—Tanto interés en un truhan no es bueno, milady. Déjelo morir en la
nieve.
—No lo haré. Además, nana, es conveniente que te lleves de maravillas
con él, porque te pagará por estar conmigo. Sé amable.
Por primera vez en mucho tiempo y pese al frio que los azotaba, se
sintió libre. La prisión se alejaba y ella cabalgaba hacia la libertad. Siguió
las pisadas del caballo de Michael, que iba lento por no conocer como su
mano el camino.
Él escuchó el relinchar de un caballo. No dudó en llevarse la mano a la
levita para sacar el arma que tenía.
—¡Milord! —gritó la voz de su futura residente de Sandbeck Park.
—¡¿Qué hace aquí?!
—No quiero que se pierda —replicó agitada. El vapor de su respiración
era tanto que le dificultaba mirar al rubio caballero de ojos azules y mejillas
quemadas por el frío—. No conoce el camino.
—No hay muchos caminos para llegar a su residencia. Este es el único
más transitable. Regrese, estaré bien…
—No me envíe de vuelta. Quiero mucho a mi nana, pero es suficiente.
Por ahora prefiero su compañía.
Capítulo 7
A Michael no le quedó más opción que seguir a su preocupada anfitriona.
Para suerte de ambos, el carruaje estaba con las ruedas casi enterradas.
—¡Es el carruaje! —anunció Wynona.
—Veo que el lacayo está intentando descubrir la razón del
atascamiento —dilucidó Michael—. Su lacayo está bien y usted está aquí
exponiéndose a alguna enfermedad.
—Al igual que usted. —expresó orgullosa—. ¡Theodor!
El hombre escuchó su nombre y quitó sus cabellos, que se le habían ido
a la cara por el esfuerzo de querer que la rueda saliera del hoyo en que se
metió.
—¡Disculpe la tardanza, milady! —exclamó apresurado y acercándose a
ella.
—Estaba preocupada por si algo le ocurriera.
—No, milady. No pude ver por tanta nieve y una de las ruedas está
atorada con algo.
Michael se bajó del caballo y caminó hasta el lacayo. El señor del
servicio le hizo una reverencia y lo miró, avergonzado.
—Perdóneme, milord.
—No hay nada que perdonar. Milady se preocupa por su gente, es una
excelente patrona. Lo ayudaré con la rueda, un solo caballo difícilmente
puede ayudarlo para sacarla. Pondremos al caballo que traje como un tiro
más y lo jalamos con fuerza, esperemos no romper la rueda. Usted, lady
Wynona, regrese...
—Voy a ayudarlos.
—No. ¿Es siempre tan terca?
—Sí. Por esa razón estoy en Riverton Manor —discutió queriendo bajar
del caballo, pero Michael la señaló y aquello parecía ser irrefutable.
—Bajará después… si todo resulta como deseamos.
Ella acató y quedó mirando sobre el caballo a cada lado del camino.
Estaba desierto.
Michael puso en marcha su idea de colocar otro caballo. Era
incomprensible cómo había hecho el hombre para salir a buscar víveres con
tan solo un caballo que llevara la carga de las bolsas de tela. Por curiosidad
miró dentro del carruaje y aquel estaba lleno de provistas que eran
imposibles de llevar con una bestia.
Al levantar la vista de la carga, la figura que parecía ser la de un varón,
estaba detrás de un árbol, y al percatarse de que fue visto, se echó a correr
entre la nieve.
—¡Oiga! —gritó Michael.
Intentó también correr, pero la nieve era profunda.
—¿Qué ocurre? —inquirió Wynona, confundida por el grito.
—Un hombre nos estaba mirando, presumo que quería robarse las
provistas para su residencia, milady. He aquí una de las razones para que no
saliera. Es un peligro, debemos irnos pronto.
Wynona, al notar las preocupadas y alteradas facciones del conde, tomó
razón de que quizá fuera un campamento de gitanos el que estaba cerca. Se
alteró al pensar en que podían ser atacados por aquellos salvajes.
Una vez que azuzaron a los caballos, la rueda emergió de la nieve.
Estaban contentos del resultado de la arriesgada idea. Faltaba probar si
podían ir los caballos en aquella espesura.
Cuando Michael se cercioró que podrían, se acercó a Wynona para
ayudarla a descender.
—Se irá en el carruaje y yo me llevaré su caballo —sentenció sin
ánimos de ser discutido—. Hágalo por mi tranquilidad si no le importa la
suya.
—De acuerdo, lo haré —aceptó sin rechistar. No quería torturarlo más,
ya que sabía que la nana lo haría sufrir al llegar a la casa.
Contempló por la ventana del carruaje si Michael iba con bien detrás de
ella y su lacayo. La inquietante presencia de alguien que los acechaba
estaba fija en su cabeza.
Mientras tanto, él cuidaba la espalda del carruaje. Con una mano
sujetaba las riendas de su caballo y la otra estaba fija en su levita,
acariciando su arma. Sospechaba que tal vez algunas cosas no fueran solo
ilusiones de su mente. Lo de la noche anterior pudo haber sido un gitano
que se metió a la casa y quería tomar posesiones de Wynona, sabiendo que
estaba desprotegida sin la figura de un caballero que la respaldara.
Ella le advirtió sobre lo tormentoso del invierno en Riverton Manor. Se
quejó sobre la propiedad que adquirió su padre, que era tan fría y lejana.
Tenía vecinos a varias millas, que solo habían escuchado hablar sobre ella y
otros que la vieron en pocas ocasiones. Sus idas al pueblo más cercano eran
escasas porque su padre no quería que la vieran, reconocieran y comentaran
sobre ella.
Sintió que Wynona le contó aquellos hechos y sentimientos en
confidencia. Su nana era íntima amiga suya, pero seguía las órdenes de su
progenitor. En cambio, él era ajeno a todo. Aunque en ocasiones le parecía
irónica en sus conversaciones con él y en otras le parecía sincera y
agobiada.
La observó sacando la cabeza del carruaje para distinguir si aún estaba
detrás de ellos. Por un instante quitó su mano de su levita y le hizo una
inclinación educada para tranquilizarla, pero más bien llegaba a la
conclusión que quien debía tranquilizarse era él.
No estaba en la cacería de una mujer, ni como amante ni esposa. Era
consciente de que lady Wynona le resultaba más interesante y atractiva de
lo que debería trascender en una pupila. Deseaba que con los días su interés
por ella fuera mermando, sin embargo, notaba que la dama no era
indiferente, al menos en la amabilidad hacia él. Su preocupación y sus
palabras no pasaban desapercibidas para un codicioso caballero que
anhelaba la compañía de esa fémina.
Cuando llegaron a Riverton Manor, los demás lacayos de edad ayudaron
a bajar las provistas, al igual que la nana y el cochero de Michael.
