El juguete del jefe parte 02

 


—Oye, que ya sé que me vas a echar la bronca por meterme donde no debo,

pero ¿cuándo se lo vas a contar a ella?

—Es que me da una pereza que no te la puedes imaginar.

—Ya lo sé, Vania, pero no es plan de que te llegue la barriga a la boca y la

mujer ni sepa que va a ser abuela.

—Para lo que le va a importar…

—No seas injusta, chica, que María Jesús no es que sea una santa, pero

quererte te quiere.

—Sí, siempre me ha querido, me ha querido dar por saco y tú lo sabes

mejor que nadie. Si fuera un hijo de Tony, otro gallo cantaría, pero conmigo

seguro que todo son pegas y me quiere someter a un interrogatorio. Y yo no

estoy para eso.

—Si no pruebas, no podrás saberlo. Lo mismo ella también está cambiando

y te da una sorpresa.

—O lo mismo lo que me da son dos chillidos y la tenemos del todo.

—Yo podría acompañarte si quieres.

—¿Ahora? No, no, yo ahora me voy a comer mi buena ración de porritas,

ya te lo he dicho.

—Y luego aprovechamos que tenemos la ecografía calentita todavía, como

aquel que dice, y se la llevamos.

—Y dale Perico al torno, tú no pares.

Me convenció. No sé cómo lo hizo, pero me convenció. Y una horita más

tarde estaba delante de mi madre sin saber qué contarle.

—Vania, que yo estoy muy contenta de que vengas a verme, hija, pero que

parece que tienes el baile de San Vito en las piernas, ¿quieres parar?

—Mamá, es que estoy embarazada, ya lo he dicho.

—¿Embarazada?

—Sí, mamá, embarazada y no quiero tonterías. El niño no tiene padre, no al

menos oficial y no pienso responder a ninguna pregunta más.

Mi madre se quedó muy seria, aunque yo también fui de lo más borde.

—¿Tampoco vas a contestarme si tienes algún antojo? No vives nada lejos,

cariño, yo podría llevarte algún táper. Tengo más tiempo que tú.

Me quedé paralizada. Hay veces en la vida que esperas una reacción

determinada por parte de alguien y te encuentras con otra.

—Bueno mamá, unos buenos fideos con gambas sí que me comía yo un día

de estos…

Capítulo 7

—Ideal, Vania, te ves ideal con ese conjunto. Chica, si pareces una modelo

de esas del Oysho—me dijo Daniel cuando me probé la ropa que había

seleccionado para mí.

—La verdad es que sí, Vania, tienes el guapo subido—añadió Andy, que

merodeaba por allí.

—Divina, está divina de la muerte, ¿cuánto se supone que va a durar el

reportaje? Porque esto es una constructora, os lo recuerdo.

—Vamos a ver, Paloma, ¿ya estás poniendo pegas? —A Héctor parecía que

había un enano que iba a buscarlo cuando se liaba, porque su aparición era

siempre de lo más oportuna.

—Pegas, no, es que aquí tenemos que seguir trabajando, ¿no es así, Linda?

La otra, que se había convertido en su perrita faldera oficial, asintió con la

cabeza.

—Claro, es que tenemos muchas cosas que hacer por aquí.

—Pues será el único día—apuntilló Héctor, que cada vez parecía más

agobiado con las cosas de aquellas dos.

—No, Héctor, es que aquí no estamos para perder el tiempo. Que le haga

dos o tres fotos y que escoja—Volvió Paloma a la carga.

—Vamos a ver, ¿tú te has creído que estamos en un fotomatón o qué? —le

preguntó Daniel, a quien ya le estaba hinchando lo que venía siendo todas

las narices.

—Oye, Héctor, ¿es que vas a dejar que este me hable también así?

—Este se llama Daniel y ella es Vania, no sé por qué tienes esa manía de

dirigirte así a todo el mundo. Y lo único que te digo es que, si fueras tú la

que estuvieras posando, todo el tiempo te parecería poco, Paloma. Así que

no quiero escuchar ni una palabra más al respecto.

Héctor se lo dijo alto y claro. Daniel era de los míos, porque hasta aplaudió

y yo me limité a dedicarle una sonrisita. Por su parte, Paloma se quitó de en

medio y nos dejó trabajar, por lo que puedo afirmar que disfruté mucho, ya

que estaba con un gran profesional que me dio las mejores instrucciones.

—Vania, tengo unas instantáneas preciosas, pero preciosas, ¿tú estás segura

de que no has trabajado nunca de esto?

—¿De modelo? Claro, si yo fuera modelo iba a estar todo el día dándole al

carrito, venga ya.

—Es que podrías darle clases a muchas que conozco y que se lo tienen la

mar de creído. No sabes lo contento que voy, las fotos van a quedar genial.

Y recuerda que mañana grabamos al aire libre.

—Sí, sí, que ya ese será otro cantar. Porque posar es más fácil, pero lo otro

ya es actuar, con su frase y todo, estoy de los nervios.

—Tú solo tienes que hacerlo como el otro día y te digo que lo tendremos en

un periquete, es que parece que has nacido para esto, niña.

Héctor se acercó, una vez que fui a entrar en los vestuarios, para darme la

enhorabuena.

—Me encanta el trabajo que estás haciendo, Vania. Ojalá que puedas

encargarte tú también de sucesivas campañas publicitarias. Tienes la cara

que necesitamos, esa es la realidad.

—Ya, ya, gracias. Pues nada, ya veremos.

Poco le dije que pensaba quitarme de en medio en cuanto mi bombo

amenazara con notarse. Incluso ya tenía el dinero para irme en cualquier

momento, pero me resistía a hacerlo tan pronto porque no sabía lo que

podría necesitar en el futuro y no quería comenzar a tocar mis ahorros de

antemano.

Mis ahorros, un trabajo, aunque fuese esporádico como actriz y modelo…

Varios cambios en mi vida a los que había de sumar que con mi familia

estaba mejor que nunca…Hubiera sido más que dichosa de no ser porque

me faltaba una importante pata del banco.

