Matrimonio por error parte 04

 



Sawyer dejó de barajar y sopesó la pregunta.

—Todavía no. Aunque espero que me pase algún día. ¿Por qué, Max? ¿Quieres

algo más?

Se zafó de la pregunta con una carcajada forzada.

—No, solo lo he preguntado por curiosidad. Será mejor que me vaya.

—De acuerdo, lo dispondré todo para verte dentro de unas cuantas horas y te

desplumaré.

Max apagó el puro.

—¿Cuál es el dicho ese tan manido? Ah, sí. De ilusión también se vive.

La risa de Sawyer resonó en la estancia.

Tres horas después, Max se enderezó la corbata con disimulo y le pidió al asistente

que comprobara el aire acondicionado. El sudor se acumulaba bajo su traje y el picor

resultante lo incomodaba. Intentó mantener la compostura y concentrarse en la

negociación. Abrir una tienda en Las Vegas suponía un giro importante y estaba

dispuesto a triunfar. Al fin y al cabo, la empresa era su alma y su corazón, el único

componente de su vida que le reportaba una honda satisfacción y un gran orgullo. Se

había pasado la vida entera ansiando experimentar dichas emociones mientras trataba

de demostrar su valía. El hecho de que su padre no lo hubiera valorado no significaba

que los demás lo vieran de la misma manera. Su madre le había demostrado su amor

y su apoyo todos los días. Y antes muerto que decepcionarla convirtiéndose en un

desecho necesitado de terapia psicológica, que encontraba la causa de su fracaso en el

abandono paterno.

El problema era la concentración. Cada vez que se concentraba en los negocios o

se distraía jugando en el casino, escuchaba de nuevo la ridícula sugerencia de Carina,

que suponía una burla para su cordura. Una noche. Nadie tenía por qué enterarse.

Pero él sí se enteraría. ¿Podría vivir con la culpa? ¿Sería esa única noche el

comienzo de una serie de terribles acontecimientos a modo de castigo por haber

pensado con la polla en lugar de con la cabeza?

Las negociaciones comenzaron. Max sabía que Sawyer y su equipo estaban

interesados, incluido el famoso chef del Venetian, que se encargaba del servicio de

catering para las bodas. Que estuvieran considerando la idea de abrir una tienda de La

Dolce Maggie en el hotel era muy significativo, aunque Max se percató de que el

cliente al que pretendían atraer era el consumidor esporádico, no las grandes

celebraciones. Decidió que debía tratar el asunto con Michael, pero supuso que contar

con una tienda a pie de calle les ofrecería algo de variedad. Y además sería un buen

campo de pruebas. Pero antes de decidir necesitaría calcular las estadísticas sobre el

tipo de cliente y los hábitos de consumo, y anotar las cifras.

Carina se mantuvo en silencio, tomando notas y escuchando con atención. Estaba

llegando a una conclusión cuando Sawyer lo hizo mirar al otro lado de la mesa.

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—Signorina Conte, es un placer conocer a la hermana de Michael. Estoy

deseando trabajar con usted y con Max en el futuro.

Ella sonrió. Su cara se iluminó con una emoción genuina que todavía lo

fascinaba. Como si invitara a todas las personas a visitar su alma, sin importarle si

dichas personas lo merecían o no. Max siempre se sentía especial cuando ella le

prestaba atención y, de la misma manera, lo inundaba el afán protector si veía que

alguien quería aprovecharse de ella.

—Gracias, señor Wells. Creo que La Dolce Maggie encajará estupendamente en

el hotel y estamos deseando dar el siguiente paso.

Max soltó el aire y se puso en pie.

—Caballeros, ha sido un placer. Una vez que hagamos números y tengamos unas

cifras concretas, regresaremos con una respuesta para su oferta.

—Maximus, es una oferta justa —dijo Sawyer en tono conciliador mientras le

estrechaba la mano—. No podemos renunciar a nuestro servicio de catering

especializado, pero creo que los beneficios que obtendríais con una tienda en el

vestíbulo serían importantes.

Max asintió con la cabeza y mantuvo una expresión reflexiva.

—Te lo agradezco, pero no estoy seguro de que la inversión merezca la pena. —

Aceptar la primera oferta que se ponía sobre la mesa era ridículo y ambos lo sabían.

Y también conocían el juego a la perfección. Max cogió los documentos, cerró el

maletín y…

—En realidad, Max, creo que es una oferta muy generosa —terció Carina, que se

acercó a ellos con mirada pensativa.

Max se quedó pasmado e intentó transmitirle el mensaje de que no echara por

tierra el acuerdo. Conociendo su talento con los números, lo lógico era que ya hubiera

consultado las estadísticas. Max soltó una risa forzada y la cogió de un brazo.

—Por supuesto que lo es. Sawyer es un hombre generoso. Será mejor que nos

marchemos para no retrasar la llamada que ya hemos programado.

Sawyer se interpuso entre ellos con habilidad y miró a Carina con una sonrisa

afable. Un tiburón disfrazado de pececillo en busca de una presa fácil.

—¡Menudo talento tiene para los números, signorina! Me alegro de que le resulte

una oferta tan justa. Porque en el caso de Tribeca, por ejemplo, no recibieron una

oferta semejante, ¿verdad? Según tengo entendido, se les ofreció una cantidad

inferior a cambio de disfrutar de un lugar privilegiado desde el que promocionar la

cadena. ¡Pues eso es lo que obtendrán en Las Vegas!

Max abrió la boca, pero ya era demasiado tarde.

—Ah, no sabía que estaba usted al tanto de eso —replicó Carina, que chasqueó la

lengua—. Podremos alcanzar el margen mínimo de beneficios con un pequeño

esfuerzo más. Creo que Michael estará muy satisfecho con su oferta, al igual que

Max.

Sawyer sonrió y miró a Max.

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«Merda», pensó él.

Su socia en período de aprendizaje acababa de enseñarle la barriga al tiburón, que

había aprovechado la oportunidad para darle un bocado mortal. Las negociaciones se

habían acabado y el evidente regocijo de Sawyer lo confirmaba. Carina sonreía

satisfecha como si acabara de cerrar un trato muy beneficioso ella sola en vez de

haberlo estropeado.

Max controló su temperamento.

—Ya veremos, ¿verdad, Sawyer?

—Desde luego.

Max aferró el brazo de Carina con más fuerza a modo de advertencia.

—Vamos. —Se despidió con un gesto de cabeza y la acompañó hasta la salida de

la sala de conferencias, tras lo cual enfilaron el pasillo y llegaron al ascensor.

Carina abrió la boca para decir algo, pero la expresión de Max debió de bastar

para que se lo pensara mejor. La confusión se adueñó de su rostro, pero guardó

silencio mientras llegaban a su habitación, tecleaban el código de acceso y entraban

en el salón.

Max soltó el maletín, se quitó la chaqueta y la corbata y explotó.

—¿Qué has hecho? Tienes un máster en Gestión y Administración de Empresas y

¿aun así rompes la regla básica de toda negociación? Jamás, jamás digas en la

primera reunión que están haciendo una buena oferta. Acabas de darle tu aprobación

a Sawyer y eso significa que ya no subirá. Nos has dejado sin margen de maniobra y

ahora solo podemos aceptar o rechazar el acuerdo. —Soltó una palabrota y empezó a

pasear de un lado para otro—. Michael va a matarme. No creo que podamos

solucionar este desastre de ninguna manera.

Carina se había quedado blanca. Max la escuchó susurrar espantada:

—Dio, mi dispiace. Lo siento mucho. No me he parado a pensar, creí que el

acuerdo estaba cerrado, me emocioné y hablé antes de la cuenta. Max, yo tengo la

culpa de todo. Asumiré las consecuencias.

Max gimió.

—Carina, tú no sufrirás la menor consecuencia. Yo las asumiré. No debería

haberte traído conmigo. Debería haberme asegurado de que no abrieras la boca y

decirte que te limitaras a observar. Se me ha olvidado que la teoría y la práctica en la

vida real no tienen nada que ver.

Carina se plantó delante de él para detenerlo antes de que diera otro paso.

—No hace falta que me protejas en este asunto. Lo que he hecho ha sido

inexcusable, me he dejado llevar por la emoción. Llamaré a Michael y le contaré lo

que ha pasado.

Max respiró hondo e intentó calmarse. Gritarle a Carina no era una opción

aceptable. Aunque él mismo le contara a Michael lo sucedido, el responsable final del

trato era él, no Carina. Con voz más serena le dijo:

—Ya se me ocurrirá algo. Todavía no hace falta involucrar a tu hermano. ¿Por

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qué no vas a relajarte a la piscina mientras yo intento arreglar esto? Disfruta del hotel

mientras estamos aquí.

Aunque esperaba que ella respondiera con una sonrisa, lo que recibió fue un

fuerte empujón que lo hizo retroceder un paso antes de recuperar el equilibrio. Los

ojos oscuros de Carina lo miraban echando chispas y su cuerpo vibraba por la energía

contenida, algo que le recordó a la noche que la besó.

—¡Cómo te atreves a tratarme como si fuera una niña, Maximus Gray! —

masculló, con los puños apretados—. Deja de protegerme como si me echara a llorar

cada vez que me meto en un problema. La he fastidiado y no hay excusa. Tú no has

hecho nada y estoy hasta el gorro de que intentes llevarte todas las culpas.

—¿Estás de broma? —Max meneó la cabeza, exasperado—. ¿Te digo que te

vayas a la dichosa piscina y tú vas y me gritas? Lo que me faltaba por oír. No estoy

dispuesto a participar en tus jueguecitos ni a intentar entender lo que buscas. ¿Quieres

que te trate como a cualquier otro empleado? Muy bien, considérate fuera de esta

negociación. Mañana volverás a casa y te encargarás de los asuntos de la oficina

mientras yo intento solucionar este marrón. ¿Mejor así?

—Mucho mejor. —La furia había abandonado su rostro y la vio retroceder

mientras se abrazaba la cintura.

De repente, parecía muy sola. Max sintió un nudo en la garganta por culpa de la

emoción, y su cuerpo le pidió a gritos que la abrazara.

—Lo siento, Max. —Carina soltó una carcajada amarga—. Desde que empecé a

trabajar en la empresa te has pasado los días intentando solucionar mis marrones.

Necesito un tiempo para pensar si este es el mejor sitio para mí.

—Carina…

Ella negó con la cabeza, compungida, y caminó despacio hasta la puerta.

—No, no digas nada. Necesito estar un rato sola. Luego nos vemos.

Antes de que pudiera decir otra palabra más, Carina se marchó. Max enterró la

cara entre las manos y deseó tener la fuerza suficiente. Para no estrangularla. Para no

tocarla. Para enviarla lejos y no verse obligado a lidiar con la desquiciada maraña de

emociones que lo abrumaba de repente.

«Una noche.»

Se obligó a desterrar de su cabeza la tentadora imagen. Esperó un segundo. Y

después fue tras ella.

Carina estaba sentada a la barra del bar del casino, jugueteando con el borde de la

servilleta situada bajo la copa de su martini de manzana. El precioso color verde la

relajaba, junto con el regusto ácido del combinado. Qué placentero le resultaba

beberse una copa por la tarde en Las Vegas, donde la noche y el día se solapaban, sin

que a nadie le importara. A lo mejor más tarde daba un paseo en góndola y les

enviaba una foto a su madre y a sus hermanas. Seguro que se reían mucho al ver a la

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benjamina de la familia en un entorno tan elegante.

Contuvo un sollozo y apretó los dientes. ¡Dios, cómo odiaba llorar! Le traía malos

recuerdos de su adolescencia, cuando se dejaba llevar por esas emociones

incontrolables. Venezia había heredado una belleza increíble, Julietta un intelecto

feroz y ella un montón de emociones inútiles. Siempre era demasiado generosa,

demasiado confiada, demasiado… imbécil. Siempre en el borde de la pista,

observando cómo los demás se arriesgaban. Había pensado que el mundo empresarial

le daría un sentido a su vida y le indicaría el camino que tanto ansiaba encontrar. Un

lugar donde por fin se sintiera a gusto y cómoda en su propia piel. En cambio, lo que

sentía era una tensión que le resultaba casi dolorosa.

«Lloriqueos, lloriqueos, lloriqueos.»

Sonrió mientras su diosa interior tomaba las riendas y le daba un bofetón. La

había fastidiado. A lo grande. Y tenía que solucionar las cosas en vez de hacer lo de

siempre y permitir que Max interviniera y la protegiera. La derrota tenía un sabor

amargo, pero pasaba mejor con la ayuda del martini. Después se pondría el disfraz de

mujer hecha y derecha e iría a hablar con Sawyer Wells. A solas.

—¿Vienes por aquí a menudo?

Contuvo un suspiro. Max se había sentado en el taburete que tenía al lado, había

pedido una cerveza y estaba esperando su respuesta.

—Max, ¿cuándo vas a enterarte de que no tienes que protegerme? ¿Es que ni

siquiera puedo sentarme aquí para emborracharme? Estoy sola. No hay hombres

malos. Es media tarde. Ve a hacer algo importante.

—Lo estoy haciendo. Tratar de sacarte del desolador abismo de la depresión es

importante. —Su sonrisa inocente hizo que Carina contuviera una carcajada.

El simple hecho de estar en su órbita le licuaba el cerebro y minaba su

determinación. Levantó la copa de martini y bebió un sorbo.

—Todos cometemos errores al principio. No debería haberte gritado —dijo Max.

—Eso es lo único bueno que has hecho.

—Vamos a achacarlo a la curva de aprendizaje y a pasar página, ¿de acuerdo?

—¿Y qué pasa con el trato?

—O bien lo acepto o bien lo arreglo. A lo mejor dejo que Sawyer se muerda las

uñas un tiempo. Me da igual.

Su expresión preocupada desgarró el corazón de Carina. Tenía la impresión de

haberlo dejado en la estacada. Aunque tenía un máster en Administración y Gestión

de Empresas, había cometido el error más básico en el que podía incurrir un

principiante. Enseñar las cartas demasiado pronto.

«Sí, bienvenida a Las Vegas.»

Max deslizó la mano por la barra del bar y le aferró los dedos. Esa mano tan

fuerte y cálida le calmó los nervios e hizo que bajara sus defensas habituales.

