podemos ir a dormir, no después de ese «No nos juzguéis, y así quizá
aprenderéis de nuestros errores» -dijo James-. Demasiado condenadamente intrigante,
¿verdad?
-Pero creo que antes deberíamos despertar a los mayores -observó Anthony.
James asintió.
-Estoy de acuerdo. Despiértalos mientras voy en busca de otra botella de coñac. Tengo
el presentimiento de que va a ser una noche especialmente larga.
10
La caravana estaba forma a por cuatro grandes carretas. Tres eran prácticamente
casitas sobre ruedas, con una estructura hecha en su totalidad de madera que incluía un
techo ligeramente curvado, y estaban provistas de una puerta y de ventanas tapadas con
cortinas de vivos colores. La antigüedad de algunas daba testimonio de la excelencia de
los artesanos que las hicieron. Incluso la cuarta carreta mostraba aquella calidad,
aunque no fuese más que un típico vehículo de suministros.
Cuando la caravana se detenía por la noche para acampar al lado del camino, se
sacaban las tiendas de la cuarta carreta, junto con las marmitas y las varas de hierro que
formarían triángulos encima de los fuegos de acampada para sostenerlas. Unos minutos
después de que la caravana se hubiera detenido, el área ya había adquirido la atmósfera
de una pequeña aldea llena de animación. Agradables aromas se esparcían por los
bosques de los alrededores, acompañados del alegre sonido de la música las risas.
La carreta más grande pertenecía al barossan, el jefe, Iván Lautaru. Rodeándola se
alzaban las tiendas de su familia, las hermanas de su esposa, su madre, sus hermanas y
sus hijas solteras.
La segunda carreta por orden de tamaño pertenecía al hijo de Iván, Nicolai, y su
construcción había formado parte de los preparativos para el momento de su
casamiento, hacía ya seis años. Nicolai aún tenía que tomar una esposa. Según María
Stefanov, la anciana que vivía en la tercera carreta, aún no se daban los presagios
adecuados. Primero dijo que para que la boda fuese fructífera debía celebrarse un día
determinado del año y desde entonces, cuando llegaba el día fijado y para gran enfado
de Nicolai, cada año siempre había malos presagios.
Había un total de seis familias en la pequeña caravana, con un total de cuarenta y seis
personas, niños incluidos. Siempre que podían se casaban entre ellos, pero a veces con
tan pocas familias no había suficientes esponsales entre los que escoger, y en esas
ocasiones buscaban otras caravanas iguales con la esperanza de que en ellas hubiera
jóvenes en edad de contraer matrimonio con la misma necesidad. Durante sus viajes se
encontraban y trataban con mucha gente, pero aquellas personas eran forasteros, gatos,
y los hombres y mujeres de sangre pura nunca los tomarían en consideración para sus
emparentamientos.
Los continuos retrasos de la boda de su hijo estaban haciendo que Iván también
empezara a impacientarse. Ya cabía pagado el precio nupcial de aquella esposa para
Nicolai. Su palabra era ley, pero no podía contradecir a María. La anciana era su
suerte, su buena fortuna. Ignorar las predicciones de María sería su ruina. Todos
estaban firmemente convencidos de ello. Pero Iván tampoco podía escoger a otra
prometida para su hijo. Nicolai sólo podía casarse con la nieta de María, su única
descendiente viva y la única que podría seguir trayéndoles buena fortuna cuando María
muriera.
Aquella noche, como de costumbre, acamparon cerca del pueblo por el que habían
pasado durante el día. Nunca acampaban demasiado cerca de un pueblo, sólo lo
suficiente para que sus habitantes tuvieran fácil acceso a ellos y viceversa. Por la
mañana las mujeres irían al pueblo, llamarían a cada puerta y ofrecerían sus servicios,
ya fuese para vender abalorios o cestas delicadamente trenzadas, o para predecir el
futuro, un arte, por el que era famosa su caravana.
También pregonarían las habilidades de sus hombres, pues la caravana de Lautaru
contaba con algunos de los mejores constructores de carretas del mundo, Todos
compartían lo que ganaban, pues el concepto de la propiedad les era totalmente ajeno.
Ésa era la razón por la que algunas de aquellas mujeres tal vez volvieran a la caravana
con un par de gallinas robadas.
Si les encargaban una carreta, podían pasar una semana cerca del pueblo; si no, en
uno o dos días se habrían ido. Ocasionalmente, si la fabricación de la carreta se
prolongaba demasiado, dejaban atrás a los artesanos para que los alcanzaran en cuanto
hubieran terminado su trabajo. Las señales que iban dejando junto a los caminos los
guiarían de vuelta a la caravana.
Tenían que recurrir a aquel método porque personas como ellos eran los chivos
expiatorios de cualquier crimen, tanto si lo habían cometido, como si no. Si había
caravanas como la suya en la comarca o si se quedaban demasiado tiempo en el mismo
sitio, no tardarían en verse señalados con el dedo. Podían acampar en cuestión de
minutos, y podían recoger sus cosas y partir en todavía menos tiempo. Una larga
experiencia y la persecución de que habla sido objeto su raza a lo largo de los siglos les
habían enseñado a' volver al camino en cuestión de momentos.
Eran vagabundos. Lo llevaban en la sangre, y todos sentían la necesidad de viajar y
ver qué había más allá del próximo horizonte. Los adultos jóvenes habían visto la
mayor parte de Europa.
Los más viejos habían visto Rusia y los países que la rodeaban. Tendían a
permanecer en un país el tiempo suficiente para aprender razonablemente bien su
lengua, siempre que las circunstancias no les obligaran a salir huyendo antes. Hablar
muchas lenguas era una gran ventaja para cualquier viajero. Iván se enorgullecía de
conocer dieciséis idiomas distintos.
No era su primera visita a Inglaterra y probablemente tampoco sería la última, dado
que ahora las leyes inglesas aplicables a su gente ya no eran tan duras como lo habían
sido en siglos anteriores. Los ingleses les parecían un pueblo bastante extraño. Muchos
jóvenes de buena familia quedaban tan fascinados por sus creencias y su amor a la
libertad que querían unirse a ellos, vestir como ellos y actuar como ellos.
Iván permitía que uno o dos de aquellos gatos se unieran a la caravana durante cortos
períodos de tiempo, pero únicamente porque su presencia tenía un efecto tranquilizador
sobre los campesinos ingleses,, quienes se decían que si sus señores consideraban que
aquellas personas eran merecedoras de confianza, entonces no podían ser los ladrones
que muchos afirmaban que eran.
Ahora tenían a uno de esos gajos con ellos, sir William Thompson. Sir William
distaba mucho de ser el tipo de inglés que habitualmente quería unirse a ellos. Era un
anciano, todavía más viejo que Mana, y eso que ella era la persona de mayor edad de la
caravana. María se había dignado dirigirle la palabra hacía unos meses, no para
predecirle el futuro, cosa que ya no hacía para los gajos, sino porque vio el dolor que
había en sus ojos y quiso aliviarle.
Y así lo hizo, aliviando a William del peso de una culpabilidad con la que cargaba
desde hacía más de cuarenta años, para que pudiera comparecer ante su Creador estando
en paz consigo mismo. Inmensamente agradecido, el inglés juró dedicarle los años
que le quedaran de vida. A decir verdad, se había dado cuenta de que María no tardaría
en morir y quería hacer que sus últimos días fueran lo más agradables posible, parla
pagarle lo que había hecho por él. Nadie más, lo sabía. Ni quienes habían conocido a
María durante toda su vida, ni su propia nieta. Pero William lo había adivinado, y los
dos estaban unidos por aquel conocimiento secreto.
Iván, sin embargo, no le habría permitido quedarse. Se decidió que su edad
constituía un serio inconveniente, ya que era demasiado viejo para poder contribuir a las
arcas de la comunidad. Pero William pidió que se le diera ocasión de demostrar que
podía contribuir a ellas y así lo hizo, pues siempre volvía al campamento con los
bolsillos llenos de monedas, y se le permitió quedarse. En realidad, el que fuera rico y
las monedas le pertenecieran daba igual. William se limitaba a pagar el privilegio de
poder estar cerca de María. Además, acabó haciendo otra contribución al mejorar su
inglés, lo cual les vino bien porque tenían planeado pasar el resto del año en Inglaterra.
Anastasia Stefanov estaba sentada en el pescante de la carreta que ella y su abuela
compartían, con la anciana sentada a su lado. Las dos contemplaban el campamento
mientras éste se preparaba para la noche. Se cubrieron las hogueras. Unos cuantos
grupos aún estaban sentados alrededor de ellas hablando en voz baja. Los niños eran
envueltos en sus mantas apenas les entraba sueño. Sir William, a cuya presencia todos
estaban más o menos acostumbrados, roncaba ruidosamente debajo de su carreta.
Anastasia había llegado a querer mucho a sir William en el poco tiempo que llevaba
con ellos. Normalmente lo encontraba un poco ridículo, con sus modales cortesanos,
aquella envarada altivez suya tan típicamente inglesa y sus esfuerzos por hacer reír a
María. Pero no había nada de ridículo en su devoción por su abuela, una devoción de la
que no cabía duda alguna.
La oven solía bromear con María diciéndole que era una pena que ya fuese
demasiado vieja para vivir un gran amor, a lo que la anciana observaba con un guiño y
una sonrisa: «Nunca se es demasiado viejo para vivir un gran amor. Hacer el amor, en
cambio, ya es harina de otro costal. Ciertos huesos se vuelven demasiado frágiles para
tan delicioso ejercicio.»
Los grandes amores y el amor físico no eran temas de los que sólo se pudiera hablar
en susurros avergonzados. Sus, gentes hablaban de todo abiertamente y con una pasión
que les parecía perfectamente natural, ¿y qué podía haber más natural que los grandes
amores y el amor físico?
El amor físico volvió a hacer acto de presencia en los pensamientos de Anastasia
mientras veía cómo su futuro esposo empujaba a su amante ocasional hacia su carreta.
La trataba con tan poca delicadeza que la mujer tropezó y cayó. Él la levantó tirándole
del pelo y. volvió a empujarla. Anastasla se estremeció. Nicolai era una auténtica
bestia. La joven había sentido el aguijonazo de su palma en muchas ocasiones cuando a
Nicolai no le gustaba cómo le había contestado. ¡Y aquél era el hombre con el que tenía
que casarse!
E1 estremecimiento cansado por el objeto de su mirada le pasó desapercibido a
María.
-¿Te disgusta que haga el amor con otras?
-Ojalá me disgustara, abuela, porque así no vería tan negro mi futuro. Por mí que se
lo queden, aunque no entiendo cómo pueden aguantar a ese energúmeno.
María se encogió de hombros.
-Siempre está el prestigio de ser favorecida por el único hijo de Iván.
Anastasia soltó un bufido.
-Ese favor sólo trae consigo problemas y disgustos. He oído decir que ni siquiera es
un buen amante, porque obtiene su placer y no da ninguno a cambio.
-Esa clase de egoísmo abunda mucho entre los hombres. Su padre era igual.
Anastasia sonrió.
-¿Lo sabes por experiencia personal, abuela.
-¡Bah! Ya hubiera querido Iván tener esa suerte. No, el barossan y yo siempre
hemos sabido entendernos muy bien el uno con el otro. Él no me miraba con lujuria en
los ojos, y yo no le maldecía por el resto de sus días.
Anastasia rió.
-Sí, eso podría hacer que un hombre te cogiera un poco de miedo.
Maria sonrió,, pero después se puso seria y extendió la mano paraentrelazar sus
nudosos dedos con los de Anastasia. La joven se alarmó. María nunca le cogía la mano
a menos que tuviera alguna mala noticia que darle. No tenía ni idea de cuál podía ser
esa mala noticia, pero contuvo el aliento con creciente temor, pues las malas noticias de
María solían ser realmente fatales.
11
Anastasia había cumplido dieciocho años hacía unos meses. Eso hacía que hubiera
rebasado con creces la edad de casarse, ya que entre su gente se consideraba que los
doce años eran la edad ideal para contraer matrimonio.
Algunas mujeres se burlaban de ella porque aún no había conocido las caricias de un
hombre. Le decían que era tonta, porque estaba desperdiciando sus mejores años y se
negaba a obtener unas cuantas monedas extra de los gajos a cambio de un rápido
revolcón sobre la paja. Sólo era otra manera de desplumarlos. No significaba nada.
Ningún esposo, o futuro esposo, sentiría celos por ello; de hecho, esperaban que se
hiciera. Sólo el que un esposo sorprendiera a su mujer lanzándole miraditas tiernas a
otro miembro del grupo tendría consecuencias serias; divorcio, palizas severas, a veces
la muerte o, lo que era todavía peor a sus ojos, la expulsión del grupo.
Siempre que Anastasia le hablaba a María de sus sentimientos al respecto, y de la
aversión que le inspiraba la mera idea de ser tocada por un hombre tras otro, su abuela
culpaba a la sangre de su padre. A lo largo de los años se le habían atribuido muchas
cosas a su padre, algunas buenas y otras malas. María había descubierto que cuando no
sabía cómo responder a las preguntas de la joven, el padre de Anastasia era un
magnífico chivo expiatorio.
Muchas cosas pasaron por la mente de Anastasia mientras esperaba la mala noticia
de María. Si se concentraba podría adivinarlo, pero no quería saberlo, todavía no. Al
principio el silencio continuado fue un bálsamo, porque ni siquiera contenta el desastre.
Pero estaba durando demasiado. El suspense acabó volviéndose insoportable.
Finalmente Anastasia no pudo aguantar por más tiempo la tensión y se decidió a
hablar.
-¿Qué es lo que no quieres decirme, abuela? -preguntó.
La anciana suspiro.
.-Algo que tendría que haberte dicho hace mucho tiempo, niña. En realidad son dos
cosas y ambas te llenarán de inquietud. En cuanto a la inquietud, sé que eres lo bastante
fuerte para enfrentarte a ella. Lo que me preocupa es el brusco cambio que tendrá lugar
en tu vida, y ésa es la razón por la que quiero verlo llegar lo más, pronto posible,
mientras todavía estoy aquí para ayudarte.
-¿Has visto algo en el futuro?
María sacudió la cabeza melancólicamente.
-Ojalá conociera el futuro en este caso. Pero eres tú quien debe crear ese futuro y, la
decisión que tomes puede hacerte mucho bien o mucho mal, pero así debe hacerse. La
alternativa, y tú misma lo has dicho, es inconcebible.
Entonces Anastasia supo el motivo por el que la mujer se mostraba tan críptica: se
refería a su matrimonio o, mejor dicho, al esposo con el que tenía que casarse.
-¿Tiene algo que ver con Nicolai?
-Está relacionado con el matrimonio, sí. He de ver cómo se resuelve antes de que
termine la semana. Ya no puede esperar más tiempo.
Anastasia se aterrorizó.
-¡Pero todavía faltan dos meses para el día que tú escogiste!
-Esto no puede esperar hasta entonces.
-¡Pero tú sabes que odio a Nicolai, abuela!
-Sí, y si hubieras sabido que le odiabas antes de que yo aceptara el precio nupcial que
pagaron por tí, entonces podrías llevar mucho tiempo casada con otro. Pero Iván, ese
taimado hijo de un chivo, vino a hablar conmigo cuando tú sólo tenías siete años, cinco
antes de que fueras lo bastante mayor para casarte y mucho antes de que te dieras cuenta
de que Nicolai no era el hombre adecuado para ti. Iván no quería correr el riesgo de que
otro hombre se le adelantara.
-Yo era tan joven ... -dijo Anastasia con amargura-. No entiendo a qué venía tanta
prisa. Iván podría haber esperado a que yo fuera lo bastante mayor para decidir por mí
misma.
-Ah, pero no olvides que estábamos visitando a otra banda. Y el otro barossan mostró
excesivo interés por nuestra familia, e hizo demasiadas preguntas sobre ti. Iván no es
ningún tonto. Esa misma noche te pidió en matrimonio. El otro barossan te pidió en
matrimonio a la mañana siguiente, unas pocas horas demasiado tarde. Iván lleva años
alardeando de cómo le ganó por la mano.
-Sí, le he oído hacerlo.
-Bueno, pues ya va siendo hora de que deje de alardear. Siempre ha recurrido a toda
clase de métodos despreciables y rastreros para que yo y los míos siguiéramos unidos a
esta banda, porque tenemos el don de la profecía. Nunca te lo he contado, pero cuando
tu madre anunció que se iba a vivir con su gajo, Iván vino a verme y me prometió que
antes de permitir que mi hija malgastara su talento con aquellos que no son de la sangre
la mataría... a menos que yo accediera a tener otro bebé con el que reemplazarla. Por
aquel entonces yo ya era demasiado mayor para tener hijos, pero ¿crees que a ese
estúpido se le ocurrió tomar en consideración ese pequeño detalle? -preguntó soltando
un bufido.
-Y supongo que accediste, -verdad?
-Por supuesto. -María sonrió-. Nunca me ha costado mentirle a Iván Lautaru.
-Y luego no intentó hacértelo pagar de alguna manera?
-No, no hubo necesidad. No tardamos en saber que tu madre estaba embarazada de
ti, y entonces Iván se convención sí mismo de que volvería a nosotros con su bebé,
siendo ésa la razón por la que no nos fuimos de aquí. Es la vez que hemos pasado más
tiempo en el mismo sitio.
-Pero ¿por qué ahora quieres que me case con Nicolai? Llevas años ayudándome a
huir de ese matrimonio. ¿Qué te ha hecho cambiar de parecer?
-No he cambiado de parecer, Anna. He dicho que debes casarte, no que debas
casarte con Nicolai.
Anastasia puso ojos como platos, porque nunca se le había ocurrido pensar en esa
posibilidad.
-¿Casarme con otro hombre? Pero ¿cómo puedo hacerlo, cuando he sido comprada y
pagada?
-¿Casarte con otro hombre de nuestro pueblo? No, no puedes hacerlo. Eso sería el
insulto más grave que se le pudiera hacer a Iván, y además Nicolai nunca aceptarla
semejante insulto. Mataría al hombre que escogieras. Pero un gajo ya sería otra
cuestión.
-¿Un gajo? -preguntó Anastasia con incredulidad-. ¿Un extraño, alguien que no es de
la sangre? ¿Cómo puedes ni siquiera sugerirlo?
-¿Y cómo no puedo hacerlo, niña, cuando es tu única alternativa... a menos que
quieras pasa r el resto de tu vida siendo esclava de Nicolai?
Anastasia volvió a estremecerse. Sabía desde hacía mucho tiempo que antes de
someterse a Nicolai se iría de la banda. ¿Y qué diferencia había entre irse o casarse con
un forastero? De cualquier manera, se iría.
Suspiró.
-Supongo que tienes un plan, ¿verdad, abuela? Dime que lo tienes, por favor.
La anciana sonrió y le palmeó la mano.
-Por supuesto que tengo un plan, y además uno muy sencillo. Debes embrujar a un
gajo para que te pida que te cases con él, y después debes convencer a la banda de que
lo amas. El amor hará que todo el asunto sea visto desde otra perspectiva. Por amor
uno puede traicionar a su gente y a todo aquello en lo que cree. Eso es, comprensible,
aceptable. Pero debes ser convincente. Si piensan que lo haces sólo para evitar casarte
con Nicolai, entonces los Lautaru se sentirán insultados. Harás lo mismo que hizo tu
madre. Para ella fue real, porque realmente amaba a su gajo. Para ti será una mentira,
pero una mentira que usarás para escapar de ese futuro que dices no poder aceptar. Y
quizá, si tienes suerte, algún día dejará de ser una mentira.
¿Hacer lo que hizo su madre? La hija de María, la madre de Anastasia, se había
enamorado de un boyardo ruso, uno de los pequeños príncipes de la nobleza de aquella
tierra. Murió al dar a luz a su bebé, un bebé que el boyardo habría conservado junto a él
si hubiera sido un niño. Pero una hija no le servía de nada, y por eso permitió que
María se llevara a su nieta y la educara.
Anastasia no había conocido a su padre, y nunca había deseado conocerle. Ni
siquiera sabía si aún vivía. Le daba igual. Un hombre que no había visto valor alguno
en ella no significaba nada para Anastasia. Y si dentro de su corazón se ocultaba una
brizna de amargura por haber sido rechazada, se la guardaba para sí misma.
María sabía lo que sentía, naturalmente. María lo sabía todo. Podía mirar a la gente
a los ojos y saber con toda exactitud qué había en su corazón. No se le podía ocultar
nada. Pero no siempre tenía respuesta para las preguntas que iban contra las filosofías
naturales de su pueblo, y entonces utilizaba como excusa al ruso.
Eso fue lo que hizo en aquel momento.
-Tú eres distinta del resto de nosotros -le recordó a Anastasia-. La sangre de tu padre
se hace notar, pero eso no es malo. Nunca has robado, y nunca le has dicho una mentira
a un gajo para despojarle de unas cuantas monedas. Para nosotros es natural hacer todas
esas cosas y alardear de cómo hemos sabido ser más listos que ellos, pero a ti esa
conducta te parece despreciable. En eso eres digna hija de tu padre, porque tu sangre es
demasiado noble para que puedas rebajarte a utilizar lo que consideras métodos
deshonestos. Nunca he intentado cambiar tu naturaleza o enseñarte a hacer las cosas de
otra manera. Si los dos progenitores tenían buenas cualidades que transmitirte, entonces
es bueno que tengas cualidades de ambos.
-Nunca he querido ser diferente.
-Lo sé -murmuró María-. Pero nadie puede evitar ser aquello que ha nacido para ser.
-Pero si me voy, ¿no amenazará Iván con matarme, igual que hizo con mi madre?
-No, esta vez no. Yo le convenceré de que si te mantiene apartada del amor, tu corazón
destrozado seguramente le traerá desastres en vez de buena fortuna. También le
recordaré que podrás divorciarse de tu gajo en cualquier momento y volver con la
banda. Eso es algo que puedes hacer, Anna, así que acuérdate de esa posibilidad por si
acabas descubriendo que tu elección no te hace feliz. Y si no regresas, entonces nunca
tendrás que volver a preocuparse por Iván. Tu matrimonio con un gajo romperá tu
contrato con los Lautaru. Entonces podrás hace r lo que te venga en gana, casarte con
quien quieras o no casarte con nadie. La elección volverá a ser única y exclusivamente
tuya.
-Pero yo no sé, cómo se embruja a los hombres. ¿Cómo podría hacerlo? Esperas
demasiado de mí.
-No dudes de ti misma, niña. Mírate. Esta caravana nunca ha visto una mujer más
hermosa. Tienes la magnífica cabellera negra de tu madre. Tienes la piel blanca de tu
padre y sus ojos, que eran, del más puro azul. Tienes la sagacidad y la compasión de tu
madre. Muchas fueron las veces en que se enfrentó con la banda para proteger a algún
gato que le daba pena. Tú has hecho igual. Embrujas a cada hombre que te mira. Lo
que pasa es que no te das cuenta de que lo haces, porque hasta ahora nunca has pensado
en ello.
-Es que no entiendo cómo podré hacerlo en tan poco tiempo. Dos meses...
-Una semana -la interrumpió María inflexiblemente.
-Pero...
-Una semana, Anna, no más. Mañana irás a ese pueblo. Mira bien a cada hombre
con el que te encuentres. Habla con los que te interesen. Usa tu talento en tu favor.
Pero elige a uno, y luego tráemelo. Yo sabré si has elegido bien.
-Pero ¿quiero elegir bien?
Semejante pregunta podría haber confundido a otra persona, pero no a María.
-¿Piensas usar a ese hombre durante algún tiempo y luego divorciarse de él para
poder volver con la banda? Sólo tú puedes responder a esa pregunta, niña, suponiendo
que luego seas capaz de vivir con tu conciencia después de haber usado a un hombre de
esa manera. A mí no me costaría nada hacerlo, pero yo no soy tú. Creo que preferirías
acertar en tu elección y hacer que tu primer matrimonio fuera el único.
María estaba en lo cierto, naturalmente. Pasar de un matrimonio a otro no sería muy
distinto a pasar de un hombre a otro. Anastasia, al menos, no veía mucha diferencia
entre una cosa y otra. Para ella el amor tenía que durar eternamente. Todo lo que
estuviera por debajo de eso no podía ser amor.
Por desgracia, no veía cómo, dado el límite de tiempo que le estaba imponiendo
María, podía encontrar a un hombre, y además un inglés, con el que quisiera estar
casada hasta el fin de sus días. Ya estaba abriendo la boca para tratar de convencerla de
que ampliara el plazo cuando María, por segunda vez, se puso muy seria, y sus nudosos
dedos volvieron a estrecharle la mano.
-Hay algo más que debo decirte, y de lo que también tendría que haberte hablado
hace mucho tiempo. No me iré de este lugar.
Anastasia frunció el ceño, pensando que María quería decir que se quedaría allí con
ella y con el esposo inglés que debía encontrar. Pero por mucho que le hubiera gustado
que eso fuese posible, sabía que Iván nunca lo permitiría.
Por mucho que lo lamentara, tenía que hacérselo ver.
-Me has dicho incontables veces que Iván nunca dejará que te vayas, y que antes te
mataría.
María sonrió irónicamente.
-Esta vez no hay nada que pueda hacer para evitar que me vaya, Anna. Un privilegio
de la edad es el lugar de descanso, y yo he escogido éste. Ha llegado mi hora.
-¡No!
-Calla, hija de mi corazón. Esto no es algo que pueda discutirse o evitarse. Y no
deseo prolongar lo inevitable. Recibiré a la muerte con los brazos abiertos, porque
pondrá fin a los dolores que han agobiado mi cuerpo durante estos últimos años. Pero
antes he de verte seguir tu propio camino, porque de lo contrario no me iría en paz... Y
ahora, basta de lágrimas. No hay que llorar por algo tan natural como la muerte de una
muy anciana.
Anastasia abrazó a su abuela, escondiendo el rostro en su hombro para que no viera
aquellas lágrimas que le era imposible contener. María había predecido inquietud, y no
era exactamente lo que Anastasia estaba sintiendo en aquel momento, cuando todo su
mundo se derrumbaba a su alrededor. Aquel golpe era demasiado terrible e inesperado.
Pero por el bien de María, dijo:
-Haré lo que haga falta para que puedas irte en paz.
-Sabía que lo harías, niña -dijo María acariciándole la espalda-. ¿Comprendes ahora
por qué antes debes casarte? Si eres todo lo que le queda a Iván, entonces no te dejará
marchar por mucho que intentemos razonar con él. Mientras crea que todavía me tiene,
te dejará marchar. Y ahora ve a acostarte. Necesitas una buena noche de sueño para
poder pensar con claridad mañana, porque mañana irás en busca de tu destino.
12
¿Y en la cama de quién la han encontrado esta semana?
-En la de lord Maldon. Le creía un poco más sensato, francamente. A estas alturas
ya debería saber que, en sus intentos por superar a la última gran Dalila de la corte, esa
mujer contrajo la viruela.
-¿Y qué- te hace pensar que él no la tenía ya?
-Hummm. Sí, supongo que en ese caso le daría igual, -verdad? Bueno, no cabe duda
de que la variedad se ha vuelto realmente peligrosa. Es preferible limitarse a una
amante y asegurarse de que eres el único que comparte su lecho, como hago yo. Así
quizá vivirás más tiempo.
-Si quieres limitarte a una mujer, ¿por qué no te casas?
-Dioses, no. Nada te llevará a la tumba más deprisa que una esposa gruñona. La
próxima vez que se te ocurra hacer una sugerencia tan descabellada, muérdete la lengua.
Y además, ¿qué tiene que ver el matrimonio con tener que limitarse a una sola mujer?
Christopher Malory no estaba prestando demasiada atención a la charla de sus
amigos. No debería haberlos traído. Expectantes en un principio, ya empezaban a
mostrar señales de aburrimiento mientras, repantigados en los sillones del estudio de su
residencia, cotilleaban sobre viejos cotilleos. Pero él no venía a Haverston para
entretener a sus invitados. Iba allí dos veces al año para inspeccionar la contabilidad,
cosa que estaba intentando hacer aquella tarde, y luego se iba sin perder un instante.