—Milady, deberían retirar a estos lacayos, están muy ajados para el
trabajo —recomendó él, quien estaba sentado en el sillón en el que durmió.
—Hay una razón para que los sirvientes tengan esa edad…
—¿Y cuál es?
—Se supone que usted lo sabe. Ellos saben guardar secretos, no como
los más jóvenes que pueden saltar de patrón en patrón ¿A estos quién los
tomaría? Es trabajo y dinero a cambio de silencio y fidelidad. Ninguno de
ellos hablará de nada de lo que pudo escuchar o ver aquí —resaltó con
tristeza.
—No todo está perdido ni fue tan grave. Usted era joven e ingenua.
—Para caer en el encanto de un libertino no hay que ser joven, sino
ingenua. En fin, veo que mi padre se ahorró unos detalles importantes de la
historia con usted y me alegra que así sea, de lo contrario, no pensaría de la
misma forma si supiera cómo ocurrieron las cosas —comentó Wynona.
—En algún momento me contará lo que ocurrió, quizá cuando tenga
más confianza en mí.
—Le tengo confianza, pero mi nana no, y es suficiente para que nuestro
relacionamiento sea un tanto difícil.
—Esa señora es una arpía.
—Que cuida de mí, no lo olvide y trátela bien. Le hago el pedido
también a usted, que es más entendido y menos caprichoso que una señora
de edad.
—Por usted prometo lo que sea, incluso soportar a su nana. Cumpliré
sus pedidos.
—Se lo agradezco. Tenga paciencia, pronto nos iremos de Riverton
Manor. Espero que Sandbeck Park sea un lugar feliz.
∞∞∞
Estuvieron cuatro días más en aquel lugar.
Michael añoraba irse de aquella propiedad. Unas noches atrás, escuchó
lo que parecían silbidos al costado de la casa. Se levantó de la cama y corrió
la cortina que cubría la ventana. Se llevó un gran susto al divisar una rama
golpeando su cristal. La noche era oscura y no le permitió observar más allá
de la rama. Dentro de la vivienda, el sonido de una puerta abriéndose y una
aparente discusión entre Wynona y su nana, llamaron su atención. Las
palabras eran inentendibles, aunque el tono delataba un intento de
convencer a la muchacha de algo. Al final, la nana pareció conseguir su
objetivo y escuchó sus apresuradas pisadas pasando frente a su puerta.
Sucesos verdaderamente escalofriantes se gestaban en su nariz. Aquel
día en que la nieve dejó de caer, no dudó en tomar sus pertenencias y las de
Wynona y partir rumbo a Sandbeck Park. Dejaría atrás lo lúgubre de esa
casa, al fantasma que lo tomó del pie, al extraño hombre que los espiaba y
al silbido de medianoche.
—Me alegra irnos, milord —resaltó Wynona mientras subía al carruaje.
—Cuando llegué, no quería partir —recordó tomando su mano para
ayudarla.
—No sabía que usted me convencería. Deseo ir a donde usted vaya —
contestó. Se sonrojó después de decirlo.
Su nana la miró con reproche por haber dicho aquello.
Sabía que Wynona se revelaba, que había dejado de ser la criatura
esclavizada y torturada de tiempo atrás. Deseaba de corazón que no
entregara sus sentimientos a alguien equivocado como ella pensaba que era
el conde.
Capítulo 8
Cuando ambos pensaron que todo estaba listo para partir, Michael recordó
que dejó sus libros en el salón. Asimismo, Wynona olvidó que abandonó
algunos libros que se quería llevar. Bajaron del carruaje e ingresaron a la
residencia. Wynona subió a la habitación que perteneció a su padre;
Michael agarró los libros de una pequeña mesa y pasó por el salón donde
estaba la pintura de Wynona.
—¿Dónde está la pintura? —inquirió en voz alta.
Buscó por los rincones del salón y no se encontraba. En el carruaje que
llevaría las pertenencias de la muchacha tampoco se hallaba, pues no
recordaba haberla visto. Se acercó hasta la cocina y observó que uno de los
viejos criados tenía un hacha en la mano. Siguió al lacayo por curiosidad. El
hombre se paró junto al tronco donde cortaban la leña, pero no había fajina
que cortar, sino que, en su lugar, estaba el hermoso cuadro de su bella
residente.
—¡Oiga! —exclamó apresurado—. ¿Qué cree que está haciendo con la
pintura de milady?
—Ella pidió que se destruyera, milord.
—¡Es ridículo e insensato lo que dice! Suba ese retrato al carruaje, me
lo llevaré.
—Pero, milord…
—Mando aquí y en cualquier otro sitio donde pueda estar lady Wynona.
Debe obedecerme, inclusive sobre las órdenes de ella.
El lacayo, asustado, obedeció a su nuevo señor y colocó el cuadro en
donde mandó. Michael personalmente lo supervisó.
Wynona volvió con un lote interesante de libros en brazos.
—¿Está bien, milord? Llevo estos libros por si le interesan. Yo con
sinceridad no los apreciaría. Como le dije, mi padre me los señaló antes de
morir, pero no los quiero. Ansío que su biblioteca sea grande para darles un
nuevo hogar.
—Sin dudas me aburriré en el campo. Necesitaré muchos libros, y estos
son bienvenidos. De hecho, me leeré algunos hasta llegar a Maltby.
Volvieron a subir juntos al carruaje, sentándose uno frente al otro. Los
lacayos se encargaron de colocar una buena cantidad de carbón para que se
mantuvieran calientes gran parte del viaje. Wynona tomó un libro que su
nana tenía en sus manos, lo abrió y comenzó su lectura. Sin embargo, varias
millas después, ella terminó dormida.
La nana le quitó el libro y cubrió su figura con una manta. Michael
estuvo concentrado en uno de los libros del difunto vizconde. Le resultó
interesante; cuando iba a comentarlo con su acompañante, se dio cuenta de
que la misma era presa del sueño. No pudo más que apreciar su belleza. Se
preguntó en qué estuvo pensando lady Wynona para querer deshacerse de
esa pintura tan hermosa. Hubiese sido un sacrilegio dejar que la destrozaran
a hachazos y la convirtieran en leña. Él tampoco comprendía la razón por la
cual aquel cuadro viajaba a Sandbeck Park. ¿En qué lugar la colocaría?
Sería insano tenerla en su habitación para apreciarla, teniendo a la
muchacha a su lado. Era risible, burlesco para cualquiera, pero al menos a
ese retrato podría hablarle y decirle lo que pensaba sobre ella.
—Deje de mirar a milady. Si de mí dependiera, ni usted ni nadie se
haría cargo de ella —reprochó la mujer.
—Usted está aquí por pedido de ella, no por gusto mío, señora.
Deberíamos mantener el respeto y la distancia por la salud de milady.
