La dama de Sandbeck Park parte 04

 

—¡Primero muerta antes que confesar esa vergüenza! —exclamó

desesperada al imaginar que lo contaba—. Era al menos un consuelo

cuando no pensaba en que lo encontraría o que conviviría con él.

—Quédese para que termine de vestirla. Supongo que no se perderá sus

noches con su caballero de la noche…

Ella despejó su rostro un poco y pensó en aquel momento esperado que

compartiría junto a Michael en la madrugada. Vivía para ese corto lapso de

tiempo en que eran libres.

Michael y Calvin fueron al salón para encontrar alguna actividad que

realizar. Calvin se sirvió una copa del brandi que estaba en el lugar, mas no

se lo bebía. Conversaba sobre su aburrimiento en la casa.

—Como estoy tan solo y abandonado en tu residencia, querido amigo,

me tendré que dedicar a actividades aburridas, como calcular el valor de las

joyas que poseo.

—Puedes empezar en este instante si gustas —recomendó Michael

colocando una pierna sobre la otra. Esperó a que Calvin se bebiera el

contenido de su copa.

Escucharon que la puerta se abrió. La figura de vestido negro hizo una

inclinación de cabeza para ambos. A Michael se le iluminó el rostro al

observarla; sus mejillas rosadas por el frío le parecían encantadoras. Sus

labios eran de color cereza, esplendorosos a sus sentidos. Deseaba el sabor

de aquella boca que destilaba deseo por él, uno que debía mantenerse dentro

de los preceptos de las buenas costumbres y del decoro por respeto a

Wynona. Sus palabras de borracho no eran lo que él creía en realidad.

—Tocaré el piano… si están de acuerdo.

—Necesitamos entretenimiento. Brindemos un poco de su

excelentísimo talento, milady —replicó Calvin, zalamero, mirando cómo

iba hasta el piano.

Contoneaba su cadera con una gracia admirable. Calvin posó sus ojos

en el rostro de Michael, que parecía atontado por la mujer. La deseaba, y

quizás él también lo hacía sin darse cuenta. Creía estar bajo el efecto de la

soledad que también afectaba a Michael. La belleza de Wynona era

irrefutable. Además, sus sospechas de que tal vez no fuera una gran dama,

hacían que su mente formara más ideas sobre ella.

Al final, Calvin se bebió esa única copa. Se sentía somnoliento, no

obstante, se negaba a dormir y dejarlos acompañados mutuamente.

Wynona y Michael intercambiaban miradas de ansiedad para que Calvin

se durmiera. La nana bordaba cerca de la chimenea y los estudiaba con

atención.

Entre bostezos, Calvin bajó su carta ganadora para humillar a Michael

en el juego.

—Estoy muriendo de sueño y, aun así, puedo ganarte. Lady Wynona —

la llamó sonriente—, venga con nosotros, únase al juego, quizá sea más

entretenido con una compañera.

—Agradezco su ofrecimiento, pero me temo que me retiraré. Me siento

un poco cansada. —Acarició su frente.

Michael no comprendió lo que Wynona hacía. Si su nana sabía sobre

sus encuentros, no había necesidad fingir un sueño que no sentía.

Wynona se levantó, se acercó hasta su nana y le susurró unas palabras al

oído.

—Con permiso, por esta noche descansaré más temprano. Mi nana irá

en un momento, le sugerí que termine esa flor de su bordado.

—Buenas noches, milady. Espero verla mañana —la despidió Michael,

insinuante.

—Así será —auguró ella al agachar la mirada.

Calvin hizo unos gestos con el rostro y la despidió con una reverencia.

Ella se alejó del salón. Caminó por el pasillo rumbo a su habitación,

cuando sintió que una mano la tomó de la boca y la colocó contra la fría

pared de la casa. Wynona tenía el corazón en la mano, estaba muy asustada

por el ataque.

—No puede escapar de mí, milady. Quiero dinero —exigió el hombre.

Negó con la cabeza, pues no podía expresar su desacuerdo. Él le retiró

la mano que le impedía hablar, pero la sostuvo de ambos brazos con fuerza.

—No tengo dinero. De hecho, no tengo razones para pagarle a un

traidor. ¿Se le acabó el dinero que le dio mi padre por mentirme?

—No me culpe, ambos acudieron a mí. Cuando su padre supo lo que

usted buscaba, no dudó en pagarme más.

—Es un infame. No me sirve y no le voy a pagar nada porque ya sé lo

que necesitaba. No tuve que hurgar demasiado para saberlo.

El amenazante y maloliente varón, la tomó del rostro y lo apretó con

fuerza por la rabia.

—Me pagará, pues no le gustará al conde de Scarbrough saber más

cosas sobre su flamante residente. Puedo abrir la boca y su vida bien

cuidada en el campo desaparecerá, milady. Si no tiene dinero, acepto una

negociación conveniente —expuso.

Acercó su boca a la de Wynona, que con desesperación intentaba

sacárselo de encima.

—Váyase, desgraciado —amenazó la nana golpeando al agresor.

—Vieja urraca, ayude a su lady a conseguir el dinero. No podrán

mencionar su nombre en ningún sitio si yo abro la boca, y lo saben.

—Lárguese —insistió la doncella al abrazar a Wynona.

—Volveré por mi dinero.

Ambas vieron cómo se perdió en la oscuridad. Wynona rompió en llanto

mientras era consolada por su nana.

—No quiero que lo sepa, no quiero —mencionó subiendo la voz.

La nana hizo que se calmara con sus susurros para que no se delatara.

—Vayamos a su habitación, milady. Le dejé su recado a milord.

Calvin había abandonado a Michael para ir detrás de Wynona. Sin

embargo, fue sorprendido por una sombra que se arrojó sobre ella. Él pudo

observar y escuchar. Estaba muy interesado en conocer qué era eso que

guardaba quien la había amenazado. A cada momento, su teoría de que no

era una dama virginal se hacía más evidente. No era un hombre de rodeos,

por lo que averiguaría de qué se trataba.

Capítulo 22

En lugar de temor, sentía rabia. Era amenazada hasta por los ratones de esa

propiedad. Estaba hastiada y disgustada por lo que le ocurría. Volver a

Riverton Manor la salvaría tan solo de uno de sus perseguidores, aunque

tampoco tenía sentido. Debía esperar a que Calvin se fuera de Sandbeck

Park, pero aquel antiguo cochero de su padre era tan sucio que no dudaría

en volver para procurar quitarle más dinero, el cual —por cierto—, no

poseía. Cualquier cosa debía pasar a través de Michael, y su temor era que

intentara indagar sobre su pedido.

—¡Nos ha seguido ese sinvergüenza! —exclamó ante Wynona, que

estaba desilusionada de lo que acontecía.

—Ya no soporto más esto. Hay dos caminos... el de la víctima o el del

victimario —expresó angustiada.

—¿Qué quiere decir, lady Wynona?

—Que voy a conseguir un arma para matarlo. Nunca nos dejará en paz.

No tengo dinero. Las joyas de mi madre no tienen tanto valor, salvo el que

tengo uno y...

—El conde tiene el otro. No piense en convertirse en una asesina,

olvídelo por completo. Quizá podría tomar a bien la estancia de cierto

caballero —insinuó maliciosa su criada.

—¿Cómo algo sin provecho se convertirá en de provecho?

—Tiene joyas ajenas. Ha robado a cada dama como lo ha hecho con

usted. Piense, un arete puede tener varias piedras que pueden venderse. Si

consigue recuperar la suya, cualquier cosa que diga aquel inescrupuloso en

su contra, carecerá de valor sin algo que pueda probarlo.

—Robar es un pecado...

—Matar es uno más grave.

—En fin, iré al infierno de todas formas. No robaré para darle el gusto a

alguien que volverá con más ánimo de perjudicarme.

—Entonces no le queda más que hablar con el conde, ¿cómo más podría

perjudicarse? Mejor que lo sepa por usted que por otra persona que quizá le

diga una mentira.

—No sé si alcances a comprender.

—Si no se va a casar y se aventura con este caballero, no hay nada que

se pueda perder. Entienda usted, lady Wynona, que sus secretos solo traen

más perjuicios que tranquilidad.

Sabía que su nana le decía algo razonable, pero en su capricho no cabía

la palabra confesión. Su vergüenza era más grande que sus ansias de no

matar.

Michael se quedó en solitario después que la nana le avisara que se

encontrarían más tarde. Calvin lo había dejado porque dijo sentirse

somnoliento.

Su amigo podía ser el peor hombre del mundo, sin embargo, tonto no

era. Echó en ver que el brandi lo hacía dormir. Tendría que pedirle a la

cocinera que le echara en la sopa el preparado.

Mientras sacaba su bebida del mueble del salón, pensó en lo que Calvin

realizó ese día. La rosa de servilleta era una pésima señal para él y sus

palabras posteriores eran aún peores. No quería que intentara seducir a

Wynona. Tampoco pensaba en que ella podría caer, pese a que en algún

momento lo hizo y ese era el motivo de su soltería, abandono y reclusión en

Riverton Manor.

Confiaba en ella, presentía que no cometería el mismo error dos veces.

La relación entre ellos era un acuerdo de compañía guiado por el más alto

respeto por su parte. No quería que Wynona recordara su pasado, deseaba

que viviera su presente junto a él.

El tiempo se le hacía lento en la espera, pero la recompensa valía la

pena. Wynona llegó junto a él antes de la hora prevista. Se acercó a tomarle

de la mano y lo levantó, sonriente.

—No me gusta que esté sentado en esa silla. Cuando su visita se vaya,

quémela. Hay que deshacerse de las cosas indeseables.

—Calvin no logró convencerla con su rosa. No sabe cómo me alegra

eso —resaltó acariciando el rostro de ella.

—Aunque es el primer caballero que me regala algo.

—Mmm —gruñó, pensativo.

Ciertamente, él no le había dado algún presente y ella lo merecía. Le

inspiraba comprarle una bella joya. No quería salir por frío, mas el esfuerzo

de helarse por ver una sonrisa en su rostro valdría la pena.

—Un primer obsequio no significa que un segundo será peor. ¿Cree

que, si otro caballero le da un presente, será valorado?

—Depende de quién lo entregue —replicó también tocando las mejillas

de Michael.

—Unas manos de cadáver, querida mía. Pienso en un guante para usted

—bromeó.

Dejó un tierno beso en sus labios antes de tomarla por la cintura y

acercarla a su pecho.

—No sé si son figuraciones mías o milord sufre durante cada invierno.

—Quizá sea un animal de costumbres cálidas, ¿no le parece? Un abrazo

es mejor que una manta estéril que le rodea sin respirar en su nuca, en

cambio, los tentadores brazos de una mujer hacen que cualquier frío

desaparezca. Se siente su calor, su respiración y su cuerpo —adujo en un

tono tentador pegado a su oreja.

Ella cerró los ojos al escucharlo, respiró con dificultad y se relamió los

labios. Suspiró profundo al sentir que Michael hizo viajar sus labios por su

cuello, dejando besos a mansalva.

—¿No le molesta que en ocasiones sea un poco apasionado? No le

faltaré al respeto, ni a su decoro, se lo prometo —añadió desde aquel viaje

hacia la pasión.

—Le agradecería que me faltara a ese respeto un poco, no demasiado.

No quiero que piense mal de mí.

—No se preocupe, que desde que la conozco no puedo pensar con

claridad. Somos seres apasionados y no me importa su pasado. Quiero que

piense en que soy su presente y que cualquier cosa que hagamos, queda en

confidencia para ambos...

Wynona dejó de pensar y se entregó a aquel fuego de invierno. Michael

hacía que sus labios ardientes olvidaran el frío cuando él corrió el hombro

de su vestido hacia abajo. Aquello que estaba haciendo era por lo que fue

castigada, pero en esta ocasión estaba consciente de las implicancias. Nadie

la llevó bajo mentiras y falacias para arruinar su futuro. Estaba ahí por

voluntad propia, lo peor había pasado.

Llegado cierto momento, Michael se volvió insaciable. No se

conformaba con acariciar la tela que guardaba su piel. Ella no se había

negado a nada. El piano que solían usar de compañía se convirtió en el

respaldo de Wynona, que sintió aflojar la parte de arriba de su vestido. No

solo sus hombros estaban al descubierto, sino también los senos medianos

con los cuales le había dotado la naturaleza. Cuando sintió aquellos labios

devorarlas como frutas, cayó en el precipicio de la pasión. Sobre su

compañero, podía creer que estaba poseído por el espíritu de la lujuria. Ella

sabía que la deseaba con locura.

Para él los besos eran migajas cuando sabía que Wynona era un festín.

Michael no deseaba parar y no quería que ella lo hiciera tampoco. Esperaba

que esa noche lo dejara introducirse en ella para hacerla conocer que no

todo era malo. Tenía el compromiso de cuidarla y de velar por su bienestar,

era el único que ocuparía de ella en el futuro.

Llevó una de sus manos más allá de su falda. Arribó por los caminos

pasando por la liga para llegar hasta el calzón. Cuando la acarició, Wynona

dio un respingo y tiró la cabeza hacia atrás, perdida en el encanto de esa

caricia indiscreta.

Su respiración era aún más agitada que en un principio, tal vez por la

ansiedad por que su mente anticipaba lo que sucedería. Su cabeza asociaba

la intimidad con algo malo, sentía temor de ello, pero más le temía a sus

deseos de volver a arruinarse.