La rapidez de su partida no se debía a que en Londres hubiera negocios o
compromisos sociales que lo reclamaron. Lo que ocurría era que nunca se había sentido
cómodo en Haverston, y cuando permanecía demasiado tiempo allí acababa teniendo la
sensación de estar atrapado.
Haverston era un lugar oscuro y lúgubre, con muebles anticuados y paredes de feos
tonos grises y marrones en el que la hosca servidumbre sólo le dirigía la palabra para
decirle «Sí, milord» o «No, milord». Siempre podía redecorarlo, naturalmente, pero
¿por qué tomarse esa molestia cuando no deseaba pasar allí más tiempo del
estrictamente necesario para examinar la contabilidad y escuchar las quejas del
administrador de sus propiedades?
El feudo era bastante grande y proporcionaba unos buenos ingresos, pero él ni lo
había querido ni lo necesitaba. Ya poseía una preciosa residencia en Ryding que
tampoco visitaba con excesiva frecuencia -la paz y el silencio de la vida del campo
nunca habían sido de su agrado-, así como el título de vizconde. Pero Haverston le
había sido regalado en señal de gratitud, junto con un nuevo título de alto rango, por
haber salvado sin querer la vida del rey.
Había ocurrido por pura casualidad cuando bajaba de su carruaje, atascado en el
barro, en el mismo instante en que un caballo desbocado pasaba Por allí. La súbita
aparición de Christopher asustó al caballo lo suficiente para que se detuviera, pudiendo
decirse que debido a ello depositó a su jinete sobre él, que acabó aplastado contra el
suelo.
El azar quiso que el jinete resultara ser su rey, que estaba cazando en los bosques
cercanos cuando su caballo se espantó. El rey Jorge, naturalmente, se mostró muy
agradecido por aquella interferencia que juraba le había salvado la vida. Y no hubo
manera de impedir que fuera altamente generoso en su gratitud.
Artemius Whipple, el administrador de sus propiedades, estaba sentado frente a él al
otro lado del escritorio y escuchaba ávidamente los cotilleos, en vez de estar
concentrado en el asunto que le atañía, y Christopher tuvo que llamar su atención dos
veces para que prestara atención.
Whipple era un orondo caballero de mediana edad que venía incluido con el feudo, y
Christopher no había tenido ninguna razón para despacharlo. Mientras las propiedades
produjeran unos ingresos, cosa que hacían, su señor no tendría nada que reprocharle,
por mucho que algunos de sus gastos resultaban incomprensibles. Whipple siempre
tenía una excusa lista para ellos. Pero algunos eran tan escandalosos que requerían ser
investigados.
-¿Cincuenta libras para que los jornaleros aren y siembren la granja principal? ¿Los
ha mandado traer en barco desde las Américas?
Whipple percibió el sarcasmo y se ruborizó nerviosamente.
-Admito que la suma es escandalosa, sí, pero cada vez resulta más difícil encontrar
jornaleros que quieran trabajar aquí. Corre el ridículo rumor de que Haverston está
encantado y que por eso su señoría no quiere residir aquí.
Christopher puso los ojos en blanco. -Menuda tontería.
-¡Oh, vaya! -exclamó Wálter Keats-. Es la primera cosa interesante que he oído
desde que llegamos aquí. ¿Y quién se supone que es el espectro?
Walter, el más joven de los tres amigos a sus veintiocho años, no soportaba pensar en
el matrimonio. En aquel momento su peluca empolvada estaba torcida después de que
un picor hiciera que se la rascara distraídamente. Aunque las pelucas, y más las
empolvadas, ya sólo se lucían en ocasiones especiales, Walter seguía el ejemplo de la
vieja aristocracia y nunca salía de su vestidor sin una. En realidad todo se reducía a una
cuestión de vanidad, dado que su cabellera castaño oscura no le confería el porte que
una peluca perfectamente empolvada, unida a sus luminosos ojos verdes, era capaz de
otorgar a su rostro.
-¿Quién es? -preguntó Whipple mirando vagamente al joven lord como si no hubiese
esperado que su razón fuera diseccionada, ya que Christopher rara vez le interrogaba
acerca de las excusas que alegaba.
-Sí, ¿quién es? -insistió Walter, con lo que colocó al administrador en una situación
bastante comprometida-. Si un lugar está encantado es e evidente que alguien tien que
ser el responsable de dicho encantamiento.
-Pues francamente no lo sé, lord Keats -dijo Whipple poniéndose un poco más rojo-.
Nunca he dado mucho crédito a las supersticiones de los campesinos.
-Y además da igual, porque aquí no hay fantasmas -añadió Christopher.
Walter suspiró.
-Qué aburrido eres, Kit. Si mi hogar tuviera historia, y me refiero al tipo de historia
que está empapado en sangre, te aseguro que querría conocerla.
-No considero que esta mansión sea mi hogar, Walter.
-¿Se puede saber, por qué no?
Christopher se encogió, de hombros.
-Mi hogar siempre ha sido la casa de Londres. Este sitio no es más que un lugar...
una labor de la que he de encargarme.
David Rutherford, que no disfrutaba de una posición tan acomodada como sus dos
amigos, sacudió la cabeza.
-¡Quién sino Kit podría pensar que este lugar no es más que un lugar! No es
muy alegre lo admito, pero tiene un potencial increíble.
A sus treinta años, David aún no estaba tan aburrido de la vida como lo estaba
Christopher a sus treinta y dos. Sus negros cabellos y sus ojos de un azul muy claro
hacían de él un hombre muy apuesto y últimamente dedicaba la mayor parte de su
tiempo a las mujeres aunque estaba dispuesto a probar cualquier cosa nueva, sobre todo
si sonaba mínimamente arriesgada.
Christopher hubiese querido poder compartir ese interés, pero durante el último año
había desarrollado un extraño hastío y parecía incapaz de interesarse por nada. Habla
acabado comprendiendo que estaba harto de todos los aspectos de su vida, y aquel
aburrimiento empezaba a convertirse en una pesada carga.
Sus padres murieron cuando él aún era niño y, al no tener más parientes, fue criado
por el procurador de la familia y los sirvientes, que quizá habían modificado su manera
de ver las cosas. Christopher no se sentía atraído por cuanto divertía a sus amigos. De
hecho, en su vida había muy pocas cosas que le parecieran divertidas, y por esa razón su
aburrimiento había llegado a volverse tan perceptible.
-El potencial que pueda tener Haverston dependerá del tiempo que se invierta en él y
del interés por explotarlo que se tenga -repuso cansadamente.
-Tú- dispones del tiempo -observó Warren-, así que debe tratarse de falta de interés.
-Exacto -dijo Christopher con una mirada penetrante que esperaba pondría fin a la
discusión pero, por si acaso, añadió-: Ahora, si no os importa, tengo trabajo que hacer
aquí. Me gustaría volver a Londres: antes del otoño.
Dado que todavía faltaba más de un mes para la llegada de aquella estación, su
sarcasmo fue debidamente anotado, e intercambiando miradas ofendidas los do 'jóvenes
caballeros volvieron a sus cotílleos. Pero Christopher apenas tuvo tiempo de volver a
hablar cuando el mayordomo entró en el estudio para anunciar la llegada de unos
visitantes inesperados procedentes de Havers.
El alcalde, el reverendo Biggs y el señor Stanley, el miembro más veterano del
consejo municipal, habían ido a la mansión para dar la bienvenida a Christopher al
«vecindario» cuando éste fue a Haverston por primera vez hacía ya unos años. No
obstante, Christopher no había vuelto a ver a ninguno de aquellos hombres, dado que
durante sus estancias en la mansión nunca había surgido ocasión de visitar el pueblo, y
no se le ocurría qué podía haberlos traído una vez más a Haverston, particularmente a
aquellas horas de la tarde. Pero los visitantes apenas le dieron tiempo a hacer ninguna
conjetura, pues fueron directamente al motivo de su visita.
-Hoy hemos sido invadidos, lord Malory.
-Por una pandilla de impíos ladrones y vendedores de pecados! -exclamó el
reverendo Biggs con considerable indignación.
Walter pareció encontrar particularmente interesante el término «Impíos».
-Que supongo serán distintos de los ladrones piadosos, ¿verdad? -preguntó.
Estaba siendo sarcástico, pero el buen reverendo optó por tomarse muy en serio sus
palabras.
-Los paganos normalmente lo son, milord -dijo pomposamente.
David, sin embargo, se había animado considerablemente ante la mención del
pecado.
-¿Qué clase de pecado estaban vendiendo? -preguntó.
Christopher, irritado por esa nueva interrupción de su labor, no acababa de entender
a qué venía todo aquello.
-¿Y por qué acuden a mí? ¿Por qué no se han limitado a hacer arrestar a esos
criminales?
-Porque no fueron sorprendidos robando. Esos paganos son muy astutos.
Christopher rechazó la explicación con un ademán Heno de impaciencia, ya que
aquello no respondía a su pregunta.
-Como alcalde, lo único que debe hacer es pedirles que abandonen su hermoso
pueblo, así que repito la pregunta: ¿por qué acuden a mí?
-Porque los zíngaros no se encuentran en nuestro pueblo, lord Malory. Han
acampado en su propiedad, sobre la cual no tenemos jurisdicción.
-¿Zíngaros? Oh, esa clase de pecado -dijo David con una risita que le ganó un gesto
desaprobatorio por parte del reverendo.
-Y supongo que quieren que yo les pida que se vayan, ¿verdad? -dijo Christopher.
-Por supuesto, que eso es lo que quieren, Kit. Y Walter y yo iremos contigo para
echarte una mano. No podemos permitir que vayas solo.
Christopher puso los ojos en blanco. Sus amigos habían encontrado algo con que
entretenerse después de todo, y a juzgar por sus expresiones, ambos tenían muchas
ganas de empezar a divertirse.
13
-Nunca había visto a tantos hombres casados juntos en el mismo sitio -dijo una
Anastasia muy disgustada cuando se reunió con su abuela junto a la hoguera del
campamento aquella noche-. El pueblo tiene el tamaño ideal, pero no servirá para
nuestro propósito, abuela. No he podido encontrar ni un solo hombre que no fuera
demasiado viejo, demasiado joven o demasiado... inaceptable.
-¿Ni uno solo? -exclamó María, muy sorprendida.
-Ni uno solo.
María frunció el ceño pensativamente antes de preguntar:
-¿De qué clase de «inaceptable» estamos hablando?
-De aquélla de la que nunca podría creerse que yo fuera capaz de enamorarme.
María suspiró y asintió.
-No, esa clase no sirve. Muy bien, esta noche le diré a Iván que debemos irnos. No
me preguntará por qué. Puedes probar suerte en el próximo pueblo.
-Creía que habías dicho que querías quedarte aquí, que este claro te parecía un buen
sitio en el que descansar.
-Bueno, pues entonces buscaré un lugar apacible un poco más lejos. No te preocupes
por mí, niña. Sabré resistir hasta que te cases... siempre que lo hagas dentro de esta
semana.
Anastasia no pudo evitar encorvar los hombros en cuanto oyó esas últimas palabras.
Se había prometido a sí misma que no volvería a llorar. Si su abuela realmente estaba
sufriendo tanto en su ancianidad, entonces, sería terriblemente egoísta por su parte
desear que siguiera entre los vivos sólo porque sabía que estaría totalmente perdida sin
su amor y sus consejos.
Quedaba tan poco tiempo, y había tantas cosas que quería decirle a aquella mujer que
la había criado, tantas cosas que quería agradecerle. Pero no se le ocurría nada que
pudiera expresarle todo, salvo...
-Te quiero, abuela.
Una sonrisa iluminó el rostro de María y extendió el brazo para estrecharle la mano.
-Todo irá bien, hija de mi corazón. Tus instintos te guiarán y tu don de la visión te
ayudará, y así te lo predigo. Pero si alguna vez tú o los tuyos necesitáis mi ayuda, la
tendréis...
Ofrecer ayuda desde el más allá parecía descabellado, pero aun así Anastasia se
sintió inmensamente reconfortada. Le devolvió el apretón y, queriendo disipar la
repentina seriedad del momento-, bromeó:
-Estarás demasiado ocupada quitándote de encima a todos esos apuestos ángeles
que te han estado esperando.
-¡Bah! ¿Para qué quiero volver a tener entre quién escoger, cuándo es la paz lo que
ando buscando?
-Muy bien dicho -observó sir William mientras se reuma con ellas junto a la
hoguera-. Y además estará esperando mi llegada, así que no tendrá que escoger entre
todos esos apuestos ángeles, los cuales, ay, quedarán infinitamente desilusionados. -Se
inclinó ante María y dejó caer un ramillete de flores silvestres encima de su regazo-.
Buenas noches, querida.
Anastasia sonrió mientras observaba el ligero sonrojo de María y la mirada de
adoración que le lanzó el inglés. Otra razón por la que quería tanto a Wllliam: su
presencia ejercía un efecto benéfico sobre la anciana, añadiendo placer a sus últimos
días. Anastasia siempre le estaría agradecida por ello.
El inglés no se quedó mucho tiempo con ellas, porque la cena que estaba preparando
María aun no estaba lista y William había decidido cuidar de los caballos de su carreta,
a los que iba a ver varias veces al día para asegurarse de que estuvieran bien atendidos.
Pero apenas había ido hacia ellos cuando unos visitantes inesperados llegaron al
campamento.
Fue toda una entrada en escena, con tres jinetes llegando al galope y deteniendo sus
monturas con un brusco tirón de riendas. Uno de los ballos, un robusto corcel marrón,
pareció tomarse bastante mal el que su veloz galopada fuera interrumpida de aquella
manera, pues cabeceó, arañó el suelo con los cascos y acabó irguiéndose sobre sus patas
traseras.
Pero su jinete lo controló admirablemente, y le bastaron unos instantes para calmarlo.
Anastasia contempló a aquel hombre que podía manejar con tal facilidad a tan briosa
montura y su mirada ya no fue más allá, pues por primera vez había quedado fascinada
por la visión de alguien.
Era alto, muy alto, ancho de hombros y corpulento de pecho. Sus rubios cabellos no
estaban empolvados. La mitad de los ingleses con que se encontraba llevaban pelucas,
tanto los hombres como las mujeres, que generalmente llevaban empolvadas. Pero, si
esa abundante cabellera dorada recogida en la nuca era una peluca, había sido
soberbiamente confeccionada y carecía de los apretados rizos sobre las sienes que los
ingleses encontraban tan elegantes.
El jinete era asombrosamente apuesto, o al menos así se lo pareció a Anastasia, que
quedó al punto fascinada, y María, que había visto cómo lo miraba le dijo-
-Así que hoy has encontrado uno después de todo.
-Podría estar casado -murmuró Anastasia con un hilo de, voz.
-No -negó categóricamente María-. Ya va siendo hora de que tengas un poco de
suerte, niña. Y ahora, ve a reclamar tu destino antes de que alguna de las otras mujeres
acapare su atención y debas enfrentarte a ella para arrebatárselo. Si no, fuera por ese
animal tan peligroso sobre el que está sentado, ya las tendría encima. Pero no tengas
miedo de su montura, porque él no permitirá que te haga daño.
Anastasia nunca dudaba de lo que le decía María, tampoco lo hizo en aquel
momento. Asintió distraídamente y fue al centro del campamento, donde los
desconocidos habían detenido a sus caballos junto a la hoguera más grande. Iván había
estado sentado junto a ella y se levantó ante la intrusión, por lo que el inglés rubio le
dirigía ahora sus exigencias, que Anastasia oyó mientras iba hacia ellos.
-Tu gente ha entrado en mi tierra sin permiso. Ya sé que quizá no os hayáis dado
cuenta de lo que hacíais, pero ahora que lo sabéis, tendréis que iros...
Iván se apresuró a interrumpirle antes de que su insistencia llegara a volverse
irreversible. -Tenemos con nosotros a una anciana que, está muy enferma dijo-. Aún
no puede viajar.
Era una excusa que usaban en muchas ocasiones cuando les pedían que se
marcharan, y poco podía imaginarse Iván cuán cierta era esta vez.
Pero el dueño de las tierras no parecía muy convencido. Mirando en torno suyo, se
dispuso a repetir su orden.
Por eso Anastasia se adelantó para dirigirle su súplica.
-Es mi abuela la que está enferma, lord inglés. Sólo necesita descansar unos días.
Dejaremos tu propiedad tal como la encontramos y no sufrirá ningún daño. Por favor,
deja que nos quedemos aquí un día o dos para que pueda recuperar las fuerzas.
El inglés, estaba contemplando a Iván con un ceño tan sombrío que por un momento
pareció que ni siquiera se volvería hacia ella para mirarla, pero cuando lo hizo abrió un
poco más los ojos, dando con ello una indicación de que estaba tan sorprendido por lo
que veía como ella. Sus ojos eran muy verdes y muy penetrantes. Anastasia no pudo
apartar la mirada de ellos, reconociendo la intensa emoción que iba llenándolos poco a
poco y deleitándose con ella, porque esa pasión que ni se le había ocurrido despertar era
el material con el que podía trabajar.
Cuando vio que se limitaba a seguir mirándola en silencio, añadió:
-Ven a conocerla. Comparte una botella de exquisito vodka ruso o vino francés con
nosotras. Así verás que somos gente inofensiva y de habilidades únicas que podrían
interesarse.,
Sabía que estaba siendo descaradamente provocativa, sabía qué servicio pensaría él
que le estaba ofreciendo y sabía que ésa era la razón por la que asintió y desmontó
para seguirla, y en realidad nada de todo aquello tenía ninguna importancia dentro
del gran plan general de las cosas. Anastasia necesitaba estar a solas con él para que
pudieran hablar, y debía hacer que pareciese que estaban fascinados el uno por el
otro para que todos creyeran que se habían enamorado apenas se conocieron, y
aquélla era la forma más fácil de conseguirlo.
Lo llevó hasta su hoguera. María se había levantado y ya estaba alejándose. A
Anastasia no se le había ocurrido pensar que el extranjero notara que su abuela no
estaba enferma, pero no necesitaba preocuparse por eso. Ella estaba acostumbrada a ver
a María cada día, y por eso no se había dado cuenta de lo mal que se encontraba. Pero
al Observarla a través de los ojos de un desconocido, se dio cuenta de que se la veía
pálida, débil y vieja, como si estuviera cansada de vivir. Verla así le desgarró el
corazón.
-Quiero que conozcas a alguien, abuela.
-Esta noche no, niña. Necesito descansar.
Anastasia no se esperaba aquello sobre todo porque sabía que María o había oído lo
que acababa de decirse junto a la hoguera de Iván. No obstante, enseguida comprendió
que María intentaba proporcionarle un poco de ese tiempo a solas con el inglés que
tanto necesitaba. Pero aun así hubiese querido que se quedara con ellos porque
necesitaba saber qué opinaba de aquel hombre, y María no podría formular una opinión
a menos que hablara con él. El inglés se encargó de hacerla cambiar de parecer.
-Deja que se vaya -dijo secamente-. Ya veo que no se encuentra muy bien.
Anastasia asintió y le señaló uno de los gruesos almohadones de lona esparcidos por
el suelo para que se sentara.
-Te traeré algo de beber y..
-Eso no será necesario -la interrumpió él mientras alejaba a su caballo unos pasos y
volvía con ella-. Siéntate. Tu visión ya es suficientemente embriagadora.
Anastasia no podía haber pedido una respuesta mejor, pero aun así se ruborizó. No
estaba acostumbrada a aquel juego de la seducción, y no tenía muy claro cómo había
que jugar a él. Pero sabía que era su única opción, la única manera en que podía aspirar
a convencerlo de que se casara con ella.
Se reunió con él junto al fuego. Visto de cerca, el inglés era todavía más apuesto de
lo que le había parecido en un principio. De hecho, todo en él era agradable a la vista.
Sus ropas eran elegantes sin llegar a la suntuosa ostentación que tanto gustaban
exhibir algunos lores. La levita marrón que le llegaba hasta las rodillas sólo tenía
bordados sobre los ribetes de los bolsillos y en las holgadas mangas, y su amplio vuelo
se desplegó a su alrededor cuando se sentó. Sus calzas terminadas en la rodilla se
ceñían a los contornos de sus piernas y, con una rodilla levantada para apoyar el brazo
en ella, mostraban los músculos de sus muslos.
Sus medias eran de seda blanca, al igual que la camisa, aunque la ' única evidencia de
ésta eran los volantes que asomaban de las gruesas bocamangas de su levita y las
chorreras de encaje que formaban el cuello de ésta. Su chaleco ceñido al cuerpo era de
brocado beige, se abrochaba mediante una larga hilera de botones dorados y quedaba
abierto desde la cadera hasta el muslo para permitir una mayor libertad de movimientos.
Muchos hombres recurrían al corsé para que aquellos chalecos tan largos y
apretados les quedaran mejor -de hecho, su uso se había puesto muy de moda-, pero
Anastasia no creía que aquel inglés tuviera necesidad de uno. Estaba demasiado bien
constituido y en buena forma física para ello y, dentro de ser demasiado grande y
robusto lo era de una manera musculoso. Aquel hombre nunca permitiría que un exceso
de carne echara a perder su aspecto soberbiamente cuidado.
El inglés volvía a tener los ojos clavados en ella. Anastasia estaba cometiendo la
misma falta de cortesía que él, y no podía dejar de mirarlo. Pero también sabía que
estaban siendo ávidamente observados. Las otras mujeres ya se habían lanzado sobre
los dos acompañantes del inglés, y la música había empezado a sonar. Una de las
mujeres estaba bailando una de sus danzas más provocativas para entretenerlos.
Pero Anastasia apenas si se enteraba de lo que estaba ocurriendo en el campamento,
porque el hombre sentado junto a ella acaparaba toda su atención. Por eso no pudo
evitar un leve sobresalto cuando volvió a oír su grave voz.
-Antes mencionaste ciertos servicios. Querría saber cuál es el servicio que tú puedes
ofrecer, hermosa mía.
Ella sabía qué respuesta esperaba y que se sentiría muy desilusionado si se limitaba a
decirle la verdad pero aun así no iba a mentirle más de lo estrictamente necesario. De
hecho, esperaba no tener que mentirle ni una sola vez, porque no quería que su relación
empezara así. Y de pronto, gracias a su extraordinario sentido de la visión, supo que se
casarían. Lo único que aún no sabía era cómo se las ingeniarla para que eso llegara a
ocurrir.
El estofado de María olía muy bien. Anastasia lo removió mientras pensaba qué debía
decirle al inglés. ¿Toda la verdad? ¿Una verdad parcial?
No quería que la tomara por una hechicera dotada de poderes mágicos, que era lo que
pensaban de algunas zíngaras. A algunas personas les daba miedo la magia, y a veces
incluso las cosas que sólo daban la apariencia de serlo podían inspirar temor. Anastasia
no poseía ninguna clase de magia real, sólo un talento cuya naturaleza podía parecer un
tanto mágica por la sencilla razón de que nunca se equivocaba. El problema era cómo
explicarle eso al inglés.
14
Christopher había visto zíngaros antes, aunque nunca tan de cerca. Grandes bandas
de ellos acampaban de vez en cuando por las afueras de Londres para ejercer sus
numerosos oficios y habilidades y entretener a aquellos londinenses que osaban
aventurarse por sus campamentos, pero nunca había ido a verlos. Aun así, había oído
muchas historias sobre ellos, la mayoría no demasiado agradables.
Generalmente se los tenía por ladrones y prostitutas exóticas, pero se admitía que
también dominaban las- respetables artes de la calderería, la trata de caballos, la música
y la danza. Se los consideraba un pueblo feliz y despreocupado que aborrecía la idea de
echar raíces en un lugar determinado. Cuando un zíngaro no podía vagar a su antojo se
le marchitaba el alma o al menos eso había oído decir Christopher.
Aquel grupo parecía bastante inofensivo. Su campamento estaba limpio y ordenado.
Su música y sus risas no eran excesivamente ruidosas. La mayoría eran de piel morena
y aspecto exótico.
Todos llevaban faldas y pañuelos de vivos colores, con blusas más claras, y los
hombres lucían hermosos fajines. Había una gran exhibición de bisutería barata bajo la
forma de enormes pendientes colgantes y muchos anillos, cadenas y brazaletes.
La muchacha que tan vivamente había cautivado su interés, sin embargo, parecía
distinta de los otros. Lucía grandes pendientes y numerosos brazaletes y anillos. Sus
ropas eran igual de alegres y de vivos colores, la falda azul y amarillo, la blusa de
mangas cortas de un amarillo pálido. Pero ningún pañuelo recogía su cabellera, la cual
caía libremente en rizos sobre los hombros y la espalda.
Eran sus ojos, no obstante, los que la hacían tan distinta. El que fueran levemente
rasgados les daba una apariencia exótica, de un brillante azul cobalto. Su piel, tan lisa y
blanca como el marfil, también era de un color mucho más claro.
No era muy alta. Su cabeza probablemente no le llegaría a los hombros a
Christopher. Era delicada y esbelta, pero estaba perfectamente proporcionada. Los
opulentos senos tensaban el delgado algodón de la blusa. Christopher había visto
mujeres más hermosas, pero nunca una tan atractiva como aquélla. La había deseado
nada más verla. Lo cual ya era de por sí bastante asombroso, puesto que nunca le había
ocurrido anteriormente.
Todavía no había respondido a su pregunta. Observándola y disfrutando de su
contemplación, Christopher casi lo había olvidado hasta que la oyó hablar.
-Soy sanadora, vidente e intérprete de sueños -dijo la joven-. No pareces estar
enfermo, lord inglés -añadió con una sonrisa.
Christopher rió.
-No, no estoy enfermo. Y tampoco sueño con la frecuencia suficiente para
acordarme de algún sueño en particular que puedas interpretar para mí. En cuanto a ver
mi, futuro, tendrás que perdonarme, preciosa, pero no pienso tirar el dinero en algo que
no podrá comprobarse hasta que ya estés muy lejos de aquí.
-Un hombre inteligente. -La joven que se veía no estaba ofendida por sus palabras,
sonrió-. Pero no veo el futuro.
-¿No? -repuso él enarcando una ceja dorada-. ¿Y entonces qué ves? ya que dices ser
una vidente?
-Veo a las personas tal como son en realidad y a veces las ayudo a verse más
claramente a sí mismas, para que así puedan corregir sus defectos y ser más felices con
su suerte.
Christopher encontró muy graciosas sus descabelladas afirmaciones.
-Ya me conozco suficientemente bien a mí mismo.
-¿De veras?
La pregunta fue hecha en un tono tan significativo que Christopher no pudo evitar
sorprenderse, pero enseguida dejó pasar la curiosidad que le había suscitado. No se
dejaría engañar. Aquellas gentes se ganaban la vida aprovechándose de los ignorantes y
los supersticiosos, y él no era ninguna de las dos cosas. Además, la joven aún no había
mencionado lo que él quería de ella.
-Tengo monedas para gastar -le dijo sin inmutarse. Seguro que tienes alguna otra
cosa que vender... que podría interesarme.
El que su mirada recorriera su cuerpo mientras hablaba dejó muy claro qué era lo que
quería de ella. Semejante atrevimiento habría hecho que una dama se sintiera
insultado, pero la joven no se inmutó. Incluso llegó a sonreír, como si la deleitara
que él se mostrase tan descarado en su deseo. Por eso su respuesta dejó confuso a
Christopher.
-No estoy en venta.
Christopher se sintió como si acabara de recibir un hachazo. Nunca se le: había
ocurrido pensar que no pudiera poseerla. Sus emociones se rebelaron, decididas a- no
aceptar una negativa.
Se había quedado sin habla, y al notario, pasados unos momentos, ella añadió:
-Lo cual no quiere decir que no puedas tenerme...
