Lástima bebé.
Le sonrío encantado de la vida de provocarle esas sensaciones incontrolables, aunque siendo
sincero, no tengo ni la más mínima idea de la causa de las mismas.
—Entiendo. Pero hemos de tener cuidado, cielo—acaricio su suave y castaña melena.
—Es que...me encantó tu discurso—juguetona recorre el cuello de mi camisa con su dedo y se
muerde su delicioso labio.
¡A la mierda!, esta chica es toda una coqueta. Para ser tan novel en el arte de la seducción posee
impresionantes aptitudes…
—Me encanta que te haya encantado. ¿Te parece si esperamos a llegar a casa? ¿Podrás aguantar?—levanto una ceja y esbozo una pícara sonrisa pensando en todas las formas en que me gustaría
ponerla...si...
Te salvarás de una gripe pero no de que te dé unos cuantos revolcones, Clarissa...
—Acaso te burlas de mí.
—Ya te lo dije estoy encantado. He de llevarte a todos mis actos públicos.
Ella frunce el ceño y entorna los ojos ¿ahora con que me va a salir? Se aparta un poco. Todavía
sigue sobre mí, subo mis manos a su cinturita.
—Y se puede saber por qué dijiste que soy tu novia—entorna sus ojitos amielados. Debo hacer un
gran esfuerzo para no reírme. Cómo pretendía ella que la presentara por Dios, si ella es mi novia. Lo
quiera o no—.Nosotros no habíamos quedado en eso, ahora voy a estar en primera plana gracias a ti.
Pensé que harías como con tus Barbies anónimas.
Otra vez su cinismo.
Clarissa, Clarissa porque serás tan ciega mujer…
—Tú no eres como ellas. Además, Clarissa, si piensas que te voy a dejar la vía libre para que un
imbécil te saque a pasear. Te equivocas. Eres mía. Y quiero que todos lo sepan. Así que acostúmbrate.
Me mira anonadada pero me viene al pairo. Yo no soy de esos creyentes de «ama y deja libre» más
bien soy de los de «si me amas te quedas y me lo demuestras»
—Y nada de escaparte. Por ti iría hasta la Conchinchina—le advierto.
Ella se ríe pero no me causa gracia. No es una bromita, es la verdad sin tapujos.
—Es en serio ¿sabes que te encontraría verdad bebé?—susurro mientras acaricio su hombro
llevándome un mechón de cabello hacia atrás.
Créelo Clarissa. Por ti removería cielo y tierra...
Ella traga saliva.
****
Una vez en mi apartamento me voy directamente a la cocina decidido a calentar algo de comer para
mí y mi princesa. Estoy hambriento. Tomo dos platillos de la nevera y meto el de la nena primero.
Espero unos minutos y lo saco metiendo el mío. Cuando me volteo pillo a mi bella princesita
dándome un buen vistazo.
¿Te gusta lo que ves bebé?
—Sabes me tienes intrigado, Clarissa, hasta ahora no me has dicho que esperas de mí por lo
general las mujeres hablan de esas cosas. Así que me gustaría saber ¿Qué quieres conmigo? ¿Cuáles
son tus expectativas?—digo colocando su platillo y plantando mis palmas en el mesón.
De inmediato fija la mirada en su comida y la revuelve con el tenedor.
—Bueno, no me he dedicado a pensarlo bien.
¿Otra vez Clarissa? ¿Otra vez esa respuesta? Debes estar bromeando. Aun teniendo la jugada a tu
favor, eres toda una cobarde. Resulta una gran ironía, considerando, que me tienes comiendo de la
palma de tu mano.
—Vaya, es decepcionante oír eso... Así que no has pensado en mí... ¿Podría sentirme más ofendido
señorita?...Pero sabes me gustaría una respuesta justo ahora—doy golpecitos con el dedo sobre el
mesón—. Creo que ya me has tenido en ascuas bastante rato.
Se revuelve en el asiento y por un momento temo que salga corriendo. Meneo la cabeza sin poder
creérmelo.
—¿Qué tal un juego? Tú me dices lo que no quieres conmigo y así por lo menos sabré a qué
atenerme—busco mi comida y me siento a su lado.
—¿Ahora me haces terapia? Pareces tú el psicólogo—me mira burlona.
—Dime: ¿te gustaría que saliera con otras, cómo las llamas tú? ¿Barbies?—la miro de reojo.
De inmediato se pone roja. Su cara es un poema. Estoy ante una mujer muy celosa y posesiva.
Sonrío ante esa adorable imagen. Entonces… significa que algo siente por mí.
—Por tu cara, creo que no. Así que quieres una relación exclusiva. Me alegra mucho, porque a mí
no me gusta para nada compartirte señorita. Entonces, te recomiendo que me acompañes cuando te lo
indique. Para un hombre soltero y carismático como yo es peligroso ir a eventos públicos sin
compañía. Sabes, las mujeres tienden a seguirte y son bastante insistentes. Además, si apareces como
mi novia me harías ver como un hombre decente.
—Ah... ¿me utilizas para ganar votos?
Que cabecita tan maliciosa.
—Si quieres verlo así. La verdad, es que me tienes muy liado Señorita Evasivas—bromeo pero
pronto me doy cuenta que el chiste no le ha hecho gracia.
Por favor, cielo, no te vayas por eso...
—Oye, tómalo como una etiqueta más. No te mates la cabeza por eso Clarissa, por favor. Pero ya
sabes: a todos los eventos conmigo ¿ok? Sin excusas. No quiero que terminemos antes de empezar.
Por un momento pareciera que me va a decir algo, pero pronto llega de nuevo su ostracismo, y es
como si tuviera una lucha silenciosa consigo misma. Decido dejarla en paz y atacar mi cena.
—Gracias por la comida. Ahora vuelvo. Si me disculpas un momento—dice levantándose del
banquito.
—¿Adónde vas?
—Al baño.
****
Observo con disgusto su comida. Apenas la tocó. No me entusiasma la idea de tirarla pero
considerando que ya lleva un rato que se fue, tomo su plato y vertiendo el contenido en la papelera lo
lavo.
—Esta niña me va a sacar canas—mascullo.
Al llegar a la habitación ella viene saliendo del baño y me sorprende ver que lleva una libreta en su
mano.
—¿Qué es eso?
—Anotaciones—guarda la libreta en su bolso.
—¿Tuviste la urgencia de escribir sobre tus pacientes mientras comíamos?—Eso es extraño.
Se encoje de hombros y de pronto se acerca a mí de manera seductiva.
—Por cierto, estaba muy rica la comida, ¿la hiciste tú? Que buen cocinero.
—Aun así la dejaste—con mis manos rozo sus suaves hombros arrastrando su melena hasta la
espalda. —.Pero no. Fue Camucha, Carmen, quien la hizo—Luego bajo mis manos hasta su estrecha
cinturita y mis ojos hacia su busto que con ese escote luce apretado y tentador. Se me seca la boca.
—¿Te gusta ?—dice ella provocativa.
—Me encanta. Quisiera comérmelo.
—Soy yo la que quiero comerte.
Ándale, esto se pone interesante.
—Soy todo tuyo preciosa—digo con los brazos abiertos, Campeón y yo estamos muy
entusiasmados.
Me empuja a la cama y comienza a desvestirme, comenzando por la camisa. Me resulta
extremadamente adorable en estos momentos. Me la imagino como una tierna ovejita tratando de
comerse al lobo. Casi no puedo aguantar la risa.
—¿Qué pasa? —me pregunta mientras desabrocha mi cinturón, está de rodillas ante mí.
—Eso es lo que te pregunto yo—digo sin poderme quitar la sonrisita de la cara. Se me ha lanzado
dos veces en un día. La cosa promete. Ella fija sus seductores ojazos en los míos y como una
hermosa ninfa su voz me resulta irresistible:
—Lo que pasa es que mi novio que me quiere es tremendamente bueno dando discursos.
Ándale, aceptó que soy su novio y además le excitó mi labia... vaya...
—¿Y eso te pone?
—Me parece que sí—dice y ya estoy desvestido, solo en bóxer.
Tomo su bella cabeza y la atraigo hacia mí dándole su buen beso en premio por su osadía. Por
tomar la iniciativa. Sin duda le he enseñado bien. Veamos que tanto has aprendido pequeña. Le doy un
besito en la frente y me incorporo en la cama esperando su próximo movimiento.
Ahora, ¿qué vas a hacer linda ovejita?
Clarissa sube sus suaves manos por mis piernas, retándome con la mirada, hasta llegar donde
Campeón y comienza a prodigarle tiernos mimos sobre la tela del bóxer. Su dureza se convierte en
metálica, es un ariete listo para impactar. Me cuesta mantener el aire en los pulmones, ver a Clarissa
de rodillas ante mí, ofrecida de buena gana para complacerme, me roba el aliento.
Retira mi bóxer y admira a Campeón que se muestra poderoso y erguido ante su presencia. Él le
quiere también, es su fan número uno. Entonces, como en mis múltiples fantasías, Clarissa, lo pone
en su boca. Apenas siento su tibia humedad comienzo a jadear.
Todavía no me la creo mi tierna ovejita me está comiendo. Madre Santa.
Oh bebé, como has aprendido…
Veo su cabeza oscilar arriba abajo y siento su lengua retorcerse sobre Campeón. Estoy extasiado.
Por momentos creo que me encuentro en una fantasía erótica. Pero afiebrado y mareado pronto caigo
en cuenta de que no lo estoy soñando. Es real.
—Oh...bebé...mmm—digo mientras acaricio su cabello con sutileza.
Su deliciosa boquita succionadora no amaina en su labor. Y es que, quién lo diría, que una inocente
ovejita como ella podría ser tan oficiosa en semejantes menesteres. Tan entregada está que pronto me
siento al borde del placer.
—Oh...me vengo...—intento advertirle pero ella entierra más sus uñas en mis glúteos y me resulta
imposible no encontrar el clímax en el fondo de su garganta.
Madre Santa.
—Uff... eso fue...
Como toda una bribona se relame de su triunfo. Me ha vencido en mi propio juego, sin duda. A
veces perder tiene sus ventajas.
Resulta que a la final la ovejita sí se merendó al lobo.
—Ven acá—la atraigo hacia mí, ambos cayendo en la cama, y es que el lobo quiere la revancha...
Después de un rato en que pude desquitarme en forma por su osadía y disfruté de la maravillosa
vista de Clarissa retorciéndose, jadeando y culminándose nos echamos un baño y nos preparamos
para dormir, ella saca unas bragas y un pijama del bolso.
De inmediato me pongo detrás de ella, tan cerca que siento su tibieza, su embriagador aroma.
—No te cubras por favor, me apetece sentir tu piel tan suave—deslizo mis nudillos por la curvatura
de su cuerpo aterciopelado. Tiembla ante mi contacto—. Por favor.
—Ok—dice como al que se le escapa el aliento.
La giro hacia mí y la envuelvo en mis brazos, deslizando mis dedos por la tersura de su espalda.
Sus ojos ahora convertidos en café me observan fascinados. Se encuentra muy quieta y entonces
caigo en cuenta que ya no rehúye de mis mimos. Tal parece que mi princesa por fin está confiando
en mí.
Eso calienta mi corazón por completo.
Nos recostamos en la cama y la arropo con devoción y una vez allí—los dos empiernados,
desnudos bajo las sábanas—jugueteo con su cabello. Estoy seguro que tengo mi cara de bobo, pero
no me importa. Quiero que no le quepa la menor duda. Estoy inmerso en su hechizo angelical. Me
tiene preso bajo sus alas y solo me queda. Adorarle.
—Te quiero bebé—susurro buscando sus labios y encontrándolos solícitos en un beso arrullador y
lleno de sentimientos. Ideal para adormecer ángeles hechizantes, hermosas princesas y ovejitas
descarriadas.
Miércoles 21 de Enero
"Confundido”
Me encuentro en una sala atestada de gente del partido, ya a estas horas de la noche, cansados de
estar habla que te habla, escribe que te escribe todo lo concerniente a mi campaña. Abundan los
cuellos desabotonados, corbatas sueltas y ojos fatigados. El humo del cigarrillo envuelve el lugar
cubriéndonos de una neblina maloliente empeorando nuestra modorra. Las discusiones amigables—y
otras no tanto—están a la orden del día. Mi equipo y yo hemos pasado horas perfeccionando las
mejores formas de encausar la campaña para lograr más impacto y ya la noche se ha apersonado
recordándonos que somos humanos.
—Mis fuentes señalan que los autores de la campaña de desprestigio contra ti son estas personas—Salas me pasa una hoja con la lista de los bribones—. Al parecer se les vio reunirse con su
especialista en armar complots.
No me sorprende ver encabezando la lista a mis acérrimos enemigos, ni mucho menos me
sorprende, que sean capaces de calumniarme. Eso sería lo de menos en ellos.
—Te he preparado una entrevista para mañana a primera hora y así puedas defender tu punto y
limpiar tu nombre—dice García que como siempre está en todo.
Asiento. De inmediato mi mente comienza a cavilar rápidamente una manera de devolver la pelota
a esos huevones. Tengo que hacer que caigan de una vez por todas. Con sus suciezas entorpecen el
camino de los que sí quieren hacer el bien por Venezuela, como mi admirado compañero de lucha:
Diógenes Pérez, ahora preso injustamente.
—¿Qué has sabido de Pérez?¿Qué ha pasado con su juicio?—pregunto a Salas que siempre está
bien informado.
Pone mala cara.
—Jodido. Al parecer, la fiscal se vendió y me han dicho que se cansaron de sembrarle pruebas
falsas. Solo contamos contigo Petroni. Ellos como que te tienen miedo.
Yo no me fiaría de eso.
—¿Y quién sería el candidato pro gobierno?
—Tal parece que Carreño, por lo que he escuchado.
Esto se pone interesante...
¿Será que puedo matar dos pájaros de un tiro?
Suena mi teléfono y al ver la pantalla me sorprendo, Clarissa me está llamando. Esto sí que es una
novedad. Me asalta la ansiedad ¿le habrá pasado algo?
Contesto.
—Hola, ¿qué pasa? ¿Estás bien?
—Sí. ¿Estás ocupado?
—Sí. Espera un momento…—tapo la bocina del teléfono mientras me dirijo a un sitio más
tranquilo y solitario—lo siento estoy reunido…
—Ven a buscarme—dice ella de sopetón y otra vez siento que algo malo le está pasando.
—¿Por qué? ¿Te ha pasado algo?
—No Sebasthian—dice displicente.
¿Qué se trae?
—¿Y entonces?—veo el reloj, tengo el tiempo contado.
—¿Entonces qué? Quiero verte.
¿Qué coño?