—Me excedí en el pedido de que me faltara al respeto —musitó

lagrimeando al colocar sus manos en el pecho de Michael para alejarlo y

poder arreglarse un poco la prenda.

—Lo siento. ¿Hice algo que la molestó? —inquirió al notarla distante.

Parecía aquel ser desconocido al que miró por primera vez en aquella

lúgubre propiedad.

—No. ¿Cómo podría usted agraviarme? Está equivocado si lo piensa.

—Es mi culpa por no poder ocultar mis deseos por usted.

Ella negó varias veces con la cabeza. No tenía forma de explicar lo que

le ocurría.

—No es bueno intimar con nadie. Es algo sucio que solo trae dolor... —

Posó sus manos en el pecho.

—No debería ser de esa forma.

—Pero es como yo lo conocí. Pienso que deseé una aventura en la no

quiero arriesgar nada.

—¿Qué le ocurrió? Quiero saber, necesito saber cómo pasó todo.

—No querrá saberlo, se lo aseguro.

—Cuando Calvin dijo que tenía una colección de joyas, usted se llevó la

mano a la oreja. Me hace creer que ese hombre le robó algo, tal como lo

hace mi amigo.

—Me robó un arete, pero más me dolió que me haya robado la paz.

Recordé eso.

Él dejó de preguntarle más cosas y se dedicó en su ayuda de colocarse

su prenda como debía. La consoló con su abrazo y un noble silencio.

Ambos recostaron el peso de sus cuerpos en el piano. Lo que ocurría

entre ambos iba más allá de una simple atracción. Michael no pensaba

separarse con su negativa de intimar con él. Doblegaría sus esfuerzos por

ser paciente y ayudarla a superar sus miedos, que estaban más cerca de ver

la luz de lo que ambos creían.

Capítulo 23

Calvin se mantuvo despierto buscando entre sus joyas cuál era la que

probablemente le pertenecía a la dama que se encontraba en Sandbeck Park

y de la que su amigo estaba prendado. Sus gestos y su actitud eran simples

de interpretar. Era una pésima intérprete de una señora virginal.

Ninguna de las valiosas alhajas que poseía y que tomó en ocasiones de

sus mujeres, podían responderle ese cuestionamiento.

—¡Oh! Cómo olvidarla, lady Brianna —musitó al tomar una de los

aretes que poseía—. ¡Y usted, querida señorita Anastasia, tan puritana que

parecía!

Se carcajeó un par de veces a la vez que rememoraba sus pecaminosos

actos. Hasta el último arete que revisó, ninguno coincidía con ella. Tenía

otros de los cuales no sabía el nombre de las damas, pero se memorizó sus

figuras para tenerlas en mente y tampoco había similitudes. Pensaba que

estaba perdiendo el toque con las señoritas. Lady Wynona Saunderson no

podía escaparse de sus manos. Le quedaba poco tiempo en esa casa, y pese

a que Michael le decía que no había nada entre ambos, él sabía que era

diferente. Sin dudas quería aprovecharse de algo para tomar a la muchacha

en su cama. Su actitud debía ser por la atracción que sentía por él, o quizá

por su parecido con Michael, deseaba mantener distancias.

Su curiosidad le estaba matando. Necesitaba saber cuál era el secreto

que ocultaba con tanto celo. Nada bueno podía ser para que el hombre que

la atacó le pidiera dinero y que ella le respondiera como si lo conociera. Por

su aroma y la pinta, no correspondía a alguien de un excelente estatus. Era

probable que se tratara del típico caso de una muchacha de buena familia

involucrada con algún atractivo lacayo. Le importaba muy poco si se acostó

con uno o varios, él también deseaba su tajada con la bella joven, de paso le

hacía un favor a la ceguera de Michael, pues demostraría que no era una

mujer fiel.

Fue el primero en bajar las escaleras para el desayuno. Cuando llegó al

recibidor, se acercó a la bandeja que contenía las cartas. Una solitaria y

bienvenida invitación se hizo presente hasta sus manos.

—Creo que por fin ocurren cosas buenas en este aburrido sitio —

expresó rompiendo el sello para observar la coqueta invitación.

Reconoció aquello como un inconfundible baile antes de la primavera.

Padres apresurados buscaban buenos candidatos para sus muchachas. Sin

dudas el dueño de Sandbeck Park era alguien a quien cualquier padre que se

respetara, quisiera embaucar. Rico, apuesto, dueño de grandes propiedades

y codiciado soltero.

—Buen día, Calvin —saludó Michael. Bostezó después de la turbulenta

noche que pasó junto a Wynona.

Estaba un tanto decepcionado de no haber podido compartir su cama

con ella.

—Puedo decir lo mismo hoy. Después de amargas semanas, ha llegado

una invitación...

—¿Ahora revisas mi correspondencia?

—No hay otra cosa que hacer. Podríamos salir a cazar algún venado. El

día no está muy frío y hay un poco de sol que se cuelan entre las nubes.

—Puedes ir solo. Iré al pueblo.

—¿Y no piensas llevarme?

—Pensándolo bien, es mejor que vayas conmigo, aunque quiero que lo

hagas con la boca cerrada.

—Con tal de salir de este encierro, hago lo que sea —musitó Calvin con

alegría.

Calvin le entregó la invitación y ambos pasaron al comedor para el

desayuno.

Michael no creía probable que Wynona bajara a acompañarlos. La

noche fue pesada para ambos. Los temores de su querida dama eran

preocupantes, pero en lugar de alejarlo, hacía que se acercara más a ella.

Era seguro que tiempo atrás hubiera dado un paso al costado con una

mujer ambigua. Los caballeros como él buscaban cosas fáciles, nada que los

hicieran pensar demasiado. Las muchachas con miedos y secretos no

encajaban en lo que él se hubiera esperado en una conquista a esa edad.

Cuando se dispuso la mesa para que estuvieran los caballeros sin la

compañía de la dama, ella apareció como cada mañana: con su vestido

negro, su piel blanca y sus ojos más rojos que de costumbre.

—Disculpen la tardanza. He tenido que coger valor para abandonar mi

tibia cama —expresó saludando a los presentes, que se apresuraron en una

reverencia.

Los ojos de Michael no podían ocultar su admiración a ella. Él parecía

acariciarla con sus largas pestañas al notarla entrar, incluso se acomodó el

pañuelo.

—Buen día, lady Wynona —contestó con presteza Michael.

Calvin quería carcajearse de las ridículas formas de Michael, al que

faltaba ponerse de alfombrilla para ella.

—Bienvenida, milady. Hay buenas nuevas hoy. Le adelanto que gracias

a la providencia ocurrió un milagro, de hecho, dos... —expuso Calvin en un

tono adulador y grácil.

—Ah, ¿sí? —inquirió sentándose a la mesa.

—Sí, Michael ha recibido una invitación para un baile. Usted sabe de

qué tratan esos eventos. Podría colocar mis manos al fuego por decir que en

su momento fue parte de uno de ellos —informó, avispado.

—¿Es cierto que tiene un baile? —preguntó a Michael.

—Sí, pero...

—Otra cosa más, es que Michael irá al pueblo. Se ha cansado de este

encierro terrible que es vivir en este lugar —interrumpió cuando el otro

hablaba.

Wynona bajó los luceros hacia la servilleta que acomodó en su regazo.

Su corazón latía desenfrenado al imaginar la razón de la salida de Michael

de los muros de la casa.

—Y yo lo acompañaré, o al menos pensaba hacerlo. Me siento

somnoliento. He despertado temprano esta mañana —continuó Calvin

marginando al resto.

—Iré a comprar algunas cosas, milady. ¿Le apetece algo?

—¿Le comprarás un listón negro para que haga juego con el ajuar que

trajo? —se burló Calvin a carcajadas. Él no podía evitar que le salieran esos

terribles chascos. Su lengua no permanecía quieta y por eso estaba metido

en problemas.

—Lo que sea la voluntad de milord, no preciso de nada. Un obsequio es

algo agradable de recibir —respondió a Michael e ignoró a Calvin. No

había manera de cambiar su impertinencia.

Desayunaron en silencio —al menos Wynona y Michael—, pues Calvin

hablaba hasta por los codos, incluso de lo que se pondría el estimado

Michael en el baile. Las palabras cada vez lastimaban más a Wynona, que

se sentía triste de no poder intimar con el conde por razones ajenas a sus

deseos. Escuchar que bailaría con bellas damas rurales, que eran

encantadoras y decentes, era atroz. Calvin no dejaba de enfocar en las

damas decentes, de buena familia e incorruptas, que debía atraer Michael si

pensaba en casarse.

—Es evidente que, para un hombre de pésima reputación, aunque

adinerado, debe casarse con alguien intachable. La idea es surgir y no

hundirse. Una mujer manchada no sirve para nada, más que para la amante

de algún noble que quiera cobijarla —seguía diciendo para hacer mella en

Wynona.

Calvin notó que ella era pésima para camuflar sus pensamientos y

notaba que se hundía en la desazón. Si estaba triste y decepcionada, sería

más fácil de llevarla a donde deseaba.

—Estás desperdiciando saliva, Calvin. Tu agudeza de mente debería

estar invertida en otra cosa y no en inventos —recriminó Michael—. Le

aseguro que no iré a ningún lugar, lady Wynona.

—Carece de importancia, milord. Usted es libre de hacer lo que guste.

Aquellas palabras dichas por Wynona se convirtieron en puñales para

Michael, pero estaba decidido a conquistar sus miedos.

—Vamos, Calvin, debemos salir temprano para volver pronto.

—Prefiero dormir un poco. Con este bello día tengo planes para la

siesta —rechazó su amigo con la insana intención de ofrecerse a la mujer.

Michael realizó una reverencia. Se despidió de ambos para ir por su

abrigo y buscar lo que tenía pensado para Wynona.

Ella se apresuró a retirarse para no quedar a solas con Calvin, que no

alcanzó a lanzar sus viciadas palabras. Observó a través del cristal a

Michael, quien subía a su carroza. Cruzaron sus miradas y ella cerró con

lentitud la cortina, después escuchó el relinchar de los caballos que tiraban

del carruaje.

—¿Cómo se siente ser una oveja extraviada, lady Wynona? Le puedo

contar cómo se siente ser el lobo —murmuró cerca del oído de Wynona,

que se sobresaltó y apresuró su paso para escapar.

Fue hasta su habitación a encerrarse y esperar a que su nana la

alcanzara.

Calvin se quedó sonriente en el salón. No estaba dispuesto a perder su

cacería. Siguió a Wynona, sin embargo, pasó de largo y llegó hasta la

recámara de Michael, lugar en el que esperaría a escuchar esa puerta abrirse

y arrojarse sobre ella.

Al entrar, lo primero que pudo notar era la pintura de una mujer y que

para su suerte era la misma a la que perseguía. Su belleza con aquellos

colores era notable… y hasta lo exaltaba a cometer locuras.

—Descarado pero inteligente. No tienes a la muchacha, aunque tienes

una gran vista, querido amigo. No obstante, ese arete es mío… al igual que

ella —resaltó.

Se recostó donde lo hacía Michael para apreciar la pintura de su querida

Wynona.

Capítulo 24

Calvin pudo comprobar sus sospechas con respecto a la dama. Por un

momento creyó, al no encontrar la joya entre las demás, que no había caído

con él, pero esa joya la tenía en otro sitio.

No dejó de observar la imagen de Wynona e imaginó que le colocaba la

máscara que llevaba aquella noche. Para algo guardaba las joyas, no

exactamente para encontrarse con sus amantes, sino para recordar su

experiencia. Encajaba a la perfección con su rostro.

Intuía que Michael no sabía del pasado de la dama que habitaba en

Sandbeck Park, razón por la cual cuidaba como a una rosa delicada.

Rio con demencia al recordar esa noche por completo. Tenía a esa mujer

en sus manos, no existía escapatoria posible para ella, y se lo haría saber.

Wynona escuchó un golpe en la puerta para que le abrieran. Su pecho

parecía tener un caballo galopante dentro. No abriría hasta no saber de

quién se trataba.

—¡Soy su nana, lady Wynona! —exclamó desde el otro lado.

Ella se apresuró a abrirle, aunque antes de que entrara la mujer, miró a

Calvin saliendo sonriente de la habitación de Michael. Cruzó de largo, no

sin antes, al estar frente a ellas, escrutarla con fijeza.

Cerraron la puerta con fuerza. Wynona dejó ir el aire que contenía en

sus pulmones.

—La busqué por todo el salón después de lavar sus prendas, milady.

—Tuve que encerrarme aquí. Ese hombre me busca. Creo que me

recuerda muy bien, lo noto en sus ojos. El conde fue al pueblo y me ha

dejado sola con él.

—Y tanto que insiste en quedarse cerca de usted y resulta que la deja en

las peores manos. No sabe el susto que pasé al no encontrarla en el

comedor.

—No más que el mío al verme sin nadie con ese hombre. Dudo que sea

capaz de alguna aberración, pero es parte de algo que quiero olvidar y que

me produce mucha vergüenza. ¿Es tan difícil intentar ser feliz?

—Para una dama el camino no es fácil y más cuando se ha caído en el

fango. No puede esperar lo mejor.

—Quiero que ese hombre se vaya de aquí.

—¿Quiere que lo ahuyente? Ya he visto los escondrijos de la casa por

donde se metió ese desgraciado que la amenaza.

—Sería muy bueno que lo hiciera. Si cree que hay fantasmas puede que

se vaya, así como casi lo hizo el conde.

—Haré lo posible por recuperar su arete.