—Max, no estoy segura de que esto sea lo mejor para mí.

—Acabas de empezar, cara.

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—Es mucho más que eso. Tardé mucho tiempo en aprender a controlar mis

emociones para mostrar la imagen serena que se requiere en el ámbito empresarial.

Aunque me gusta el desafío que supone, creo que jamás seré lo bastante fuerte como

para triunfar. En vez de darle a alguien una patada en el culo cuando llama diciendo

que está enfermo, lo que me apetece es llevarle un poco de caldo.

Max alargó un brazo y le colocó un mechón de pelo detrás de la oreja. El tierno

gesto le dio el valor suficiente para mirarlo a los ojos. Esos labios que parecían

cincelados esbozaron una sonrisa.

—Nadie quiere que dejes de ser quien eres. Durante estos meses has conquistado

los corazones y la lealtad de todo el mundo. Y no porque seas un felpudo. Es porque

eres especial y todos lo saben.

—Solo intentas hacerme sentir mejor.

—No. Esperaba tener que cuidar de una niña y mantenerla alejada de cualquier

problema. En cambio, me he topado con una mujer que sabe exactamente lo que

quiere y que intenta encontrar su camino. En lo referente a las relaciones tienes una

fuerza especial. Sabes lo que se necesita y no te da miedo entregarlo. —Max clavó la

vista en sus manos entrelazadas—. Y tenías razón sobre Robin.

El halago la agradó.

—Me sorprende que estés de acuerdo conmigo.

—A veces me paso de la raya porque se me olvida que estoy tratando con

personas. Con personas que cometen errores.

—Sí, pero mi problema no es ese.

—Lo tuyo es fácil de solucionar. Lo mejor que puedes hacer es respirar hondo y

alejarte de la situación. Puesto que tiendes a ser generosa, si te hacen una petición que

te afecte a nivel emocional, di que te pondrás en contacto más tarde. Retrasa el

momento de la decisión. De esa forma podrás evaluar la situación con más claridad y

no acabarás entre la espada y la pared. ¿Lo ves lógico?

Carina asintió despacio con la cabeza.

—Sí.

—Cuando empecé a trabajar con Michael, la cagué pero bien. Le entregué el

informe equivocado a un empresario justo cuando íbamos a cerrar un acuerdo

comercial. Le ahorré al tío medio millón de dólares. Lógicamente firmó el acuerdo

antes de que me diera cuenta del error.

—¿Qué hizo Michael?

Los ojos de Max se iluminaron con un brillo alegre.

—Me puso de vuelta y media. Me las hizo pasar canutas. Y después pasamos

página y nunca ha vuelto a mencionar el tema ni me lo ha echado en cara. Te aseguro

que no he vuelto a regalar otro dólar de esa forma.

Carina se sintió más animada. El casino los rodeaba con su luz y su energía, pero

en ese momento se sentía completamente a solas con un hombre que parecía saber lo

que debía decir para aliviarle el corazón.

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—Sé cómo podría sentirme mejor. Hay algo que me haría olvidar que soy un

desastre.

—¿Tengo que preguntarte?

—Celine Dion actúa esta noche.

Max se estremeció.

—Cualquier otra cosa. Mi coche, mi dinero, mi perro. No me obligues a escuchar

«My Heart Will Go On».

—Mmm… ¿Cómo es que sabes el título de la canción, Max?

Él hizo como que no la había oído y le dio un trago a la cerveza. Apartó la mano

de la suya y Carina procuró no lamentar la pérdida de su contacto.

—Vi la película, Titanic. Pero solo por la acción.

Carina se echó a reír.

—Te he pillado. Vamos al espectáculo. Empieza a las siete.

—¿Cómo sabes que hay entradas disponibles? Seguramente el aforo esté

completo.

Ella resopló.

—Haz lo que mejor se te da. Encandila a alguna mujer indefensa. Ofrécele tu

cuerpo. Y todos saldremos ganando.

—Vale. Siempre y cuando la conversación quede zanjada. La has fastidiado. Lo

arreglaremos y pasaremos página. ¿De acuerdo?

Carina sonrió.

—De acuerdo.

—Bien. Tengo unas cuantas reuniones, así que tómate el resto del día libre.

Iremos a cenar antes del espectáculo y así comprobaremos la calidad del restaurante

del hotel.

—Perfecto.

Max arrojó unos cuantos billetes a la barra y se levantó.

—Intenta no meterte en problemas.

—Las chicas buenas no se meten en problemas, ¿verdad?

Max le dirigió una mirada de advertencia y se marchó. Ella se quedó bebiéndose

el martini mientras sopesaba sus opciones. Si algo tenía claro es que tenía que

arreglar las cosas por su cuenta, sin importar lo que le costase. Por desgracia, eso

significaba una cosa. Que tendría que apartarse de la negociación.

Acarició el borde de la copa con un dedo y contuvo un suspiro. Aun con su

capacidad de cálculo, sus errores superaban con creces a sus aciertos. A lo mejor

había llegado el momento de descubrir qué quería hacer de verdad, en vez de ser un

calco de los demás. Su alma ansiaba libertad y creatividad. ¿Y si La Dolce Maggie no

podía ofrecerle lo que necesitaba?

Otros pensamientos de esa índole pasaron por su cabeza, pero se concentró en lo

único que podía controlar. En arreglar el marrón.

Apuró el martini, cogió el bolso y regresó a la habitación para ponerse en

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contacto con Sawyer Wells.

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Sawyer encajaba en Las Vegas. Carina controló sus nervios mientras él avanzaba

por su despacho como un enorme felino. Le estrechó la mano y la invitó a sentarse,

como si hubiera decidido jugar con la comida antes de darle un mordisco. Y, joder,

parecía capaz de morder. Exudaba sexo a raudales, pero tenía algo que la acojonaba

muchísimo. Le recordaba al vampiro rubio de True Blood, con esa pálida belleza y

esos abrasadores ojos ambarinos capaces de hipnotizar a cualquier mujer inocente.

Sus voluptuosos labios tenían una mueca cruel y su cara era un compendio de duras

líneas, con pómulos afilados y una feísima cicatriz que iba desde la frente hasta la

mejilla. La cicatriz aumentaba su peligroso atractivo. Llevaba el pelo largo, casi

como Michael, pero no lo suficiente para recogérselo en una coleta.

Había hecho los deberes y conocía lo principal sobre él. Sawyer Wells poseía una

exitosa cadena hotelera que había comprado y que exprimió para conseguir el

máximo beneficio. Después, sucedió algo y pasó al siguiente desafío. El Venetian era

su nuevo juguete, uno que se tomaba muy en serio, pero corría el rumor de que tenía

intención de levantar una cadena de hoteles de lujo por todo el país. Viajaba a Italia

con frecuencia y Max parecía mantener con él una relación que iba más allá de los

negocios ocasionales.

Se sentó al otro lado del enorme escritorio de teca y echó un vistazo a su

alrededor. Su despacho se encontraba en la última planta del Venetian. Unos

ventanales que ocupaban toda la pared ofrecían una panorámica de la ciudad en toda

su extensión, y le recordó más a una suite que a un lugar de trabajo, con muebles de

teca, librerías y un bar. Las paredes estaban adornadas con unos cuadros preciosos,

una intrigante mezcla de paisajes y de temas eróticos. Observó las siluetas de una

pareja desnuda y abrazada envuelta en sombras. La sencilla sensualidad despertó algo

en su interior, provocándole el anhelo de estudiar el cuadro. Al percatarse de que él la

pillaba mirándolo, se ruborizó.

—¿Te gusta el arte, Carina?

—Mucho. Pinto.

Sawyer se sentó en el sillón de cuero emplazado detrás del escritorio y la miró

con expresión pensativa.

—Interesante —murmuró—. ¿De forma profesional?

—No, dejé de lado la pintura para terminar el máster. Aunque la echo de menos.

—No deberías negar una parte de tu alma. Con el tiempo acabará muriendo o se

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enquistará en tu interior hasta que te la extirpes. —Su expresión se ensombreció

como si estuviera luchando contra una imagen del pasado—. La vida es demasiado

corta para estar lamentándose luego.

—Sí. —La extraña conversación la alteró. Joder, ¿lo que había en la estancia

adyacente era una cama enorme? ¿Y por qué de repente estaba pensando en que

además de dormir en ella también hacía otras cosas?

—Tengo muchos contactos en el mundo del arte. Si alguna vez te apetece hacer

una exposición seria, dímelo. Mi marchante es capaz de captar el talento al instante.

Lo miró, extrañada.

—Nunca ha visto mis obras.

—Tengo buen instinto.

—Lo tendré en mente. —Carina cruzó las piernas. La mirada de Sawyer se desvió

a la extensión de piel desnuda que la falda dejaba al descubierto y siguió un curso

ascendente. Su admiración parecía sincera y no la convertía en un mero objeto.

Su voz ronca evocaba mañanas de sábanas arrugadas y piel desnuda.

—Es un placer disfrutar de este momento contigo. Mi ayudante me ha dicho que

querías hacer un trato. ¿Max se va a reunir con nosotros?

Carina se pasó las manos por la falda, inspiró hondo y se atrevió a dar el salto.

—No, Max no sabe que he venido. Me gustaría que mantuviera esta conversación

en secreto.

Sawyer ladeó la cabeza. Ella contuvo el aliento y se preguntó si ese hombre sería

capaz de ver hasta el interior de su alma.

—Qué interesante. Normalmente me negaría, dado que tú no diriges las

negociaciones, pero me ha picado la curiosidad. Aunque no puedo prometerte que no

le hablaré a Max de esta conversación si no estoy de acuerdo con tus intenciones.

Carina asintió con la cabeza antes de replicar:

—Por supuesto. Quería decirle que me voy de Las Vegas y que abandono la mesa

de negociaciones.

En su cara apareció una expresión extraña y fugaz.

—¿Te han despedido?

—No, señor Wells.

—Sawyer, tutéame.

—Como quieras, Sawyer.

Él se mantuvo en silencio y Carina no añadió nada más. Al cabo de un momento

lo vio esbozar una sonrisa renuente y se felicitó por haber ganado esa insignificante

escaramuza.

—¿Es todo lo que querías decirme?

—La cifra que te di es errónea. Max ya me ha dicho que no habrá acuerdo si

insistes en ceñirte a mis estimaciones. No hay suficiente margen de beneficios para

dar el salto a Las Vegas, sobre todo si vamos a competir con tu propio servicio de

catering.

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Sawyer la observó en silencio. Una extraña sensación se apoderó de ella. Era

como si estuviera catalogando sus secretos para decidir si la desafiaba o no. Lo vio

unir las yemas de los dedos con gesto pensativo.

—¿Lo sabe Michael?

—Todavía no.

—Entiendo. Así que te eliminas de la ecuación por si así puedes salvar el

acuerdo.

—Exacto. No podrás utilizar mi error en contra de Max o de mi hermano.

—¿Crees que amenazaría a tu hermano? ¿Que te usaría de peón para conseguir

más beneficios? ¿Que lo presionaría para que se ciña a esa cifra o de lo contrario te

despida?

Carina alzó la barbilla y se negó a acobardarse.

—Por supuesto. Eres un hombre de negocios. De estar en tu lugar, llamaría a

Michael y le exigiría ceñirse a esa cantidad, porque de lo contrario no habría trato. Le

diría que su hermana la ha fastidiado y que tiene que cumplir. —Hizo una pausa—.

Pero si lo presionas al respecto, dimitiré.

Sawyer pareció sorprendido.

—¿Llegarías a tanto por salvar el acuerdo?

—Sí. Y señor Wells…

—Sawyer, insisto en que me tutees.

—No voy de farol.

Se percató de que trataba de contener una sonrisa.

—Qué intrigante. Desde luego que has complicado mucho las cosas.

El alivio se apoderó de ella. Por fin había hecho algo beneficioso para la empresa.

Al menos Max podría empezar desde cero y su hermano no se vería en una situación

comprometida.

—Estoy segura de que encontrarás un plan alternativo. Pareces capaz de adaptarte

a cualquier cosa.

—Voy a decirte algo, Carina: tu error no impedirá que la negociación siga su

curso.

—Gracias.

—Sin embargo, creo que me debes algo por este detalle.

—¿Cómo dices?

Lo vio esbozar una sonrisa y se quedó sin aliento al captar la ardiente sensualidad

de sus párpados entornados.

—Sal conmigo esta noche.

—¿Cómo?

—Que salgas conmigo. A menos que Max y tú seáis pareja.

Negó con la cabeza con excesivo énfasis.

—No, Max y yo no somos pareja. ¿Por qué quieres salir conmigo?

La voz de Sawyer destilaba sorna al contestar:

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—Eres una mujer guapa y tienes agallas. Te invitaré a cenar y después daremos

una vuelta por el club.

Carina intentó averiguar qué tramaba. Era muy atractivo, pero le quedaba muy

grande. ¿O no? Resopló.

—No creas que voy a confesarte más secretos.

—Te subestimas. ¿A las siete?

—Voy a cenar temprano y a ver un espectáculo con Max.

—Pues después. A las diez.

Una vez más Sawyer esperó en silencio. Una contenida sexualidad brotaba de él

en oleadas. ¿No era justo lo que necesitaba? ¿Un hombre que la deseara y que no

tuviera miedo a decírselo? En vez de sentarse junto a Max mientras escuchaba cómo

Celine cantaba al amor no correspondido, podría conocer mejor a don Rubio, Alto y

Sexy… y tal vez poner un poco celoso a su futuro rollo de una noche, ¿no?

Sawyer soltó una carcajada y meneó la cabeza.

—Eres increíble. Hacía mucho que no tenía que esforzarme tanto para conseguir

que una mujer se tome unas copas conmigo.

—Una copa antes de la cena. En el bar. A las seis.

—Hecho.

Carina regresó a su suite para ducharse y cambiarse de ropa. Sin saber muy bien

cómo, su mayor error empresarial había acabado ofreciéndole una cita con un tío

cañón. Iba a disfrutar de una última noche en Las Vegas antes de volver a casa y

pensaba aprovecharla al máximo.

A la mierda Celine Dion.