Eso sonó como una orden. Qué se cree esta niñita, que voy a salir corriendo a cada capricho suyo
con el cuentico de que estoy enamorado de ella. No me jodas Clarissa, estoy bien ocupado.
—¿Ah si?—le digo
—Sí.
Aunque quisiera no puedo. Es tarde y estoy refundido de trabajo. Sorry baby.
Suspiro.
—Clarissa, no creo que pueda desocuparme temprano…
Antes de que pueda soltarle una buena explicación ella me corta la llamada. ¡A la mierda! Eso me
ha dado en la tecla, esa vaina sí me cabrea en verdad. Busco su número y lo marco una, dos y a la
tercera mi sangre se convierte en lava. La segunda vaina que me molesta: que no me contesten el
teléfono.
¿Por qué me habré antojado yo de fijarme en esta carajita?
Mascullando maldiciones le envío un mensaje.
SEBASTHIAN: CONTESTA CLARISSA
—Aló—cuando escucho su voz me aplaco. Casi puedo verla al otro lado de la línea como un
cervatillo asustado.
Mi niña asustadiza.
—Cielo, estoy reunido con los miembros del partido, pero si te parece, puedo ir en dos horas.
¿Aún querrás verme? Porque yo siempre quiero hacerlo—digo como el mismísimo pendejo en el
que me ha convertido—.Dime.
—Discúlpame. No debí importunarte. Olvídalo—dice atropelladamente.
Si se cree que me va a dejar picado está bien equivocada, y es que si me dice que no, salgo ahorita
mismo como una flecha a llevármela por los pelos al estilo cavernícola, solo para enseñarle que con
Petroni no se juega.
—Oh no Clarissa. No te vas a echar para atrás. Te paso buscando en dos horas, y te haces una buena
maleta de tus cosas. Ya está bueno de tantos rodeos. ¿Entendido?
—Está bien.
Ándale. Está muy obediente.
—Y que sea la última vez, Clarissa, que me cuelgas el teléfono. Eso me saca de quicio.
—Sí—susurra de una manera tan seductiva que casi quisiera traspasar la línea y lanzármele encima.
Suspiro apesadumbrado, todavía me falta mucho para terminar.
—Me va costar un mundo concentrarme ahora… Nos vemos al rato…—le digo y cuelgo.
****
Con López conduciendo el Acura negro pasamos buscando a Clarissa, le doy un besito de saludo
sin apenas apartar mis ojos del celular. El día de hoy he tenido los pelos de punta. He descubierto
quienes están detrás del ardid de desprestigio, y además estamos a mil con lo de la campaña. Hay
mucho que hacer para el tiempo que tenemos. Comienzo a enviar mensajes como loco a García.
Necesito que me prepare una buena agenda en detalle. Necesito medir mi tiempo minuto a minuto. Me
aflojo la corbata y abro el cuello de la camisa. Estoy metido de lleno en el proceso de campaña y
apenas estamos comenzando.
Ingreso al apartamento sintiéndome apelmazado, como si una capa mala vibra me cubriera.
Definitivamente necesito un baño.
—Déjame darme una ducha para quitarme todo el peso del día...
Un hoyo negro ha succionado mi energía.
—¿Tienes hambre?—me pregunta y de nuevo su voz es seductiva. Tira de mi corbata para
acercarme a ella.
Bebé, estoy agotado en serio y tengo hambre...
—Sí, mucha. En el refrigerador hay comida congelada. Carmen me trae algunos platillos, cocina
realmente bien—no puedo resistirme a su boquita y le doy un besito.
—Puedo calentarte algo—ondea su melena insinuante jugueteando con sus dedos sobre mi corbata.
¿Estás buscando pelea mujer?
Quizá, debería cogérmela sobre el mesón. No. Estoy realmente cansado. No quiero quedarle mal a
mi princesa.
¡Baño, comida y a la cama!
—Calienta algo para los dos. Estás en tu casa, ya vuelvo.
Me desvisto y me meto en la ducha deseando que el agua se lleve toda la mala vibra del día. Hasta
ahora lo único bueno es que Clarissa está conmigo, y sin embargo a la final, siento que tuve que
obligarla. Al salir al cuarto me enfundo solo los pantalones del pijama, tomo un condón y lo meto en
mi bolsillo. Lo mejor es estar preparado.
Suena el teléfono.
—Hola Cielo, qué me cuentas.
—Mica, te llamo para darte una noticia. Pero no quiero que me odies por eso.
—¿Qué pasó?
—Acabo de ver a la innombrable como tú le dices y me preguntó por ti.
Me quedo frío con la noticia.
—¿Le dijiste de Clarissa?
—¡No! ¡Cómo se te ocurre! lo que sí le dije es que se mantuviera alejada de ti. Me dio una rabia. Es
tan descarada. Parece que llegó hace poco del exterior y...
—Suficiente Celeste.
—Pero Mica, me dio la sensación de que ella quiere buscarte de nuevo.
Mi estómago se revuelve ante la idea de ver de nuevo a esa mujer.
—¿Algo más?—digo, ya irritado.
—Mica, no te enojes conmigo, por favor...
—Demasiado tarde—cuelgo.
Otra vez la furia y el hastío me golpea el rostro. Cuando por fin inicio una relación con alguien
aparece esa malasombra de mi ex en el panorama. A pesar de que han pasado los años, la burla que
me hizo dejó una fea marca en mi vida. No puedo evitar sentirme asqueado cuando llego hasta
Clarissa. Ella me espera sentada en uno de los banquitos de la cocina y comemos en silencio.
Evado sus ojitos bellos e inquisitivos, lo menos que quiero es hablarle a Clarissa de esa parte de mi
vida. Suficiente con que tenga que lidiar con sus demonios para que ahora deba lidiar con el mío, que
sin duda, es el peor de todos.
—¿Te pasa algo?
—Solo estoy cansado...— ...de lidiar con gente retorcida.
Al terminar vamos a la habitación, apago las luces principales y dejando solo las lámparas, levanto
la colcha.
—¿Qué haces?
—Nada. Vamos a dormir.
—Ah...
Son ideas mías o parece decepcionada.
—¿Qué?
Ella se me acerca y pone sus manos sobre mi torso desnudo.
—Quiero que me mimes. Te dejaré hacerlo. Solo te pido paciencia—me dice con ojitos de cordero.
¡Que le den!
¿En serio Clarissa? tenías que decirme esa vaina hoy que ando cabreadísimo, con toda esta intriga
y la mujercita esa. ¡A la mierda los mimos! Lo que quiero es desahogarme. Además estoy cansado de
que me trates como un traste, me usas y me apartas cuando se te antoja. Si la mujercita esa no acabó
conmigo hace años, seguramente tú sí.
—Creo que la he tenido. Te diré qué, Clarissa. Ahorita mismo no estoy de ánimos para cursilerías.
Ahora mismo te voy a enseñar a andar derechita por el carril conmigo. Si te has creído tú que te
has topado con un pelele, ya te vas enterando. Más nunca voy a dejar que una mujer me tenga como
su títere.
—¿A qué te refieres?
Ah...estas asustada, verdad.
—Me refiero—la lamo desde la barbilla hasta la oreja donde le mordisqueo el lóbulo y allí
susurro amenazador—, a que te voy a coger bien duro a ver si te dejas de jugar conmigo.
Clarissa da un respingo.
Haces bien en temerme nena.
Rápidamente me apropio de su boca devorándomela por completo. Y la pego a la pared como una
estampilla, una vez allí la embisto salvajemente repetidas veces. Campeón quiere traspasar las telas y
enterrarse en ella.
Prepárate Clarissa hoy no hay tontos romanticismos ni galanterías.
Mientras asalto su cuerpo con mis manos pienso en la innombrable y como jugó conmigo. Me
invade la ira. No te dejaré Clarissa que me hagas eso. No, tú no. Aprieto su cuerpo de la manera más
vulgar que conozco.
Tú eres mía. Mía. Mía.
Noto que ya está excitada. Le gusta que la trate así como si fuera una ramera barata. Esa idea me
perturba y me confunde muchísimo.
Clarissa no.
Clarissa no.
Vuelvo a besarla con vehemencia lamiéndole y mordiéndole los labios como si estuviera
completamente enloquecido. Pensar en ella como la innombrable anula mi juicio por completo. Es
una aberración.
No.
Tú no Clarissa.
Tú no.
Arranco sus bragas y la lanzo en la cama. Ella me ve con la más pura lascivia, desnuda de la
cintura para abajo. Nada de ojitos tímidos y sonrisitas pícaras. Esa visión me asquea, de nuevo la
comparo con la innombrable.
No, mi niña no.
—Voltéate—ordeno y ella lo hace de inmediato.
La agarro por su cinturita de avispa, atrayéndola hacia mí en el borde de la cama. Con celeridad le
quito el vestido y está completamente desnuda ante mí. Mi vista recorre su curvilínea espalda hasta
llegar a su redondito trasero.
Ese cuerpo es mío y de nadie más.
Levanto su maravilloso trasero de melocotón, dejándolo justo donde lo quiero. Afinco mi mano
suavemente hasta lograr que ella baje su espalda y cabeza hasta dejarlas pegadas a la cama. Muy bien,
así me gusta. Una vez allí me deleito en la suavidad de su prístina piel.
Bella.
—Quédate así—le digo al oído.
Acto seguido deslizo mi lengua húmeda y tibia por la sedosidad de su espalda. Ella se retuerce
indefensa mientras voy saboreándola hasta llegar a su firme melocotón. Rápidamente tomo el condón
el bolsillo, lo abro y me lo pongo en Campeón y tomándola de los tobillos la penetro duro hasta el
fondo.
Ella grita.
Me aferro a sus caderas y hago círculos con mi pelvis penetrándola fuerte y profundo. Clarissa
ahoga sus gritos en las sábanas. Me siento inflamado y desesperado, y aunque soy yo el atacante, no
puedo evitar sentirme víctima.
Si ella no sintiera nada por mí… eso me mataría.
—Quiero que me digas que te gusto— le exijo.
Ya no puedo más con su silencio.
—Dímelo—exijo embistiéndola con más fuerza.
—Ay... —chilla ella.
La tomo del cabello con una mano mientras sigo aferrado a su cadera con la otra y meneo mi
pelvis de nuevo haciendo círculos, dilatándola, abriendo su estrechez. Su apriete volvería loco a
cualquiera.
—Dímelo Clarissa—me salgo parcialmente de ella y vuelvo a empujar a Campeón bien duro hasta
el fondo.
—Oh…sí, sí me gustas...muucho—dice ella bien caliente y súper excitada.
Te gusta que sea brusco ¿eh? Ya te daré rudeza...
Suelto su cabello y comienzo a acariciar la hendidura de su trasero sin aplacar ni un poco mis
bruscas embestidas. De inmediato ella se tensa, negándose.
¿Que no? Ya verás que te va a gustar…
—Quédate quieta—digo entre dientes mientras voy metiendo y sacando rítmicamente mi pulgar.
Ella se retuerce y se convierte en toda una gatita ronroneante mientras que yo continúo con mi
ataque sexual. De pronto su pelvis comienza a moverse a un ritmo frenético. Su cuerpo ha tomado el
control. Ralentizo un poco mi penetración y dejo que ella guíe.
—¿Me extrañaste verdad?—lloriquea—¿Me extrañaste Clarissa?
—Sí—dice con voz apenas audible.
—¡Que me lo digas!
—Te extrañé... Ay... te extrañé—chilla con desespero y pronto llega al clímax. Al sentir sus íntimas
palpitaciones sobre Campeón me culmino de inmediato.
Esto ha sido...
Me salgo completamente. Ella cae sobre las sábanas, agotada. Una capa de gotitas de sudor cubre la
piel de su espalda. Cuando retiro el condón noto que hay un poco de sangre en él, como que fui muy
rudo con ella.
Lo lanzo en el piso sintiéndome un poco culpable... Pero en parte ella es responsable por estar con
sus jueguitos de adolescente. Compórtate como un adulto y asume tu realidad Clarissa.
Me acuesto a su lado y la atraigo hacia mí colocando su cabeza sobre mi torso y arropando
nuestras partes. Al fin un poco desahogado creo que he pagado mi mal día con Clarissa. Le lanzo un
vistazo y se le ve tranquila hasta relajada diría yo. Parece que le gustó el polvo rudo.
—¿Estás enojado?...fuiste muy rudo conmigo—dice con una vocecita dulce colocando su mano en
mi pecho.
—Te lo dije, no me gusta que jueguen conmigo. Vas y me llamas, me incitas diciéndome que
quieres verme, y luego me cuelgas y no me contestas. No sé con qué clase de tipejos salías antes pero
a mí me respetas. Yo soy un hombre no un carajito. Si quieres verme, quieres verme, y si no, no me
llames. Yo no estoy para perder mi tiempo.
—Lo siento—dice escarmentada.
—Espero que sí y que no vuelvas a hacer esa mierda.
Respétame Clarissa, trátame como me lo merezco. Es lo menos que espero de ti. Ya yo pasé por la
burla y el descaro de una mujer que no me quería y no quiero pasar por eso contigo. Ya no soy un
muchacho, soy un hombre.
—¿Solo estás molesto conmigo o te preocupa algo más?
Diste en el clavo nena.
—Algo más.
—¿Te gustaría contármelo? —enrolla juguetonamente sus deditos en el vello de mi pecho.
Me acomodo para verle el rostro. Estoy sorprendido ¿Qué le pasa?
—¿Qué?
—Estás muy complaciente hoy.
—Oh… no te gusta—dice con vocecita de niña triste.
¿Será que te digo lo que me pasa?
Opto por contarle algo de lo que tengo en la cabeza ahorrándonos el mal rato de hablar de la
repulsiva mujer...
—Mi equipo y yo estamos buscando recursos para mi campaña. Y han estado rodando rumores de
que yo obtengo fondos del narcotráfico....
Le cuento a Clarissa como eso afectaría mi campaña y ahora sé que Carreño y Pestana por lo
menos están detrás de todo. Que bueno que he mandado a investigarlos con mis fuentes y ciertamente
a ellos no les agradará que esa información llegue a los medios. Estoy seguro que debe haber algún
juez decente en los tribunales que no se deje amilanar por las vacías amenazas de esos dos.
Mientras voy contándole a mi nena acaricio la suave piel de su muslo y es algo maravilloso y
relajante. Ella está muy mimosa conmigo, acaricia mi torso, mi mentón y está atenta a todo lo que
digo. A medida que pasamos el rato siento que mi día ha mejorado una barbaridad, gracias a su
presencia.
—...Así que en eso estoy Clarissa, eso es lo que me pasa.
De pronto siento su manita deslizarse hasta mi entrepierna la tomo rápidamente.