—¿Crees que eso se pueda?

—Deberíamos probar...

Ambas se quedaron en la habitación hasta que escucharon volver al

dueño de casa. Wynona se sintió aliviada al observar la rubia cabellera de

Michael cubierta por su coqueto sombrero. Sabía que estaba segura a su

lado. Contaba las horas con ansiedad para encontrarse con él pese al fracaso

de la noche anterior. Pecaba de confiada en un libertino, mostraba interés

por ella y quizá fuera para conseguir acostarse juntos. La idea de que él

fuera a un baile y conociera a muchachas decentes de buena familia, le

hacía pensar que podría perder su atención y que aquel afecto que se

profesaban, desapareciera sin remedio.

Por la tarde, pidió a la servidumbre de la casa que se sirviera el té en el

salón. Deseaba estar cerca de Michael y el té era una forma de

entretenimiento pública que disfrutaba junto a su nana y él. Pocas veces

interrumpía Calvin aquel momento de paz.

—¿Y cómo le fue en el pueblo? —indagó al servir el té que sería para

Michael.

—Muy bien. Tardé muy poco, hice unas diligencias rápidas y volví para

verla. En el almuerzo no pude comentarle nada. Había mucha tensión con

Calvin, es una bendición que no esté aquí. Si lo que le interesa saber es si

traje un presente para usted, pues sí, lo tengo.

—No pregunté si me trajo algo.

—¿Entonces qué quiere averiguar?

—Deseaba saber de su vida, es todo.

—No le hice caso a Calvin. No es un listón negro, si es lo que le

preocupa.

Ella le entregó una carcajada musical y él sonrió ante aquello. Tomó su

taza con elegancia y se la llevó a la boca sin perder de vista a Wynona.

Esperaba pronto apreciarla con bellos colores vistosos que resaltaran su

inocente belleza, tal como el cuadro que guardaba celosamente en su

dormitorio.

—No puede hacerle caso a alguien semejante. Quedaría usted en mala

posición, milord —opinó Wynona al recuperarse de su pequeño momento

divertido.

—Calvin siempre me ha parecido una buena persona y lo aprecio por

los años de amistad, aunque es un poco retorcido.

—En exceso retorcido.

—¿Le ha dicho algo? ¿Se le ha insinuado? —cuestionó Michael,

extrañado por la expresión que él dijo y que ella secundó.

—No, no, milord. Son las cosas que dice, cómo se expresa —replicó

con presteza. Delatarlo sería exponerse.

Él pareció más calmado con la explicación que ella le dio. Era lo mismo

que pensaba de su amigo, se comportaba de forma desagradable y hostil.

Esperaba el momento en que la primavera se asomara para que él los dejara.

Wynona, después de quedar de acuerdo con la cocinera para el menú de

la cena, regresó a su habitación. Al entrar sintió algo bajo su calzado.

Alguien había deslizado una carta por debajo de la puerta.

La tomó pensando en que pudo ser Michael, mas estaba equivocada.

Mi estimada lady Wynona.

Sabía que la conocía de algún lugar. ¿Por qué no me dijo que ya

nos conocíamos íntimamente? Me disculpo por no reconocerla.

A través de la joya de cierto cuadro que mi amigo posee en su

habitación, he podido dilucidar nuestro lazo. Me recordó a la máscara

que tenía una coqueta pluma blanca en la punta. Aquel vestido de

debutante que llevó… me debía decir que su experiencia fue nula.

Deseo ferviente que se acuerde de nuestra noche juntos, y si no es

capaz de hacerlo, me ofrezco a refrescarle la memoria. Han pasado

creo que dos años desde nuestro encuentro. La esperaré esta noche en

mi dormitorio para conversar un poco, no quiero involucrar a Michael

en este asunto. Sea puntual, amor mío, que estoy ansioso de volver a

revolcarme con usted.

Calvin.

Estaba lívida. Arrugó la misiva y la arrojó al fuego. ¿Qué quiso decirle

con aquello de la pintura? Michael halagó varias veces esa pintura, era

imposible que la tuviera con él si mandó a quemarla antes de abandonar

Riverton Manor. No obstante, si ese hombre tan despreciable lo mencionó,

algo tenía que haber.

No se detuvo a meditarlo demasiado, salió de su recámara y abrió la

puerta de Michael sin importarle que él podría estar ahí. Estaba pasmada al

descubrir el retrato que pidió que fuera quemado en su antiguo hogar. ¿Cuál

era la razón por la que estaba en aquel sitio? ¿Por qué Michael la tenía en su

poder?

Lamentó tener que increpar a Michael por aquello. No escuchó sus

deseos de que eso desapareciera de su vida. Ya no era niña, era una mujer

que aprendió lo peor de una mala decisión.

Volvió a la estancia que habitaba en esa casa. Cuando su nana supiera

del cuadro, no dejaría de decir que el conde era un pervertido sinvergüenza,

y no podía quitarle razón ¿Quién más podría tener el retrato de una mujer

en su habitación?

—¡Le dije que no era digno de confianza! ¡Esta es la señal para volver a

Riverton Manor! —expresó su nana, escandalizada por lo que Wynona le

narraba.

—¿Cómo no supimos que la trabajo? Debió venir con nosotros. A

través de eso, aquel despreciable me reconoció. Estoy perdida. Si no accedo

a encontrarme con él, es capaz de lo que sea.

—Huyamos. Robemos todas las joyas de ese demonio y vivamos en

Irlanda o Escocia. No quiero verla sufrir más, han sido demasiadas lágrimas

y sufrimientos para usted y para mí, no merece más.

—El destino no piensa igual. Pienso en matar a otra persona cuando la

solución ante mi vergüenza sería pegarme yo un tiro, pero soy muy cobarde

para aventurarme a algo aún más desconocido como la muerte.

—No piense en esas desgracias. Mejor medite en cómo salir de esta

situación. Por muy poco es más confiable el depravado dueño de este sitio.

—Me encontraré con ese hombre y le diré que no soy una mujerzuela

como a las que quizás él frecuenta.

—¿Y su cita con milord?

—También asistiré. En primer lugar, irá el caballero que tiene mi

pintura, y luego el descarado que piensa que cometeré de nuevo una

tontería. No me queda otra más que afrontar las situaciones de la mejor

manera.

Capítulo 25

Wynona asistió a la cena intentando ocultar sus preocupaciones. Calvin,

sentado frente a ella, la observaba con una perversidad que solo un

sinvergüenza podía tener. Cavilaba que era muy probable que aquel pensara

que caería en sus garras de nuevo.

Podía decir que la noche en que conoció a ese charlatán era muy oscura

para haberlo notado. Las máscaras armaban un ambiente de fantasía a su

alrededor. En la compañía de Juliette, parecía que podía ingresar a cualquier

sitio, sin embargo, ella no le advirtió sobre los peligros de las noches en que

los libertinos salían a cazar. Mientras aguardaba a otro caballero, él se alzó

con su compañía para llevarla hasta otro sitio.

—Hoy no los acompañaré después de la cena. Resultará un alivio para

muchos en esta aburrida morada. El cansancio de no hacer nada ha podido

conmigo. Mi paseo por el jardín helado no fue muy agradable, quizás el

cielo estuviera despejado, pero no así los caminos. Todavía tengo

entumecidos los pies —comentó Calvin viendo a ambos a la vez.

Michael asintió sin querer parecer ansioso ante el anuncio de su amigo.

No perseguía mirarlo ni escucharlo más, aguardaba la compasión del

tiempo para que se fuera.

Wynona no pudo por mucho tiempo fingir tranquilidad. Que él no

estuviera con ellos en el salón significaba que estaría al pendiente de su

entrada a la habitación. Desconfiaba que la respetaría, pues no la tenía en el

mejor concepto de dama. Era un hecho que, para él, ninguna mujer era una

dama. Deseaba que aquella pesadilla de Sandbeck Park acabara para poder

continuar su vida con tranquilidad.

Calvin se despidió de ellos sin mucha prisa y eso alargaba la agonía de

los amantes que contaban los minutos para estar a solas.

Michael y Wynona se dirigieron al salón. Él pensó que ella se arrojaría a

sus brazos para besarlo y disfrutar de su compañía, pero no fue así. La miró

dirigiéndose al piano para levantar la tapa.

Un tanto sorprendido por su actitud, esperó a que comenzara con su

concierto privado para él. Después de que creyó que había pasado un

tiempo prudencial, se acercó para acariciarle el cuello, a lo que ella no se

negó. Se sentó a su lado en el banco y se animó a besarla.

Wynona correspondía como si nada ocurriera, aunque a él seguía

llamándole la atención su alejamiento.

—¿Qué ocurre con usted, milady? No tome con seriedad las palabras

que Calvin mencionó por la mañana. No asistiré a ningún baile, enviaré una

educada negativa para permanecer a su lado —mencionó creyendo que

aquella era la razón de un enfado no dicho.

—¿Por qué tiene mi pintura en su habitación? ¿Sabe cuánto desprecio

ese retrato con el que fui atormentada durante estos años? ¿La trajo aquí

con ese motivo? ¿Mi padre le pidió que continuara con sus torturas después

de muerto?

Él se alejó de ella muy avergonzado por haber sido descubierto. No

sabía qué decirle para calmarla y para ocultar las razones por las que la

llevó hasta ahí.

—El silencio no me responde nada. No lo creía capaz de eso. Le he

dado la confianza de mi secreto y de mis temores, confié en usted, me puse

en sus manos… y estoy siendo defraudada en mi buena fe. ¿Qué tiene que

decir a eso? —insistió.

Michael se tomó de la cabeza, para luego peinarse, desesperado. Sin

meditarlo por más tiempo, se arrodilló ante ella.

—Lo hice porque la idolatro, la adoro y he perdido la voluntad desde

que la conocí. Vivo pensando en usted, en que he sido correspondido a mis

deseos. La pintura era un presente que me hice para tenerla por siempre

conmigo, creyendo que nunca sería visto más que como un tutor que

cumpliría con los designios de su padre. No podía dejar que ardiera entre

los leños semejante perfección, pues a mis ojos es una dama. Excúseme por

haberla insultado en una ocasión. Tendré la paciencia necesaria para que

usted no solo me siga confiando su tiempo y sus temores, sino también su

compañía más íntima, y lo haré por donde corresponde.

—¿A qué se refiere con eso? —indagó sorprendida.

—Quiero que sea me esposa. ¿Por qué conformarme con la pintura si

puedo poseerla a usted? Me… parece apropiado… —se trabó— arriesgar

mi soltería para estar a su lado. Aguardaré… paciente una respuesta…

Ella lo notó asfixiado cuando le decía aquello. Al parecer se había

sentido presionado por ella para explicarse, y no le quedó otra forma más

sencilla que decirle la verdad.

—¿Su soltería es tan valiosa como lo era mi virginidad?

—Muy apreciada soltería, milady. No diré que es decisión fácil, pero

estuve meditándola durante mi salida de Sandbeck Park. Eché a notar que

me hace feliz, más de lo que me haría una mujer extraña con su cuerpo.

Disculpe la crudeza de mi confesión. Admito que la deseo como no tiene

idea, soy racional, por lo que esperaré a su tiempo y que usted pueda

superar sus temores con mi ayuda. Es probable que el matrimonio le dé

mayor seguridad de que no la abandonaré después de acostarme con

usted…

A él le salían las palabras sin pensarlo, deseaba decirle lo que le

rondaba en los pensamientos. Sincerarse le sirvió para quitarse ese peso de

encima, pero todavía le quedaba otro: ser o no aceptado.

Wynona se sentía feliz y halagada por la confesión de Michael, más aún

por su extraña propuesta de matrimonio. Ni en sus esperanzas más remotas

se imaginó en casarse después de lo acontecido. Era idílico pensar en ser la

dueña de ese lugar que habitaba junto a él. El problema de aceptar una

propuesta matrimonial por parte de él era que supiera que su amigo fue

quien se llevó su virtud.

—¿Qué responde a mi pregunta de casarse conmigo? No me haga

pensar que no me perdonará lo de su pintura…

—¡No! He olvidado lo de la pintura. Deje que pueda comprender lo que

me dijo. Me siento halagada. No pensé que alguien quisiera casarse

conmigo y menos sabiendo lo que usted sabe. No tuve tiempo de imaginar

casarme porque di esa oportunidad como perdida.

—Estaríamos lejos de todo y de todos. Usted y yo podríamos vivir si

gusta en Sandbeck Park, aún no la ha observado en primavera.

—Con gran placer acepto su propuesta —respondió al fin tomándolo

del rostro para besarlo.

Él no podía creer su buena fortuna, o quizá no fuera tan buena por

perder su soltería, aunque de nada le servía si vivía pendiente de ella.

—Lo ideal hubiese sido un anillo, pero estos aretes tan bonitos los

compré pensando en usted, y no se diga más de otra sorpresa que tengo en

la biblioteca —añadió sugerente.

—Estoy muy contenta de que no sea un listón negro a juego con mi

ajuar —dijo entre risas. Contempló los aretes que le colocó él en las manos.

Eran hermosas esmeraldas, graciosas y elegantes a la vez—. Que caballero

más atento es usted, milord.

—Porque solo me inspira lo mejor, no cambiaría mi suerte de hoy, que,

por cierto, pensé que sería terrible en un primer momento.

—Es difícil llevar una carga tan pesada, pero juntos la hicimos ligera.

—Quiero que me acompañe a la biblioteca, milady.