Carina atravesó las puertas del famoso bar V y buscó a Sawyer. La elegante y sensual

decoración del local encajaba con su estado de ánimo. Divanes dobles de cuero

salpicaban el bar, y ya se habían congregado varios grupos para probar sus populares

martinis. Unos murales de cristal blanco le conferían intimidad a la estancia. Era el

sitio perfecto para tomarse una copa antes de su cena con Max.

La condujeron enseguida a una mesa situada en un rincón, donde Sawyer la

esperaba de pie. Le gustaba vestirse de negro, un color que le sentaba muy bien. Alto

y elegante, el pelo le llegaba a la altura de los hombros y enmarcaba los rasgos de su

cara. Lo envolvía un aura peligrosa que la intrigaba.

Pidió un martini sucio y empezaron a charlar.

—¿Qué te ha parecido Las Vegas hasta ahora?

Carina gesticuló para abarcar la sala.

—¿Qué podría disgustarme? Me he pasado toda la vida encerrada en Bérgamo,

así que esto me parece un menú degustación después de sobrevivir a base de

galletitas saladas.

Sawyer sonrió.

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—He estado en Milán muchas veces y conozco a tu madre. Siempre me ha

gustado la tranquilidad de tu casa.

—Llevo a Bérgamo en el alma. Pero he vivido con tres hermanos mayores

sobreprotectores y me costaba experimentar cosas nuevas y emocionantes. Estoy

disfrutando de mi primer sorbito de libertad.

—La libertad es una bebida embriagadora. —Sus ojos brillaban con expresión

picarona—. Como el primer sorbo de un buen vino. Su sabor es mucho más

explosivo si lleva años reposando.

Carina cogió el palillo con las aceitunas y sacó una. La mirada de Sawyer se

clavó en el movimiento de su boca con evidente interés.

—Eres un poeta, Sawyer Wells. ¿Quién lo iba a decir? ¿De qué conoces a mi

madre?

—Nos conocimos hace años. Me sacó de una situación delicada y le prometí mi

lealtad.

Enarcó una ceja al escucharlo.

—¿Vas a explicarme los detalles?

—No.

Carina sonrió.

—Seguro que has leído el manual de instrucciones de las mujeres. Nos encantan

los misterios.

—Creía que os encantaba recomponernos. Salvarnos de nosotros mismos.

—También, pero pocas veces nos dejáis.

Sintió un escalofrío en la espalda por la repentina pasión que vio en los ojos de

Sawyer. Sí, ese hombre le quedaba muy grande. Era un maestro de la seducción,

mientras que ella tenía que ir a clases particulares para novatos. Aun así, la batalla

sensual y su rápido ingenio la atraían, aunque también la asustaban.

—¿Vas a hablarle a Max de nuestra cita?

Escuchar su nombre la devolvió a la realidad. Le temblaron los dedos.

—Si me pregunta.

Sawyer captó el movimiento y se inclinó hacia delante. El olor a madera y a

almizcle la envolvió con su sensualidad.

—Háblame de tu relación con Max.

—Es el mejor amigo de mi hermano. Crecimos juntos y siguió a Michael a Nueva

York para abrir La Dolce Maggie.

—¿Amigos de la infancia?

—Sí. ¿A qué vienen tantas preguntas sobre Max?

Sawyer la miró.

—¿Te ha puesto su marca?

Estuvo a punto de atragantarse al escuchar la pregunta.

—¿Cómo?

—¿Os estáis acostando?

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—No, y no creo que sea asunto tuyo.

—No deberías tener miedo de hacer cualquier pregunta, Carina. No solo eres

guapa, sino también inteligente. Una combinación peligrosa. Quiero asegurarme de

que estás libre.

Su voz grave la envolvió en un mar de posibilidades. Ese hombre la deseaba. ¿Por

qué no estaba encantada y lo invitaba a subir a su suite? Dichoso Max. De alguna

manera se había quedado atascada en su enamoramiento infantil, y eso la cabreaba.

—Estoy libre. Y estoy cansada de hablar de Max.

Sawyer extendió un brazo y le cogió una mano. Una corriente muy placentera la

recorrió, pero nada parecido a la abrumadora emoción que sentía cuando Max la

tocaba. Aunque no estaba pensando en Max ni mucho menos.

—Ya somos dos. Aunque creo que tengo que dejarte marchar si quieres ir a tu

cena.

Carina ladeó la cabeza y su melena cayó sobre un hombro.

—Todavía no.

Los labios de Sawyer esbozaron una sonrisa.

—No, todavía no. ¿Qué pintas?

—Retratos. Miembros de la familia, bebés, animales… Me encanta ver más allá

de la superficie de las personas para capturar algo que ellos nunca ven. Me recuerda a

la descripción que hace mi cuñada de sus fotos.

—Soy incapaz de pintar un monigote, pero admiro el arte. Recuerdo que en mi

primer viaje a Italia me embriagué de arte. Casi me sacaron a rastras de la galería de

los Uffizi porque no me iba.

—Sí, yo he estado recorriendo esa galería toda la vida. La primera vez que vi la

capilla Sixtina, me puse a llorar como una Magdalena.

—¿Nunca has querido pintar de forma profesional?

El anhelo se apoderó de ella, un anhelo agrio y feroz. Cuanto más contemplaba su

futuro en La Dolce Maggie, más lloraba su alma por algo distinto. Titubeó, sin saber

hasta qué punto debía confesarse con él.

—Sí, pero nunca he creído en mí lo suficiente.

Sawyer asintió con la cabeza.

—Sé lo que quieres decir.

El silencio vibró entre ellos cuando vieron que surgía la posibilidad de una

amistad y tal vez algo más.

Carina sonrió.

—Anda, háblame del glamuroso mundo hotelero.

Charlaron durante una hora, hasta que llegó el momento de reunirse con Max para

la cena. Sawyer le cogió la mano.

—Carina, me gustaría que te reunieras conmigo después. Te enseñaré el club y

podemos ir a bailar si te apetece.

Titubeó. La necesidad que Max le provocaba se enfrentaba a la tentación que

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tenía delante.

—No estoy segura —susurró.

—Te esperaré en el Tao. Tú decides.

Sawyer la besó en la mejilla y se marchó.

Las fantasías del pasado se enfrentaban a su presente.

Había llegado el momento de elegir.

Carina se dirigió al vestíbulo, donde Max la esperaba. La expresión de su cara al

verla marcó el ambiente de toda la velada.

Se quedó boquiabierto cuando vio el vestido que llevaba y se le tensó la cara.

—No puedes ponerte eso —susurró, furioso—. Por el amor de Dios, Carina, ese

vestido es… es…

—Mmm, con un «Estás muy guapa» habría bastado.

Se volvió loca nada más ver el Versace. Un sinfín de finas tiras cruzadas le

tapaban los pechos de forma sensual, de modo que era imposible saber dónde

acababa la tela y dónde empezaba la piel. Tenía el corte a la cintura y la falda de

vuelo caía hasta el suelo de forma asimétrica. Además, el color melocotón le sentaba

muy bien a su tono de piel. Se hizo la depilación brasileña en el spa, y aunque había

gritado, el dolor había merecido la pena. Se dejó el pelo suelto y solo se había puesto

unos gruesos brazaletes dorados que le otorgaban el aspecto de una esclava muy sexy.

El hecho de que Max se hubiera quedado mudo bien valía el precio que había

pagado. Y fue mucho mejor cuando por fin se dio la vuelta.

Max masculló algo. El vestido le dejaba la espalda al aire justo hasta el inicio de

la curva del trasero. Había comenzado la noche con un juego perverso que pensaba

ganar. Le hizo el siguiente comentario por encima del hombro:

—Si no te gusta, siempre me lo puedes quitar.

Max ni abrió la boca.

El restaurante, Canaletto, estaba a rebosar, pero los condujeron sin dilación a una

acogedora mesa junto a la plaza de San Marcos. Los maravillosos tonos crema y las

brillantes luces le conferían al lugar una elegancia muy íntima, y además podía verse

el Gran Canal, por donde pasaban las góndolas, y se escuchaban varias

conversaciones en voz baja. Con la sensación de estar en Venecia, Carina se relajó y

pidió una copa de montepulciano, tras lo cual disfrutó de su sabor tan terrenal.

Cualquier cosa era mejor que ponerse a parlotear como una idiota.

¿Por qué Max siempre parecía tan… perfecto? Mientras que Sawyer era la

personificación del sexo y del peligro, Max le recordaba a un playboy distinguido,

con una elegancia y un encanto innatos. Se había quitado el traje y llevaba una

camisa de seda azul oscuro, unos chinos y unas botas de cuero de tacón bajo. Su reloj,

un Vacheron Constantin, brilló como la plata pulida alrededor de su muñeca cuando

extendió la mano para coger la copa de vino y beber un buen sorbo.

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El plan era sencillo. Emplear el tiempo durante la cena para seducirlo. Por

desgracia, se dio cuenta de que Max había decidido seguir su propio plan: recordar

los viejos tiempos.

—¿Recuerdas cuando llevaste a casa a ese chico del colegio y Michael y yo te

seguimos hasta el Sam’s Cafe? —Meneó la cabeza como si fingiera estar

recordándolo—. Nos escondimos en los arbustos y cuando él se inclinó para besarte,

Michael se le echó encima. Le dio tal susto que te dejó plantada y tuvimos que

llevarte de vuelta a casa.

El recuerdo seguía escociéndole. La humillación de que Michael la siguiera con

su compinche había coartado muchísimo su vida sentimental.

—¿Y qué quieres decir con eso? —preguntó con sequedad.

—Lo siento, solo me he acordado de lo sobreprotector que es tu hermano. Nada

más.

Entendido. Hablar de su hermano desde luego que había matado sus ganas de

seducción. Además, también servía de recordatorio de lo que se jugaban. Tenía que

subir las apuestas. Bebió otro sorbo de vino, se lamió los labios y sonrió.

—He tenido una cita con Sawyer esta noche.

Max la miró fijamente. La expresión asombrada de su cara aumentó la confianza

que tenía en sí misma.

—¿De qué estás hablando? ¿Sawyer te ha invitado a salir?

—Sí.

Max apretó los dientes, una muestra típica de enfado masculino.

—¿Cuándo?

—Fui a verlo a su despacho. Le dije que pensaba retirarme de las negociaciones

debido a mi error y que la cifra que di es imposible.

Lo escuchó mascullar una palabrota muy soez.

—Se suponía que ibas a dejar que yo lo solucionara.

Carina alzó la barbilla.

—Max, si cometo un error, lo soluciono. A estas alturas ya deberías saber eso de

mí.

Max se frotó la frente con los dedos.

—Lo sé. Pero ojalá no creyeras que debes enfrentarte al mundo tú sola para

demostrar tu valía.

El comentario fue como un mazazo. La conocía bien, sí, más íntimamente que

cualquier otro hombre.

—Bueno, ya está hecho. Sawyer ha accedido a que mi error no afecte a las

negociaciones.

—¿Te sentiste obligada a salir con él? ¿Te presionó?

—No. Me apetecía hacerlo.

Max pegó la espalda al respaldo de la silla, alejándose de ella.

—Sawyer te viene muy grande, Carina. No te acerques a él.

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Aunque Max le estaba diciendo lo mismo que su cabeza, la cabreó de todas

formas.

—Ya no sabes lo que me viene grande. ¿Desde cuándo somos amigos?

—Desde hace lo bastante como para saber que no es adecuado para ti.

—¿Y quién lo es?

Max pareció enfurruñarse al escuchar el desafío y se concentró en su copa de

vino. Aunque esperaba que los celos lo descolocaran, una vez más había rehuido la

provocación y se había escondido tras su retorcido sentido del honor.

—Vamos a cambiar de tema, ¿vale?

—Claro. Hoy me he hecho la depilación brasileña.

Max se atragantó con un trozo de pan. Con los ojos llenos de lágrimas, preguntó

en voz baja:

—¿Te estás riendo de mí? No vayas diciendo por ahí esas cosas.

El sudor que apareció en su frente le indicó a Carina que se sentía incómodo por

otros motivos.

—¿Por qué no? Si insistes en temas de conversación que me hacen quedar como

una niña, supongo que tendré que recordarte que soy una adulta. —Le guiñó un ojo

—. ¿Quieres verlo?

Max se ruborizó.

—No. Y no dejes que nadie lo vea. —Se removió en el asiento—. Estás jugando

con fuego y no piensas en las consecuencias.

—Vamos a repasar las opciones si te parece. —Levantó una mano y fue contando

con los dedos—. Los dos somos adultos responsables. Nos sentimos atraídos el uno

por el otro. Solo será por una noche. Y luego pasaremos a otra cosa. ¿Qué problema

se me escapa?

El camarero les llevó sendos platos de lubina chilena a la sal. El acompañamiento

de patatas yukon se servía aparte con aceite, ajo y especias. Pinchó un trocito de

pescado y gimió al degustar la maravillosa textura y la crujiente piel.

—Joder, qué bueno está —dijo.

—Lo sé. La polenta está preparada en su punto. Pruébala con el tomate.

—Vale.

Comieron en reverente silencio un rato, sumidos en un coma inducido por el

placer de la comida. Al final, Max se animó a retomar la conversación.

—Permíteme enumerarte todos los motivos por los que no debemos tener una

aventura.

—De una noche.

—Lo que tú digas. En primer lugar, tu hermano confía en mí para que te proteja y

perdería su confianza. En segundo lugar, nuestras madres se conocen y se subirían

por las paredes. En tercer lugar, técnicamente trabajas para mí y podría traspasarse la

barrera laboral.

—Michael y nuestras madres nunca se enterarían. Nuestra relación de trabajo no

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se vería afectada, ya que yo estaría en otro departamento. ¿Por qué no darnos el

homenaje? ¿No sería mejor que tú fueras mi primera experiencia sexual y no alguien

a quien no conozco?

Max sintió que la rabia le brotaba en oleadas.

—No desperdicies tu virginidad por esa gilipollez según la cual las mujeres tienen

que vivirlo todo enseguida. Debería ser algo especial, con alguien a quien quieras. No

malgastarla en una aventura sin futuro. La respuesta es no. Puedes discutir, intentar

engatusarme y tentarme todo lo que quieras. No pienso acostarme contigo ni tener

una aventura que podría arruinar nuestra amistad. No pienso correr ese riesgo.