Capítulo 8

—Te lo dije, te lo dije, ya lo tenemos—Daniel daba saltos de alegría cuando

terminamos de grabar el spot. Algo a lo que yo le temía más que a un

vendaval y que nos salió razonablemente bien en tiempo récord.

Estábamos en los terrenos en los que se levantaría la megaurbanización, en

un día luminoso, aunque un tanto frío, en el que el azul del cielo fue el

mejor de los fondos para la grabación.

Héctor estaba con nosotros y he de reconocer que disfruté bastante al grabar

en su presencia. En determinados momentos, aunque él jamás me

menospreció, me sentí chiquitita a su lado por ser una limpiadora y él un

gran jefazo, pero aquel día comencé a crecer.

—Héctor, ¿tú puedes acercar a Vania a su casa? Es que yo me voy directo

para el estudio, estoy deseando comenzar a tratar el material.

—Sí, claro, por supuesto.

—No es necesario, Héctor, yo puedo llamar a un taxi—le aseguré en cuanto

nos quedamos a solas.

—¿Y decirle al taxista que estás en medio de la nada?

—Jo, cualquiera diría que estoy en el corazón de la Patagonia, qué

exagerado eres.

—No, pero hay un buen puñado de kilómetros, no te vas a quedar aquí sola

esperando que venga un taxi cuando buenamente pueda.

Lo cierto es que la lumbalgia me estaba empezando a molestar de nuevo y

que, para colmo, llevaba tres horas sin comer y era capaz de zamparme a un

cabrito entero que pasara por allí. Y en lo de cabrito no entraba Héctor que,

a ese, por mucho que siguiera viéndolo tan atractivo como siempre, no

quería ni rozarlo, por si las moscas.

—Vale, pero solo porque tengo un pelín de frio y mucha hambre.

—¿Tienes hambre? Es un poco temprano todavía, pero me encantaría

invitarte a comer.

—Y a mí me encantaría tener un Ferrari aquí aparcado y tengo que

conformarme con que me lleves tú a casa. Así que venga, arreando que es

gerundio.

Me subí en el coche en total silencio y con la cabeza ladeada hacia mi

ventanilla. Con él se me daba la circunstancia de que, por un lado, le diría

un millón de cosas y ninguna buena. Y por otro, prefería guardar un silencio

sepulcral antes de que se liara.

—¿No me vas a hablar en todo el trayecto, Vania?

—No—le contesté más áspera que un guante de crin.

—Supongo que me lo merezco, porque debes verme como un capullo

integral.

—Supones bien—proseguí con la misma sequedad.

—Lo que pasa es que todo tiene un porqué, ya te lo he dicho muchas veces.

—Y yo lo entiendo, es porque los ricos queréis estar con los ricos y que los

pobres estemos con los pobres. Corto y cierro—Le indiqué a mi boca, de la

que no salió ni una palabra más.

Entendió que no debía seguir intentándolo y se calló. Sin embargo, por el

rabillo del ojo, veía que su mirada de deseo era la misma de siempre, si bien

podría decirse que ahora estaba mezclada con otra que le restaba chispa a la

primera, pues su semblante indicaba culpabilidad.

—Esta misma tarde te haré la segunda transferencia—me dijo al llegar al

portal de mi casa.

—Qué rápido eres para todo, Héctor.

—¿Por qué dices eso?

—Por nada o quizás sí, porque te das la misma prisa en pagar que en joder a

la gente.

—Vania, es lo último que yo pretendía, lo último.

—Pues para no pretenderlo, te ha salido de puta madre. Yo me bajo, vuela

libre con tu Palomita que te estará esperando en el nido.

—Vania, yo…

Arreé un portazo tal que casi le doy la vuelta al coche y lo dejé con la

palabra en la boca. Por primera vez me sentía poderosa y no eché una

lágrima. Al entrar en el portal, me llevé la mano al vientre y le hablé al

bebé.

—¿Estás ahí? ¿De verdad eres una niña como dice tu madrina? Pues si es

así, chiquitina, olvida la voz que has escuchado. Es la de tu padre, pero

cuando tú nazcas no tendrás que escucharla más porque no estaremos con

él.

—¿Con quién hablas? —me preguntó Marta al abrir la puerta.

—Con Martita—le contesté.

—¿Cómo con Martita? —Sus ojos brillaron.

—Pues eso que, si has acertado y se trata de una niña, la llamaré Marta,

como su madrina.

—Tú lo que quieres es hacerme llorar, ¿pretendes convertirte en influencer

y necesitas likes o algo? Porque si esa así, pídemelos directamente, pero no

me toques la fibra sensible.

—¿En influencer? Sería lo que faltase.

—Hija, yo qué sé; ya eres modelo, actriz y ahora también puedes ser

influencer.

—Pues para ser tantas cosas, bien que voy a coger mañana otra vez el carro

de la limpieza.

—Ya, ya, y bien que voy a fardar yo de amiga cuando vaya a coger el bus y

te vea allí.

—Pero si tú ya no coges el bus, que tienes a Agustín como un panderetillo

de bruja todo el día para arriba y para abajo.

—Eso es verdad, que el pobre entra por el aro de todo.

—Ay, quién me mandaría a mí a fijarme en un guapo cabrón habiendo feos

santurrones…

—Che, tampoco digas que es un santo, que santo que mea, maldito sea. Eso

se ha dicho de toda la vida.

—Salvo tu Agustín, que es un santo, mea y es un bendito. Qué envidia sana

te tengo, cariño…

Capítulo 9

Cada mañana la misma historia… Héctor con esa mirada de cordero

degollado y yo que, lejos de devolvérsela, miraba hacia otro lado.

Luego estaba Paloma, que esa hubiera convertido a las chicas del batallón

de limpieza en las chicas del batallón de fusilamiento, de haber podido, para

así acabar conmigo.

No había día que, al pasar por su lado, no hiciera un comentario hiriente y

se jactara de que la suya sería una boda que daría que hablar en todo Madrid

durante mucho tiempo. A esa no le daba un ataque de humildad ni por

cachondeo.