Michael la instó a que se apresurara con un gesto de la mano para mirar

la sorpresa que él tenía para ella. Como una niña, Wynona alzó un poco su

falda y corrió rumbo a la biblioteca. No cabía de la emoción por pensar que,

si todo salía bien, pronto sería una mujer casada.

Al abrir la puerta, encontró recostado en el escritorio un precioso

vestido blanco de seda con un listón dorado bajo el pecho. Sus ojos se

aguaron al acercarse y palpar la fina tela.

—¿Se lo pondría para mí? —inquirió Michael acariciando uno de sus

brazos.

—¿Esto es lo que está de moda? Es tan fino —logró articular.

—Le compraré los que desee con tal de no verla lúgubre con ese vestido

que trae. Póngase para mí la ropa y los aretes. Saldré de aquí para que se

cambie.

—Necesito de su ayuda para quitarme el vestido. Espero que lo haga

con predisposición y sin tomarse libertades.

—Usted somete a un caballero a una de las peores tentaciones, ¿cree

que lo soportaré?

—Pondremos a prueba la paciencia de la que me habló. No haga que

piense que lo que me dijo fue solo con la intención de perdonarlo por no

respetar mis deseos.

Tuvo que someterse a la tortura de observar a su futura esposa en una

fina tela de algodón que llevaba bajo su oscuro vestido. Cuando le ayudó a

colocarle la vestimenta, también le pidió que le pusiera los aretes.

La mujer que estaba frente a él era la inocente debutante de la pintura de

la habitación. No había perdido aquel toque en su mirada esperanzada y en

su rostro.

—El camino al matrimonio será difícil si se pone usted todavía más

hermosa de lo que es. Pretende enloquecerme para que nos casemos en la

primavera.

—Me gusta la primavera para ese fin.

—Nos casaremos en la primavera. —Tomó por asalto los labios de ella,

que respondió sin dilación a su atención.

Estuvieron durante horas, tantas, que el tiempo se le había pasado y la

madrugada se echaba sobre ellos.

Calvin se había preparado para ella.

Se acicaló, arregló y perfumó para seducir a una mujer. Sin embargo, la

misma no apareció y se rindió ante el sueño, no sin antes maldecirla y jurar

que le haría muchos momentos del día casi imposibles.

Capítulo 26

Wynona olvidó su encuentro obligatorio con Calvin. Su mente no estaba

dispuesta a echar a perder su momento de felicidad junto a Michael. Ella

tuvo que contar una historia poco creíble con respecto a enterarse de la

existencia de la pintura dentro de la residencia. Dijo que había visto a

Calvin saliendo de su habitación y que ella fue a cerrar la puerta, momento

en que no resistió a la curiosidad y la distinguió.

Michael asumió que Calvin solía ingresar a las habitaciones ajenas. Era

un hábito arraigado en él desde siempre y nunca le había molestado, pero

que supiera que tenía un retrato de su inquilina, era algo que sería utilizado

como alguna forma de burla o similares, dada su poca discreción.

Durante la mañana, Wynona y Michael llegaron juntos al desayuno

como era costumbre, aunque Calvin se había tardado más porque sí estaba

somnoliento por la noche que pasó desvelado y acicalado en su recámara.

—Buen día… para quien lo merezca —saludó Calvin.

Colocó con aquello nubarrones en el paisaje de Wynona.

Ella hizo una inclinación de cabeza sin decir una sola palabra.

—Es un excelente día hoy. Me merezco tu carismático saludo.

—¿Sí? —increpó Calvin mientras se quería colocar la servilleta y no

perdía de vista a Wynona, que trataba de desayunar en paz.

—Sí, porque he decidido casarme.

Wynona echó su cuchara en la taza de té. Podía jurar que el tintineo

llegó hasta el condado vecino; no imaginaba la indiscreción que iba a

cometer su prometido. Calvin no estuvo lejos de la reacción de la

muchacha, no pudo continuar colocándose la servilleta.

—¿Estás demente? Es momento de que este invernal encierro se

termine. ¿No hablas en serio? —se quebrantó Calvin al notarlo contento y

seguro con aquello.

—Decidí cambiar mi vida por una preciosa mujer.

Ella no sabía cómo esconderse. Estaba sintiéndose avergonzada, aunque

a la vez halagada de tal presunción.

—Ninguna mujer es merecedora de tal sacrificio, déjame decirte...

—No quiero escuchar nada de lo que tengas que agregar, Calvin, y

menos frente a mi prometida. Lady Wynona ha aceptado casarse conmigo

ayer.

Calvin se quedó descolorido ante la noticia. No era lo que estaba

esperando. Esa era la razón por la que aquella no se presentó en donde la

había citado.

—Sé que para lady Wynona es un asunto de mucha confidencialidad,

todavía no se lo dijo a su nana. Se deberá enterar por el resto y también

aprenderá a aceptarme. ¿No lo cree, milady? —Agarró la mano que ella

tenía en la mesa.

—Sí...

—¿Qué opinas, amigo mío? De tanto que me negaba, hoy la idea me

ilusiona.

El invitado no dejó de mirar a Wynona de manera sombría. Sus planes

de tenerla para él se alejaban con lentitud. No deseaba que Michael se

casara con ella por la simple razón de que no cumplía con el prospecto que

debían seguir los libertinos de tan excelente posición. Una muchacha de

buena familia y sin mancha era lo que se esperaba de un joven como él, no

una mujer de dudosa reputación como aquella.

—Pienso que es una abominación —respondió con una sonrisa cínica

en el rostro.

La respuesta desconcertó a Michael y a Wynona.

—¡Miren esas caras! —Estalló en una carcajada—. ¿Pensaron que no

estaba de acuerdo? No lo estoy, pero Michael es un tonto con todas las

letras. Felicidades a usted, milady, astuta como usted sola. No me queda

más que felicitarla.

Michael dirigió sus ojos a su prometida y negó con la cabeza para que

no le hiciera caso a Calvin, aquel tenía muchos problemas de actitud.

—Nos alegra que estés de acuerdo con esta unión —replicó Michael

para reprenderlo.

—Por supuesto, querido. ¿Quieres conversar conmigo en tu jardín? Sé

que está un poco helado, pero en ocasiones es bueno una caminata por la

mañana —propuso buscando la mirada de Wynona.

Ella sintió su pecho palpitar con fuerza. Temía que aquel encuentro

privado entre ambos significara que le contara sobre su pasado.

—Milord paseará conmigo —interrumpió ella antes que Michael

aceptara—. Los perros de la otra propiedad están en camino y me gustaría

que me hablara mucho de ellos. A mi padre no le gustaba mucho los

animales.

—Lo siento, Calvin. Conversaremos en otro momento. No puedo dejar

a milady con la curiosidad sobre mis perros.

—Si es por eso, yo conversé contigo sobre ellos antes que ella —

resopló molesto.

Wynona había ganado un pequeño espacio en la puja.

Calvin salió detrás de ellos con su pipa encendida. A Michael se lo

notaba feliz y orgulloso al caminar del brazo de Wynona, mientras él estaba

junto a la nana… a la par que la otra sollozaba.

—¿Qué le ocurre, señora? No me obligue a querer consolarla, porque

no ocurrirá.

—De usted no quiero nada. Lloro por mi niña, que ha tenido

desventuras. Usted debería estar muerto.

—Admito que debería estar muerto, por supuesto que sí, pero los

prodigios no se dan todos los días. Usted tiene que estar agradecida por que

un descocado quiera casarse con una mujer mancillada como esta. Tendría

que ser la vida alegre de Michael y mía. Él y yo lo habíamos compartido

todo, pero se ha vuelto egoísta.

—No ose en llenarse la boca para hablar de milady, sucio patán

sinvergüenza. Aquella niña mal habida...

—Juliette era una prostituta, siempre lo fue. Venida desde Francia, fue

colocada entre las más bellas muchachas londinenses para consentir a

ciertos aristócratas que no deseaban casarse. Sé más de lo que usted sabe,

señora. ¿Sabía que lady Wynona fue seleccionada por un caballero durante

un baile? Había quedado fascinado con su belleza en los salones, supongo.

—¿De dónde quita usted tanta tontería?

—Recuerde que tengo el arete de milady. Sé más de lo que digo.

Después de dilucidar mis sospechas sobre ella, rememoré algunos pasajes

de esa noche que no se perdieron en el alcohol y el desengaño.

—Lárguese de esta propiedad. Deje en paz a esta muchacha que

necesita de reposo, o enloquecerá —mencionó casi rogando.

—Me iré, pero quiero que Michael se quede con mis sobras por segunda

vez. Convenza a su niña de que se acueste conmigo y la dejaré tranquila.

—Primero tendrá que matarme para volver a destrozar su vida.

Calvin le restó importancia a la mujer, sin embargo, aquella no estaba

para dormirse en los laureles con el pedido desvergonzado de él.

—¡Aquellos son! —exclamó Michael enseñándole a Wynona el carruaje

que llevaba a sus perros a la propiedad—. Como le dije, son muchos. Hay

sabuesos, lebreles, terrier... En primavera estarán felices de cacería.

Wynona se sintió entusiasmada por el ánimo de su prometido, aunque la

reacción de su nana al comprometerse con él le resultó devastadora. Ella

sollozó sin querer decirle sus motivos. Comprendía que no le traería mucha

felicidad por el hecho de tener a aquella alimaña junto a ellos.

Después de que Michael se reuniera con los animales, Calvin lo

acompañó ganándose el afecto de los canes. Para él era sencillo, pues lo

conocían. Ella, en cambio, fue escrutada por cada uno de ellos para ser

también acariciados.

Durante la noche y luego de la cena, Calvin probó varias veces abrir la

puerta a la habitación de Wynona para esperarla, no obstante, cada vez que

entraban y salían ella y su doncella, la última giraba la llave para cerrar la

puerta.

Se maldijo en un par de idiomas que conocía y regresó a su dormitorio.

Tenía un arma guardada, si bien no pensaba utilizarla en ningún momento,

era para que le temieran y utilizaría aquello para tener a la muchacha en

silencio.

Salió en medio del frío de la noche a caminar en la nieve para poder

subir por la ventana a la alcoba. Odiaba tener los pies fríos, pero estaba

seguro de que si podía conseguir las atenciones de la muchacha, lograría

calentarse de nuevo.

Caminando por el costado de la casa, siendo acosado por los propios

vapores de su boca, escuchó ladrar a la infinidad de perros que se

encontraban en un corral cercano a las caballerizas. El sonido era infernal.

Cada vez eran más agresivos en sus anuncios, parecían estar siendo

provocados.

No estaba interesado en saber lo que ocurría, aunque sí deseaba que

cerraran sus hocicos. Cambió de dirección y fue hacia las caballerizas,

donde notó que uno de los terrier estaba al borde de escapar para perseguir

algo. Lo advirtió correr hacia un sitio entre unos arbustos congelados.

De aquel lugar se dio a la huida la imagen de un hombre que se echó a

correr hacia él. Calvin le mostró el arma para que se detuviera.

—¿Quién es usted? —Intentó que lo oyeran con el incesante ladrido de

los canes.

El extraño quitó un arma, pero Calvin fue más rápido y la arrojó hacia

otro sitio antes de golpearlo y dejarlo tendido sobre la nieve.

—¡Ya cállense! —bramó molesto hacia los animales, que obedecieron

al escuchar su voz.

Calvin tomó al forajido de las prendas y lo acercó a él.

—A usted lo conozco —dijo Calvin al percibir su hedor—. Es el que

extorsiona a milady.

El otro solo gruñó intentando escapar.

—Quiero que me diga el secreto de lady Wynona. Ese otro secreto que

no sé... Hable...

—Si quiere que se lo diga, deberá darme dinero —mencionó el otro.

—Vamos, caballero, ¿qué le parece si se conserva vivo? Es toda una

ganancia —musitó Calvin colocándole el arma en la frente.

Capítulo 27

Wynona y Michael escucharon ladrar a los perros, pero no les prestaron

atención. Estaban inmersos en atenciones mutuas. Un disparo rompió el

tenue silencio que se dio después de los ladridos, eso hizo que se separaran

para mirarse recíprocamente.

—¿Qué pudo haber sido eso? —indagó Michael.

—Debemos ir...

—No, no sabemos qué puede haber. Vaya con su nana a la habitación.

—Lo esperaré aquí.

Michael negó con la cabeza antes de acercarse a su escritorio para sacar

un arma.

Sin que él se diera cuenta, Wynona lo siguió. El resto de los empleados

estaban frente a la residencia, incluida la nana. Cuando se acercaron a

observar, Calvin iba caminando con un arma en la mano. Su rostro y sus

prendas tenían sangre salpicada.

—¡Dios, Calvin! —exclamó Michael mirándolo de cerca con los ojos

desorbitados—. ¿Qué ocurrió?

—Un intruso en la propiedad. Lo distinguí desde mi ventana. Lo seguí,

forcejeamos y el arma se disparó. —Sacó un pañuelo de su levita para

secarse el rostro.

—¿No estás herido? ¿Y el hombre?

—Estoy bien y él no tanto, me parece que está muerto.

Wynona los alcanzó y encontró a Calvin limpiándose la frente mientras

conversaba con Michael.

—Veré si está vivo —espetó Michael yendo en la dirección de la que

Calvin volvió. Lo siguieron su séquito de empleados y ella también iba a

hacerlo, sin embargo, él la detuvo del brazo.

—Agradezca que acabé con su extorsionador, milady. Creo merecer su

agradecimiento.