Carina sintió un anhelo salvaje en el estómago que acabó atenazándole la

garganta. No iba a funcionar. Su fantasía de una noche era eso, una fantasía. En el

fondo no valía lo suficiente para que Max se arriesgase. Otra experiencia que

demostraba que no era la clase de mujer capaz de volver loco a un hombre como para

que quebrara todas las reglas. Ni siquiera medio desnuda, después de haber pisoteado

su orgullo. Por el amor de Dios, si incluso sus intentos de seducción habían acabado

reducidos a una conversación lógica sobre los pros y los contras de mantener una

aventura. La humillación se apoderó de ella. Ansiaba meterse en la cama, taparse la

cabeza y llorar. Tal como había hecho en incontables ocasiones en el pasado, cuando

se daba cuenta de que Maximus Gray jamás la desearía con la misma pasión que ella

lo deseaba.

Su sueño se alejó flotando como en una nube, como si fuera un espejismo. Max la

miraba con preocupación. Esa expresión con la que siempre la miraba y que jamás

podría satisfacer, ni siquiera rozar, sus más oscuras fantasías.

Tal vez otra persona pudiera hacerlo.

Una imagen de Sawyer apareció en su mente. Un hombre que se interesaba por

ella como mujer, no como amiga de la infancia. Con él podría experimentar lo que

anhelaba. A lo mejor había llegado el momento de dar un salto hacia lo desconocido.

Estaba harta de acostarse sola noche tras noche. Se sentía sola e insatisfecha con

apenas veintiséis años. ¿Era triste o no?

Se limpió los labios con la servilleta muy despacio y se obligó a sonreír.

—Supongo que la decisión ya está tomada.

—Créeme, es mejor para todos.

Asintió con la cabeza al escucharlo.

—Lo entiendo. Pero quiero que me prometas una cosa.

—¿El qué?

Carina alzó la barbilla y lo miró a los ojos.

—Déjame ir.

Max parpadeó.

—Siento haberte alterado, cara. Por favor, dime que no he perdido tu amistad. Es

muy importante para mí.

Se obligó a contener las lágrimas que le quemaban los ojos.

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—Nunca me perderás del todo. En cierta forma creo que siempre formaré parte de

tu vida. Pero ya no puedo seguir con esto. Necesito continuar con mi vida y tomar

decisiones por mí misma, con mis reglas. Esta noche tú has decidido cortar los lazos

que nos unen. Has perdido el derecho a decidir con quién me acuesto.

Max apretó los labios y se inclinó sobre la mesa.

—Por favor, no me digas que vas a deshonrarte para vengarte de mí.

Se le escapó una carcajada carente de humor.

—Dio, qué arrogante eres. Aunque tienes motivos para creer eso porque te he

dado mucho poder. Pero se acabó. No pienso dormir sola esta noche. Y no será

porque vaya a deshonrarme, cabrón. Será porque voy a buscar lo que he deseado

durante mucho tiempo: un hombre que me haga estallar de placer y me lleve a los

lugares que me muero por visitar. Un hombre que me abrace, que me provoque

orgasmos y que comparta la noche conmigo. Tú has renunciado a hacerlo esta noche.

—Carina, no.

Echó la silla hacia atrás y se levantó.

—Si te queda un poco de respeto por mí, déjame tranquila. Me lo merezco, Max.

—Soltó la servilleta—. Gracias por la cena.

—Espera.

Se detuvo al escucharlo. Los segundos pasaron. El sonido del bullicioso

restaurante flotaba a su alrededor: el tintineo de los cubiertos y de las copas, las risas

y el chapoteo de las góndolas que surcaban el agua. Esperó mientras él parecía luchar

contra sus demonios. Se percató de que aparecía un tic nervioso en su mentón.

Habían llegado a un punto de no retorno. Tenía la sensación de que se le iba a

salir el corazón del pecho mientras esperaba a que tomase una decisión final. Esas

facciones tan marcadas adoptaron una expresión apesadumbrada antes de que abriera

la boca. Sus palabras quedaron suspendidas en el aire como un bocadillo de tebeo, en

blanco hasta que el artista diera la última pincelada.

Max cerró la boca. Asintió con un gesto seco de cabeza y ella observó a un

desconocido sin emociones tomar una decisión.

—No volveré a molestarte.

Se le formó un nudo en la garganta al escuchar esas palabras, pero mantuvo la

compostura. Mientras se alejaba, se negó a echar la vista atrás.

¿Qué había hecho?

Max contempló los platos de la mesa y se aferró a los resquicios de su cordura.

Cogió la copa de vino y la apuró antes de hacer un gesto para que se la rellenasen. La

velada se había convertido en un desastre y ni siquiera estaba seguro de dónde venía

el pánico que lo atenazaba.

Había tomado la decisión correcta. Joder, la única posible. Era imposible que se

acostara con Carina una sola noche, le arrebatara la virginidad y luego siguieran

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como si nada. ¿Por qué no podía entenderlo?

«No pienso dormir sola esta noche.»

Sawyer.

Esas últimas palabras de Carina lo atormentaban. ¿Buscaría a su amigo para

demostrar que iba en serio? ¿Se sentía atraída por él? ¿Qué quería decir con eso de

«oscuros deseos» y «fantasías»? Apretó los puños sobre el regazo, atormentado por

una sucesión de imágenes. Carina desnuda con otro hombre. Carina gimiendo con la

cabeza echada hacia atrás, mordiéndose ese sensual labio inferior mientras un

desconocido la penetraba. Carina susurrando el nombre de otro.

Luchó contra la rabia y la locura que lo amenazaban y se ordenó tranquilizarse.

Sí, Carina hablaba mucho, pero dudaba que fuera a llevarlo a cabo. Seguramente

coquetearía un poco, bailaría e incluso besaría a alguien para satisfacer su curiosidad.

Solo tenía que mantener las distancias mientras la vigilaba. No interferiría y ella ni lo

vería siquiera.

Cuando acabara el experimento, volverían a Nueva York, tal vez allí se calmarían

las aguas. Saldría con algún chico correcto, digno de ella, sin complejos. Alguien

agradable, joven y respetable. No con un tío mayor, cínico y retorcido con fobia al

compromiso como él. Estar con ella de cualquier modo garantizaba el desastre. Le

haría daño, algo que jamás se perdonaría. Perdería la amistad y el respeto de Michael,

y su trabajo.

Una aventura de una noche no valía la pena. Ni siquiera con una mujer que

calmaba su alma y hacía que ansiara ser mejor hombre.

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—¿Te lo has pasado bien cenando con Max?

Carina estaba sentada en un reservado situado en la parte superior del club Tao.

Sawyer la estaba esperando en la puerta donde se encontraba la famosa estatua de

Buda de seis metros. Se asombró por el extremo contraste entre la obvia sexualidad y

la relajante espiritualidad que ofrecía el lugar, pero supo que había tomado la decisión

correcta. Unas chicas casi desnudas se bañaban en las enormes bañeras de mármol,

llenas de pétalos de rosa. Las paredes pintadas de rojo y la luz de las velas

estimulaban los sentidos. Era un lugar para dejarse llevar y perder las inhibiciones. La

música hip-hop sumía en un trance frenético a la multitud, pero Sawyer la cogió del

codo y la guio hasta la planta superior, donde la invitó a pasar a un reservado oculto

tras unas gruesas cortinas de terciopelo.

Habían servido champán en unas altísimas y delicadas copas. La estancia estaba

llena de ramos de flores cuyo olor impregnaba el aire. En su santuario, que

obviamente estaba insonorizado, no se escuchaba la música. La pregunta le provocó

un escalofrío en la espalda.

—Sí, no ha estado mal. —Bebió un sorbo de champán mientras su acompañante

se la comía con la mirada.

La intensidad controlada de sus ojos la incomodó, pero se negó a dejarse

acobardar. Sawyer Wells iba a tener suerte esa noche, como ella. Fin de la historia.

La mirada de Max había cerrado definitivamente la puerta de su pasado en

común.

—¿En qué estás pensando?

La pregunta la sacó del trance.

—En nada.

—¿Estás segura?

La verdad palpitaba entre ellos. De repente, el inocente coqueteo había tomado

una velocidad de vértigo. Sawyer esperó su respuesta como si supiera que la pregunta

tenía connotaciones importantes. La noche se extendía frente a ella con sus infinitas

posibilidades… y estaba harta de ser el segundo plato de los hombres. En ese

momento iba a disfrutar de su libertad y de las posibilidades que tenía ante ella. En

esa ocasión no se equivocaría al elegir.

—Estoy segura.

Sawyer esbozó una sonrisa y de repente se acercó a ella. Su calor sensual la

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rodeó.

—Me alegro. Esta noche quiero darte placer. Ni siquiera recuerdo cuándo fue la

última vez que me sentí tan intrigado por una mujer.

Carina sintió un escalofrío en los brazos. Se bebió varias copas de champán, hasta

que sintió un placentero zumbido en los oídos y el mundo perdió su nitidez. Percibió

que la noche llegaba a su fin y que acabaría en su cama, y comenzó a hablar.

—¿Traes a todas las mujeres a tu club para seducirlas?

—No. La mayoría de ellas intentan seducirme a mí.

—¿Cómo lo hacen?

Sawyer rio entre dientes.

—Te sorprendería. Pero es mejor no hablar de otras mujeres. ¿Te gusta la música?

¿Te gusta bailar?

—Sí.

—¿Quieres que bajemos a echarle un vistazo al club?

El placer la inundó, haciéndola vibrar.

—Me encantaría.

Sawyer la precedió mientras salían de la estancia a través de las cortinas, tras lo

cual bajaron la escalera y se internaron en la sala principal. La música que se

escuchaba por los altavoces era un hip-hop subido de tono. Excitada por el alcohol,

Carina enlazó un brazo con el de Sawyer mientras avanzaban sin dificultades entre la

multitud. Había muchas chicas contoneando las caderas, vestidas con minifaldas de

lentejuelas y tacones altísimos. Los hombres aferraban caderas y glúteos, y se movían

como si quisieran demostrar públicamente sus habilidades. Las luces se encendían y

se apagaban de forma intermitente. En el aire flotaba la erótica mezcla del sudor de

esos cuerpos medio desnudos y del perfume. Carina sintió que algo se desataba en su

interior y se liberaba.

La libertad corrió por sus venas, prendiendo un fuego que la abrasó mientras

bailaba. Sawyer la agarró para pegarla a su cuerpo y ella le echó los brazos al cuello.

Sus cuerpos se rozaban, se frotaban, se alejaban y volvían a unirse al ritmo de la

música. Su maravilloso olor la incitaba a dar el último paso. Cerró los ojos.

Sawyer le enterró los dedos en el pelo y le dijo al oído:

—Ven a mi habitación.

El deseo de decir que sí le provocó un cosquilleo en los labios.

Abrió los ojos. Necesitaba más tiempo para decidir. Pasó por alto su pregunta y

siguió bailando, dejando que el ritmo de la música se adueñara de ella.

Su mirada se cruzó con la de los penetrantes ojos azules del hombre que estaba

detrás de Sawyer.

Max.

Sentado a la barra del bar, alejado de la multitud, solo, observándola. Estaba a

punto de arrepentirse, porque para ella solo existía él, pero era demasiado tarde y

debía dejarlo marchar.

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—Sí —le soltó de repente a Sawyer.

Esperó a que él la besara. En cambio, la apartó un poco para mirarla a los ojos. Y

después se dio la vuelta lentamente.

—Vámonos. —Carina le agarró una mano y tiró de él para sacarlo de la pista de

baile, pero ya era demasiado tarde.

Max estaba frente a ella y su cuerpo vibraba por la furia que lo invadía. Su

reacción la excitó de inmediato y sintió que se le humedecían las bragas. Todo su

cuerpo cobraba vida bajo su dominio.

—¿Qué narices está pasando? —preguntó Max, dirigiéndose a Sawyer, pero ella

se interpuso entre ambos.

—Nada de tu incumbencia —masculló—. Has prometido que me dejarías

tranquila.

Sawyer miró a su amigo con expresión severa.

—Tranquilo, amigo. No estáis saliendo y me ha dejado claro que está disponible.

—Es la hermana de Michael, por el amor de Dios.

—¿Y? También es una mujer hermosa capaz de elegir a sus amantes. Creo que

esta noche ya ha hecho su elección.

Max extendió un brazo y agarró a Sawyer por el cuello de la camisa.

—Voy a matarte, joder.

Sawyer no tuvo tiempo para reaccionar. El demonio interior de Carina cobró vida

y se abalanzó hacia Max, al que empujó con fuerza.

—¡No tienes derecho! —gritó—. Déjanos tranquilos.

—Carina, no sabes lo que estás haciendo. —Max zarandeó a Sawyer, víctima de

un arrebato de ira, algo que jamás le había visto hacer antes.

—Ya basta. —Sawyer se zafó al instante de las manos de Max y se apartó de él

—. Carina, preciosa, siéntate aquí un momento. Ahora mismo vuelvo. Necesito

hablar con Max.

—Pero…

—Por favor.

Temblando por la vorágine de emociones contenidas, Carina asintió fugazmente

con la cabeza y se sentó en el taburete más cercano, desde donde observó cómo

Sawyer se llevaba a Max a rastras. ¿Por qué se comportaba de esa manera? No la

deseaba lo suficiente como para acostarse con ella, pero se negaba a darle la

oportunidad de hacerlo con otro. El juego enfermizo en el que estaban enzarzados

desde hacía unos meses la tenía hecha un lío.

Acabó una canción. Y luego otra. Observó cómo la multitud se entregaba a la

música y bajó de un salto del taburete. Al cuerno con Max. Al cuerno con Sawyer. Al

cuerno con todos.

Iba a bailar.

Caminó hasta la pista de baile y se dejó llevar por la música.

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Max estaba acostumbrado a lidiar con un amplio abanico de emociones. Cuando por

fin fue lo bastante mayor como para descubrir la verdad sobre su padre, experimentó

una ira demoledora. Una furia malévola y caótica que le retorcía las entrañas y lo

ahogaba. Así fue como usó su juventud para hacerse valer. Lo bastante como para

que su padre acabara buscándolo y lo reconociera como su hijo. Cuando descubrió

que había fallado por segunda vez, experimentó el amargo sabor de la derrota, la pena

y el deseo de venganza.