—Linda, pues el vestido ya está encargado y que sepas que se trata de un

diseñador de la realeza, ahí es nada.

Menos mal que para Héctor el dinero no suponía un problema, porque se

iba a gastar una cantidad equivalente al PIB anual español en una boda que

no dejaría indiferente a nadie.

—Qué ilusión, cariño, yo todavía estoy escogiendo diseñador para el mío de

dama de honor.

—Nada de eso, que lo confeccionen en el mismo taller que el mío y me lo

carguen también en la cuenta.

—Que no, Paloma, que no hace falta, de verdad.

—Es una menudencia y no se hable más. Faltaría más…

Una menudencia, pues anda que la otra llevaría también un trapito sencillo,

por las narices. Pero cuando se tira con pólvora ajena es lo que hay, que no

existe miedo al gasto. Y yo sabía por Héctor que él se encargaba hasta de

pagar el último alfiler que se necesitara para esa boda.

—Y hablando de menudencias, mira a quién tenemos aquí—Me miró con

todo el desprecio del mundo.

Me mordí la lengua, porque vaya ganas me daban a veces de soltarle que

aquella a la que tanto hacía de menos, aquella a la que trataba de ridiculizar

por todos los medios, era a la vez la portadora de un secreto capaz de hacer

saltar toda su ostentosa boda por los aires.

Lo que yo llevaba en mi vientre representaba la mayor de sus amenazas,

suerte que yo ya no quisiera nada con el hombre que había elegido a aquella

estúpida engreída antes que a mí.

—Reunión de víboras, me voy—les solté con la sonrisa en los labios porque

eso sí, ya podía estar muriéndome por dentro, pero a mí no me veían

aquellas dos abatidas así tuviera que arrastrar de mi cuerpo.

—Pues que sepas que la víbora va a llevar un vestido de novia de esos de

cuento, de los que solo has visto en las portadas de las revistas cuando vas a

la cutre peluquería de tu barrio, que debe ser un rincón infecto como todos

los que habrá por allí.

—Tienes que darlo por hecho y no afirmarlo, porque no has estado nunca

allí. Haces bien, porque las ratas no son bienvenidas y podrían llevarse

algún que otro golpe en toda la testa, ya sabes, un buen escobazo.

—Pero qué bajuna y qué ordinaria eres.

—¿Bajuna y ordinaria? Pero si a ti las escobas te vuelven loca, ¿no vienes

todos los días volando en una?

—No, va a ser que yo vengo en un Mercedes espectacular, paso de decirte

el modelo porque sé que no lo conoces y, por cierto, que sepas que fue

regalo de mi futuro esposo.

No podía rebatirle lo que era un hecho, aunque no me imaginaba a Héctor

planeando con ilusión regalarle un coche. Igual era eso de que cualquier

tiempo pasado fue mejor y ellos también tuvieron momentos buenos, pero

eso debió ser en la Prehistoria, porque no quedaba ni resto.

—No esperaba yo menos, ya sabía que tú puedes conseguir todo lo que

quieres con tus propias manos.

—¿Qué insinúas? Oye, que yo no soy ninguna mantenida, ¿eh? Que bien

que me gano aquí el sueldo cada día.

—Sí, día a día, como diría Rambo. Con la diferencia de que tú sientes las

piernas porque no les das mucho uso, que estás todo el día sentada

mirándote las uñas. Corrijo, todo el día no, las pocas horas que pasas aquí,

que el resto estás de escaqueo.

—¿De escaqueo? ¿Qué sabrás tú, descarada? Si es que todo me pasa por no

haber conseguido ya que te echen, pero esto lo arreglo yo… A mi boda no

llegas, te aniquilo mucho antes.

—¿Me vas a matar? ¿Pero a escobazos o de una forma más glamurosa?

Porque el tiro te puede salir por la culata, que yo la escoba la cojo y te la

meto… Ay, no, perdona, que tú ya llevas una metida en el culo para ir así de

estirada.

—¡Imbécil! Que a mi boda no llegas trabajando aquí, ya me encargaré yo

de perderte antes de vista.

—Mira, en eso estamos de acuerdo, porque el día menos pensado cojo la

puerta y no me ves más.

—¿Y para qué esperar a ese día? ¿Por qué no recoges la poca dignidad que

te quede y te largas ahora mismo? Nos harías un favor a todos.

—No, solo te haría un favor a ti y a eso no estoy dispuesta, bonita. Yo me

iré cuando me salga del kiwi y no cuando tú quieras.

—Vamos, que te estás marcando un farol, ya me extrañaba a mí que tuviera

tanta suerte.

—Piensa lo que quieras o mejor, lo que te permita ese cerebro de mosquito

que tienes.

—Pues con este cerebro de mosquito he conquistado al tío con el que tú vas

a soñar toda tu pobre y asquerosa vida.

—No, perdona, tú lo habrás enredado por otros motivos, pero no lo has

conquistado. Si yo fuera tú me preguntaría cada día de mi jodida vida por

qué razón está contigo cuando lo único que le provocas es repulsión y otra

cosa todavía más importante, hasta cuándo.

—¡Envidiosa, asquerosa! Lo nuestro va a ser para siempre ¿o es que no has

visto mi anillo de compromiso?

—Lo he visto, ¿y? Yo de ti no daría tantas cosas por sentadas. Simplemente

lo dejo ahí, tú también tienes ojos en la cara y los tienes para algo más que

para llevar gafas de sol de mil pavos, Barbie.

—Vete a la mierda y vete a la mierda. Héctor está enamoradísimo de mí y

por eso me ha pedido matrimonio. Lo único es que tú te has quedado con

todas las ganas, que bien que he visto cómo lo mirabas, durante meses…

—Señal de que tienes ojos, ya te lo decía, por ahí vamos bien, ya me quedo

más tranquila. ¿Y también veías como me miraba él? ¿O esa parte ya no te

interesaba?

—Te prometo que te vas a ir a la calle antes de lo que crees, te lo prometo.

—Quien se pica ajos come, chica, yo lo dejo ahí.