—No le debo nada. Estoy comprometida con su amigo y, aun así, tiene

la desfachatez de pedirme favores.

—Michael es una adorable criatura, mucha virtud para una mujer como

usted, que no sirve más ya en este momento que para calentar la cama de un

caballero. ¿Acaso merece ser una prestigiosa condesa? Con lo que me dijo

este hombre, dudo que tenga un poco de prestigio.

La nana estiró a Wynona para que se fueran, pues aquel caballero estaba

provocándole.

—¡Cállese!

—Michael no la verá con los mismos ojos después de que le diga que

usted terminó pariendo en Riverton Manor a un niño… fruto de su desliz.

¿Qué tiene que expresar en su defensa? —increpó burlón—. Sabe que no

sirve como esposa de un codiciado soltero, sino para su amante.

Wynona estaba impresionada por que él lo supiera todo. Se sintió

mareada y la oscuridad se abrazó a ella, haciendo que cayera desvanecida

en la nieve.

Calvin no alcanzó a sostenerla. No esperaba que ella perdiera el

conocimiento con aquello.

—¡Lady Wynona! —chilló Michael después de asegurarse que el

intruso estaba muerto.

Notó que Calvin quiso ayudarla al tomar su cuerpo del gélido suelo.

—¿Qué le hiciste, Calvin?

—Ella es impresionable, le mostré un poco de sangre —justificó

tragando saliva con fuerza.

Michael arrebató a Wynona de los brazos de Calvin y la montó en los

suyos para devolverla en la casa. La nana no pudo defender a Wynona de

Calvin, quedó tiesa en su lugar cuando oyó lo que le dijo.

La frágil seguridad de Wynona se quebró y ella quedó devastada.

Durante esa noche, los caballeros se encargaron del cadáver del hombre y la

nana se dedicó a cantarle su canción que la acompañaba desde su

nacimiento mientras le acariciaba sus hebras de cabello negro. Mantenía sus

ojos fijos en una pared pensando en lo poco que podía durar la felicidad, era

un concepto efímero para ella.

—¿Cómo está milady? —indagó Michael por la mañana al esperarla

para desayunar un poco más tarde de lo normal, pero ella nunca bajó.

—Milady está indispuesta esta mañana —respondió la nana—. Es

probable que pueda levantarse para las demás comidas del día, milord.

Él tuvo que compartir sus comidas del día con Calvin, que le hablaba de

cosas sin importancia, como si no hubiera matado a nadie. Aquel hombre

quizás era alguien que perseguía a Wynona, por eso la razón de su desmayo.

No podía suponer más cosas porque ella no aceptaba visitas.

Cada vez que tocaba aquella puerta era para que se la cerraran en la

nariz.

—Otra vez ese conde —gruñó la nana antes de abrir la puerta.

—¿Me puede recibir mi prometida? —indagó muy molesto.

—Ella no puede porque...

—Que pase, nana —mandó Wynona e hizo un esfuerzo para no ser

consumida por su miseria.

Él se adentró a la estancia que estaba muy lúgubre, tanto que le dio

escalofríos al recordar Riverton Manor.

—¿Qué le ocurre, milady? —Acercó su mano a la de ella.

—No me siento bien.

—Traeré a un médico.

—No es una enfermedad del cuerpo, es un padecimiento del alma que

nadie puede curar. La culpa no se va con medicinas.

—El hombre que Calvin mató...

—Me siguió desde la casa de mi padre.

—Comprendo. ¿Sabe que no soy quien para juzgar su pasado? Si eso le

está haciendo mal. La adoro desde que la conocí y así sigo. Mis intenciones

de hacerla mi esposa no cambian, ni cambiarán. Mañana la esperaré para ir

a un paseo en calesa. La nieve está cerca de desaparecer y los perros están

inquietos queriendo soltarse. Un buen paisaje la animará.

Ella no pudo hablar más, solo asintió ante los deseos de su amado por

confortarla en aquella tribulación.

Después de que él se hubo ido, miró a su nana, que desvió sus ojos de

ella y salió. Escuchó la llave girarse y se recostó.

El silencio en la casa era sepulcral. Michael se retiró a su habitación

después de la cena, no podía conciliar el sueño y leyó uno de los libros que

le dio Wynona y que pertenecieron al vizconde.

Sin Michael, Calvin también buscó refugio en su dormitorio junto a una

botella de brandi. Sabía que desde que asustó al objeto de sus deseos, ella

no salía. Estaba refugiada en su habitación bajo llave. Estuvo durante horas

bebiendo y mirando por la ventana hasta quedarse dormido. Nadie podía

alertarlo de que no estaba solo en la estancia.

Una punzada en el hombro lo despertó con presteza. La aterradora

imagen de la nana de Wynona queriendo clavarle un cuchillo en el pecho

era algo sin precedentes. Dio un salto de la cama para intentar salvarse de

ella, que había logrado herirlo.

—Quédese, miserable. Quiero tener el placer de matarlo por dañar a

milady —expresó entre lágrimas—. No volverá a atormentarla más. ¿No

fue suficiente con aprovecharse de ella? ¡Sufrió y usted goza de su dolor!

No merece la vida que tiene. Fue torturada por su padre durante estos años,

para luego morir en vida con la noticia de la muerte de su hijo. ¡Era también

suyo!

La mujer parecía poseída. Lo tenía acorralado. Con el dolor en el

hombro, intentó desarmarle por un momento, pero ella no se rindió, lo

golpeó con una de las botas que estaban al costado de la cama.

—¡Ayuda! —gritó al esquivar el cuchillo de la mujer que casi se le

incrustó en la pierna.

Quiso correr hacia la puerta, mas esta se encontraba cerrada con llave.

La nana había pensado en todo.

—Lo hubiera puesto a dormir para que no se moviera tanto —gruñó

enojada.

—Cálmese, señora. Usted es la criada, no debería tomarse a pecho la

situación. Cuando esté más vieja que ahora, la echará —dijo entre risas

tomándose del hombro.

Ganaba unos minutos de vida antes de volver a gritar. Aquella vivienda

era un sepulcro con mucho eco. Debían escucharlo.

Michael escuchó el primer grito porque no estaba dormido. Salió de su

habitación, pero no hubo más ruidos hasta un siguiente bramido minutos

después. Reconoció que no era de la habitación de Wynona, sino de una

más alejada. Se apresuró y escuchó ruidos en el aposento de Calvin.

—¿Calvin? —Golpeó la puerta con los nudillos. Quiso abrir la puerta,

aunque estaba llaveada—. Calvin, abre.

La nana se acercó al cuello de Calvin y lo miró amenazante.

—Cobarde. Esta noche no se muere, pero no tiente a su suerte —

masculló sacando la llave de su delantal para abrir la puerta.

Como si fuese un evento normal, la mujer salió del cuarto. Cuando

Michael entró, las cosas estaban desparramadas.

—¿Qué fue eso, Calvin?

—Deberías estudiar a quienes metes a tu casa. La nana quiso matarme.

—Es una vieja y tú eres muy joven.

—Una vieja con demasiada fuerza, tanta que grité por mi vida.

—Hablaré con ella para saber qué has hecho, porque tú no me lo dirás.

Al quedarse solo, Calvin suspiró. Por un momento creyó que lo iban a

matar. Haber bebido demasiado tampoco lo ayudó a defenderse de la que

debería ser una tierna nana.

El dueño de casa deseaba saber lo que ocurría en su propiedad. Él

sospechaba que podía ser a causa de Wynona. Ella no quería hablar,

entonces, ¿cómo podía suponer algo sin caer en un error? Calvin era un

paria y quizá la torturaba creyendo que él no sabía que no poseía su virtud.

Antes que él golpeara la puerta de la mujer, ella se adelantó.

—Su amigo es su enemigo. Yo no puedo hablar, pero hay algo en la

habitación de él que usted sabrá interpretar —confesó la nana al cerrar la

puerta después de esas agitadas y fervientes palabras.

Capítulo 28

Michael se quedó pensando en lo que le dijo la nana. No podía obviar la

presencia dañina de Calvin en esa casa. Wynona tenía tres días sin salir de

la habitación. Lo único que podía hacer por ella era leerle algunos libros

que pudieran captar su atención dispersa y le sonreía en ocasiones cuando

algo de la lectura le parecía gracioso.

Él no imaginó que alguna vez le leería un libro a una mujer, pero

Wynona era especial y por algún motivo se sentía enferma. Cuando él cerró

su libro, ella se había quedado dormida. Wynona no se desatacaba por su

floreciente espíritu, sino por ser esquiva en sus respuestas y dispersa en sus

confesiones.

Era una fría siesta en la que él se sentía solo y era muy probable que

terminara enfermo como Wynona. Calvin salió junto a sus perros para

divertirse, al menos alguien lo hacía en la propiedad. Cuando notó que su

amigo se alejó con la jauría, recordó las palabras que la nana le mencionó

días atrás.

Se dirigió a la recámara de Calvin para intentar comprender el mensaje

oculto detrás de esas palabras. Se sentía como un ladrón dentro su propio

hogar. Observó lo que había a su alrededor y nada le parecía sospechoso. La

habitación estaba impecable, aunque olía a alcohol y tabaco.

Abrió el guardarropa y nada parecía ser fuera de lo común. Revisó

debajo de la cama y obtuvo el mismo resultado.

Pensó que enloquecía creyendo las palabras de una mujer que intentó

matar a Calvin. Para haberlo hecho, no podía estar cuerda.

Por último, se fijó en un gran alhajero. Se encontró con la sorpresa de

que tenía una gran cantidad de aretes sin par. En un momento creyó que

eran tonterías de un egocéntrico libertino, no obstante, era verdad.

Ninguna de las joyas le decía nada. Lo único que le llamó la atención

era algo que estaba oculto entre un pañuelo que le pertenecía a él y no a

Calvin. ¿En qué momento Calvin le robó uno de sus pañuelos?

Al separar la tela del pañuelo, palideció. Sería un verdadero tonto si no

reconocía la joya. Era uno de los aretes de la pintura de Wynona.

Estaba más que seguro de ello. Se había pasado demasiadas horas

apreciándola como para no darse cuenta de que era la misma.

Echó a notar que Wynona no fue engañada por un pretendiente, sino

que cayó por error en los brazos de un libertino y, para su pésima fortuna,

resultó ser Calvin.

La carta del padre de Wynona fue expresa: «Si aparece el ladrón, quiero

que cumpla con mi voluntad de matarlo y cobrar el honor de mi

hija». Aquel amigo suyo era la razón por la que debía portar el arma para

protegerla. Sin embargo, él lo metió en su casa, lo colocó bajo su techo y

Wynona no le dijo nada.

Negó varias veces con la cabeza y arrojó el arete al suelo con mucha

fuera. Abandonó la habitación y se dirigió a la biblioteca para buscar su

arma.

—¡Calvin, Calvin! —exclamó furibundo mientras caminaba dentro de

la casa—. ¡Calvin, maldita sea!

Desde afuera Calvin escuchó que lo llamaban con insistencia, al igual

que Wynona y la nana. Ellas no habían oído tan alterado al conde en el

tiempo que lo conocían.

—¿Qué está ocurriendo, nana?

—Al fin lo comprendió —respondió a Wynona.

Ella entendió esas palabras por completo. Era probable que Michael

supiera la verdad que la aquejaba. Sabía que aquel era el momento de dar la

cara ante la situación y también frente al hombre al que amaba.

—¿Qué sucede, Michael? —indagó Calvin al distinguir el arma en su

mano, la cual le apuntaba.

—Eras tú, siempre has sido tú —mencionó trémulo.

—¿Qué te ocurre?

—Tú eras el ladrón que me advirtió el vizconde de Castleton.

—¿Bebiste?

—¡Eres tú quien destruyó la vida de milady!

Calvin tomó un poco de distancia al escuchar a Michael muy alterado

sin dejar de apuntarle.

—¿Acaso fui yo a meterme entre sus faldas? Te recuerdo que no

entraría a la casa de ninguna mujer. No es una víctima, es una dama curiosa.

—¡No te refieras a ella de esa forma!

—¿Me estás amenazando por una falda? Creo valer un poco más que

una escurridiza falda. No es tan decente como piensas. Si lo fuera, no

hubiera estado en compañía de Juliette.

—Te invité a mi casa. Los coloqué bajo el mismo techo y, desde que

llegaste, ella no dejó de emitir señales sobre ti...

—Créeme, es porque quizá quiera mantener un romance con nosotros

dos.

—¡Canalla! —expresó a punto de gatillar el arma.

—¡No! —gritó Wynona abrazando a Michael desde atrás.

—Ha bajado la mártir. ¿Se seguirá haciendo pasar por una mujer

decente cuando no lo es? Mire a este caballero al que convirtió en un

pelele... Lo que puede hacer una bella muchacha...

—No se ensucie las manos, milord.

—¿Por qué no me lo dijo antes? —Acarició la mano que ella tenía en su

pecho y no lo soltaba.

—¿Piensa que me enorgullezco de esto? Solo quiero olvidarlo.

—No la habría sometido a esta tortura si lo sabía. Debió hablarme.

—Ella no iba a hablarte porque estaba pensando seriamente en la idea

de revivir nuestra noche juntos...

—¡Eso no es cierto! —se defendió con vehemencia—. He estado

huyendo de usted y no me ha dejado en paz.

—¡Es suficiente! ¡Vete de mi casa, Calvin! —expuso Michael

soltándose de Wynona—. Vete antes de que me arrepienta de no matarte.