Pero nada podía compararse con lo que había sentido al ver a Carina en los brazos

de Sawyer.

Siguió a su amigo hasta su reservado, donde aún flotaba en el aire el perfume de

Carina. Flexionó y estiró los dedos varias veces, mientras jadeaba como un boxeador

que hubiera luchado diez asaltos y se negara a acabar fuera de combate.

—¿Qué te traes entre manos con Carina?

Sawyer se alisó las arrugas de la camisa y lo miró a modo de advertencia.

—El único motivo por el que me has tocado es porque yo lo he permitido. Una

vez nada más, amigo mío. No me pongas más a prueba.

—No tienes derecho a tocarla y soy capaz de darte una tunda como la que te di

hace diez años.

En los labios de Sawyer apareció el asomo de una sonrisa.

—Ah, lo recuerdo. Pero en aquel entonces yo estaba borracho. Aquella vez te

llevaste a la chica. Como siempre, no te duró mucho. Esta vez creo que has llegado

demasiado tarde.

Max empezó a pasearse de un lado a otro de la estancia para no liarse de nuevo a

puñetazos con su amigo.

—Escúchame bien. Es muy ingenua, y es la hermana pequeña de Michael. Si la

tocas, aparecerá aquí nada más enterarse y convertirá tu vida en un infierno.

Sawyer agitó una mano para restarle importancia al asunto.

—Si veo una mujer que me gusta, no me asusto con facilidad. Sobre todo si es

una mujer digna de luchar por ella. ¿Tú no has pasado página? Me he asegurado de

preguntarle varias veces y me ha dicho que no hay nada entre vosotros.

—¡Por supuesto que no hay nada! Jamás traicionaría a Michael ni haría algo para

joderle la vida a Carina. Sawyer, tú llevas un estilo de vida distinto del suyo, estás a

años luz de lo que ella conoce. Se merece algo mejor de lo que podemos darle tú o

yo. Necesita una relación estable.

Sawyer lo observó un rato en silencio. Esos ojos oscuros lo atravesaron con

certeza, poniendo en entredicho las tonterías que acababa de soltar por la boca.

—Carina no me ha dicho en ningún momento que quiera una relación a largo

plazo. De hecho, creo que busca todo lo contrario. Siempre has disfrutado siendo la

parte dominante de tus relaciones. ¿Por qué en mi caso tiene que ser distinto?

—En mi vida no todo gira alrededor del poder y del sexo. Merda! ¡Carina es

virgen!

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—¿Por qué te da tanto miedo su virginidad? Creo que tú la valoras más que ella.

—Lo señaló con un dedo—. ¿La has mirado bien? En cuanto me hice con las riendas

de la situación, prácticamente se derritió en mis manos. Tiene tendencias sumisas y le

irá mejor con un hombre dominante, con alguien capaz de expandir sus límites. Por

regla general prefiero mujeres más experimentadas, pero Carina está pidiendo a gritos

disfrutar de una experiencia sensual. Solo necesita al hombre adecuado.

—Ese hombre no eres tú. Antes jamás habías cruzado la línea en los negocios.

Teníamos un acuerdo sobre la mesa.

Sawyer caminó hasta la barra y sirvió dos copas de coñac.

—Carina ya no forma parte de la negociación. Ha abandonado.

—Sí, pero sigue formando parte de la empresa.

Sawyer le entregó la copa y Max la apuró de un solo trago.

—Hoy me ha confesado algo —dijo Sawyer—. Parece estar a punto de tomar una

decisión sobre su continuidad en la empresa o la posibilidad de buscarse un futuro

distinto, aunque no estoy seguro de que sea consciente de ello. —Sonrió—. Es una

vampiresa atrapada en un envoltorio inocente. Una vez que descubra la pasión que

lleva dentro, será imparable.

La idea de que Carina hubiera mantenido una conversación tan íntima con

Sawyer irritó a Max. Soltó la copa con fuerza sobre la mesa y se pasó los dedos por el

pelo. ¿Qué narices estaba pasando? Se aferró a lo único que se le ocurrió para

mantener el control.

—Como la toques, llamaré a Michael esta misma noche. Él te arruinará y yo te

mandaré al hospital.

Sawyer estalló en carcajadas, una reacción que lo enfureció aún más.

—¿Te has escuchado? Carina no es un juguete ni una posesión. Es una mujer

adulta. Pero creo que tú ya lo sabes. Lo que pasa es que no quieres verla así porque

de esa manera se te acabarán las excusas. —Meneó la cabeza—. Max, te ha dado

fuerte. Normalmente iría a por lo que deseo sin importarme las consecuencias, sobre

todo tratándose de una mujer tan magnífica como Carina. Es ingenua y seductora a la

vez. Posee un alma generosa y pura. Merece la pena luchar por ella. —De repente, el

buen humor lo abandonó y continuó con un deje desafiante—: El único motivo por el

que voy a apartarme de ella es por la cara que ha puesto al verte. Aunque siente cierta

atracción por mí, solo es algo superficial. Es a ti a quien desea. —Se apartó y

masculló un taco—. No me gusta hacer de suplente. Resuelve esta situación, porque

de lo contrario tarde o temprano yo mismo probaré suerte con ella.

Max se sitió abrumado por la angustia. No podría resistirse a sus encantos otra

vez. Si ella intentaba seducirlo de nuevo, se lanzaría a las llamas del infierno y

asumiría las consecuencias. El único recurso que le quedaba para sacársela de la

cabeza era tirársela una y otra vez, disfrutar de su cuerpo ardiente y mojado. En su

interior se libraba una lucha entre el intenso deseo que sentía por ella y su código

moral.

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Sawyer acortó la distancia que los separaba como si se hubiera percatado de su

dilema y le aferró un hombro.

—¿La deseas?

Max miró a su amigo de hombre a hombre y decidió sincerarse con él.

—Sí. Pero si cedo, estaré traicionando todo aquello en lo que creo. Una relación

entre nosotros nunca funcionará. Es demasiado buena para mí.

Sawyer asintió con la cabeza.

—Nadie puede adivinar el futuro. Supongo que depende de lo mucho que estés

dispuesto a apostar.

La cabeza de Max era un torbellino de pensamientos. Al final ganaron los

demonios, que despertaron en él un deseo y una excitación que no había

experimentado jamás. Los interminables meses de tensión lo habían llevado a un

punto en el que ya solo podía pensar en hacerla suya. En hundirse en su olor y su

calor. En sentir esos labios separados bajo los suyos mientras le enterraba los dedos

en el pelo. En escuchar su risa y sus gemidos, y en ser el hombre que por fin la

adentrara en el placer. En reclamarla solo por una noche y tocar el paraíso.

Sin más palabras, salió del reservado y fue a buscarla.

No tardó mucho en dar con ella. Ya no estaba en el taburete. La localizó en la

pista de baile entre un grupo de hombres y mujeres sumidos en un mundo etílico

donde la música lo regía todo y la oscuridad enmascaraba las realidades del día. En

Las Vegas, la noche siempre ganaba.

Le brillaba la piel bajo las cambiantes luces. El sudor le corría por el cuello y

descendía hasta su canalillo. La vio echar la cabeza hacia atrás y girar, y contuvo el

aliento al comprender que Sawyer tenía razón. Carina exudaba el poder de la diosa,

que era evidente en la sonrisa que esbozaban sus labios, en sus ojos cerrados y en sus

incitantes caderas. El vestido se agitaba con sus movimientos, dejando a la vista sus

muslos desnudos. De repente, supo que moriría si no la hacía suya.

Todos los caminos que había tomado en su vida lo habían llevado a ese momento

y a esa mujer que tenía frente a él.

Se acercó a ella, le aferró las caderas y la pegó a él sin delicadeza alguna.

Carina abrió los ojos al instante y soltó el aire de golpe. Su erección era más que

evidente a través de sus pantalones y su intención era que Carina se percatara de la

intensidad de su deseo. La muy pécora no lo recibió con los brazos abiertos ni con

una sonrisa.

En cambio, resopló y levantó la barbilla.

—Ni de coña. Ve a buscarte alguna camarera guapa. ¿Dónde está Sawyer?

En ese momento comprendió que la cosa no iba a ser fácil, pero sí divertida.

—Aquí no. Supéralo.

Carina resopló de nuevo y no cedió ni un ápice.

—No necesito superarlo, Max. Ya que tú no eres el hombre que busco, ¿por qué

no te apartas?

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Max sonrió, inclinó la cabeza y le mordisqueó la sensible curva del cuello.

La recorrió un escalofrío. Él levantó una mano y pasó la palma sobre sus

enhiestos pezones, que sobresalían bajo el vestido.

«¡Gracias, Dios mío!», exclamó para sus adentros al comprobar que no llevaba

sujetador.

—La he fastidiado. Sawyer me ha hecho ver lo gilipollas que he sido. Al negar lo

mucho que te deseo. Al negar lo que hay entre nosotros. —Le acarició de nuevo los

pezones con el pulgar—. Ya no pienso huir más.

Carina se negaba a rendirse.

—Mentiroso. Vas a llevarme a mi habitación y a meterme en la cama. A decirme

que me sentiré mejor por la mañana mientras tú te das palmaditas en la espalda por

haber alejado a la inocente Carina del lobo malo. Que te den, Maximus Gray. Voy en

busca de Sawyer.

Se dio la vuelta entre sus brazos para marcharse, pero él la obligó a girar de nuevo

y, tras aferrarle los glúteos con fuerza, la pegó a su cuerpo. En esa ocasión se bebió su

jadeo al besarla en la boca.

La música lo dominaba todo mientras le introducía la lengua en la boca,

explorando cada rincón para hacerle saber quién estaba al mando. En cuestión de

segundos, Carina se derritió entre sus brazos y le enterró los dedos en el pelo. Max se

tomó su tiempo para dejarle claras sus intenciones y después le puso fin al beso muy

despacio.

Se percató de que le temblaba el labio inferior.

—¿Max?

—Cariño, yo soy el lobo malo. Y ahora ya puedes ir subiendo a tu habitación.

Carina no se movió.

—¿Por qué ahora?

Max cerró los ojos con fuerza para negar la verdad, pero ella se merecía más.

Cuando los abrió por fin, le permitió que lo viera todo.

—Porque te deseo. Porque siempre te he deseado, Carina. No te merezco. No

merezco esta noche, pero la idea de que te toque otro hombre me desquicia.

Ver su sonrisa fue como recibir un puñetazo en el pecho.

—Bueno, entonces vale. Vámonos.

La sacó a rastras de la pista de baile, y cogidos de la mano atravesaron el casino,

dejando atrás los sonidos de las máquinas tragaperras. Pasaron junto a la multitud

congregada en torno a la ruleta que estaba animando a un hombre vestido con unos

sucios vaqueros cortados y una camiseta de manga corta, y que tenía delante un

montón de fichas. Pasaron junto a la barra de madera de cerezo del bar, llena de

parejas ataviadas con esmoquin y relucientes vestidos, que bebían cócteles de colores

fosforitos. Una vez en el ascensor, Max introdujo la tarjeta en la ranura. Tras llegar a

la suite, se dirigió a la habitación de Carina. Ambos guardaron silencio ya que el

momento para hablar había quedado atrás. Era el momento de la acción. Max tardó

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un instante en abrir la puerta de la habitación y cuando por fin lo logró, entró y cerró

de una patada.

Había soñado muchas veces con seducir a Carina Conte. Desde que había

regresado a su vida con la fuerza de un ciclón, había pasado muchas noches

masturbándose y sintiéndose culpable por hacerlo pensando en ella. Casi todas sus

fantasías empezaban introduciéndola con suavidad en el sexo. Muchos preliminares,

besos delicados y una lenta penetración. Velas titilantes, música romántica y una

cama grande y mullida.

Esa noche lo incitaba la urgencia de dominarla, reclamarla y darle placer. La

estampó contra la pared, le levantó el vestido y la besó. Tenía la piel ardiendo, y se

tragó sus gemidos mientras le introducía la lengua en la boca. Sabía a champán, a

chocolate y a un embriagador cóctel de pecado. Le mordisqueó el labio inferior y le

aferró los glúteos para pegarla más a él. A su alrededor todo daba vueltas al tiempo

que luchaba por hacerse con el control que normalmente exhibía en el dormitorio.

Jamás había experimentado un deseo tan intenso de poseer, de reclamar, de hacer

suya a una mujer.

—Vas a pagar caro haber jugado conmigo, preciosa. Tenlo presente.

Ella arqueó la espalda y Max captó el olor de su deseo. Lo invadió la satisfacción

al ver la reacción que habían provocado sus palabras. Le gustaban los preliminares

verbales, una de sus actividades favoritas. Dejó un reguero de besos y mordiscos por

su cuello mientras le separaba más las piernas para tener un mejor acceso. Su

inocente virgen le dio un mordisco en el lóbulo de una oreja.

—Hasta ahora todo han sido palabras y poca acción.

Max sonrió. Y le bajó las bragas.

—Orgasmo número uno. Te daré lo que de verdad quieres cuando te disculpes por

ser tan descarada.

—Empieza.

Y lo hizo. La penetró con un dedo mientras le acariciaba el clítoris con el pulgar.

Sintió que su flujo le mojaba la mano y añadió un segundo dedo al tiempo que

acariciaba su vagina y seguía moviendo el pulgar en torno al clítoris. Carina gritó y se

removió entre sus brazos, exigiéndole algo más, reaccionando como no debería

reaccionar una mujer sin experiencia. Le clavó las uñas en los hombros mientras se

corría y gritó con todas sus fuerzas, en las garras del orgasmo. Max observó

atentamente su cara mientras se retorcía de placer, consciente de que su polla

palpitaba por la necesidad de llegar al final y hacerla suya. En cambio, prolongó el

momento de ella dilatando las caricias y manteniendo un ritmo suave. Carina se

desplomó contra él y se vio obligado a luchar contra sí mismo para mantener el

control.

—Dios —murmuró con un gemido. Aún le temblaba el cuerpo por los rescoldos

del placer.

Max la besó en los labios, ansioso por probarla de nuevo.