Eso sí, fue mencionar lo del ajo y tener que irme con el carrito a otra parte,

concretamente al baño, porque sentía unas náuseas de muerte.

—No corras, mona, que yo no te voy a pegar, no soy una arrabalera como

tú.

Si esa supiera por lo que corría, yo terminaría vomitando, pero ella cogería

el baño a lo justo…

Capítulo 10

—Son preciosos, divinos, Amelia, qué gusto has tenido siempre para todo

—le escuché decir días después a su suegra.

—Es lo menos. Héctor debe portar los mejores gemelos de todo Madrid el

día de su boda.

—Y tú te has encargado de eso, como te encargas de todo. Si es que no te

puedo querer más.

—Ya sabes que va ser una boda memorable, estoy revolucionando a todas

nuestras amistades.

—Lo sé, lo sé…

—Estoy logrando crear tal expectación que habrá tortas por ver quién viene

más elegante. Más de una señora y señorita de la alta sociedad ha puesto

contra las cuerdas a alguno de los mejores diseñadores de Madrid para que

les confeccionen el vestido. Es que no dan abasto de la cantidad de encargos

que tienen.

—Es brutal, de veras que es brutal, Amelia. ¡Qué ilusión!

—¿Qué cuchicheáis? —Llegó Linda en ese momento.

—Que Amelia ha traído esto para Héctor—Paloma abrió la caja de los

gemelos y la otra se echó las manos a la boca.

—¡Qué maravilla! Amelia, esto debe haber costado una fortuna…

Eva merodeaba por allí conmigo, pues estábamos limpiando un despacho

cercano al hall desde el que lo escuchábamos todos.

—Qué mancha de pamplinosas, habrá que verlas el día de la boda.

—Será un decir, ¿no? Porque yo a esa boda no iría ni amarrada—le contesté

rápido.

—Tranquila, ni tú ni ninguna de nosotras seremos invitadas. Esto no es

como la despedida de Don Adrián, que era una fiesta de empresa, esto es

algo familiar y ninguna de las chicas pintamos nada allí, ¡ni que fuéramos

de su familia!

Yo podría haber pedido una boquita prestada, porque de su familia no era,

pero sí la madre del futuro bebé de Héctor; un bebé que me estaba

provocando unas tremendas náuseas desde hacía días, por lo que pedí hora

en la ginecóloga, no podía esperar hasta la siguiente ecografía.

—Ya, ya. Oye, Eva, yo tengo que pedirte un favor…

—Dime, mujer, ¿de qué se trata?

—Es que me tienes que cubrir un rato, tengo que hacer un recado

importante y no quiero dar explicaciones.

—A ver, chica, que aquí tampoco es que se coman a nadie, por muy

serpientes que sean. Si tienes que salir, díselo a Paloma y luego le traes el

justificante, es lo que hacemos todas.

—Ya lo sé, pero yo no quiero, no puedo darle esas explicaciones, ¿vale?

Bastante tenía con que no se me notara mi estado, como para al final abrir la

caja de Pandora por una simple visita médica en la que me recetaran algo

para los dichosos vómitos.

—Chica, pues francamente lo veo una tontería, porque como nos pillen se

nos va a caer el pelo a las dos, pero vale.

—Ay, Eva, muchas gracias. Te debo una y bien gorda.

—Tú date prisa en hacer eso que tengas que hacer y vente rápido, que aquí

no amarran los perros con longaniza y yo no sé cómo se las apaña Paloma,

pero parece que se termina siempre enterando de todo.

—Palabra que me daré patadas en el culo, no te preocupes.

En esas vi pasar a Héctor por el pasillo, en dirección al hall. Eva estaba

agachada, por lo que él aprovechó para saludarme con un cariñoso ladeo de

cabeza y la mejor de sus sonrisas, gesto que yo ignoré.

Cómo me dolía el alma cada vez que me lo cruzaba. En el fondo, ya estaba

deseando que pasara algo de tiempo para pedir la cuenta, porque apenas

podía soportar el que me mirara. Y eso que, en honor a la verdad, aparte de

darme asco por su decisión, también me daba una especie de pena porque su

mirada, antes viva e ilusionada, se había vuelto triste y melancólica…

O igual yo, que era una tonta del bote, lo percibía así para no hacerme daño

y la que daba esa apariencia triste y melancólica no era otra que mi persona.

Desde la más absoluta de las apatías, el prisma variaba mucho y a veces me

costaba discernir lo que era real y lo que era ficción.

—¿Ha pasado un ángel? —me preguntó Eva al incorporarse, porque me

quedé muda, como cada vez que lo veía.

Más bien, para mí, había pasado el demonio, porque quería odiarlo con

todas mis fuerzas. Sin embargo, no lo lograba, porque me pusiera como me

pusiera, yo seguía enamorada hasta las trancas de sus ojos verdes.

Más de una vez me preguntaba con qué cara miraría a mi bebé si heredaba

esos ojos verdes de papá que tanto echaba de menos. Yo era consciente de

que las cosas no serían fáciles, pero tenía que ser más fuerte que nunca,

porque la maternidad había venido para cambiarlo todo.

—No ha pasado nadie, Eva, solo es que estoy un poco en babia.

—Ya lo veo. Mira, cuando vengas de ese recado tuyo, tráete las pilas

cargadas que yo paso de que nos eche la bronca Paloma, que siempre lo está

deseando.

—No te preocupes y muchas gracias.

—Mujer, no seas tonta. Igual todavía no nos conocemos lo suficiente y

aparte te hayan dicho que yo soy un poco chismosa y eso, pero también soy

buena amiga. Vete tranquila.

—Gracias, para mí supone mucho. Es cierto que una tiene necesidad de

confiar en la gente—Tenía la sensibilidad a flor de piel, cada vez me

afectaba más cuando lo veía.

—Pues tranquila, porque en mí puedes confiar.

Capítulo 11

—Ay, Claudia, es que todo me produce unas náuseas que no veas. Lo único

que me apetece tomar es el caldito que me trae mi madre.

—Es que el caldo de las madres es mágico, ya lo he escuchado en más de

una ocasión.

