—¡¡Claro que ira!!
Si no me equivoco su cara ha expresado terror. ¿Qué le pasa? solo es una cita, ni que me la fuera a
comer. Bueno, quizá sí debería estar asustada...Veo como revuelve nerviosa buscando llaves en su
bolso y la imagen me resulta graciosa pero también me alarma.
¿Clarissa Spillman no quiere salir conmigo?
Pensé que el beso le había gustado. Me confunde su reacción.
—No puedo, ahora mismo tengo un compromiso ineludible—Mira el reloj—de hecho voy
retrasada.
Coño ¿me estás echando?
—Pero Issa si me acabas de decir que estás libre, que no tienes nada que hacer y que estás muy
aburrida—dice su amiga con los brazos en jarra.
Rectifico, adoro a esa amiga suya y esa lengua tan suelta que tiene.
¿Y ahora con qué me vas a salir bebé?
Ay Clarissa, ahora no te salva nadie...
****
Mi niña se ve obligada a aceptar mi salida, y a mí en realidad me tiene sin cuidado si ella pretendía
evitarme porque ahora la tengo donde quería. Sin duda me intriga que no le resulte irresistible como
suele suceder. Sé muy bien cómo puedo engatusarla hasta lograr lo que se me antoje con ella. Sí,
quizá si la poseo se me quite esa pensadera loca que tengo en ella desde que la besé. ¿Cómo puede no
querer repetir la experiencia? si para mí fue casi una experiencia religiosa. La miro de reojo y sé que
está nerviosa. Observa por la ventanilla del auto el paisaje nocturno de Caracas y otra vez su perfil
me resulta en extremo atractivo. Estiro la mano y tomo la suya llevándomela a los labios.
Eres una bella damita.
Coloco su mano sobre mi muslo porque quiero que me toque. En mi fantasía ella es más osada. Me
mira de soslayo mientras acaricio su mano con mi pulgar y noto como se revuelve en su asiento. No
le soy del todo indiferente. Que tal un poco de humor sugerente bebé a ver como reaccionas.
—Necesito algo de usted Dra. quiero su opinión profesional—trato de poner mi cara seria, ella se
voltea hacia mí curiosa—. Quiero que me analice a profundidad— parece algo molesta e intenta
zafarse de mi agarre. Casi me parto de la risa. No bebé, esa mano es mía, me encanta ver cómo te
revuelves y ruborizas y apenas estoy calentando.
—Para eso debía pedir una cita con mi secretaria—dice cortante.
—Prefiero una cita con la doctora, así descubro el mal que me aqueja—replico besándole la mano
y disfrutando de su reacción.
Que linda nenita.
—No entiendo—murmura evidentemente turbada y me deleito en seguir recorriendo una y otra vez
su mano con mi pulgar.
Al fin llegamos al restaurante y se me antoja ser caballeroso, después de todo, estoy ante una dama.
Aparco y rápidamente bajo rodeando el coche hasta su puerta, se la abro y le ofrezco mi mano que
toma sin dudar pero justo cuando se está levantando se le abre un poco el cuello de la camisa y veo la
suave piel de su busto. Se me dispara la libido de un tiro y antes que me dé cuenta la tengo acorralada
entre mi cuerpo y la puerta, coloco mis manos sobre el auto, temo que si no lo hago no sé que pueda
pasar. Bajo la mirada y ella me observa, se le dilatan las pupilas y como víctima de un hechizo ella
me besa. Se me desboca el corazón en el pecho como un adolescente mientras le permito saborearme
lentamente. Hundo las manos en su cabello trenzado y la muevo a mi antojo, el ansia de ella me
estaba matando.
Sí, Clarissa me encantas. Me fascinas bebé.
De pronto recuerdo que estoy en un estacionamiento público y haciendo un gran esfuerzo me
separo de ella.
—Me gusta besarte—susurro pegando mi frente con la suya, sus labios están henchidos, se me
escapa el aire y a ella también. Cierro la puerta del coche llevándomela de la mano justo al interior
del restaurante.
—¿Qué quieres tomar?—le pregunto ya sentados el uno frente al otro en la mesa del local. Ella
parece concentrada en su mundo mental ajena de que estoy aquí muy cerca. Segunda vez que le veo
juguetear con su cabello, parece que es algo que suele hacer y otra vez la palabra adorable vuelve a
mi mente.
—Estás muy callada Dra.
Cuando levanto la vista la imagen de Olivia inclinándose y dándome sendos besos en las mejillas
me descoloca. ¡Mierda! tenía que aparecer ahora.
—Sebasthian que gusto verte.
Clarissa hace un gesto de asco.
—Olivia que sorpresa—acierto a decir.
Aunque deseo que desaparezca las buenas costumbres me exigen que sea educado.
—Tiempo sin verte querido...... —acaricia mi hombro con sus largas uñas y me perturba pensar que
Clarissa se ofenda y se marche—. He venido con unos amigos pero ya estoy de salida. Deberíamos
quedar un día de estos...— ¡una mierda! ¿Me está coqueteando frente a Clarissa? porqué tendría que
haberme topado con esta golfa justo hoy—. Llámame... —se retira.
—Un Long Island Tea, por favor—dice evidentemente molesta al mesonero.
—A mí un vodka tonic—le pido yo.
Qué te puedo decir Clarissa para que no te vayas. Para que bajes tus defensas ante mí. Que Olivia
no es una golfa, ¡a la mierda! salta a la vista que es una buscona. Más de una vez se me desnudó
descaradamente para que me la follara, sin conseguirlo por cierto. Algo que me baja la libido rápido
son las mujeres fáciles.
—Olivia es amiga de la familia—le digo, lo cual es cierto, lo de buscona me lo guardo para mí.
— ¿De verdad?...parece que te tiene mucha confianza— ¿estás celosa bebé?
Tomo su mano y se la aprieto con suavidad.
—De verdad—Esa no me interesa para nada. Me interesas tú.
Se inclina servilleta en mano y comienza a borrar las marcas de pintalabios de la golfa inoportuna.
No puedo dejar de ver esa carita ofendida, es muy graciosa.
—¿Mejor?—estoy encantado ante su reacción. Se me antoja que sería una buena novia.
Se encoje de hombros. Otro gesto adorable en ella.
Oh lovely girl.
La observo con la gran copa de Long Island y me parece de nuevo graciosa. De pronto quiero que
me cuente todo de ella.
—Hábleme de usted.
—¿Qué puedo decir? —me dice
—Además de ser inteligente y guapa ¿por qué escogió la psicología?
—¿Y usted por qué la política?
—Ah porque soy muy hablador—bromeo.
—Y yo porque soy muy preguntona.
Me fascina su sonrisa.
—Y en serio.
—Bueno, mi padrino es un psiquiatra reconocido y siempre le he admirado mucho... —va bajando
su bebida sorbitos cortos—. Además es muy interesante, todas esas teorías tratando de explicar cómo
actuamos, pensamos y sentimos.
—Le gusta ayudar a la gente—le digo porque al final es lo que me parece y le entiendo sé lo que se
siente.
—Es parte de mi trabajo. ¿Y a usted qué lo motiva?
Se me ocurren algunas cuantas maneras de poseerte pequeña, en estos momentos, mi motivación
eres tú.
—Ahorita... usted—toma un trago largo escondiendo parte de su rostro detrás de la gran copa—.
Estoy deseando que me analice más a fondo... —mi comentario casi la ahoga.
Resopla.
—Eso sería transferencia—me regaña—y es francamente inmoral.
—Como todo político voy al margen de la moralidad—le devuelvo la pelota.
—Si fuera mi paciente no estaríamos aquí sentados.
Si fuera tu paciente...
—Qué lástima... me ilusionaba mucho la idea de estar en un espacio reducido, usted, yo y un diván.
—Eres terrible
Es un encanto verla ruborizarse así. Creo que en mi vida había visto a una mujer ruborizarse. Tal
parece que solo conozco mujeres corridas por cuatro plazas. Hasta ahora...
Me echo a reír.
—¿Te parece si pido algo de comer? —le hago señas al camarero.
—Ok.
Y noto que esta niña tan hermosa al fin despliega sonrisas y sonrisitas y es un gusto verla así. Sí,
me gusta hacerla reír. Seguimos un rato conversando y tomándonos el pelo con chistecitos algunos
de doble sentido y me gusta mucho su sentido del humor. Pese a eso nos retiramos temprano porque
es lunes y mañana hay que trabajar.
Cuando llegamos al coche viene a mi mente la posibilidad de llevármela a casa y darle un buen
revolcón. ¿Aceptará?
Me ladeo en el asiento y la estudio intensamente, con la espalda contra la puerta y el un codo sobre el
volante, froto mi mentón. Ella clava sus ojos ambarinos en mí y todo a nuestro alrededor se vuelve
electrizante y sube varios grados. Le digo mentalmente «vente conmigo bebé... te aseguro que te voy
a tomar de todas las formas posibles, te haré gritar de placer » como si leyera mi mente ella jadea.
Voy a tirarte el anzuelo, preciosa, a ver si te pesco esta vez…
—Me siento tentado a llevarte a mi apartamento—le digo con la voz más sensual que tengo.
Ella baja la mirada a su regazo.
—No me lo parece.
—¿En serio?
Vamos Clarissa, yo sé que quieres.
—Sí.
—Sé preparar muy buenos desayunos—intento no reírme, pero otra vez se me asemeja a una niña,
así que muerdo mi labio.
Tiene el ceño fruncido. ¿Será que mi comentario le ha molestado? no quiero presionarla, parece
que le gusta hacerse esperar. Lo cual es... interesante.
—Está bien— asiento.
Enciendo el carro y conduzco tomando la Autopista Francisco Fajardo que me llevará directo hasta
su casa. Pongo algo de música de ambiente muy baja. La voz dulce de una mujer invade el coche.