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—Ha sido maravilloso —dijo ella.

—Todavía no he acabado contigo. ¿He oído alguna disculpa?

Carina esbozó una sonrisa satisfecha.

—No creerás que me he pasado todos estos años esperando solo para esto,

¿verdad?

Dio, ¿de dónde había salido?

—Siempre has sido una niña mala. Vamos a jugar, ¿te apetece? —Inclinó la

cabeza y encontró un pezón que le chupó a través de la seda. Usó la lengua para

humedecer la tela, y después la apartó y succionó. Al mismo tiempo le acarició el

clítoris con suma delicadeza para aumentar la tortura y no tardó en tenerla jadeando

entre sus brazos y arqueando la espalda para que le diera más—. ¿Lista para

disculparte?

—Sí.

—Demasiado tarde. Yo te diré cuando estoy listo para aceptar tus disculpas. —Le

chupó el pezón con fuerza y lo acarició con la lengua, tras lo cual se dispuso a hacer

lo mismo con el otro. La torturó y la llevó al borde del abismo, hasta que Carina

abandonó el orgullo y le suplicó. Escucharla pronunciar su nombre como si fuera una

letanía fue impactante y despertó en él un súbito afán posesivo. Una caricia más sobre

el clítoris, un mordisco en el pezón y Carina experimentó un segundo clímax.

Se estremeció entre sus brazos y se lo entregó todo. Demasiado excitado para

continuar con el juego, Max le bajó la cremallera del vestido y se lo quitó. Su

glorioso cuerpo lo dejó asombrado. Pechos generosos coronados por pezones del

color de los rubíes. La suave curva de sus caderas y de su abdomen. Esa piel morena

y el pubis sin vello, tras la depilación con la que tanto lo había torturado. Tenía los

labios húmedos y rosados. Masculló un taco y la levantó en volandas. Tras dejarla en

la cama, se desnudó y colocó un condón a los pies de la cama.

Ella se mantuvo inmóvil, observándolo con una mirada ávida que se la puso

todavía más dura.

—Eres tan guapo… —susurró.

Max meneó la cabeza y se reunió con ella en la cama.

—No, tú sí que eres una preciosidad. Superas con creces cualquier fantasía. Pero

todavía me tienes que pagar lo mucho que me has torturado con la depilación.

Carina le acarició la espalda, los glúteos y los muslos. El suave roce de sus manos

y de sus uñas puso a prueba su aguante. Por Dios, era posible que no durara mucho

más, pero la deseaba excitada y mojada, para que no sintiera el menor dolor cuando la

penetrara.

—¿Te gusta?

La besó con pasión y se dejó embriagar por el olor a coco de su loción corporal.

—Necesito investigar más a fondo.

Ella abrió los ojos como platos.

—Orgasmo número tres.

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—Max, no creo que… ¡Dios!

Le separó los muslos y enterró su boca entre ellos. No había ni rastro de vello que

mancillara la perfección de esa femineidad que en ese momento estaba a su merced.

Dejó una lluvia de besos húmedos sobre su sexo, por sus muslos y por su abdomen.

Usó los dedos para separarle los labios y la saboreó.

Los gemidos de Carina eran frenéticos y fueron música para sus oídos. Su sabor

terrenal y almizcleño lo abrumó, y se bebió hasta la última gota. Cada vez que la

penetraba con la lengua, cada lametón al clítoris era una muestra de lo mucho que

apreciaba su regalo. Carina no tardó en correrse de nuevo y Max supo que ya no

podía más. Con dedos temblorosos, cogió el condón y abrió el envoltorio. Se lo puso

y la penetró.

Los ojos oscuros de Carina tenían una expresión confusa y aletargada. Su cuerpo

aún se convulsionaba en las garras del orgasmo.

—Nena, mírame.

Ella lo intentó.

—Tú ganas, lo siento.

Su grandeza lo desarmó. ¿Conocería alguna vez a una mujer semejante a ella?

¿Lo dejaría lisiado para el resto de su vida, mientras perseguía a alguien que pudiera

darle tanto como le estaba dando Carina?

—¿Lista para más?

—Sí. Enséñame lo que he estado perdiéndome.

Max la penetró apenas un centímetro más. Y otro. Carina se aferró a sus hombros,

pidiéndole más. La frente se le llenó de sudor y la insoportable agonía le tensó los

músculos. Dios, estaba muy mojada y excitada pero no quería hacerle daño. Un

centímetro más y habría llegado a la mitad. Si no moría primero.

—¡Joder! —gimió Carina—. Más. Maximus Gray, déjate de gilipolleces.

¡Métemela ya!

Max apretó los dientes. Se armó de valor. Y se hundió hasta el fondo dentro de

ella.

«Mía.»

Su cuerpo lo acogió y se cerró en torno a él como el satén mojado. Era el paraíso

y el infierno a la vez. Carina le rodeó las caderas con las piernas y le clavó los

talones. Echó la cabeza hacia atrás en la almohada, pidiéndole más. Y él se lo dio.

Ella lo estrechaba cada vez que se movía, rodeándolo con su calor y aumentando

su deseo. Impuso un ritmo firme que pronto se convirtió en un frenesí de pasión.

Desesperado, trató de mantener el control para ir más despacio, pero ella no se lo

permitió. Gritó, suplicó y exigió hasta que Max cedió y le dio lo que ambos deseaban.

Carina lo estrechó con fuerza y explotó.

Y él la siguió al instante. El orgasmo lo dejó hecho polvo mientras gritaba su

nombre.

Se tumbó junto a ella y la instó a apoyar la cabeza en su brazo, tras lo cual tiró de

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la sábana para que los cubriera a ambos. Besó su pelo enredado.

Su virgen acababa de volarlo todo en pedazos.

Carina se despertó después de haber dormido como nunca antes. La habitación seguía

a oscuras y había perdido la noción del tiempo. Le dolían los músculos, tal como le

sucedía después de una agradable sesión matinal en el gimnasio. Se desperezó y

golpeó un pecho musculoso.

Max.

En su cama.

«¡Sí!»

La inundó la alegría. Se había pasado toda la vida preguntándose cómo sería tener

a Max en la cama todo para ella. Y la realidad superaba con creces la ficción. Era un

amante salvaje y feroz que exigía en la misma medida que se entregaba. Con razón

no había sentido el menor deseo de perder antes la virginidad. La ternura y las buenas

maneras no la excitaban. Pero el fuego y el dominio de Max satisfacían algo que ni

siquiera sabía que poseía. Sentía el cuerpo tan satisfecho y agotado como el corazón.

Esa noche había sido un regalo de proporciones épicas. Pensar en el mañana le

resultaba doloroso, pero al menos tendría ese precioso recuerdo y habría obtenido un

profundo conocimiento de su alma.

—No me digas que estás preparada para el vigésimo cuarto asalto. —Max gimió

y tiró de ella para colocarla sobre él.

Su pelo negro estaba alborotado. La incipiente barba que asomaba en su mentón

aumentaba el sensual atractivo de su labio inferior. ¡Las cosas que era capaz de hacer

con esos labios, por favor! Enterró la cara en su pecho. Sintió sus duros músculos en

la mejilla y el cosquilleo del vello en el mentón. Le acarició los bíceps y aspiró el

delicioso olor a sexo, jabón y hombre.

—Esos ocho años de diferencia hacen estragos, ¿verdad?

Max gruñó y le dio una palmada en el culo. Ella gritó, pero el agradable picor del

gesto la excitó todavía más, de modo que se removió sobre su repentina erección.

—Eres una niña mala. ¿Es posible domarte?

—Si todos los castigos que voy a recibir son como ese, espero que no.

Max parpadeó con la parsimonia de un depredador después de una siestecita.

—Es posible que necesite algo más de tiempo para recuperarme entre polvo y

polvo, pero soy capaz de echar unos cuantos sin venirme abajo.

Carina sintió un cosquilleo en el estómago y un delicioso escalofrío en la espalda.

Jamás se cansaría de él, ni en la cama ni fuera de ella.

—Eso es porque has practicado mucho. Dame tiempo y verás.

Él sonrió, le enterró los dedos en el pelo y tiró de ella para besarla.

—Explotadora. —La besó a conciencia, pero con una lentitud que le dejó claro

que no tenía prisa, aunque su cuerpo le dijera lo contrario—. Necesitas un baño para

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relajar esos músculos. No quiero que acabes demasiado dolorida.

—¿Qué hora es?

—Todavía no ha amanecido. No hay relojes en la habitación y me da igual. Eres

mía hasta el amanecer.

La orden, pronunciada a la ligera, hizo que se le endurecieran los pezones. Tras

darle una última palmada en el culo, Max se levantó de la cama y entró en el baño. Al

cabo de un momento Carina escuchó el sonido del agua.

—Siempre he querido usar la bañera de hidromasajes, pero me ha parecido muy

triste hacerlo solo. —Regresó de nuevo junto a la cama, desnudo, y le tendió una

mano. La barba le daba un aire canalla y le recordaba a los sensuales piratas de las

novelas románticas que tanto le gustaban—. Ven conmigo.

Carina salió de la cama a rastras, llevándose la sábana.

Max sonrió.

—Ni hablar. —Le arrancó la sábana de las manos y recorrió su cuerpo desnudo

con la mirada—. Estás demasiado buena como para que te tapes con una sábana de

hotel.

Carina desterró el súbito arranque de pudor y lo siguió hasta el baño. Max

caminaba con una elegancia masculina que enfatizaba su culo, duro como una piedra.

Se le hizo la boca agua al pensar en hincarle el diente a esos músculos.

Caminó descalza sobre el reluciente suelo de mármol, mientras sonaban las

sensuales notas del rythm and blues que había elegido Max. El altísimo techo del

cuarto de baño, donde estaban situadas las luces, le recordó a unos baños de la

Antigüedad. En la pared opuesta había un espejo gigantesco.

Max la acompañó hasta el borde de la bañera y la ayudó a entrar. El agua caliente

y el vapor le relajaron por completo los músculos. Las burbujas estallaban a su

alrededor, dejando en el aire un maravilloso olor a lavanda.

Después Max cerró el grifo y se plantó frente a ella en su gloriosa desnudez.

¡Por Dios! Le recordaba a la orgullosa estatua de David. Músculos que parecían

esculpidos en los hombros y en los brazos, que tenía en jarras. Su piel morena relucía

por el sudor. Tenía el pecho salpicado de vello oscuro que descendía hasta convertirse

en una línea estrecha por su estómago y más abajo. Había separado los pies y la

postura enfatizaba el contorno de sus muslos, otorgándole un aura de poder y

elegancia. Tanto desnudo como vestido, era un hombre que se sentía cómodo consigo

mismo. La mirada de Carina se detuvo en su erección y sintió que se ruborizaba por

primera vez.

—Ah, veo que todavía te queda algo de vergüenza. Vamos a asegurarnos de que

desaparezca por completo antes de tu siguiente orgasmo.

El erótico comentario la excitó y le endureció aún más los pezones. Max soltó una

ronca carcajada y se metió con ella en el agua. La aferró por las caderas y la instó con

facilidad a sentarse sobre él con la espalda pegada a su torso para poder acariciarle

los pechos y pellizcarle de vez en cuando los pezones. Carina gimió y se removió. La

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fricción de sus cuerpos bajo el agua y el roce de sus partes más íntimas la estaban

volviendo loca.

—¿Max?

Él le apartó el pelo del cuello para darle un mordisco.

—Tienes tantas zonas erógenas que no quiero perderme ninguna. En tu caso, la

ropa debería ser declarada ilegal. Si por mí fuera, irías siempre desnuda.

Ella se echó a reír, pero Max le estaba haciendo algo tan placentero entre las

piernas que acabó jadeando.

—Como demasiado. Julietta y Venezia siempre están a dieta para mantenerse

delgadas.

Él le dio un apretón en los pechos.

—Por eso no tienen partes divertidas con las que jugar. Carina, hazme caso, no

hay una mujer que me haya puesto tan cachondo como me pones tú. Tus curvas

inspiran el erotismo más artístico y miles de orgasmos.

Sus palabras le parecieron tan sinceras y claras que algo en su interior se relajó.

Separó las piernas para facilitarle el acceso.

—Creo que mereces una recompensa por esa afirmación.

—Creo que la aceptaré ahora mismo. —De repente, se levantó y la instó a

ponerse de rodillas.

La posición tan vulnerable la excitó y se mojó todavía más. En ese momento

atisbó su imagen en el espejo de la pared.

Max masculló algo y sus miradas se entrelazaron a través del espejo.

Carina no reconocía a la mujer que tenía delante. Desnuda. Arrodillada. Con el

pelo alborotado, los labios enrojecidos y una mirada soñadora en los ojos. Max

parecía un guerrero a punto de reclamar a su mujer. Lo observó coger un condón y

ponérselo.

—¿Te gusta mirar? —La pregunta, formulada con voz ronca, le arrancó un

gemido a Carina, que asintió con la cabeza mientras se preguntaba por qué ansiaba

hacerlo todo con él esa noche hasta quedar agotada y saciada—. Esa es mi chica.

Agárrate a la bañera.

Carina se aferró al resbaladizo borde de mármol blanco. Max le acarició el culo

como si quisiera calentarla para algo y después se la metió con una firme embestida.

El placer era demasiado intenso. Carina se aferró con más fuerza a la bañera

mientras él se movía con frenesí. El chapoteo del agua en la bañera y la imagen del

espejo, él reclamándola desde atrás, la inexorable ascensión al clímax… todo se

mezcló y se convirtió en un infierno. Los ojos de Max parecían negros por completo

cuando la miró a través del espejo.

—Eres mía, Carina. Recuérdalo.

Le introdujo una mano entre los muslos. Se la metió hasta el fondo.

Y Carina se corrió.

Se estremeció y se dejó llevar por el éxtasis. Los estremecimientos de los

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músculos, esa mezcla de placer y de dolor que le provocaba la tensión de los pezones

y del palpitante clítoris… todas esas sensaciones la arrastraron hasta un mundo nuevo

que jamás había experimentado. Sus dedos seguían aferrados al escurridizo borde de

la bañera mientras su cuerpo intentaba mantener el equilibrio y se preguntaba si Max

la habría dejado tocada de por vida.