—No.
Por favor, cielo, no quiero maltratarte más.
—Sé que te he lastimado. Fui muy bruto contigo. Debemos abstenernos mientras te recuperas.
—Eres una persona autoritaria ¿lo sabías?—dice sonriente, y mimosa me rasca el mentón.
Eso se siente bien.
—No es así. Sé lo que quiero y voy por ello—Clavo mis ojos en ella que por esta noche no le
había notado como suelo hacerlo, estaba cegado por las preocupaciones. Justo ahora vuelvo dar
cuenta de su hermosura, delicadeza y fragilidad.
Mi ángel está aquí conmigo.
—Por cierto, estoy encantado de que estés aquí. No me lo creo, me parece que estoy en un sueño—digo entre suspiros.
Me embargan de nuevo hermosos pensamientos por mi bella y apoyándome en mis codos me
recuesto sobre ella y la observo embelesado.
Parece un ángel con boquita de botón de rosa, y entonces, no me explico como pude confundirla
siquiera con aquella mujer, es como el cielo y la tierra, no podrían ser más diferentes. Mi mente me
jugó una mala pasada seguramente apoyada por la ira y mi temeroso corazón. Bajo mis labios a los
suyos y me entrego a ella con un beso interminable y profundo, en un intento por borrar el
dramatismo de la experiencia anterior.
Ni siquiera en mi mente, mi cielo, me atreveré a compararte con esa mujer.
Eres mi bella. Mi ángel. Mi princesa.
Te amo mi vida.
—Te quiero—susurro.
Y entonces es ella, la que mirándome embelesada, une su boquita almibarada a la mía...
¿Será posible, Clarissa, que ya me quieras?
Jueves 22 de Enero
"Visita indeseable"
Me despierto en la mañana, prácticamente eufórico, enroscado a mi princesa. Como me encanta
compartir mi cama con ella, aunque dormida lanza más patadas que una karateca y me roba toda la
sábana. Entierro mi cabeza en su cuello e inhalo su aroma para grabarlo en mi memoria, hoy no me
dejaré molestar por nada ni por nadie.
En eso Clarissa me da una patada... es toda una pierna suelta.
Sonrío.
Siento que mi inteligencia se esfuma por completo en cuanto despierto con ella así y solo puedo
verla como el mismísimo idiota en el que me ha convertido esta niñita.
Suena el teléfono.
—Aló
—Mica, soy Cielo.
—Hola cielo.
—¿Clarissa está contigo? porque necesito hablar con ella.
—Bueno, en estos momentos no te puede contestar—le doy un besito en el trasero, cubierto
escasamente por mis sábanas.
Celeste ríe.
—Entonces dile que me llame en cuanto pueda.
—Claro Cielo.
—Me alegra saber que estás de mejor humor.
—Insuperable—digo abrazándome al trasero de mi bella durmiente karateca. Es una verdadera
lástima que deba alistarme tan temprano pero tengo una entrevista y debo aparecer como un galán.
Le doy un besito en la mejilla a mi princesa.
—Te voy a extrañar—deslizo mi mano por su cuerpo apenas cubierto por mis sábanas—. A ti
también.
Me ducho, afeito, acomodo mi cabello tal como me gusta. Con un poco de gel, lo alboroto. Me
agrada el efecto. El aspecto engominado y plano no va conmigo. He decidido vestirme un poco más
casual con una chaqueta azul, camisa blanca sin corbata y mis converse. No parezco tanto un
diputado. Solo soy un hombre joven, y esa es la idea. Mi reflejo me guiña el ojo.
—¿Listo para el show, Petroni?
****
El estudio de televisión está abarrotado de gente del público. Una chica pelirroja me acomoda el
pequeño micrófono en el cuello de la camisa, coqueteándome mientras lo hace. Lo siento nena, se
mira pero no se toca. El conductor Jaime Aponte, también le están dando los toques finales para
comenzar la entrevista. Me encuentro sentado frente a él en uno de los sofás.
Listo para el show.
—Diputado Petroni, un gusto en recibirlo—dice Jaime Aponte ya ante las cámaras.
—El gusto es mío.
—Sebasthian Petroni, diputado a la Asamblea Nacional, ahora candidato a la presidencia de
Venezuela. Cuéntenos, qué podemos esperar de usted los venezolanos.
—Bueno, el pueblo venezolano puede esperar soluciones, acuerdos y trabajo incansable para
brindarles bienestar. Que es la finalidad principal de todo gobierno. Aunque no de este por supuesto.
Un gobierno que invita a los venezolanos ante la crisis de alimentos (que ellos mismos crearon) a
que dejen de comer, no es un gobierno efectivo, ni siquiera humano. Lo cual es motivo más que
suficiente para salir de él.
—¿Y qué planteamiento puntual nos daría Sebasthian Petroni al respecto?
—Puntualmente, la única solución posible: reactivar el aparato productivo del país, colocar en
manos del sector empresarial venezolano (óigame bien) venezolano,(ni chino, ni francés) los
recursos, para que sean estos los que produzcan alimentos y productos suficientes para solventar esta
escasez. Que ningún venezolano tiene porqué calársela.
—¿Qué pasaría si Sebasthian Petroni llegara a la presidencia?
—Ah bueno—me acomodo en el asiento sonriente—. Lo que habría de pasar: trabajaría codo a
codo con mi equipo.
—¿Cuál equipo sería ese?
—¿Cuál más? los venezolanos. Aquí en el país existe gente muy capacitada en todas las áreas y que
si se les pone a trabajar como es, dan el todo por el todo. Por supuesto yo sería el capitán del barco.
—Hablando de preparación, usted tiene un impresionante curriculum para su edad.
—Eso dicen.
—Aquí tengo que se graduó con honores en Harvard, fue alcalde del municipio Sucre, recibiendo
varios reconocimientos durante su desempeño. En el 2012 fue el diputado más joven en ser presidente
de la Asamblea Nacional.
—Así es.
—En una sola palabra: ¿cómo se describiría Sebasthian Petroni?
—Progresista.
—En lo personal, muchos dicen que es un rompecorazones, ¿sería una etiqueta adecuada para
usted?
Me echo a reír sobándome la cabeza.
—Vaya. No pensé que me preguntarían eso.
El conductor del programa ríe conmigo.
—Bueno, dado que es el primer candidato a la presidencia soltero, creo que es un tema de
entrevista.
—Mi estado civil no limita en nada mis facultades para comandar esta bella nación. Así que les
pido a los venezolanos que confíen en el poder del cambio que represento. El poder que solo ellos
tienen en sus manos.
—¿Entonces? No ha contestado mi pregunta.
Me echo reír de nuevo.
—Confieso que lo fui. Aunque ahora tengo otros intereses.
—Bueno, estamos en Venezuela, lo que abunda son las mujeres bellas.
Mierda. Espero que Clarissa no vea nunca esta entrevista.
—Hay otra cosa que quiero acotar, y es de suma importancia, y es que por algunas redes sociales
ha estado circulado un rumor que me relaciona con gente del narcotráfico. Quiero aclarar aquí
mismo, en tu programa Jaime si me lo permites, que eso es por completo una falacia. Yo nunca le he
quitado nada a nadie y mucho menos hecho fortuna por medios tan deshonrosos.
»Eso no es más que una campaña de desprestigio orquestada por representantes del gobierno a
forma de amedrentamiento. Todo lo que tengo me lo he ganado honestamente, bien sea, por trabajo
en el caso de mi labor política, por inversiones o por legado familiar. Los Petroni-Agresti siempre
hemos sido reconocidos como gente honesta que ha invertido en el país, y ha garantizado empleo y
bienestar social a los venezolanos.
—Sí, esa empresa es icono en Venezuela.
—Está fundamentada en fuertes valores familiares y en el amor a esta tierra que recibió a mis
abuelos inmigrantes hace ya años.
—Últimas palabras para despedirnos.
—Ten fe Venezuela, aún en los momentos de crisis, podemos hallar la luz y encontrar el camino
para estar mejor, para ser mejores como país. Caminando juntos.
El aplauso del público arropa mis palabras y no puedo más que tener fe en Venezuela...
****
CIELO: hola bebé. Issa está hablando con mami.
Sonrío al pensar en ellas. Mamá y Clarissa juntas. Dos de las mujeres de mi vida. Mi madre,
Marcia de Petroni, siempre ha sido una mujer centrada, cariñosa y muy tenaz; pieza fundamental en
nuestra familia. Y Clarissa, qué decir de la mujer que se ha adueñado de mi corazón en tan corto
tiempo. Espero que se sienta a gusto con mamá, que vea en ella esa figura materna que tanto le ha
faltado en la vida.
—Petroni, te enviaron estos datos. Análisis de la inflación y estadísticas de producción por rubro a
nivel nacional—García me pasa los papeles.
Eso me saca por un rato de mi pensadera en Clarissa. La inflación real—que no comunican los
medios—es insufrible, de un 280%. Realmente deprimente. Me rio irónico. Hay que ser un verdadero
bruto para llevarnos a este estado o un verdadero pillo. En el caso de ellos, las dos cosas. Veo el
reloj y pienso en mi nena, intercambio mensajes con ella para que vaya a casa y me espere.
SEBASTHIAN: bebé, quiero que me esperes en mi casa. Toma la llave debajo del extintor. Es la
que Carmen usa cuando va. Voy a tardar un rato. Ya te extraño.
Suena el pitido del mensaje y es el teléfono de García. Hace un gesto de disgusto.
—Lo siento Petroni, mi familia, tu entiendes.
—Claro—digo yo súper emocionado de tener unas horas libres para dedicárselas a mi nena—.
Entonces me voy.
****
Manejo el Acura de lo más relajado. El día de hoy se ha presentado sin contratiempos y como
guinda, mi princesa, en mi casa, esperándome. Me muerdo el labio imaginándomela; esa piel
inmaculada y suave, su dulce boquita y esos ojazos… definitivamente esa chica me tiene… ¡Uff!
Seguramente conduzco con la misma sonrisita estúpida que tengo desde que la conozco. Aparco
silbando, con el corazón brincándome de la emoción. Subo en el ascensor también en la misma
tónica, regalando sonrisas con los que me cruzo. Entonces abro la puerta del apartamento y quedo en
blanco.
¿Qué. MIERDA. Está pasando?
Me encuentro con una escena de terror. En la sala, una frente a la otra, mi novia y mi ex. La
innombrable. De inmediato me siento como una bomba de gasolina a la que le han lanzado un
fósforo encendido.
—¡Tú! ¿Qué coño haces aquí?—le gruño a la odiosa mujer.
Ella abre los ojos como dos platos.
—Mica, esa no es manera de recibirme.
¿Y qué tipo de recepción se esperaba? ¿Bombos y platillos?
—Tampoco es manera el aparecerte aquí, en mi apartamento sin invitación ¿qué pretendías?—le
grito.
Y entonces me percato en Clarissa que nos ve a uno y a otro alternativamente. Lo sé pronto va a
huir...
—¡Ni se te ocurra irte de aquí, Clarissa! ¡La única que se va es esa mujer y ahora!
—Sebasthian yo... —intenta decirme algo la muy maldita pero no soporta verla aquí. No soporto
siquiera escuchar su voz y que con su presencia incomode a mi princesa. No. No lo voy a soportar.
—¡¡Que te vayas, Nojoda!!—le vuelvo a gritar con todas mis ganas.
Ella huye espantada, y yo lanzo la puerta con fuerza. Me froto el entrecejo pensando qué coño
decirle a Clarissa para que no me deje. Si por menos mi niña a puesto distancia entre nosotros, ahora
que por fin tiene una razón, seguramente lo hará. «No le daré oportunidad» pienso mientras aseguro
la puerta. Dirijo mi mirada hacia ella, está blanca como el mármol y tiene las manos entrelazadas a la
altura del vientre.
—¿Quieres tomar algo?
—No. solo quiero irme—dice abrazándose a sí misma. Está tensa y no la culpo.
Bebé, no te cierres conmigo de nuevo por favor…
—Clarissa mereces una explicación, por favor siéntate y permíteme explicarme. Te aseguro que no
es lo que piensas.
Me dirijo al bar dándole a la pensadora unos segundos para ponerse a tono. Mi ataque de furia me
ha dejado nublado y debo meditar muy bien qué le voy a decir a Clarissa. Me sirvo un trago de ron
seco y vuelvo con ella, sentándome a su lado. Tomo un buen sorbo buscando inspiración.
Primero lo primero.
—¿Qué te dijo ella? —le pregunto enfocándome en su rostro, me interesa su reacción. Solo veo
palidez.
—Que había venido a verte.
—Clarissa, yo no suelo traer mujeres a mi casa. Por favor no pienses eso. Como te he dicho, soy
una figura pública y además guardo papeles comprometedores aquí. Así que no creas que esta es una
pasarela.
—¿Por qué se cree con derecho de estar aquí entonces?—replica ella.
—Cielo, la única que tiene derechos conmigo eres tú, nadie más. Te lo garantizo.
—Eso no contesta mi pregunta, Sebasthian, ¿quién es ella?
Me termino el trago de una vez y lo coloco en la mesa. Clarissa me mira fijamente con sus ojitos
gatunos y el ceño fruncido. Ya qué. Me tocará hablarle de la innombrable...
—Ella fue mi novia...estuvimos comprometidos.
Clarissa palidece aún más.
—¿Y tiene las llaves de tu apartamento?—exclama
¿Llaves?
—Ella estaba aquí cuando llegué.
—¡¡Joder!!
Que mujer tan rastrera. Esperarme en mi casa ¿para qué? Y fue Clarissa quien la encontró. En mala
hora...
—Me imagino tu sorpresa. Habrá usado la llave de repuesto—es la única explicación que
encuentro.
Clarissa me observa unos segundos.
—¿Así que ella vivió aquí, contigo?
—Sí—digo asintiendo.
Debo medir muy bien mis palabras con ella.
—¿Cuánto tiempo?
—Casi dos años.
Se vuelve pensativa. Yo ni me atrevo a decir ni a.
—Compartió con tu familia y todo eso, me imagino.
—Algo.
—Ah—murmura y su linda carita se entristece.
Tomo su mano y le hablo con suavidad.
—Cielo, eso pasó hace mucho, no quiero que te preocupes por eso. Es ridículo que se aparezca por
aquí. Que bueno que pude salir temprano. Me hubiera vuelto loco si te hubieras ido por culpa de esa
mujer.
—Sebasthian, si ella vino es porque tiene asuntos inconclusos contigo y no creo querer estar en
medio de ustedes dos.
¿Acaso está diciendo que me deja?
—Que disparate dices, tú eres mi centro, y ella no tiene nada que ver conmigo. Además, me
importa un carajo lo que tenga o no tenga que decir. Al pasado pisado.