-¡Excelente! -la interrumpió él, pero con eso sólo consiguió que alzara una mano
para pedirle que la dejara terminar.
-Pero no vale la pena que hablemos de ello, porque la condición no será de tu agrado.
Christopher no supo de qué manera reaccionar ante la serie de intensos altibajos
emocionales que le estaba infligiendo aquella zíngara.
Acabó frunciendo el ceño, y cuando volvió a hablar lo hizo en un tono bastante
hosco y desagradable
-¿Qué condición? -preguntó.
La joven suspiró.
-¿Por qué mencionarla, cuando nunca accederás a ella?
Dándole la espalda, empezó a levantarse como dispuesta a marcharse. Christopher la
cogió del brazo para detenerla. Sería suya. Pero de pronto le enfureció verla tan segura
de que jugar con él haría subir el precio.
-¿Cuánto me costará? -preguntó, decidiendo morder el anzuelo.
Su tono hizo que Anastasia parpadeara, pero no intentó aplacar su ira.
-¿Por qué todo ha de tener un precio, lord inglés? -se limitó a preguntar-. Te has
equivocado al pensar que soy como esas mujeres de allí. Para ellas acostarse con un
gajo no significa nada, porque sólo es otro medio de echar comida a la olla.
-¿Y qué te hace distinta?
-Sólo soy medio zíngara. Mi padre era tan noble como el tuyo, si es que no más,
porque en su país era todo un príncipe. De él he heredado ideales distintos, uno de los
cuales es que ningún hombre me tocará sin haberme tomado antes en matrimonio.
¿Entiendes ahora por qué digo que no vale la pena hablar de ello? No sólo tendrías que
acceder a casarte conmigo, sino además convencer a mi abuela de que eres digno de mí,
y no preveo que ninguna de esas dos cosas vaya a ocurrir. Y ahora, si me disculpas...
Christopher no estaba' dispuesto a dejarla marchar. Casarse con ella era absurdo,
naturalmente, tal como ella misma había señalado. Conque su padre era príncipe, ¿eh?
¡Menuda mentira! Aun así la deseaba. Tenía que haber otra manera de poseerla. Lo
único que tenía que hacer era dar con ella, y para eso temía que mantenerla allí y hablar.
Fue por esa razón por la que le dijo:
-Cuéntame algo más sobre esa «videncia» tuya.
La joven no se anduvo con rodeos.
-¿Por qué iba a hacerlo cuando dudas de mí?
Christopher se apresuró a dirigirle una afable sonrisa que esperaba disipara sus
sospechas.
-Pues entonces convénceme.
Por un momento la joven se mordió el labio, indecisa. El labio mordido no podía ser
más atractivo. Volvió a remover el contenido de la olla, y cada uno de sus sensuales
movimientos también removía cosas dentro de él. Parecía estar absorta en sus
pensamientos. Después se irguió y lo miró a los ojos, sin decir nada y con penetrante
fijeza durante unos momentos interminables. Christopher no pudo evitar tener la
sensación de que la joven realmente estaba escrutando las más oscuras simas de su
alma. La tensión era tan insoportable que estuvo a punto de gritar.
-Muy bien -dijo finalmente la joven-. No eres feliz. No es que algo te haya hecho
desgraciado, no. De hecho, en tu vida hay muchas cosas que podrían hacerte feliz, pero
no lo hacen.
Al parecer su hastío saltaba a la vista. Sus amigos también lo habían comentado, por
lo que no le sorprendió que ella fingiera «ver» aquello como su problema.
Furioso al ver que la joven llamaba “videncia” a lo que era tan evidente que
cualquiera podía verlo, decidió ponerla en su sitio.
-Y tal vez sepas por qué.
-Tal vez lo sepa -repuso ella, y la compasión que llenó sus ojos hizo que Christopher
se sintiera extrañamente incómodo-. Es porque lo que antes te interesaba ha dejado de
interesarse, y todavía no has encontrado nada que pueda ocupar su lugar. Eso ha hecho
que te sintieras... ¿ desilusionado? ¿Aburrido? No estoy muy segura, pero sólo sé que a
tu vida le falta algo muy importante. Eso no ha empezado a preocuparse hasta hace
poco. Quizá se deba a que has estado solo y sin familia durante demasiado tiempo. La
atención y el cuidado de una familia siempre son buenos, pero tú te has visto privado de
ellos. Quizá sea que aún no has encontrado un propósito para tu vida.
Christopher sabía que todo aquello sólo eran conjeturas por su parte, pero la
precisión con que daban en el blanco era un poco aterradora. Quería oír más, y al
mismo tiempo quería que se callará. En realidad, lo que quería oír era algo que no
dejara lugar a dudas de que sólo era una charlatana.
-¿Qué más ves?
La joven se encogió alegremente de hombros.
-Cosas sin importancia que no tienen nada que ver con tu bienestar y tu estado de
ánimo.
-¿Como cuáles?
-Como que podrías ser rico, pero que en realidad no estás interesado en acumular
grandes riquezas.
Christopher enarcó una ceja.
-Perdona, ¿cómo dices? ¿Qué te hace pensar que no soy rico?
-Desde mi punto de vista, lo eres. Desde el tuyo, sólo disfrutas de una posición
razonablemente acomodada. Incluso el administrador de tus propiedades obtiene más
beneficios que tú por trabajar para ti.
Christopher se quedó paralizado.
-Ésa es una observación calumniosa y difamatoria, muchacha, y más vale que te
expliques ahora mismo. ¿Cómo puedes saber eso?
Ver que se había convertido en el objeto de su ira no pareció alarmarla en lo más
mínimo.
-No puedo saberlo -replicó-. Pero hoy he do a Havers y no he podido evitar oír
hablar mucho de ti. Como rara vez vienes aquí, cuando lo haces tu nombre está en boca
de todo el mundo. Tu administrador fue mencionado en bastantes ocasiones, y también
hablaron de cómo te ha estado engañando desde que llegaste. Algunos opinan que un
lord se tiene bien merecido que lo engañen. Otros, en cambio, han tratado
personalmente con ese hombre y, lo desprecian. Normalmente el que haya dos motivos
diferentes para decir lo mismo elimina los motivos y, con ello, sólo proclama la ad. Y si
no fuese verdad, lord inglés, te habrías reído y no le hubieses dado mayor importancia.
Tu enfado demuestra que me he limitado a confirmar tus propias sospechas.
-¿Algo más? -gruñó él.
La joven le sonrió.
-Sí, pero me parece que ya te he hecho enfadar bastante: por una noche. ¿Quieres
compartir esta frugal cena?
-Ya he comido, gracias. Y preferiría dar rienda suelta a toda la ira ahora, para dejar
sitio a.... otras emociones. Así pues, sigue diseccionándome.
Ella se ruborizó ante la mención de aquellas otras «emociones», comprendiendo muy
bien a qué se refería. Eso disipó la furia de Christopher, recordándole que estaba
sentado allí presa de una imperiosa necesidad causada por aquella joven, y que aún tenía
que encontrar la manera de satisfacerla.
-No te gusta atraer la atención hacia tu persona -dijo ella-, y por eso no vistes de
manera excesivamente ostentosa. No es porque no te guste la ostentación, sino porque
sabes lo apuesto que eres, y eso ya basta para atraer más atención de la qu 1 e te gusta.
Christopher no pudo evitar reírse.
-¿Cómo demonios has llegado a esa conclusión?
-¿La de que sabes muy bien lo apuesto que eres? Eso cualquier espejo te lo
mostrará. ¿La de que tal vez te gustaría vestir más a la moda, pero no lo haces? Veo
cómo tus compañeros lucen con gran elegancia y donaire sus caras joyas, sus colores
mucho más vivos, sus adornos y pelucas. Pero tú vistes menos ostentosamente y no
llevas joyas, ni siquiera una cinta de terciopelo alrededor del cuello. Esperas que las
miradas se posen en ellos más que en ti. Pero es una esperanza vana, porque eres un
hombre sencillamente extraordinario.
Christopher se ruborizó. Estaba emocionado. La pasión le devoraba, y las palabras
de la joven hicieron que el fuego de su deseo ardiera aún más intensamente.
Su mano fue hacia la mejilla de la joven. No podía contenerse, tenía que tocarla. Y
ella no intentó impedir que lo hiciera. Se limitó a mirarlo sin decir nada, y al ver aquel
torbellino e emoción en sus ojos azules él casi olvidó que estaban sentados a la
intemperie delante de su hoguera de acampada y la tomó entre sus brazos.
-Ven conmigo a casa esta noche, zíngara -dijo con voz enronquecida-. No lo
lamentarás. -¿Significa eso que tienes un sacerdote gato viviendo en tu casa para que
pueda darnos su bendición?
La mano de Christopher se apartó de ella y la frustración llenó su semblante.
-¿Estás diciendo que te casarías conmigo?
-Te estoy diciendo que yo también te deseo, lord inglés, pero sin las palabras del
sacerdote no puedo tenerte. No puede ser más simple, ¿verdad?
-¿Simple? -casi bufó él-. Debes saber que es imposible, que las gentes de mi nivel
social sólo se casan con personas de su clase.
-Sí, sé muy bien cómo los nobles se dejan gobernar por las opiniones de quienes
están a su altura, las cuales no les permiten obrar a su antojo. Lástima que no seas un
hombre del -pueblo, lord inglés. Ellos gozan de más libertad que tú.
-¿Y de qué libertad gozas tú si no puedes hacer lo que quieres? -repuso él con
despecho-. ¿O acaso no acabas de decir que me deseas?
-Eso no puedo negarlo. Pero en mi caso no son las opiniones de los demás lo que me
limita, sino mi propio sentido de la moral. Ya que quieres saberlo, mi gente se
escandalizaría si me casara contigo. Irónicamente, no serías un compañero aceptable
para mí, porque no eres uno de nosotros. ¿Me dejaría influir yo por eso? No. En estas
cosas lo único que debería importar es el corazón. Pero el mío nunca me permitirá
entregarme a un hombre que no pueda conservar. Tengo un concepto mucho más
elevado de mí misma.
-Entonces no tenemos nada más que decirnos. -Christopher se levantó y le lanzó unas
monedas al regazo-. Por tu videncia -dijo despectivamente-. Lástima que no puedas
«ver» una manera de que estemos juntos.
-Ah, pero es que sí la he visto -repuso ella con tristeza-. Lástima que no me desees
lo suficiente para querer tenerme junto a ti.
15
«Lástima que no me desees lo suficiente para querer tenerme junto a ti .. »
Lo más curioso era que Christopher sí la deseaba hasta ese extremo. Se dio cuenta
de ello hacia el mediodía del día siguiente, cuando descubrió que no podía dejar de
pensar en la joven. Pensar en ella le impidió trabajar. También ignoró groseramente a
sus amigos. Anoche lo habían pasado muy bien, y su diversión incluyó obtener de las
otras muchachas zíngaras aquello que le había sido negado a él. Christopher no les
guardaba rencor por eso, pero el no haber tenido tanta suerte le estaba volviendo loco.
Empezó a beber a primera hora de la tarde en un intento de calmar su desilusión. No
le sirvió de mucho, pero sí le facilitó decidir que tomaría por amante a la zíngara.
Seguramente eso satisfaría su estricto «sentido de la moral», ¿no?
Acababa de anochecer cuando volvió al campamento zíngaro. Esta vez no se llevó
consigo a David o Walter y ni siquiera les dijo adónde iba, pues tenía intención de
volver con la zíngara y, al mismo tiempo, no quería que sus amigos supieran que lo
había dejado totalmente fascinado, embrujándolo hasta el punto de querer instalarla en
Londres.
La joven no estaba junto a la hoguera donde la había dejado la noche anterior, pero la
anciana sí estaba allí. Christopher ató su caballo cerca de ella. Nadie vino a preguntarle
qué hacía allí, probablemente porque no querían saber si había venido para volver a
echarlos'
-Estoy buscando a su nieta, señora -dijo sin más preámbulos.
Ella alzó la mirada hacia él, entrecerrando los ojos mientras sonreía.
-Por supuesto. Anda, siéntate aquí y dame la mano -dijo, palmeando el cojin que
había junto a ella.
Christopher se sentó, pero no estuvo muy seguro de por qué le dio la mano. La
anciana la sostuvo flojamente entre sus dedos nudosos, que ya no tenían fuerzas para
apretarla. Sus ojos se cerraron por un momento y luego se abrieron para clavarse en los
suyos. Fue la sensación más extraña imaginable, como si le estuvieran tocando el alma.
Meras imaginaciones suyas. No tendría que haber bebido tanto y tampoco hubiese
debido traerse consigo una botella entera de ron, como si necesitara un, poco de valor
extra para pedirle a la zíngara que fuera su amante. En realidad, Christopher no estaba
muy seguro de cuál sería su respuesta, y quería estar un poco borracho por si se daba el
caso de que le rechazara.
-Eres un hombre muy afortunado -acabó diciéndole la anciana-. Lo que voy a darte
te traerá la felicidad durante el resto de tu vida.
-¿Y qué va a darme?
-Lo sabrás en su momento -dijo ella, volviendo a sonreírle.
Más tonterías. Aquellas gentes vivían de hacerse las misteriosas. Christopher
supuso que eso formaba parte de su atractivo, pero estaba impaciente por volver a ver a
la muchacha.
-¿Dónde está su nieta?
-Le han pedido que baile. Ahora se está preparando. No tardará mucho.
Incluso un minuto más sería demasiado tiempo para él. Su impaciencia era increíble.
Después de haberse obligado a permanecer alejado de ella durante todo el día, ahora que
estaba allí se negaba a tener que esperar.
-Sí, pero ¿dónde se está preparando? Sólo quiero hablar con ella.
La vieja zíngara soltó una risita.
-Y hablarás con ella, pero después de que haya bailado. Si hay algo que no necesita
ahora es la distracción que supondría tu presencia, porque la danza requiere de toda su
concentración. Paciencia, gajo: tendrás lo que deseas.
-¿Sí? ¿Cuando lo que deseo es a ella?
No debía haberle dicho aquello precisamente a su abuela. Había cometido una falta
de tacto realmente imperdonable... El único inconveniente de beber demasiado era que
te soltaba la lengua, y él acababa de tropezar con la suya. Pero ya era demasiado tarde
para retirar lo dicho. Afortunadamente, la anciana no pareció ofenderse y se limitó a
asentir.
-¿Eso quiere decir que tienes a uno de tus regiosos preparados para dar su bendición?
-preguntó con su marcado acento zíngaro.
¿Otra vez aquella tontería?
-Ridículo. Soy un lord inglés, señora.
-¿Y? Ella es una princesa de los zingaros, tan noble en su tierra natal como tú en la
tuya. Y si quieres que sea tuya, entonces tendrás que casarte con ella.
-Se me ha -ocurrido una alternativa aceptable -repuso él estiradamente.
-¿De veras? ¿Una que le parecerá más favorable que casarse con ese zíngaro de allí,
cuyo padre es nuestro barossan y ya ha pagado el precio nupcial por ella?
Christopher se tensó, súbitamente invadido por la rabia.
-¿Qué zíngaro?
-Ese tan guapo que está apoyado en aquel árbol de ahí, el que bailará la tanana con
ella esta noche. Pocos gajos han tenido ocasión de asistir a esa danza. No sabes la
suerte que tienes por haber venido aquí justo cuando van a bailarla, inglés.
Aquel «bailar con ella» parecía encerrar algún extraño significado que la mente
embotada por el alcohol de Christopher no fue capaz de entender. Buscó con la mirada
al hombre que le había señalado la anciana y vio que se apartaba del árbol. Siguiendo
su dirección, vio a la muchacha que se había adueñado de sus pensamientos y contuvo
el aliento ante su sensual hermosura.
Llevaba una blusa blanca que le dejaba los hombros al descubierto y cuyo profundo
escote estaba ribeteado por un vaporosa encaje adornado con diminutas lentejuelas
doradas. Su falda dorada relucía con un resplandor intensificado por los abalorios
dorados cosidos a lo largo de su vuelo. Sus únicas joyas eran los largos pendientes que
destellaban y tintineaban al menor movimiento. Un gran pañuelo blanco del tamaño de
un chal, también puntuado por lentejuelas doradas, cubría su reluciente cabellera negra
y caía sobre sus costados.
Toda ella resplandecía de pies a cabeza. Estaba preciosa. No se había dado cuenta
de que Christopher estuviera allí. Estaba mirando al zíngaro mientras sus brazos se,
alzaban, dando inicio a la danza...
El joven era. realmente apuesto, alto, esbelto y lleno de gracia en sus saltos y
movimientos. Christopher se sintió demasiado grande y terriblemente torpe en
comparación. El baile era fascinante. Por muy frenéticos que llegaran a volverse el
ritmo y los movimientos, los danzarines nunca perdían el contacto ocular. Era una
danza de pasión, de tentación, de dos amantes que flirtean, juegan el uno con el otro,
niegan, ofrecen, prometen...
-No puede tenerla. Lo prohibo -dijo Christopher, demostrando con ello lo borracho
que estaba.
La anciana se rió de él, lo cual no tenía nada de sorprendente.
-No puedes prohibirlo, inglés. Lo único que puedes hacer es evitarlo casándote con
ella. -No puedo casarme con ella, señora.
Un prolongado suspiro.
-Pues entonces deja de pensar que puedes tenerla; disfruta de la danza y vuelve a tu
casa. Por la mañana nos iremos de aquí.
Christopher no había apartado los ojos de la oven desde que apareció, y tampoco lo
hizo en aquel momento. Pero las palabras de la anciana causaron un pánico inesperado
que no logró controlar del todo. Se irían... ¿y ella también se iría? ¿Nunca volvería a
verla? Inaceptable. Ella accedería a ser su amante. Le compraría lo que quisiera, le
daría cualquier cosa..., salvo una licencia matrimonial. ¿Cómo podía no acceder?
Pero por mucho que quisiera creer que el dinero resolvería aquel problema por él, no
podía contar con que así fuera cuando estaba tratando con gentes tan distintas de las
suyas. Christopher se encontraba fuera de su elemento. Sólo unos extranjeros podían
pensar que bastaba con que se casara con ella, como si eso fuera lo más sencillo del
mundo, ignorando el hecho de que él era un lord con título y ella sólo era una zíngara
cualquiera. Claro que, pensándolo bien, no podía haber muchas zíngaras tan
infinitamente hermosas y deseables como ella, pero eso no cambiaba nada.
Sencillamente no podía ser.
¿Por qué no?
La pregunta lo desconcertaba. Necesitaba otro trago. Al menos esa necesidad era
fácil de satisfacer, y Christopher sacó la botella de ron del ancho bolsillo de su levita, la
descorchó y se la llevó a los labios sin apartar los ojos de la danzarina ni un solo
instante.
Aquella joven era el deseo y la pasión. Bailaba como un ángel. Bailaba como una
ramera. Dios, cómo la deseaba. Nunca había deseado nada con tanta intensidad. Había
conseguido que volviera a sentir. Sus emociones llevaban mucho tiempo sin estar tan
vivas. Tenía que poseerla. Fuera cual fuera el precio que hubiese que pagar, tenía que
poseerla ...
16
Se despertó con un gemido. Christopher no supo de dónde venía hasta que volvió a
oírlo, y entonces se dio cuenta de que era él quien gemía. Le iba a estallar la cabeza.
Tenía una resaca espantosa, y supuso que se la tenía bien merecida por habérsele
ocurrido beber nada menos que ron. Normalmente el ron no estaba presente en sus
libaciones, pero ayer había querido algo fuerte y no quedaba nada más en la mansión,
un descuido que rectificaría hoy mismo en cuanto se levantara.
-Puedo aliviarlo.
La voz, suave como un susurro, hablaba con un ligero acento. Christopher se volvió
para averiguar a quién pertenecía. No le sorprendió ver a la joven, recostada sobre la
almohada junto a él, sonriéndole. Ann, Anna, no, Anastasia, sí, ése era el nombre que
por fin había logrado arrancarle en algún momento de la noche pasada, aunque no podía
recordar exactamente cuándo.
-¿Aliviar el qué?
-El dolor que tienes como resultado de tus excesos de anoche.
Oh, ¿eso? -Christopher torció el gesto cuando otra punzada de dolor le atravesó las
sienes-. Olvídalo, no es nada. Si te acercas un poquito más y dejas que te abrace, el
placer que sentiré hará que me olvide de mi dolorida cabeza.
Anastasia le acarició suavemente la frente.
-No hará que lo olvides, pero decir eso es muy galante por tu parte.
Aun asi se le acercó un poco más, pegándose a su costado y apoyando la cabeza en
su pecho. Christopher dejó escapar un suspiro de éxtasis al darse cuenta de que estaba
totalmente desnuda bajo la sábana. No sabía qué había ocurrido entre ellos anoche -¿y
por qué demonios no podía recordarlo-, pero fuera lo que fuese estaba seguro de que lo
había disfrutado.
-Así que al final te diste por vencida, ¿ eh? -dijo con tono de satisfacción mientras
deslizaba una mano por entre los suaves mechones de su cabellera-. Sabía que lo harías,
aunque que me cuelguen si recuerdo por qué.
-Insististe, ya que quieres saberlo.
-¿Insisti? Bien, pues me alegro de haberlo hecho.
Anastasia rió con un sonido aterciopelado que provocó una rápida respuesta en la
entrepierna de Christopher. La facilidad con que podía hacer que la desease era
realmente asombrosa.
-No recordar la mejor parte de la noche hace que me sienta... insatisfecho -le dijo
con voz apenada-. Pero estoy dispuesto a repetirla para poder acordarme.
Ella alzó la cabeza para mirarlo. En sus hermosos ojos había humor, pero también
ternura.
-¿Otra vez? Siento defraudarte, Cristopl4 pero anoche te quedaste profundamente
dormido apenas tu cabeza tocó la almohada. Ni siquiera moviste un dedo cuando te
desnudé, algo que no me resultó nada fácil teniendo en cuenta lo enorme que eres y lo
mucho que pesas. Podrían haber disparado un cañón en esta habitación, y no habrías...
-Sí, ya lo he entendido -gruñó él-. Maldición, ¿tanto bebí?
Ella asintió con una sonrisa.
-Cuando has bebido demasiado te pones muy gracioso. Tu voz no se vuelve pastosa,
y no te tambaleas ni te cuesta moverte. No pareces estar borracho. Pero la cosas que
dices... Francamente, dudo mucho que las dijeras estando sobrio.
-¿Como cuáles?
-Oh, como eso de que nunca volvería a bailar. ¡Qué tontería! Pues claro que
bailaré... siempre que me lo pidas. 0 cuando me subiste a la grupa de tu caballo y dijiste
que no me moviera de allí mientras matabas a Nikolai.
Christopher puso ojos como platos.
-No lo maté, ¿verdad?
-No: empezaste a buscar un arma en uno de tus bolsillos, te distrajiste y al
final olvidaste lo que, estabas buscando.
-Nunca más -dijo él torciendo el gesto-. Si alguna vez vuelvo a ver otra botella de
ron, juro que...
-Sí, ya lo sé. Antes que beber de ella te la romperás en la cabeza.
-No pensaba ir tan lejos.
Anastasia volvió a reír.
-Ya lo imaginaba, pero eso es la que dijiste anoche.
Su risa le dio nuevos ánimos. Tirando suavemente de ella, Christopher la alzó sobre
su pecho hasta que su boca estuvo al alcance de la suya. Sus ojos se encontraron con
los de Anastasia. Estaba seguro de que la joven reconocería el deseo en su mirada.
-Así que todavía no hemos hecho el amor -murmuró con voz ronca.
-No, ni lo haremos -repuso ella tranquilamente-. No hasta que te libres de ese
espantoso dolor de cabeza que sé estás padeciendo. Cuando quiera hacer el amor
contigo, Cristoph, quiero que sólo sientas placer. No exageré cuando te dije que
conozco- el arte de curar. Las mujeres de mi familia llevan muchas generaciones
usando las hierbas con fines curativos. Será un momento.
Varias emociones distintas le asaltaron a la vez: un apasionado deseo cuando la oyó
hablar de hacer el amor con él, aguda desilusión cuando la vio salir de la cama, y una
súbita admiración rayana en el temor cuando contempló su desnudez.
Anastasia se comportó como si pasearse totalmente desnuda por una habitación fuese
lo más normal del mundo. No mostró el menor rastro de incomodidad o- vergüenza.
Tampoco exhibía orgullosamente aquél cuerpo magnífico ante él, aunque no le faltaran
razones para hacerlo. Se limitó a ir hasta una bolsa de tela que había traído consigo y
hurgó dentro de ella hasta encontrar lo que andaba buscando, después de lo cual recorrió
la habitación con la mirada hasta localizar las otras cosas que necesitaba: vasos y varias
botellas de cristal tallado, una de las cuales se llenaba con agua fresca cada día.
Abrió una botella detrás de otra para husmear su contenido y después,
sorprendentemente, escogió el coñac para echar un poco de licor en el vaso dentro del
que había metido unas hierbas trituradas. Removiendo la mezcla con un dedo, que
luego se limpió chupándolo para inmenso horror de Christopher el efecto que eso tuvo
sobre su estado de ánimo fue devastador-, volvió a la cama y le alargó el vaso.
El vaso apenas contenía un centímetro del dorado licor, enturbiado por el añadido de
las hierbas, Christopher lo contempló con desconfianza.
-¿Por qué coñac en vez de agua?
-Porque la mezcla no tiene un sabor demasiado agradable, y el coñac disimula el
gusto. Bébetela. Te sentirás mucho mejor dentro de unos quince minutos. El tiempo
suficiente para que me dé un baño rápido.
Pensar en ella dentro de su espaciosa bañera hizo que Christopher se apresurara a
engullir la poción y dejarla a un lado.
-Me reuniré contigo... si no te importa.
-No me importa -dijo ella sonriéndole-. Siempre que me prometas que tendrás las
manos quietas hasta que no sientas dolor.
Christopher suspiró.
-Olvídalo. Sufriré... eh... quiero decir que te esperaré aquí.
Ella asintió, se inclinó sobre él para darle un beso en la frente y luego le habló al
oído:
-La paciencia es una virtud que siempre acaba siendo recompensada, Cristoph.
Él estuvo a punto de decirle que no se llamaba Cristoph, un nombre que sonaba a
extranjero, pero prefirió guardar silencio y saborear la visión de aquellos magníficos
senos que tanto se hablan aproximado a su boca cuando ella se inclinó sobre él. Oyó
cerrarse la puerta del cuarto de baño y suspiró, pero luego no tardó mucho en empezar a
tejer fantasías sobre Anastasia sola en aquella decadente estancia.
El cuarto de baño era el único lugar de la mansión que no encajaba con la decoración
actual, y se había llevado una sorpresa cuando la inspeccionó por primera vez. Era
como si algún puritano del siglo pasado hubiera decorado la casa y aquel cuarto de
baño: hubiera permanecido oculto a sus Ojos, con lo que había quedado intacto.
Enorme y diseñado al estilo romano antiguo, su bañera rodeada de columnas griegas e
incrustada en el suelo, a la que se accedía por unos escalones de mármol, podía alojar
sin dificultad a seis personas adultas. Desnudos querubines dorados formaban los grifos
de la bañera y la suntuosa pileta.
Christopher se bañaría con ella en esa bañera, y lo haría antes de que partieran hacia
Londres. Pensar en Londres hizo que se preguntara dónde demonios iba a alojar a
Anastasia hasta que pudiera encontrar un lugar adecuado para ella. No podía confiar en
que los, sirvientes de su residencia en la ciudad no hablaran de ella. Aquí en el campo
eso apenas tenía importancia, porque los cotilleos de la servidumbre no llegaban tan
lejos. Pero en Londres sí que, lo hacían, y Christopher no quería que empezara a
circular el rumor de que una zíngara lo había embrujado, por mucho que así fuese.