—¡Lo compartíamos todo, Michael! ¿Quién es esta mujerzuela para

separar nuestra amistad? Déjame contarte lo que oculta, lo que más le duele

y le avergüenza.

—¡No!

—Parió un hijo mío. No está solo mancillada, está arruinada. ¿Te

casarás con una mujer sin reputación alguna? Eres un tonto. Me iré, pero si

yo pierdo a un amigo, ella pierde a su prometido. Atrévase a negarlo.

Calvin se retiró para recoger sus pertenencias y abandonar Sandbeck

Park. Michael estaba mudo ante la confesión de Calvin. Dirigió sus ojos a

Wynona, que no dejaba de sollozar al ser develado su secreto.

—¿Es cierto lo que dijo Calvin?

—Es verdad... —se pausó antes de continuar—. Ser mancillada hubiera

sido el menor de mis problemas. Juliette me había convencido de

acompañarla a un baile extravagante. Ella esperaba presentarme a un

caballero que decía estar interesado en mí. Me persuadió de que la virtud

era algo sin valor real y que un esposo deseaba a una buena y preparada

esposa. Mientras la esperaba, se acercó a mí un caballero que se presentó

con amabilidad y educación con el nombre de Calvin. Su simpatía era

agradable y… entonces, dejé de esperar a Juliette y al caballero que me

quería presentar.

Él se mantenía callado al escuchar lo que ella le contaba entre lágrimas

que aguaban su fino rostro.

—Había una habitación y yo lo acompañé. Él me pidió que lo esperara

un momento y luego volvió para continuar lo que empezó. Luego de esa

noche, pensé que todo iba a estar bien, pero en realidad no era así. No

sangré y mi vientre comenzó a crecer. Se lo tuve que confesar a mi padre y

enfureció tanto, que me golpeó. Compró Riverton Manor esa misma

semana y me llevó con él. Despidió a todos, menos a los antiguos del

servicio, pues aquellos guardarían el secreto. La pintura la llevó hasta allí

para que yo observara cada día lo que había perdido. Yo lo sabía, pero él me

torturaba repitiéndolo a cada hora de la comida o cualquier oportunidad.

Odiaba lo que crecía dentro de mí. Intenté dar con el hombre para saber si

podía casarse conmigo, pero no lo hallé —rememoró.

Michael observó cómo ella iba perdiendo la solidez con la que contaba

su historia. Parecía que se quebraría en algún momento.

—Odiaba más y más a la criatura que hallaba en mi vientre… hasta que

llegó el día de su nacimiento hace más de un año. Deseaba morir cuando me

destrozaba por dentro. Sufrí, lloré y grité como una desequilibrada.

Enloquecí de dolor. Para cuando desperté, mi nana se acercó con el niño,

pero yo lo rechacé. Insistió en que debía alimentarlo y no quise hacerlo. Su

llanto era incesante, lloraba de hambre y soledad. Mi padre había entrado a

la habitación para decirme que con ese bastardo podría olvidarme de mi

futuro. Torturada por sus palabras, maldije miles de veces al niño que

lloraba en otra habitación. Las sabias palabras de la nana inspiraron mi

compasión por el niño. Lo cargué en mis brazos, lo alimenté y me fijé en su

cabellera rubia y sus ojos grises. Era muy hermoso. Con los días, le cogí

demasiado afecto —narró, luego se quedó callada, no podía continuar.

—¿Y dónde está el niño? —indagó Michael acercándose a ella.

—Mi padre notó que era feliz con él... y entonces me lo arrebató. Un día

desperté y había desaparecido de su cuna. Enloquecí de dolor porque supe

que él se lo llevó. Regresó días después y me dijo que lo dejó en un

orfanato. El hombre que yacía muerto en su jardín días atrás… era el

cochero de mi padre. Él fue despedido por chantajearlo y también a mí,

pues yo le pagaba para que averiguara dónde estaba mi hijo, pero mi padre

hacía lo mismo para que no me lo dijera. Ese mismo fue el que le contó

todo a su amigo y él pensaba sacar ventaja de mi secreto para que yo

cediera a su acoso. Ahora sabe las razones por las cuales no pretendía nada.

—Si el niño está en un orfanato, podríamos buscarlo y...

—Es inútil. Está muerto, y no tengo siquiera dónde ir a llorarlo...

Él la abrazó con fuerza y no la soltó. Para ella era una tortura estar en

aquella casa con Calvin. Estuvo callando aquello porque sabía que no podía

contar lo que le ocurrió.

—Perdóneme por la pésima decisión de invitar a Calvin. Debió decirme

algo...

—Yo no sabía que su amigo era el mismo hombre de esa noche. Tenía

una máscara. Le reconocí por la voz y casi lo confirmé por su nombre.

¿Qué podía decirle yo que no me delatara? Quería un poco de felicidad a su

lado, no esperaba nada más.

—Yo aspiro a llenar ese vacío que le dejaron. No han cambiado mis

intenciones de casarme con usted, pero sí han cambiado mi visión sobre la

amistad que tengo con Calvin. La amo, lady Wynona, y de haberlo sabido

antes, no hubiera dejado que la torturaran de esta manera.

Capítulo 29

Wynona sintió que el peso de sus hombros se había reducido. Le

avergonzaba que Michael supiera su secreto, pero se sentía mejor después

de haberle dicho lo que ocultaba. Tantas noches, lágrimas y

arrepentimiento, no encontraban una absolución aún, pero sí alivio.

Juntos observaron desde la ventana cómo Calvin se subía a su carruaje

para partir. La sonrisa cínica de su rostro no desapareció. Él también les

devolvió la mirada fija que ellos le dieron. Michael cerró la cortina que los

separaba y se dirigió al centro del salón con la mano en el mentón.

—Lamento que su amistad acabara por mi causa, milord —lamentó

Wynona, acongojada.

—No es por su causa. No era un verdadero amigo si pretendía seducir a

la mujer que adoro. ¿Qué clase de amistad es esa? Si a él le pareció una

gracia, a mí se me hizo una desgracia. Tantos años creyendo conocer a

alguien para darse cuenta de lo egoísta que era.

—Ese caballero no cambiará. Usted comprende mi silencio después de

esto, ¿no es así? No es un buen hombre, y en aquel entonces estuve mal

influenciada. Estaba resignada a la soledad en Riverton Manor, pero usted

llegó y no comprendo lo que aconteció. Era merecedora de estar sola en un

lugar alejado llorando por la muerte de mi hijo, que nada tenía que ver con

ese hombre al que ni siquiera le distinguí el rostro. Sigo sin sentirme digna

de ser su esposa. En algo el conde tenía razón: solo sirvo para ser la

amante de un noble.

—No vuelva a decir eso. Usted me ha conquistado. Soy yo quien no

merece ser tan afortunado. He llevado una mala vida y no estoy orgulloso

de haber participado en varias actividades con Calvin. La juventud es mala

consejera y los errores se pagan muy caro. Soy su presente y su futuro,

milady. La primavera será nuestro tiempo perfecto. Nunca regresará a

Riverton Manor, de hecho, la venderé.

—No tendré lugar al cual ir si cambia de opinión un día antes de la boda

—replicó Wynona con una sonrisa.

—¿Qué puede hacerme cambiar de opinión si todo lo que sabía no lo

hizo?

Ella asintió y le tomó las manos con fuerza. Después de tanto

infortunio, quizá llegara a ser muy feliz junto a Michael.

∞∞∞

Para cuando la primavera fue dando sus primeros vestigios de

acercamiento, Michael era un hombre feliz con la mujer que amaba.

Los paseos a caballo junto a Wynona por la propiedad eran esperados

por Michael con ansiedad todos los días. Estaba orgulloso de mostrarle los

mejores parajes de Sandbeck Park. Los perros estaban extasiados

siguiéndolos por ahí.

La nana de Wynona sentía temor de subirse a un caballo, por lo que no

los acompañaba en sus paseos y eso lo hacía doblemente feliz. Faltaba poco

menos de dos semanas para el matrimonio y no tuvieron ningún

inconveniente. Las injurias de Calvin casi habían quedado olvidadas por

ambos.

—¿Cuál es la temporada de pesca en este lugar? —indagó Wynona al

mirar una de las lagunas.

—Cuando milady ordene, es la temporada. Los peces han estado muy

contentos durante años burlándose de seguro de nosotros. Les haríamos un

favor si los pescamos.

—¿Y qué me dice de las aves?

—Faisanes. He vistos demasiados en esta propiedad cuando vine la

última vez.

—¿Y los patos?

—Pronto volverán del sur. La cocinera de Riverton Manor debe ser muy

buena con los patos también. No hay nada que no le salga exquisito,

también los brebajes...

—La nana siempre los usaba para dormir a quien fuera junto a mi padre,

y a él mismo lo terminaba poniendo a dormir. De nuevo pido disculpas por

la actitud de mi nana. No hace más que protegerme.

—Ponerme a dormir tantas veces fue incluso reconfortante, aunque

perdí tiempo soñando con usted sin saber que podía tenerla estando

despierto.

—Usted es un ladrón de cuadros. ¿No le da vergüenza?

—En lo absoluto. Me enorgullezco de haber salvado tanta perfección en

ese lienzo.

—¿De quién es ese carruaje? —curioseó ella deteniendo a su caballo.

—Es del letrado, el señor Wellington —respondió extrañado.

Desconocía las razones por las cuales él podía estar en su propiedad. El

hombre no era alguien de mala suerte, pero cada vez que aparecía, nada

bueno se traía.

—¡Oh, milord, milady! —exclamó sonriente al observarlos acercarse—.

Mi presencia no es bien recibida en todos los sitios, y aquí no será la

excepción.

—Buenos días, señor Wellington —saludó Wynona con una reverencia.

—Que placer más absoluto es ser bien recibido por usted y notarla tan

colorida en estos tiempos...

—Señor Wellington...

—Milord, déjeme felicitarlo. Ha logrado cumplir con el cometido del

vizconde y qué mejor forma de hacerlo que usted casándose con lady

Wynona. No todas las esperanzas de ese caballero estaban perdidas.

—¿Qué quiere decir con eso? —inquirió Wynona.

—En ocasiones mi lengua es larga. Era un inocente deseo de su padre,

¿no le extrañaban las visitas a su propiedad siendo usted uno de los

parientes más lejanos?

—En verdad, sí, pero fue algo fortuito para que me comprometiera con

milady. ¿Qué lo trae por aquí?

—Oh, sí, sí. Me trae un asunto de vida o muerte, un poco más de muerte

que de lo otro. Como le decía, su amigo, el conde de Winchilsea, ha sido

herido y su estado es muy delicado. Me ha pedido con suma urgencia que lo

buscara a usted y a su prometida.

—¿No le ha contado que hemos roto la amistad que nos unía?

—Mencionó unas frases un tanto ininteligibles para mí, pero me hizo

entender que lo que tiene que decirles quizá lo libre del infierno. Me dijo

que en nombre de la amistad de muchos años que mantuvieron, vaya a verlo

y lo haga con presteza, porque no le queda mucho tiempo.

Michael dirigió sus ojos a Wynona y ella asintió.

—Habrán tenido mejores momentos juntos, milord. Si está en su lecho

de muerte, quizás esté a tiempo de arrepentirse.

Le debía una última visita en el nombre de la amistad de tantos años.

No estaba contento con la idea, sin embargo, Wynona no parecía hablarle

con mala entraña, sino lo hacía recapacitar por un moribundo.

∞∞∞

Partieron rumbo a Londres después de guardar sus baúles en el carruaje.

Wynona se estrujaba nerviosa las manos. Se sentía extraño retornar a

Londres y, para lamentarlo aún más, justo para visitar al hombre que tanto

mal le había hecho. Tanto su padre como aquel caballero eran de la misma

calaña. Su padre no le dijo dónde quedaba la tumba de su hijo ni a qué

orfanato se lo llevó. No merecía perdón por tantas lágrimas que le hizo

derramar.

—No piense en odiar. Es probable que Calvin esté arrepentido de cómo

la trató.

—Quizás él vaya al cielo y yo al infierno, porque no creo poder

perdonarlo.

—Debemos obrar con inteligencia. Si no desea verlo, yo bajaré del

carruaje.

—Piensa que él puede cambiar a último momento. Mi padre no lo hizo.

—Por su bien es mejor que lo haga. El pasado quedará enterrado,

recuerde que somos el presente y el futuro… juntos.

—Sepa que lo hago por usted.

Él agradeció sus palabras con un gesto de su cabeza.

Los pensamientos de Wynona no cambiarían jamás. Ni la muerte le

haría olvidar el trago amargo que Calvin le dejó. Comprendía que no fue

algo buscado por los dos; eran coincidencias entre un cazador y una presa.

La residencia de Calvin era enorme para un solo habitante. Las pilastras

eran altas y en tonos durazno, sobrias y elegantes. El señor Wellington se

aseguró que se cumpliera a cabalidad con el pedido del moribundo. Wynona

respiró antes de entrar a la habitación. Michael parecía más tranquilo al

correr la puerta.

—¡Michael, Michael, Michael! —exclamó un pálido y desabrido Calvin

—. La vida te trata mejor que a mí. Dejé Sandbeck Park y, a pocas semanas,

ese esposo despechado me disparó. Sin dudas que me voy a morir.

—Calvin, no me es grato saber lo que te ocurrió y lo siento. ¿Cuál es el

motivo por el cual estamos aquí lady Wynona y yo?

—Que graciosa tu oscura lepidóptera —comentó, para luego toser con

violencia.