¿Cuántos años había pasado soñando con algo que jamás podría haber

imaginado? Los besos delicados con los chicos jamás le habían llegado al alma. Se

había excitado a veces con ciertas caricias y había experimentado orgasmos con

algunos dedos masculinos y con los suyos. Pero Max le llegaba a lo más hondo y

sacaba a relucir sus fantasías más eróticas. Exigía más que las respuestas educadas. El

sexo era sucio, sudoroso y estaba lleno de deliciosas contradicciones que jamás

habría pensado que existían.

Ya nunca se conformaría con menos. ¡Oh, la mujer que podía llegar a ser teniendo

a su lado al amante adecuado! De repente, la abrumó el cansancio y se relajó contra

Max, flotando en una marea de placer.

Después de compartir un baño y una botella de agua, Carina estaba sentada en el

regazo de Max, en la elegante chaise longue. El fuego crepitaba en la chimenea y

estaban envueltos en el cálido abrazo de una manta. Carina apoyó la cabeza en el

hombro de Max y suspiró. El silencio intensificó la sensación de intimidad y el

vínculo que existía entre ellos. Carina dijo en voz baja:

—Creo que quiero dejar La Dolce Maggie.

Max le acarició la espalda como si quisiera consolarla.

—Cuéntame. ¿Es por los errores que has cometido?

—No, es mucho más. Creo que ya no soy feliz.

Él se tensó.

—¿Por mi culpa?

—No, idiota. La culpa es mía. No sé si encajo en el mundo empresarial. He

intentado que me gustara. Pero que se me den bien los números no significa que

quiera hacer eso día tras día. Odio las oficinas tan pequeñas, las ventas y las hojas de

cálculo. No tengo el instinto asesino que tenéis Julietta y tú.

Max soltó el aire de golpe. Tardó un rato en hablar.

—No sé si Michael va a aceptar tu decisión.

—Ya, lo sé. Todavía no he llegado a una conclusión firme. Me lo pensaré mejor y

seré sincera conmigo misma.

—¿Qué quieres hacer si te vas?

Carina suspiró y se acurrucó contra él.

—No estoy segura. Retomar la pintura en serio. Encontrar el modo de

compaginar aquello que se me da bien con algo más creativo. Ya no me asusta

explorar las opciones.

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—Carina, te respaldaré decidas lo que decidas. Creo que haces un trabajo

fantástico en La Dolce Maggie. Pero necesitas ser feliz. Te lo mereces.

—Gracias.

Sintió una punzada de melancolía. Por fin tenía la impresión de estar con alguien

que la entendía, pero la noche estaba a punto de acabar. El tiempo pasaba con

rapidez. El alba pronto iluminaría el horizonte y la devolvería a la realidad. Ya sabía

que no había un futuro para ellos. Aunque pudieran ganarse el apoyo de Michael,

Max le había dejado claro que no estaba interesado en una relación estable, sobre

todo con ella. Se mantenía bien resguardado tras las defensas que había erigido

durante su infancia y esgrimía la diferencia de edad, la familia y un montón de

obstáculos más para racionalizar su decisión. Ella lo odiaba, pero se negaba a luchar.

Se merecía a un hombre que la quisiera lo bastante como para enfrentarse a todo por

conseguirla. Carina desterró el vacío que se extendía por su interior y se juró que lo

superaría.

—¿Por qué nunca hablas de tu padre?

Las manos de Max se detuvieron sobre su espalda. Esperó a que le contestara.

Tras unos segundos reanudó las caricias.

—Porque todavía me duele.

Su descarnada sinceridad la estremeció. Levantó la cabeza y le colocó una mano

en la mejilla.

—Sé que se fue después de que nacieras. Sé que era suizo, muy rico y que

conquistó a tu madre a la antigua usanza. Pero nunca me has explicado qué tipo de

relación tienes con él… si has llegado a buscarlo o has hablado alguna vez con él.

Carina sabía que estaba en el límite. Lo normal era que Max se retirara a un lugar

seguro y le ofreciera una evasiva. Siempre evitaba hablar de su pasado y ni su madre

ni Michael lo mencionaban jamás, aunque Max formaba parte de la familia.

Y en ese momento le entregó el segundo regalo de la noche.

—Tenía veintiún años cuando decidí buscarlo. Hasta entonces había dejado pasar

el tiempo esperando que sucediera algo. Que llegara una carta. Un regalo. Una nota.

Al final comprendí que jamás se pondría en contacto conmigo y decidí que era yo

quien tenía que dar el paso. Me parecía raro que un rico empresario suizo

desapareciera sin dejar rastro. Siempre me pregunté si había estado involucrado en

algún escándalo y quería protegerme. Incluso pensé que estaba muerto.

Carina sintió que se le rompía el corazón al escuchar su tono de voz. Lo rodeó

con los brazos para darle calor y siguió escuchándolo.

—Lo encontré en Londres. Resultó ser un borracho al que le daba igual todo. No

había un pasado exótico ni ninguna excusa legítima.

—¿Hablaste con él?

—Sí. Me reconoció cuando me acerqué a él en el bar. Pero pasó de mí. No me

quiso cuando era pequeño y no me quería como adulto. Me dio el dinero y creía que

con eso era suficiente.

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Carina se preguntó qué se sentiría al experimentar el rechazo de un progenitor, la

falta del pasado en común, la falta de recuerdos. Con razón Max se mantenía siempre

aislado. Con razón nunca había querido arriesgarse a mantener una relación

permanente.

—Pero al final logré pasar página. Estaba cansado de vivir mi vida pendiente de

un fantasma que jamás había existido. Me marché de Londres al día siguiente y nunca

he mirado atrás.

Ambos sabían que eso era mentira. Todo el mundo miraba atrás. Pero de

momento decidió darle espacio.

—Creo que tu madre lo perdonó. Creo que en cierto modo todavía lo quiere.

Max inclinó la cabeza y la miró.

—No. Mi madre nunca lo menciona. ¿Por qué crees eso?

Ella levantó una mano y le enterró los dedos en el pelo.

—Porque te tuvo a ti, tú fuiste lo que él le dejó. Y todo mereció la pena por ti,

Maximus Gray.

Algo relució en sus ojos, una emoción que jamás había visto antes en él. Una

ternura que se extendió por su interior como la miel y que la derritió por entero.

Lo besó en la boca. Con un gemido ronco, Max le introdujo la lengua y la besó

con pasión. Carina le acarició una pantorrilla con el talón y cambió la postura del

cuerpo. Al hacerlo, se percató de que se le había puesto dura.

—Joder, algún día serás un marido estupendo. —Pronunció las palabras sin ser

consciente de lo que decía y soltó un taco—. Mierda, ya sabes a lo que me refiero.

Que no se te suba a la cabeza. Esto es solo sexo.

—Gracias por recordarme mi uso y mi propósito.

Carina bajó una mano hasta su entrepierna y se la rodeó con los dedos, tras lo cual

empezó a acariciársela. Él gimió y se dejó hacer hasta que sintió que le palpitaba en

la mano. El poder de excitarlo hasta ese punto hizo que le hirviera la sangre en las

venas.

—Nena, me estás matando.

Se deslizó por su cuerpo, se sentó a horcajadas sobre sus piernas e inclinó la

cabeza.

—Todavía no, pero lo haré.

Se la metió en la boca y la rodeó con los labios. Su olor y su sabor la excitaron, y

pasó un buen rato dándole placer mientras él soltaba un sinfín de palabrotas que la

pusieron todavía más cachonda. De repente, Max se incorporó y la agarró por los

brazos antes de que pudiera protestar.

—Un condón —masculló—. Ya.

Carina obedeció con cierta torpeza, pero logró ponérselo al cabo de unos

segundos. Con un movimiento rápido, él la levantó y se la colocó sobre las caderas.

En cuanto lo tuvo dentro, lo olvidó todo salvo el afán de sentirlo todavía más.

Max levantó las caderas para imponer el ritmo, pero ella perdió la paciencia y se hizo

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de nuevo con el control. Lo montó con un frenesí arrollador, hasta que se corrieron

juntos. Después se desplomó sobre él, derretida y satisfecha, y se preguntó si sería

capaz de caminar algún día. O de hacer algo sin pensar en Maximus Gray.

—¿Dónde narices has aprendido a hacer eso?

Carina contuvo una risilla al escuchar el tono enfurruñado de la pregunta, si bien

físicamente parecía muy satisfecho.

—No puedo decírtelo. Me da mucha vergüenza.

—Llevamos diez orgasmos. A estas alturas la vergüenza no existe.

—Con un plátano.

En vez de reírse, Max enarcó una ceja.

—Joder, eso me pone.

Carina se echó a reír encantada y reconoció que a lo mejor todavía estaba un poco

enamorada de Max.

Un poco.

Desterró la repentina oleada de emoción. No, jamás admitiría o pronunciaría esas

palabras de nuevo. No desde la noche en la que quemó el hechizo de amor y soñó con

casarse con el hombre al que amaba con toda el alma, el cuerpo y el corazón.

En cambio, guardó silencio. Se limitó a besarlo en la cara y a estrecharlo con

fuerza. Y a esperar el amanecer.

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11

Las cortinas se habían quedado descorridas.

La tenue luz del amanecer entraba por las ventanas, recordándole que la noche

había acabado. Max miró de reojo a la mujer que tenía al lado. Dormía

profundamente y sus suaves ronquidos confirmaban el agotamiento. ¿Qué demonios

iba a hacer?

¿Dejarle una nota? ¿Ir en busca de un café? ¿Analizar con ella lo sucedido por la

noche? ¿Guardar silencio? Las interminables opciones se extendían ante él, y puesto

que era un hombre, estaba garantizado que elegiría la incorrecta.

Su abundante melena se extendía sobre la almohada como un ángel oscuro. Se

percató de que tenía marcas enrojecidas en las mejillas y en el cuello, fruto de la

irritación provocada por su barba. Sus labios estaban hinchados. Sintió una punzada

de culpa. ¿Se había pasado con ella? En ningún momento la había visto como a una

virgen. Todos sus movimientos habían dejado claro que poseía una sexualidad abierta

y desinhibida. Carina era el sueño erótico de cualquier hombre: una chica inocente

con el cuerpo y el alma de una vampiresa. En la cama se comportaba con una

honestidad que confirmaba que se entregaba al máximo. Lo mismo que en el resto de

las facetas de su vida.

Un regalo escaso y valioso. Un regalo del que no era merecedor. Un regalo que

jamás le pediría que le entregara de nuevo.

Lo abrumó un vacío desolador, pero se negó a examinar la emoción a fondo. Tal

vez lo mejor era ducharse, vestirse e ir en busca de un café para Carina. Reflexionaría

acerca de lo mucho que significaba para él. Analizaría el cambio radical que habían

supuesto las horas y horas que había pasado haciendo el amor con ella. Y después se

repetiría por qué tenían que ponerle fin a lo que había entre ellos.

A menos que…

La posibilidad apareció ante él. ¿Y si continuaban con la relación? Carina en su

cama. Salir a cenar con ella. Seducirla y quitarle poco a poco su traje de ejecutiva.

Trabajar codo con codo. A lo mejor funcionaba. A lo mejor.

Michael Conte y su familia lo inspiraban para dar lo mejor de sí mismo. Después

de averiguar que su padre los había abandonado, necesitaba apoyarse en algo que no

le fallara. Su palabra. Su honor. Su fiabilidad. Esos conceptos lo eran todo para él y lo

definían como persona. Si Michael descubría que se había acostado con Carina, cabía

la posibilidad de que no volviera a confiar en él, algo que podría destrozarlo.

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Nunca permitiría que eso sucediera.

Además, ¿qué podía ofrecerle? Carecía de la capacidad emocional para darle a

Carina lo que merecía. Algún día le pediría un anillo. Niños. Un compromiso de por

vida. Y él solo podía darle el momento: sexo del bueno, compañerismo y respeto. A

la larga, Carina se cansaría de sus chorradas y pasaría página. O peor, ¿y si acababa

haciendo algo que la hiriera? Muchos años antes había jurado que jamás haría nada

que pudiera herir a una mujer. El corazón femenino era demasiado delicado y no

quería cargar con esa responsabilidad.

Era extraordinaria en todos los aspectos y estaba fuera de su alcance.

Una vez tomada la decisión, salió de la cama y caminó hasta el baño.

Se sorprendió al escuchar que alguien llamaba a la puerta. Aguzó el oído y

escuchó que la llamada se repetía. Joder, ni siquiera eran las seis de la mañana. Como

no quería despertar a Carina, se puso los calzoncillos y abrió la puerta.

No daba crédito a lo que veían sus ojos.

Mamá Conte estaba en la puerta.

—¿Maximus?

El tiempo se ralentizó mientras su mente registraba la sorpresa que se reflejaba en

el rostro de mamá Conte. El resto de los acontecimientos sucedieron como si

estuviera atrapado en una película que narrara una catástrofe, a cámara lenta y de

forma surrealista. La madre de Carina miró el número de la puerta entrecerrando los

ojos y después miró el trozo de papel que tenía en la mano.

—Sabía que tú también estabas en Las Vegas, pero esta es la habitación de

Carina.

Max pasó por alto los desbocados latidos de su corazón y abrazó a la mujer con

fuerza.

—Mamá Conte, qué sorpresa más agradable. No, esta es mi habitación. Deja que

me vista y ahora mismo salgo a buscarte para llevarte con Carina.

Estuvo a punto de salirle bien la jugada.

La mujer echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.

—Qué tonto eres, no me molesta que estés en ropa interior. —Pasó por su lado y

entró en la suite. Una vez allí, se quitó la rebeca—. En verano tenía la costumbre de

pasearme desnuda por mi casa. —Se acercó al sofá para dejar la rebeca en el respaldo

—. Ve a cambiarte si quieres.

Se tropezó con un zapato de tacón y su mirada siguió el zigzagueante reguero de

ropa. Se acercó a la puerta corredera que daba acceso al dormitorio y que en ese

momento estaba abierta.

Max siguió la mirada de mamá Conte. Un liguero de encaje. Un tanga minúsculo.

Su camisa.

Quiso cerrar la puerta para detenerla, pero la mujer ya estaba frente al dormitorio.