—¿Estás seguro? porque a mí me pareció tu reacción excesiva—dice seria.
¿Ahora me analizas?
—¿Y cómo quería que reaccionara Dra.? Veo a mi novia (una chica que me ha apartado de su lado
en varias oportunidades, sin ninguna razón) en la sala de mi casa con mi ex. Perdóname, pero no
pienso darte ningún motivo para que me dejes.
—Ah... ¿era por eso?—sopesa mi explicación como si esa razón no le hubiera pasado por la mente.
—Claro cielo quiero que estés feliz, que estés tranquila.
Me observa de nuevo en silencio. Esta chica es en verdad taciturna.
—Y… ¿cómo hacías con tus conquistas? tú sabes—trata de poner un tono casual pero la malicia se
le ve por encimita.
Mierda. Ahora qué le digo. La verdad, Petroni, la verdad.
—Curiosa ¿no?—Estoy ansioso y me paso las manos por los muslos para ver si el gesto me relaja
un poco—bueno... nos íbamos a un hotel...
Dile la verdad…
—O... a mi otro apartamento.
—¿Otro?—repite ella.
—Uno que no habito, solo tengo lo básico—trato de restarle importancia pero se le nota que no le
gustó nada la noticia.
—¿Una cama? ¿un sofá? y ¿un mesón tal vez?—dice arqueando una ceja.
Ha enumerado los sitios donde nos hemos abandonado a la pasión.
—Tal vez, cuando quieras te llevo.
—No gracias—dice cortante.
—Oye, no soy un santo tampoco.
—Se nota.
—Aunque por ti me beatifico, si quieres.
—Lo dudo mucho.
Exhalo cansado de encontrarme con esa pared que ha levantado ante mí.
—No empieces, Clarissa, tú preguntaste. No me condenes por decirte la verdad.
Me mira de reojo escapándosele un suspiro. Inmediatamente vuelve a embeberse de sus
pensamientos. Lo que daría por tener el don de Nana justo ahora. Aunque podría apostar que no
piensa nada bueno para mí. Meto la mano en el pantalón y saco rápidamente la llave del inmueble
problemático.
—Para ti. La del otro apartamento. Así sabrás que no lo uso—digo dándole la llave.
Clarissa tuerce el gesto, negándose.
—¡Ay, por favor, Sebasthian, que ridiculez!
—Por favor cielo, tómala—coloco la llave en su manita y la cierro—. No le des tantas vueltas al
asunto, te quiero aquí conmigo. Solo a ti.
Deseo que baje sus defensas, que deje de ponerle más ladrillos a ese muro que ha levantado. Así
que me pongo de rodillas entre sus piernas y metiendo mis manos bajo su vestido comienzo a
acariciar sus aterciopelados muslos.
Oh...Que suavidad.
—¿Quieres... que te mime ahora?
—No, la verdad.
—No seas así bebé. Anoche me lo pediste. Déjame consentirte ¿sí?—digo engatusador y le hago un
mohín, de inmediato ella ríe. Eso es algo.
—¿Eres terrible verdad?—dice negando con la cabeza pero sin dejar de sonreír—... realmente eres
un pillo, con razón todas te aman.
—Todas menos tú, bebé—comienzo a darle besitos en sus muslos. Su aroma me embriaga.
—No digas eso, Sebasthian—¿se siente culpable?
Bebé, si me conocieras un poco sabrías que siempre encuentro la manera de ganar y más si estoy
motivado. Contigo Clarissa estoy súper recontra motivadísimo.
—Tranquila nena, a mí me encantan los retos, y si vienen en un vestidito así, mmm mucho más... —digo con la mejor de sus sonrisas y vuelvo a encontrarla como una niña adorable y falta de cariño. Ya
no más. Ya llegó el que tenía que llegar bebé. Decidido a colmarla de caricias planto mis manos en su
redondito trasero, acercándome más a ella.—Entonces... ¿lista para los mimos? si te incomodan solo
dímelo por favor y me detengo ¿ok?
Sus bellos ojitos ambarinos parpadean. Por Dios que me encantan.
—Ok.
La atraigo y ella se deja caer sobre mí, sus piernas a cada lado de mi cuerpo.
—Que rico estar así, contigo. Por cierto estás muy linda—linda es poco, es una verdadera
preciosura. Esa melena castaña, lisa, enmarcando su delicado rostro, su boquita rosadita, y esos dos
soles observándome me arroban por completo. Me gusta mucho ese vestidito que lleva puesto, pero
tristemente, hoy no haremos travesuras. Hoy nos portaremos bien. Solo mimos. Lo siento Campeón,
te sale descanso.
Con delicadeza llevo hacia atrás un mechón de su cabello, despejando su hombro. Comienzo a tejer
besitos en el mismo.
—Tienes una piel muy suave, como me gusta—entonces la veo, toda entregada a mí, con los ojos
cerrados. Es hermosa. Froto su nariz con la mía. Sonríe aun sin abrir los ojos. Deslizo mi nariz por
sus mejillas embebiéndome de su olor. Mientras acaricio su espalda, con sutileza.
Viene a mi mente lo que me contó Cata,—su mejor amiga. Clarissa nunca había dejado que ningún
chico la tocara, ni siquiera que se le acercara, huyéndole a todo tipo de intimidad. Bueno, creo que
hemos progresado. Yo diría que estamos a medio camino.
—¿Te gusta cielo... te gusta estar así conmigo, verdad?
—Sí—susurra casi adormecida.
—Y a mí, mi vida, podría estar así contigo por siempre.
Adoro tenerla en mis brazos...
Viernes 23 de Enero
"Abatido"
Veo el reloj y ya estoy sobre la hora. Espero que no se haya ido todavía, es de vital importancia que
le entregue estos papeles para que mi plan dé el resultado deseado. He maximizado mi seguridad.
Hoy tres escoltas me siguen la pista muy de cerca imposibilitando que algún espía se haga de
información sobre mi paradero. López aparca el Acura en la entrada del banco. El gerente me espera
en la puerta, entro con paso apremiante y él me lleva rápidamente hasta una puerta de servicio, al
salir encuentro la camioneta negra con vidrios ahumados.
Al ingresar al coche, consigo a quien estaba esperando, al célebre juez Eduardo Balmonte apodado
«El Yunque». Es un hombre imponente, rollizo y con una barba bien cuidada.
—Vean a quien tenemos aquí, pero si es el diputado Petroni. —dice acariciando su barba mientras
me siento a su lado.
—Juez, un gusto conocerle—nos estrechamos las manos.
—Depende de para qué me quiera, después de tanto misterio estoy un poco intrigado.
—Tengo aquí unas pruebas que me parece estarían mejor en sus manos—le paso el sobre que
contiene una serie de documentos y fotos. El echa un vistazo a su interior—. Doy fe de que esa
información es real y fidedigna.
—Tal parece que sí... Esto está muy bueno—palmea el sobre—. Y... ¿qué gana usted con eso?
—¡Sacar la mierda que tiene podrido a este país!
Resopla.
—Ah bueno... Entonces considéreme su amigo. Porque ese Petroni es precisamente mi trabajo, y si
me lo facilita, para mí es mejor. Además, a mí no me amilana nadie, como usted bien lo sabe, no en
balde me llaman «El Yunque» ¡Porque cuando les caigo, los reviento! No tengo familia que proteger
y me importa una mierda el dinero. Sabe lo que sí me importa: mi legado, mi integridad. Así que
cuente conmigo. A ese Carreño me lo llevo yo.
—De más está decirle que no nos conocemos.
Se echa reír.
—¿Le va a enseñar a un zorro a cazar?...
Terminada mi reunión con «El Yunque» despido a mis escoltas y me dirijo a casa de Clarissa, hoy
la llevaré a comer fuera. Cuando voy llegando a casa de mi niña hermosa la veo con un hombre. Este
es alto, desgarbado y con un gesto en su rostro que me da muy mala espina. Alcanzo a escuchar algo
de lo que ella le dice.
—Qué te traes entre manos. Eres un sucio.
¿Quién es ese tipo?
—Hola cielo, nos vamos.
—Sí, vamos—dice ella y con celeridad me toma de la mano.
En el auto el silencio nos cobija y Clarissa con la vista perdida juguetea frenética con su cabello.
Algo le está pasando y sé que es por ese tipo que vi. ¿De dónde habrá salido?
—¿Quién es ese tipo?—pregunto en un tono casual.
—Alguien que conozco.
No me digas...
—¿Ah, sí? ¿De dónde?
—De la casa hogar—no me gusta su tono vacilante.
—Mmm… ¿cómo se llama? —sigo con la vista fija en el camino.
—Leonardo.
—¿Y su apellido?
Ella se tensa.
—¿Para qué Sebasthian?
—Digamos que por curiosidad.
—No lo sé—le lanzo una mirada de reojo. Está muy ansiosa y en definitiva lo sé: me está
mintiendo. Mierda. En verdad odio que me haga eso.
—No me mientas Clarissa—le advierto.
—Te he dicho que no lo sé—dice exasperada.
—Sabes que puedo averiguarlo, ¿verdad?
—Adelante—me reta ella.
Parece una adolescente altanera. Vaya, eres rebelde Clarissa.
Exhalo.
—Sé que me estas ocultando algo. Muy a pesar de ti te conozco muy bien, y además soy experto en
mentiras. Puedo leer a las personas. Ay Clarissa, no me gusta para nada lo que estoy viendo en ti.
¿Por qué cubres a ese pelmazo?
—Sebasthian, por Dios, ¿estás celoso?
—Sí y no. ¿Tuviste algo con él?
—¿Qué? ¡No!–se ríe con desparpajo, por lo menos sé que no tuvieron nada.
—¿O es que quieres tenerlo?
Se vuelve a reír y en eso me entra un segundo aire, parece que no tienen interés romántico entre sí.
Sin embargo, me molesta su risa ¿será que se burla de mí? Claro Petroni, sabe que te tiene en sus
manos.
A veces, en verdad, me irrita esta niña.
—No le veo lo divertido—aprieto el volante con fuerza un tanto frustrado con ella.
—¿Cómo crees que me puede gustar teniéndote a ti?—me dice con picardía aleteando sus largas
pestañas.
Eso me roba una sonrisa. Con cuanta facilidad caigo ante sus encantos pueriles.
—¿Ah, sí? No lo sé, me confundes, hay algo que no me cuentas eso está claro.
Sí y voy a averiguarlo...
Apenas entramos al restaurante Clarissa se disculpa y se dirige al tocador. Sigue con su
ensimismamiento. Aunque sospecho que intenta disimularlo. Es pésima en eso. Ha dejado el bolso en
la mesa y noto una pequeña tarjeta que sobresale apenas.
Leonardo…
¡Mierda, me dijo que no sabía su apellido y tiene su tarjeta!
Me froto el entrecejo con la bilis en la garganta. Trato de tomarla pero esta se hunde más en la
bendita libretita que le he visto a veces. Tomo la libreta y la abro donde está la tarjeta.
Prof. Leonardo Cabello
Universidad Central De Venezuela
Teléfono: 041236786
Clarissa me mintió. Mi princesa me mintió. Se me descompone el cuerpo. Mierda. Mierda. Mierda.
No puedo estar viviendo de nuevo esta vaina. No Dios mío, esto es demasiado. Bajo la mirada
apoyando la frente en mis manos y me encuentro con algo completamente inesperado. En su libreta
hay una carta para mí.
Querido Sebasthian:
Me has preguntado una y otra vez que siento por ti y me encantaría decirte mirando tus bellos ojos
azules que me encantas...También me tienes fascinada y esto que siento por ti es tan fuerte que nubla
mi mente. Quisiera poder decírtelo así como lo haces tú, pero me aterra hacerlo. Esto es algo nuevo
para mí. Adoro tus manos sobre mí, tus caricias son un néctar delicioso que ansío probar cada vez
más y más.
Eres el hombre más interesante, divertido, sexy y magnético que conozco y también deseo dejarme
querer por ti, pero te pido, te imploro, te ruego que me tengas paciencia y que no me hagas caso
cuando te digo que te alejes. Me siento en casa cuando estoy en tus brazos. Y eso ya es mucho que
decir.
Así que, sí, me gustas muchísimo.
Clarissa.
Hojeo las páginas y hay más, todas sobre mí.
Querido Sebasthian
Estaba recordando cómo me protegiste cuando pasó lo del acosador. Vaya nadie nunca había hecho
eso por mí. Me sentí tan protegida y querida. En verdad me gustas demasiado, pasan las horas y no
dejo de pensar en ti. ¿Por qué me gustas tanto? Temo dejarme llevar. Por favor no me dejes.
Clarissa.
Toda esta vaina me ha tomado por sorpresa. Miro la tarjeta y la libreta y me siento completamente
confundido. ¿Qué significa todo esto? ¿Qué mierda hago ahora ante esto?
Consciente de que falta poco para que aparezca Clarissa, tomo la tarjeta y me la guardo en el
bolsillo. Oh no, ella no le va a llamar. De ninguna manera voy a permitir que lo haga. Escribo un
mensaje para López con los datos del tipejo y de inmediato se lo envío. Quiero que me averigüe
¿quién coño es? Veo a Clarissa que se dirige hasta la mesa y con destreza deslizo su libreta dentro del
bolso. Ella se sienta frente a mí aparentemente tranquila. Yo sin embargo debo hacer un gran esfuerzo
para no endemoniarme. Comemos en un absurdo silencio.
No puedo disimular mi malestar. Pienso y repienso «Dímelo, Clarissa, dímelo. Cuéntame qué te
traes» como era de esperar, ella se hace la desentendida. A medida que pasan los minutos me resulta
más difícil no explotar, pero no quiero hacer un espectáculo en el restaurante.
—¿Cómo estuvo todo en la Asamblea?—pregunta ella.
—Como siempre, hay mucha gente falsa en esa mierda.—le doy una mirada significativa.
—Ah... ¿estás enojado?
—Bueno, si hay algo que me molesta son las falsedades. Esa vaina me cabrea en verdad.
Suena el pitido de mis mensajes, es López y ha conseguido la información que le pedí (en tiempo
record). El tal Leonardo es una verdadera joyita. Solo había que mirarle la cara y el porte para saber
que no era ningún santo. Otra vez siento el sabor amargo en mi boca. De inmediato le pido la cuenta
al mesonero con un gesto. Pago en efectivo y salgo dando largas zancadas.
—¿Qué pasa?—dice Clarissa, corriendo detrás de mi.
Cuando ya estamos más alejados del restaurante la tomo del brazo.
—¿Qué significa esto Clarissa?—le enseño la tarjeta del pendejo ese—¿hay algo que me quieras
decir?