La puerta se abrió. Anastasia volvió a entrar en la habitación tan desnuda como
antes y fue directamente a la cama. Arrodillándose encima de ella, apartó la sábana y
después se puso encima de él. Christopher contuvo el aliento ante su osadía mientras la
joven se acomodaba sobre su ingle. La larga cabellera fue a enroscarse sobre el
estómago de Christopher.
-¿Qué tal va tu dolor de cabeza? -le preguntó tranquilamente, como si no lo tuviera
embelesado con sus acciones.
-¿Qué dolor de cabeza?
La respuesta hizo sonreír a Anastasia.
-Te arrepientes de algo, Cnstoph? Él rio y movió las caderas junto a las de ella.
-Debes estar bromeando.
Ella puso los ojos en blanco.
-Sé que puedo hacerte feliz. Sólo me preguntaba si estás contento con lo que el
destino ha depositado en tus manos. Yo sí, desde luego.
Él alzó el brazo para acariciarle la mejilla.
-Me parece que no has reparado en lo mucho que ya has hecho por mí. No sabes
cuánta razón tenías cuando me hablaste de lo, que veías en mí. Me había convertido en
un caparazón muerto y tú me has devuelto a la vida.
La sonrisa de Anastasia se volvió radiante.
-Tú y yo nos necesitamos el uno al otro.
-Apoyando las manos en la cabecera de la cama por encima de sus hombros, se
inclinó sobre él para hablar en un murmullo pegado a sus labios--. Oh, sí, cuánto nos
necesitamos...
Él gimió y la rodeó con los brazos, tirando de ella para sentir el contacto de todo su
cuerpo sobre el suyo. Y también capturó sus labios, cerrando su boca encima de la de
ella en una voraz exigencia. Sintió que Anastasia se tensaba. Era demasiada pasión de
golpe, pero Christopher era incapaz de ir más despacio. Era como si llevase años
esperando aquel momento y a aquella mujer, y ahora que ambos eran suyos nada podría
detenerlo.
Pero ella lo detuvo. Se liberó de su abrazo y, aprovechando el momento de sorpresa,
le tomó el rostro entre las manos y le habló con imperiosa sequedad:
-Escúchame bien, Cristoph: no permitiré que me hagas daño porque estás tan
embriagado r>or la pasión que no piensas en lo que haces ¿Olvidas acaso que es la
primera vez que estoy con un hombre? En otra ocasión podremos hacer esto deprisa y
sin perder ni un instante, si tal es tu deseo, pero no esta vez. Esta vez deberás velar por
aquello que has de romper. Estoy preparada para el dolor, pero sólo tú puedes
mitigarlo. ¿O es que no te importa que sufra más de lo estrictamente necesario?
-Claro que me importa -respondió él automáticamente.
Aun así, todavía estaba tratando de asimilar sus palabras. Santo Dios, ¿cómo podía
ser virgen y comportarse con aquella osadía? Pero la verdad sería descubierta en
cuestión de momentos, por lo que no podía tratarse de un mero finjimiento por parte de
ella.
-Para ser una virgen eres terriblemente descarada -observó sin excesivo tacto, como
comprendió demasiado tarde.
Pero en vez de ofenderse, ella se echó a reír.
-Vamos a pasar el resto de nuestras vidas juntos. ¿Por qué razón iba a querer
ocultarte nada? Soy tuya, Cristoph. Esconderme de ti sería una tontería por mi parte,
¿verdad?
«Soy tuya.» Sorprendentemente, aquello lo llenó de ternura. Christopher hizo que sus
cuerpos rodaran encima de la cama, de tal manera que ahora era él quien se inclinaba
sobre ella. La besó, esta vez delicadamente. Paladear el momento también tenía sus
cosas buenas.
Anastasia sabía divinamente. Sus labios se separaron para darle la bienvenida,
tirando de su lengua conforme él la exploraba lentamente. La mano de él se movió
sobre un firme seno. Ella se arqueó hacia arriba, llenando toda su mano. Christopher
casi rió de puro deleite. Una virgen descarada, ¿qué más podía pedir un hombre?
-Entonces cuando estés lista, ¿me lo dirás? -preguntó con voz ronca.
-Creo que... tú mismo te darás cuenta -jadeó ella.
Así sería. Él sonrió y siguió con su exploración. La piel de Anastasia era cálida,
suave y sedosa. Christopher se encontró acariciándola reverentemente, maravillándose
ante la perfección de sus formas, la delicada blandura y la manera en que reaccionaba a
su contacto. Su miembro endurecido anhelaba estar dentro de ella, pero aun así la
encontraba tan fascinante que contemplar cómo experimentaba el amor físico por
primera vez lo llenó de éxtasis. Anastasia temblaba, gemía y se ofrecía a sus caricias,
haciéndole sentirse como si él también estuviera experimentando el amor físico por
primera vez.
Y enseguida supo cuándo estuvo lista. Christopher se aseguró de no aplastarla con
su peso cuando se puso encima de ella para acomodarse entre sus muslos, y tuvo aun
más cuidado al penetrarla. La barrera estaba allí tal como había afirmado ella, y al
atravesarla tuvo que apretar los dientes. El gemido que escapó de los labios de
Anastasia fue prolongado, pero no pasó de. eso, y con un beso él la tranquilizó.
Dándole unos momentos para que se recuperara de la molestia, no siguió adelante
hasta que ella empezó a devolverle el beso. Una vez reanimada su pasión, acabó de
deslizarse hacia el interior de sus profundidades, lenta, exquisitamente, hasta que éstas
lo hubieron acogido del todo. Sentirse envuelto por el placer de aquel delicioso calor
que tan apretadamente se ceñía a su virilidad casi le hizo perder el control, pero aun así
consiguió mantener a raya al éxtasis final para retirarse e iniciar un delicado vaivén que
ella podría tolerar. Mas no tardó en hacerse evidente que Anastasia había dejado atrás
toda necesidad de moderación, y una impetuosa embestida bastó para que los dos
emprendieran el glorioso viaje hacia la culminación.
17
Christopher nunca se había dado cuenta de lo agradable que podía ser algo tan
sencillo como tener abrazada a una mujer junto a él y sentir el cálido contacto de su
cuerpo. Supuso que antes nunca se había tomado el tiempo necesario para descubrirlo,
porque en cuanto había acabado de satisfacer sus necesidades siempre tenía prisa por
dormirse o ir a ocuparse de sus asuntos. Además, antes nunca había «mantenido» a una
amante,, y nunca había llevado a una a su cama.
No es que hubiera tenido muchas amantes a lo largo de los años, pero esas mujeres
tenían sus propias residencias, sus propias vidas independientes, y el arreglo típico con
aquella clase de amantes consistía en que cada parte se limitaba exclusivamente a
satisfacer a la otra durante un tiempo. No le costaban más que algún capricho caro de
vez en cuando.
Anastasia, en cambio, estaría totalmente «mantenida». Christopher le proporcionaría
una casa donde podría visitarla, sirvientes que la rodearían de comodidades, ropas y
comida, así como cuantos caprichos pudiera tener. Iba a salirle cara. Pero no cabía
duda de que Anastasia lo valía.
-Suena como si tuvieras hambre -dijo ella cuando oyeron gruñir a su estómago por
tercera vez.
-Quizá sea porque la tengo -replicó lánguidamente él, sin tener ninguna prisa por
levantarse-. Y ahora que lo pienso, no recuerdo haber cenado... Maldición, no me
extraña que ese ron se me subiera a la cabeza de esa manera. ¿Tienes idea de qué hora
es?
-Bastante tarde: mediodía, por lo menos. Él se rió.
-¿Y a eso lo llamas tarde?
-Cuando estás acostumbrada a levantarte con el amanecer, si, es muy tarde.
Él sonrió.
-Ahora ya nunca tendrás que volver a levantarte tan temprano.
-Da la casualidad de que me gusta el amanecer y ver salir el sol. ¿A ti no?
-Hummm,. Nunca había pensado en ello... La verdad es que no recuerdo haber visto
muchos amaneceres. Los crepúsculos están más acordes con mis costumbres.
-Creo que te gustará ver amanecer conmigo Cristoph -predijo ella.
-Y yo sé que te gustarán los crepúsculos -conmigo -replicó él.
.-¿Y por qué no podemos disfrutar de ambos?
Christopher se irguió en la cama y la miró.
-No estarás pensando en cambiar mis costumbres, ¿verdad? ¿Y por qué insistes en
llamarme Cristoph? Anoche te dije que mi nombre era Christopher, ¿no?
-Lo hiciste, y también dijiste que tus amigos te llaman Kit. Pero a mí me gusta
mucho más Cristoph. Mis oídos lo encuentran mucho más lírico. Considéralo como
una muestra de cariño.
-¿He de hacerlo?
Anastasia soltó una risita, rodó hasta el borde de la cama y fue a coger sus ropas.
-Me parece que debemos alimentarte inmediatamente. Un estómago vacío siempre
acaba poniendo de mal humor.
Él pestañeó y sonrió para sus adentros. Anastasia tenía razón, claro. No había nada
de malo en que se subiera inventado uno de esos apodos cariñosos que los amantes
suelen utilizar entre ellos. Y además, cuando se movía desnuda por la habitación como
lo estaba haciendo en aquellos momentos, Christopher se sentía sencillamente incapaz
de ponerle peros a nada.
Se levantó para vestirse. Cuando hubo acabado y volvió a mirarla, fue para descubrir
que Anastasia llevaba el mismo llamativo vestido con el que había bailado anoche, el
cual atraería mucha más atención de la que él deseaba.
-¿No tienes otra cosa que ponerte? -preguntó.
-Anoche no me diste ocasión de hacer el equipaje, Cristoph. Lo único que tengo, es
mi bolsa, que mi abuela consiguió, lanzarme antes de que tú hicieras que ese
impresionante corcel tuyo huyera al galope de nuestro campamento.
Él torció el gesto al acordarse de que la noche anterior no se había comportado
precisamente como un caballero.
-Hoy te llevaré allí para que recojas tus cosas, y quizá también te lleve al pueblo para
que compres algo más... normal.
Aquel comentario hizo que Anastasia enarcara una ceja.
-¿Es que mis ropas no te parecen normales?
-Bueno, desde luego que lo son -dijo él. adoptando un tono conciliador-. Es sólo que
son... bueno...
-¿Vulgares, quizá? ¿Propias de una campesina? ¿Adecuadas únicamente para
zíngaras vagabundas? -dijo ella desairada.
-No tienes por qué ofenderte, Anastasia. Tu ropa está muy bien para la vida que
llevabas en los caminos, pero a partir de ahora llevarás una vida totalmente distinta. Es
así de sencillo.
Anastasia seguía furiosa.
-¿Tanto va a costarte aceptar lo que soy, Cristoph?
-¿Qué eres?
-Me refiero al hecho de que soy una zíngara.
-Medio zíngara, o eso fue lo que dijiste.
-Me criaron como a una zingara, no como a una rusa -dijo ella con un ademán de
furia-.
Puede que no piense o actúe exactamente igual que la mayoría de los zíngaros, pero
sigo siendo una de ellos.
Christopher fue hacia ella y la rodeó con los brazos.
-No estamos teniendo nuestra primera pelea, ¿verdad?
-No la estamos teniendo.
-No, no la estamos teniendo. Lo prohibo.
Ella se apartó para mirarlo a los ojos.
-Yo haré algunas concesiones para no complicarte en exceso la vida, y tú tienes que
hacer lo mismo por mí. Los dos debemos ceder un poco de tal manera que al final
podamos estar de acuerdo en todo. ¿Te parece justo?
-Tienes una forma única de ver las cosas, y me parece que no me costará mucho
acostumbrarme a ella. Por el momento, ¿acordamos asaltar la cocina?
-Si es preciso hacer eso p ara conseguir el desayuno, desde luego que sí. -Haciéndole
una reverencia, le señaló la puerta con un ampuloso ademán-. Después de ti... lord
inglés.
Él puso los Ojos en blanco y la empujó ante sí para darle un juguetón azote en el
trasero.
-Que no se te ocurra volver a llamarme así. Cristoph me parece un nombre
magnífico.
Ella rió.
-Si insistes...
18
Esperar que seguirían llevándose a la perfección era pedirle demasiado a la vida,
realmente, pero unos cuantos días o semanas no habría sido esperar demasiado... en vez
de sólo el tiempo que tardaron en ir a la planta baja aquella mañana.
Cuando reflexionó en ello más tarde, Christopher admitió que hubiera podido tener
más tacto. Pero no estaba acostumbrado a medir sus palabras, especialmente cuando se
encontraba entre sus amigos. Después de todo, ¿ante quién iba a querer alardear de su
espléndida adquisición sino ante sus mejores amigos?
Walter y David eran precisamente eso, pero después Christopher desearía que no
hubieran entrado en el vestíbulo justo cuando él bajaba por la escalera tomando a
Anastasia de la mano. Los dos hombres no pudieron evitar fijarse en ella, por supuesto,
ya que esa reluciente falda dorada suya era como un faro en la oscuridad.
-¿Qué tenemos aquí? -preguntó David contemplando a Anastasia, aunque su
pregunta iba dirigida a Christopher-. Conque ahí es adonde fuiste anoche, ¿eh?
-¿La llevas de vuelta a su campamento? -supuso Walter, y luego sonrió-. Os
acompañaremos.
-No exactamente -le corrigió Christopher-. La llevaré allí más tarde para que recoja
sus pertenencias, pero a partir de ahora vivirá conmigo. Ha accedido a permitir que la
mantenga.
-Oh, Kit... ¿Lo crees prudente? -preguntó David-. Por mucho que lo intente nunca
podrá pasar por la típica amante de un noble.
En ese momento Anastasia separó su mano de la de Christopher mediante un brusco
tirón, pero con la observación de David en la cabeza, él apenas se enteró.
-¿Cómo se te ocurre decir eso? -preguntó-. Ya he tenido ocasión de disfrutar de lo
«típico», David, y al igual que a ti ha dejado de interesarme en cuestión de días. Cosa
que ciertamente no ocurrirá con mi Anna aquí presente. Además, no le he pedido que
fuera mi amante para presentarla en sociedad por lo que no veo qué importancia puede
tener el que sea típica o única, ¿verdad?
-Esto... No es que quiera jugar a ser el portador de malas noticias, viejo amigo
-observó Wal.ter-. Pero yo diría que tu Anna se dispone a arrancarte la cabeza de los
hombros...
Christopher se volvió en redondo justo a tiempo de recibir un sonoro bofetón en la
mejilla y ver cómo Anastasia, sujetándose la falda con las manos, echaba a correr
escaleras arriba.
-¿A qué demonios ha venido eso? -le gritó.
Pero ella no se detuvo, y un momento después Christopher oyó cerrarse
ruidosamente la puerta de su dormitorio. De hecho, probablemente toda la casa lo oyó.
-Maldición -masculló.
David tosió elegantemente en su mano detrás de él, pero Walter ya se había echado a
reír.
-No ha habido nada de típico en eso, desde luego. Aunque quizá te ayudaría saber,
Kit, que empezó a fruncir el ceño apenas David sacó a relucir el tema de las amantes.
-Oh, claro, ahora échame la culpa de todo -gruñó David.
Haciendo caso omiso de sus amigos, Christopher subió a su dormitorio. La puerta no
estaba cerrada con llave. Encontró a Anastasia metiendo dentro de su bolsa unas
cuantas cosas que se habían quedado fuera.
Christopher cerró la puerta y se apoyó contra ella. No estaba furioso, pero sí
ciertamente disgustado, y también bastante confuso. ¿Qué razón podía tener una amante
para ponerse así por el mero hecho de que alguien hubiera dicho que era una amante?
-¿Qué cuernos crees estar haciendo? -quiso saber-. ¿Y por qué demonios me
pegaste?
Anastasia se detuvo lo suficiente para mirarlo.
-Nunca te he tenido por idiota, Christopher Malory, así que ahora no finjas serlo.
-Perdóname, pero... -empezó él secamente.
-Tienes motivos sobrados para pedir perdón -le interrumpió ella-. ¡Pero no estás
perdonado!
-No estaba pidiendo ser perdonado. Si he dicho algo que no debiera, que me
cuelguen si sé qué era. Así pues, sería mejor que me dijeras qué es lo que tanto te ha
disgustado y después quizá, sólo quizá, te pediré disculpas.
Anastasia se puso roja como la grana.
-Retiro lo dicho, gajo: eres idiota. -Fue hacia él-. Déjame pasar. Me voy a casa.
Él no se apartó de la puerta. La cogió de los hombros para mantenerla inmóvil
delante de él, aunque se abstuvo, por muy poco, de sacudirla.
-No irás a ningún sitio hasta que no te hayas explicado. Al menos me debes eso,
¿no?
-¡Después de lo que acabas de hacer no te debo nada! -replicó ella, con sus preciosos
ojos color cobalto encendidos.
-¿Qué he hecho?
-No sólo permitiste que esos hombres me insultaran sino que además te plantaste allí
e hiciste exactamente lo mismo que ellos. ¿ Cómo has podido hablar de mí de esa
manera? ¿Cómo has Podido?
Llegados a ese punto, él suspiró.
-Esos dos hombres son mis mejores amigos, Anastasia. ¿Acaso pensaste que no me
enorgullecería de exhibirte ante ellos?
-¿Exhibirme? No soy un juguete. No me has comprado. ¡Y no soy tu amante!
-Y un cuerno que no -replicó él, pero se arrepintió-. No me digas que anoche se me
olvidó preguntártelo. Por eso volví a vuestro campamento. ¿Por qué otra razón ibas a
estar aquí a menos que te lo hubiera pedido y tú hubieras aceptado?
-Oh, me lo pediste -dijo ella con un suave siseo-. Y ésta fue mi respuesta.
Lo abofeteó por segunda vez. En esta ocasión el rostro de Christopher enrojeció, y
no sólo por la bofetada. Ahora sí que estaba realmente enfadado.
-No vuelvas a pegarme, Anna. Suponer que habías accedido a ser mi amante era la
conclusión más lógica por mi parte, sobre todo si tenemos en cuenta que al despertar te
encontré desnuda en mi cama. Maldita sea, pero sí tú misma dijiste que habías
accedido. Recuerdo con toda claridad habértelo oído decir esta mañana. ¿A qué
demonios accediste, si no fue a eso?
-Bastaría con que recordaras cuál te dije que era la única forma de que fuese tuya y
tendrías tu respuesta. ¡No soy tu amante soy tu esposa!
-¡Y un cuerno!
Perplejo como estaba, no trató de detenerla. Christopher no podía creer que,
borracho o no, hubiera sido capaz de pasar por alto hasta tal punto las reglas de su clase
social. Un marqués no se casaba con una zíngara vulgar y corriente, bueno, no tan
vulgar y corriente después de todo, pero aun así una zíngara, bueno, medio zíngara, pero
aun así... Sencillamente eso no se hacía y punto.
Obviamente estaba mintiendo. Era un ardid para convencerlo de que había creído
casarse con ella, y si había podido salirse con la suya era únicamente gracias a que
anoche él estaba tan bebido que no podía acordarse de lo que hizo. Su desfachatez era
realmente increíble, sobre todo porque a él le bastaría con exigir alguna clase de prueba
para que ella tuviera que confesar que había mentido. Christopher la tenía por más
inteligente, y no entendía cómo había podido llegar a creer que se saldría con la suya.
Una parte de la rabia que estaba experimentando nacía de que le hubiese defraudado.
Fue tras ella. Anastasia ya había salido de la casa, y Christopher apenas alcanzó a
entrever aquella reluciente falda dorada desapareciendo en el bosque. Pero la joven ya
estaba demasiado lejos para que pudiera alcanzarla a pie, por lo que se dirigió corriendo
a su establo.
Anastasia aún estaba a medio camino de su campamento cuando Christopher llegó,
deteniendo su corcel tan bruscamente que éste se encabritó, un poco por delante de ella.
La joven siguió andando como si él y la montura no estuvieran allí, limitándose a dar un
pequeño rodeo. Después bastó con volver a colocar el caballo delante de ella un par de
veces para que Anastasia acabara entendiendo la idea y se detuviera.
Christopher extendió una mano hacia ella para subirla a la grupa. Cuando vio que
Anastasia se limitaba a contemplar su mano sin hacer ademán de tomarla, decidió
explicarse:
-Anoche te saqué de tu campamento y hoy te devolveré a él. Es lo que se espera de
un caballero.
Ella resopló.
-Muy cómodo, eso de comportarse como un caballero únicamente cuando te
conviene. La seriedad del insulto hizo que Christopher decidiera replicarle de la misma
guisa.
-No esperaba que una. zingara comprendiera las sutilezas de la nobleza.
Anastasia lo miró con una ceja enarcada.
-Eso es una forma rebuscada de decir que las sutilezas de la cortesía quedan más allá
de la comprensión de la nobleza?
Él parpadeó.
-Perdóname, pero...
-No te molestes. Ya te he dicho que no serás perdonado, ¿verdad?
Él apretó los dientes.
-¡Pronunciar la palabra «perdóname» en ese tono indica que estás pidiendo una
explicación, no que estés pidiendo ser perdonado!
-¿De veras? ¿Cuándo un simple «qué» habría bastado para hacerse entender sin
causar ninguna confusión? Supongo que será otra de esas delicadas «sutilezas» que
sólo la nobleza puede comprender, ¿verdad?
-No te hagas la tonta, Anastasia -dijo él con voz cansada y los ojos en blanco.
-Y tú no te hagas el idiota, lord inglés -repuso ella, imitando su tono y añadiéndole
un suspiro-. ¿O es que todavía no has entendido que no tengo nada más que decirte?
Él se envaró.
-Muy bien. Pero antes de que cada uno siga su camino, me gustaría saber cómo
pensabas convencerme de que me había casado contigo.
-¿Convencerte? -replicó ella con una áspera carcajada-. A menos que anoche
consiguieras perderlo en el bolsillo de tu levita probablemente habrá un papel con
nuestras firmas. Pero si ya no está allí, siempre puedes preguntárselo al reverendo
Biggs: creo que ése fue el nombre que dio. Amenazaste con matarlo a palos si no nos
casaba, y el pobre hombre te hizo caso. Así que haz lo que sea preciso para
descasarnos. No habrá ninguna necesidad de informarme en cuanto todo haya quedado
arreglado, ya que no me cabe duda de que te ocuparás de ello inmediatamente.
Anastasia pudo volver a irse porque, una vez más, lo había dejado sin habla.
19
No iba a llorar. Christopher Malory era una bestia insensible, un asqueroso
arrogante y, como hubiera podido decir él, un «condenado» esnob. Pero Anastasia no
iba a llorar. Ella había visto su confusión y quiso ayudarlo. Había visto su dolor y
quiso curarlo. Había visto su vacío y quiso llenarlo con felicidad. Pero no había visto
que él pudiera ser tan estúpido como para anteponer las opiniones de los demás a sus
propias necesidades. No había visto que fuera capaz de sacrificar su propia felicidad
porque «eso no se hace».
No entendía cómo podía haber estado tan equivocada acerca de él y, peor aún, cómo
había podido dejarse llevar por sus propias emociones. Se suponía que su corazón no
debía estar tan involucrado... todavía. El hecho de que él no pudiera soportar la idea de
estar casado con ella no hubiese tenido que dolerle tanto, no cuando Anastasia había
sabido desde el principio que él pensaba de esa manera... cuando no estaba borracho.
Borracho se dejaba guiar por su corazón. Borracho nada se interponía entre él y lo que
quena, y ciertamente menos su ridículo «eso no se hace».
Entró en el campamento sin ver por dónde iba, con la mente demasiado ofuscada
para darse cuenta de que Nicolai estaba allí hasta que la cogió del brazo y, con un
doloroso tirón, la obligó a encararse con él. Sus dedos le dejarían marcas. Cada vez
que la tocaba, Anastasia siempre acababa llena de moraduras.
-¿Dónde has pasado la noche? -le preguntó.
Ella hubiese debido mentirle, ya que parecía estar furioso, pero en semejante estado
de confusión, fue el desafío quien alzó su fea cabeza.
-Con mi esposo -respondió alzando la barbilla.
El bofetón no tuvo nada de inesperado. Incluso su brutalidad, que la tiró al suelo, era
meramente típica de Nicolai. Anastasia se apartó los cabellos de la cara y lo fulminó
con la mirada.
-Quizá no me has oído bien, Nico. Estuve con mi esposo, el gato con el que me casé
anoche, el gato que hará que des con tus huesos en una prisión inglesa si vuelves a
ponerme las manos encima.
Nicolai pareció vacilar, que era justo la reacción que ella había esperado provocar.
Incluso palideció levemente ante la mención de la cárcel, dado que la mayoría de
zíngaros preferirían morir antes que pasar aunque sólo fuese un día encerrados. Pero no
acababa de creerla, y tenía buenas razones para ello.
-¡Estás prometida conmigo! -le recordó-. No te atreverás a casarte con otro.
-Estoy prometida contigo, pero ese compromiso no fue obra mía. Nunca te escogí,
Nico, y nunca hubiese accedido a casarme contigo. Antes habría escogido a cualquier
otro hombre, porque ambos sabemos que te odio. Pero escogí por amor, sí, por amor,
¡un concepto del que no sabes nada!
Nicolai hubiera vuelto a golpearla de no ser porque Anastasia yacía en el suelo. Y
habían atraído un público que, pese a mantenerse alejado, incluía a casi todos los
ocupantes del campamento, incluidos el padre de Nicolai y María, la cual estaba yendo
hacia ellos todo lo deprisa que le permitían sus viejos huesos. Normalmente la anciana
no asistía a los enfrentamientos entre Anastasia y Nicolai. Éste la había puesto furiosa.
Nicolai la vio venir y se envaró. No había ni uno solo entre ellos, ni siquiera su
padre, que no temiera un poco a María. Sus predicciones eran demasiado certeras, al
igual que sus maldiciones. Y además ella era su suerte. La suerte garantizada es algo
con lo que nadie juega.
Pero Nicolai estaba tan furioso que no se paró a pensar en ello ni un instante, y alzó
una mano para detenerla.
-Esto no es asunto tuyo, vieja.
La respuesta de María consistió en arrojarle varias monedas de oro. Cada una le dio
de lleno, cada una chocó con una parte distinta de su cuerpo y cada una le dolió bastante
más de lo que hubiese debido hacerlo, teniendo en cuenta que habían sido lanzadas por
un brazo tan débil.
-Aquí tienes tu precio nupcial -siseó María despectivamente-. Ahora mi nieta ya no
es nada para ti. Ha pasado a. ser una extraña y como a tal la tratarás, manteniendo los
ojos y las manos bien lejos de ella.
-¡No puedes hacer esto! -gruñó él.
-Ya está hecho. Aunque ella te quisiera, no permitiría que fuese tuya. No eres digno
de tener ni un perro, y mucho menos una mujer. Compadezco a tu padre por tener un
hijo como tú.
-Eres demasiado dura, María -balbuceó Iván, deteniéndose junto a ellos-.
Comprendo que la ira te haga decir esa! cosas, pero...
-No es la ira lo que me hace decirlas, Iván, porque no es más que la triste verdad -le
interrumpió ella-. Nadie más se atreve a decírtela a la cara, pero yo sí. Los que están a
punto de morir no conocen el miedo.
Antes de reunirse con ellos, Iván ya había oído lo suficiente para palidecer ante el
significado de aquellas últimas palabras.
-¡No! No podemos perderos a las dos.
-Esta vez no tienes elección. No puedes retener a Anna con vosotros cuando su
corazón la lleva a otro lugar. Tratar de hacerlo no te reportaría ningún beneficio, y sólo
os traería la ruina. Pero no culpes de esto a nadie más que a ti mismo, Iván. Si hubieras
educado mejor a Nicolai y hubieras reprimido su tendencia a la crueldad, entonces Anna
quizá habría llegado a amarlo, en vez de odiarlo.