Sí, la mía se lo estaba currando, algo que no esperé jamás de los jamases.

Desde que se enteró de que iba a convertirla en abuela, se pasaba un par de

veces por semana con tápers. Aunque a mí cocinar me gustaba, también

estaba en un momento en el que necesitaba mimos, por lo que se lo

agradecía sobremanera.

—Hija, si además es que no me cuesta—solía decirme.

—Ya, mamá, pero no quiero que te molestes.

—No me molesta. Sabes de sobra que me he escudado demasiado tiempo

en mi enfermedad para no hacer ni el huevo y ahora es lo mínimo, te lo

debo.

—No te culpes, mamá, también estuviste muy enferma.

—Y es verdad, pero no debí dejarme de ir tanto. No lo he hecho bien,

contigo no lo he hecho bien y ahora quiero mimarte y cuidar también de mi

nieto.

—Marta dice que va a ser niña, ¿tú qué crees?

—Pues yo también te veo cara de niña…

—Será al bebé, porque yo de niña ya tengo poco, mamá.

—Ay, hija, si fueras una niña, yo haría ahora las cosas mejor contigo. No

cometas tú mis mismos errores. Yo siempre he estado un poco amargada, y

eso que he tenido un hombre al lado que ha puesto el mundo a mis pies,

pero, aun así.

Cada vez que hablaba con mi madre concluía que yo no podía amargarme,

que se lo debía a mi bebé.

Salí de la consulta de Claudia con la receta de unas pastillas para las

náuseas y con la promesa de que, en la próxima visita, en la del siguiente

mes, ya podría decirme el sexo de la criatura.

Llegué a la farmacia y parecía que regalaban algo, porque la cola era

tremenda. Miré el reloj varias veces porque estaba sufriendo una

barbaridad, al saber que Eva me estaba cubriendo pero que en cualquier

omento podía costarle un disgusto, por lo que terminé volviéndome sin

comprar.

Finalmente, llegué a la oficina y entré por la puerta trasera, colándome

dentro como si nada hubiera pasado. Fue entonces cuando vi la mala cara de

Ana, de mi compañera, y escuché gritos, mientras me volvía a poner el

uniforme.

—¿Qué ha pasado, Ana?

—Buff, que aquí se va a liar parda. Acaban de llamar a la policía, porque

por lo visto han robado unos gemelos que trajo esta mañana Doña Amelia

para su hijo.

—¿Los puñeteros gemelos más caros de todo Madrid? ¿Los han robado?

—Sí, esos deben ser. Imagínate cómo está Paloma, nos está sometiendo a

un tercer grado a cada uno.

—¿Nos están acusando a los trabajadores?

—Puedes jurarlo, para ella somos chusma capaz de hacer eso y mucho más,

ahora mismo están hablando con Eva y a mí ya me han dado lo mío, qué

agobio.

—Te aseguro que se va a enterar, cuando llegue a mí se va a enterar.

—Chica, pues la cosa no creas que es agradable. Y más ahora cuando llegue

la poli, qué tensión.

—A mí la poli no me amedranta y mucho menos cuando no he hecho nada.

Por mí, como si esta gente quiere llamar al Séptimo de Caballería, qué

hartura ya.

—Si yo te entiendo, pero es que soy muy poquita cosa y estoy un tanto

acojonada. Chica, que es un robo en toda regla, no es cualquier cosa.

—Es un hurto porque aquí no se le ha puesto un puñal en el pecho a nadie

ni se ha reventado una cámara acorazada, que tampoco lo quieran vender

como si esto fuera el oro de “La Casa de Papel”.

—Eso es verdad, que aquí hay tensión, pero no hay tiros.

—No, al menos de momento.

No sabía yo las ganas que tendría de dar tiros en pocos minutos, eso sí. No

se puede hablar tan rápido. Me cambié y me disponía a salir con Ana de allí

cuando…

—Ella, ha sido ella—me señaló cuando entró acompañada de dos agentes

de policía. Con ellos llegó una sonriente Paloma que venía como si acabara

de ganar una medalla olímpica, regocijándose con la situación.

—Normal, si para mí era la principal sospechosa, ¿se la van a llevar

detenida? —les preguntó.

—Señora, ¿quiere usted dejarnos hacer nuestro trabajo o se va a poner al

frente de la investigación?

Temblorosa de la ira, al menos me llevé la satisfacción de que le cortaron el

rollo.

—No, no, claro. Prosigan, por favor.

—Perdone, es usted Vania, ¿verdad?

—La misma.

—¿Podría decirnos qué ha hecho exactamente en la última hora y media? Y

por favor, sea lo más concisa posible.

Me quedé blanca como la pared y más en un momento en el que Héctor

acababa de unirse a ellos, procedente también de la calle.

—¿Se puede saber qué está pasando aquí?

—Ay, amor, menos mal que llegas. Te he telefoneado varias veces.

—¿Y eso por…?

—Porque nos han robado, aquí en nuestra empresa, es que ya no podemos

estar seguros. Mira cómo tiemblo.

—¿Nos han atracado? —preguntó extrañado.

—No, peor que eso. Alguien ha abusado de nuestra confianza, que duele

más todavía. Resulta que tu madre, que ya sabes cómo es, no hace falta que

yo te explique nada porque sabes que está loca con la boda…

—Paloma, al grano.

—Sí, señora, vaya al grano, que no tenemos todo el día.

—Perdón, pues que te trajo esta mañana unos gemelos que valen una

millonada y te los puso en la mesa del despacho. Un rato después entré yo

para verlos otra vez, porque me he quedado prendada de ellos y, ¡sorpresa!

Ya no estaban.

—¿Y eso convierte a todos los empleados de esta empresa en sospechosos?

—A todos no. Más bien solo a Vania, que es quien se ha encargado hoy de

la limpieza de tu despacho, según te has ido.

—¿Vania es eso cierto? —me preguntó.

Fue entonces cuando la poli intervino…

—Señores, ¿nos van a dejar hacer nuestro trabajo o se encargan ustedes?

Porque vaya…

—No, claro que no es cierto. Yo no he limpiado ese despacho, Eva, me has

traicionado, ¿cómo es posible?