Me mira con ojos desorbitados. Su reacción no me gusta para nada.
—¿Revisaste mis cosas?—dice indignada.
—Si me mientes lo voy a hacer, y desde que lo viste andas rara.
No se te ocurra mentirme Clarissa...
—No es lo que crees—me baja la mirada y eso me sube la adrenalina.
¿Qué me ocultas? ¿Qué es lo que no me dices?
—¿Qué es entonces?—digo irritado
—Por favor Sebasthian, es privado.
Intenta entrar en su mutismo de nuevo pero no le voy a dejar.
—¿Qué carajos significa eso? No debe existir nada privado entre nosotros.
—Es que no te lo puedo decir—dice pálida viendo sus dedos.
—Dímelo—le advierto—. Mira, ese hombre está metido en líos con drogas y esas cosas. Se asocia
a malandrines. No es de fiar, no quiero que tengas nada que ver con él.
Me mira sorprendida.
—¿Y cómo sabes eso?
—Lo mandé a investigar. Te dije que lo haría.
—Ay, por favor Sebasthian, créeme puedo lidiar con eso—dice con su cinismo típico.
Ya estoy a un paso de explotar...Ninguna de sus reacciones hasta ahora me han gustado, es evidente
que me oculta algo, me pone los pelos de punta solo de imaginar lo que puede ser.
—¿Qué pasa Clarissa, qué mierda te pasa con ese tipo? No me gustan los secretos te sugiero que no
me hagas perder la paciencia, sabes cómo me pongo.
—¿Me estás amenazando?
—Solo quiero que me digas que te pasa... me estás volviendo loco...no sé que pensar...
Quiero confiar en ti Clarissa pero como hacerlo si tú no lo haces...Por favor confía...
—Prefiero no hacerlo—dice y esa es la gota que derramó el vaso.
—Basta!...hasta aquí llegamos tú y yo. Te niegas a confiar en mí y yo no pienso suplicarte más—digo preso de un ataque de rabia y celos, no quiero imaginarme lo peor pero resulta inevitable.
Ella se pone aún más lívida casi como un papel.
—¿No piensas decirme nada? A pesar de lo que siento por ti, debo reconocer que eres una pared.
No puedo contigo. Me rindo. Ya no más. No pienso buscarte más. —paso las manos por mi cabello,
lamentando mis palabras de inmediato.
Sus ojos se vuelven enormes y lastimeros, y su boca como si estuviera esculpida en piedra no
emite ningún sonido. Está asustada. La he asustado. Entonces bajo mi tono, quiero una respuesta no
que se vaya.
—Di algo.
Se lleva sus manos al corazón y es como si se lo hubiese roto, sus ojos retienen las lágrimas, como
su boca las palabras. Ahora soy yo el asustado. No quiero que se vaya.
—Entonces...adiós—musita e intenta irse pero rápido la tomo del brazo.
Ahora le hablo con sutileza anhelando que eso baje su guardia.
—No puedo estar con alguien que no confía en mí, Clarissa, ya estoy cansado de esa mierda.
Se voltea con ojos llenos de furia, soltándose de mi agarre.
—¡¡Entonces por qué coño no me sueltas!! ¿Crees que me da miedo estar sola? ¡Te doy una noticia:
Esa ha sido mi puta Vida! ¡¡A la mierda contigo!!—inmediatamente sale corriendo poniendo
rápidamente distancia entre nosotros.
He sido arrollado por un tsunami.
Me quedo en una pieza. La he acorralado, me ha atacado y se ha ido. Me llevo las manos a la
cabeza exhalando como si la vida se me fuera en ello. Nunca, en el tiempo que nos conocemos, le
había visto así. Estaba furiosa, estaba aterrada y me atrevería decir lastimada.
Yo y mi bocota. Lo que hice fue empeorar todo entre nosotros. Sé que ella no es infiel, no es la
innombrable. ¡Es Clarissa por amor de Dios!, mi niña bella. Pero me cabrea que no me diga que se
trae con ese oportunista de mierda. Miro el teléfono y cuando mi dedo se dispone sobre su número lo
dejo en el aire, sé que ella no va a contestar mis llamadas, ni mis mensajes. Quizá ni quiera hablarme
más después de que prácticamente corté con ella en un ataque de rabia.
¿Qué coño me poseyó para soltarle toda esa mierda a Clarissa? si yo sé que se vuelve un ocho con
las emociones. Definitivamente estoy completamente orate.
Mientras conduzco a mi casa, rastrillo con los ojos las calles de Caracas a ver si consigo a mi
princesa, si la encuentro la meto en el coche así sea por la fuerza. Pero no, ni sombra de ella.
Comienza una llovizna a velar el camino y es como si mi triste corazón llorara su ausencia.
Al llegar a casa el silencio es asfixiante, voy directo al bar, tomo una botella de whisky y sin
protocolo me la empino, sentándome en el suelo de la cocina. Mi celular repica como loco pero
ninguno de esos mensajes es de Clarissa.
—¡A la mierda todos!—lo pongo en vibrador, lo tiro al piso, y este se zarandea poseso.
Continúo empinándome la botella como si de agua se tratase, y es que a pesar de ello, no logro
aplacar ese dolor que se ha agolpado en mi pecho. Una lanza me ha atravesado por completo.
Desearía poder borrar de mi mente la imagen de Clarissa enojada mandándome a la mierda. Esa es la
que más me perturba. Toda esa ira en sus palabras y en sus ojos, parecía el más puro odio.
Clarissa odiándome; eso sería abominable. Daría cualquier cosa por jamás ver en ella esa mirada
de nuevo.
Suspiro extremadamente agotado. Siento que la situación me supera por completo.
Me encuentro profundamente abatido ante la idea de pasar una noche sin mi niña, y muchísimo
más, ante la nefasta perspectiva de que eso se convierta en mi vida de nuevo. Nunca podría volver a
mi pasado, desde que la conocí algo cambió en mí. Me invadió un deseo de protegerla, de adorarla,
como si de una santa se tratase. No puedo negar que intentar enamorarla ha sido todo un reto y ha
requerido pericia y por sobre todo un camión de paciencia.
Nana se quedó corta con lo que me dijo, no necesitaba paciencia con Clarissa sino la Señora madre
de todas las paciencias.
Parece mentira que haya fallado con ella, considerando que usé todas mis armas de seducción, le
entregué mi corazón como un niño, le abrí todo mi mundo: familia, casa, trabajo; montándola en un
pedestal y nada de eso fue suficiente para que ella confiara en mí. Tenía la esperanza de que al
conocerme al fin, bajaría sus defensas conmigo. Que lograría ahuyentar sus miedos.
Pero no.
—¿Que más querías, Clarissa? ¿Mi alma quizá?—digo zarandeando la botella que está casi vacía.
...Y sin embargo me parece que ya la tienes. Tienes mi alma...
Sin ti, el mundo se me presenta obscuro y vacío... Sin ti...
Mi ángel
con boquita de caramelo
Mi ángel
de piel aterciopelada
Mi ángel
con ojos de atardecer
Sin piedad alguna invaden mi mente imágenes de ella, sonriente, asustada, extasiada, arrobada por
mis caricias, dormida, taciturna, enojada, triste...
Clarissa, Clarissa, Clarissa.
Las amo a todas, sin duda. Aunque sean, difíciles y desconcertantes, no las cambiaría por nadie.
Ella es única. Ella es mía.
Ya no.
Siento a mi corazón resquebrajarse totalmente, está dolido y le falta poco para caer hecho polvo.
No puedo aceptarlo. Definitivamente no voy aceptar esto. Es un soberano error. El peor de todos.
Mi corazón cual dictador me lo exige: ¡¡búscala... ámala!!
Como no escucharlo si grita tan fuerte y contundente.
¡A la mierda todo!
Le voy a suplicar, me le voy a hincar de rodillas si es preciso. Me voy a tragar mi orgullo con tal
de que regrese a mí.
Sí, eso es lo que voy a hacer.
No estoy dispuesto a perderla de ninguna manera.
No, a mi Clarissa.
Sábado 24 de Enero
"Amándote"
A las cuatro de la mañana ya estoy despierto. La verdad, no pude pegar un ojo en toda la noche.
Soy el prisionero de una ansiedad perturbadora desde que mi niña me dejó en medio de una de las
calles de Caracas. Si soy sincero desde que la conozco me embargan todo tipo de emociones,
robándome la claridad mental que siempre he ostentado. Parece mentira que un hombre con mi
experiencia consumada en las mujeres y en la vida se vuelva nada ante una niña. ¡Oh pero no es
cualquier niña! Es la más adorable, exquisita, delicada, maravillosa, ardiente...
¡Basta!
No soporto más a mi mente que no se cansa de restregármela en la cara.
Llevo horas despierto, y para no sucumbir a la idea de lanzarme por el balcón, me vuelco por
completo en la cocina. Sí, voy a cocinarle a mi princesa algo digno de ella. Le haré Cordero, con una
receta especial que me enseñó Camucha (como la mayoría de mis recetas). Como le dije a Clarissa no
suelo cocinar, pero si hay algo que me relaja es hacerlo. Además tengo la esperanza de que ella
vuelva conmigo y cuando llegue aquí quiero maravillarla con una exquisitez. Mimarla como lo que
es: la niña de mis ojos. Sé que nadie ha hecho esto por ella nunca. Su triste pasado llega a mi mente
quitándome un suspiro, debido a ello, es tan contenida, tan recelosa. De nuevo quisiera haberle
ahorrado esa experiencia, haber sido su caballero, su príncipe azul, valiente y determinado, que con
su espada y prosa la arrancara de las tinieblas.
Meto el cordero en el horno con una capa de papel de aluminio así conservará sus jugos y lo dejo
cocinar a fuego lento. Mientras me baño, afeito y sigo con mi plan de reconquista.
****
Antes de llegar a su casa me detengo en una floristería, es una tiendita muy mona que se ve bastante
surtida.
—Bienvenido ¿en qué le podemos atender?—dice una chica de piel morena y grandes argollas.
—Me gustaría un arreglo de rosas, de estas rosas estará bien—señalo unas de gran tamaño y
delicado borde rosado, además poseen un extraordinario aroma—. Hágalo grande y exquisito.
—Exquisito, bien.
¿Solo flores para mi princesa? No lo creo ¡Vayamos por todo! Me vuelvo loco comprándole todo
lo que se puede, y de todo lo mejor, lo más grande. Cuando voy a entregarle la tarjeta a la
dependienta de la tienda me detengo en el aire, falta algo.
—¿Tienes bombones?
—Por supuesto, ¿también quiere la más grande?
—Sí, la mejor—digo con una amplia sonrisa, ella se voltea ahogando una risita.
¿Qué? Más grande es mejor ¿no?
Hace falta que tres personas me ayuden a meter sendos regalos en el auto. Ocupan todo el espacio.
Espero que sea suficiente, aunque, nada me lo parece cuando se trata de mi princesa.
Suena el teléfono.
—Petroni—dice Gómez por la otra línea. Seguramente López lo contacto como apoyo en el caso
del tipejo.
—Gómez.
—Hace rato seguimos al tal Leo y llegó a casa de tu novia—sale el aire de mi cuerpo
imaginándome lo peor. La imagen de Clarissa y Leo abrazados de inmediato atormenta mi mente—,
pero iba acompañado de una jovencita.
Mierda. Me entra aire de nuevo. Por poco me da un infarto.
—Al parecer le está chantajeando y quedaron de verse a la una de la tarde—veo mi reloj: son las
doce—. Nosotros lo estamos siguiendo a ver que trama. No debe ser nada bueno cuando la cita en ese
sitio tan peligroso.
—Gracias Gómez—cuelgo.
Me rasco la barbilla dándole a la pensadora ¿con qué puede estar chantajeando ese huevón a
Clarissa? y ¿qué pretende sacar de eso? si ella no posee grandes riquezas. Será un malandrín de poca
monta. Bueno, no lo dudo por su historial, seguramente se conforma con poco.
Ya sentado en el Acura observo los regalos y veo de nuevo la hora en mi reloj. Doce y diez.
Conduzco hasta la casa de Clarissa con la duda instalada en mi cabeza, ¿Qué puede querer Leonardo
de ella? Y peor aún, ¿qué tiene él que a ella le interesa lo suficiente para exponerse así? No quiso
decírmelo y prefirió dejarme por eso. Me rasco la barbilla considerando las posibilidades. Me dijo
que era un conocido de su época en la casa hogar, ¿otro huérfano?
Llegando a casa de Clarissa, apunto de aparcar, veo su viejo corsa rojo saliendo del
estacionamiento, rápidamente la sigo. Son las doce treinta y cinco. Admiro su puntualidad. No va a
hacer esperar ni un minuto al idiota ese.
¡Maldita sea!
Aprieto el volante consciente de que los celos me hacen su presa. «Cálmate Petroni, cálmate» me
digo a mí mismo intentando invocar un poco de mi lucidez. Ya voy a descubrir que se traen esos dos.
Clarissa aparca el corsa a la altura de Plaza Venezuela, yo me sitúo un poco a la distancia, por los
momentos no quiero que note mi presencia.
Me llega un mensaje:
GOMEZ: Petroni mantente en el coche.
¿Que me mantenga en el coche?
Espío a Clarissa que se dirige a un desfiladero bordeando el rio Guaire, y allí está el idiota. Este le
hace un gesto con la mano y ella le da algo. Supongo que es dinero. Entonces hablan brevemente, ella
se da vuelta y sigue hasta el corsa, presurosa.
Siguiendo las instrucciones de Gómez me quedo en el Acura. Con mis ojos fijos en ella, que
gracias a Dios, ya va caminando hasta el suyo. Gómez y compañía pronto emboscarán a Leo. Quiero
que Clarissa coja el corsa y se largue de aquí, pero me sobresalta ver que apenas llega a este la
acorralan tres encapuchados. De inmediato busco mi pistola en la guantera, pero cuando voy a
brincar cual pantera, Gómez y compañía me hacen una seña, aproximándose con sigilo a la escena.
Desesperado, veo a Clarissa luchando a patadas con sus opresores. Prontamente los apuntan,
Gómez y compañía. Brinco del coche con el corazón en la boca y Clarissa escapa de sus opresores
corriendo directamente hacia mis brazos.
—¡Sebasthian!—dice con rostro ceniciento y angustiado, aferrándose a mí con total desespero.
Casi de inmediato se aparta con gesto lastimero.
—Lo siento—musita con la cabeza agacha.
—Ah cariño—la atraigo más hacia mí intentando darle calor. Está helada—, ¿estás bien?
—No—dice con voz quebrada desvaneciéndose ante mí. Con presteza, la tomo entre mis brazos.