—Eres muy joven, ¿verdad?—le pregunto porque todo este tiempo me ha parecido una niña.
—Tengo 22.
¡Ay eres una bebé!
—Te graduaste muy joven.
—salí a los 15 de la prepa me salté unos cuantos años.
Qué casualidad, yo también me salté unos años y me licencié muy temprano. Que interesante, mi
niña es inteligente, claro ya me había fijado en eso pero no a cualquiera lo promueven.
—Así que no solo eres una cara bonita.
Otra vez se encoje de hombros y me gustaría pellizcarle la nariz, así como hago con mis sobrinos.
—Te escuché en la radio. Algo sobre un plan de alimentación, creo. ¿De qué trata?
Ay no bebé, quieres hablar de trabajo.
—Bueno en pocas palabras se trata de reincorporar a la empresa privada y disminuir las
importaciones. Así se disminuye el gasto público. Bueno a grandes rasgos—cambiemos de tema ¿sí?
— ¿y Cata es tu hermana?
—Casi ¿y tú tienes hermanos?
¿Que si tengo familia? chica, esta no es cualquier familia. Es la familia. Somos extremadamente
unidos, hablamos mucho, nos apoyamos y nos reunimos casi todos los domingos. De hecho este fin
hay una parrillada. Me pregunto qué pensarán mi mamá y Cielo de Clarissa. Me parece que encajaría
a la perfección. Llevan ya un rato con la cancioncita de cuándo voy a llevarles una noviecita,
pareciera que les molesta mi libertad o libertinaje como dicen ellas.
—Sí, un hermano, una hermana, sobrinos, abuelos, padres todo el combo—con ánimos de comedia
hago un ademán exagerado con el brazo. Ella ríe y eso me hace reír a mí—. Tenemos una parrillada
el domingo—. La miro de reojo mordisqueándome el pulgar—. ¿Te gustaría venir?
¿Por qué se pone pálida? tampoco le estoy pidiendo matrimonio ni nada.
—Será divertido.
Espero su respuesta pero parece nerviosa y eso me está poniendo de los nervios. ¿Qué le pasa?
¿No quiere verme más? ¿Tiene planes para el domingo? ¿Quizá con otro? Ante esa idea el estómago
se me revuelve.
—No me has contestado.
—Bueno.
Me entra el alma al cuerpo de nuevo. Así que sí nos veremos. Bueno, necesito comunicarme
contigo bebé.
—Entonces necesito tu número para quedar.
Lo piensa un momento y luego me lo da. Le repico.
—Guarda el mío Clarissa—de inmediato pienso en el comentario de su amiguita—Puedes poner
político sexy si quieres.
Puedo demostrarte lo sexy que soy cuando quieras. Más temprano que tarde.
—Que gracioso...
Aparco en su casa y se me antoja besarla. Quiero que anhele verme. Halo su mano y la atraigo
hacia mí y le doy un soberano beso y otro y otro; casi me la estoy comiendo y pienso en la
posibilidad de cogérmela en el auto. Después de todo, es puro jadeos y suspiros. Reclino su asiento y
me vuelvo hacia ella deslizando mi mano por su cintura con intención de desabrochar su vaquero,
cuando una idea se cuela en mi mente, el encabezado de un periódico:
«Diputado viola jovencita en un coche »
¡Coño!
Ahora más que nunca debo cuidar mi reputación. Pienso en Carreño y todos los jodedores de la
Asamblea que me sacan de quicio y de inmediato se me baja la erección.
Me aparto de Clarissa que obviamente también está excitada. «Invítame a tu casa bebé» pienso y
repienso deseando que Dios le dé dotes de clarividente para que me saque de este calvario.
—Me la pasé muy bien esta noche Sebasthian.
—Yo también.
Invítame bebé please me estás matando.
Me sonríe y se baja del auto dejándome más cachondo que un perro. Miro con tristeza como
desaparece su lindo cuerpecito por el umbral.
Te me estás haciendo de rogar Clarissa.
Al llegar a casa veo mi fría cama y mi ánimo cae en picada. Otra noche solo. Siento que ha pasado
una eternidad desde que he dormido con alguien y no me refiero a sexo sino a dormir. Nunca
conseguí realmente una compañera, dónde la encontraría en este mundo frívolo donde todo lo que
importa es la plata.
Me viene a la mente la carita sonriente de Clarissa y me roba una sonrisa. A ella no la hubiera
llevado a un hotel como a las modelitos. Me la hubiera traído aquí, me encantaría verla sobre mis
sábanas y su melena en mi almohada.
Clarissa... Clarissa... me lanzo en la cama de espaldas con las manos en la cabeza ¿qué me pasa
contigo?
Y entonces la respuesta es más que evidente, estoy metido en un soberano problema: obviamente
esta mujer me gusta demasiado.
Le envío un mensaje desde mi celular. No pienso pasar otra noche solo.
SEBASTHIAN: Gracias por tan deliciosa velada. Ansío repetirla. ¿Le parece mañana?
Di que sí.
NIÑA BELLA: Bueno:)
Respiro más tranquilo, la veré mañana.
SEBASTHIAN: La paso buscando por su consultorio. ¿Le parece?
NIÑA BELLA: Ok.
SEBASTHIAN: Dulces sueños...
Sueña conmigo bebé.
Martes 13 de Enero
“¡Arriba Campeón!"
Le envío a Clarissa un mensaje para avisarle que voy saliendo a su casa. Enciendo mi Ducati
Panigale 1199 de color azul y me remonto allá. Me he decidido por la moto porque después de ese
día que tuve en la Asamblea lo que quiero es sentir la libertad y la adrenalina. Hoy los mierdicas de la
tolda roja estuvieron especialmente jodedores, agriándome el día hasta el punto que casi me lo echan
a perder, no en vano salí de la Sala Plenaria hecho una fiera, pero con el gusto de estamparle un buen
trancazo al Carreño ese. Nos las tenemos jurada desde hace rato.
Cuando voy llegando al trabajo de la nena el ánimo se me levanta. Ya te voy a ver, linda. Si supiera
que anoche fue la estrella de mis sueños húmedos. Me encantaría materializarlos esta noche. Pasan
unos minutos y todavía no sale. Marco su número.
—Hola—su voz suena alterada.
—Hola. Estoy afuera. ¿Estás bien?
—Sí. Espérame afuera, enseguida salgo—cuelga y yo me coloco el casco de nuevo para jugarle
una broma.
A los pocos minutos sale y la noto tensa. Sacude su cabeza de un lado al otro seguramente
buscando mi coche. Me río. Al fin se fija en mí que en una actuación digna de Hollywood retiro mi
casco. La he sorprendido.
—Hola—le digo.
Ella se ilumina y me sonríe de oreja a oreja. El corazón me da un vuelco.
—Hola—contesta ella acariciando la Ducati cual niñita curiosa. Como me gustaría que esos dedos
estuvieran sobre mí—. Nunca me he montado en una de estas—y se me antoja que hoy ella está
traviesa.
—Bueno, solo tienes que agarrarte fuerte y confiar en mí—Le digo con mirada de hambre. Me
ilusiona la idea de que ella confíe en mí.
Toma el casco que le ofrezco y se monta conmigo, abrazándome. El duro metal de la Walther P99
se encaja en la piel de mi espalda, recordándome, que no llevo escolta. Debo estar pendiente
cualquier cosa, me he hecho de algunos enemigos poderosos y ni hablar de la delincuencia reinante
en el país. Pero, como no suelo salir con la moto, seguramente pocos me reconocerían. Decido
llevarme a Clarissa a un ambiente más casual, donde nos tomemos unas cuantas cervezas y piquemos
algo. Espero que no sea de esas anoréxicas que dejan la comida. Aunque tiene muy buena figura, me
gusta sobre todo su busto y su cintura estrecha, no tendría nada que envidiar a ninguna modelo.
Llegamos al bar y me apeo en la entrada. Ella se baja y me entrega el casco.
—Adelántate bella, voy a buscar un sitio para estacionarla—ella asiente y me da la espalda.
¡Madre de Dios!
Esos vaqueros le quedan de muerte. Que Dios me ayude. Adoro su trasero. Me hago la señal de la
cruz devorándolo con los ojos mientras la chica se adentra en el bar.
****
Entro y la encuentro sentada en una de esas mesas empotradas. Me mira pensativa, cuando estoy
frente a ella pregunta:
—¿Estás relacionado con un narco?—Coño. El famoso chismecito llegó a sus oídos.
Su linda carita me observa expectante.
—Sí, pero no como piensas— le digo ya resignado a que tengo que contárselo.
Está muy atenta.
—Era el esposo de una prima, hace dos años más o menos tuvimos que engrasarle la mano para
que le dejara tranquila y se fuera del país— me encojo de hombros—. De alguna forma se coló la
noticia y bueno los medios de comunicación la han tergiversado. Seguramente también apoyados por
mis oponentes. Gajes del oficio, tú sabes.
Ella me ve, dudosa, mientras comienza a juguetear con su cabello. Lamentaría muchísimo que a
raíz de ese chisme no pudiera ganarme su confianza. Mi humor se va en picada.
—En mi línea de trabajo es necesario conocer todo tipo de gente, no sabes en que momento puedes
necesitarle. Además tengo todo tipo de contactos. Te sorprenderías. Conozco gente, es lo que hago.
La vida política no es blanco y negro, Clarissa. No quiero que te involucres en eso, solo concéntrate
en mí. Lo demás es irrelevante—no puedo evitar sonar un poco hosco. El día que tuve me está
pasando factura.
—¿Y crees que yo puedo obviar ese detalle? —levanta una ceja.
—Sí, me gustaría que lo hicieras.
—Eres bastante cínico.
—A la medida tuya.
—No estoy jugando; es en serio.