—Aléjese de milady. Es una advertencia, tiene quien la cuide en este
momento.
—No soy el hombre que la sedujo.
—Pero es un hombre igual a él. Tan despreciable, sucio y libertino.
Ninguno es digno de la confianza de una muchacha como ella, que pecó de
inocente y fue llevada al abismo por las malas compañías.
—Exagera, mujer. Nada es tan grave para hablar de esa forma. Milady
estará segura de cualquiera en mi propiedad.
—Con usted cerca, lo dudo. Es un zorro cuidando los huevos de una
gallina… no tarda en comerse los huevos y a la gallina. Cederá ante sus
carnalidades y querrá tomar a quien esté bajo su techo.
—Quédese tranquila, que, con usted, al menos no desataré mi lascivia
—escupió molesto.
Michael ubicó su libro en el rostro para evitar mirar a la mujer despierta
con la que compartía el carruaje. Tendría una vida difícil junto a esas dos
damas. Cuando Wynona despertó era de noche, y el dormido en ese caso era
el conde.
—Se ve cansado, nana. Quítale el libro, está en su rostro —mandó
somnolienta.
—Que muera asfixiado por el libro, nos haría un favor el grosero este
—gruñó sin obedecer a Wynona.
—Yo no quiero que sucumba. Me parece agradable, simpático y…
—Es un seductor. Mire su melena rubia y coqueta.
—Es muy bonita.
—¡Milady!
—Admítelo, tiene elegantes facciones. Se nota en su sangre la
aristocracia pura y que tiene más de veinticinco años. Soltero empedernido.
Se casará cuando deba cumplir sus obligaciones y jamás querrá a su esposa,
a la que verá como una obligación. Buscará mujerzuelas y vivirá su vida
como mi padre…
—Milady…
—No intentes defenderlo. Metía suripantas a la casa de Londres, yo las
vi. Mi madre era una molestia y yo también. La culpaba de inútil por no
haberle dado hijos varones, solo yo.
Su nana no pudo defender al difunto. Lady Wynona estaba muy dolida
por su destino y sus desgracias. Dejó de contemplar a Michael con el rostro
de afecto que sentía por él. No era correcto enamorarse del único hombre
que se había acercado a ella en términos correctos. Él era un caballero
prohibido, cuyo nombre podía verse afectado si se sabía que era su tutor.
Solo faltaba que la cadena del silencio se cortara y todo saliera a la luz para
que Michael cambiara la imagen que tenía de ella. La dama enigmática
dejaría de serlo para mostrarle la podredumbre que era su pasado.
El carruaje paró en la noche para colocar más carbón. A Michael lo
despertó el castañeo de sus dientes por tener los pies helados. Sufría con sus
pies fríos incluso en el verano. Corrió la cortina y miró en medio de la
noche por si reconocía el lugar donde estaba, pero estaba muy oscuro.
Cuando el calor retornó a su cuerpo, vio que su libro se encontraba en las
manos de Wynona.
Enloquecería si continuaba viendo oportunidades cerca de él. Ella
carecía de la indiferencia de una dama desinteresada y eso no podía seguir
pasándolo por alto. Poco más de una semana estuvo en Riverton Manor,
dejándose seducir por las palabras y la astucia de una muchacha de la que
debía cuidar de los demás y, en ese momento, también de él mismo.
Cuando llegaron a Maltby, estaba cubierto de un paisaje invernal,
aunque mucho más agradable que del condado de donde iba lady Wynona.
—Yorkshire es bonito. No dejo de darle la razón de que Riverton Manor
era un lugar muy lúgubre —comentó Wynona.
—Solo lo ve en invierno aún, pero la primavera será igual de bella que
su sonrisa, milady.
Ella se sonrojó ante la estricta mirada de su nana, que no dejaba de
mirar al joven conde con desprecio.
—A varias millas se encuentra la antigua Abadía de Roche, la cual
perteneció a unos monjes cistercienses. Le contaré que Sandbeck Park ha
sido recientemente renovada. Perteneció a su familia en algún momento de
la historia. ¿Lo sabía, lady Wynona?
—Lo ignoraba por completo. No puedo más con mis ansias de ver
Sandbeck Park.
—Estamos muy cerca de llegar…
Tiempo después, alcanzaron la propiedad de Michael.
Lady Wynona reconoció la piedra caliza en las paredes de aquella
hermosa residencia de campo. Michael escudriñó el rostro de su
acompañante y estaba deslumbrada mirando el sitio.
—Y le falta ver el techo de pizarra Westmorland. Oh, no le he
mencionado los dos lagos de la propiedad. Hay un parque con zonas
cultivables. Quedará con este sitio. Ahora no creo que pueda verlo todo por
el cansancio, pero lo verá después.
—Tendré muchos años para ver todo lo que este lugar ofrece —resaltó
maravillada al observar la casa de hermosos pilares. Era enorme, no parecía
una casa de campo, sino una mansión elegante.
—Sí, usted es la nueva residente de Sandbeck Park, mi estimada lady
Wynona.
Capítulo 9
Wynona y su nana observaron la majestuosa residencia del conde. Podía
distinguir que en la primavera aquel lugar sería hermoso; tenía una gran
variedad de árboles alrededor y arbustos que debían, en un futuro,
convertirse en bellos jardines.
Aún con el frío, ella podía sentir que amaba Sandbeck Park. No había
punto de comparación entre Riverton Manor y aquella residencia de
Yorkshire. Sería desaconsejado siquiera pronunciar algún elogio para su
antigua residencia.
Aseguraba años de felicidad en ese sitio, su pena más grande sería
dejarlo para volver a Riverton Manor porque era evidente que no se casaría
y si lo hacía, las consecuencias serían dolorosas.
—¿Quiere mirar adentro? —indagó Michael con curiosidad. Ostentó su
casa, que había impresionado a las damas que iban con él.
—Por supuesto. Que propiedad tan magnífica, la imagino en
primavera... —comentó animada.
—Es un desfile de colores, milady. Estará aquí todas las primaveras que
desee darme en su selecta compañía —concedió tomando la mano de
Wynona.
La nana estaba al borde del sofoco. Sus sospechas sobre los intentos de
seducción del caballero eran evidentes, demasiado llamativas y hasta
alevosas. Quería aprovecharse de la pésima reputación que el padre de la
muchacha le había dado frente a un extraño.
Michael, al darse cuenta de su arrebato por tocar a Wynona, retiró su
mano con delicadeza. Mientras tanto, ella con su otra mano acariciaba los
rastros de aquel contacto.
El silencio se echó sobre ellos antes de bajar del carruaje.
Wynona sintió que su doncella la tomó del codo para acercarse a ella.