—Chica, yo solo he dicho lo que ha pasado, que hoy te ha tocado a ti y que

entraste sola.

—Sabes que no es así, tú lo sabes mejor que nadie.

—¿De qué me hablas? A mí no me metas en tus historias. Mira, Vania, que

aquí ninguna de las limpiadoras nadamos en la abundancia, pero lo que tú

has hecho es un delito, el dinero hay que ganárselo.

—Y tú lo que te vas a ganar es una somanta de palos como sigas

mintiendo…

—Señorita, ni se le ocurra o nos veremos obligados a detenerla—me

advirtió uno de los polis.

—Yo no he sido, Héctor, te prometo que yo no he sido. Al menos tú tienes

que creerme.

Apelé al padre de mi hijo y al hombre del que tantas veces me sentí tan

cercana.

—Yo te creo, Vania, pero tienes que decirles a estos señores dónde estuviste

en todo momento, por favor.

—Es que yo, lo siento, pero no puedo.

—Entonces tendrá que acompañarnos a comisaría, señorita, y le aseguro

que las cosas se le van a poner muy feas—me advirtieron.

Me cagué interiormente en todo, porque lo único que quería era que se

supiese la verdad, pero me vi totalmente acorralada.

La mirada iracunda de Paloma no se me pasó por alto, pues el que Héctor

me dijera que me creía la sacó de quicio.

—No puedes decirlo porque tú lo has robado. Desde el primer día que

pusiste los pies en esta empresa supe que nos ibas a dar problemas, pero

nunca pensé que hasta este punto, ladrona, que eres una ladrona.

—Paloma, no te voy a consentir que te pases la presunción de inocencia de

nuestros trabajadores por el arco del triunfo y menos todavía la de Vania—

le dijo con total enfado Héctor.

Ese comentario ya sí que la mató, por lo que arremetió todavía con más

fuerza.

—¿Ves? Si es que es una ladrona y una metomentodo, que solo quiere

acabar con nuestra relación. Pero eso no lo va a conseguir, por encima de mi

cadáver. ¿No ven que no tiene coartada? Deténgala ahora mismo, por favor,

ella ha robado los gemelos.

—Eso no es verdad, eso no es verdad.

—Pues si no lo es, supongo que no tendrás inconveniente en que lo

comprobemos—me comentó con una sonrisita maléfica.

Héctor la miró con cara de estar acabándosele la paciencia y yo con ganas

de querer matarla, por mucho que tuviera la conciencia tranquila.

—Claro que no tengo inconveniente, si así se van a quedar tranquilos.

—Procedan, por favor, le pidió la policía a Héctor y él me pidió la llave de

mi taquilla para inspeccionarla.

En el momento en el que se la di, su mano acarició la mía, como

queriéndome tranquilizar. Al menos, notaba que Héctor estaba conmigo y

no era poco en unos momentos en los que todos me señalaban con el dedo

acusador.

Abrió la taquilla y la policía le pidió que se echara a un lado.

—A ver qué tenemos aquí; una sudadera, —comenzaron a sacarlo todo—, y

aquí un bolso y…—Nada, aquí no están terminaron por decir.

—Pues los llevará encima—me acusó Paloma y por mí le hubiera hecho

comerse el dedo acusador.

—Yo no llevo nada, que me registren—Levanté las manos y ellos

inspeccionaron los bolsillos de mi uniforme.

—Aquí están—dijeron para mi total sorpresa, sacándolos—. Señorita, lo

siento mucho, pero esto la convierte en principal sospechosa del hurto.

Queda usted detenida.

—¡No, no y no! Alguien me ha metido eso en el bolsillo.

—Claro, tú qué vas a decir, siempre es bueno echarles las culpas a los

demás. Mira, chica, te hemos pillado con el carrito de los helados.

Aprovechando nuestra buena fe, has visto en el despacho los gemelos y te

los has querido llevar, ¿de veras creías que saldrías indemne de esta?—

Paloma lo estaba disfrutando.

—Pero yo no he sido, yo no he sido, es imposible que yo haya sido. Es más,

yo no he entrado en ese despacho en toda la mañana, si ni siquiera he estado

aquí.

—¿Cómo que no has estado aquí? —me preguntó Héctor.

—Porque le pedí a Eva que me cubriera las espaldas, ella sabe que no

estaba aquí.

—¡Y una mierda! Te lo estás inventado todo. Calumniadora, que eres una

calumniadora.

—Aquí la única que se está inventando las cosas eres tú, mala compañera.

—Ya está bien, silencio todos. Señorita, queda detenida como…

—¡No, paren! Puedo demostrar que yo no he estado aquí, esperen—Miren

en mi cartera, por favor.

—¿Y qué mierda se supone que tienes en tu cartera? Aparte de telarañas,

porque ya se sabe que tú manejar no manejas—Paloma metió baza.

—¡Cállate, Paloma! —Héctor estaba más tenso que el pellejo de un tambor.

La policía echó mano a mi cartera y les dije que sacaran por favor la receta

que me había expedido Claudia, con el membrete de su clínica.

—¿Esto qué es? —me preguntaron.

—¿No lo ven? Una receta de mi ginecóloga, he estado en su consulta, ella

se lo confirmará. Además, que he tenido que esperar un buen rato hasta que

me ha podido atender, porque iba con retraso. Y luego he estado en la

farmacia, donde también había una buena cola, por eso me he venido sin

comprar nada.

—¿Cariban? ¿Qué es eso? —me preguntó Paloma al leerlo en la receta, con

gesto de decepción total porque acaba de dar al traste con sus ilusiones de

acusarme injustamente de un delito.

—Unas pastillas para el embarazo, son las que toma mi hermana—le

explicó asombrada Linda y entonces todas las miradas se posaron en mí.

—¿Estás embarazada? —me preguntó Héctor con ojos de incredulidad

total.

—Sí, estoy embarazada, y ahora si me disculpáis, me voy al baño o vais a

saber todos lo que es una pota en condiciones.