Suspiro.
Me sobo el entrecejo porque no sé qué más decirle, solo que estoy encabronado por toda esa
intriga que se está tejiendo a mi alrededor.
—¿Sabes? es atosigante que la gente siempre se haga ideas absurdas sobre mí. Me animaría mucho
que tú no lo hicieras. Hoy fue un día bastante difícil, la verdad.
—Bueno—dice y aparta sus ojos de mí, yo sin embargo, no puedo apartarlos de ella. Sumida en
sus pensamientos evalúa el lugar y por un momento quisiera ser Nana para saberlo todo.
Pienso «Clarissa, confía en mí, por favor bebé »
Me siento deprimido solo de imaginar que no quiera volverme a ver. Se empina la cerveza. A lo
lejos escucho algo bien desentonado y es una chica cantando, obviamente borracha, sino sufre de
sordera y vértigo.
—¿Te gusta el karaoke?—me pregunta mi niña con sonrisa juguetona.
Eso me levanta el ánimo.
—No. Tengo dos oídos izquierdos ¿y a ti?
—Bueno, podría intentarlo— ¿me estás coqueteando Clarissa? porque funciona bebé.
Clavo mis ojos en ella, disfrutando del panorama mientras la veo subir a la tarima y me acomodo
en el asiento como si fuera una silla de extensión.
Bebé, espero que no chilles mucho.
Veo como un tipo despide a la chica que estaba cantando. La cual a duras penas llega a su mesa.
Clarissa toma el micrófono y comienza a cantar.
Se me para el corazón.
¡Alto! esto tiene que ser una maldita broma ¿acaso esta mujer es perfecta?
Estoy estupefacto parece una cantante profesional, su voz es armoniosa y potente me atrevería a
decir que suena mejor que la versión original de la canción. De pronto me siento como un navegante
de altamar indefenso ante el ataque seductivo de una sirena. Dudo que sepa lo seductora que la
encuentro, me voy acercando a la tarima presa de un ferviente deseo de estrecharla entre mis brazos.
Cuando termina, el público se levanta para aplaudirla y ella se inclina con floritura cómica. Es toda
una monada, sabe que se la comió. Se acerca a mí con sonrisa triunfal y yo la tomo de la mano y me
la llevo hasta nuestra mesa donde al fin me permito abrazarla.
—Estoy impresionado.
—Tomé clases de canto. ¿Estás más animado? —me dice con ojitos luminosos.
—Claro que sí—sonrío.
Tomo su cabeza entre mis manos y la acerco a mí. Nuestros labios se encuentran y me parece el
néctar más delicioso que he probado. Oh Clarissa como juegas conmigo, tienes el poder de una
sirena. Me resulta imposible no sucumbir a tus encantos.
—Estaba encantado viéndote. Eres la más bella sirena—le confieso en un susurro muy cerca de sus
labios.
Ella se muestra risueña.
Apenas nos sentamos llegan los deditos de mozarela. Ella los ve con anhelo y justo cuando yo iba
levantar el tenedor para tomar uno, lo coge con sus dedos. Suelto el tenedor para no incomodarla.
Comienza a comerlos con evidente disfrute y yo no me atrevo a tomar uno, porque estoy encantado
de verla así de relajada. Bueno, creo que no es anoréxica. Estoy frente a una niñita glotona. Veo que
sus ojitos bailan buscando una servilleta seguramente y antes de que se levante le tomo su manito
grasienta y le chupo uno a uno sus deditos «hazte una idea bebé de todo lo que te pienso hacer,
chuparte los dedos es lo de menos, lamerte toda; eso...sería fascinante » . No he apartado mis ojos de
ella y he disfrutado de ver como su cara ha subido de tono.
—Este...me dijiste que tenías hermanos—dice abochornada.
Enlazo mi mano a la suya y las coloco en la mesa. Me gusta estar así con ella como si fuéramos
novios.
—Sí, dos hermano mayores, soy el más chico—le hago un mohín como suelo hacer con mi
familia.
Se echa a reír y otra vez estoy cautivado. Hoy ha estado muy accesible.
—Así que eres el consentido—me dice juguetona.
—Me temo que sí... ¿y tú?
—No, no soy la consentida, cuéntame de ellos.
—Bruno lleva las empresas de la familia...
Qué te puedo decir bebé, de mis hermanos. Bruno es el mega empresario, un verdadero lince en lo
que hacer dinero se refiere y Cielo es un alma blanca casi como un hada madrina que derrocha
encanto y calidez salvando a los más desafortunados. Les adoro a ambos.
—Y tú no trabajas en la empresa.
—No. No me llama la atención la vida empresarial...
De hecho estuve un tiempo desempeñando el cargo de Bruno durante su época trágica, pero no era
lo mío. Me sentí enclaustrado en una oficina. Además, nadie como él para los negocios. Extrañaba los
dimes y diretes de la política, y el trato con la gente.
—Escuché que vas a postularte a otro cargo.
—Puede.
—Me tienes intrigada. Dímelo.
Niego con la cabeza. Te dije que no te metieras en la política Clarissa, eso es cosa peligrosa.
—No bebé. Las paredes tienen oídos. Nunca se sabe quién está viendo y escuchando.
Cuando vamos en la moto me invade una emoción adolescente ¿será que hoy serás mía?
La acompaño de la mano hasta su casa con la esperanza de que me deje pasar. Mientras busca las
llaves en su bolso yo lanzo un vistazo a los alrededores cuando vuelvo a verla sé que algo le pasa,
tiene la espalda tensa y la mano con la llave en el aire.
—¿Qué pasa? —le pregunto.
—Está... abierto.
—Quédate aquí—ordeno y presto me deslizo arma en mano dentro del apartamento. Todo parece
en orden. Reviso cada cuarto y cuando entro al baño me sorprende ver en el espejo un mensaje:
"NO PIENSES DEJARME"
Me cae un balde de agua fría. Ha sido un ex novio loco el que la está persiguiendo. La idea me
irrita demasiado. Pensar que esa dulce niña haya podido enredarse con un lunático acosador me pone
de lo peor. Pero está equivocado si piensa que se la voy a dejar en bandeja de plata. Aquí no la va a
encontrar.
Salgo enfundándome el arma atrás en la espalda. Ella está pálida.
—Te vienes conmigo a mi apartamento—vuelvo a ordenarle ya que no estoy de humor para
pendejadas—. Coge lo que necesites.
—Ok—me sorprende ver que me hace caso y desaparece dentro.
Aprovecho para llamar a López, como es detective podrá hacer las experticias para poder atrapar
al huevón ese que quiere perturbar a mi princesa. Además vive muy cerca seguramente no tarde en
venir. También llamo a Moncho que es un verdadero manitas para que reemplace la cerradura y todas
las cosas de la niña estén seguras. Me dice que llegará en breve. López lo recibirá, confío en ellos,
son personal que lleva trabajando conmigo un tiempo y se destacan por su eficiencia.
Pronto sale Clarissa, parece aún más pálida y ansiosa que cuando entró. Lleva terciado un bolso
con sus cosas. Al mismo tiempo aparece López con el maletín donde guarda todos sus artilugios. Es
un ex militar que luego se dedicó a ser detective así que cuando necesito saber algo lo llamo a él.
Además es un excelente escolta, chofer y en líneas generales una persona muy dispuesta y capaz para
asuntos delicados como el que nos compete en este caso.
—Gracias por venir.
—Seguro Sr.
—Clarissa, él es de mi seguridad personal. Él va a ayudarnos a averiguar que pasó, y no te
preocupes por tus cosas ya he llamado para que vengan a arreglar la cerradura.
—Oh—dice ella impresionada.
Qué te puedo decir bebé, soy un solucionador nato.
—Quiero que hagas un informe completo y me lo envíes esta noche—pero ya López está
recogiendo las huellas digitales en la puerta—. Haz tu magia. Vámonos.
****
Ya en el ascensor de mi edificio noto que ella está muy callada y evade mi mirada. ¿Será que se
arrepintió de venirse conmigo? seguramente habría preferido que la llevara a casa de sus padres o de
alguna amiga. No quiero que se sienta intimidada u obligada a hacer algo que no desea.
Le doy la bienvenida al entrar llevándola de inmediato a la habitación de huéspedes. Le indico
donde colocar sus cosas y acto seguido tomo su cara entre mis manos para que me vea, no soporto
que me evada.
—Aquí no va a pasar nada que tú no quieras...lo sabes ¿verdad?
—Sí—musita.
Se dirige a la mesita que le señalé colocando su bolso, apenas la veo no puedo evitar tomarla por
las caderas y pegarme a ella, huelo su cabello y eso me embriaga más.
—La verdad Issa...me muero por hacerte el amor...pero solo si tú lo deseas—susurro en su oído
sintiéndome el lobo que se quiere comer a caperucita.
Da un respingo y por un momento pienso que he sido demasiado directo considerando su
situación. La suelto y en dos zancadas estoy en la puerta.
—Te dejo para que te acomodes. Estás en tu casa—le sonrío. No podría estar más feliz de tenerla
en mi casa, suceda lo que suceda.
Cierro la puerta recostando mi frente en ella, del otro lado está Clarissa. Acaricio la puerta. He de
calmarme si no quiero asustarla, además está pasando por un mal momento. A pesar de ser todo un
oportunista debo admitir que esa chica me gusta hasta los tuétanos y no solo para una noche de sexo
desenfrenado.
—Paciencia Petroni, paciencia—me digo a mí mismo.
Entonces escucho la ducha y una oleada de deseo me invade, la imagen de ella enjabonándose del
otro lado de la puerta me vuela los tapones, quiero patear la puerta y meterme en la ducha con ella.
Tomo una bocanada de aire y miro a mi amiguito que ya está duro.