Wynona seguía notando en Calvin aquella misma actitud que tuvo desde

un principio. Él no pediría disculpas.

—No me place lo que le ocurre, milord, pero, si se muere, que descanse

en paz —profirió ella con molestia.

Él dio una carcajada y luego le hizo un gesto a su empleado para que le

acercara un objeto que estaba envuelto en un pañuelo.

—Me odia porque soy un sinvergüenza y lo admito. Sin embargo,

déjeme decirle que me condena sin motivo. Acepto que quise aprovecharme

de usted en base a chantaje y también de una mentira —confesó

enseñándole lo que estaba en el pañuelo—. Lo que les diré no será un favor

y mucho menos un acto de arrepentimiento de mi parte, todavía la deseo...

Michael se dio vuelta para retirarse, pero otra carcajada demencial se

escapó de Calvin.

—¿Te ofendes, querido mío? Descubriste que yo tenía el arete de lady

Wynona, pero ¿qué hacía tu pañuelo con él?

—Robas mis servilletas, no me parece algo extraño —replicó enojado.

—Lady Wynona me ha estado odiando sin razón, al menos sin una

decente. He pensado en que, si me voy a morir, ¿por qué hacerlo con la

culpa de otro?

—¡Habla ya, maldición! —gruñó Michael, impaciente.

—¿No recuerdas esa noche, Michael? ¿Recuerdas que estuvimos en ese

mismo encuentro? ¿Qué favor te había pedido cuando te di mi máscara? —

inquirió—. ¿Lo has olvidado? Te voy a dar una pista. Si bien me robo los

aretes de mis amantes, el de ella me lo robé antes de llevarla a la cama.

Cuando estuve en tu residencia y descubrí que lady Wynona perdió un

arete, busqué el suyo entre el resto. Al momento en que lo reconocí por el

cuadro, recordé el lugar donde lo coloqué. ¿Por qué no estaba con los

demás? Era por una sencilla razón: las alhajas son recuerdos de mis

amantes y ella no lo fue. Intenté aprovecharme de que no me reconoció el

rostro. Sí, soy un retorcido.

—¿Qué quiere decir con eso? —indagó Wynona al escuchar que lo que

creyó durante ese tiempo parecía ser falso.

—Que me hubiera gustado ser ese hombre, pero en realidad el caballero

que se acostó con usted, fue Michael...

Capítulo 30

A Michael se le escapó la respiración. No recordaba eso que mencionaba

Calvin.

—Miente... —emitió Wynona notando el rostro pálido de su prometido.

—Piense lo que quiera. Michael debe hurgar un poco en esa ahuecada

cabeza rubia. Es cierto que yo hablé con usted y le di mi nombre, al igual

que tuvimos un corto interludio, cuando escuché la melodiosa voz de

Juliette en el pasillo —recordó con una media sonrisa—. Le dije que

volvería pronto, que me aguardara unos momentos. Al salir de ese lugar

encontré...

—A mí —reconoció Michael, desolado. No pudo levantar el rostro del

suelo.

Wynona tenía el corazón en la mano porque el pecho se le había

quedado hueco. Su respiración agitada y la pesadumbre en espíritu

amenazaban con llevarla a la desesperación para que fuera desmentido

aquello.

—No es cierto, milord —masculló cogiéndole del codo con cariño, a lo

que él respondió con una mirada vacía.

—Lamento no poder negarlo. Desconocía que fuera usted la mujer

virgen que llevaba como peso en mi consciencia. Yo iba caminando por ese

pasillo mientras conversaba con otro caballero, cuando Calvin se acercó

agitado y me alejó del noble diciéndome: «Michael, necesito un favor.

Toma mi máscara y dame la tuya. Aquí, detrás de esta puerta, está una

dama. Tú debes continuar lo que empecé. No puedo dejar ir a Juliette, es mi

oportunidad». Cambiamos de máscaras y yo entré en lugar de él. Usted lo

esperaba cerca de la ventana… estrujándose la mano. El resto de la historia

no hace falta que yo lo comente.

Wynona revivió aquel momento y recordó que el hombre gemía y que

no dijo una palabra alguna en el interludio que compartieron. Ella se

escabulló arrepentida en aquel entonces. No hubo tiempo de

conversar, estaba llena de vergüenza.

—Milord...

—¡Soy el maldito causante de su dolor! —exclamó alejándose de ella

—. Debí colocar el arma en mi boca y acabar con esto. Cargaré ese peso por

siempre.

—No iba a morirme con culpas ajenas. Pude haberme quedado callado

para que tú no fueras el villano, pero la realidad es que el lobo cuidaba de la

oveja —musitó irreverente.

Michael abandonó la habitación y dejó a Wynona con Calvin. Ella

estaba dolida por lo que escuchó. Se había victimizado tantas veces frente a

su prometido, que era poco probable que encontrara paz sabiéndose él como

el responsable de su desgraciada vida.

—¿Qué se siente ser injusto, lady Wynona? Ahora debe odiarlo

también.

—Usted siempre será un sinvergüenza. Que en paz descanse —expresó

retirándose.

—¡No me he muerto, milady! —gritó desde su lecho antes de toser

entre carcajadas.

Wynona llegó hasta el carruaje y Michael no se encontraba ahí.

—¿Y el conde? —le cuestionó a su nana, quien estaba aburrida dentro

del carruaje.

—Salió apresurado de la residencia y lo hizo sin su sombrero. Creí que

estaba muy enojado con su amigo y no le di importancia, era momento que

demostrara autoridad frente a esa alimaña.

—¿Hacia qué dirección partió?

—Se fue por allá —señaló su nana enseñándole una bajada concurrida.

Lo buscaron por varias cuadras sin hallarlo, Michael había desaparecido

sin dejar huella. El cochero llevó a Wynona y a su acompañante hasta la

residencia de él en Londres para que pudieran descansar, aunque Wynona

muy poco encontraba descanso en aquel día. No podía imaginarse lo que

pasaba por la mente de su amado, que era el culpable de su desgracia, según

su retrógrado pensamiento.

Su corazón no aceptaba culpa en él, como lo había hecho con Calvin,

pero ninguno fue un culpable real. Ambos caballeros eran oportunistas y

libertinos; ella estaba en territorio enemigo, mal guiada por una supuesta

amiga. Si sus convicciones hubieran sido lo suficientemente fuertes para no

creer en las patrañas de Juliette, su vida sería diferente. Tan diferente que

Michael no estaría en su vida. Sus malas decisiones la llevaron a encontrar

a alguien que la amaba y confortaba, y en quien ella confió a plenitud. No

podía ser aquel malvado hombre que sus miedos crearon como una excusa

para justificar su falta de moral.

Le echó la culpa como piedras en la cabeza sin saber que era él,

alimentando su odio hacia otra persona, disuadiéndolo de que la apoyara en

su rencor. Debía estar odiándose.

Wynona esperó a que se manifestara en su residencia, cayó la noche y

de él nada sabía. En medio de su desesperada espera, le contó a la nana lo

que supieron ese día y ella lo demonizó como era su costumbre.

—No, no es de esa forma en la que hablas de él. Cometí la imprudencia

de estar en un lugar que para nada se ajustaba a donde debía ir. Mi corazón

está acongojado, pero en cierta manera reposa después de estos años.

—Un niño no lo hace sola, milady. El pequeño Eliot estaría con vida si

usted se casaba.

—¡Estaría casada con el hombre equivocado, nana! Si encontraba al

amigo y le exigía matrimonio, sería más infeliz de lo que fui. Debo

encontrar al conde y perdonarlo, porque no encontrará paz en su vida si

sigue creyéndose como único culpable.

∞∞∞

Michael, esa misma tarde, al salir de la residencia de Calvin, tomó un

carruaje de alquiler y regresó a Sandbeck Park. Amaba tanto a Wynona que

no podía estar cerca de ella. El dolor en su pecho era algo que no conocía.

Ella le mostró otra forma de felicidad, al igual que enseñarle una de las

maneras más quebrantadas de vivir: con la culpa.

No imaginaba que la mujer a la que desgarró con fuerza fuera ella. La

sangre le indicó que no era algo convencional, no tuvo mucho tiempo para

pensar en su dolor o en su placer. La recordó irse sin cruzar palabra. Lo dejó

con una sábana ensangrentada y con un problema que había reclamado a

Calvin, aunque este se hizo el desentendido sobre la cuestión, pues

desconocía también que aquella fuera casta, y si era casta, no era para

ninguno de ellos, sino para alguien dedicado a la política o algún algo cargo

para la realeza.

En su habitación, se sentó frente a la pintura de ella para apreciarla

como lo hacía cada día. Supo que le arrebató más que la inocencia: le robó

la vida. Quizá no pensara de la misma forma si fuera otra muchacha, sin

embargo, era su Wynona.

La mirada jovial que tenía en aquella pintura no la poseía en la realidad.

Su mirada era triste y cansina; en ocasiones y en otras, cauta y temerosa.

Los sufrimientos que le dejó sin querer era lo que más le dolía. Un hijo

al que ella odió y luego amó para perderlo con la muerte, lo destrozó por

completo. No llegó a saber de su existencia, y lo amaba porque era el hijo

de su amada Wynona, mal concebido, pero era de ellos.

El vizconde renegó en varias ocasiones frente a él con impotencia y

Michael creyó que eran exageraciones de un padre celoso. Ni en las más

horribles pesadillas pensó que él destruiría el futuro de alguien y que la

carta y los cuidados iban dirigidos a él.

En un acto de inmensa vergüenza y cobardía, se refugió en su

propiedad. ¿Cómo podría él resarcirla? Se casaría con ella porque la amaba

y no porque la hubiera mancillado y destrozado su vida junto a su brillante

futuro.

Concluyó que no podía permanecer ajeno y acobardado en su

propiedad, sino que debía enfrentar a sus culpas. Retornó a Londres al día

siguiente para ir en busca de Wynona. No esperaba que aún deseara casarse

con él y tampoco estaba seguro de que fuera lo más conveniente.

∞∞∞

En la residencia de Londres, una de las criadas se apresuró hasta la

recámara que le fue asignada. Estaban sorprendidas de que su patrón

estuviera comprometido con una dama tan bonita, cuando imaginaron que

se casaría viejo con una muchacha de rostro amargado.

—Milord ha llegado, milady. Usted pidió que se me anunciara si eso

ocurría —informó la joven doncella del servicio.

Ella agradeció el aviso con un gesto de cabeza. Sentía la ansiedad

subiendo desde el estómago hasta la garganta. Se estrujó las manos,

nerviosa por mirarse a la cara sin ninguna máscara.

Cuando él escuchó la ligera caminata de Wynona por las escaleras,

pareció caer en un pozo de temor ante cómo pudiera percibirlo. Evitó

mirarla cuando ella se colocó frente a él y esperó que le diera una

explicación.

—Le pido disculpas por dejarla en casa de Calvin de manera tan

abrupta, necesitaba abandonar la habitación y...

—¿Por qué no vino aquí?

—Porque la vería a usted. Me imagino que debe ser difícil pensar en

convivir con su abusador.

Wynona premió su disparate con una sonora cachetada.

—No vuelva a decir esas palabras. No tuvo la delicadeza de avisarme

que se iba. Sufrí pensando en lo peor. Creí que quizá... pudo usted tomar un

arma...

—Me temo que tengo un poco de miedo a lo desconocido. Riverton

Manor acrecentó mis temores con respecto a los espectros, no quisiera ser

uno. Soy cobarde, pero no voy a huir de mis culpas. No encuentro forma de

enmendar lo que le hice y es probable que nunca la encuentre.

—Perdóneme, milord, por haberle hecho creer que era una víctima de

las circunstancias, cuando en realidad fui a buscar mi propio destino. No

debí buscar culpables porque siempre estuvo frente al espejo. No hay juez

más duro que uno mismo. La pintura que usted evitó que se quemara, me

decía que fue mi culpa y yo me empeñé en culpar a los demás de mi

sufrimiento. Su amigo es despreciable y alimentó mi rencor con fuerza, y se

lo contagié a usted.

—Perdóneme usted a mí porque, sin un aprovechado, su vida hubiera

continuado con tranquilidad. Pudo haber recapacitado si yo no aceptaba

hacer ese favor.

—Agradezco no haber recapacitado porque quizá hoy no hubiera tenido

un excelente partido para casarme... —Acarició la mejilla que golpeó.

—¿Todavía quiere casarse conmigo?

—No sabe cómo ansío esta primavera para abonar mi largo invierno.

Epílogo

Cuando la primavera se hizo presente, Michael y Wynona se casaron en

una capilla en Maltby. Pocos fueron los asistentes a su matrimonio, pues

nadie los conocía. El señor Wellington dio por terminado el hecho de velar

por la seguridad de la hija del fallecido vizconde, quien no vivió para saber

que su hija fue muy bien casada y sería la dueña de Sandbeck Park.

Desde Londres llegaron felicitaciones para Michael por su matrimonio,

el letrado no fue discreto con el suceso, aunque tampoco le dijo que lo

fuera. Entre las cartas con congratulaciones, hubo una escrita por Calvin,

donde expresaba sus no tan sinceras felicitaciones, sino más bien parecía

una carta de condolencias. Michael y Wynona quedaron sorprendidos al

darse cuenta de que no murió como lo anunció, sino que se iría a Francia, lo

que arruinó los planes de los recién casados de acudir en el verano.