El suave ronquido subió de volumen y se convirtió en un ronquido en toda regla. Los

rizos oscuros de Carina contrastaban con el blanco níveo de la almohada. Mamá

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Conte se acercó despacio a la cama y miró a su hija.

Desnuda.

De repente, la película recuperó la velocidad normal y Max salió del trance. Se

colocó frente a la cama y extendió los brazos para evitar que la mujer atacara a

Carina en un arranque de furia maternal.

—Dio mio, mamá Conte, no es lo que piensas. Bueno, es lo que piensas, pero tú

no tenías por qué verlo. Dio, lo siento, lo siento mucho. —Siguió balbuceando hasta

que comprendió que había regresado a la adolescencia.

Los ojos oscuros de la mujer lo miraron como si intentaran comprender lo que

sucedía. Los segundos pasaron. Y al final mamá Conte asintió con la cabeza como si

hubiera tomado una decisión.

—Maximus, llévame a tu dormitorio. Ahora mismo. Tenemos que hablar. —Se

acercó a la puerta—. Tienes un minuto para cambiarte y salir de aquí. Y no despiertes

a Carina.

La puerta corredera se cerró tras ella.

Max se pasó los dedos por el pelo, con la sensación de que estaba sumido en el

infierno.

Empezó a sudar de golpe. La mejor amiga de su madre, que lo había cuidado

como si también fuera su hijo, estaba sentada frente a él, meditando en silencio. No

había abierto la boca desde que llegaron a su habitación. Se había limitado a indicarle

que se sentara y lo había dejado que se cociera en su propio sudor durante diez

minutos. Mamá Conte había criado a cuatro hijos y había enterrado a su marido. Era

una mujer delgada, pero de porte firme. Ella misma había levantado La Dolce

Famiglia, con su talento y esfuerzo, y había pasado de ser un establecimiento familiar

a convertirse en una de las mayores cadenas de pastelerías en Italia. Llevaba el pelo

canoso recogido en un moño en la nuca, un peinado que resaltaba las elegantes y

marcadas líneas de su rostro. Había dejado el bastón apoyado contra la pared.

Llevaba zapatos ortopédicos, con gruesos cordones y suelas que la ayudaban a andar.

En su puñetera vida le había asustado tanto una mujer mayor.

—¿Hace cuánto tiempo que estáis juntos?

Max no sabía si le saldría la voz del cuerpo, pero logró contestar:

—Solo ha sido esta noche. Esperábamos que nadie lo descubriera. No queríamos

hacerle daño a nadie.

—Mmm… —Frunció el ceño—. ¿Lo planeasteis?

—¡No! No, ambos sabemos que no nos conviene mantener una relación. Por

supuesto, había atracción entre nosotros, pero pensé que seríamos capaces de

controlarnos. Carina se enfadó conmigo y Sawyer Wells me dejó claro que iba tras

ella y…

—¿Sawyer Wells está aquí?

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Max asintió con la cabeza.

—Sí, ahora dirige el Venetian.

—Mmm… Sigue.

—Bueno, Sawyer y yo discutimos por Carina y después las cosas se

descontrolaron, y lo siento mucho. Haré lo que me pidas para enmendar la situación.

Mamá Conte extendió un brazo y le dio unas palmadas en una mano. Sus labios

esbozaron una sonrisilla.

—Sí, Maximus, lo sé. Siempre has sido un buen chico. Un poco rebelde, pero de

buen corazón. Michael se enfadará, pero haremos que entre en razón.

—Me matará —gimió Max.

—Qué tontería. No voy a permitir que te mate. Pero tenemos que organizarlo todo

ya. Es demasiado tarde para hacer que tu madre venga, aunque harás lo mismo que

hizo Michael. A finales de año organizaremos una preciosa boda en el jardín en

Bérgamo.

La alarma interna de Max saltó al instante.

—Llamaré a casa y diré que queríais fugaros. Las oportunidades en Las Vegas

son infinitas. ¿Por qué no? La gente se casa aquí a todas horas y las bodas son

preciosas, ¿verdad que sí?

«¿Boda?»

—Podéis tener el papeleo preparado para esta tarde y así tendréis tiempo de elegir

una capilla. De todas formas, mañana tengo que regresar a Nueva York. Michael se

molestó cuando le dije que antes de ir a Nueva York quería pasar por Las Vegas, pero

siempre he querido ver esta ciudad. ¿Sabes si actúa la cantante Celine Dion?

Max la miró en silencio. ¿Qué boda? ¿Por qué estaban hablando de Celine Dion?

Si se hubiera ceñido al plan, habría llevado a Carina al dichoso concierto, la habría

dejado en su habitación y jamás se habría metido en semejante lío. Sin embargo, la

idea de no acariciar su piel, de no provocarle otro orgasmo, le parecía abrumadora.

—Estás haciendo lo correcto desde el punto de vista moral. Todo saldrá bien.

La contundencia de las palabras de mamá Conte lo golpeó con fuerza. La

habitación pareció inclinarse, girar y detenerse de nuevo.

Esperaba que se casara con Carina.

Apenas podía respirar por el nudo que sentía en la garganta.

—Un momento. Creo que hay un malentendido.

Mamá Conte ladeó la cabeza y siguió mirándolo.

—Sí, hemos dormido juntos, pero no estamos en Italia. En Estados Unidos, a

veces pasan estas cosas y la relación no va más allá. —Se rio y tuvo la impresión de

que parecía un villano de película, de que era una risa malévola—. Por supuesto que

seguiremos siendo amigos y eso, pero no podemos casarnos.

La madre de Carina se tensó. Su expresión se tornó gélida y Max sintió que se le

paraba el corazón.

—¿Por qué no, Maximus?

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«Mierda, mierda, mierda, mierda…»

—¡Porque no soy lo bastante bueno para Carina! Mi horario de trabajo es

imposible, soy inestable y ella necesita descubrirse a sí misma. A mi lado se sentirá

atrapada, estoy segurísimo. Necesita un hombre que siente la cabeza a su lado, que la

cuide y con el que pueda tener hijos. Alguien más adecuado para ella. Alguien que no

sea yo.

Se hizo un tenso silencio. El pánico le atenazó las entrañas. Era imposible que se

casara con Carina. Le arruinaría la vida y le rompería el corazón. No quería

relaciones largas. No quería compromisos.

Mamá Conte extendió un brazo, le cogió una mano y le dio un apretón. Sus

delicados dedos lo aferraron de forma imperiosa.

—Te equivocas. Eres perfecto para Carina, siempre lo has sido. Lo que sucedió

anoche solo ha servido para acelerar las cosas, lo que estaba destinado a suceder. —

Sonrió—. Y ahora ya basta de tonterías. Formas parte de la familia, como siempre.

¿Qué ridiculez es esa de que le vas a arruinar la vida? Ya va siendo hora de que

sientes la cabeza con la mujer que necesitas. Es tu pareja ideal.

—Pero…

—¿Vas a decepcionar a tu madre solo porque estás muerto de miedo?

El tono acerado de mamá Conte atravesó la neblina y fue al meollo del problema.

Su madre jamás levantaría de nuevo la cabeza si se llegara a saber que se había

acostado con Carina y no se había casado con ella. Arruinaría su reputación y todo

aquello que tanto esfuerzo les había costado construir. La fiabilidad, el honor, su

hogar. Estaría haciendo lo mismo que hizo su padre. Desentenderse de su

responsabilidad. Humillar de nuevo a su madre en la pequeña ciudad que por fin la

había perdonado. Sí, nadie se casaba por haber mantenido relaciones sexuales, pero

una vez que se descubriera, se produciría una catástrofe. Carina y su madre acabarían

arrastradas por el fango. Carina no querría regresar nunca a su casa. Y él no sería

capaz de mirar a su madre a los ojos.

La única opción tomó forma frente a sus ojos tan clara como el cristal. El

matrimonio. Tenía que casarse con Carina. Era la única forma de enmendar la

situación. Su honor se lo exigía y eso era lo único que le quedaba.

Lo inundó una extraña calma. Había probado la fruta prohibida y debía reclamarla

de forma permanente. Carina sería su esposa y no había nada que hacer.

Al dar ese paso entraría a formar parte de una familia a la que siempre había

querido. Pero ¿a qué precio? ¿Qué tipo de marido sería para Carina? Jamás la

merecería, pero ¿sería capaz de demostrar que nunca se parecería a su padre?

Debía serlo.

Agradecido por el hecho de no haberse derrumbado emocionalmente, asintió con

la cabeza y tomó una decisión.

—Sí. Pero déjame hacerlo a mi modo. Carina se negará a casarse conmigo si cree

que la estamos obligando. Ya sabes lo testaruda que es.

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—Tienes razón. Ve a pedírselo. Hazla feliz. Eso es lo único que importa.

Sus palabras lo conmovieron hasta lo más hondo. El pánico amenazó con

adueñarse de él.

—¿Y si no lo consigo?

Mamá Conte extendió los brazos y le tomó la cara entre sus manos arrugadas.

Esos ojos oscuros lo miraban con una serenidad y un conocimiento a los que él

ansiaba aferrarse.

—¿Crees que permitiría que Carina se casara con alguien que no la merece?

Necesitas confiar más en ti mismo, Maximus. Necesitas confiar en que vales mucho y

en que no te pareces en absoluto al hombre que te abandonó. Te he visto crecer y

estoy orgullosa de ti. De las elecciones que has hecho y de cómo has cuidado de tu

madre. —Le dio un pellizco en la mejilla como si fuera un niño pequeño—. Sé el

hombre y el marido que estoy segura de que puedes llegar a ser, cariño. Acepta este

regalo.

Max se estremeció y luchó para no perder la compostura. Las protestas que podría

haber expresado murieron en su garganta.

—Ahora bajaré a desayunar. Ven a buscarme cuando estés preparado.

Max la observó marcharse y tomó una honda bocanada de aire. Después esperó

un segundo y fue a despertar a su futura esposa.

Carina escuchó una voz a lo lejos, pero estaba sumida en un agradable y relajado

sueño por las endorfinas provocadas tras las horas de fabuloso sexo. Gimió sin

apartarse de la almohada y se desperezó. La voz de Max se escuchó más cerca, así

que se dio la vuelta.

—Buenos días.

La voz de Max era ronca, erótica, y encajaba perfectamente con la imagen que

ofrecía esa mañana. El pelo le caía desordenado sobre la frente. Esos sorprendentes

ojos azules brillaban con una mezcla de emociones que era incapaz de interpretar, así

que decidió tirar de él para besar sus labios esculpidos. La aspereza de su barba fue

un contraste delicioso contra su piel. Max titubeó un instante, como si no supiera

cómo debía responder.

Y al final se lanzó a por todas.

Se tumbó encima de ella y la besó como un amante apasionado. Con la lengua en

su boca y el cuerpo sobre el suyo. Sabía a hombre excitado, aunque también

distinguió su propio sabor en sus labios, tras haber pasado tantas horas haciendo el

amor. Al final se apartó de ella y la miró con una sonrisa.

—Tus buenos días son mejores que los míos.

Carina rio y le acarició una mejilla.

—Estoy de acuerdo contigo. ¿Dónde está mi café?

—Ahora mismo voy a por él. Me he entretenido un poco. Es que antes quería

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preguntarte una cosa.

—Tranquilo. —El corazón se le paró de golpe, pero Carina sabía lo que estaba a

punto de decirle. Intentó con desesperación ser la primera en hablar—. Nos

tomaremos un café, nos vestiremos y jamás mencionaremos lo de anoche. Max, no

quiero que te preocupes. Esto es lo que yo quería y puedo manejarlo. —Se obligó a

reír—. Es estupendo sentirse como una mujer de mundo estadounidense. Como una

mujer que usa a un hombre para su propio placer y que después lo aparta a un lado.

Otra fantasía que puedo tachar de la lista.

Por raro que pareciera, no vio alivio alguno en sus ojos. En cambio, Max se

apartó de ella y se sentó en el borde de la cama. Clavó los ojos en sus piernas y se

negó a enfrentar su mirada.

—Carina, las reglas han cambiado. Al menos para mí.

La confusión la abrumó de repente. Se incorporó y se apartó el pelo enredado de

la cara.

—¿De qué estás hablando?

Max carraspeó y la miró.

—Quiero que te cases conmigo.

Carina parpadeó.

—¿Estás loco?

Se dio cuenta de que le temblaba la mano cuando se tocó la frente. ¿Estaba

nervioso? ¿Había tenido un momento de bajón porque se había tirado a la hermana

pequeña de su mejor amigo?

—Solo tú serías capaz de preguntar eso después de escuchar una proposición

matrimonial. No, estoy muy cuerdo. No quiero fingir que entre nosotros no ha pasado

nada. Estamos en Las Vegas. Nuestro destino es estar juntos. Vamos a casarnos.

Carina se había pasado la vida soñando con escuchar esas palabras de los labios

de ese hombre. ¿No era la fantasía de todas las mujeres escuchar una declaración

después de haber pasado una noche de inmenso placer con alguien? Era el final

perfecto de cualquier película o novela romántica que se preciara. Así que ¿por qué

no reaccionaba lanzándose a sus brazos y diciéndole que sí?

Porque su instinto le decía que había gato encerrado. ¿Por qué ese cambio tan

repentino? ¿Cómo era posible que hubiera pasado en tan solo veinticuatro horas de

rechazar el compromiso a proponerle matrimonio? Hizo oídos sordos a la voz de la

Carina juvenil que le susurraba que eso era lo de menos y en cambio escuchó a la

Carina más madura y sensata.

—Mmm… me siento halagada, de verdad. Pero si has decidido no ocultar nuestra

relación, ¿por qué no limitarnos a salir juntos?

Él negó con la cabeza. De forma vehemente.

—No quiero salir contigo.

Su aura palpitaba con su poder masculino y su tendencia dominante, urgiéndola a

aceptar su propuesta. Joder, esa faceta controladora de su carácter la ponía a cien.

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¿Quién lo habría imaginado?

—He esperado toda la vida para estar seguro y ahora no quiero esperar. Siempre

has dicho que sentías algo por mí. Vamos a hacerlo. Vamos a casarnos y a empezar

una vida juntos.

«Vamos a hacerlo.»

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