—Ándale voy a tener que echarte agua fría Campeón, no queremos que nos tilden de violadores.
Así es que decido darme un buen baño...de agua fría. Me lavo muy bien, limpio mis oídos, reviso
los pelos de la nariz. En pocas palabras me acicalo a consciencia. Tomo mi pijama, una franela y dos
condones que meto en mi bolsillo. Quien sabe podría tener suerte. Salgo del cuarto a ver si mi niña
me necesita.
Pero ni rastro de Clarissa, por el rabillo de la puerta se ve la luz encendida. Me gustaría saber
cómo se siente. Sin embargo me parecería vulgar tan solo tocarle la puerta y pasar sin ninguna
excusa. Rápidamente se me ocurre que podría llevarle algo como para picar y una bebida.
Sí, ese es un plan.
Ante su puerta la ansiedad me invade. Me apena que lea mis pensamientos.
—Esta vez compórtate y mantente dormido, ok—le digo a Campeón que por los momentos se
encuentra aplacado.
Toco la puerta. A los pocos segundos Clarissa abre. ¡Carajo, como me gusta esa mujer! Después
del baño su piel ha adquirido una blancura extraordinaria confiriéndole una belleza angelical y
resplandeciente, el marco perfecto para sus bellísimos ojos ambarinos.
—Hola—sonrío y me siento un poco cohibido de estar con ella en una habitación—. Pensé que te
apetecería comer algo—le muestro la bandeja con palmitos, cuadritos de queso y aceitunas que he
preparado—y un poco de vino. ¿Qué me dices?—hablo con suavidad temiendo que me tire la puerta
en la cara.
—Menudo anfitrión—añade y tanto sus ojos como su sonrisa tienen un deje travieso. Le doy una
copa de vino espumoso helado y me perturba ver sus labios humedecidos. Me invita a pasar y voy en
automático a colocar la bandeja sobre la mesa auxiliar. Espero que no note lo ansioso que estoy.
Con un gesto la invito a sentarse en una de las sillas que ladean la mesita, ella lo hace y la veo
confiada y desenvuelta. Eso me pone más ansioso.
—¿Cómo te sientes, Issa?—le tomo la mano y la miro a la cara porque en verdad me interesa su
bienestar.
—Bien—contesta como si nada, como si el que te acosara un loco fuera cosa cotidiana.
—Lo digo por lo de tu apartamento, bebé.
Sonríe tímida.
—Un poco nerviosa.
—No quiero que vuelvas hasta que averigüemos qué pasó.
¡Es enserio Clarissa te quedas aquí!
Ella se lleva una aceituna a la boca viéndome de reojo.
—No veo por qué tienes que preocuparte por mí Sebasthian—comenta en un tono tan
despreocupado que raya en lo insolente.
— ¿Es que no es obvio? —no puedo ocultar mi malhumor.
¿Qué te pasa Clarissa, acaso no te das cuenta de que me tienes como un guiñapo? ¿O es que soy tu
juguetito de turno?
Se encoje de hombros como si le viniera al pairo y eso enciende mi ira. Quiero ponerla en su sitio,
doblegarla por osar comportarse así conmigo.
Ya te voy a enseñar a ti muchachita...
Me pongo de pie y halándole la mano la adhiero a mí. Pone cara de sorpresa pero me tiene sin
cuidado porque ahorita mismo la tengo donde quiero. Le asalto la boca con un beso insistente y duro,
tomándola por la nuca y la base de su espalda. Entonces, me siento embriagado por su cercanía, su
perfume invade mis fosas nasales. Estoy probando el maná del cielo que reposa en sus labios.
Oh God
Oh baby
Por primera vez me permito tocarla y es alucinante. Deslizo mis manos por su trasero, subo por su
espalda, las paseo por su cinturita, su cuello, su nuca de nuevo y repito el proceso sin dejarle de dar
ese beso interminable y me parece que ella ya está caliente. Yo me estoy quemando…
—Me tienes fascinado bebé... oh... me gustas tanto... Clarissa— le confieso entre susurros.
Paseo mi boca por su cuello, le chupo el lóbulo de la oreja y ronroneante se abraza al mío,
estrujándose suavemente contra mi cuerpo. Está preparada para el siguiente nivel. Así que me dirijo a
su busto. Los acuno y me parecen perfectos para mí.
Oh my God.
Comienzo a sensibilizar sus pezones con mis dedos y a través de la tela siento como se yerguen.
Ya estoy duro, ansío poseerla pero he de tomarme mi tiempo. Me separo un poco de ella para verla
bien, voy a desnudarla. Comienzo a desabrochar su blusa y ella me ve hacerlo con ojos velados. Me
resulta en extremo apetecible. Veo aparecer su carne poco a poco expandiéndose hasta que sus
pechos aparecen ante mí en todo su esplendor. Se me escapa el aire. Son el par de tetas más bellas que
he visto en mi vida.
—He soñado con hacer esto... —le digo porque es verdad, pero la realidad ha superado mis
expectativas. Redondas, pálidas con unas aureolas rosaditas me resultan en extremo apetecibles—.
Hermosos—digo sin poder evitar ser atraído hacia ellas. Comienzo a chupar uno u otro pezón
deleitándome en la sinfonía de sus jadeos. Está súper excitada y yo estoy que me muero. Temo que
me dé un infarto de la emoción que siento de estar así con ella.
Oh Baby que dulce eres...Dulce es poco para describirte.
—Ah—gime.
—Siéntelo bebé—mordisqueo uno de sus pezones. Ella pega un grito presa del deseo, Campeón se
sacude, quiere entrar en ella pero todavía no es el momento.
Me incorporo para mirarla bien, no pienso perder detalle.
—Tienes una piel muy suave—deslizo mis nudillos por su cuello hasta llegar a la cinturilla de su
pantalón. Quiero ver a mi niña desnuda, así que con delicadeza bajo sus pantalones junto a sus bragas
y va apareciendo su carne que voy besando y mordisqueando con todo gusto hasta que al fin conozco
a su amiguita. Está adorable. Tiene un poco de vello y podría jurar que me sonríe.
Introduzco mi lengua en su vagina para saborearla y Clarissa se deja besar. Estoy de rodillas ante
ella, doblegado por su femineidad. Rozo su clítoris y ella tiembla ante mí, lanzo un vistazo sin dejar
de deleitarme de su más íntimo sabor y está de lo más caliente. Entregada a mi invasiva y castigadora
caricia, creo que le falta poco para correrse y quiero que lo haga. Que disfrute como nunca.
Bebé, olvídate de tus amantes anteriores porque ahora soy yo el que voy a tenerte, te voy a hacer
mía, solo mía.
La tomo por el trasero atrayéndola más hacia mí y abriéndola más para penetrarla con mi lengua.
—Eres deliciosa— susurro con voz ronca.
—Aahggg.
Se arquea y adoro esa visión.
—¿Te gusta bebé?—obvio que sí, pero quiero escuchar su voz.
Ella comienza a mecer sus caderas.
—Oh sí—dice como suspirando.
—Dímelo—le exijo para doblegarla.
—Me encanta—exhala ella con la fragilidad de una flor.
Sigo implacable con mi lengua y aferrado con mis manos a su trasero, la veo retorcerse indefensa.
Vamos bebé...Vamos bebé, dámelo...no voy a parar hasta que acabes. Todo su cuerpo se tensa y
comienza a temblar y formando una O interminable con su boca, se viene abajo. Ha tenido su
orgasmo. Raudo acudo a ella y la tomo en mis brazos para que no se desplome, la recuesto en la
cama y me parece la visión más hermosa que he visto. Ruborizada, jadeante, sudorosa, satisfecha y
extremadamente vulnerable. Suspendido sobre ella comienzo a acariciar sus mejillas con mis
pulgares deleitándome de esa visión. Nunca me había gustado tanto una mujer.
Ella abre los ojos. Y es como la cereza del pastel. Que bellos ojos. Se me escapa el aliento por
enésima vez desde que la conozco.
—Eres hermosa—jadeo.
Ya no puedo aguantar más; tengo que hacerla mía. Voy hacerte el amor, bebé. Quiero sentirte mía
de una buena vez Clarissa. Me incorporo y saco el condón del bolsillo de mi pantalón, me lo bajo y
rápidamente lo coloco en Campeón que por fin va a tener su parte del pastel. Vuelvo a colocarme
suspendido sobre ella, abro sus piernas un poco más y entro en mi pequeña.
Qué coño...Exhalo fuertemente ¿Desde cuándo no lo haces niña?
Ella cierra los ojos y se abre a mí.
—Estás muy apretada... me gusta me gusta mucho—le digo jadeante ya que la sensación me está
volviendo loco.
Cuando siento algo como una fibra resistente que impide que entre más profundo en ella. Acaso
eso es... ¿Qué coño? ¿Clarissa es virgen? ¿Por qué no me lo dijo? estoy confundido pero también
excitado, así que voy por ella y comienzo mi ritmo de penetración primero suave y después nos
vamos acelerando ambos jadeantes, rápidamente la siento temblar ante mí de nuevo y eso sella mi
destino. Caigo sobre ella extasiado. Me ruedo y coloco las manos en mi cabeza, no me puedo creer
mi suerte.
Completamente atontado, la observo calmarse poco a poco. Retiro el condón y lo lanzo en el piso.
Me acomodo sobre un codo para deleitarme en su belleza. Después del sexo me parece aún más
hermosa. Cuando al fin se calma abre los ojos y me sonríe. De pronto me invade un pesar. ¿Por qué
no me dijiste princesa? ¿Por qué no me dijiste que era tu primera vez?
Definitivamente soy el lobo que se merendó a caperucita. No puedo evitar sentirme vil.
—Hola—me dice.
No le contesto porque el sentimiento de culpa me está matando.
—¿Qué pasa?—pregunta abrazando la almohada y otra vez parece una niña.