Iván ya estaba empezando a enrojecer, pero no podía tratar de negar tan brutales
verdades cuando Nicolai era una auténtica decepción para él. Pero lo que estaba en
juego ahora era su buena fortuna, ese increíblemente prolongado reinado de la suerte
que no soportaba ver llegar a su fin.
-¿Es que no significa nada para ti que siempre hayamos cuidado de los Stefanov, y
que siempre hayáis tenido un hogar entre nosotros? -replicó, intentando usar la culpa
para llegar a ella-. ¿Qué ha sido de tu lealtad?
-¿Lealtad? -se burló María-. Tú perdiste la mía hace años cuando me amenazaste al
ver que mi hahabía decidido marcharse Iván. ¿O acaso pensabas que esta vieja podría
llegar a olvidarlo? Lo que has tenido desde entonces es mera apatía por mi parte, dado
que no había ninguna otra banda a la que quisiera unirme. Pero ahora volvemos a estar
en la encrucijada: alguien de mi sangre necesita seguir su propio camino, y nadie se lo
impedirá.
-María...
-¡No! -le interrumpió secamente ella-. No hay nada más que decir, salvo esto: he
dedicado toda mi vida a servirte a ti y a los tuyos, pero eso se acabó. Si no quieres que
muera con una maldición en los labios que te seguirá hasta el fin de tus días, le dirás
adiós a mi nieta y le desearás que sea feliz en el camino que ha escogido. La buena
fortuna seguirá siendo tuya mientras seas lo bastante sensato para no interferir.
De esa manera Iván tendría el consuelo de salvar su orgullo y poder marcharse con
dignidad. Eso fue lo que hizo, dirigiendo- una seca inclinación de cabeza a la anciana
primero y a su nieta después. Pero su hijo nunca había sabido lo que era la dignidad,
por lo que no: tuvo nada de sorprendente que escupiera en el suelo junto a los pies de
María antes de irse.
Anastasia se había levantado en cuanto vio llegar a María, y le pasó el brazo por los
hombros para ayudarla a volver a su carro. Ahora que la confrontación había
terminado, podía sentir su debilidad y oír cuánto le costaba respirar.
-Te has esforzado demasiado -la riñó-. Creía que habíamos acordado que yo me
ocuparía de esto.
-¿Serías capaz de negarme mi último gran enfado?
Anastasia suspiró.
-No, claro que no. Espero que al menos lo disfrutaras.
-Inmensamente, niña, inmensamente. Bueno, ¿y dónde está ese esposo tuyo? ¿Por
qué no está aquí contigo?
Y entonces, al pensar en lo que debía responderle, Anastasia se echó a llorar.
20
Aún no era mediodía, pero Anastasia ya había acostado a su abuela. Dentro de
María quedaba muy poca esencia vital. Anastasia no pudo sentir ni un hálito de ella
mientras permanecía sentada junto a la cama sosteniendo su fría mano.
Aquello era el velatorio de una muerte, y la ¡oven lo sabía. Sir William lo compartió
con ella, de pie en silencio con la mano sobre su hombro. Era todo lo que Anastasia
podía hacer para asegurarle a María que saldría adelante, cuando en realidad no tenía ni
idea de si sería así. No obstante aún había un tema que explicar.
-No se considera responsable de lo que hizo anoche mientras estaba borracho
-respondió a la pregunta de por qué el marqués no estaba allí con ella-. Pensaba que yo
había accedido a ser su amante, y estaba encantado con la perspectiva. Se negó a creer
que en vez de eso se había casado conmigo. En realidad, pensaba que yo le mentiría
acerca de algo semejante.
-¿Y tú piensas que en realidad no quería tenerte? -preguntó María-. Después de
haberle conocido, sé que no es así. -
-Quiere que sea suya, sólo que no en calidad de esposa. Al parecer apunté
demasiado alto al pensar que alguien como él podía ser mío. La próxima vez seré más
juiciosa.
-¿La próxima vez? -María rió suavemente-. No habrá próxima vez.
Anastasia malinterpretó sus palabras.
-Entonces seguiré sin tener un esposo. Me da igual -dijo, intentando tranquilizar a
María-. El lord inglés ya ha servido a mi propósito. Gracias a él ya no estoy prometida
con Nicolai, y doy gracias por eso.
La anciana sonrió.
-Tienes un esposo. Y lo conservarás.
-Ya no quiero a ese hombre -insistió Anastasia, aunque nunca se le había dado
demasiado bien mentir, y en particular a María, que sabía ver con tanta facilidad a
través de las mentiras.
-Sí que le quieres.
-No, abuela, de veras. Y además, en cuanto él disponga de alguna prueba de que nos
casamos, aparte de mi palabra, en la que se negó a creer, hará que el matrimonio quede
disuelto en un abrir y cerrar de ojos.
-No lo hará.
Anastasia suspiró, pero después soltó una risita.
–Muy bien. Me parece que tienes buenas razones para estar tan segura. ¿Por qué
dices que, no se divorciará; de mí?
-Porque le mostraste la luz, hija de mi corazón. No volverá a la oscuridad en la que
vivía antes de conocerte. No es tan tonto, aunque en este momento a ti pueda parecerte
lo contrario. Quizá tarde un poco en comprenderlo. Lo único que debes hacer es
esperar, y estar lista para perdonarle cuando haya recapacitado.
-0 darle un empujoncito para que no tarde tanto en comprenderlo -sugirió sir
William.
Anastasia se volvió hacia él, sorprendida por la inesperada observación del inglés.
-Nunca se me ocurriría pedirte que hablaras con él, William.
-Y yo nunca me atrevería a tanto -repuso él, con sus envarados modales ingleses-.
Después de todo, él es un marqués mientras que yo sólo soy un humilde caballero.
-¿Y entonces qué hay que hacer para ayudar a un marqués a entender lo que le
conviene? -quiso saber María.
-Podría llevar a Anastasia a Londres, vestirla con hermosos trajes y presentarla como
mi sobrina -les explicó William con una sonrisa de conspirador-. Eso le demostraría a
ese joven cachorro que en última instancia las apariencias y los orígenes no significan
gran cosa, y que la felicidad es lo único que realmente importa.
-¿Harías eso por nosotras?
-Yo haría cualquier cosa por ti, María -murmuró William.
María le cogió la mano y se la llevó a su reseca mejilla.
-Quizá decida ignorar las atenciones de todos esos apuestos y jóvenes ángeles
después de todo, gajo.
Williám le sonrió.
-Y si se te olvida, yo te los quitaré de encima en cuanto llegue allí.
María intentó sonreír. Sus ojos se cerraron lentamente después de que la luz se
hubiera apagado en ellos.
-Entonces la dejo a tu cuidado -dijo, y su voz ya sólo era un susurró-. Guarda bien
este tesoro mío. Y gracias... por dejarme ir en paz.
Su respiración se detuvo, al igual que los latidos de su corazón. Anastasia la
contempló en silencio, perpleja y aturdida, pero por dentro gemía y aullaba. Su abuela
había muerto.
-María no querría que lloraras, muchacha, pero a veces llorar es la única manera de
librarse del dolor.
Las palabras fueron pronunciadas con bondadosa dulzura y voz entrecortado, porque
William también lloraba en silencio. Y sin embargo, tenía razón en ambas cosas. María
no hubiese querido que ninguno de los dos la llorara, y así se lo había dicho.
Anastasia empezó a llorar, no por su abuela, que había encontrado la paz y por fin
estaba libre del dolor, y que en realidad no hubiese querido que nadie derramara
lágrimas por ella después de haber vivido una vida tan rica, sino por su propia soledad...
Sir William la ayudó a cavar la tumba. Anastasia había recibido muchas ofertas de
los hombres más fuertes para ello,, pero rechazó cualquier ayuda que no fuese la del
inglés. Los demás habían respetado a María y le tenían miedo, pero no la habían
amado.
Siguiendo la costumbre, todo lo que había poseído María fue quemado con ella o
destruido. Incluso el viejo carro fue incendiado. Pero Anastasia desafió la tradición
zíngara en dos cosas. Dejó marchar a los caballos de María, en vez de sacrificarlos
como se hacía siempre que tenían la seguridad de que las autoridades legales no
interferirían. Y conservó el anillo que su primer esposo le había dado.
«El primero fue al que más amé -le había dicho María más de una vez cuando
estaban sentadas delante del fuego durante la noche y le hablaba de los muchos hombres
a los que había conocido y con los que se había casado a lo largo de los años-. También
me dio a tu madre.»
El anillo valía muy poco. En realidad sólo era una pieza de bisutería barata, pero sus
abuelos lo habían valorado mucho, y sólo por esa razón Anastasia lo conservaría.
William quería ir a Havers a encargar una lápida para la tumba. Anastasia tuvo que
explicarle' los últimos deseos de su abuela al respecto.
«Mi cuerpo descansará aquí y mi recuerdo descansará contigo, niña -le había dicho
María la misma noche en que le confesó que se estaba muriendo-. Pero en cuanto a mi
nombre, eso deseo quedármelo para mí. Si he de descansar aquí, en vez de hacerlo en
mi tierra natal, que no haya ninguna evidencia de ello.»
-Algún día pondré una lápida en este lugar -le dijo Anastasia a sir William-, pero no
llevará su nombre.
Esa noche todos los hombres y mujeres del campamento pusieron comida sobre la
tumba. La familia del difunto tenía el deber de hacerlo. Se sabía de casos en que el
muerto había vuelto de la tumba para echar en cara a su familia el que no lo hubiera
hecho, o al menos eso aseguraban las historias que se contaban alrededor de las
hogueras. Aquello no era responsabilidad de los amigos o los simples conocidos,
únicamente de los miembros de la familia. Aun así, cada hombre y mujer de la banda
honró a María de esa manera.
21
-¡Esto va a ser divertidísimo! Nunca podremos agradecerte lo suficiente el que hayas
pensado en nosotras y nos dejes compartir esta empresa tuya, Will.
Sir William se ruborizó y farfulló algo que hizo que las tres ancianas rieran entre
dientes. Anastasia, que las miraba, disimuló una sonrisa.
Había oído hablar mucho de aquellas damas durante el viaje a Londres. Eran unas
amigas muy queridas de William a las que éste conocía desde la infancia. Tenían más o
menos su edad y aún mantenían una gran actividad social. Sus hermanas por elección,
las había llamado cariñosamente, y al parecer ellas sentían lo mismo por él.
Victoria Siddons era viuda por cuarta vez: su último esposo le había dejado
considerables riquezas y un título muy respetable, por lo que durante muchos años había
sido una de las anfitrionas más destacadas de Londres, y todavía lo era. Organizaba
recepciones con bastante frecuencia, y las invitaciones para asistir a ellas siempre eran
muy codiciadas.
Rachel Besborough también era viuda, aunque no tan contumaz como Victoria, ya
que llevaba casi cincuenta años casada con el mismo marqués cuando éste falleció.
Tenía una gran familia entre hijos y descendientes, pero ninguno de ellos vivía en su
mansión, por lo que pasaba la mayor parte del tiempo como invitada en casa de alguna
de sus amistades.
Elizabeth Jennings, que nunca se había casado, muy probablemente fuese la
«solterona» más vieja de Londres, 0 al menos eso afirmaba de sí misma entre risitas.
No es que pareciese importarle. Era la hermana mayor de Rachel, por lo que nunca le
había faltado una gran familia a la cual mimar.
Aquella mañana se habían reunido en la espaciosa sala de la casa que lady Victoria
tenla en Bennet Street, donde William y Anastasia se alojaban desde que llegaron a
Londres hacía dos semanas. Anastasia estaba subida a una silla, sometiéndose a la
segunda y esperaban la última sesión de prueba a cargo de la costurera personal de
Victoria, después de que el guardarropa de trajes elegantes que le habla prometido
William ya casi estuviera terminado.
Aquellos vestidos eran lo único que les faltaba a las damas para «lanzar» a Anastasia
dentro de la sociedad londinense. Lady Rachel llevaba un registro escrito al día de
todos los sitios elegantes en los que Anastasia necesitaba «ser vista». Lady El¡zabeth
había, redactado su propia lista de cotillas famosas, a las cuales ya había empezado a
visitar.
-No hay nada como preparar el escenario por adelantado -había dicho al volver de su
primera visita de cotilleo-. Lady Bascomb ya se muere de ganas de conocerte, querida,
y mañana la mayor parte de sus amistades también se morirá de ganas de hacerlo. Os
juro que lady Bascomb es capaz de visitar a cuarenta miembros de la alta sociedad en un
solo día. No me preguntéis cómo, pero puede hacerlo.
Habían decidido que un poco de confusión era justo lo que necesitaban para
despertar curiosidad, por lo que cada cotilla a la que Elizabeth iba a visitar escuchaba
una versión totalmente distinta de la historia de Anastasia. Siendo su supuesta madre la
hermana pequeña de William, que en realidad se había fugado de casa siendo muy joven
y nunca había regresado a Inglaterra, cualquiera de los pasados que crearan para ella
resultaría completamente plausible.
De hecho, una noche las tres damas se quedaron levantadas hasta muy tarde y lo
pasaron en grande diseñando unos cuantos escenarios francamente descabellados, que
iban desde que Anastasia era hija de un heredero ¡legítimo a un trono de, la Europa del
Este hasta el de que era hija de un rico tratante de esclavos turco pasando por el de que,
y allí no habían faltado a la verdad, su padre era un príncipe ruso. Todo aquello fue
confiado, naturalmente siempre en el más absoluto secreto, a las muchas cotillas
famosas de la lista de Elizabeth.
William tenla que averiguar cuándo llegaría el marqués a Londres y los sitios que
solía frecuentar. Después de todo, el plan había sido urdido en beneficio suyo, y no
surtiría mucho efecto si los rumores no llegaban a sus oídos, o si no tenía ocasión de ver
a Anastasia ataviada con sus nuevas galas.
En cuanto hubieron preparado la escena, las invitaciones no tardaron en llegar.
Gracias al, talento de Elizabeth para esparcir rumores, Anastasia ya estaba siendo muy
solicitada por todas las anfitrionas de la ciudad a pesar de que aún tuviera que hacer su
primera aparición «pública». Ésta, no obstante tendría lugar en el baile de disfraces que
lady Victoria había planeado para el próximo fin de semana.
Christopher no recibiría una invitación para aquel baile. Faltaba por ver si aparecería
de todas maneras para declarar que Anastasia era una impostora, meramente para
averiguar qué andaba tramando, o para reclamarla como su esposa. Todo era posible, y
ésa era la razón por la que las damas estaban tan nerviosas. Podían poner en marcha los
acontecimientos, pero no podían prever el desenlace.
La actividad y la meticulosa planificación ayudaron a Anastasia a superar los peores
momentos de su pena. Y no sólo tenía que enfrentarse a la pérdida de su abuela y su
«esposo por una noche», sino también a la de los zingaros, la gente con la que había
crecido, gente que le importaba y para la que había sido importante. Se había despedido
de todos ellos, aunque no esperaba que fuese para siempre. Los zíngaros nunca se
separaban para siempre salvo en la muerte. Siempre esperaban volver a ver a sus
antiguas amistades y conocidos durante el curso de sus viajes.
El día del baile de disfraces llegó por fin. Anastasia empezó a sentir cierta
expectación, a pesar de que no esperaba ver a Christopher aquella noche, ya que
había sido excluido deliberadamente de la lista de invitados. Después de todo, tenían
que mantener cierta discrección en lo que estaban haciendo. El propósito de todo el
plan era despertar su interés, hacer que lamentara haberla perdido, conseguir que
deseara recuperarla y facilitarle pasar por alto el hecho de que «eso no se hacía»
mostrándole cómo se hacía, y para ello teman que mentir.
Irónicamente, la primera impresión que Anastasia ofreció a su sociedad de rígidas
reglas no pudo ser más fiel a la realidad, porque el traje que llevaba no era ningún
disfraz sino sus propias ropas, el traje dorado que se ponía para bailar. Para los
asistentes al baile, que esperaban ávidamente el momento de conocerla, iba disfrazada
de zingara, y les encantó. Anastasia obtuvo un éxito resonante.
Aunque había insistido en iniciar su «farsa» con la verdad, o con algo lo más
aproximado posible a ella, Anastasia siguió rehuyendo la mayoría de las preguntas. El
«misterio» es vital, le habían recordado repetidamente sus nuevas amigas mientras la
preparaban para aquel debut. «Que sigan preguntándose quién eres realmente. Nunca
reveles la verdad, salvo bromeando.»
Cosa, que no le resultaría nada difícil. Después de todo los zíngaros eran maestros del
misterio y el disimulo y, aunque rara vez hubiera utilizado aquellos talentos hasta ahora,
Anastasia había sido educada desde pequeña en los secretos de ese arte.
La velada transcurrió espléndidamente bien, sobrepasando las expectativas de sus
amigas: hubo tres propuestas sinceras de matrimonio, si bien un tanto ¡repulsivas; ocho
propuestas de naturaleza más dudosa; un joven que hizo el ridículo más espantoso
cuando cayó de rodillas ante ella entre las parejas que bailaban, para declarársele a voz
en grito; y dos caballeros que acabaron llegando a las manos mientras intentaban atraer
su atención.
Christopher no apareció. Aunque su presencia en Londres había sido confirmada, no
podían tener la certeza de que ya hubiera oído hablar de ella. Pero mañana una nueva
serie de rumores empezaría a circular por la ciudad. Christopher acabaría oyendo hablar
de ella tarde o temprano. Sólo era cuestión de tiempo...
22
Ahora que había vuelto a Londres, Christopher se sentía incapaz de reintegrarse a la
vida normal. Despachó sus asuntos en Haverston a toda prisa, y después dejó atónito a
su administrador cuando lo despidió. Aun así, no había hecho nada para encontrar uno
nuevo. En realidad lo único que hacía era contemplar un montón de fuegos encendidos
en chimeneas mientras analizaba las cosas que hubiera o no hubiera debido hacer acerca
de Anastasia Stefanov.
No podía quitársela de la cabeza. Ya casi habían transcurrido dos semanas desde que
la vio por última vez, pero aún podía imaginársela con tanta claridad como si la tuviera
delante. Desnuda, furiosa, debajo de él en la cama, aquellas imágenes le acosaban como
fantasmas vengativos que se negaban a esfumarse.
Había vuelto a su campamento. Juró que no lo haría y sabía que volver a verla no
serviría de nada dadas las circunstancias, pero dos días después de su separación
definitiva, volvió allí. No tenía nada claro qué le hubiese dicho, pero no tuvo ocasión
de averiguarlo.
Los zingaros se habían ido. Christopher no se esperaba eso, y al principio no pudo
creer que se hubieran marchado... La rabia siguió al asombro, y su furia llegó a tales
extremos que durante un rato estuvo firmemente decidido a enviar la ley tras ellos.
Después de todo le habían prometido que su propiedad quedaría tal como la
encontraron, pero habían dejado tras de sí una tumba, así como un montículo de metal y
madera calcinado que indicaba: que uno de sus carros había sido incendiado.
Mas cuando entró en Havers para ir en busca del sheriff, su rabia ya se había
disipado. La responsable de ello fue la súbita comprensión de que la abuela de
Anastasia podía estar enterrada en aquella tumba. Y de ser así, entonces Anástasia
debía estar destrozada. Curiosamente, de pronto Christopher sólo quiso consolarla.
Pero antes tenía que encontrarla.
Intentó hacerlo, para lo cual envió mensajeros a los pueblos más próximos. Por
mucho que costara creerlo, los mensajeros no encontraron ni rastro de los zíngaros. Se
habían esfumado por completo. Y fue entonces cuando empezó a sospechar que quizá
nunca volvería a verla.
Estaba contemplando el fuego en la sala de Haverston cuando lo sospechó por
primera vez, y un instante después su puño ya había dejado un agujero en la pared junto
al dintel de la chimenea. Walter y David, que estaban allí para presenciarlo, fueron lo
bastante prudentes para no decir palabra, aunque intercambiaron una rápida mirada.
Al día siguiente los tres volvieron a Londres, donde sus amigos se apresuraron a
abandonarlo con su mal humor. Christopher apenas se dio cuenta de su ausencia, tan
poca era la atención que habla prestado a sus atenciones.
Pero durante el fin de semana tenían la costumbre de recorrer uno o más de los
muchos jardines recreativos o espacios al aire libre de Londres, siempre que no tuvieran
ningún compromiso específico al que atender, por lo que el primer fin de semana
después de que hubieran vuelto a Londres, David y Walter comparecieron en la casa de
Christopher para- hacer otro intentó de recuperar al «viejo» Kit.
A:algunos de dichos jardines sólo se podía llegar por vía fluvial mediante una
embarcación, ya que carecían de acceso terrestre. Los jardines eran tan populares que
muchos londinenses disponían de una barca para visitarlos en compañía de sus
amistades. David se encargó de hacer los honores dentro de su grupo, por la sola razón
de que tenía una propiedad contigua al río en la que se podía atracar una barca.
Los jardines eran un excelente centro de entretenimiento, y no sólo para la
aristocracia, sino para todo Londres. Algunos, como el New Wells, cerca del Balneario
de Londres, incluso alojaban animales exóticos, como serpientes de cascabel o ardillas
voladoras importadas, lo cual los convertía en una especie de jardines zoológicos.
Algunos contaban con teatros. La mayoría disponían de restaurante, cafeterías o casas
de té, arboledas, senderos, vendedores, música y baile, cobertizos y locales para los
jugadores.
Los járdines más antiguos, Cuper’s, Márylebone Gardens, Ranelagh y Vauxhall
Gardens, eran famosos por sus conciertos nocturnos, mascaradas y las variadas
iluminaciones que tan hermosos los hacían de noche, y la mayoría de los nuevos eran
meras imitaciones de aquellos cuatro.
Para aquella noche, Walter sugirió la Casa del Entretenimiento de Pacras Wells, en el
norte de Londres. Christopher se mostró de acuerdo, aunque no hubiera podido decir
por qué, ya que sencillamente le daba igual adónde fueran. Al llegar, sin embargo, no
se dirigieron a los espectáculos, sino que fueron directamente a la Sala de las Bombas,
donde sus amigos insistieron en que probara sus «aguas», que se afirmaba eran un
poderoso antídoto contra el mal de los vapores y también resultaban muy efectivas
contra las piedras y arenillas, limpiaban el cuerpo y purificaban la sangre.
Christopher casi se echó a reír. Sus amigos estaban obviamente decididos a probar
cualquier cosa con tal de sacarlo de la melancolía en que se había sumido. No creía en
las aguas, minerales naturales, pero para complacer a sus amigos se bebió una botella y
cogió unas cuantas más para llevárselas a casa.
Al salir de la Sala de las Bombas se tropezaron con un grupo de conocidos, cinco en
total, que a diferencia de ellos habían ido allí para disfrutar de las atracciones y
espectáculos. Dos de los jóvenes tenían una gran fama de bromistas y chistosos, por lo
que David sugirió que se unieran al grupo, con la esperanza de que consiguieran
arrancarle una sonrisa a Christopher, algo en lo que él y Walter habían fracasado.
David no podía saber que aquello empeoraría las cosas, y eso fue exactamente lo que
ocurrió. Todo porque uno de los jóvenes, Adam Sheffield, estaba de bastante mal
humor, pero a diferencia de Christopher, no se recataba en pregonarlo ruidosamente
ante sus amistades. La razón quedó revelada casi de inmediato.
-¿Cómo se supone que voy a conocerla si no puedo acercarme a ella? Esa vieja
cacatúa siempre ha sido muy selectiva en relación a sus acontecimientos, os lo aseguro.
-Ojalá sólo fueran las fiestas, viejo amigo. Por si no lo sabías, también es muy
selectiva a la hora de dejarte entrar en su casa' Con fiesta o sin ella, no puedes limitarte
a llamar a la puerta de lady Siddons. Tienes que conocerla, o ir con alguien que la
conozca.
-Como si lady Siddons no conociera a prácticamente todo el mundo, con lo vieja que
es.
-Deberíamos habernos colado en esa estúpida fiesta suya -dijo otro de ellos-. He
oído decir que era un baile de disfraces. Nadie se hubiera dado cuenta de que había
unos cuantos Panes y Cupidos de más correteando por ahí, ¿verdad?
-¿Piensas que no lo intenté? -le dijo Adám a su amigo-. ¿Por qué crees que tardé
tanto en reunirme contigo? Pero en la puerta había un criado que no sólo contaba a los
invitados, sino que además te pedía el nombre.
-He oído decir que su padre era un famoso torero -dijo otro miembro del grupo, con
lo que consiguió que los demás contribuyeran a la discusión.
-¿Un qué?
-Ya sabes, esos españoles que se ponen delante de un...
-Nó puedes estar más equivocado -se le dijo con una alegre carcajada-. Es hija del
rey de Bulgaria.
-Es la primera vez que lo oigo decir.
-Como si eso importara...
-Los dos estáis equivocados. Su padre no es rey, sino príncipe, y de cierto país en el
que todos los apellios terminan en «ov», que quiere decir «hijo de».
-Da igual quién sea su padre -observó alguien más-. Lo importante es que su madre
tuviera sangre inglesa, cosa que sé de buena fuente, dado que era hermana de sir
William Thompson.
-Así que la jovencita es la sobrina de Thompson, ¿eh?
-Sí.
-Bueno, entonces eso explica por qué lady Siddons la ha tomado bajo su protección.
Sir William es vecino suyo desde hace varios siglos.
-No son tan viejos, bobo. Y además, ¿cómo ibas a saberlo? Tú no te mueves en esos
círculos.
-No, pero mi madre sí. ¿Quién crees que me dijo que Anastasia Stefanov iba a ser la
sensación de la temporada? Mi madre prácticamente me ordenó que pujara por ella.
-¿Cuando nadie la ha conocido aún? ¿Y a qué se debe eso? ¿Por qué la tienen tan
escondida?
-Puede que esté viviendo en casa de lady Siddons, pero eso no significa que la, hayan
tenido encerrada bajo llave hasta su lanzamiento de esta noche. Sólo significa que no
conocemos a nadie que ya la conociera.
-Bueno, pues esta noche la mitad de la alta sociedad va a conocerla -se quejó otro-.
¿Por qué creéis que está tan triste Adam? Porque no le han invitado, por eso.
-¿ La mitad de la alta sociedad? Lo dudo. -Esto fue dicho en un tono muy seco y con
cierto resentimiento-. Probablemente sólo los que tienen los bolsillos bien llenos, lo
cual nos deja fuera.
-Habla por ti, muchacho -dijo con satisfacción el mayor miembro del grupo-. Mis
bolsillos están tan llenos que van a reventar de un momento a otro, a pesar de lo cual
tampoco he sido invitado. Pero te diré una cosa, Adam, si es tan guapa como he oído
decir que es, tal vez pida su mano. He estado pensando que ya va siendo hora de sentar
cabeza. De hecho, mi padre se ha encargado de hacer todas esas reflexiones por mí y no
sé si me explico.
-¿Cómo sabes que es guapa?
-¿Crees que todo el mundo estaría hablando de ella si no lo fuera?
-¿Qué tiene que ver? No se necesita ser una belleza para que todo el mundo hable de
ti.
-Pues da la casualidad de que mi hermana mayor le oyó decir a lady Jennings que es
muy amiga de lady Siddons, que la jovencita Stefanov es bellísima, una especie de
cruce entre una Virgen española y una zíngara descocada. Justo el tipo de mujer que
despierta el interés de los hombres, si queréis saber mi opinión.
La conversación siguió los mismos derroteros entras los jóvenes iban hacia el teatro,
pero Christopher fue aflojando gradualmente el paso asta acabar deteniéndose. David y
Walter tardaron unos momentos en darse cuenta de que lo habían dejado atrás. Cuando
volvieron sobre sus pasos, enseguida vieron que unirse a aquel grupo no había sido tan
buena idea después de todo. La exresión de Christopher rayaba en lo furioso.
-¿Es por lo que dijeron de que la jovencita de la que hablaban tenía aspecto de
zingara? -adivinó David con una mueca.