Presumía que estaba molesta por lo que hizo el conde. Esa libertad era
indebida y lo sabía, pero le agradaban sus atenciones hacia ella. En
ocasiones olvidaba que era un libertino al igual que el hombre que hundió
su reputación por su propia culpa. Si tan solo no hubiera dado pie a
encontrarse, estaría felizmente casada.
Quería olvidar que no fue la niña que su padre le inculcó que fuera, sino
que quiso comprobar lo que le había dicho la mala semilla de Juliette.
—Veo que tiene al canario en la jaula, señora. Pasen adentro —pidió
Michael haciéndole comprender a la nana de Wynona que entendió lo que
significaba su poco sutil movimiento para dejarlo sin oportunidad de
tomarla del brazo.
Ambas asintieron y pasaron, no sin antes fijarse en las escalinatas con
balaustrada de los dos lados de la entrada. Las pilastras eran largas y
sostenían en el frente una forma de triángulo.
Ella tocó los ladrillos mientras subía para entrar por las puertas que
estaban abiertas. Cuando estaban en el enorme recibidor, donde podían
escucharse los ecos, Michael le sonrió.
—Lady Wynona, usted es la señora de esta casa. Puede mandar, hacer y
deshacer lo que le plazca. Imagino que prefiere conocer sus aposentos antes
de seguir dando una mirada a la residencia. Es muy extensa, tardaríamos
demasiado y yo también estoy muy cansado...
—Sí, por supuesto —aceptó por complacerlo.
—Las acompañaré para que conozca en donde dormirá.
Las escaleras eran anchas con una balaustrada dorada. Hasta ese
momento nada le era desagradable en la casa, quizá fuera la extraña
sensación de transitar un inusitado camino que no pensó jamás atravesar.
Fueron hacia una de las alas donde se encontraban las habitaciones del
conde y la condesa de Scarbrough. Michael pensó en un primer instante
instalarla en los aposentos de la condesa, sin embargo, era
inexcusablemente inapropiado. No solo sus lacayos pensarían que había
llevado a una suripanta, sino que era probable que la muchacha presumiese
una segunda intención que lo dejaría en mala posición para una explicación.
La puerta de comunicación entre su dormitorio y el de ella… era
injustificable. Entonces, pidió que le acomodaran el cuarto más amplio y,
para su buena fortuna, se encontraba al lado de la recámara de la condesa.
Tendría a lady Wynona a la vista, con excusas o sin ellas, para
contemplarla.
—La cama es amplia —expresó Wynona al observar con interés la
cama con dosel.
—Goce de la marquetería y las maderas exóticas, milady.
—Sí ¿Y esa silla Windsor?
—Es una propiedad de campo, no puede faltar algo tan popular aquí...
—resaltó.
Posó su mano detrás de la espalda para moverse de frente y hacia atrás
con el ánimo de resaltar su viveza.
—He visto otros muebles extraños, no como los de Riverton Manor o
mi casa de Londres.
—Dios nos libre de que este paraíso se parezca a ese infierno, milady.
Me disculpa el término, pero comprende las razones.
—Y usted comprende las mías, supongo —dijo antes de abrir el coqueto
armario que estaba frente a ella en una de las alejadas paredes.
Con muebles tan ornamentales y funcionales, la habitación tenía la
sensación de amplitud que no sentía en su antigua morada. En aquel lugar
podía sentirse libre.
Un par de lacayos con impecables libreas, entraron a la habitación para
dejar sus pesados baúles y que la nana de Wynona se encargara de poner
cada cosa en su lugar.
—Las dejaremos acomodarse. La cena es como en su casa: a las siete.
La espero —resaltó echándole a la dama una última mirada antes de salir
con sus criados.
Ella le sonrió y se giró para mirar de nuevo el dormitorio. Su sonrisa se
desvaneció al ver a su nana con el rostro apático que la caracterizaba
cuando estaba molesta.
—Déjeme recordarle que usted ni es la señora de esta casa, ni hace o
deshace nada. Que me aspen en el infierno si esta vez no cumplo con mi
deber. Ese caballero quiere seducirla con tantos lujos y palabras que a todas
las damas les gustan, milady.
—Esperaba que alguien me sedujera con eso que dices, pero no fue así,
fui más fácil que pensar en las ambiciones propias de una casadera. Me
arrepiento de no haberme cuidado más, tal vez conocía milord en otro
tiempo. Ser la señora de Sandbeck Park es un sueño que cualquiera puede
desear. No lo digo solo por haber visto la propiedad, sino por él.
La señora suavizó su rostro y se acercó para acariciar los antebrazos de
Wynona.
—Oh, lo siento tanto, milady. Lamento que no haya tenido estos
pensamientos dos años atrás.
—Los tuve toda la vida, pero Juliette... No puedo culparle de mi
desgracia, algunas salían bien y, otras como yo, muy mal. Esto me
perseguirá por siempre...
—Y más con ese hombre. Le dije que la estaba traicionando al aceptar
dinero de su padre para hacer lo contrario a lo que usted pedía. Esperemos
que no llegue hasta aquí.
—Es cierto. No tengo dinero para pagar por su silencio, si desea hablar
no podré impedirlo. No tengo cómo explicar si le pido monedas al conde.
—Estimo que milord le dará una asignación. No es su prisionera.
—No sé qué estableció mi padre para mí. Después de muerto sigue
dirigiendo mi vida. Con mis errores han sido suficientes mis sufrimientos y
él puso cargas más duras sobre mi hombro, pero me hice más fuerte, aunque
no podré enmendarme jamás.
Michael, después de dejar a las mujeres en la habitación, se dirigió a
uno de los lacayos con discreción.
—Hay una pintura en el carruaje donde vienen nuestras pertenencias.
Quiero que ese cuadro esté en mi habitación. Ruego que milady no lo vea.
Esta encomienda la harás después de que ella se duerma.
—Sí, milord. Hay una pila de libros en el carruaje donde llegó con
milady.
—Esos libros son para mí, me los regaló.
—¿Irán a su biblioteca?
—Llévalos a mi habitación...
El lacayo realizó una reverencia y se retiró para cumplir con los
encargos que se podían en ese entonces, el resto lo haría apoyado por el
silencio del sueño de la nueva residente de Sandbeck Park.
En su recámara, se recostó para disfrutar de un cómodo y merecido
descanso. No era lo mismo estar en territorio hostil que con una persona
hostil como era la nana de Wynona. No la culpaba en absoluto, solo que le
molestaba que le prohibiera con tan poca fineza acercarse a la muchacha.
Aunque era mejor mantener su distancia, pues lo que acababa de hacer al
pedir el retrato dentro de su habitación no era más que la señal clara de su
pérdida de buen juicio. Al menos que si no lo perdió, estaba muy nublado
por ella.