—Petroni, vente conmigo en el carro—me dice Gómez—. Echenique se lleva el tuyo.
Asiento en silencio. Una vez allí, en la parte trasera de su coche, recuesto a mi princesa sobre mis
piernas, reviso sus brazos y me encabrona ver que han quedado marcados los dedos de esos
pendejos. Su piel es tan delicada que se enrojece de nada.
—Mierda—mascullo arropándola con mis brazos.
Una vez en el penthouse, la acuesto en la cama y la arropo con cuidado. Se ve tan frágil. Tomo su
manita llevándomela a los labios. No podría estar más enojado con mi niña por ponerse en riesgo.
Me atormenta pensar lo que pudo haberle pasado.
¿Qué pudo ser tan importante Clarissa para que hicieras esto?
Detallo su rostro pálido buscando respuestas. No las encuentro. Está en el mundo de las sombras,
inmersa en su sopor y me pregunto si cuando despierte al fin me lo dirá o seguirá siendo tan
inasequible.
Estoy desesperado ya quiero que despierte. Paseo por el apartamento como loco. He subido ya los
imponentes regalos y los he dispuesto, y a la final acabo sentado viéndola dormir.
Apenas abre los ojos se fija en mí.
—Clarissa, no quiero que vuelvas a hacer una idiotez como esa.
Me le siento al lado.
—¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes?—deslizo mis dedos por su barbilla. No soporto estar lejos de
ella.Baja su cabeza con evidente tristeza, rehuyéndome.
Oh Cielo.
—No entiendo por qué me trajiste aquí. Preferiría que me hubieras llevado a mi casa.
El corazón se me arruga como una pasa.
—Mi intención no era incomodarte... mira, ayer nos dijimos cosas, por favor, vamos a hablar ¿sí?
—tomo su mano con suavidad.
—¿Hablar? ¿Hablar?—me dirige una mirada dolida—¿Cómo crees que me puedo sentir,
Sebasthian? Primero, me pides que te deje ser mi hogar, y luego vas y me dejas. Me dejas tú también
—se le quiebra la voz y rompe en llanto—¿Por qué me hiciste eso? ¿Es que acaso ya no me quieres?
¿Tu amor duró tan poco? ¿Es eso? Nunca nadie me había lastimado tanto.
—Perdóname... perdóname bebé...—ruego, atormentado de verla tan dolida por mi causa—es que
tú no demuestras nada. Te guardas tus sentimientos ¿Cómo podría saber?
—Cómo podrías saber qué ¿por qué tengo que decírtelo? ¿Es que no lo demuestro? No te das
cuenta que a nadie le había entregado mi cuerpo. Estaba completamente negada a sentir cualquier tipo
de emoción que me dejara vulnerable, y vienes tú y te metes en mi vida, como un huracán... y después
me dejas... desolada. No sabes la angustia que sentí solo de imaginarme que tú ya no me quisieras...
Que ya no me quieres... —se cubre el rostro.
¿Cómo siquiera puede pensar eso? ¿Yo, dejándola de querer? ¡Eso es ridículo!
Siento mis ojos aguados y la tristeza es envolvente, solo el machismo detiene mis lágrimas.
—No digas eso, no es así, no es posible que te deje de querer.
—Si es posible... yo soy menos que nada... ¿Por qué me querrías? Eso es lo que no comprendo.
Siento una daga en mi alma. Estoy desgarrado. Clarissa no se ama. Quizá hasta se asquea de sí
misma.
—Lo siento cielo, no tenía idea.
—¿Cómo puedes tener idea tú? Si has tenido una vida completamente diferente. Somos polos
opuestos. Nunca podrías entender de dónde vengo.
—Tienes razón, he sido tan tonto. Nunca debí dejarte. Me arrepentí desde el primer momento que
lo hice y me he estado lamentando desde entonces. Solo que te vi tan molesta que no creí que me
perdonaras.
Dirige sus ojitos enormes y anegados de lágrimas a mí, y entonces comienza hablarme con tanto
sentimiento, hasta el punto, que me cuesta un mundo no tirarme al piso y romper a llorar con ella.
—Has sido muy cruel. Me lastimaste tanto que no he parado de llorar. Me diste algo que nadie
nunca había compartido conmigo. Algo muy valioso para mí y luego me lo arrancas de la nada. Yo...
no sé si pueda perdonarte.
Dios mío. Si ella no me perdona se acaba mi mundo. Estaría perdido flotando en las inmensas
aguas de mi amor por ella.
—Por favor cielo, nunca quise lastimarte. Yo sigo sintiendo lo mismo por ti y verte así me pone
muy mal. Soy yo el que no se perdonará nunca el haberte lastimado. No llores más, cielo—enjuago
sus lágrimas. Me mata verla llorar así.
—Sebasthian, yo no sé cómo amar. Estoy seca por dentro. Tengo tanto miedo. ¿Cómo podría darte
algo que no sé cómo dar? Tienes razón en apartarte de mí, solo saldrás herido.
Lo que me mataría es no tenerte.
—No. Estaba equivocado. Fui un idiota. Perdóname, cielo, no te dejaré nunca.
—No juegues más conmigo, por favor. Deja de prometer imposibles. Has dicho que te cansé. Que
agoté tu paciencia.
—Olvida eso ya, por favor. Yo te quiero mucho y quiero que estemos juntos. Ay Clarissa, no me
bastará el mundo para darte si con eso me perdonas. Perdóname... perdóname bebé... —digo
abrazándola.
Y es que no quiero soltarla. Me aterra la idea de que ponga distancia entre nosotros. «Perdóname,
cielo, perdóname » Me repito una y otra vez mientras le abrazo. Estoy profundamente abatido ante la
idea de dejarla ir. Ella toma mi rostro y lo acerca a sus labios, y esta vez compartimos un beso
tristemente amargo y dulcemente salado.
—Ámame... —susurra con desespero. Ansío tomarla y hacerla mía, calmar mis demonios y
reclamarla para mí; pero mis sentimientos por ella superan mi propio egoísmo. Nunca podría
violentarla y menos ahora.
—No cielo, estás muy alterada. Por favor, descansa. Te acaban de atacar, necesitas calmarte un
poco, yo me recuesto contigo—digo acariciándole su cabello, anhelando que se tranquilice.
—No me dejes.
—No cielo. Estoy aquí, tranquila ¿sí?—me recuesto detrás de ella, llevándomela conmigo a la
cama—Tranquila bebé.
Cálmate, mi cielo.
—Se mi hogar.
—Seré lo que tú quieras, cuando tú quieras, mi cielo.
Y esa es una promesa.
Nos quedamos recostados un rato y al fin me permito llorar—con lágrimas silenciosas y furtivas
—mientras caliento sus lloriqueos con mi abrazo. Acomodo mi quijada en su cabeza y llega a mí el
aroma de su pelo. Espero que la tibieza que brota de mi pecho sea suficiente para calmar ese frio que
la hela, que yo mismo deposite en ella en el calor de un arrebato.
—¿Esas flores?—me pregunta dirigiendo su cabeza hasta el arreglo de flores que le compré.
—Son para ti, cielo. ¿Recuerdas cómo te liberaste de tus captores?
—Me ayudaron unos militares... y tú estabas con ellos ¿verdad?
—Claro que sí. Por un lado mandé a seguir a ese imbécil que te estaba chantajeando, y por el otro,
te estaba siguiendo a ti.
Ella se gira sobre su propio cuerpo quedando frente mí, aun sin romper nuestro abrazo. Me dirige
una mirada de reproche.
¿Qué? Yo cuido lo mío, y no estoy dispuesto a disculparme por eso.
—No me mires así. Yo fui a tu casa a hablar contigo en persona. Sabía que si te llamaba o te
enviaba un mensaje te ibas a alejar de mí, pero cuando llegué ya estabas en el coche, así que decidí
seguirte. No podía soportar otra noche sin ti, anoche fue una pesadilla. Solo veía tu linda carita
mandándome a la mierda.
Se ríe.
—¿Creíste que te desharías de mí tan fácil?—bromeo.
—Tú me dejaste—dice y la tristeza vuelve a su rostro.
Suspiro.
—Lo dije, aunque no lo sentí, solo quería presionarte para que me dijeras lo que te traías con ese
fulano, pero agarraste rápido la carrerilla—de pronto me siento de nuevo abatido—. No entiendo por
qué no terminas de confiar en mí, eso me ha dolido en lo más profundo, Clarissa. Lo peor es que sé
que me mentiste y eso me estaba desquiciando... Yo no soporto las mentiras. Por eso he pasado tanto
tiempo sin una relación seria. No doy mi confianza a cualquiera, pero cuando lo hago, espero lo
mismo. La misma entrega.
Su hermosa mirada ambarina escaneando mi rostro, buscando qué, no lo sé. Entonces, me
sorprende ver que se enrosca más a mí, metiendo su carita en el hueco de mi cuello.
¿Ahora qué? espero no llore de nuevo, después de que por fin se ha calmado.
—Ese hombre me dijo cosas perturbadoras de mi pasado, antes de estar en la casa hogar.
¿Me está contando las cosas sin que le presione? Eso sí que es una novedad.
—¿Qué te dijo?
—Que vivía bajo un puente, que era una vagabunda que hurtaba carteras, y que si no me hubieran
encontrado los de la casa hogar posiblemente fuera una prostituta drogadicta—dice ella y detecto en
su voz hastío.
Ves lo pasa por estar buscando lo que no se te ha perdido.
—¿Y esa vaina te sirvió de algo?
—No.
—¿Para qué querías saber esas cosas? ¿Tú crees que importa? Ahora vas a tener eso taladrándote
la cabeza. ¿Qué esperabas, encontrarte con tus padres biológicos?
—No sabía qué esperar, pero me sorprende la verdad—dice tristemente.
—No es para menos. Pero el que busca encuentra, ya lo sabes—levanto su carita para que me vea
mientras le hablo, quiero aleccionarla—. Ya no insistas en tu pasado. Si haces eso pierdes el poder
que tienes sobre ti misma. Debes sentirte orgullosa de lo que has alcanzado a pesar de todo, con
ayuda de tu padrino o no, lo has hecho tú. Porque aceptaste salir de ese mundillo. Aceptaste la ayuda
que él te brindó—dulcifico mi voz buscando que se sienta querida—. ¿Te crees acaso esa niñita
desvalida y triste? Esa no eres tú. Eres una mujer fuerte, luchadora, orientada al logro, agradecida y
muchos otros atributos que te hacen extremadamente adorable.
Me parece una tontería que ella no se dé cuenta de lo maravillosa que es.
—Además ¿qué es lo que te aflige, no haber tenido familia? Pues ahora la tienes. Mi familia te
quiere y yo también. Ahora ellos son tu familia. —digo enfático.
Sonríe de oreja a oreja y me parece que el sol ha salido de nuevo.
—¿Ves? Ahora eres una niñita consentida y muy querida—esparzo besitos sobre su boquita.
—Tengo hambre—dice ella con gesto de disculpa.
—Vamos a comer, pues—me levanto de la cama y ella me sigue hacia la sala, antes se fija de nuevo
en las flores, las admira y coge la tarjetita. Ladea la cabeza con gesto tierno.
—¿Te gusta?—le pregunto emocionado.
—Me encantan. Nunca me habían regalado flores—dice entusiasmada dándome una buen abrazo.
Valió la pena el costo.
Luego vamos hasta la sala tomados de manos (desesperado por ver su reacción a los otros
obsequios que reposan sobre el sofá) hago una señal con la cabeza indicándolos.
—También son para ti.
Ella pega un brinco hasta allá y se abraza al enorme panda de peluche. Parece una niña abriendo los
regalos de navidad. Uy, es la ternura a la máxima expresión.
—¿Flores, peluches y globos? ¿Acaso te vaciaste toda la tienda?
Ríe radiante mi rayito de sol.
—Es que no sabía qué te gustaba, aún nos falta conocernos.
Todo lo que gasté valió la pena, bebé.
—¡Que exagerado eres!—me riñe sin poder dejar de sonreír.
Me dirijo a la cocina y una vez en el mesón observo la enorme caja de bombones.
¿Qué me irá a decir ahora?
—¿Qué?—pregunta ella curiosa por mi rostro.
—Hay más.
—¿Más?
—Sí—levanto el enorme corazón ante sus ojos, ella los abre sorprendida y se echa a reír con
fuerza.
—¿Qué? ¿Tampoco te habían regalado peluches y chocolates? Es lo clásico.
—No.
Me sobo la barbilla pensando « ¿Qué clase de hombre se encontraría una mujer como Clarissa y
no la galantearía? ¡Solo un pendejo! »
Eso lo explica todo...
—Es que nunca te habías topado con un hombre de verdad, Clarissa; con razón nadie te había
desvirgado.
Su risa frenética desaparece.
—Ya rompiste el encanto—me dice ella con gesto de disgusto.
¿En serio bebé?
—¿Qué? Es la verdad—digo despreocupadamente mientras me dispongo a sacar nuestra comida el
horno, espero que le guste el cordero porque quedó genial. Cuando levanto la bandeja metálica y la
coloco sobre el mesón ya mi niña está sentada en un banquito al otro lado del mismo, mira lo que
hago curiosa, aunque conserva el ceño fruncido.
—No me digas que estás molesta por mi comentario. Parece que no soportas la verdad—comienzo
a repartir nuestras comidas, la fuerza aromática del cordero invade el lugar.
—Eres un grosero.
Ahora soy yo el que se ríe.
—¿Por decir que te desvirgué?... —ah… bebé, bebé, bebé, ¡Qué tierna eres!— desflorarte,
mancillarte y deshonrarte ha sido para mí un placer. ¿Cuál término te gusta más, Clarissa?—digo con
fingida floritura. La veo que tiene un bombón en el aire camino a su rosada boquita, se lo quito con
presteza. Eso arruinaría su paladar. —Oh no, nada de postre hasta después de comer—en cambio yo
que ya conozco el sabor del platillo pronto tengo el bendito bombón en mi boca. Mmm está muy
bueno.
—Oye— dice quejosa.
Es tan graciosa mi niña.
—Es cordero, espero te guste—le acerco su plato.
Rápidamente se lleva la comida a la boca relamiéndose de su sabor. Que está hambrienta resulta
evidente.
—Está delicioso. ¿Otro platillo de Carmen?—muevo mi cabeza negando. Ella abre sus ojos con
emoción—¿Lo hiciste tú?—ahora muevo mi cabeza con gesto afirmativo—. Entonces quiero más—dice con los ojos brillantes como los de un niño.
Así es que se trata a una princesa...
En cuanto terminamos de comer Clarissa recoge los platos y se dispone a lavarlos.