Pero Walter intentó razonar con su amigo.
-Oye, Kit, te has negado a hablarnos de esa zíngara tuya y no has querido contarnos
por qué te dejó cuando te ofreciste a darle la gran vida, o por qué te lo has tomado tan
mal. ¿Para qué están los amigos, si no es para desahogarse con ellos?
-Ni siquiera os he dicho cómo se llama, ¿verdad? -repuso Christopher.
-¡Santo Dios! -exclamó David, que aquella noche parecía dotado de poderes
adivinatorios-. No irás a decirnos que se llama Anastasia Stefanov, ¿verdad?
-Exacto.
-No pensarás que...
-No me parece muy probable -resopló Christopher.
-Pues si el que las dos mujeres compartan el mismo nombre no es más que una
coincidencia, entonces no deberías perder el tiempo pensando en eso -sugirió Walter.
-Es una coincidencia condenadamente extraña -replicó Christopher, con su
característico fruncimiento de ceño un poco más acentuado-. Especialmente
teniendo en cuenta que no es un nombre que sea ni siquiera remotamente común en
Inglaterra. Además, no me gustan las coincidencias que da la casualidad de que
son tan casuales.
-No te culpo. Sí, es decididamente extraño. Pero volvamos a tu Anna -dijo Walter,
haciendo un nuevo intento-. ¿Por qué te dejó?
Walter estaba yendo demasiado lejos. Si Christopher hubiera querido hablar de su
zingara con ellos, a esas alturas ya lo habría hecho. Pero dado el abrasador estallido de
celos que acababa de experimentar, cuando sabía que aquellos jóvenes ni Siquiera
estaban hablando de su Anna, estaba muy claro que no le hacía ninguna falta hablar de
ellas ni aunque fuese para dejar de pensar en esa otra chica que iba por la vida usando el
nombre de Anna.
-Porque no le gustó nada que pensase que era mi amante y dijese que lo era -replicó
secamente-, por ésa y por otras razones.
-¿Pensabas que ... ? -dijo David, visiblemente intrigado por su manera de hablar-.
Ya sé que el día anterior no eras muy consciente de lo que hacías. ¿Te saltaste las
formalidades previas y no le preguntaste si estaba dispuesta a ser tu amante?
-Le hice ciertas preguntas, pero al parecer no las que tenía intención de formular
-farfulló Christopher-. Parece que en vez de hacerla mi amante, la tomé por esposa.
La expresión de horror y perplejidad que vio aparecer en los rostros de sus amigos le
confirmó que no hubiese debido contarlo. Un hombre de su posición sencillamente no
hacía tales disparates.
David fue el primero en recuperarse. Pero no señaló lo obvio, cosa que a
Christopher no le hubiese gustado nada porque ya se lo había repetido suficientes veces
a sí mismo. Todo el mundo sabía que había hecho algo que sencillamente no debía
hacerse.
-Bueno, y por si teníamos alguna duda al respecto, eso demuestra que la sobrina de
Thompson no es la misma joven -dijo David, hablando en un tono deliberadamente
pausado y juicioso-. A tu esposa nunca se le ocurriría recurrir a los métodos
tradicionales de la cacería del esposo, ¿verdad?
Aquel razonamiento hizo que Walter pusiera los ojos en blanco, pero lo que él quería
saber era otra cosa.
-¿Cómo se puede llegar a estar tan borracho que luego no te acuerdas de que te has
casado? -preguntó.
-Bebiendo demasiado, obviamente -repuso Christopher.
-Supongo que es una manera de conseguirlo -admitió Walter-. Pero ya has
rectificado la situación, por supuesto.
-Todavía no -murmuró Christopher, tan quedamente que apenas se oyó a si mismo.
Walter no le oyó, y en vez de darse por enterado de que Christopher no quería
responder a la pregunta, solicitó una aclaración.
-¿Qué has dicho?
-¡He dicho que todavía no!
La explosiva respuesta no detuvo su próxima pregunta.
-¿Y por qué no?
-Que me cuelguen si lo sé.
Llegados a ese punto, David y Walter intercambiaron una mirada bastante
significativa, pero fue David quien expresó sus pensamientos.
-Entonces quizá deberíamos aferrarnos a la esperanza de que, fuera cual fuese la
razón por la que estaba en ese campamento de zíngaros, tu «esposa» y la sobrina de sir
William sean la misma persona. Yo de ti, Kit, mañana iría a casa de lady Siddons.
Sería magnífico que te llevaras una agradable sorpresa.
¿Lo sería? Christopher no estaba tan seguro, pero ya había decidido hacer
precisamente eso.
23
Christopher no esperaba llevarse ninguna sorpresa cuando fue acompañado a la sala
dé estar de lady Siddons, en la que su «invitada» presidía la velada. La sobrina de sir
William tal vez fuera una belleza impresionante como indicaban los rumores, pero no
sería la Anastasia que andaba buscando.
Después de haberlo pensado un poco, no obstante, llego a la conclusión de que no
era tan casual que los nombres fueran idénticos. Eso hubiera sido esperar demasiado
del azar. Era mucho más probable que su Anastasia no le hubiera dado su verdadero
nombre, que en algún momento hubiera conocido a la sobrina de William y hubiese
decidido apropiarse del nombre para usarlo.
Pero tenía que asegurarse, y de ahí aquella visita a la casa de lady Siddons a tan
temprana hora de la mañana. Y su sorpresa fue enorme cuando vio a Anastasia.
Con su impresionante cabellera enjaulada según los dictados de la moda, Anastasia
estaba de pie en el centro de un círculo formado por siete hombres babeantes que
competían por atraer su atención. Llevaba un traje del que incluso una reina se habría
sentido orgullosa, una maravilla de anchas faldas, apretado corsé y numerosos encajes
negros y satén azulado que volvían increiblemente vívidos sus ojos azul cobalto.
Durante el primer momento de perplejidad, Christopher llegó a pensar que entre las
dos mujeres sólo existía una mera semejanza, hasta tal punto parecía Anastasia toda una
dama inglesa en vez de la zíngara a la que había conocido. Pero sólo por un momento...
Sus miradas se encontraron a través de la estancia. Anastasia se quedó inmóvil
Enseguida. Después se ruborizó y bajó la mirada, como si tuviera algo de lo que
sentirse culpable. Pero así era, ¿no? Se hacía pasar por una dama. Se ofrecía a sí
misma en el mercado matrimonial cuando ya estaba casada.
Christopher estaba permitiendo que los celos se impusieran al deleite que sintió al
haber vuelto a encontrarla. Enseguida fue consciente de ello, pero aun así aquellas
desagradables emociones eran demasiado poderosas para ser pasadas por alto y ya
empezaban a teñir sus pensamientos. Incluso Adam Sheffield estaba allí, habiendo
atravesado sin ninguna dificultad el umbral de la puerta principal aquella mañana, y al
parecer fascinado por Anastasia. Su amigo, el que había dicho que pujaría por ella,
también la contemplaba con ojos llenos de adoración.
Christopher sintió el súbito y salvaje impulso de ir hacia ellos y romperles la crisma.
¿Cómo osaban cortejar a su esposa y albergar pensamientos salaces acerca de ella? No
le cabía duda de que ésa era la naturaleza de sus pensamientos.
Decir que era un cruce entre una Virgen y una zíngara descocada, como se había
observado anoche, la describía muy adecuadamente. Anastasia exudaba sensualidad y
aun así parecía intocable, una combinación muy efectiva a la hora de despertar el deseo
de un hombre que, al mismo tiempo, haría que no se atreviera a entrar en acción,
dejándolo lleno de fantasías y deseos insatisfechos.
Christopher decidió que quienes estaban limitándose a las fantasías sólo recibirían
una paliza. Los otros, no obstante, y podía ver que había varios, tendrían que ser
despedazados muy despacio y miembro a miembro...
-Me sorprende verlo aquí, lord Malory -dijo alguien junto a él.
Christopher no se había dado cuenta de que la anciana condesa venía hacia él. La
conocía de vista, pero no recordaba haberle dirigido la palabra anteriormente. Al
parecer ella también lo conocía de vista y sabía quién era.
En cuanto a lo de que la sorprendía su presencia allí, replicó escépticamente:
-Lo dudo, lady Siddons, teniendo en cuenta quién es su invitada.
-No, de veras -insistió ella, aunque lo dijo con una sonrisa que no hizo sino
confirmar la impresión de Christopher-. Después de todo, usted tuvo el privilegio de
obtener la gema y luego la tiró tontamente.
-Yo no he tirado nada, señora -dijo él secamente, muy consciente de a qué se refería,
y añadió-: Legalmente la gema aún es mía.
Lady Siddons enarcó las cejas, indicando que esta vez quizá sí la había sorprendido,
pero cuando volvió a hablar en su tono sólo había curiosidad.
-Lo encuentro un poco extraño, teniendo en cuenta que las conexiones de que
dispone un marqués deberían acelerar la resolución de cuestiones de esa naturaleza.
Quizá ha tenido que ocuparse de otros asuntos y ahora pondrá manos a la obra.
-Quizá no tenga intención de hacer nada al respecto -repuso él.
-Bueno, eso plantea un dilema. Tal vez debería informar de ello a la joven, ya que
no es ésa la impresión que ella tiene.¿0 piensa que ha sido lanzada meramente para
atraer su atención?
-A decir verdad, el mero hecho de que haya sido lanzada ya me parece
incomprensible -dijo él-. ¿O acaso no sabe quién es en realidad? .
-¿Quién es? ¿Aparte de ser su esposa, quiere decir? -contraatacó ella-. Me temo que
no entiendo a qué se refiere. Es la sobrina de mi querido amigo, por supuesto. Creo
que ustedes no se conocen, ¿verdad? Bien, milord, pues entonces venga conmigo y
rectificaremos eso.
Echó a andar, esperando que él la siguiese. Christopher así lo hizo, dado que de
hecho tenía varias preguntas muy pertinentes que hacerle a sir William Thompson.
El anciano estaba solo, montando guardia como un centinela junto a una enorme
chimenea mientras mantenía una vigilancia «paternal» sobre su joven pariente-.
Después de solventar rápidamente las presentaciones, lady Siddons, los dejó a solas.
Christopher no se anduvo con rodeos.
-¿Por qué dice que Anastasia es su sobrina? -Preguntó.
William no respondió de inmediato. Apartando la mirada para volver a contemplar
'con expresión pensativa al nutrido grupo que ocupaba el centro de la sala, tomó un
sorbo de té de la taza que sostenía.
Christopher no tuvo la impresión de que estuviera buscando una respuesta, y
sospechó que se le estaba haciendo esperar deliberadamente. ¿Para acrecentar su
impaciencia? ¿Para castigarlo? No, esa posibilidad parecía demasiado remota. Quizá
simplemente el anciano no le hubiera oído, algo que parecía bastante posible dado que
probablemente tuviera más de setenta años.
Pero después sir William empezo a hablar en un tono tan pausado y apacible como si
estuvieran charlando de cualquier asunto sin importancia, en vez de lo que
probablemente eran recuerdos muy dolorosos.
-Mi hermana desapareció hace cuarenta y dos años, lord Malory -dijo-. Nunca me he
perdonado a mi mismo, 0 al menos no lo he hecho hasta hace muy poco tiempo, el papel
que, desempeñé en esos acontecimientos y el no haberla apoyado cuando se enfrentó a
mis padres porque quería decidir con qué hombre iba a casarse. Mi hermana optó por
huir en vez de aceptar al hombre que habían escogido para ella, y nunca volvimos a
verla ni supimos nada más de ella. Tenía una magnífica cabellera negra, ¿sabe? El que
Anastasía pudiera ser su hija no tiene nada de inconcebible y, de hecho, no me costaría
nada creerlo.
-Pero no lo es, ¿verdad?
William volvió a mirarlo.
-¿Acaso importa? -dijo con expresión un tanto divertida-. ¿Realmente importa eso
cuando esa sociedad a la que usted le permite que dicte sus acciones cree que lo es?
¿Quiere oír la verdad, milord?
-Me sería de enorme ayuda -repuso Christopher secamente.
Su tono hizo sonreír a sir William.
-Muy bien. Pues la verdad es que yo viajaba con esos zíngaros. La razón carece de
importancia, pero yo estaba en ese campamento cuándo usted acudió para ordenarles
que se marcharan. Claro que usted no se fijó en mí. A decir verdad, desde que vio a la
muchacha ya no tuvo ojos para nada ni para nadie.
El rubor llegó rápidamente. Por muy innegable que fuese, la verdad que encerraban
aquellas palabras resultaba muy embarazoso.
-Es inusitadamente atractiva -dijo Christopher en defensa suya.
-Oh, desde luego que sí. Pero ¿qué tiene que ver eso con lo que realmente importa,
milord? Ciertos amores tardan mucho tiempo en crecer, y en cambio otros son
inmediatos. Nunca tuve necesidad de preguntarme por qué le interesaba tanto aquella
muchacha. Sus motivos no podían estar más claros.
¿La amaba? Christopher abrió la boca para soltar un bufido, y un instante después se
sintió tan avergonzado de sí mismo que casi se atragantó. Santo Dios, ¿por qué no se
le había ocurrido pensar en eso? Había creído estar obsesionado con ella. Había
creído estar perdiendo el control de sus propias emociones. Había creído estar
dejándose arrastrar por el deseo. Pero al pensar en ello, enseguida se acordó de lo
increíblemente feliz que se había sentido al despertar aquella mañana y encontrar a
Anastasia en su cama. No se le había ocurrido pensar que pudiera tratarse de amor.
-La pregunta, lord Malory, es qué va a hacer usted al respecto.
24
Él había venido a ella. Anastasia no había tenido que salir para ser vista en sitios que
Christopher pudiera frecuentar, con la esperanza de tropezarse con él. No harían falta
semanas, como había sospechado en un principio. Él había venido a ella, y al día
siguiente de su «lanzamiento» oficial.
Anastasia no hubiese debido atribuir ningún significado especial a ese hecho, aparte
de la obvia confirmación de que los rumores esparcidos por Elizabeth habían surtido
efecto, pero aun así no pudo evitarlo. Él estaba allí, y tan pronto. Y el que estuviera
fulminándola con la mirada no tenía ninguna importancia, por supuesto. Anastasia ya
se esperaba que él desaprobaría seriamente lo que había hecho, teniendo en cuenta lo
que pensaba acerca de que los nobles y la clase baja se relacionaran socialmente.
Ella estaba haciendo algo más que eso, porque estaba fingiendo ser algo que no era.
La idea no había sido suya, pero ella la había aceptado sin vacilar. Dada la rigidez de
sus creencias, el que la acusara públicamente de impostora era justo el o de reacción que
podía esperarse de Christopher. Pero no lo hizo, o al menos no inmediatamente. Había
hablado con Victoria. Ahora estaba ablando con William. Y mientras tanto ella seguía
en tensión, esperando ver qué haría.
No podía seguir conversando con sus admiradores cuando el corazón le palpitaba,
cuando todos sus pensamientos estaban centrados en aquel hombre tan alto y apuesto
del otro extremo de la ala, no en lo que le estaban diciendo. Suponiendo que hubiera
dicho una sola palabra desde que Christopher entró en la sala, nunca conseguiría
recordarla.
Se disponía a excusarse para ir hacia él, incapaz de esperar un momento más cuando
su felicidad futura estaba en juego. Pero no tuvo que hacerlo. Él fue hacia ella, y su
expresión apenas había cambiado. Era decididamente resuelta e implacable, y un tanto
amenazadora, una combinación que no presagiaba nada bueno para Anastasia.
Contuvo la respiración. No había que esforzarse mucho para ver que su atención
estaba concentrada en él lo cual hizo que los hombres que la rodeaban también
volvieran la mirada hacia Christopher.
Anastasia se esperaba una escena bastante embarazosa. Lo que no se esperaba era
que él estuviera muy tranquilo.
-Tendrán que disculpar a Anastasia, caballeros -dijo; Christopher-. He de hablarle de
un asunto que requiere privacidad.
Sus palabras no fueron muy bien acogidas, naturalmente, dado que los hombres que
la rodeaban habían estado compitiendo por su atención. Fue Adam Sheffield quien
resumió la reacción general, 0 intentó resumirla, diciendo:
-Hombre, Malory, no puedes aparecer de pronto y..
Christopher lo hizo callar rápidamente.
-¿Que no puedo? Permíteme discrepar, viejo amigo. Un esposo tiene derechos
obviamenente pertinentes, algunos de los cuales pueden resultar bastante útiles.
-¿Esposo?
La palabra resonó dos veces más en el silencio lleno de perplejidad que Christopher
dejó tras de sí. No se detuvo a dar más aclaraciones, ya que no tenía ninguna intención
de explicarse. Cogiendo de la mano a Anastasia, se limitó a sacarla del salón.
Ella estaba demasiado sorprendida para protestar, aunque en realidad no sentía
ningún deseo de hacerlo. Deteniéndose en el vestíbulo, Christopher se limitó a decir:
-Tu habitación servirá. Llévame a ella.
Anastasia así lo hizo, subiendo la escalera y yendo por un pasillo, otro y luego otro
más. Era una casa muy grande. Él no volvió a abrir la boca durante el trayecto. Ella
estaba demasiado nerviosa para hablar.
Su habitación estaba muy desordenada. Las criadas que se encargaban de la
limpieza no llegaban allí hasta la tarde. La cama estaba deshecha. El traje para danzar
que había llevado la noche anterior colgaba del respaldo de una silla. Varios trajes
nuevos cubrían otra silla: como no estaba acostumbrada a poder escoger entre tantas
posibilidades, aquella mañana le había costado mucho decidir qué iba a ponerse.
Tras cerrar la puerta, él dedicó un instante a recorrer la habitación con la mirada. Sus
ojos se posaron en la falda dorada de lentejuelas. Cuando volvió la cabeza hacia
Anastasia, fue para interrogarla con la mirada.
-La llevé anoche en el baile de disfraces de Victoria -le explicó ella.
-¿De veras? Qué... adecuado.
Sus nervios no pudieron soportar la sequedad de su réplica, y eso la hizo adoptar el
mismo tono.
-sí, ¿verdad? No hay nada como presentar la verdad y que nadie la crea. Pero
aunque casi nadie nace sabiendo hacer el ridículo, hay muchas maneras de aprender a
hacerlo.
Él se rió.
-Muy cierto, y acabo de descubrir que es algo que se me da bastante bien.
-¿Enseñar a hacer el ridículo?
-No.
Esa simple respuesta bastó para derribar la fachada de rígida compostura detrás de la
que intentaba ocultarse Anastasia, dejando únicamente el nerviosismo. Y no iba a
preguntarle de qué manera creía haber hecho el ridículo. Hubiera podido mencionar
varias ocasiones en las que a ella le parecía, que lo había hecho, pero prefirió guardar
siléncio.
-¿Hablamos de por qué estás aquí? -preguntó afablemente.
-¿Quieres decir que no me esperabas, después de haberte lanzado dentro de los
círculos en que suelo moverme? -Christopher aceptó su rubor como respuesta, pero
aun así pasó a explicarse-. Oí decir que la sobrina de un noble se hacía llamar por tu
nombre. Vine aqui para averiguar por qué. Imagínate mi sorpresa al ver..
Ella había esperado su sorpresa, y su ira. Había visto la ira, pero en aquel momento
no estaba presente. Lo que la preocupaba era por qué no estaba presente.
-¿Por qué no estás enfadado? -preguntó ella, yendo al grano.
-¿Qué te hace pensar que no lo estoy?
-Lo disimulas muy bien, gajo. De acuerdo, ¿qué vas a reprocharme? ¿El que me
haya presentado en sociedad como una dama cuando tú piensas que no tengo derecho a
ello?
-En realidad, lo que me gustaría saber es por qué has asumido una identidad que no
te pertenece.
-La idea no fue mía, Cristoph. Me sentía lo bastante ofendida y furiosa para seguir
mi camino y no volver a verte nunca. Pero mi abuela...
-Tu abuela -la interrumpió él-. Vi la tumba, Anna. ¿Era suya?
-Sí.
-Lo siento.
-No tienes por qué. Le había llegado el momento de irse, y le gustaba la idea de
descansar en ese precioso claro tuyo desde el que se puede divisar el sendero, que
para un zíngaro es el símbolo de la existencia. Verás, ya hace mucho tiempo que
sufría grandes dolores y por eso acogió la muerte con los brazos abiertos... y yo no
podía negarle eso.
-Pondré una lápida'
-No -dijo Anastasia-, porque ella deseaba guardar su nombre para sí misma, y no
quería dejar tras de sí ninguna evidencia de él. Pero como te estaba diciendo, Cristoph,
aun así insistió en que tú y yo estábamos destinados a vivir juntos. Y William, que
viajaba con nosotros y la oyó, pensó que quizá necesitabas que alguien te hiciera ver
que las apariencias y los orígenes no significan tanto después de todo y que hay cosas
más... más importantes.
-¿Como cuáles?
No era algo que pudiera explicarse con palabras, por lo que Anastasia se limitó a
encogerse de hombros.
-Depende de la persona. Algunos piensan que lo único que importa en la vida es el
poder, otros creen que sólo importa la riqueza, algunos te dirían que lo que realmente
importa es la felicidad y otros quizá dirían que... Bueno, ya te he dicho que eso depende
de la persona.
-Ibas a decir el amor, ¿no? -preguntó él sin inmutarse-. Tú piensas que en la vida no
puede haber nada más importante que el amor, ¿verdad?
Anastasia lo miró fijamente. Podía estar burlándose de ella, pero no lo creía.
-No, por sí solo el amor no es suficiente. Puedes amar y ser muy desgraciado.
-Siempre había estado segura de que tendría ocasión de comprobarlo por experiencia
propia, pero se abstuvo de mencionarlo y se limitó a añadir-: Lo que realmente importa
es el amor y la felicidad. Si van cogidos de la mano, no hace falta pedir nada más. Pero
para tener las dos cosas, el amor debe ser correspondido.
-Estoy de acuerdo.
Esas palabras bastaron para que Anastasia sintiera que el corazón volvía a palpitarle
desenfrenadamente. Y sin embargo estaba viendo demasiado en ellas. Chrístopher la
había reclamado delante de los hombres reunidos en la sala y había dado la impresión
de que era su esposo, pero después de todo sólo se trataba de una impresión. No les
había dicho que era su esposo, y se había limitado a mencionar los «derechos de un
esposo». Había obrado muy astutamente y no le costaría nada echarse atrás... a menos
que realmente hubiera tenido intención de reclamarla de la forma tan pública en que lo
había hecho.
Sabiendo que se exponía a ser destruida, Anastasia pidió aquella aclaración que tan
desesperadamente quería y necesitaba oír.
-¿Con qué... estás de acuerdo?
-Estoy de acuerdo en que para que haya felicidad, el amor debe darse y recibirse.
-Pero eso no es lo que tú, personalmente, consideras más importante, ¿verdad?
-Cuando mi vida estaba vacía o cuando, como dijiste tan acertadamente, «había una
seria carencia en ella», ni tú ni yo sabíamos en qué podía consistir ese algo.
-Yo lo sabía -murmuró ella.
-¿De veras? Sí, supongo que lo sabías. Y probablemente también sabías que si en
ese momento me hubieras dicho qué le faltaba a mi vida, nunca te hubiese creído.
-¿En ese momento?
Él sonrió.
-Con un poco de suerte, Anna, incluso el hombre más tonto del mundo acaba dejando
de serlo. Finalmente llega un momento en el que ve qué ha de hacer para redimiese a sí
mismo y lo hace... si no es demasiado tarde. Yo temía que fuese demasiado tarde, y por
eso le estoy tan agradecido a sir William.
-¿Por qué? -preguntó ella con un hilo de voz.
Él se acercó y le levantó la barbilla.
-Por la misma razón por la que no tengo intención de divorciarme de ti. Te quiero en
mi vida, Anna, de cualquier manera en que pueda tenerte. Ahora lo sé. He necesitado
varios días para comprender que el matrimonio, con su permanencia, es ciertamente
preferible. En comparación el escándalo es muy insignificante.
Ella le rodeó el cuello con los brazos, y atrajo los labios de Christopher hacia los
suyos. En el beso que le dio no había pasión alguna, sólo un inmenso tesoro de amor y
ternura que selló su destino más firmemente de lo que hubiera podido hacerlo cualquier
palabra.
25
Christopher llevó a Anastasia directamente a su casa de Londres, pero no
permanecieron allí mucho tiempo. Esa misma semana Christopher ordenó a sus
sirvientes que recogieran todas sus pertenencias personales para trasladarlas a
Haverston. Por mucho que prefiriese la vida de la ciudad, no tardó en darse cuenta de
que a su esposa no le gustaba, y en aquellos momentos le importaba mucho más
compensar el que se hubiera comportado como el más completo idiota en lo referente a
su matrimonio que sus preferencias.
La hubiese llevado a Ryding, que al menos era una casa mucho más alegre. Pero
Anastasia expresó el deseo de estar cerca de su abuela, así que fueron a Haverston. Él ya
le había dicho lo lúgubre que era, a lo que ella rió y le dijo que eso podía corregirse
fácilmente.
-Contrataré a un ejército de trabajadores -le prometió él-. Supongo que no hará falta
mucho tiempo para convertir ese mausoleo en un lugar habitable.
-No harás nada de eso -replicó ella-. Haremos las mejoras nosotros mismos, porque de
esa manera, cuando hayamos terminado, Haverston será nuestro hogar.
¿Empuñar un martillo? ¿Sostener un pincel? Christopher ya estaba empezando a
comprender lo mucho que su zíngara iba a cambiarle la vida, y ardía en deseos de pasar
por ese proceso.
26
Era su primera Navidad en Haverston. Christopher siempre había pasado las fiestas
en Londres; después de todo, la Navidad era una estación social de primera categoría.
Pero aquel año no deseaba hacerlo. De hecho, no había ninguna razón por la que
quisiera volver a Londres. Todo lo que necesitaba y amaba se encontraba en Haverston.
La casa estaba quedando espléndida, aunque distaba mucho de estar terminada, dado
que tuvieron que interrumpir los trabajos de remodelación en cuanto Anastasia quedó
embarazada. Pero las habitaciones principales ya estaban listas, y ahora contenían un
acogedor calor que no tenía nada que ver con la estación, y además habían sido
magníficamente adornadas para las fiestas.
Para Anastasia aquéllas eran sus primeras Navidades inglesas, lo cual las convirtió
en una experiencia tan nueva como intensa. Para su gente, la Navidad siempre había
sido el momento de visitar el mayor número de pueblos lo más deprisa posible, porque
era una época en la que las personas gastaban dinero en regalos, en vez de meramente
en sí mismas, y los zíngaros tenían muchos regalos que ofrecer. Pero eso significaba
que nunca estaban en un sitio el tiempo suficiente para darle un aspecto festivo, adornar
un árbol o colgar una guirnalda. Eso eran cosas de los gajos. Pero no para Anastasia,
ya no.
Ayudada por sus sirvientes, Anastasia abrió los muchos baúles que Christopher
había mandado traer de Ryding, llenos de herencias navideñas que llevaban
generaciones en su familia, y juntos esparcieron su contenido por toda la casa.
Christopher colgó racimos de muérdago en cada habitación, y recurría a las excusas
más tontas para atraerla bajo ellos cada vez que se le presentaba la ocasión.
Anastasla hizo o bien compró regalos para todos los sirvientes. Los repartieron la
víspera de Navidad, que fue cuando ella tuvo la experiencia de su primer viaje en
trineo, dado que al principio de la semana había empezado a nevar y ahora los campos
y los caminos ya estaban cubiertos por una gruesa capa de nieve. Fue muy divertido, a
pesar del frío, y a su regresó recibieron con alivio el calor del vestíbulo.
Pasaron el resto del día allí, sentados en el sofá cerca de la chimenea dentro de la
que ardía un gran tronco navideño, viendo parpadear las velitas en el árbol que
Christopher había cortado.