Bueno, ya no.
—No me dijiste que eras virgen—le acuso. Estoy molesto con ella.
Niega con la cabeza.
Es el colmo, se cree que soy un tonto. Que no sé reconocer una virgen ¿por quién me toma?
—Creo que a estas alturas puedo darme cuenta cuando me cojo a una virgen.
Ella abre los ojos sorprendida y yo entorno los míos porque si me miente aquí va arder Troya.
Suspira cuando entiende que no puede negármelo.
— ¿Qué diferencia hace? —se encoje de hombros.
Otra vez esa actitud de me importa un bledo ¿por qué actúa así? es tan exasperante. Es que acaso no
entiende que de haberlo sabido todo hubiera sido diferente, la hubiera tratado como la princesa que
es.
—Mucha—le contesto
—Para mí, no
—¿Ah sí? eres bastante cínica, la verdad—sacudo la cabeza sin poderme creer que sea tan fría.
—Bueno, ya no puedes hacer nada—se burla de mí.
¿Por qué esa actitud Clarissa? ¿Qué me escondes?
—Dímelo—le exijo
—Qué—me mira sin comprender
—¿Por qué me lo ocultaste, Clarissa?
Ella me ve por un momento y luego habla con toda la naturalidad del mundo.
—Por qué tanta ceremonia. Tampoco me estaba guardando para el altar ni mucho menos. Yo...
La miro fijamente porque no quiero perder detalle de lo que dice.
—No estoy segura de creerme toda esa basura romántica.
¿Basura romántica? ¿Acaso dijo eso? ¡A la mierda! ¿Y entonces qué coño es lo que acaba de pasar
entre nosotros? ¿No significó nada para ella? ¿Solo soy el tipo que la desvirgó? La ira me invade.
¿Esta carajita que se cree? Con sus dotes de Mata Hari qué pretende conmigo.
—Así que esto es solo sexo—digo lenta y despectivamente
¿Lo que quieres es sexo, Clarissa? Alguien que te ponga a gritar y ya. La idea me molesta sobre
manera. Pensar en ella como una tipa cualquiera me descoloca y más verla así en esa actitud tan fría
después de lo que pasó entre nosotros.
Mierda, no quiero verla. Otra vez me equivoqué.
Me levanto, me pongo el pijama y azoto la puerta al salir.
En dos zancadas me dirijo a mi cuarto mascullando todas las maldiciones inimaginables. ¿Por qué
será que tengo tan mala suerte con las mujeres? si solo quiero divertirme ellas están dispuestas, pero
si quiero algo más solo consigo que se burlen de mí...Como lo hizo esa, la innombrable.
Esto va a ser un grave problema porque Clarissa me gusta muchísimo más que ella.
Todavía sigo siendo el mismo tonto sentimental, me doy cuenta de eso. A los 28 años habiendo
conocido mundo y follándome a medio mundo más me encuentro de nuevo con el corazón abierto,
asustado de que jueguen conmigo. Ha pasado tanto tiempo desde que me permití sentir algo por una
mujer y llega esta chiquilla exquisita ruborizándose y coqueteándome y no creo haber conocido
nunca a nadie como ella. Tan deseable.
¿Por qué ella es así, tan cínica? recuerdo sus palabras y su actitud y por momentos me pareciera
como dos personas diferentes. Por un lado la entiendo también yo soy dual me pongo una máscara
cuando estoy en el mundo de mierda y soy yo con mi familia. ¿Será que solo quiere protegerse? me
confunde mucho. Por un lado me parece una niñita dulce, adorable e inocente y por el otro parece
alguien cínico y amargado, golpeado por la vida. Bueno, es un enigma lo único que sé es que por el
momento no quiero verla.
Tomo mi celular que está sobre la mesita de noche a ver si me llegó algún mensaje mientras estuve
con Clarissa. En efecto.
GARCÍA: Tenemos los resultados de las encuestas. Reunámonos mañana.
SEBASTHIAN: De acuerdo, pon la hora.
MONCHO: Coloqué la cerradura nueva en la casa de la señorita. También conozco de un servicio
de instalación de alarmas muy bueno. Dígame si está interesado, aunque es costoso.
¿Un sistema de alarma para Clarissa? Recuerdo su carita pálida cuando descubrió que forzaron la
cerradura de su apartamento y se me ablanda el corazón. No podría dejarla a su suerte. No a mi niña.
SEBASTHIAN: Envíame los datos del sistema de alarma. Estoy interesado.
DIPUTADO RAMIREZ: ¿Leíste el parágrafo 4.6 de la nueva ley de alimentación? Eso no me parece
correcto, el margen de ganancia de los productores se verá diezmado. Léelo y escríbeme.
Pongámonos de acuerdo.
Este pendejo siempre quiere que le certifique que está en lo correcto.
SEBASTHIAN: Ya voy a leerlo. ¿Qué pasa, no salías esta noche con unos culos?
DIPUTADO RAMIREZ: Se me cayó la salida ¿Y tú, estás con otra modelito?
SEBASTHIAN: No, nada que ver.
DIPUTADO RAMIREZ: Léelo y me contestas, voy a estar despierto.
SEBASTHIAN: Eres más fastidioso que una piña bajo el brazo, ya te escribo.
MONCHO: Le envié a su correo la información de las alarmas.
SEBASTHIAN: Gracias.
Me levanto, celular en mano, y me dirijo hacia el estudio. Allí, enciendo mi portátil mientras busco
la carpeta de la ley que estamos discutiendo en la Asamblea. Sí, en efecto, hay una conchita de mango
ahí y otra más abajo para los empresarios del agro. Con esa ley pretenden que el Estado asuma un
porcentaje de su ganancia neta y más abajo hay cláusulas que evidentemente lo que pretenden a la
final es nacionalizar la empresa del agro.
Me rio irónico.
¿Con que plata pretenden los de la tolda roja hacer eso? si ya prácticamente vaciaron nuestras
arcas. Este presidente incompetente y su comitiva tienen al país exprimido. Obviamente voy a vetar
esta ley. Voto en contra.
Reviso mi correo, buscando específicamente el de las alarmas porque ahorita no quiero saber más
nada de trabajo. Sistemas de alarmas de alta tecnología. Seguridad para puertas y ventanas, sistema
computarizado avisa automáticamente a la policía de cualquier intruso. Me gusta para mi niña. Ni me
molesto en ver el precio.
SEBASTHIAN: Dale play con lo de las alarmas. Dale con todo.
Me estiro en la silla y apago la portátil. Como se me antoja un jugo me dirijo a la cocina, antes
echo un vistazo a la puerta del cuarto de huéspedes. La luz está encendida. No me atrevo a tocar la
puerta por pena. Quizá ya ni quiera nada conmigo después de mi pataleta.
Me sorprendo al ver la figura de Clarissa recortada por el reflejo de la luz del refrigerador.
También sintió sed. Estamos sincronizados. Sonrío con la esperanza a flor de piel. Dios me ha dado
otra oportunidad. Me acerco sigiloso sin perder detalle de cómo se estira la tela de su pantalón
adhiriéndose a su trasero mientras ella se inclina.
Campeón la quiere saludar.
—Tranquilo Campeón tranquilo—me digo bajito.
Clarissa saca la jarra sirve agua en un vaso y se voltea. Cuando me ve frente a ella sus ojos se
convierten en platos redonditos y pega un brinco. Luego baja la mirada al vaso que tiene entre sus
manos, cohibida.
Seguramente piensa que volveré a convertirme en el ogro del cuento.
—Hola, tenía sed—dice con una vocecita de niña regañada que me enternece.
—Estás en tu casa. Toma lo que quieras, ¿quieres comer algo?—digo obsequioso.
—Solo agua—niega con la cabeza.
Rápidamente se toma el agua colocando el vaso en el mesón y yo solo puedo pensar que sería un
error dejarla ir en ese estado.
Tomo sus manos con suavidad y se las llevo a la espalda, atrayéndola más hacia mí, con la
esperanza de hacer desaparecer esa distancia emocional que se ha creado entre nosotros. Discúlpame
bebé por haber sido un tosco en tu primera vez, aunque te lo juro Clarissa que no te entiendo.
—Lo siento—susurro con la mirada fija en ella.
—¿Por qué?—contesta a media voz
—Por mi arrebato. Es solo que de haber sabido que... bueno, me tomó por sorpresa.
Ella me ve por un momento y luego asiente.
—Entiendo...
Me disculpó. Gracias a Dios. El alma me vuelve al cuerpo. Podemos seguir con nuestra historia.
—¿Estabas trabajando? —me pregunta curiosa con esos lindos ojitos sobre mí y yo solo puedo
pensar en el calor que emana de su cuerpo y en sus pechos apretados contra mí.
—Sí, debo analizar algunas propuestas de leyes, he de leer mucho, a veces suelo hacerlo por las
noches.
—Ah…
Pero mi mente y mi corazón están embargados de su presencia. La tengo atada a mí con ambas
manos tras su espalda. Y abrazo la posibilidad de hacerla mía de nuevo...
¿Por qué no?
Suelto una de mis manos, atrapando la suya conjuntamente con la otra, y comienzo a delinear sus
carnosos labios con uno de mis dedos. Son delicados, rosados y extraordinariamente suaves, como
toda ella.
—Y... ¿cómo te sientes?
Quiero hacerte mía, bebé
—Bien
Subyugado por sus rasgos angelicales acaricio la suave piel de su barbilla y ella se rinde ante mi
roce cerrando sus ojos. El dulce gesto calienta mi corazón. Eres una niña muy dulce y acariciable
Clarissa. Entonces, ya no pienso en su cinismo, viéndole así tan vulnerable ante mí. Deslizo mis
dedos por su rostro, grabando sus delicados rasgos en mi tacto. Ella abre sus ojos que, como soles de
atardecer, hermosean su faz.