No conoció a una mujer de su talento, su hablar y ni qué decir de su
belleza. Comía en ansias por ir a cenar junto a ella y regocijarse en las
impresiones que la joven tenía de la casa. Era juicioso del peligro que corría
por ese sendero en el que iba. La única forma en que no terminara su
bondad en un matrimonio, era la influencia de su estimado amigo de juerga,
Calvin Finch-Hatton, al que le extendería una invitación para que pasara
parte del invierno y primavera con ellos.
Capítulo 10
Antes de bajar al comedor para esperar a Wynona, escribió su invitación
para Calvin, que, sin dudas, estaría en su residencia de Londres. No podía
estar sin perseguir una falda. Si él estaba en Londres, aseguraba que andaría
pisándole los talones a su amigo en lo que respectaba a las féminas.
Calvin era más adepto a las mujeres casadas que a las solteras, aunque
las debutantes eran su especialidad. Para Michael una debutante no era una
opción, nunca lo fue, pero siempre había una primera vez para todo.
Cuando acabó su carta, esperó a que se secara y luego la dobló para
colocarle su sello. Se la llevó en la mano para dejarla en la bandeja de
cartas de la entrada. Una vez terminada su labor para llevar a Calvin a sus
dominios, se sentó muy cerca de las escaleras para esperar a Wynona.
Como era su costumbre desde que falleció su padre días atrás, su
atuendo era negro. Se sentía apenada de tener que amargar la vista del
conde con su prenda. Además, quizá la moda estuviese cambiada y ella se
quedó en la temporada antepasada. Él debía estar acostumbrado a rodearse
de mujeres pudientes y bien vestidas. Era lamentable sentirse tan miserable.
—¿En qué piensa, lady Wynona? —curioseó su nana.
—¿Tampoco puedo tener pensamientos secretos, nana? Te aprecio, pero
algunas cosas deseo guardármelas.
—Ese conde le ha llenado la cabeza de tonterías, qué pena. ¿Tendrá más
secretos conmigo? Si no los hubiera tenido, quizá tendría la oportunidad de
casarse sin miedo.
—Lo sé. Debí confiar en ti y contarte lo que tenía pensado hacer y que
terminó conmigo lejos de Londres. Me agradaban las fiestas, en verdad las
amaba...
—Las malas fiestas y compañía la convirtieron en esto. Tan bonito que
era el futuro para usted. La veía casada de la mejor manera. La cuidé con
esmero y cariño para que así fuera.
—Lo siento tanto. Estás conmigo en todo. Abandonaste a tu familia por
cuidar de mí.
—No me quedaba mucha familia, milady. Usted siempre ha sido mi
niña, y quien se atreva a tocarla, lo lamentará.
—Pues deberías dejar en paz a milord, que solo es bueno y educado.
—Con usted...
—Al igual que tú.
La nana alzó la nariz y terminó de armarle los bucles a Wynona para
que bajara a la cena.
Cuando ella bajó, lo primero que sus ojos notaron fue a Michael sentado
y aburrido en un rincón. Sonrió sin querer al observarlo mientras mirada sus
botas con el cuerpo extendido sobre el sillón Windsor.
—¿Tanto me ha esperado? No era necesario —comentó burlona.
Él con gran habilidad se incorporó y se colocó las prendas en
condiciones para presentarse frente a ella. Michael podía ver el cautivante
rostro pálido de labios rosados que lo miraba con diversión en sus ojos.
Tragó su saliva con un poco de nervios y se acercó a la muchacha.
—Me ha descubierto. Soy un holgazán y me aburro con facilidad. No
llevo más de diez minutos esperándola.
—Es bueno saberlo. No he visto su piano.
—Tengo uno en otro salón al que denomino de música, aunque en él
puede tomar el té conmigo. Una semana con usted ha hecho que el té me
resulte algo muy agradable.
Él le colocó el brazo para que lo tomara y fueran juntos al comedor. La
mujer que acompañaba a Wynona quedó rezagada caminando detrás de
ellos.
—Señora... —mencionó Michael haciendo una pausa. No sabía el
nombre de la doncella de Wynona.
—Señora Hazel —esclareció Wynona para ayudarlo.
—Sí. Señora Hazel, en la cocina la esperan los demás criados.
—Pero siempre acompaño a milady —rezongó la mujer con prontitud.
—No voy a morder a lady Wynona, vamos a cenar, ella estará segura.
La puerta a la cocina es por ese pasillo, no se perderá...
Wynona asintió ante la mirada desesperada de su nana, la cual le pedía a
gritos no dejarla ir con los demás, mas aquel gesto le indicó que debía irse.
—Es un comedor muy amplio, tiene mobiliario muy interesante. Estos
armarios...
—Contienen platería muy fina. Mi madre viajaba con frecuencia. —
Realizó una seña para que el lacayo le extendiera la silla a la muchacha.
—Tiene mucho que contarme de este lugar.
—Tendremos tiempo de sobra. No me apura tener que hacerlo. Algunas
cosas es mejor que las vea y luego pregunte, si yo se lo cuento todo, se
perderá el encanto.
Ella rio por esa afirmación. Esperaron a ser servidos por los pajes antes
de continuar con su plática.
—A su nana le hará bien hablar con gente un poco más joven.
—Esperemos que no sean indiscretos. Muchos no valoran el silencio.
Él sonrió y pensó en una respuesta para su dama.
—¿Qué es mejor, lady Wynona? ¿Guardar un secreto esperando a que
alguien lo descubra, o contarlo para que deje de ser una carga y una forma
de temor?
—No puede divulgar secretos que lo llenen de vergüenza. Mientras
menos los sepan, menor es la pena de que lo observen insinuando que saben
de usted.
—¿Lo dice por mí?
—No lo dije, pero si se siente aludido es porque algo le pesa —insinuó
socarrona.
—Me dejo llevar por la practicidad de la situación. Puedo decirle que
no tengo secretos para nadie.
—Imagino que eso ocurre cuando su vida es pública.
—Con qué dureza me juzga, milady —dijo entre risas.
—¿Dureza? Lo llamo racionalidad. Es evidente que su vida no tiene
secretos, ya que es más público que un baile en un condado rural. Todos se
enteran de lo que hace, aunque para un caballero es normal que esté en boca
de todos. Sin embargo, si eso llegase a ocurrir con una dama, ella estaría
hundida para siempre.
—Estoy de acuerdo con que no tenemos el mismo trato hombres y
mujeres. Qué contrariedad es que las propias mujeres se juzguen entre ellas.
Puede ser por envidia mutua...
—A veces no es envidia, sino maldad —declaró Wynona sorbiendo su
sopa.
Él seguía sonriente junto a Wynona. Disfrutaban de la sopa que preparo
la cocinera de Riverton Manor, a quien le ofreció que los acompañara para
servirles. La dama llegó en el carruaje que contenía las pertenencias de
ellos.