Anastasia se sentía inmensamente satisfecha y llena de paz, a pesar del
presentimiento que tenía desde hacía unos días. Aquello era distinto de su «don»
normal, su capacidad de ver por dentro, y sin embargo no lo era.
Estaba embarazada de cuatro meses. Todavia no se le notaba y tampoco sentía nada,
aparte de los breves episodios de mareos matinales que había tenido durante un tiempo.
Aun así se sentía tan cerca de su futuro bebé como si ya estuviera sosteniéndolo en sus
brazos. Y la sensación que se había adueñado de ella estaba relacionada con él.
Todo sería más fácil si lograba expresarle en palabras que tuvieran algún sentido, y
eso fue lo que intentó hacer.
-Aún nos queda por hacer un regalo más, aunque no seremos nosotros quienes lo
entreguemos -le dijo a Christopher.
Su esposo la rodeaba con un brazo y su otra mano había estado acariciándole
distraídamente el brazo. Christopher se volvió hacia ella para decir algo que no tuvo
nada de sorprendente:
-No te entiendo.
-La verdad es que yo tampoco lo entiendo -tuvo que admitir ella-. Es una especie de
presentimiento que he tenido acerca de nuestro hijo...
-¿Hijo? -la interrumpió él, sorprendido-. ¿Vamos a tener un hijo? ¿Realmente sabes
que va a ser un niño?
-Bueno, sí, soñé con él. Normalmente mis sueños son bastante certeros. Pero eso no
tiene nada que ver con el regalo que debemos hacer.
-.Qué regalo?
Él empezaba a poner cara de frustración y Anastasia no podía reprochárselos Ella
misma solía interrogarse acerca de sus sentimientos.
-Debemos poner por escrito, cómo nos conocimos, cómo llegamos a amarnos, y
cómo desafiaos a nuestras respectivas gentes para escoger el amor en vez de lo que se
esperaba de nosotros. Debemos escribir nuestra historia, Cristoph.
-¿Escribirla? -La idea no parecía gustarle demasiado-. Nunca se me ha dado muy
bien escribir, Anna.
Ella le sonrió.
-Lo harás estupendamente. Lo sé. Él la miró y puso los ojos en blanco.
-Tengo una sugerencia mejor. ¿Por qué no escribes tú eso que debe ser escrito... y
por cierto, por qué tiene que ser escrito? .
-Debemos escribir nuestra historia no para nuestro hijo, sino para sus hijos y los
hijos de sus hijos. Lo que he «presentido» es que nuestra historia beneficiará a uno o
más de ellos. No sé cuándo les será de ayuda, o por qué, pero sé que lo será. Quizá
sabré más al respecto en algún momento del futuro y puede que tenga otros
presentimientos al respecto, pero de momento esto es todo lo que sé.
-Muy bien, puedo aceptar eso... supongo. Pero sigo sin entender por qué debemos
hacerlo entre los dos. Para contar una historia basta con una persona.
-Cierto, Cristoph, pero yo no puedo escribir acerca de tus sentimientos y
pensamientos. Eso es algo que sólo tú puedes añadir, y es la única forma de que
nuestra historia esté completa. Pero si tan poco te satisface tu estilo literario, o si
temes que pueda hacerte preguntas incómodas o reírme de lo que confieses, entonces
prometeré no leer lo que escribas. Esta historia no es para nosotros ni para nuestro
hijo, sino para los que vendrán después, aquéllos a los que probablemente nunca
conoceremos. Podemos guardarla en un lugar seguro para que nadie que conozcamos
llegue a verla jamás.
Él suspiró y le besó suavemente la mejilla para conferir un poco más de elegancia a
su reluctante asentimiento.
-¿Cuándo quieres empezar?
El titubeo de Anastasia solamente duró un momento.
-Esta noche, la víspera de Navidad. Tengo un presentimiento...
-Basta de «presentimientos» por esta noche -la interrumpió él con un gemido.
Ella se rió.
-No he dicho que debamos escribir muchas páginas esta noche, sólo un comienzo.
Además, esta noche he de dar otro regalo cuya entrega requerirá... un poco de tiempo.
La mirada llena de sensualidad que le estaba lanzando hizo que él enarcara las cejas.
-¿Sí? Mucho tiempo, ¿eh? Y supongo que no podrías alterar tus planes y entregar
ese regalo antes de que empecemos a escribir, ¿verdad?
-Se me podría persuadir de que lo hiciera.
Los labios de él volvieron a rozarle la mejilla y después bajaron a lo largo de su
cuello, esparciendo una oleada de escalofríos por su cuerpo.
-Soy muy bueno persuadiendo -murmuró Christopher con la voz ronca por la pasión.
-Tenía el presentimiento de que dirías eso.
27
Amy cerró el diario por última vez con un suspiro de satisfacción. Había sido más
de lo que se atrevía a esperar. Ahora se sentía totalmente en paz con su «don». La
suerte que tenía en las apuestas podía ser una increíble coincidencia, pero ella prefería
pensar que había heredado su suerte de su bisabuela.
No todos habían asistido a la lectura completa, que había durado tres días. Rosslynn
y Kelsey se turnaron en el cuidado de los niños, por lo que sólo habían oído
aproximadamente un capítulo de cada dos, aunque ahora que podían disponer del diario
para ellas solas enseguida se pondrían al día.
Las hermanas mayores de Amy habían decidido esperar y leerlo tranquilamente
cuando tuvieran tiempo para ello. Aunque aparecían por allí de vez en cuando para
enterarse de cómo progresaba la historia, pasaban la mayor parte del día haciendo
compañía a Georgina, que entretenía a la familia de visita. El resto de los Anderson no
venía a Inglaterra lo bastante a menudo para su gusto, por lo que cuando lo hacían,
prefería pasar el mayor tiempo posible con ellos.
James y Tony, aquel par de bribones, habían interrumpido repetidamente la lectura
con comentarios graciosos acerca de Christopher Malory, al que enseguida habían
comparado con Jason. Jason había permanecido sumido en un silencio pensativo
durante toda la lectura, y ni siquiera se molestó en reñir a sus hermanos pequeños por no
tomársela en serio.
Charlotte, la madre de Amy, había sido incapaz de estar sentada durante las largas
lecturas, por lo que al igual que sus otras hijas, decidió leer el diario en otra ocasión.
Pero Edward, su padre, que había asistido a todas las sesiones de lectura, fue a darle un
beso en la frente antes de ir a acostarse.
-No me parezco a ella, a diferencia de ti -le dijo a Amy-. Pero al igual que tú, solía
preguntarme por qué sabría juzgar tan bien a las personas. Esa «segunda vista», si es
que puedo llamarla así, es lo que me ha guiado en mis inversiones y ha hecho de ésta
una familia tan rica. Pero no equivocarse nunca hace que acabes teniendo la sensación
de ser un bicho raro, eso puedo asegurártelo. Me complace saber que no soy el único
raro. De hecho, me alegro de que sea por una buena razón por la que hayamos sido tan
afortunados en nuestras muchas empresas.
Amy se quedó asombrada. Su padre tal vez fuera el más jovial y gregario de la
familia, pero también era el más pragmático y realista. Amy pensaba que sería el último
en creer en el don de una zíngara.
Reggie, la única que se encontraba lo bastante cerca para oír las observaciones que
Edward acababa de hacerle a su hija, sonrió y dijo:
-No seas tan modesto, tío Edward. Construir el imperio financiero que tienes
actualmente sigue requiriendo de cierto genio. Ser capaz de juzgar acertadamente a las
personas con las que te juegas el dinero ayuda, desde luego, pero aun así tuviste que
encargarte de escoger y seleccionar. Fijate en mí, en cambio. Al igual que Amy,
físicamente he salido a ella, y sin embargo no he heredado ninguno de esos otros dones.
Edward rió.
-No me importa compartir el mérito, gatita. Y no estés tan segura de que no has
heredado ningún don: el encanto zíngaro obra su propia magia. Y todavía no te has
equivocado ni una sola vez en tus labores de casamentera, ¿verdad?
Reggie parpadeó.
-Bueno, no. La verdad es que ahora que pienso en ello, nunca me he equivocado. -Y
entonces sonrió-. Oh, esperad a que le diga a Nicholas que en cuanto decidí casarme
con é1 ya nunca tuvo una sola oportunidad.
El marido de Reggie se había ido a acostar hacía unas horas, porque estaba
demasiado cansado para escuchar hasta el «final». Pero los otros ocupantes de la sala
oyeron su observación y empezaron a hacer comentarios, algunos con humor y otros
con cierto escándalo, como Travis, que se apresuró a decir:
-Mantén bien alejadas de mí esas dotes de casamentera tuyas, prima mía. Aún no
estoy preparado para llevar los grilletes.
-Yo sí,-dijo Marshall, sonriéndole-. Así pues, si quieres ya puedes considerarme tu
próximo proyecto.
-Nunca, había pensado en ello, pero nuestra querida gatita ha jugado un papel
realmente importante en nuestros matrimonios, el mío incluido -intervino Anthony.
Llenó la hermosa cabeza de mi Rosslynn con cosas buenas acerca de mí, y se pasó un
montón de horas hablándole de mis virtudes.
-Lo cual tuvo que resultarle condenadamente difícil dado que tienes poquísimas,
viejo amigo
-bromeó James.
-¡Mira quién habla! -resopló Anthony-. No entiendo qué pudo llegar a ver George en
ti. Pero ahora ya vuelve a estar en su sano juicio, ¿verdad?
Eso era un golpe bajo, teniendo en cuenta que por el momento aquél era un tema
bastante delicado para james (Georgina continuaba sin querer hablarle del auténtico
motivo de su enfado, y la puerta de su dormitorio seguía estando cerrada para él).
Por eso no tuvo nada de sorprendente que James replicara, aunque con su habitual
falta de expresión:
-Ese ojo negro tuyo está empezando a borrarse, hermano. Recuérdame que rectifique
eso por la mañana.
-No cuentes con ello. Mañana estaré muy ocupado recuperando un montón de horas
de sueño atrasadas, si no te importa -repuso Anthony. James se limitó a sonreír.
-Sí me importa. Y te aseguro que puedo esperar a que hayas recuperado el sueño
atrasado. Quiero que estés en plena forma
-Eres todo corazón, maldito memo -farfulló Anthony, visiblemente preocupado.
-Preferiría que vosotros dos no volviérais a empezar -dijo Jason mientras se
levantaba para ir a acostarse . Dais mal ejemplo a los niños.
-Desde luego -asintió Anthony con una sonrisa, y luego miró a James-. Al menos
algunos de los mayores aquí presentes dan muestras de sabiduría.
Teniendo en cuenta que james tenía un año más que él, no cabía duda de que
Anthony le estaba lanzando otra de sus sutiles pullas. James hubiera podido pasarla por
alto de no ser porque se ponía de un humor de perros cada vez que recordaba que su
esposa todavía estaba furiosa con él.
-Lo cual es una suerte, dado que algunos de los bebés aquí presentes no tienen
ninguna -dijo, dirigiendo una juiciosa inclinación de cabeza a su hermano.
Derek, que estaba de pie junto a su padre y veía cómo uno de sus adustos ceños
empezaba a ensombrecerle la frente, se inclinó sobre él para hablarle en susurros.
-Ya sabes que en cuanto empiezan no hay manera de pararlos -le dijo-. Más vale que
no les hagas caso. Creo que seguirán así hasta que tía George vuelva a sonreír.
Jason suspiró.
-Supongo que debería hablar con ella -murmuró-. Por lo que yo sé del asunto, creo
que está exagerando un poco.
-Sí, ¿verdad? Eso da que pensar que su enfado quizá esté motivado por alguna otra
cosa de la que se niega a hablar.
-Has dado justo en el clavo. Pero james ya ha llegado a esa misma conclusión por su
cuenta... aunque no le ha servido de mucho.
-Obviamente, dado que sigue estando raro. Claro que cuando él y George se han
peleado, siempre lo está.
-Eso nos pasa a todos, ¿no?
Derek soltó una risita, probablemente porque estaba acordándose de algunas de sus
discusiones con Kelsey.
-Cierto. Tener la cabeza llena de nubarrones hace que te resulte muy difícil analizar
la situación.
Jason estaba dispuesto a aceptar que ése podía haber sido su problema con Molly.
La lógica que ella siempre había utilizado con él lograba ponerlo furioso precisamente
por el hecho de ser válida. La situación, tal como estaban las cosas, era de una
frustración insoportable, ¿y quién podía pensar con claridad mientras estaba atrapado en
semejante ciénaga emocional? No obstante, gracias al asombroso don de su abuela,
ahora por fin tenía esperanzas.
Jeremy volvió a dirigir su atención hacia el gran problema del momento mediante
una jovial observación.
-Bueno, este «bebé» se va a la cama. Al menos yo no he heredado ninguna magia
insensata junto con los ojos azules y el cabello negro que obtuve de la grand-mére.
Derek puso los ojos en blanco.
-No -dijo con leve disgusto-. Lo único que haces es lanzar el hechizo más poderoso
de todos, primo: cada mujer que te mira se enamora locamente de ti.
-¿De veras? -exclamó Jeremy, sonriendo de oreja a oreja-. Bueno, no seré yo quien
lo discuta.
Anthony rio y, pasando el brazo por los hombros de Jeremy, le habló en tono
confidencial.
-Están celosos, cachorrito. No soportan que los zíngaros de negros cabellos de la
familia hayamos acaparado todo el encanto.
-Tonterias -resopló James-. Tienes tanto encanto como la parte posterior de mi...
Jason carraspeo.
-Me parece que hoy hemos estado levantados hasta muy tarde -dijo, y añadió-: A la
cama todo el mundo.
-Eso es lo que haría si tuviera una maldita cama en la que acostarme -masculló James
mientras iba hacia la puerta.
Anthony frunció el ceño y decidió que él también tenía derecho a mascullar un poco.
-No puedo creerlo, pero siento pena por él. Dioses, debo de estar agotado. Buenas
noches a todos.
Jason miró a Edward acompañó su sacudida de cabeza con un suspiro del tipo «qué
se le va a hacer» y luego se volvió hacia Amy.
-¿Necesitas ayuda, querida? -preguntó señalando a Warren, que estaba dormido con
la cabeza apoyada en su hombro.
-No, se despierta con mucha facilidad -dijo, sonriéndole a su esposo.
Encogió el hombro para demostrarlo y Warren se irguió de inmediato, pestañeó y
dijo:
-¿Hemos acabado por esta noche, corazón?
-Ya hemos terminado -replicó ella, y le entregó el diario a Jason para que lo
guardara-. Mañana por la mañana te contaré lo que te has perdido.
Warren bostezó, se puso en pie y la atrajo hacia sí.
-Cuando hayamos llegado arriba, te haré saber si puedo esperar hasta mañana o no
para enterarme de cómo se quitaron de encima a los cotillas del pueblo.
Ella gimió suavemente, pero después rió mientras le rodeaba la cintura con un brazo.
-De la misma manera en que probablemente lo habrías hecho tú: les dijeron que se
ocuparan de sus malditos asuntos.
-Excelente, el método americano -replicó él mientras salían por la puerta, dejando
tras ellos más de un comentario inglés.
28
James se detuvo ante el dormitorio de su esposa, tal como hacía cada noche, para ver
si su puerta estaba abierta. Estaba tan enfadado que ni siquiera se tomó la molestia de
tratar de abrirla. George no quería avenirse a razones y había cortado cualquier vía de
comunicación entre ellos, negándose a hablar de los motivos de su enfado. James ya no
sabía qué hacer para arreglar las cosas con ella, sobre todo porque en realidad no había
hecho nada malo que hubiera que enmendar.
Lo que necesitaba para salir de aquel lío era un milagro. Eso le recordó la
conversación mantenida con Jason la noche en que los jovencitos fueron sigilosamente
a la sala para abrir el regalo. Antes de que Anthony lo sorprendiera en el estudio de
Jason y dieran inicio a su sesión de libaciones autoconmiserativas, James había
sorprendido a Jason bastante ocupado con una botella y un vaso.
-Espero que tengas más de eso a mano, porque me siento capaz de vaciar una
botella entera -le dijo a su hermano cuando entró en la habitación.
Jason asintió.
-Coge un vaso del aparador y empezaremos a dar buena cuenta de ésta.
James así lo hizo, luego ocupó el sillón que había delante del escritorio y esperó a
que su hermano le llenara el vaso antes de preguntarle maliciosamente.
-Yo sé por qué bebo, pero ¿lo sabes tú?
-Me sorprendes, James -dijo Jason, optando por no responder directamente a su
pregunta-. Si hay alguien entre nosotros que sepa manejar a las mujeres, tienes que ser
tú... o por lo menos en el pasado siempre has sabido cómo hacerlo. ¿Qué ha sido de ese
don?
James se repantigó en su sillón y tomó un buen sorbo de coñac antes de responder.
-Manejar a las mujeres resulta muy fácil cuando no estás emocionalmente
involucrado con ellas, pero cuando estás tan enamorado que apenas puedes pensar,
entonces todo se complica muchísimo. He utilizado todos los medios que se me han
ocurrido para conseguir que George hablara de lo que la ha puesto así, pero George es,
bueno, George, y no cambiará de parecer fácilmente. No tiene nada que ver con Tony o
Jack. Al menos he podido descartar eso. George los utilizó como excusa para saltar por
los aires... y caer sobre mí. El problema soy yo, pero como no he hecho absolutamente
nada que haya podido ponerla tan furiosa, ahora estoy hecho un lío.
-Yo diría que lo que ocurre es que todavía no ha encontrado una manera de abordar
el asunto contigo, sea cual sea. Eso podría formar parte del problema, y me refiero a la
frustración que puede sentir al ver que es incapaz de expresarle con palabras -sugirió
Jason.
-¿Desde cuándo ha tenido George problemas para expresar lo que le pasa por la
cabeza? -preguntó James, teniendo que hacer un considerable esfuerzo de voluntad para
no poner los ojos en blanco.
-Normalmente sí sabe hacerlo -asintió Jason-. Pero esto no parece un problema
corriente, porque de lo contrario ya habría salido a la luz. Tengo razón, ¿verdad?
-Posiblemente -admitió james pensativo, y luego dijo-: Oh, maldita sea. Estoy harto
de tratar de averiguar qué anda mal. Se me han ocurrido mil teorías, Pero lo único que
he sacado en claro es que esto no tiene ningún sentido.
Jason contempló su vaso y soltó un bufido.
-Cuando a una mujer se le mete algo entre ceja y ceja, no hay Dios que la entienda.
Cuando todo va bien ya cuesta entenderlas, así que entonces...
James rió. La observación de Jason le había traído a la memoria algo que le había
ocurrido hacía varios años, de lo que nunca había hablado con su hermano. También
hizo que comprendiera por qué su hermano necesitaba reconfortarse con un par de vasos
de coñac: al igual que él, Jason también estaba teniendo serios problemas con las
mujeres.
-¿Cuánto hace que estás enamorado de Molly? -le preguntó a bocajarro.
Jason alzó la vista, pero su expresión no mostró la sorpresa que cabía esperar.
-Desde antes de que naciera Derek.
James no consiguió ocultar su sorpresa ante aquella respuesta y la obvia conclusión
que traía consigo.
-Santo Dios, Jason... ¿Se puede saber por qué demonios nunca nos lo has dicho?
-¿Piensas que no quería hacerlo? Si de mí dependiera lo hubiese gritado desde los
tejados, pero no depende únicamente de mí. Molly tenía buenas razones para desear
que lo que había entre nosotros siguiera siendo un secreto para todos, y eso incluía a
Derek... 0 por lo menos consiguió convencerme de que tenía buenas razones para ello,
no lo sé. Ahora ya no estoy tan seguro de que estuviera en lo cierto, pero supongo que
después de tantos años de secreto ya no 1 tiene demasiado sentido pensar en eso.
-¿Y por qué no te casas con ella y resuelves el problema de una vez por todas?
-preguntó james, tratando de ser razonable.
Jason rió ásperamente.
-Lo estoy intentando. Desde que me divorcié de Frances, pero Molly no quiere dar
su brazo a torcer. Se le ha metido en la cabeza que se armaría un tremendo escándalo, y
no quiere que la familia cargue con las consecuencias.
James enarcó una ceja.
-¿Que no quiere que la familia tenga que ... ? ¿Acaso la habido algún momento de la
historia de esta familia en el que no se estuviera cociendo alguna clase de escándalo?
Jason imitó su gesto.
-Cierto, y debo decir que tú te has asegurado de que siempre hubiera alguno en el
candelero.
El tono de censura de su hermano hizo reír a James.
-No entremos en eso. ¿No sabes que me he reformado.
Jason sacudió la cabeza mientras ponía cara de perplejidad.
-Sí, y todavía no sé qué lo hizo posible.
-El amor, por supuesto. Produce milagros asombrosos. Y hablando de milagros,
parece que voy a necesitar uno para salir de esta espantosa situación con George. Si
encuentro, algún milagro, Jason, te aseguro que te lo pasaré en cuanto haya acabado de
usarlo, dado que tú también pareces necesitar uno.
Nada más acordarse de la conversación que había mantenido con su hermano, James
tuvo el presentimiento de que Jason quizá hubiera encontrado su milagro gracias a su
abuela, mas por desgracia el que le hacía falta a él aún no había llegado. Pero las cosas
ya habían ido demasiado lejos, y mañana así se lo diría a su esposa. Aquella noche
estaba sencillamente demasiado cansado. Probablemente hubiese dicho algo que luego
habría acabado lamentando, y entonces sí que tendría razones para pedir disculpas.
Se dispuso a irse, pero apenas había dado tres pasos cuando giró sobre sus talones y
llamó a la puerta del dormitorio.
-Al diablo con la espera! Estaba cansado, sí, pero i estaba todavía: más cansado de
dormir solo.
-Está abierta -oyó del interior de la habitación.
James contempló con ceño el pomo de la puerta y trató de hacerlo girar. Maldición,
pues sí estaba abierta. La condenada puerta tenía que estar abierta precisamente cuando
se le ocurría llamar ruidosamente en vez de comprobar si estaba cerrada antes de hacer
nada.
Entró en el dormitorio, cerró la puerta y se apoyó contra ella, cruzando sus robustos
brazos. Georgina, sentada en la cama, llevaba el salto de cama de seda blanca y el
peinador que él le había regalado la Navidad pasada. Estaba cepillándose su larga
cabellera de color castaño. A James siempre le había gustado ver cómo lo hacía, y ésa
era otra de las cosas que se le habían negado últimamente.
-¿Te has olvidado de cerrarla? -preguntó secamente mientras la contemplaba con una
ceja arqueada.
-No -se limitó a decir ella.
La ceja dorada subió un poquito más.
-No me digas que la historia de amor de los antepasados te ha conmovido hasta el
punto de perdonarme.
El suspiro de su esposa fue lo bastante ruidoso para que él lo oyera desde el otro
extremo del dormitorio.
-Me ha conmovido, sí, aunque no hasta tal punto. Pero su historia me ha ayudado a
entender que lo inevitable no puede ser evitado, y al fin he comprendido que retrasar
esto no hará que desaparezca. Empezaré haciéndote saber que no hay nada que
perdonarte, james.
-Bueno, yo siempre lo había sabido. Pero ¿qué diablos quieres decir con eso de
«nada»?
Su esposa bajó la vista y murmuró algo que él no pudo oír. Eso hizo que atravesara
el dormitorio, se detuviera delante de ella y le levantara la barbilla. Sus grandes ojos
castaños eran inescrutables.
-Volvamos a intentarlo, ¿de acuerdo? -dijo James-. ¿Qué has querido decir con eso
de que no hay nada que perdonarme?
-Nunca he estado enfadada contigo. La forma en que me he estado comportando no
tenía nada que ver contigo, o mejor dicho... Bueno, sí que tenía algo que ver contigo,
pero no por la razón que tú creías. Cuando Jack dijo lo que dijo, yo ya estaba
preocupada por otra cosa. Utilicé eso como excusa porque no estaba preparada para
enfrentarme a lo otro. No quería que te preocuparas
-Espero que seas consciente de que lo qué, acabas de decir no tiene ni pies ni cabeza,
George. ¿No querías que me preocupara? Pues ahora mírame y dime si no tengo aspecto
de haber estado muy preocupado últimamente.
Su expresión desalentada dejaba perfectamente claro hasta qué punto lo había estado,
y su esposa no pudo evitar sonreír.
-Quizá no me he expresado bien -admitió-. No quería que tú también te preocupases,
por eso dije lo que dije.
James dejó escapar un gemido de frustración.
-Ya sé que la manera de razonar americana hace que todo lo que dices resulte
absolutamente ininteligible para una pobre mente inglesa, pero te aseguro que intento...
-Tonterías -le interrumpió ella con un bufido-. Lo que pasa es que todo lo que he
dicho hasta ahora no es más que un montón de evasivas.
-Me alegro de que lo confieses, querida. Y ahora dime a qué se debe eso.
-Me disponía a llegar a ese punto -dijo ella, siguiendo con las evasivas.
-Date cuenta de que estoy esperando pacientemente.
-Tú nunca has sido paciente.
-Siempre soy paciente, y tú sigues con las evasivas -casi gruñó él-. Te lo advierto,
George: estás acabando con mi maldita paciencia.
-¿Lo ves?
El gesto grave que le dirigió hubiera bastado para convencer a cualquiera, pero su
esposa, sabiendo que no tenía nada que temer de él, ni siquiera parpadeó. Pero sabía
que estaba yendo demasiado lejos, y finalmente dijo con un suspiro:
-Sé que quieres muchísimo a los gemelos. Son tan encantadores que no puedes
evitar quererlos, ¿Verdad? Pero también sé que cuando Amy y Warren tuvieron
gemelos te horrorizó la idea de que nosotros también pudiéramos tenerlos. Él es mi
hermano, y de pronto comprendiste que eso era posible.
-No me horroricé -la corrigió-. Sólo me sorprendí de que los gemelos fueran tan
habituales en tu familia, cuando en tu familia...
-Te horrorizaste -reiteró ella.
Esta vez él suspiró, aunque más por el efecto melodramático que por otra cosa.
-Si insistes. Bueno, y ¿adónde quieres ir a parar?
-No quería que volvieras a horrorizarse.
-¿No querías que ... ? -De pronto él pestáñeó-. Santo Dios, George, ¿vamos a tener
otro bebé?
Y entonces ella se echó a llorar. James, por su parte, se puso a reír. Sencillamente
no pudo evitarlo. Pero con eso sólo consiguió que los sollozos de su esposa se volvieran
todavía más desgarradores.
Por eso la cogió en brazos, se sentó en la cama y, poniéndola en su regazo, la rodeó
con los brazos.
-Verás, George, me parece que tendremos que encontrar una manera menos
complicada de anunciar estas cosas -le dijo-. ¿Te acuerdas de cómo me comunicaste la
inminente llegada de Jack?
Ella se acordaba, desde luego. Habían mantenido una encarnizada discusión a bordo
del barco de él, durante la cual ella acababa de decirle a james, todo un respetable lord
inglés, que era un sucio pirata del Caribe.
-Lamento tener que decírtelo, pequeña bruja -había replicado él-. pero ésas no son
maneras de hablar.
-¡En lo que a mí concierne sí! -había gritado ella-. Santo Dios, y pensar que voy a
tener un hijo tuyo...
-¡Y un cuerno! ¡No volveré a ponerte las manos encima!
George salió del camarote hecha una furia, no sin antes espetarle- «¡No tendrás que
hacerlo, estúpido! », con lo que él por fin comprendió que ya estaba embarazada.
-Y la segunda vez, ¿te acuerdas de que llegaste a negar que estuvieras embarazada?
Me dijiste que sólo habías engordado un poco, como si yo no pudiera notar la diferencia
-dijo él soltando un bufido.
Ella se envaró.