Oh bebé, déjame amarte.
Froto el lóbulo de su oreja y ella suspira. Comienzo a besarla con fervor plasmando todos los
sentimientos que no me permito expresar en palabras «Clarissa cielo, ríndete a mí... jamás te haría
daño, mi amor. Estoy dispuesto a entregarme a ti desde este momento. Abre tu corazón. No me temas.
Seme fiel y me tendrás siempre. »
Completamente alienado por lo que siento comienzo a acariciar con mi sexo el suyo. Gime. Sé que
está lista. Ella me desea.
—¿Otra vez Clarissa?... ¿te gustaría hacerlo otra vez?
—Sí— jadea.
La giro porque lo vamos hacer aquí mismo. La deseo ya.
—Agárrate del mesón—le digo y ella lo hace de inmediato.
Poso las manos en su cuerpo y las deslizo bajo su blusa para alcanzar mi objetivo: sus suaves
pechos. Son de lo mejor, cien por ciento naturales. Me divierto con ellos mientras veo, a mi dulce
niña, retorcerse entre jadeos. Eso me pone a mil. Me pego a ella porque quiero que sepa cómo me
tiene, como me hace sentir. Entonces, con una mano, me dirijo a mi segundo objetivo: su sexo. Una
vez allí trazo círculos, círculos y me deleito en el sabor de su cuello.
¡Quiero comérmela!
La cosa está que arde y yo, con la dureza del acero, ya no puedo soportarlo más.
Recordando que mi niña es novel en los placeres de la carne, me dedico a ser en extremo delicado
en el trato. No quiero maltratarle. Descubro su suave piel y emerge pálida, prístina y redondeada ante
mí. No puedo resistirme y voy besando su maravilloso trasero.
—Esto lo voy a saborear... voy a saborearte toda Clarissa—le digo mientras acaricio sus muslos y
trasero, sus pantalones ya están por sus rodillas y termino de bajarlos, dejándolos en el piso, pero
dudo mucho que ella se percate dado su nivel de excitación.
Esta, es una visión que vale la pena recordar: mi nena caliente, jadeante, abierta para mí.
Insisto, adoro su trasero. Las cosas que le haría. Por lo pronto rebusco un condón en mi bolsillo y
me lo coloco porque ahora es que viene lo bueno. Cierro los ojos para tomar aire.
Comienzo a entrar en ella y por segunda vez me siento alucinado con su agarre. Mi dureza
abriendo su suavidad. La tomo por la cadera y la inflamo más rozando su vulva con mis dedos. Con
extrema delicadeza voy reabriendo el camino ya marcado anteriormente.
Oh nena... Oh bebé...Oh...
Nunca había sentido así a ninguna mujer.
Como si fuese una jugada del destino ha sido diseñada para mí. Encajamos a la perfección. Y
entonces, recuerdo el vaticinio de Nana. ¿Estamos predestinados, cielo? ¿Eres tú para mí?
Continúo con lentitud exquisita entrando en ella y la siento palpitante a mi alrededor, le falta poco
para venirse. Vamos nena...
—Eres el cielo nena—jadeo.
Mi nombre se escapa de sus labios como un largo gemido…
—Oh...Sebasthian.
—Clarissa—gimo su nombre y la siento palpitar y temblar en mí, eso dispara mi orgasmo.
Esto ha sido...
Nos quedamos así unos segundo buscando la fuerza para movernos al fin me salgo y me quito el
condón que anudo y lanzo en la papelera cercana. Clarissa se voltea. Está sudada y evidentemente
satisfecha. Quiero que me lo diga.
—¿Te gustó?
—Mmm… eso fue...—dice ella y es como el que se come un bombón.
—Bien.
Muy bien pequeña.
La veo y me desentona que todavía lleva la blusa. La quiero desnuda así que en un ¡plis plas! se la
retiro, dejando que caiga en el suelo, como el resto de nuestra ropa. Vuelvo a admirar sus pechos sin
creerme la suerte que tengo de ser el único en el mundo que ha podido tocarlos.
Y así seguirá siendo bebé. Así seguirá siendo...
—Mejor así—digo al admirarlos y beso cada uno de sus pezones, que ahora son míos—. Ven
vamos a la cama—le tiendo la mano y ella me la toma, sintiéndome como en un sueño.
Bebé, te quiero en mi cama. Te quiero en mi vida.
Vamos de la mano hacia mi cuarto. Y estoy encantado casi eufórico de llevarla allí.
De reojo veo su perfil suave y armonioso y admiro las redondeces de su cuerpo desnudo y me
viene de nuevo la idea de que ella es perfecta. ¿Será que tienes razón Nana? ¿Es ella? ¿Ella es mi
compañera? Suspiro embargado de un sentimiento cálido que se derrama dentro de mí y que se
asemeja mucho al que siento por mi familia.
—Quiero que duermas conmigo—le digo señalando la cama. Ella la ve. Pensativa. Sin contestar
todavía la llevo de la mano hasta el pie de la misma—. ¿Te parece bien?
Me ve con mirada inescrutable.
—Bueno—dice.
Con el corazón en mis manos decido confesármele al oído.
—Hace tanto que no comparto mi cama con nadie, Clarissa—sello mi confesión con un besito.
Quiero que lo sepa. Hace cinco años que duermo solo en una cama fría. Con el corazón plagado
de desazón. Pasando de un encuentro casual a otro como el que pasa unas diapositivas.
Ay, Clarissa, si tú supieras con cuantas he tenido sexo sin sentir nada más que lo que la fisiología
indica. Solo para descargarme. Sintiéndome incluso más vacío y solo que al principio. Hasta ahora
ninguna había sido digna de compartir mi cama.
Solo tú.
Retiro las sábanas.
—Recuéstate—ordeno con suavidad y se desliza sobre mi cama hasta quedar tendida. Durante ese
tiempo no pude dejar de admirar su cuerpo, que ahora más que nunca se asemeja al de una hermosa
ninfa sobre un mar de seda azul intenso.
Ya me estoy acostumbrado a esa sensación efervescente que me invade cada que estoy con ella,
adentrándose en cada poro de mi piel. Me siento y tomo el borde de la sábana recostándome frente a
mi niña y arropándola con cuidado. No quiero que coja frío. Veo su carita curiosa que mira cada uno
de mis movimientos y recuerdo que ella nunca ha dormido con un hombre antes. Solo conmigo. Me
invade la felicidad. Apago la luz y la halo hacia mí enlazándome en ella cual enredadera.
Me gusta su suavidad exquisita. Adoro su delicada calidez. Me embriaga su delicioso aroma
Me dedico a acariciar su larga melena castaña con la delicadeza que mi princesa se merece,
encantado de que presente la misma suavidad que toda ella. Si esta no es la forma perfecta de acabar
una noche de pasión, no sé cuál sería.
Sonrío al recordarla enrollar mechones de su cabello. Ese es un tic que tiene cuando está muy
pensativa, quizá ni sea consciente de ello. Así que asemejando su acción pueril hago lo mismo y los
atraigo hacia mi olfato deleitándome de su aroma.
Mientras he estado haciéndole esos arrumacos ella se ha quedado muy quietecita.
—Me gusta tu olor...me gustas toda...me gusta tenerte aquí... toda mía... Quédate conmigo, cielo. Yo
te voy a cuidar, te lo prometo—le digo con suavidad y fervor al mismo tiempo, pero pronto me doy
cuenta que se ha dormido.
¿Me habrá escuchado?
Entonces, tomo una decisión, como una flecha disparada directamente a la diana. Voy a enamorar a
esta mujer. Voy a dedicarme a enamorarla de cualquier forma hasta hacerla mía. No importa cómo.
Conoceré hasta sus más íntimos secretos y a haré que se entregue a mí de manera absoluta.
No quiero a nadie más…
Solo a ella.
Tendré paciencia, perseverancia y no me dejaré vencer hasta que sea completamente mía.
Te voy a conquistar Clarissa...mi dama perfecta y adorable...
Y me amarás, eso te lo garantizo. Como que me llamo Sebasthian Petroni Agresti.
Miércoles 14 de Enero
"Háblame. Quédate"
Me sobresalto ante el sonido del despertador.
¡Hombre, no podía ser más agudo!
Otro día en la Asamblea discutiendo la bendita ley de Alimentación del mierdica de Carreño.
Espero haberle dejado un morado en la mejilla, esa visión hoy sería bastante gratificante. Sí señor.
¡Mierdica de mierda!
Apago la alarma y siento un peso en mi brazo izquierdo al estirarme. Coño, ¿no fue un sueño?
Dormida sobre mi brazo está Clarissa, tardo unos segundos en creérmelo.
Sin duda mi día mejoró infinitamente.
Me deslizo con cuidado de la cama porque el tiempo apremia. Quedo Clavado al pie de la misma
detallando su silueta desnuda parcialmente cubierta por mis sábanas...Es una lástima... Tomo el borde
de la seda azul y la levanto ya que quiero ver ese maravilloso trasero.
Jesús, María y José.
Me hago la señal de la cruz viendo al cielo.
Sí, es idéntico a mi fotografía mental, no perdí detalle. Redondito como un melocotón tierno,
dulce, limpiecito y aterciopelado. Me la como con los ojos agradeciendo que la chica esté bien
dormida.
Campeón se entusiasma.
Ahora no man, no queremos asustar a la señorita.
Con todo mi pesar le arropo y salgo porque son las cinco a.m. y el tiempo apremia. Voy al estudio
donde busco mi celular. No me sorprende ver cantidad de mensajes, no es el momento para
detallarlos. Pongo la cafetera a preparar el café. Mientras voy al baño y me ducho, afeito y con la
toalla terciada preparo el desayuno. Cuatro croissants rellenos con jamón y queso, tostados, café
negro y jugo de naranja. Coloco todo en la bandeja auxiliar y me dirijo al cuarto.