Al acabar la deliciosa cena, pasaron al salón, donde el piano se
encontraba en un rincón junto a la ventana del lado izquierdo de la casa.
Michael, al distinguir que ella caminó un tanto ansiosa hasta el piano, se
apresuró a decirle lo siguiente:
—He de decirle que no sé cuán afinado está. No vengo desde hace
mucho.
Wynona le restó importancia con una sonrisa exquisita.
—Le agradan mis rutinas de piano, ¿no es así? —indagó pretenciosa y
esperó una respuesta.
Él se acercó hasta donde ella estaba sentada en el banco frente al piano.
Por supuesto que la halagaría de la mejor manera.
—Soy su más fiel oyente —contestó con galantería—. No me agradan
las veladas musicales, pues algunas matan las notas, pero usted les da más
vida.
—Dudo que usted sea mi más fiel oyente...
—¿Cómo?
—Más bien es el único, además de los búhos y otros animales nocturnos
del campo.
—Tienen excelente oído. ¿Le molesta que la escuche mientras bebo mi
brandi?
—Usted también me deleitará con su rutina.
La nana entró a la estancia desde que fuera hasta el comedor y no los
encontrara. Maldijo al conde entre cada pensamiento creyendo que había
ocurrido una barbaridad. Su alivio fue al instante cuando escuchó las notas
de Wynona en el piano de la gran mansión.
—Me perdí en esta gran casa, lady Wynona —mencionó para
disculparse por su tardanza.
—Tendrá algo que hacer desde ahora, señora: recorrer la casa. Ya no
deberá estar descosiéndolo todo —se burló Michael con malicia, y no le
importó recibir una mirada enojada de la mujer.
—Milady, debe descansar del largo viaje.
—Nana, ya he descansado suficiente. Milord desea escuchar una rutina
de piano. Soy la invitada y debo deleitarlo. Descansa si lo deseas, puedes
pedirle a la cocinera que venga a hacernos compañía si temes por mí.
—No le delegaré a nadie mi responsabilidad. Me quedaré aquí junto a
usted.
La mujer se sentó recta en un sillón, aunque, con el correr de los
minutos, se fue recostando más hasta quedarse dormida.
Michael bajó su copa y se levantó para colocarse frente a la mujer que
cuidaba de Wynona. Movió sus manos e hizo gestos para considerar si
despertaría.
—Oh, me parece que a cierta señora le resultó aburrida su rutina,
milady.
—Estaba muy cansada. La pobre no ha querido dejarme sola.
—Debo ser como una comadreja junto a un huevo para esta mujer. Me
odia más que a las liendres, se lo aseguro. Le falta un arma y esto se
convierte en un baño de sangre.
—Me hubiese gustado conocerlo antes. Quizás estaríamos en alguna
tertulia danzando o tocando el piano —comunicó taciturna.
—O tal vez seríamos algo más —adujó antes de pararse junto a ella y
observarla sin desviarse un solo instante de sus ojos.
Capítulo 11
Ella tapó el piano y se levantó, quedando frente a frente con él. No podía
decirle que tenía su mismo pensamiento. Aquellos juegos de palabras que
ambos hacían… era peligroso y no para ella, sino para él, que ignoraba cuán
lastimada estaba después de dos años.
—Fui desafortunada por no conocerlo antes, pero me siento afortunada
de que en este momento seamos como una familia. Debo retirarme, el sueño
me está venciendo.
—Como a tan estimada señora, supongo.
—Mi nana es harina de otro saco. No descansa bien por mi causa y falla
en su labor de ser mi guardián. —Se acercó para mover a su nana
cariñosamente para que se fueran juntas.
—¿No le molesta que no la acompañe hasta la puerta de su habitación?
Me quedaré a beber más brandi.
—La bebida no es una buena consejera, vaya a dormir temprano. Su
reloj anunció que pasó de las diez.
—Tendré en cuenta su recomendación, lady Wynona. Que tenga buena
noche —se despidió con una inclinación de cabeza antes de volver a su
asiento.
La mujer que acompañaba a Wynona abrió sus ojos y luego bostezó
antes de levantarse. Tanto la señora como la muchacha, se advertían
cansadas por el trajinar. Él estaba más descansado y la noche le sentaba
mejor en su propiedad que en Riverton Manor. Dormiría tan bien como un
cadáver después de volver a su cama.
Michael se quedó a cavilar junto a su botella de brandi lo que había
pasado entre él y Wynona. Estuvo al borde de arrojarse al acantilado de la
vergüenza con aquellas palabras descuidadas que emitió. Su instinto entre
caballeroso y libertino se estaba saliendo de control. Esperaba que esa carta
saliera el día siguiente a Londres y que su amigo se dignara a aceptar la
proposición de quedarse unos meses junto a ellos con el objetivo de aplacar
su atracción por Wynona Saunderson.
Al acostarse, Wynona suponía que su estancia no sería tan perfecta en
Sandbeck Park. Lord Scarbrough cada vez le resultaba más atractivo y
divertido, al tiempo que era por completo prohibido.
Lo prohibido era lo más tentador y pese a su desliz anterior, no era tan
osada para arrojarse a sus brazos a pedirle un beso que, según su intuición,
él también deseaba. Sabía que un hombre no iba a conformarse con un beso
y quizás ella tampoco. Era la primera vez que sentía tal atracción. Si bien su
desventura ella misma se fraguó, no le impedía al menos soñar con un
deseo imposible. Su nana no la dejaría respirar en ningún momento y aquel
lugar se convertiría en una prisión otra vez, aunque el yugo no sería con su
padre, sino con el caballero que se robaba sus pensamientos y unas miradas.
Con el pasar de los días, las miradas y palabras se encontraban fuera de
cualquier control suyo. Él no dejaba de observar a la pintura hasta el punto
que conocía cada detalle del cuadro que lo embelesaba. Cada vez le
resultaba más preocupante que Calvin no contestara a su invitación al
menos con una negativa. No era tan poco educado para no hacerlo. Su
cordura corría peligro entre observar a la tentación ir y venir por los pasillos
de la casa.
Cierta noche, tomó la determinación de no cenar con Wynona para irse
al pueblo más cercano y encontrar un poco de consuelo. El clima era frío,
pero a él no le importó, su cuerpo ardía en deseos por la dama de Sandbeck
Park, a quien no podía y no debía acercarse. Fue designado como su tutor,
él no podía ser tan desgraciado para utilizarla, pues desconocía si eso que
sentía era pasión o un sentimiento que lo condicionaba al matrimonio en
pocos meses. Lo que menos le importaba era si ella aún seguía siendo una
inocente joven virginal o no. Le interesaba ella en su esplendor.
Cuando consiguió un lugar discreto para descargar sus más íntimos
deseos, dejó a su caballo atado y entró para observar lo que aquel sitio tenía
para ofrecerle.