Capítulo 12

—¿Y no accediste a hablar nada más con él? —me preguntó Marta a la hora

del almuerzo.

—Nada de nada, paso olímpicamente de darle explicaciones.

—Pero es el padre de la criatura, tiene derecho a saberlo.

—No, pienso negárselo hasta la saciedad. A este niño lo voy a sacar

adelante yo solita.

—Pero mira que eres cabezona, esto es la monda…

—No y no. Tú a mí me dejas que sé muy bien lo que tengo que hacer.

—Porque tú lo digas. Bueno, vaya movida en lo del trabajo, ¿no?

—Sí, ahora sí que no sé cómo voy a poder seguir currando porque a Eva es

que la quiero matar, imagínate.

—Joder, esa sí que es mala. Porque la otra mucho amenazarte, pero esta es

la que te ha querido meter en la boca del lobo.

—Supongo que se hizo con la llave de mi taquilla y puso los gemelos en mi

uniforme mientras estaba en la consulta. Todo por acusarme injustamente,

yo te digo que lo ha hecho por encargo de Paloma, que le habrá dado algo a

cambio, al saber.

—¿Y qué dijo la poli?

—Que alguien me habría querido tender una trampa, que lo investigarán,

pero supongo que les importará un bledo. Total, ya han aparecido, tampoco

creo que se vayan a deslomar con la de delitos importantes que hay por todo

Madrid.

A la mañana siguiente el ambiente estaba verdaderamente enrarecido. Eva

le daba sus supuestas explicaciones a Héctor.

—Lo siento, jefe, pero es que yo estaba segura de que Vania entró a limpiar,

¿cómo iba a saber que no estaba aquí? Alguien se percataría y aprovechó el

rato para meter los gemelos en su uniforme hasta poder recuperarlos y

venderlos, yo qué sé.

—Eso es mentira. Tú sabías muy bien que yo no estaba, confié en ti,

traidora asquerosa…

—Vania, cariño, no te pongas así conmigo. Yo soy una víctima de esta

situación igual que tú—argumentó.

—¿Una víctima? Tú vas a salir con los pies por delante como no te calles,

eso sí. Pero de ahí a ser una víctima, no; es que te lo estás buscando tú

solita.

—Eva, por favor, ¿nos puedes dejar a solas? —le pidió Héctor.

—Claro, claro. Qué disgusto, qué disgusto—le contestó lloriqueando.

Se marchó y, aprovechando que Paloma estaba atendiendo a unos clientes,

él quiso hablar conmigo.

—Vania, lo primero que quiero que sepas es que yo no creí en ningún

momento que me hubieras robado tú.

—Eso lo sé, Héctor, al margen de que tú y yo hayamos tenido nuestros más

y nuestros menos, siempre sales en mi defensa, eso no puedo negarlo.

—Perfecto, dicho esto, lo que quería era preguntarte…

Ya iba a salir el tema del embarazo, el momento tan temido por mí. Pero no,

una oportuna visita puso fin a nuestra conversación.

—Papá, ¿qué haces aquí? —Héctor se levantó y lo abrazó.

—Hola, hijo, he venido porque he conocido por tu madre el desagradable

incidente de ayer.

—Pues sí, papá. Alguien entró en este despacho y hurtó los gemelos. Y

supongo que ya estarás enterado también de que Vania no pudo ser.

—Sí, Paloma estuvo hablando largo y tendido con tu madre.

—Como siempre, papá, como siempre.

—Sí, hijo, pero en esta ocasión nos ha venido bien.

—¿Y eso, papá?

—Porque gracias a que he tenido noticia del incidente puedo ayudarte a

resolverlo.

—No me digas, papá. Nada me gustaría más.

—Verás, Héctor, yo ya estoy mayor y a veces se me olvidan las cosas.

—Lo sé, papá, pero eso es porque tienes muchas cosas en la cabeza.

—Cierto, hijo, y en la confianza de que este era mi despacho y no el tuyo,

creo que no te llegué a comentar que hace un tiempo coloqué una cámara de

seguridad.

—No, papá, no lo sabía…

—Solo lo hice por si alguna vez ocurría algo así. Las grabaciones no las ve

nadie, pero en un caso como este podemos echar mano de ellas y conocer lo

que realmente ocurrió.

Yo me quedé sin habla y me levanté para irme.

—Vania, ¿dónde vas? —me preguntó él.

—Esto es algo entre tu padre y tú, Héctor, no pinto nada aquí.

—Eso no es así. Tú has sido acusada injustamente y hay alguien que te debe

una explicación, quédate.

Don Adrián llamó al informático de la empresa y le comentó lo ocurrido,

por lo que en pocos minutos estuvimos visualizando el contenido de la

cinta.

—¡Hija de…! —Héctor no pudo contener la lengua.

—Ha sido Eva, qué maldita, con razón me acusaba con total certeza.

—Lo siento mucho, Vania, lo siento muchísimo.

—¿Y tú sabes lo que siento yo, Héctor? Bueno, me callo—Miré a Don

Adrián, con quien no tenía confianza.

—Di lo que quieras, Vania, mi padre está de mi lado.

—Pues entonces lo siento, pero lo va a tener que escuchar; lo que siento es

que no creo que esto haya sido solo cosa de Eva.

—¿Te refieres a un complot para acusarte?

—Justo a eso, a un complot orquestado por Paloma. Lo siento, Héctor, pero

es lo que pienso.

—Si es así, Eva nos lo dirá. Ella se llevará la peor parte y no permitirá que

Paloma se vaya de rositas si ha tenido algo que ver.

—Yo ya no sé lo que creer. O, mejor dicho, yo ya no creo en nada.

—En mí debes creer, Vania, en mí sí.

—No, Héctor, yo no creo en nada ni en nadie, perdóname.

Don Adrián salió y él mismo buscó a Eva. Paloma acababa de llegar y la

invitó a unirse a la reunioncita de marras.

—Eva, no puedes negar la evidencia. La cámara ha grabado el hurto—le

indicó Héctor.

—Lo siento, lo siento mucho. Me hacía falta el dinero, pensé en

esconderlos en el uniforme de Vania y en recuperarlos más tarde…—Era

evidente que mentía.