-¿Me culpas por no habértelo comunicado, después de lo que dijiste cuando Amy
tuvo sus gemelos? «Bien, pues te advierto que no quiero gemelos en nuestra casa.» Ésas
fueron tus palabras exactas. Bueno, pues tuvimos gemelos, y puede que tengamos unos
cuantos más, y..
-Ya empezamos otra vez -la interrumpió él con una risita-. Mi querida muchacha, no
deberías tomarte tan en serio lo que pueda llegar a decir un hombre en un momento de
sorpresa cuando lo han pillado desprevenido.
-En un momento de horror -le corrigió ella. -De sorpresa -repitió él categóricamente-.
Sólo se trató de eso, sabes. Y si se me permite decirlo, creo que me adapté francamente
bien. De hecho, y suponiendo que te sintieras capaz de darme gemelos cada año, los
adoraría a todos por igual. Sabes por qué, ¿verdad?
Ella frunció el ceño.
-¿Por qué?
-Porque te quiero, y aunque pueda parecer presuntuoso por mi parte -añadió con una
sonrisa de satisfacción-, sé que tú también me quieres Así p es, parece lógico suponer
que cualquier cosa que creemos a partir de ese amor será amada a su vez, tanto si viene
en un, envoltorio individual como si viene a pares. Los querré a todos, tontita. No
vuelvas a dudarlo nunca.
Ella apoyó la cabeza en su pecho con un suspiro.
-Me he portado como una tonta, ¿verdad?
-Dado el sitio en el que he estado durmiendo últimamente -replicó él -, me abstendré
de contestar a esa pregunta, si no te importa.
A modo de disculpa, ella le besó el cuello. -Lo siento muchísimo.
-Sólo faltaría que no lo sintieras.
Fue su tono condescendiente el que la impulsó a replicar:
-¿Te he contado alguna vez que hace cuatro generaciones hubo un caso de trillizos en
mi familia?
-Sé que estás esperando oír algo del estilo de «¡Santo Dios, George, no quiero
trillizos en nuestra casa!», pero voy a tener que decepcionarte. Claro que si no pensara
que me estás tomando el pelo...
Ella rió, con lo que más o menos admitió que estaba haciendo precisamente eso.
Pero después la curiosidad la impulsó a hacerle otra pregunta.
-¿Amy terminó el diario esta noche?
-Sí. Mi abuela tenía un don asombroso. Prefiero pensar que sólo era una increíble
buena suerte a la hora de hacer conjeturas por su parte, pero ¿quién puede saberlo con
certeza?
-Vaya, vaya... Me he perdido muchas cosas, ¿no?
James asintió.
-Deberías leer el diario, eso suponiendo que consigas arrancárselo de las manos a Jason.
Pero tengo el presentimiento de que antes quiere que lo lea otra persona.
-¿Molly?
James rió.
-Así que tú también te has dado cuenta, ¿eh?
-¿Te refieres a la dulcificación general que se produce en su carácter cuando Molly anda
cerca? ¿Quién podría pasarla por alto?
-La mayoría de nosotros -replicó él secamente.
29
-Ya ha acabado de leerlo? -preguntó Molly cuando Jason se reunió con ella en la
cama aquella noche.
-Oh, perdona. ¿Te he despertado?
Ella bostezó y se acurrucó junto a él.
-No. Estas últimas noches te echaba de menos, así que hoy he intentado aguantar
despierta hasta que vinieras. Aunque ya creía que no iba a conseguirlo. Empezaba a
adormilarme.
Él9sonrió y la rodeó con los brazos. No había tenido ocasión de hablar con ella
desde que aquel diario fue desenvuelto. Las últimas noches Molly ya estaba dormida
cuando se reunía con ella, y por las mañanas se levantaba tan temprano que cuando él
despertaba, ya se había ido. Con la casa tan llena, tampoco había muchas ocasiones de
encontrarla a solas durante el día para hablar con ella en privado.
Y el resto de la familia no abordaba el tema del diario, al menos delante de la
servidumbre, de la que todos consideraban que Molly formaba parte; con la única
excepción de Derek y su esposa, y ahora james, quien estaba al corriente de la verdad y
sabía que ella era la madre de Derek, y que llevaba más de treinta años siendo el único
amor de Jason.
Por eso Molly todavía ignoraba el contenido del diario. No obstante, no había
pasado por alto que la familia llevaba tres días leyéndolo, acampada prácticamente en la
sala. Molly acudía a la entrada de vez en cuando y meneaba la cabeza.
-Quiero que mañana te tomes el día libre y lo leas -le dijo Jason.
-¿Que me tome el día libre? No digas tonterías.
-La casa sabrá salir adelante sin ti durante un día, querida.
-No lo haré.
-Molly... -dijo él en tono de advertencia.
, Oh, muy bien -asintió ella-. Podría esperar hasta después de las fiestas, cuando la
casa no esté tan llena, pero admito que siento cierta curiosidad por ese diario.
Seguramente será porque ha estado en mi poder durante la mayor parte de mi vida sin
que supiese qué era.
Jason se incorporó de golpe.
-¿La mayor parte de tu vida? ¿Cuándo lo encontraste? ¿Y dónde.?
-Bueno, lo encontré... y no lo encontré. Lo que quiero decir es que me fue confiado
cuando yo sólo tenía cuatro años o quizá cinco, ya no me acuerdo. Se me dijo qué debía
hacer con él y cuándo tenía que entregarlo, pero no qué era. Y debo confesar que ya
hace tanto tiempo de eso, Jason, que lo puse con algunos viejos trastos míos y no volví a
acordarme de él. Ha pasado todos estos años en el desván, junto con las cosas de mi
infancia que tengo guardadas allí.
-Pero finalmente te acordaste de él, ¿no?
-Bueno, la verdad es que no -admitió ella-, y la manera en que volví a dar con él fue
realmente extraña.
-¿Qué quieres decir?
Ella frunció el entrecejo, recordando todo lo ocurrido.
-Fue cuando empecé a bajar los adornos navideños del desván. Había hecho sol la
mayor parte del día, por lo que el desván estaba bastante cargado y hacía mucho calor,
así que abrí una de las ventanas. Pero como no hacía brisa apenas dejaba entrar un poco
de aire fresco, y de todas maneras con una ' sola ventana abierta el efecto apenas habría
tenido que notarse... o eso pensé. Cuando iba hacia la puerta con mi última carga del
día, una tremenda ráfaga de viento atravesó el desván y tiró al suelo un montón de
cosas.
-¿Habías dejado abierta la puerta? Eso lo explicaría.
-No fue una mera corriente de aire sino un auténtico vendaval, Jason, lo cual no tiene
ningún sentido porque para empezar aquel día no había hecho ni pizca de viento. Pero
no, la puerta estaba cerrada: por eso me pareció tan extraño, o al menos eso fue lo que
me dije después cuando tuve tiempo de pensar en ello. Pero en ese momento estaba
demasiado ocupada recogiendo las cosas que había tirado. Fue cuando llegué a un gran
biombo oriental que se había desplomado encima de un montón de cuadros,
desprendiendo varios de ellos de sus marcos, cuándo vi mis cosas. Pero seguía sin
acordarme del diario, y nunca se me hubiese ocurrido mirar dentro de mi viejo baúl de
no ser porque bueno...
Se detuvo y su rostro se puso más serio. Jason estuvo a punto de sacudirla para que
siguiera hablando.
-¿Y bien? -preguntó finalmente.
-De no ser porque el vendaval volvió a soplar de repente en esa esquina del desván y
sacudió la tapa del baúl. Te juro que casi parecía como si el viento estuviera intentando
abrirla. Fue algo rarísimo, créeme, y confieso que se me puso carne de gallina.
Entonces fue cuando me acordé de aquel objeto envuelto en cuero que había guardado
dentro del baúl mucho antes de que viniera a trabajar a Haverston, y de que se suponía
que debía entregárselo a tu familia en calidad de regalo. Y lo más extraño de todo es
que el viento dejó de soplar apenas abrí el baúl.
Él se echó a reír.
-Ya me parece oír lo que habría dicho Amy si hubiese estado allí. Habría insistido
en que era el fantasma de mi abuela, o quizá incluso el de la abuela de mi abuela,
asegurándose de que el diario era entregado. Santo Dios, Molly, no se te ocurra
hablarle nunca de ese vendaval. Pensaría que esta vieja mansión está encantada.
-Tonterías. Sólo fue una ráfaga de viento, probablemente provocada por el calor que
se había acumulado en el desván.
-Sí, obviamente. Pero mi sobrina tiene mucha imaginación, así que sería mejor que
guardáramos silencio sobre esa parte de la historia, ¿de acuerdo? -sugirió él con una
sonrisa.
-Si insistes.
-Y ahora dime quién te lo entregó hace todos esos años. No tienes edad suficiente
para haber conocido a mi abuela.
-No, pero mi abuela sí que la conoció. Y cuando volví a encontrarlo, me acordé de
lo que me dijo cuando me confió el regalo para que lo guardara. Mi abuela fue la
doncella personal de Anna Malory, ya sabes.
Él le sonrió.
-¿Cómo quieres que lo sepa cuando nunca te habías molestado en mencionarlo?
Ella se ruborizó.
-Bueno, también se me había olvidado. No me acuerdo mucho de mi abuela, porque
cuando la conocí yo era muy joven y ella murió poco después de haberme entregado
aquel diario. Y mi madre nunca trabajó en Haverston, así que no tuvo ninguna clase de
relación con los Malory y tampoco tenía motivos para mencionarlos, lo cual hizo que
me resultara todavía más fácil olvidarme de todo aquello. Y después transcurrieron más
de diez años antes de que yo entrara a trabajar aquí, pero ni siquiera eso me refrescó la
memoria.
-Así que Anna Malory se lo dio a tu abuela para que lo entregara, ¿no?
-No; se lo dio a ella para que me lo diera a mí. Deja que te cuente lo que me dijo mi
abuela, y entonces quizá lo comprendas. En ese momento yo no lo entendí, y aún no lo
entiendo, pero esto es lo que recuerdo. Mi abuela ya era la doncella de lady Malory; un
día la señora la mandó llamar y le dijo que, se sentara y tomara el té con ella, porque
iban a ser grandes amigas. La abuela me dijo que la señora solía hacer cosas extrañas, y
aquel día le dijo algo realmente extraño. «Vamos a ser parientes, -le dijo-. Tardará
mucho tiempo en ocurrir y no veremos cómo ocurre, pero ocurrirá, y tú ayudarás a que
ocurra cuando le des esto a tu nieta.»
-¿El diario?
Molly asintió.
-Lady Malory tenía varias cosas mas que decirle, y en realidad acabó dándole
instrucciones muy detalladas. Mi abuela admitió que en ese momento pensó que la
señora ya no estaba en sus cabales. Después de todo, todavía no tenía ninguna nieta.
Pero recibió instrucciones de que su nieta -yo, porque no tuvo más- debía entregar el
regalo por Navidad a la familia Malory cuando se cumpliera el primer cuarto del nuevo
siglo. No a ningún miembro determinado de la familia, sino a la familia entera. Y
como se trataba de un regalo, quería que tuviera aspecto de tal. Y eso fue todo lo que le
dijo al respecto. No, espera, había otra cosa acerca de cuándo debía ser entregado: dijo
que tenía el presentimiento de que ése era el momento más benéfico.
Jason sonrió y le dio las gracias en silencio a su abuela.
-Asombroso -le dijo a Molly.
-¿Entonces lo entiendes?
-Sí, y me parece que en cuanto lo hayas leído tú también lo entenderás. Pero ¿por
qué no dejaste una nota junto a él? Así al menos habríamos sabido para quién era y
de quién procedía. No saberlo lo convirtió en un auténtico misterio, y por eso los
jovencitos no esperaron a que fuera Navidad para abrirlo.
-Porque era para todos vosotros, naturalmente. -Y rió-. Además, si luego resultaba
que no era nada importante, así no tendría que confesar que lo había dejado allí.
-Oh, era importante, cariño, y más que eso: es una valiosa herencia para esta
familia. Y tengo muchas ganas de oír tu opinión cuando lo hayas leído.
Ella lo miró con suspicacia.
-¿Por qué tengo el presentimiento de que lo que pone en ese diario no me va a
gustar?
-Posiblemente porque a veces llegas a ser espantosamente terca con ciertas cosas.
-Ahora sí que estás empezando a preocuparme, Jason Malory -gruñó ella.
El sonrió.
-No tienes que preocuparse, querida. Te prometo que de esto sólo saldrán cosas
buenas.
-Sí, Pero ¿buenas para quién?
30
La mañana del día de Navidad amaneció soleada aunque bastante fría, si bien la sala
donde se había reunido la mayor parte de la familia era muy confortable, gracias al
fuego que chisporroteaba en la chimenea. Jeremy había encendido las velitas del árbol
adornado. Aunque la luz extra no era necesaria, el parpadeo de las llamas fascinaba a
los niños y el aroma que emanaba de las velas añadía un precioso toque a la escena.
Los últimos en llegar fueron james, Georgina y sus tres pequeños. Jack corrió a
reunirse con su hermano mayor, Jeremy, al que adoraba, y obtuvo de él su habitual
abrazo con cosquillas incluidas. Después, como era habitual, fue directamente hacia
Judy sin prestar atención a ninguno de los presentes, aunque después tendría su turno el
resto de la numerosa- familia.
Anthony, que siempre sabía sacar provecho del momento, se volvió hacia el hermano
que llegaba con tanto retraso.
-Ahora que por fin has conseguido regresar a tu cama, veo que te ha costado mucho
levantarte de ella, ¿eh?
Aun así, la mayor parte de su- reserva de pullas había sido consumida el día anterior.
Cuando vio a james tan contento, no había podido resistir la tentación de meterse con él.
-¿Cómo? -le preguntó-. Ya no tenemos ganas de ir repartiendo ojos morados por
ahí?
-Olvídalo, pequeñín -había replicado éste con un bufido.
Ese método nunca daba resultado, 0 por lo menos no con Anthony.
-¿Debo entender que George te ha perdonado?
-George va a tener otro bebé, o tal vez bebés -dijo james alegremente.
-Vaya, ese tipo de noticias es lo que yo llamo un buen regalo de Navidad.
Felicidades, viejo.
Pero ahora no fue james quien replicó a la nueva ofensiva de bromas de Anthony,
sino su esposa, quien habló con su encantador acento escocés.
-Olvídalo, hombre de Dios, o no tardarás en preguntarte qué ha sido de tu cama.
James se echó a reír y Georgina dijo: -Eso no ha tenido tanta gracia. Fíjate en que tu
hermano no parece nada divertido.
-Ya me he dado cuenta, amor mío, y eso es lo que tiene santísima gracia -replicó
James.
Anthony refunfuñó y le lanzó una mirada de disgusto a james antes de inclinarse
sobre su esposa para murmurarle algo que la hizo sonreír. Obviamente, su irresistible
encanto personal había vuelto a surtir efecto.
La apertura de regalos no tardó en empezar, con todos los niños sentados sobre la
alfombra delante del árbol. Judy vio que el regalo ya no estaba encima de su velador, y
se apresuró a interrogar a Amy. Ella Jack no se habían acercado a la sala y durante los
días en que el diario había sido leído, ya que a su edad tenían ocupaciones mucho más
emocionantes en las que emplear su tiempo.
-¿Sólo era un libro? -dijo después, obviamente decepcionada con lo que en un
principio había suscitado tanto interés en ella y Jack.
-Es algo más que un simple libro, cariño. Cuenta la historia de tus abuelos, de cómo
se conocieron y cómo tardaron un poco en darse cuenta de que estaban hechos el uno
para el otro. Algún día querrás leerlo.
Judy no pareció muy impresionada, y de hecho ya se había distraído y estaba
mirando cómo Jack abría su siguiente regalo. Pero unos cuantos adultos se encontraban
lo bastante cerca para haber oído sus palabras y, acordándose de los abuelos que todos
compartían, tuvieron unos cuantos comentarios más que hacer.
-Me pregunto si alguna vez llegó a gustarle este sitio, teniendo en cuenta lo mucho
que lo odiaba al principio -dijo Travis.
-Ella estaba en él, así que al final acabaría gustándole -replicó su hermano-. Tener
alguien con quien compartir las cosas lo cambia todo.
-Me sorprende que accediera a darle un poco más de vida a la casa con sus propias
manos -comentó Anthony-. Nunca me veréis coger un maldito martillo.
-¿No? -repuso su esposa con tono malicioso.
-Bueno... tal vez -Anthony sonrió-. No hay nada como disponer del incentivo
adecuado, sobre todo cuando se obtiene un resultado tan magnífico.
Rosslynn puso los ojos en blanco, pero fue Derek quien habló.
-Tenéis que admitir que supieron hacer auténticas maravillas con la casa -dijo con
una risita-. Pese a lo inmensa que es, Haverston resulta francamente acogedora.
-Dices eso sólo porque ha sido tu hogar -replicó su esposa-. Para los que no han
crecido aquí, Haverston más bien parece un palacio real.
-Es justo lo que estaba pensando -asintió Georgina.
-Los pensamientos americanos no cuentan, George -le dijo secamente james a su
esposa-. Después de todo, ya sabemos que no podéis encontrar semejante
magnificencia en esos primitivos estados vuestros, dado que todavía se encuentran
sumidos en la barbarie.
Anthony acogió su observación con una risita, dirigiendo una inclinación de cabeza
al extremo de la sala en que Warren se encontraba sentado en el suelo, delante del árbol
de Navidad, con un gemelo encima de cada rodilla y concentrado en ayudarles a abrir
sus regalos.
-Estás desperdiciando tu ingenio, viejo amigo. El yanqui ni se ha enterado.
-Pero esta yanqui sí se ha enterado -replicó Georgina, dándole un codazo en las
costillas a james. Éste soltó un gruñido, pero fue a Anthony a quien replicó.
-Sé bueno y recuérdame que lo repita más tarde, cuando esté lo bastante cerca para
oírme.
-Cuenta con ello -repuso Anthony.
Porque después de todo, y por mucho que se burlaran el uno del otro cuando el
«enemigo» no se hallaba presente, los dos hermanos siempre estaban dispuestos a unirse
en cuanto había que plantar cara a sus sobrinos políticos.
Reggie pasó junto a ellos repartiendo regalos, uno de los cuales dejó caer en el
regazo de James. Era de Warren.
-A ver si eso te convence de que hay un día al año en el que todos debemos ser
amigos -dijo.
Él respondió con un altivo gesto, pero luego se echó a reír en cuanto desenvolvió el
regalo.
-No lo creo, gatita -dijo examinando un medallón de bronce que contenía una
caricatura de un monarca obviamente inglés cuyo aspecto no podía ser más ridículo-.
Aun así, no hubiera podido pedir un regalo más hermoso.
Como el regalo había sido hecho con la intención de provocar, james quedaría
encantado. Después de todo, Warren era su blanco preferido a la hora de ejercitar su
sarcástico ingenio y el que más le obligaba a esforzarse, con el esposo de Reggie
ocupando el segundo puesto a muy poca distancia.
-Soberbio -dijo Reggie poniendo los ojos en blanco-. Aunque en realidad debería
sentirme aliviada, ¿no? Ahora ya tienes tu diana del dia, y eso significa que al menos
mi Nicholas ya no corre peligro.
-No cuentes con ello, querida mía -dijo james con una sonrisa malévola-. No
queremos que piense que nos hemos olvidado de él sólo porque es Navidad.
Molly apareció en la puerta en ese preciso instante. Jason no había hablado con ella
desde que empezó a leer el diario. Molly había acabado de leerlo la noche anterior
bastante tarde, cuando él ya llevaba mucho rato acostado.
Cuando se reunió con ella, Jason alzó los ojos hacia el racimo de muérdago debajo
del que se encontraban. Molly siguió la dirección de su mirada y lo vio también,
colgado allí como cada año. Antes de que se le ocurriera pensar que Jason podía hacer
algún disparate con toda su familia en la sala, él la besó, y además lo hizo a conciencia.
-¿He de volver a formular mi... pregunta? -dijo en cuanto los dos hubieron
recuperado el aliento. Ella sonrió, sabiendo muy bien a qué pregunta se refería.
-No, no es necesario -murmuró, hablando muy bajo para que no los oyeran-. Y mi
respuesta es sí, aunque con una condición.
-¿Cuál?
-Me casaré contigo siempre que accedas a no decírselo a nadie, aparte de tu familia,
naturalmente.
-Molly.. -comenzó él con un suspiro.
-No, escúchame. Ya sé que no es lo que esperabas oírme decir, después de haber
leído la historia de tus abuelos. Pero para ellos las cosas eran distintas. Ella nunca
había vivido en la comarca, y la gente de aquí y de Havers había pasado la mayor parte
de su vida sin conocerla. A ellos no les costó mucho hacer caso omiso de las preguntas,
o mantenerlas a raya, para que nadie llegara a saber la verdad. Pero no puedes negar
que la mantuvieron en secreto y que sólo unas pocas personas llegaron a saber la
verdad... y además, aunque su madre no fuera una noble al menos su padre sí lo era.
Él puso los ojos en blanco.
-¿Adónde quieres ir a parar?
-Tú ya sabes que yo no puedo decir lo mismo, Jason. Y no quiero que tu familia
tenga que enfrentarse a un nuevo escándalo, cuando ya ha tenido que soportar tantos en
el pasado. Si no accedes a mantener en secreto nuestro matrimonio, entonces tendremos
que seguir como hasta ahora.
-En tal caso supongo que tendré que aceptar esas condiciones, naturalmente.
Molly, que había esperado encontrarse con una considerable resistencia por su parte,
le lanzó una mirada llena de suspicacia.
-Supongo que no serias capaz de acceder ahora para luego cambiar de parecer en
cuanto estemos casados, ¿verdad?
Él se hizo el ofendido antes de preguntarle: -¿Es que no confías en mí?
Ella frunció el entrecejo.
-Te conozco, Jason Malory. Eres capaz de decir o hacer prácticamente cualquier
cosa con tal de salirte con la tuya.
Él sonrió.
-Entonces ya deberías saber que nunca haría nada para que te enfadaras seriamente
conmigo.
-No, a menos que creyeras que luego encontrarías alguna manera de que se me
pasara el enfado. ¿Necesito recordarte que yo consideraría eso como un serio
quebrantamiento de la palabra dada.
-¿Necesito recordarte lo feliz que me has hecho, accediendo a ser mi esposa... por
fin?
-Estás cambiando de tema, Jason.
-Ah, veo que lo has notado. Ella suspiró.
-Con tal que nos entendamos...
-Pues claro que nos entendemos, cariño -dijo él, sonriéndole con inmensa ternura-.
Siempre lo hemos hecho.
La tos que oyeron les recordó que no estaban solos. Los dos se volvieron para
enfrentarse a la sala, y se encontraron con que todos los miembros de la familia los
estaban mirando. Molly empezó a ruborizarse. Jason estaba sonriendo de oreja a oreja,
y se apresuró a dar explicaciones.
-Permitidme que os anuncie -dijo tomando la mano de Molly, que Molly acaba de
hacerme el mejor regalo de Navidad accediendo a ser mi esposa.
Ese anuncio, naturalmente, provocó que todos empezaran a hablar a la vez.
-Ya era hora, maldición -comentó James, adelantándose a los demás.
-Y que lo digas -dijo Derek, y corrió a abrazar a sus padres con un suspiro de deleite.
-Lástima que hayáis tardado tanto en decidiros -observó Reggie sonriendo-. Hoy
habríamos podido tener una boda navideña.
-¿Quién dice que no podemos hacerlo? -replicó James-. Da la casualidad de que sé
que el mayor tiene escondida una licencia especial desde hace varios años. Y si
conozco a mi hermano, no le dará ocasión a Molly de cambiar de parecer.
-¡Cielos! ¿Quieres decir que ya hace tiempo que ... ?
Nicholas miró a su esposa y se echó a reír.
-Échale una buena mirada a Derek y a Molly aprovechando que los tienes juntos
delante de ti, querida. Eso debería responder a tu pregunta.
-Oh, vaya -dijo Reggie después de haberlo hecho-. Me parece que el tío james tiene
razón.
Amy rió.
-Sí, ¿verdad? Claro que ya hace mucho tiempo que yo lo sabía, porque en una
ocasión los sorprendí besándose. Lo que yo no sabía era que algún día ese beso
acabaría llevando a esto.
-Y pensar que no he tenido nada que ver con su compromiso -suspiró Reggie.
James miró a su sobrina y rió suavemente.
-¿Cómo hubieras podido hacerlo, cuando ya estaban enamorados mucho antes de que
tú nacieras?
-Soy consciente de ello, pero tú mismo lo dijiste, tío james. Han tardado un poco en
llegar a la fase del matrimonio, y considero responsabilidad mía acelerar un poquito esa
clase de trámites.
Amy se echó a reír.
-Esta vez no hubieses podido hacer nada, gatita. De hecho, y ahora que pienso en
ello, yo diría que ha hecho falta el regalo para que se casaran. -¿Acabas de descubrirlo,
viejo amigo? -gruñó James.
Anthony enárcó las cejas, pero Charlotte habló antes de que se le ocurriera alguna
réplica.
-Una boda navideña, ¿eh? ¡Oh, es maravilloso! Creo que voy a llorar.
-Tú siempre lloras en las bodas, querida -dijo Edward, dándole palmaditas en la
mano.
Era la primera observación que salía de los labios de Edward, y no la que Jason
esperaba oír del hermano con el que se sentía más unido, sobre todo porque era el que
más se había opuesto a su divorcio.
-¿Ningún comentario acerca del escándalo que se armará, Edward? -preguntó.
-Hemos logrado sobrevivir a todos los escándalos que ha organizado esta familia
-admitió Edward, pareciendo un poquito avergonzado-. Supongo que también
sobreviviremos a éste. -Y después sonrió-. Además, me alegro de que al fin vayas a
casarte por una buena razón.
-No tiene por qué haber ningún escándalo -dijo Reggie-. ¿O es que ya os habéis
olvidado del regalo? No veo por qué no podemos seguir el ejemplo de las viejas amigas
de sir William Thompson. Después de todo, el cotilleo es algo asombroso. Cuando
empiezan a circular tantos rumores contradictorios sobre el último gran tema de
conversación, nadie puede determinar cuál es la verdad y presentarla como un hecho.
Nadie estará seguro de cuál es la verdad, por lo que al final cada uno acabará creyendo
lo que quiera creer.
Pero Molly estaba meneando la cabeza.
-Mi caso no tiene nada que ver con el de vuestra bisabuela. La gente de la comarca
conocía a mi padre.
-Sí, pero ¿conocieron a su padre, o al padre de su padre? En realidad podrías tener
uno o dos lores escondidos en las alturas de tu árbol genealógico, Molly. Rara es la
familia que no cuenta con unos cuantos antepasados concebidos en el lado equivocado
de la manta.
-Y ya sabes que cuando a Reggie se le mete una idea entre ceja y ceja, ya no la suelta
-le dijo Derek a su madre con una risita-. Dejemos que se divierta con los cotilleos.
Después del éxito que obtuvo en el caso de Kelsey, lo hará de todas formas.
Molly suspiró después de ver cómo la única condición que había puesto acerca de la
boda, la de que nadie más supiera que habían contraído matrimonio, se disipaba en el
aire. Jason, reparando en ello, la atrajo hacia sí para hablarle al oído.
-¿Recuerdas lo que opinaba mi abuelo Christopher acerca del tema? -le preguntó.
Ella lo miró con sorpresa, pero al punto sonrió.
-Sí, y ya entiendo a qué te refieres.
-Me alegro. Y espero que te hayas dado cuenta de que mi familia no ha puesto ni
una sola objeción.
Ese recordatorio le ganó un codazo en las costillas.
-No está permitido alardear de la victoria. Y además, no han protestado porque todos
te quieren y quieren que seas feliz.
-Te equivocas. Si no han protestado es porque tú siempre has formado parte de esta
familia, Molly. Ahora meramente vamos a hacerlo oficial... y ya iba siendo hora.