∞∞∞
Wynona, por primera vez en ese tiempo, se desilusionó al no
encontrarlo en el sillón cerca de las escaleras. Su espíritu estaba devastado.
—Fueron tres semanas de perfectas atenciones, milady, estoy segura de
que al darse cuenta de que usted no caería en sus influjos de seducción, se
rindió y nos mostrará en verdad quién es él —masculló molesta la nana al
ver tan triste a Wynona.
—Debió tener algo que hacer...
—¿Un noble algo para hacer? Milady...
Ella emprendió la caminata al comedor por si él se encontraba
hambriento y se había adelantado. Sin embargo, sumó una desilusión más a
su noche.
—¿Y milord? —cuestionó a la mujer que perteneció al servicio de
Riverton Manor.
—Milord dejó dicho a sus sirvientes que tenía asuntos pendientes que
atender en el pueblo y que vendría después de la cena o muy entrada la
noche.
Ella tuvo que conformarse con la explicación que le dieron. Él no le
había comentado sobre algún pendiente que lo requiriera fuera de la
propiedad.
Se llevó la cena hasta la boca con gran desgano. Extrañaba su presencia
y sus comentarios referenciando objetos o momentos.
Cuando le mostró la casa, se explayó en cualidades y calificativos para
lo que estaba frente a sus ojos. Cada vez le robaba más sonrisas y se sentía
más asustada de lo que pudo estar en Riverton Manor en sus primeros días
de estancia cuando su padre la llevó.
Al cabo de terminar de comer, caminó rumbo a la ventana cerca de la
puerta, se apoyó en la misma y espero por un rato distinguir un caballo y a
su jinete. Cansada de no obtener resultados, fue al salón para practicar
nuevas rutinas de piano. Michael le había dado partituras para que adhiriera
más conocimientos a su haber.
Su nana se durmió en varias ocasiones, y al notar que no había nadie
que hiciera peligrar a Wynona, se retiró confiada. La muchacha estaba tan
desdichada que no tardaría mucho en irse a la cama.
Wynona se cansó de esperar a Michael. Se levantó para salir del salón,
momento en el que escuchó el relinchar de un purasangre en medio de la
noche.
Afuera, Michael cayó por tercera vez del caballo. Agradecía no haberse
partido un hueso con la terrible borrachera que se había echado junto a la
mujer que lo acompañó.
Trastabillando ingresó a su recibidor y pensó en ir hasta su habitación,
pero no estaba convencido, creyó que le hacía más falta el brandi del salón.
Al abrir la puerta, encontró a Wynona parada y con ambas manos en el
pecho, preocupada por verlo llegar a esas horas.
—¡Milady! —exclamó con una sonrisa que evidenciaba su decadencia.
—¿Se encuentra bien, milord? He quedado muy preocupada por no
encontrarlo en la cena. Me ha dicho la cocinera que usted dijo que tenía
asuntos que atender...
—Sí, sí, sí... —Asintió varias veces con la cabeza.
—¿Qué asunto pudo ser para dejarlo tan bebido? Me permito preguntar,
pues usted es un caballero muy puntual y sincero.
—Tuve un asunto muy íntimo, lady Wynona. Aunque no lo resolví con
quien debía. No he sido muy sincero con usted en estos últimos tiempos. —
Se sirvió brandi en la copa—. Usted... va a matarme con su presencia aquí.
Ella emitió un chillido de sorpresa y también de desazón. ¿Cómo pudo
decirle aquello?
—¿Qué le he hecho? Pensé que le agradaba.
—Ese es el problema, me agrada excesivamente… al punto de
volverme un mentecato que no hace más que imaginarla en su cama, ¡Dios!
—resolló al darse cuenta de que estaba confesándose.
Wynona estaba muy pálida, envuelta en extrañas sensaciones y sin
poder emitir un sonido. Solo su respiración acelerada se oía en el salón.
—¡Maldición, lady Wynona! —Se acercó apresurado hasta ella para
tomarla de ambas mejillas —. Soy un demente, pero me moriré si no le
beso.
Él se entregó por completo a sus ardientes y sedientos deseos hacia ella.
Para su grata sorpresa, Wynona lo había tomado con pasión por detrás de la
nuca. Ambos estaban saciando aquello que les parecía prohibido. Ese fuego
que los consumía era voraz, capaz de hacer arder todo a su alrededor.
Michael no midió las consecuencias de sus actos. La confesión podía
convertirse en algo que lo podría separar de la encantadora dama del retrato
que lo acompañaba siempre.
Agarró a Wynona con fuera de la cintura y se abalanzó sobre ella, que
quedó pegada a la fría pared del salón. Era inimaginable que pudiera
encontrarse en una situación de esa magnitud y con el peligro de cometer
otra tontería. Desde el fondo de su mente, surgió la idea de que Michael
creía que ella era una mujer ligera, justo como presumía su nana.
—¡No! —expresó alejándose de él.
—¡Condenación! —replicó molesto porque ella se alejó.
—Usted pensará que soy una ligera y no es así, milord.
—¡Ya lo ha hecho! ¡No le cuesta entregarse a nuestra pasión! —
recriminó ante la atónita mirada de Wynona.
Wynona, sin perder el tiempo, le volteó el rostro de una cachetada.
—¡Lo sabía, y todo este tiempo intentó persuadirme para que fuera una
ligera con usted! ¡Ese hombre destruyó mi vida! ¡No sabe el daño que me
ha hecho! —reclamó indignada y presa de la furia—. ¡Me ha decepcionado!
¡Pensé que era distinto al hombre que me sedujo, pero este olor a alcohol y
su actitud solo hace que me dé cuenta de que es igual o peor que ese que se
hizo llamar caballero!
Capítulo 12
No existía defensa suficiente que pudiera ayudarlo a que lo perdonara.
Wynona parecía una gran fiera después de decirle que no le costaría. Cuán
terrible era dejarse guiar por la bebida.
—No quise decir eso, lo siento —dijo para disculparse, pero ella estaba
embadurnada por las palabras anteriores que le había dicho.
—Los ebrios dicen la verdad, milord. Quizá no lo quiso decir, mas es lo
que en realidad piensa. Qué decepción —culminó diciendo Wynona, para
después hacerle una educada reverencia y salir del salón.
—¡Lady Wynona, vuelva aquí! —exclamó yendo a largas zancadas
hacia la puerta, aunque fue en vano, pues ella la cerró en su rostro.
Corrió hacia las escaleras y se quedó recostada, sollozó de pena y
vergüenza. ¿Cómo creyó posible que un libertino se enamorara de ella si
fue descuidada con su virtud tiempo atrás? En ese momento, cualquiera que
lo supiera querría aprovecharse por que estuvo en el lugar incorrecto en el
momento poco oportuno y tomarse libertades indebidas. Pensaba que si
hubiese puesto más resistencia ante el hombre que la despojó, tan solo sería
un mal sueño.