—Qué barbaridad, cuánto delincuente hay en esta empresa—Volvió Paloma

a acusarme con la mirada.

—A mí no me vuelvas a acusar de choriza o no respondo—le advertí.

—Eva, yo solo quiero que me digas una cosa, ¿estás sola en este hurto o

alguien te metió en el ajo?

—¿Qué estás insinuando, Héctor? —Se ofendió Paloma.

—Paloma, yo no he dado nombres, si te ofendes, deberías preguntarte el

porqué.

—Sola, estoy totalmente sola en esto—le confirmó una avergonzada Eva,

ella sabía por qué la cubría.

Capítulo 13

Desde aquel día, al menos, Paloma no me molestó más. Tenía mucho que

callar y lo sabía…

Si Héctor se había tragado que ella no tuvo nada que ver en lo del hurto,

que viniera Dios y lo viera. Supongo que no era tan tonto como para eso,

pero que la falta de pruebas terminó por venirle bien para poder mirar hacia

otra parte y zanjar el tema.

Pensé en que quizás era el momento idóneo para dejar el trabajo, podía

hacerlo sin más, tenía un colchón que me lo permitía. Eso era lo que me

decía el pequeño demonio que a todos nos habla a veces a un ladito de la

cabeza, pero después estaba ese otro, el angelito, que me decía que yo no

tenía absolutamente nada que ocultar y que sería mejor que todavía me

quedara un poco más para demostrarle a Paloma que ya podía hacer todas

las maniobras que le diese la gana, pero que yo no le tenía miedo.

En los siguientes días, Héctor me buscó por cielo y tierra, esa es la realidad.

Él y yo teníamos una conversación pendiente, se lo notaba en los ojos. La

desazón estaba pudiendo con él, pero también lo hacía conmigo, por mucho

que yo lo disimulara.

Bastaba que fuera con el carrito de la limpieza de acá para allá, para que lo

tuviera detrás em cuanto me quisiera dar cuenta. En ese momento, yo

apretaba el paso y lo dejaba con la palabra en la boca, sin más.

Pude hacerlo durante varias mañanas hasta que, en una de ellas, cuando

Paloma no estuvo, me hizo llamar a su despacho.

—Mira, Héctor. Yo sé, que tú eres el jefe supremo, el mandamás y el rey de

esta empresa, yo te traigo una corona del Burger King si hace falta, pero

esta que está aquí no quiere pisar este despacho ni por cachondeo, no sé si

me he explicado, que luego vienen los problemas y tu Palomita no tiene

nada que ver, ¿sabes? Ella se lava las manos y tú la crees, cuando todo el

mundo sabe que me la tenía jurada. Y que me la sigue teniendo, de hecho.

—Entiendo tu dolor, pero sabes que haré todo lo posible por defenderte

siempre que pueda, Vania. Lo que pasa es que no hay pruebas de que

Paloma tuviera nada que ver en el hurto. Por lo demás, Eva está despedida y

tendrá que rendir cuentas ante la justicia por lo que hizo.

—Lo sé, lo sé, pero que sepas tú que esa infeliz no es más que una cabeza

de turco. Tú y yo sabemos la verdad, lo que pasa es que ella es intocable.

—Podemos sospecharlo, pero no la sabemos, Vania. No hay pruebas, tienes

que entenderme.

—Claro, cómo no iba a entenderte, tengo que ponerme en tu lugar, por

supuesto. Había olvidado que los ricos siempre tenéis la razón. Sorry, ¿qué

se te ofrece? ¿Para qué me has llamado?

—Porque necesito saber… es que lo necesito, necesito saber si tu hijo, si

ese bebé, si ese embarazo, tú ya me entiendes, Vania—murmuró.

—No, yo no te entiendo, tendrás que ser más claro—Era mi pequeña

venganza, la de ponerlo contra la espada y la pared, la de que tuviera que

mojarse.

—Me estás entendiendo perfectamente, ¿el bebé es mío?

—¿Tuyo? Vaya, hombre, si ya decía yo que te crees el ombligo del mundo.

Claro, tú puedes tener una relación paralela con tu noviecita mientras

nosotros nos acostamos. Pero Vania, no. Vania tiene que estar a tu servicio

exclusivo y, si se queda embarazada, ha de ser tuyo. Pues te has equivocado

chaval, yo también hago de mi capa un sayo, así que quítate esa cara de

preocupación que tienes, porque el bebé no es tuyo.

—¿Estás segura de lo que dices, Vania?

—¿Me ves cara de insegura? Mira, yo diría que puedo tener cara de muchas

cosas. Hasta de lela te diría, pero de insegura no me la veo.

—Ni yo, tampoco es eso. Lo que ocurre es que hubiera jurado, yo hubiera

jurado…

—¿Qué hubieras jurado? ¿Que yo te estaba prometiendo amor eterno solo

porque nos diéramos unos cuantos revolcones? Estás un poco equivocado,

Héctor, dejémoslo ahí.

—Vania, yo quiero creerte, pero en el fondo, es que en el fondo…

—Vaya, que en el fondo te va a salir hasta la vena paternal, ¿puede ser?

Pues despreocúpate porque este bebé no tiene nada que ver contigo. Si eso,

ya haces tú uno con Paloma y te enteras de lo que se siente cuando uno va a

ser padre.

—Debe ser maravilloso, ¿no?

—Mira, cómprate una revista de esas y te empapas de todo, que lo explican

muy bien.

—Y si no me quieres, si tan poco he representado en tu vida y también

estabas con otros, ¿por qué estás tan borde conmigo? ¿Por qué no soportas

ni tenerme a tu lado?

—Porque, pese a todo, creía que tenías unos valores que, al casarte con

Paloma, demuestras no tener, Héctor, por eso.

—No lo entiendes, Vania, y claro que no lo entiendes, es que no lo puedes

entender, me pongo en tu lugar.

—No, no lo entiendo. Supongo que en el fondo tú me ves también como lo

hace tu novia, como una paleta, y esta paleta no entiende nada.


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