Poco había cambiado entre Michael y Wynona, salvo que dormían

juntos. Él estaba comprometido con llenarla de felicidad por toda la tristeza

que le causó sin ser consciente de ello. No podía reparar el daño que el niño

que parió muriera en un orfanato, sin embargo, esperaba llenarla de muchos

hijos en un futuro no muy lejano.

Desde que la nieve desapareció, los campos verdes eran incitantes para

pasear. La abadía en ruinas era un lugar que Wynona apreciaba, al igual que

la laguna y la variedad de flores que crecían alrededor de la residencia.

La nana encontró un pasatiempo en la jardinería hasta que llegaran los

niños que ella pudiera cuidar. Todavía no era fiel sirviente de Michael, pero

al notar la felicidad en Wynona, prometió no volver a insistir con sus

preparados y dejaría de asustar a la gente por las noches.

—Si no podemos ir a Francia, Escocia no está muy lejos. Tengo una

propiedad muy bonita, que sé que te encantará —comentó Michael sobre el

lomo de su caballo mientras volvían a la casa después de una visita a la

abadía.

—No he ido a Escocia, de hecho, no he salido en mucho tiempo. Estaré

encantada de visitar los lugares que se puedan. Tanto tiempo encerrada no

ha sido muy placentero.

Él acercó su caballo hasta el de ella, y tomó su mano para besarla.

—Cada lágrima se borrará con una sonrisa y cada pesadilla se

suplantará por un bello paisaje.

—Es alentador que hoy sea todo diferente, aunque no es perfecto.

—¿Qué sería perfecto para ti?

—Eliot.

Lamentó no poder consolarla. No había nada que pudiera devolverles a

aquel hijo. La carta de su padre fue muy expresa. Murió en un orfanato en

Inglaterra de una infección severa a los pocos meses de haber nacido.

Los pagos que hizo Wynona para averiguar el paradero de su hijo

fueron infructuosos, pues su padre hacía que el hombre al que ella le pagaba

no averiguara nada. Lo mantenía borracho y alejado para que no lo hiciera.

Cuando recuperaba la cordura, volvía a exigir dinero hasta que lo descubrió

Wynona. Él era más bien un aliado de su padre que suyo.

Convencido de que ella olvidaría sus penas lejos de Inglaterra, apresuró

el viaje mencionado hacia Escocia, lejos de las incursiones absurdas de

Calvin, que no tenía nada de aleccionador que recordar, aunque quizá su

honestidad al contar lo que verdaderamente ocurrió fuera clave para que la

vergüenza que sentía Wynona se desvaneciera, y no podía evitar darle razón

a su vergüenza. La forma de expresarse de Calvin dejaba mucho que hablar

sobre su caballerosidad con las damas. Sería un pésimo esposo y padre para

cualquiera.

Wynona observó a Michael tomando los libros que estaban sobre un

escritorio en la habitación, aquellos eran los mismos que entregó cuando

salieron de Riverton Manor.

—¿Llevarás los libros? —indagó curiosa y con cierta burla en su tono.

—¿Y qué veré en el camino? Plantas, aves, campos… Unos libros no

serían mala compañía.

—Me siento insultada por insinuar que soy aburrida...

—¡Oh, no, no, no! —exclamó con gracia—. La presencia de Calvin en

la casa me enseñó a valorar el silencio y la lectura. ¿Recuerdas que te dije

que no era un ávido lector? Han cambiado las cosas en este corto tiempo.

Solo me faltan tres libros de los que pertenecen a ese regalo. Tu presencia

es muy apreciada por mí, querida, no hay dudas sobre eso.

—Entonces entenderé que tendré un poco de atención de tu parte

durante el trayecto. Los caballeros han sido mejor instruidos que las damas

en las cuestiones naturales, quizás aprenda algo nuevo.

Michael colocó la pila de libros en el baúl, pero uno cayó rezagado a un

costado. Lo agarró con rapidez y de él escapó un papel sin sobre. Sin

embargo, estaba con el sello del vizconde de Castleton.

—Hay un papel con el sello de tu padre —avisó Michael enseñándoselo

desde sus dedos.

—Debe ser alguna tontería, quémalo. Supongo que seguirá

acusándome. Estará ardiendo en el infierno.

—No lo culpo, cualquier padre que ama a su hija estaría desesperado.

—¿Tanto para cometer tales maldades conmigo?

—Tal vez estaba un poco equivocado.

—No hubo arrepentimiento. No dijo nada antes de morir, para mí no

hubo sentimientos —comentó desviando su mirada.

—Es por mi causa. Sin darme cuenta, pude haberlo matado.

—No, fui yo. Murió de decepción por mi causa, ya que quise quedarme

con mi hijo. Le dolió ver que me sacaba una sonrisa.

Se acercó para darle la carta, no importaba lo que dijera, aseguraba que

nada más podría hacerle mal a ella.

—Es mejor leer y sacar nuestras conclusiones después. No podrá decirte

nada que no sepas —musitó para convencerla.

Wynona asintió y cogió el papel. Al romper el sello, notó una letra

apresurada y temblorosa, que en nada se asemejaba a la carta que le dio el

letrado.

Wynona,

No puedo hablar y con esfuerzo escribo. Debo confesar que no

tuve el valor de dejar a Eliot en un orfanato. Camino a Sandbeck

Park, residencia de Michael Lumey, dejé al niño en una humilde casa

en Maltby. Recuerdo el apellido de las personas, eran los Hamilton.

Lo entregué con el nombre que le diste y también dinero.

Te confieso mi pecado porque sé que moriré pronto y la carta que

le dejé al señor Wellington no expresa la verdad de lo ocurrido, sino

mi maldad en su máxima expresión.

Después de mi muerte, mi vergüenza también morirá

y podrás ser libre de llevarlo a Riverton Manor al terminar el tiempo

de casarte, porque sé que no lo harás. Nadie es capaz de casarse con

alguien sin honor.

—¡Eliot está en Maltby! —chilló Wynona dando un salto desde la

cama.

Las lágrimas de emoción brotaban de sus ojos. Michael estaba

incrédulo, hasta que ella le arrojó la carta en rostro para que entendiera de

lo que le hablaba.

Leyó con rapidez y comprendió lo que había llenado de emoción a

Wynona; el hijo de ambos no murió en un orfanato, sino que quedó en una

casa.

—¡Vamos a buscarlo! —ordenó antes de desaparecer para buscar a su

nana. Entretanto, él se quedó tieso e impresionado.

Lo que más le tenía impresionado era que él siempre tuvo la felicidad

de Wynona en sus manos. Le dio los libros porque ella no los quería.

Hubieran pasado años sin que supieran la verdad sobre su hijo. La presencia

de Calvin en Sandbeck Park había sido nefasta, pero con una gran

bendición de fondo.

Se apresuró para colocarse una ropa un tanto decente. Sabía que sus

planes de ir a Escocia estaban cancelados por lo que habían descubierto. El

grito de la nana de Wynona lo devolvió a una extraña realidad, una donde

tenía un hijo al que debía buscar.

La nana de Wynona no dejó de llorar mientras que la vestía para que

salieran a buscar al niño. No conocía a los Hamilton, pero los buscarían así

pasaran días, meses o incluso años.

La indagación sobre los Hamilton los llevó a unas cuatro familias que

no tenían a un niño de la edad de Eliot. Uno de los últimos Hamilton que

visitaron, les dio una pista que estaban buscando. Otros Hamilton se habían

mudado de casa a una más grande en un lugar un poco retirado del pueblo,

más cerca de Sandbeck Park.

Wynona no perdió las esperanzas de encontrar al pequeño que debía

tener casi dos años. Se imaginaba cómo era. Miraba a Michael y en su

mente se formaba la imagen de un niño elegante de un tierno y largo cabello

rubio.

—¿Y si no son los Hamilton que buscamos, Wynona? Tardé mucho en

esas lecturas, pudieron haberse ido más lejos —lamentó Michael negando

con la cabeza. Ya estaban días buscándolos.

—Sin ti nunca sabría nada, pues era probable que esos libros también

acabaran en el fuego. Gastaré mi vida para buscarlo, presiento que estos son

los Hamilton que buscamos. Tienen que serlo.

Entrando por un inhóspito camino, notaron a lo lejos el humo de una

chimenea. Una casa se levantaba ante ellos, que se acercaban en su carruaje.

El camino a aquel lugar parecía eterno. El tiempo no pasaba por la

ansiedad que sentían de llegar y encontrar con vida al niño que en un

principio creían muerto.

Cuando el carruaje se detuvo, Wynona no esperó a que le abrieran la

portezuela. Corrió a la puerta sin dilación y la golpeó.

Cuando se abrió la puerta, bajó sus ojos a la niña de mirada verde que la

admiraba hasta con la boca.

—¿Es la casa de los Hamilton? —preguntó apresurada, luego sintió la

mano de Michael en su codo para que supiera que estaba allí junto a ella.

—¡Madre! —llamó la niña a su progenitora, que no tardó en hacerse

presente.

—Buen día, ¿qué desean? —inquirió la mujer secando sus manos en su

delantal.

—Busco a los Hamilton, quienes tienen un niño de nombre Eliot.

Aquella dama frente a Wynona, se puso lívida y no respondió al

momento.

—Nos dijeron que quizás alguien lo buscaría alguna vez —informó con

sus labios que hicieron un mohín de tristeza.

Wynona se volteó con rapidez hacia Michael. Sabía que ahí estaba su

hijo.

—Quiero verlo —pidió un poco autoritaria.

La señora abrió un poco más la puerta. Michael y Wynona pudieron

distinguir la silueta de su hijo sentado de espaldas a ellos jugando con

madera. Tenía unos pantaloncillos gastados y una camisa que le doblaba el

tamaño, pero era tal y como ella se imaginó a su pequeño.

Wynona pasó la puerta y se colocó frente al niño. Se arrodilló con aquel

vestido elegante que le regaló su esposo sin parar de llorar. Le pasó un

pedazo de madera con el que jugaba y el niño con sus ojos claros le sonrió.

Michael también se acercó hasta él e imitó lo que hizo su esposa.

—Eliot —llamó a su hijo y él también recibió una sonrisa.

—Es él… nuestro hijo... —aseguró Wynona.

—Es idéntico a mí, no lo he dudado ni un minuto.

La mirada desolada de la madre y de la niña no era nada comparada con

la que se notó en el señor Hamilton. Eliot era el orgullo de una humilde

familia que prosperó con el dinero que les fue entregado para el cuidado del

niño. Lo amaban como a su hijo, por lo que cederlo no era para ellos una

opción valedera.

Michael no dudó en ofrecer mucho más dinero para llevarse a su hijo,

pero nada convencía a los Hamilton. Tan solo la desinteresada oferta de que

trabajaran en la propiedad para siempre observar al pequeño… fue lo que

aceptaron.

Dos años después...

Después de recuperar a su hijo Eliot, Michael y Wynona pudieron ser

felices y esperar la llegada de su segundo hijo, el cual se gestaba en el

vientre de ella.

—Al menos nadie podrá quitarnos la paz con este segundo hijo o hija

—mencionó Michael con un libro en su mano.

—Si es una niña, temeré por su futuro.

—Yo temeré más que tú. Con hombres como Calvin es difícil luchar.

Esperemos a que sea un niño.

—Y que no sea como tu amigo.

—No lo será. Te alentaría con decirte que sea como yo, pero puede que

sea igual de sinvergüenza.

—Un sinvergüenza encantador.

—Uno que cambió por ti. He quedado encantadoramente manso —se

burló de sí.

—No puedo refutar lo que has dicho. Te amo, Michael, y nunca iremos

a Francia.

—Estoy de acuerdo con que te amo y que no iremos a Francia...

Fin...


Acerca del autor

Laura A. López

Mi nombre es Laura Adriana López, soy de nacionalidad paraguaya, nací el

05 de Julio de 1988, soy casada y con una hija. Estudié Ciencias contables y

Auditoria en la Universidad Americana.

Desde el año 2016 me encuentro escribiendo lo que realmente me apasiona,

que son las novelas de romance de época, ambientadas en la época

victoriana, regencia, etc.

También he escrito novelas contemporáneas, pero más ambientadas antes de

la revolución tecnológica que tenemos actualmente, pues tengo la creencia

de que la tecnología ha entorpecido de cierta forma las relaciones sociales,

y más aún el romance. Es una razón por que más me agrada soñar con un

romance a la antigua.

En el 2018, empecé a publicar de manera seria, con dos editoriales. Selecta,

que es del grupo Penguin Random House y que se dedica a publicar novelas

románticas en digital, y con la editorial Vestales de Argentina. Con Selecta

he publicado, seis títulos de una saga, comenzando por: Rescatando tu alma

perdida, Belleza y Venganza, Amor y dolor, Entre las sombras, Obligándote

a amar y Te deseo para mí; todas de romance histórico esta editorial es la

que me abrió las puertas para que la gente me conociera. En el 2019 se

publicaron una novela contemporánea de nombre Un romance real, y otra

para novela histórica: Tan perversa como inocente. En el 2020 se publicó

Desavenencias del amor.

Con la Editorial Vestales de Argentina, tengo publicado en físico y digital

las obras de nombres: Una perfecta señorita y La ventana de los amantes.

Todas de romance histórico.

También he incursionado en la auto-publicación en amazon, con: Los

mandatos de rey, que es un cuento corto, una dama infortunada, corazón de

invierno, una heredera obstinada, una beldad indomable, las peripecias de

los amantes, la esquiva señorita Millford y la versión en inglés de estad

última que lleva de nombre: The elusive miss Millfor





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