Por instantes soñaba con ser la esposa del conde de Scarbrough y
quedarse a vivir por siempre en Sandbeck Park. Creyó que había un
sentimiento mutuo de cariño y respeto. Esa noche comprendió que no era lo
que parecía y que debía irse de aquel lugar de ensueño.
Le costaba entender cómo podía caer en un engaño varias veces. No se
había encontrado con buenos hombres en el camino y su padre, creyendo
que haría lo mejor, la envió tan lejos con alguien que quizá fuera peor que
el anterior.
Wynona no pudo dejar de sentirse miserable hasta que el sueño le dio
un poco de descanso a sus alborotados pensamientos, mientras Michael se
culpaba por la estupidez.
Fue al pueblo en medio del frío y de la noche para no dejarse llevar por
sus instintos con Wynona. Sin embargo, ella le resultaba irresistible y
terminó cometiendo el peor de los errores. Era tan irresponsable en lo que
había dicho y poco honorable lo que había insinuado o, más bien,
asegurado.
Desconocía la razón por la cual esa dama perdió la virtud. En la carta
del vizconde de Castleton se refería al desconocido como: rufián, ladrón,
violador y libertino.
Ningún padre aceptaría que una hija suya terminara sin honor,
repudiaría a cualquiera sin importar lo que ocurrió. Era probable que
Wynona hubiera sido endulzada con palabras de matrimonio, pero con el
objetivo de solo aprovecharse de ella. Michael negó con la cabeza al pensar
en que fue violentada por su seductor.
No podía imaginarla rogando por que no lo hiciera. Aquella era tan
hermosa y delicada, que no debía ser maltratada por nadie, no obstante, él
se había convertido en el peor rufián existente.
La vida no le sería tan larga para pedirle perdón a su querida dama del
retrato. Debía conseguir su redención, apoyarla y, quién sabía, a lo mejor él
decidía abandonar su soltería por ella, dado que era perfecta para ser la
señora de Sandbeck Park.
Cuando calmó su borrachera, subió hacia la habitación. Se quedó
parado unos minutos frente a la puerta de Wynona. Quería golpear aquella
madera para pedirle perdón de rodillas, si fuera necesario, por su
comportamiento. Al fin decidió irse a dormir sin molestarla.
Por la mañana, la nana de Wynona iba a prepararla para el desayuno. La
encontró sentada a un lado de la cama, con el rostro hinchado y la mirada
llena de congoja.
—¿Qué le ocurrió, lady Wynona? —inquirió acercándose con prisa
frente a ella.
—Necesito de un abrazo, nana, solo de un poco de afecto...
Su nana no dudó en darle lo que pidió y, en ese momento, Wynona
volvió a quebrarse.
—No voy a comprender que siempre tienes la razón y yo peco de
ingenua —lamentó entre lágrimas.
—¿Qué le ha pasado, milady?
—Tengo desilusión. No quiero bajar a desayunar con el conde esta
mañana.
—Pero si ayer se moría por cenar con él.
—¿Puedes acatar mi pedido? Simplemente no iré, y es todo —declaró
alejándose de su nana para limpiarse las lágrimas.
La mujer no era tonta, sospechaba que algo ocurrió entre ambos y ella
estaba dispuesta a averiguarlo.
Michael esperó en el comedor a Wynona, pero ella no apareció. Las
disculpas eran más que necesarias después de lo que aconteció en la noche.
Cuando vio entrar en el comedor a la nana de la muchacha, temió que
aquella le hubiera dicho la verdad, pues el rostro de la mujer era impasible.
Él se levantó del asiento con prontitud a causa de la vergüenza.
—Milady dice que hoy no bajará a desayunar con usted.
—¿Cómo amaneció milady?
—Hecha un mar de lágrimas. Sospecho que usted no cumplió con su
cometido de seducirla.
—Cometí una imprudencia. Mis disculpas.
—¿Disculpas? A mí no me debe nada, pero con lady Wynona es mejor
que se ahorre las disculpas, con dificultad olvidará su imprudencia.
—¿Puede pedirle que baje a conversar conmigo?
—Se lo diré, aunque dudo que acceda si está ofendida. Con su padre
nunca pudo recuperar su relación y no está de más decirle que era su
progenitor. Usted no es nada de ella.
—Haga lo que le pido —gruñó con molestia.
La mujer se retiró con un movimiento burlesco que Michael maldijo en
varias oportunidades.
∞∞∞
—Milord le pide que baje a conversar con él —mencionó la nana desde
la puerta entreabierta.
Ella quiso decirle que no iría, sin embargo, esas palabras no salieron de
su boca.
—¿Crees que debo ir? —inquirió indecisa.
—Iré con usted, no tiene de qué preocuparse, yo la cuidaré.
Wynona asintió un tanto insegura. No tenía secretos con su dama de
compañía, pero le avergonzaba que supiera lo que el caballero le dijo.
Al ver llegar a Wynona, sintió un vuelco en el estómago. Ese
sentimiento podía deberse a su posición como el culpable del rostro rojo y
apesadumbrado de la muchacha.
—Mi nana se quedará conmigo. Puede hablar, milord —mandó al darse
cuenta de que él esperaba a que estuvieran solos.
A él le incomodaba la presencia de aquellos ojos acusadores que
desnudaban sus temores y lo avergonzaba aún más.
—Estoy muy avergonzado por mi comportamiento de anoche. La ofendí
y me tomé libertades indebidas. Para proporcionarle un poco de
tranquilidad, he invitado a un amigo a pasar el invierno y un poco de la
primavera. El conde de Winchilsea es un amigo muy querido. Servirá de
distracción para ambos.
—¿Alejarse es su mejor forma de pedir disculpas, milord?
—¿Qué más puedo hacer? Como le dije, me está convirtiendo en un
mentecato. La presencia de un tercero es la mejor forma de no enloquecer.
—Comprendo. ¿Debo entender que usted estaba bebido y que me
confundió con una mujerzuela?
—¿Qué está diciendo, milady? —preguntó su nana.
—Estaba ebrio y desorientado, pero es cierto que me agrada más de lo
debido y sobre que la imagino... ¡Con todo respeto! —levantó la voz y se
enrojeció al decirlo.
—¡Insensato! —espetó la nana abanicándose con ambas manos.
Ella se puso colorada y desvió la mirada. Él recordaba lo que había
hecho y también sus apasionadas palabras. Aquel pronunciamiento la llenó
de cierto ego, mas el resto le rebosaba en vergüenza.
—Mis disculpas le costarán más que simples palabras. Esperemos a su
amigo para saber si las aguas calman...
∞∞∞
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