—Deja eso ya y ven acá... —le ordeno. No se hace de rogar y ya la tengo frente mí, entre mis
piernas. Tomo sus manos—Te eché en falta anoche. No sabes lo fría que estaba mi cama sin ti. Me
parece que ya no podré volver a dormir solo. Por tu culpa.
—Que cosas dices—tiene esa sonrisita tímida que me encanta.
—No te estoy mintiendo Clarissa. Nunca me había pasado algo así. Extrañé hasta tus patadas de
medianoche. Creo que deberías entregarle el apartamento a tu padrino y venirte a vivir acá.
Pone los ojos como dos huevos fritos. ¿Pero qué le dije? ¡Por Dios mujer!
—No pongas esa cara de susto. Mira, es lo natural. Yo no quiero que te vayas y tú tampoco te
quieres ir, ¿verdad? Lo sé, estoy comenzando a comprender tus reacciones y hace un rato cuando
llorabas, todo eso que me dijiste me demuestra que en realidad quieres estar conmigo; que no es solo
sexo. ¿Entonces para qué dilatar el asunto? Si sabes que tarde o temprano va a pasar.
—No, Sebasthian, no insistas—de nuevo mostrándose recelosa.
Con ganas de jugar le hago un mohín y ella sonríe.
Suena el teléfono. Es Gómez.
—Petroni, ¿qué averiguaste? —contesto. Sigo unido a Clarissa con una mano.
—Hablamos con el chantajista y cantó como un pajarito, solo le estaba dando información a tu
novia, parece que se conocían desde pequeños. Además tenemos el cheque que ella le dio.
—Ajá. Rómpelo ¿y los otros?
—Eso sí es más complicado, cuando descubrimos sus rostros resultó ser que uno de ellos era un
paramilitar, nos costó sacarle información, pero a la final habló, sabes que tengo mis métodos.
No quiero ni imaginarme los métodos de Gómez, lo que me gusta son los resultados.
—¿Qué dijo el huevón?
—Petroni, me dijo que lo contrató un chivo de la política. Pero no tiene nombre, y le pagó en
forma para que se llevara a tu novia secuestrada a la frontera.
¡Mierda!
—¿Estaban implicados?
—Leo y él, parece que no.
—Entonces.
—Dijo que te habías hecho de poderosos enemigos, y que te prepararas porque ahora es que viene
lo bueno.
—¿Qué coño? ¿Ah sí? Sabes que hacer—cuelgo.
Por primera vez, desde el anuncio de mi candidatura, caigo en la gravedad de la situación en la que
estoy inmerso y a la que he ido arrastrando a Clarissa. Sin duda, mis enemigos encontraron mi talón
de Aquiles con facilidad pasmosa, si le hubiera pasado algo a ella hubiera quedado hecho polvo.
—¿Qué pasó?—pregunta con mirada curiosa.
—¿Qué te dijo Leonardo?
—Lo que te comenté.
—¿Te dijo por qué te estaba chantajeando?
—Bueno, dijo que era algo que él sabía hacer. Que era su costumbre o algo así—se encoge de
hombros—. ¿Por qué? ¿Qué pasa?
—Parece que tu amiguito trabaja para alguien... Alguien que conozco.
—¿Te refieres a que esto que pasó hoy tiene que ver contigo?
—Sí... me temo que ese susto que pasamos se debe a mí al fin de cuentas—de pronto me siento
cansadísimo, la esperanza se me esfuma.
—¿Por qué te pones así? No es tu culpa—dice con sus manos en mis hombros—. Además, me
salvaste y también lo hiciste cuando me atacó el acosador, y ese no tenía nada que ver contigo.
—Sí cielo, pero no será la última vez que te veas en peligro por mi causa. Me temo que mi
candidatura le ha dado la espina a más de uno. Te he puesto en peligro...
Me estoy en enfrentando a un gobierno que no quiere admitir su derrota y la única manera que
tienen es la intimidación de sus candidatos opositores. Saben que de hacerse la elección el pueblo se
volcaría en las urnas humillándoles como lo hicieron en la Asamblea. Puedo protegerme a mí, sé
cómo hacerlo, y tuve suerte en frustrar el rapto de Clarissa, todo gracias a mi malicia característica.
Pero ponerla en peligro por querer retenerla, eso es otra cosa. De nuevo siento ese dolor en el pecho.
—¿No pensarás dejarme otra vez?—dice ella ansiosa.
No le contesto.
—¿Vas a dejarme?—pregunta aterrada.
Yo solo puedo verla con ojos lastimeros, lo último que quiero es separarme de ella, pero no veo
como no exponerla.
—Pues, no te dejaré hacerlo. Ahora no me voy de aquí—se planta delante de mí cruzada de brazos
en actitud desafiante.
—Clarissa, entiende, esto es muy peligroso… yo... lo mejor es que te alejes de mí—trato de
razonar con ella aunque mi propia mente me traiciona, no quiero dejarla. La dicotomía en la que me
encuentro me parte en dos.
—¿Y qué te garantiza que no vuelvan a intentar raptarme?—replica. La sola idea de repetir esa
experiencia me trauma—. Ya no puedes dar marcha atrás. Además, me prometiste que no me dejarías
nunca o es que tú no tienes palabra.
Estoy mudo. ¿Qué le puedo decir si tiene razón?
Inmediatamente se pone roja, colérica y me reprende:
—¡Juro por Dios Petroni que si te vuelvo a mandar a la mierda no te voy a perdonar así me
compres todos los putos peluches, flores y chocolates del país! Es más me voy al cuarto—gira sobre
sus talones en dirección a mi habitación—. No quiero verte más así de deprimido. No te reconozco.
—toma los bombones y el peluche en el trayecto, la veo desaparecer.
Me pongo las manos en la cabeza y veo al cielo en busca de ayuda divina. Yo sabía dónde me había
metido pero me temo que Clarissa no. Pude evitar esta mierda el día que la conocí, en ese bendito
cóctel, si tan solo me hubiese ido antes de conocerla, hubiese sido un caballero al hacerlo. Pero no.
Tenía que conocerla. Tenía que hacerla mía. Siempre con el egoísmo por delante. Suspiro agotado
descansando mi cabeza sobre el mesón de la cocina. Pienso en lo que me dijo, y caigo en cuenta de
que fui yo quien la salvó del acosador cuando le di las armas defensivas...
Defensiva.
Esa palabra ilumina una parte de mi mente. Podría darle maneras de defenderse de uno o varios
atacantes, estén estos armados o no. Sin duda si ella hubiese conocido esas técnicas no habría sido
necesaria la intervención de Gómez y compañía. Sé de primera mano cuales son los puntos claves
para dominar a un adversario sin importar el tamaño del mismo. Eso sería algo, pero haría falta
más… quizá un buen escolta, algo de arma defensiva...
Sí, podría...
Podría armar a mi niña para que no fuese vulnerable, seguramente no se lo esperarían... Ahora me
invade la duda ¿Clarissa aceptará? Aunque no ha dicho que me quiere, a la fuerza siente algo por mí,
lo siento, lo veo en sus ojos, en sus caricias, sus besos, sus lágrimas y ahora en su resistencia a irse
¿o podría ser solo rebeldía latente?
Ahora que lo pienso bien las palabras de Catalina cobran sentido, Clarissa aún es una rebelde,
violenta y oposicionista pero su educación les ha cubierto de cierta clase que las oculta.
¿Y si le propongo mi plan y se ríe de mí, cínica? ¿Quién soy yo, después de todo, para exigirle que
cambie su vida por mí? Solo un tipo que apenas conoce pero que se ha enamorado como un bobo de
ella. En el corazón no manda ni el dinero, ni el abolengo, ni el poder, ni siquiera tu capacidad de
seducir y follártela hasta el cansancio.
Pero esa es la única solución que tengo. La única esperanza que nos queda de dar continuidad a
nuestra naciente relación. Me voy a la habitación con paso decido. Clarissa Spillman veremos si
realmente te intereso o es solo un capri...
¡Mierda!
Recostada boca abajo sobre mis sábanas, usando solo bragas, está Clarissa. Un brazo del panda
oculta parte de su busto y el otro reposa en su espalda desnuda. Apenas me ve, mete un bombón en su
rosada boquita. Es la tentación en su máxima expresión.
Este... ¿qué coño estaba pensando?...
Bordeo la cama buscando la esquina más alejada de ella, esperando que mis pensamientos vuelvan
en mi auxilio. De nuevo soy un idiota ante ella. Mis ojos están atados a su cuerpo. Me siento en la
esquina opuesta cohibido ante su actitud irreverente.
—Tienes una boquita muy sucia me parece que te has ganado unas cuantas nalgadas—Le riño
admirando su redondo trasero el cual parece un bombón de chocolate blanco listo para saborear.
Buscando autocontrol, fijo mis ojos en su sonriente carita—. Francamente me disgusta que te dirijas a
mí en ese tono. No es propio de una dama.
—¿Qué Petroni me vas a castigar?—me reta juguetona, pero no estoy de humor para juegos,
necesito claridad entre nosotros.
—No en este momento... Estaba pensando que podríamos seguir juntos pero tendrías que hacer
unas cuantas cosas...
Este es el momento de la verdad Clarissa…
El corazón se me desboca en el pecho.
—Vamos a inscribirte en un curso de defensa personal y en otro de tiro defensivo—su rostro se
muestra impasible pero aún no me dice nada.
—Clarissa, tu vida va a cambiar.
—Ya cambió.
—Además, deberás llevar un escolta, nunca podrás salir sola. ¿Estás segura de que quieres esto?
¿Lo quieres Clarissa? ¿De verdad?
Asiente con la cabeza con su vista fija en la mía.
—¿Sabes que debes entregarle el apartamento a tu padrino, verdad? ¿Quieres que te acompañe?
Otra vez se vuelve esquiva.
—Este... podemos esperar para hacer eso... No tenemos que hacerlo justo ahora.
Ay mierda. Ya se está retractando.
—Estas dudando ¿verdad? ¡Lo sabía! no tienes por qué pasar por esto—digo frustrado.
Apoya la barbilla en sus manitas sonriendo como lo haría un niño.
—Bueno, hubieses pensado eso antes de arrinconarme en un baño de hotel, me parece que ya es
tarde ¿o eres tú el de la dudas?—dice mi niña verbalizando lo que ya pensé.
El problema Clarissa es que ahora me importas demasiado.
—Temo que te pase algo por mi culpa— ...Porque moriría si así fuera.
Ella se levanta y se para delante de mí, tomando mi rostro con sus manitas para que le mire. Mis
ojos azules se encuentran con los suyos ambarinos.
—Si me dejas sola y me pasa algo, entonces será tu culpa.
Me abraza y tengo el rostro pegado a la suave y abizcochada piel de sus pechos. Estoy en mi lugar
feliz. Clarissa comienza a acariciarme el cabello como lo he hecho tantas veces con ella,
reconfortándome. Esto se siente maravillosamente.
—Acepto tus condiciones, así que ya cambia la cara.—dice ella y mi corazón se llena de
esperanza y de amor . Si has aceptado es que sientes algo por mí.—Tienes 3 remolinos, dicen que los
niños que tienen remolinos son tremendos, seguramente fuiste el triple de tremendo.
Nunca había escuchado semejante cosa.
—No lo sé, nunca me castigaron.
—Me parece que la Sra. Agresti te malcrió de más.
Algo en el tono de su voz me causa risa ¿acaso está riñéndome?
—Fui el último de mis hermanos, así que sí, todos me malcriaron—digo sonriente.
—Ay... ¿quieres que te consienta bebé?—me dice con tierna coquetería y así desnuda ante mí posee
un encanto irresistible.
—¿Me vas a consentir mami?
—Solo si te portas bien—une su boquita azucarada a la mía, y es uno de los besos más cándidos
que me han dado en la vida. El corazón se me dispara de nuevo.
Oh bebé, que dulce eres.
Con ánimos de diablura, la agarro y en un plis plas plos estamos recostados en la cama. Una vez
aclarada la situación, me invade una profunda necesidad de ella.
Le acaricio el vientre.
—¿Y si me porto mal?—digo y ya tengo mi mano dentro de sus bragas, acariciándola.
—Mmm... ya veremos—jadea.
—Eres una niña traviesa... quién lo diría...—no amaino para nada mi intrusión, al contrario, la
profundizo; y acercándome más a ella acuno su cabeza con mi brazo libre y me deleito en sus labios.
Podría pasarme la vida así, saboreando su dulzura, palpando su carne tibia.
Todos mis sentimientos por ella explotan en mi interior, despojándome de mí mismo,
convirtiéndose en una mar de amor, afecto, pasión, ansias de protegerla, de poseerla, de saciarla,
hacerla feliz... de...de... más.
—Te prometo Issa, que te voy a tratar bien—le susurro al oído, mientras el mío se entretiene con
sus constantes jadeos—. Sabes que sí, ¿verdad?
—Sí— suspira ella.
Sí, mi cielo, te voy a tratar muy bien. Voy a ser un verdadero caballero.
Voy deslizando lentamente sus bragas, regando besos húmedos en el trayecto. Se retuerce cuando
beso la parte interna de sus muslos, su entrepierna. Apenas retiro completamente sus bragas asciendo
de nuevo con mis caricias húmedas y mis manos. Hasta llegar a su entrepierna, jugosa y tibia, y
entonces comienzo a saborearla justo ahí, moviendo mi lengua como bien sé hacerlo. Clarissa gime
abandonada a mis caricias. Levanto sus caderas y las monto en mis piernas para facilitar mi labor. Me
fascina verla así, toda enrojecida, jadeante, entregada a mí sin reservas. Eso se le da muy bien sin
duda. ¿Será que le pasará lo mismo que a mí que nunca tengo suficiente de ella? Como si de un
hambre insaciable nos poseyera a ambos empujándonos a amarnos hasta agotar nuestras fuerzas.
Pronto se entrega al clímax arqueándose totalmente y desplomándose, entre fuertes gemidos. A penas
lo hace se lleva las manos a la cara.
¿Está avergonzada?
Me acerco apenas resistiéndome a las ganas de echarme a reír.
—¿Qué?—dice viéndome a través de sus dedos abiertos.
—Te encanta que te haga venirte así, ¿verdad?—le digo burlón, pasando la lengua por mis labios
en un gesto insinuante.
—¡Sebasthian!—me da un manotazo en el hombro.
—Así que de nuevo soy un grosero por decir la verdad, lamento decirte que tienes doble moral
muchachita. Bueno, por ser tan caballeroso ahora tengo un problema.
—¿Caballeroso tú?—ella ríe.
—No me vas a negar que lo he sido, bebé.
Entorna los ojos con gracioso recelo.
—¿Qué es lo que quieres?