La bella durmiente se está estirando.
—Hola, buen día linda—le digo con la mejor de mis sonrisas—. Te traje desayuno.
Sonríe ruborizándose.
—Hola Sebasthian, gracias—se enrolla la sábana alrededor del busto para taparse, luego se estira y
toma una taza de café, disfruta de su aroma mientras yo engullo mi desayuno—¿Qué hora es?
—Las cinco y cuarenta. ¿Dormiste bien cariño?
Ella me ve pícara y empinando su taza esconde su sonrisa.
—Yo creo que sí.
—¿Ah sí?—ladeo mi sonrisa.
—Sí, Sr. diputado—me echo a reír.
Amanecimos de buen humor ¿eh?
Seguimos comiendo en silencio apurados por el tiempo. Con el cabello revuelto, después de los
revolcones de anoche, Clarissa me parece aún más hermosa. Seguramente la estoy viendo como todo
un bobalicón. Trato todo lo que puedo de desviar mi vista a otro lado para disimular lo mal que me
tiene esa mujer, afortunadamente está concentrada en su comida.
Cuando termina se levanta, sábana terciada, para buscar sus cosas. Pero, al ver la tela en el piso no
puedo evitarlo, me invade un sentimiento pueril de jugarle una broma y planto un pie en ella con
fuerza, la tela se tensa y la nena se voltea.
Mira mi pie y luego mi sonrisa pícara.
—Sebasthian, por favor.
—Por favor qué
—La sábana. Debo arreglarme.
—Oh no nena—estoy que no aguanto risa—. La sábana no sale de aquí.
Parece mentira que te quieras esconder de mí Clarissa.
Hala la tela en vano, yo la tengo a buen resguardo. Así que, con gesto de disgusto y resoplando, la
suelta. Yo sin embargo estoy encantado de la vida por el espectáculo.
Acostúmbrate bebé...
Más tarde vamos en el Acura negro en dirección a su trabajo. Voy con una mano en el volante y la
otra enlazada a la de ella. Me parece de lo más natural ir de la mano con Clarissa. Me siento cómodo,
tranquilo y satisfecho y me pregunto cómo era mi vida antes de ella. Como si estar con mi princesa
fuese lo normal, lo de siempre, lo cotidiano.
—Estaría encantado en llevarte de paseo más tarde, si te parece—le digo sin apartar mis ojos del
camino.
—Está bien.
La miro de reojo y está sonriente, distraída con el transito que pulula a nuestro alrededor.
—¿A qué hora te recojo, linda?
—A las seis estaría bien.
Me estaciono en la entrada de su trabajo y me vuelvo a mi nena. Atraigo su barbilla con suma
delicadeza y le doy un dulce besito de despedida.
Ella suspira.
—Me gustaría saber, Clarissa, qué te pareció lo de anoche—le susurro cuando le tengo muy cerca.
—Bueno...todo me gustó—su mirada amielada me endulza el día.
Satisfecho con su respuesta, me acomodo en mi asiento, porque el tiempo apremia. Ella me ve
pícara y se baja. A medida que se aleja siento que mi corazón se va ahuecando y me invade una
añoranza. «Tranquilo Petroni la verás más tarde»Pienso.
Al llegar a la Sala Plenaria, busco en mi maletín los documentos y las anotaciones que hice
anteriormente de la bendita ley. A pesar, de haberme desviado para llevar a Clarissa, llegué a buen
tiempo.
—Ey Petroni, me quedé esperando tu mensaje—dice Ramírez, que como siempre busca que le haga
el trabajo.
Me estrecha la mano.
—Se me presentó un imprevisto, pero estoy de acuerdo con tu análisis: yo voy por el no—digo
confiado.
Él asiente satisfecho de que sus pocas neuronas hayan rendido fruto.
—¿Un imprevisto a media noche? —carcajea—. No cabe duda de que eres el chico malo.
Su comentario me incomoda porque lo que menos quiero ahora es ser esa persona. No con
Clarissa. Trato de desviar su atención de esa conversación nada apropiada a este belicoso ambiente de
la Asamblea.
—También hay algunos puntos que considerar en estos parágrafos—le indico con el dedo para que
se fije en las partes que he resaltado del documento.
Aunque Ramírez es de la tolda azul, nos conocemos desde hace algún tiempo así que tenemos la
confianza suficiente para salir por unos tragos de vez en cuando y gastarnos una que otra broma. No
con todos mis colegas hago eso. Es mejor guardarse las cosas personales para la familia. La
confianza no se obsequia, se gana. Usualmente está sentado a mi lado. Cedeño, otro diputado, de tolda
amarilla se encuentra al otro lado. Son tantos que es imposible conocerlos a todos bien. Por supuesto
el mierdica de Carreño está sentado diagonal a mí.
Apenas me ve le hago una seña con el puño « ¿Quieres más pendejo? » el abre sus brazos altaneros
sin pronunciar palabras. Me alegra mucho ver que he dejado mi marca en su repolluda mejilla.
«Chúpate esa». No soporto la gente como él que solo está aquí de pónganme donde haiga. En este año
he perdido la cuenta de la cantidad de carros que ha comprado y sé por fuentes confiables que su
liquidez no se debe a ningún patrimonio, sino a una mano muy suelta.
Él y Montoya me sacan especialmente de mis casillas, con sus propuestas de ley todas encriptadas,
de un lenguaje tan ambiguo que se prestan al mal uso y abuso de las mismas. Sin duda la tolda roja
quiere permanecer en el poder generando absolutismo desmedido.
Pero eso lo veremos.
—Estimados disputados damos inicio a la sesión, continuando la discusión sobre la ley de
Alimentación. Atención por favor—Dice el presidente de la Asamblea que afortunadamente pertenece
a mi partido y se caracteriza por ser autoritario, directo y bastante imparcial. Sin duda un verdadero
acierto y ahora que tenemos mayoría en el Parlamento la vaina no está tan belicosa como antes.
Tomamos asiento y hacemos silencio.
—Tiene la palabra el Diputado Carreño.
Comienza el taimado rollizo a hacer su intervención. Y le pido a Dios que me dé la paciencia
suficiente para no pararme y callarlo de un trancazo. Dice tantas sandeces y tozudeces que a la hora
de la verdad uno termina sin conseguirle coherencia a su discurso. Cómo es posible tanta ignorancia
en una sola cabeza. No me lo explico.
—...Señores, estamos ante una situación crítica. Los oligarcas que se niegan a alimentar a nuestro
pueblo... —más y más bla, bla, bla barato al que nos han acostumbrado en todos estos años los de la
tolda roja, abrazando un supuesto ideal de socialismo han viciado los ideales del Libertador.
En estos momentos en que soy testigo del despliegue de tanta idiotez y vileza al mismo tiempo
contra el pueblo venezolano—ese mismo pueblo que acunó tan cálidamente, hace ya 73 años, a mis
bisabuelos y abuelos; quienes vinieron huyendo de la guerra que se cernía en la Alemania nazi—.Es
cuando más me convence la idea de convertirme en el cambio que ellos necesitan.
No tengo poder que ambicionar, lo conozco desde la cuna. Sé que es el dinero, sé que es el poder.
Todo lo que tengo o me lo merezco por mi linaje, por mi esfuerzo o por poseer una mente lúcida,
centrada y determinada en los negocios. Sin duda influenciado por mi familia que desde pequeño me
acostumbraron al mundo empresarial, a pensar en grande, pero también me obsequiaron valiosos
valores: el amor por mi país, el respeto por el prójimo, y por sobre toda las cosas el amor y el apoyo
infinito de la familia.
Siendo el menor de mis hermanos me ha sobrado el cariño y el apoyo. Viniendo de una familia de
abolengo me han sobrado las riquezas y oportunidades. Pero aun siendo un burguesito rico de cuna
mis padres me mantenían en contacto con la realidad a mi alrededor, la realidad del prójimo que no
había tenido tanta suerte como nosotros. Hacíamos— y aún hacemos— caridad de calidad en sectores
de bajos recursos. Pero no esa caridad hueca y superflua que se estila en la alta sociedad. Sino una
activa y directa.
Así que para mí es muy sencillo reconocer a un alma vacía y hueca como es la de Carreño y
compañía.
El mierdica de Carreño termina su alocución y yo pido la palabra. Comentando de manera
objetiva los puntos álgidos de la ley— y no con menos dramatismo que él— reforzando mi punto. No
me canso de resaltar su idiotez. En eso salta un camarada—como ellos mismos se mentan—comienza
a hablar y tengo que reprimir mi risa porque lo que hace es cantinflear, ni más ni menos.
Vuelvo a pedir la palabra.
—Discúlpeme, camarada, pero cuando le escucho me embarga la inquietud de que en vez que me
enseñe algo nuevo lo que me haga es desaprender—digo yo con muchísima malicia.
Suenan carcajadas en la Asamblea.
El presidente de la Asamblea toma la palabra y esto va para largo...
****
Durante el receso reviso mis mensajes y me permito pensar en mi niña bellísima. Mi teléfono
comienza vibrar, es mi agenda:
Viernes evento Cámara de Comercio
Confirmar compañía Agencia de Modelos
Observo la notificación parpadeante e inmediatamente sé que ya no puedo seguir haciendo eso:
comportarme como el chico malo de la Asamblea, ese que sale con una modelito diferente cada vez.
No ya no. Y en verdad no lo lamento. Esa solo fue una solución a un problema de hace cinco años,
pero que seguí alargando, por costumbre, facilismo y también evitar ser perseguido por chicas en
cada evento en que me presentaba. Generalmente si una mujer te ve acompañado suele evitarte. Por
supuesto hay sus excepciones.
Me rasco la barbilla sondeando en mi mente el convenio que hice con la Agencia de modelaje y lo
que siento por Clarissa. Mi mente y corazón llegan a la misma conclusión:
Quiero tener algo serio con ella.
Ahora que la he tenido. Anhelo, más que nunca antes, ganarme su confianza. Marco el número de
la Agencia y de inmediato me contesta Rania Bastidas, la regente del lugar, me saluda con la
melosidad típica de su carácter. Cuando le digo mi intención de rescindir del contrato se muestra un
tanto apenada. De cierta manera asistir a esos eventos ayudaba a sus chicas a conocerse.
Me siento más tranquilo habiendo hecho eso. Quiero que lo nuestro llegue a buen puerto y no que
naufrague entre el mar de las dudas y la intriga.
—Petroni, qué pasa, ya comienza la sesión—dice Ramírez cuando me le acerco—. Te veo distraído
man—me da una palmada—. Ahora suelta esa lengua inteligentísima que tienes...
****
Ya a las cinco de la tarde he salido del Parlamento y tengo a mi niña conmigo. He decidido
llevármela de paseo a las afueras de Caracas. Al campo de tiro. No suelo practicar allí, sino en uno
dentro de la Capital; solo que conozco un buen bistró por esa zona y así aprovecho para galantear a
mi damita. Como era de esperarse nos atrapa el tráfico, y yo encantado de la vida porque durante ese
tiempo que pasamos en el embotellamiento, me permito besar sus labios, mejillas, nudillos, su frente.
En definitiva, toda las zonas acariciables y besables en ella que no atenten contra la decencia y las
buenas costumbres.
Algo que me gusta mucho es como se abandona fácilmente a mi tacto. Me hipnotiza verla
completamente arrobada ante mí. Y me asalta la idea de que en realidad Clarissa es una niña muy
frágil.
No te preocupes pequeña, yo te cuidaré…
Llegamos al campo de tiro y me permiten iniciarla en las normas básicas del uso de arma corta. Lo
cual no es lo común, pero con mi experiencia consumada en las armas y mi verborrea, lo consigo.
Veo a Clarissa un poco ansiosa por momentos, lo cual es divertido, ya que la pistola que le di no tiene
balas.
—Necesitas practicar mucho...me encantaría traerte cada tanto...lo pondré en mi agenda, si te parece
—le digo al oído.
Estoy pegado tras de ella, con una mano en su vientre para enderezarla y la otra tomando el brazo
armado. De nuevo me encuentro extasiado por su perfume.
—Ok— dice ella.
Así pasamos un rato entreteniéndonos, hasta le doy unas pocas balas a ver si acierta. Apenas lo
hago, cae presa de un ataque de risa. Durante esos minutos en que ella llevaba el arma cargada me
aterraba la idea de que se diera un tiro en el pie. A la final consiguió salir ilesa de la experiencia.
Como era de esperar no le dio al blanco, pero ni de chiripa.
Luego, nos paseamos un rato por las adyacencias del polígono, por una arboleda. Nos relajamos
ante la brisa fresca, el susurro de los árboles y el manto de la noche que comienza arroparnos. La
luna se asoma con su brillo plateado y mi niña bella, enlazada de manos conmigo, tiene el halo de un
ángel.
—Te googleé—me dice ella
¡Ay no!
—¿Ah sí? Bueno, soy una figura pública, Clarissa. De mí se dicen muchas cosas. No todas son
ciertas. Además, me he dado cuenta que no le caigo bien a tu padrino.
—Dice que no debo confiar en ti.
Siento que me da una puñalada trapera con esa mirada.
— ¿Y qué crees tú? —le pregunto un tanto ansioso por su respuesta
—Si el río suena piedras trae…
Aunque lo dice en broma, en el fondo tiene un tinte de verdad. Se me revuelve el estómago.
Resoplo.
—Me molesta que me digas eso. No creo darte razones para desconfiar.
—...Todo un conquistador
—¿En serio? ¿Piensas eso de mí? No creí que sacaras conclusiones a priori.
—A priori no, en base a la experiencia. Es evidente que te gusta mucho la compañía femenina.
¿Qué esperabas Clarissa? ¿Qué quieres de mí? ¿Qué querías que hiciera todo este tiempo?
—Soy un hombre soltero sin ningún tipo de compromiso hasta ahora ¿qué esperabas?
Ella baja la mirada ante mi tono. Otra vez me convertí en el ogro del cuento. Mierda.
—Nada—apenas se le escucha la voz
Suspiro
—¿Nada?...nada—por qué no esperarías nada de mí, si estoy dispuesto a todo contigo cielo—.
Fíjate, yo sí espero mucho de ti nena ¿qué me dices a eso? ¿Cuándo confiarás en mí? Me das tu
cuerpo de buena gana pero en lo demás te cierras completamente. No logro descifrarte. Me tienes
desconcertado.
La observo pensativa, cohibida, tragándose sus pensamientos, parece una bomba de tiempo y me
pregunto: ¿cuándo explotará? Me intriga su silencio y me doy cuenta que en verdad sé muy poco
acerca de ella.
Me detengo y la atraigo hacia mí tomándola por los codos, ella da un paso atrás. ¿Por qué?
—Dime Clarissa, ¿qué debo hacer para ganarme tu confianza?— le digo mirándole directamente a
sus bellos ojos que en este momento parecieran verdes.
Se pone tensa. Da otro paso atrás y yo le sigo. Noto que cerca hay un árbol y nos voy llevando a él
para acorralarla.
Clarissa quiero respuestas. Déjame entrar en tu vida.
—No sé a qué te refieres.
—Quiero que te entregues a mí sin reservas ¿Me explico?—le digo suavemente para calmarla.
La ansiedad de ella va en crescendo y ya la tengo acorralada.
—¿Y eso como para qué Sebasthian? Tú no me conoces, ni sabes remotamente de dónde vengo.
Me doy cuenta que está asustada. Como un niño que le teme a la oscuridad. El corazón me reboza
de ternura por esta mujer.
—Quiero conocerte cariño, háblame—le digo con extrema dulzura y voy enrollando en mi dedo
un mechón de su cabello con la esperanza de que eso la calme—. ¿Estás asustada? ¿Es eso?—me mira
maravillada sin atreverse a contestar—. No temas bebé, me gustas demasiado. ¿Es que no lo
entiendes? Me tienes completamente seducido como nunca antes. No sería capaz de lastimarte. Dime
corazón ¿qué te asusta?
Observo, en silencio respetuoso, como su rostro me muestra lo que sus palabras no. Está
perturbada. Pasa de una emoción a la otra en milésima de segundo. Evidentemente hay una lucha en
su interior y me pregunto: cuáles serán sus demonios.
—No me gusta que me presionen, Sebasthian. No estoy acostumbrada a esto. Nunca había tenido
una relación con un hombre. Cuando era chica era muy arisca y nadie logró acercarse a mí y en la
universidad me aboqué a mi carrera por completo. No podía perder mi tiempo. Así que, yo no sé lo
que es eso.
Estoy feliz de que por fin me diga lo que le pasa.
—Yo puedo enseñarte… Lo deseo con ansia—beso la puntita de su nariz—. Vamos a comer y me
sigues contando de ti.
La guío de la mano hacia un Bistró cercano que conozco bien. Allí ordeno para ambos los mejores
tres platillos del lugar. Clarissa está encantada, se le nota de nuevo serena y muy sonriente. Eso
calienta mi corazón.
—Estás muy risueño—dice mi niña
—¿Y por qué no iba a estarlo? por fin te estás abriendo a mí.
—Creí que eso ya había pasado—arquea una ceja
—Tú sabes a lo que me refiero.
—Háblame de ti—me pide.
—¿Qué quieres saber?
—Lo que me quieras contar.
Se encoge de hombros y me vienen las luces. Le explicaré a Clarissa lo de la Agencia de modelitos
para me comprenda un poco y no se deje llevar por los rumores.
—Creo que para empezar me gustaría aclararte que siempre le pido a una agencia de modelaje una
acompañante para mis eventos, con la salvedad de que sea siempre una distinta.
—¿Ah sí?—me mira, incrédula.
—Sí.
—¿Y eso por qué?
—Me gusta ir acompañado y así es más práctico. Menos expectativas. Soy un hombre ocupado. No
te voy a negar que en algún momento haya tenido sexo con alguna de ellas. Siempre consentido por
supuesto.
—¿Así que te las tiraste?
—No Clarissa, no soy un conquistador como cree tu padrino. A la única que he acosado es a ti.
—Ah.
—De todas maneras ya llamé a la agencia para cerrar ese contrato, ya no será necesario.
—¿Y eso por qué?
La observo fijamente mientras le declaro mis emociones.
—Porque ahora me acompañarás tú. Te lo dije: me gustas mucho. Demasiado. De hecho me tienes
como loco y quiero que confíes en mí. ¿Me explico?
La noto un poco sorprendida.
—Pero, cuando te conocí ibas solo.
—No. Apenas te vi la despedí. Tenía que conocerte, estabas tan adorable. Y después en el baño... —cierro los ojos deleitándome del recuerdo de nuestro primer beso—quedé alucinado. Tuve que hacer
acopio de todo mi autocontrol para no hacerte el amor allí mismo. La verdad no quería asustarte y
tampoco quería cargos por acoso.
Me evalúa en silencio.
»—Y luego, cuando te pedí que salieras conmigo, estabas muy reacia. Creo que si no hubiera llegado
tu amiga ni siquiera me hubieras dado una oportunidad. Sabes, aún sigues siendo arisca—sonrío ya
que estoy supercontento—. Que bueno que tu amiga te obligó. Con eso se ganó el cielo conmigo, sin
duda.
—Te gusta hablar, verdad—dice con deje burlón
—Soy político bebé.
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