—Creo que me he portado bien y si tu timidez no es mucha deberías desvestirme—digo sacando el
condón del bolsillo y colocándolo a mi lado.
—¿Solo eso?
—Para empezar.
Abro los brazos, invitadores. Campeón está loco por salir al ruedo. Con rostro risueño mi niña
acerca sus manitas a mí y comienza a desvestirme. Primero la camisa, luego los vaqueros y los bóxer
de una vez, como yo le hago a ella. No puedo dejar de mirarla mientras lo hace. Soy un hombre muy
afortunado.
—¿Y bien?—pregunta sentada sobre sus pantorrillas mientras me coloco el condón.
—Dime tú qué se te antoja hacerme.
Se ruboriza completamente y baja la mirada a Campeón que está bien duro. Por un momento creo
que voy a tener que tomar la iniciativa pero pronto se acerca a mí, lentamente a cuatro patas, verla así
me pone más duro.
Su mirada es gatuna como nunca con pupilas dilatadas y rayas verdes y ámbar. Me tiene
hipnotizado. Llega hasta mí y se coloca entre mis piernas de nuevo sobre sus pantorrillas, acercando
sus labios a los míos. Su néctar dulce vuelve estar en mi boca. Nos besamos a su ritmo, suave,
profundo y acariciante. Por momentos muerde mi labio inferior. Me acerco más a ella deslizando mis
dedos abiertos por su cuerpo aterciopelado. Sin dejar de unirme a su beso, ambos guiamos
cambiando el ritmo y la fuerza del mismo. Por veces se convierte en un beso duro, posesivo,
hambriento, y por veces es suave y romántico casi como suspiros. Nuestras manos suben y bajan por
iguales explorándonos, apropiándonos el uno del otro. Pronto nos convertimos en un lio de manos y
lenguas por igual. Ella acomoda sus piernas sobre las mías, acercando su pelvis a la mía, hasta que
Campeón roza su vello púbico. Entonces, es mi turno. Galantemente comienzo a entrar en ella
tomándola de las caderas y empujando con suma delicadeza. Ella cierra los ojos y se muerde el labio
ahogando sus quejidos. Su carne me recibe apretándome y reclamándome con fuerza. Oh Dios mío,
es una sensación celestial estar dentro de ella pero también infernal ya que requiero de todo mi
autocontrol para no dejarme ir como un animal y romperla en mil pedazos. Y es que su virginidad
rebelde se niega a retirarse reinstaurándose en cuanto puede. Ya completamente dentro de ella la
acerco a mí halándola suavemente de la mano, hasta quedar juntos en un abrazo estrecho, ella sentada
sobre mí.
Una vez ahí, acaricio su melena, riego de besos sus mejillas, vuelvo a besar sus labios
acariciándolos como la primera vez que nos besamos, con sutiles besos voladores. Y no quiero
soltarla, quisiera detener el tiempo y quedarme así con ella por siempre.
Me separo un poco para verla bien. Sus ojos grandes, rayados y gatunos observan a los míos
azules; entonces, más que sentir sé que ella me quiere. Mi niña me quiere. Suspiro embargado de la
inmensidad de mi amor por ella, que más allá de toda angustia o problema me colma de esperanzas.
Le permito a mi corazón hablar a través de mi boca, con suavidad y sinceridad absoluta.
—Prométeme mi cielo, que nunca volverás a exponerte a un peligro así. Si algo te pasara eso me
volvería loco, no sé lo que haría. Te quiero demasiado.
Me sonríe tímidamente.
—Está bien.
—Prométeme que vas a confiar en mí siempre, Clarissa. Solo así podré cuidarte.
Me observa unos momentos y en un gesto solemne pone sus manos en mi pecho a la altura del
corazón.
—Te lo prometo Sebasthian. Voy a confiar. A tratar de comunicarme contigo. Sé que eres sincero y
me siento bien junto a ti, es evidente. Solo entiende que no es fácil para mí hacerlo.
Sus palabras iluminan todo mi corazón con la fuerza de diez soles. Mi sol Clarissa, y yo un planeta
necesitado de su calor, de su presencia, orbitando alrededor de ella una y otra vez y otra vez...
—Sí bebé, entiendo, seré paciente, si eso te brinda la comodidad para confiar en mí. Quédate a mi
lado y no te decepcionaré. Daré el todo contigo y más, princesa.
Nos fundimos en un beso apasionado, entregándonos mutuamente sin reservas ya ninguno,
olvidando nuestros temores y ansiedades y confiando finalmente el uno en el otro. Comenzamos a
movernos, ambos en perfecta sincronía como si el cosmos y el destino se hubiesen puesto de
acuerdo. Yo soy de ella y ella es mía. Nos pertenecemos. Continuamos amándonos. La danza de
nuestros cuerpos plagada de erotismo, exquisita, lenta, jadeante, sudorosa, rítmica y profunda; está
aún más allá que nuestros cuerpos. Nuestras almas se hacen el amor, se juntan, se reconocen y llegan
juntas al éxtasis con la fuerza de una supernova.
Llevamos un rato ya levantados después que hicimos el amor, y miro a Clarissa de espaldas a mí,
envuelta en mis sabanas, observando el atardecer en la terraza. Parece que disfruta mucho los
atardeceres. Entonces viene a mi mente la tarde que la conocí, como quedé impactado al ver su
silueta, con el fondo etéreo de uno de ellos, como me pareció una princesa de cuentos de hadas. Y no
me equivoqué. Era una hermosa princesa sin reino esperando ser rescatada. Me abrazo a ella
colocando mi barbilla en su cabecita disfrutando de su aroma.
Pronto viene a mi mente cual saeta la verdad indudable. Adoro a esta mujer. No me hallo sin ella,
solo de pensar en dejarla ir me resulta infernal. Justo así deseo pasar mi vida, adherido a ella como
una hiedra. Me importa una mierda los obstáculos, su pasado, el peligro y hasta su ostracismo. Haré
todo lo que esté a mi alcance para que lo nuestro funcione y nada ni nadie en este mundo me separará
de ella.
Ahora que he conocido al amor de mi vida. Ahora que tengo a mi compañera el corazón se me
reboza de un amor inmensurable como nunca había sentido y de un inmenso deseo de pertenecer a
ella, de fundirme en su piel con un abrazo eterno.
Lo sé, nunca la dejaré marchar.
Observo el atardecer plagado de esperanzas, oportunidades, de promesas de amor y sueños por
cumplir...
Mi chica perfecta ha llegado en el mejor momento, en el más oportuno...
Te adoro mi vida...
Mi cielo...
Nunca me dejes...
...mi princesa...
...Clarissa...
La innombrable
Observo con desgana al adefesio que comparte mi cama por los momentos. No sé su nombre ni me
interesa en lo más mínimo, ha pagado mi cuota y eso es suficiente para mí. Aunque resultó ser solo
un precario amante, que apenas pudo satisfacerme. No todos tienen resistencia para mí. Con los dedos
de la mano puedo contar escasos hombres que resistan mi cachondez.
Sí muy escasos...
De nuevo llega a mi mente la imagen de Mickael. A pesar de que era todo un crio prácticamente, el
chico tenía resistencia y entusiasmo.
Sí...Mica...
Se me seca la boca cuando pienso en él, sin duda es un bombón apetecible y muy deseable sobre
todo ahora que ostenta tanto poder. Nada menos que candidato a la presidencia...
Mmm… quien lo diría del dulce Mica...
Es triste nuestra historia le conocí cuando él era muy joven y nuestras familias cercanas. Fuimos
amigos, me gustaba, ¿y a quien no? si es todo un mangazo. Aunque no quería tener algo con él
porque podía delatarme, descubrir quién era realmente ante mi familia y la aristocracia:
Una puta ni más ni menos. Mujer impúdica constantemente excitada y lubricada.
Sí, esa soy yo y lo disfruto muchísimo.
Con el pie le doy al huésped de turno, ahora indeseable, para que deje sus ronquidos y se levante.
—Ey, tu tiempo se acabó—le digo displicente.
El esperpento fofo y pálido se estira, y todavía con baba en la boca se viste torpemente.
Pienso «Si no tienes resistencia para qué me buscas»
Deja el fajo de dólares sobre la mesita de noche y me mira con deleite. Estoy desnuda.
—Sin duda lo que dicen de ti es cierto y se quedan cortos Eros, eres insaciable.
No imaginas cuánto.
Le sonrío seductoramente y me recorre con una mirada lasciva, esa que tanto me gusta.
—Es una verdadera lástima que ya no me queden fuerzas para seguir, eres deliciosa.
Hago un gesto coqueto y me envuelvo en mi bata de seda negra.
El tipejo se marcha. Mi celular comienza a repicar, seguramente es otro cliente, desde que llegué
de Estado Unidos, apenas hace unos pocos días, mi fama ha corrido como pólvora todos quieren
probar a:
«La insaciable Eros»
Y por qué iba a ser de otra manera, si soy una verdadera experta en lo que hago. Me he dedicado al
exquisito arte de la lujuria y la lascivia con infinita devoción y entrega. Por supuesto, no cualquiera
puede acceder a mí, mis clientes vienen por invitación exclusiva de otros clientes y deben cancelarme
solo en dólares.
¡Después de todo soy una joya de lo mejor!
Admiro mi belleza en el espejo, visible a medias por la fina mascara negra que uso en estos casos.
Tanto la máscara como el sobrenombre y otras tantas medidas de seguridad que tomo son necesarios.
Mi familia desconoce que este es mi pasatiempo favorito: follarme a extraños hasta el cansancio.
El dinero es solo un agregado. Después de todo, soy hija de uno de los hombres más ricos de la
región.
Suspiro.
Todavía estoy caliente. Tengo energía para otro cliente más, quizá con este por fin me canse. Tomo
el teléfono y contesto afirmativamente mientras me voy a tomar un buen baño de burbujas.
Cuando me encuentro sumergida en la bañera cierro los ojos y veo a Mica gritándome que me
largue de su casa, seguramente debido a la mojigata esa que vi.
¿De dónde habrá salido esa oportunista?
Ese desaire no se lo pienso perdonar. Yo vengo toda solícita a proveerle placer y él me sale con
eso… Ay, mica no sabes con quien te metiste. Sé muy bien que hacer para quebrarte, aunque tengas
más experiencia sigues siendo el mismo tonto Mickael.
Y esta me la vas a pagar...
Enemigos ocultos
En un ambiente cavernoso, oscuro lleno de humo de cigarrillo, una taberna casi del bajo mundo
pero los hombres que están sentados en la mesa del fondo no pertenecen a ese mundillo. Sin embargo
sus intenciones sí son de allí.
—¿Qué me dices de Petroni? —pregunta el hombre rollizo en un tono de voz discreto sobándose
las palmas de las manos.
—¿El muñequito de torta? Fuerte contrincante, es el preferido en todas las encuestas—comenta el
de barba canosa mientras apura el trago.
—Quisimos desestabilizarlo raptándole a su mujercita, pero parece que la tenía vigilada—comenta
el moreno.
—¿La advenediza que nadie sabe de dónde salió?
—Esa misma, tiene un apellido de renombre creo, una tal Spillman.
—¿Será de buena familia?
—Habrá que investigar si tiene rabo de paja, algo que nos ayude a restarle fuerza a Petroni.
—La campaña de desprestigio no pasó a mayores, pocos se creyeron lo del narco.
—Te lo dije Carreño, es astuto, le plantó cara en los medios. Para ser tan joven tiene mucha labia,
además no se amedrenta.
—¿Y sus fondos?
—Son imprecisos, no tenemos a nadie en su equipo. Es muy cuidadoso sobre quien está a su lado.
—Lástima que no podamos meterle un tiro.
—Creo que sería contraproducente ahora. La gente está un paso de una guerra civil.
—¡Que va! tú sabes que en este país lo que sobra son pendejos. La gente no tiene huevos para eso y
a los militares los tenemos vigilados desde dentro.
—No podemos dejar que suba la silla presidencial. Algo debemos hacer. Si gana estamos jodidos.
Así continuaron su oscura charla aquellos hombres, aunque en ese momento de vestir sencillo,
ostentan un gran poder en Venezuela. Representantes políticos pro gobierno que han disfrutado de las
mieles del poder absoluto que les dio la gente gracias a la gran capacidad discursiva del Comandante.
Ahora difunto. Nadie se había podido atrevido a oponerse a este régimen. Hasta ahora. Solo el joven
y brillante Diputado Sebasthian Mikael Petroni Agresti. Opositor férreo del gobierno en turno.
Escribe una reseña:
Si te ha gustado mi novela me encantaría pedirte que escribieras una reseña en la librería online de
Amazon. No te llevará más de dos minutos y así ayudarás a otros lectores de novelas románticas a
saber qué pueden esperar de ella.
¡Muchísimas gracias!
Y recuerda que pronto estará en preventa la segunda parte de mi novela Yo soy tu candidato: Amor
en contienda.
Miranda Wess
Autora de novelas románticas y provocativas.
Yo soy tu candidato: Amor en contienda
Descripción
La romántica, sensual y apasionada historia de amor entre una novel psicóloga y un joven
diputado.
Yo soy tu candidato: Amor en contienda es la segunda parte de la fogosa trilogía Yo soy tu
candidato, que se inició con Yo soy tu candidato: Romántica y apasionante historia de amor, y cuya
tercera parte es Yo soy tu candidato: Silla presidencial.
Yo soy tu candidato: Amor en contienda, es la historia de Clarissa Spillman que seducida por las
consumadas artes amatorias del atractivo diputado Sebasthian Petroni, decide embarcarse en una
relación con él. Ella, lucha por dejar ir los miedos de su pasado y abrirse al amor. Pero no le será
fácil. Más teniendo que enfrentarse a la sombra de la mujer que le precedió. Mientras, Sebasthian por
un lado, lucha contra el peligro y la intriga propiciada por sus enemigos políticos. Por el otro se
encuentra dominado completamente por sus intensos, fogosos y avasallantes sentimientos por
Clarissa.
¿Qué estará dispuesto a hacer para retenerla? ¿Podrá el amor que siente por ella al final ganar
esta contienda?
Acerca de la autora
Miranda Wess ha desempeñado en el campo de la docencia y el arte. Está casada, tiene una hija y
vive en Venezuela. De niña, solía pasar el día inventando toda clase de historias. Finalmente,
reuniendo el coraje necesario, se embarcó en la aventura de escribir y autopublicar su primera
novela, Yo soy tu candidato. Esta, la primera de una serie de novelas provocativas, donde el romance
y el erotismo están a flor de piel.
Yo soy tu candidato: Romántica y apasionante historia de amor
Yo soy tu candidato: Amor en contienda
Léelas y enamórate.
Si te apetece leer más de mis novelas te invito a que
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