A los días siguientes, mermaron las vergüenzas y fueron volviendo a
compartir el espacio, aunque con cierto recelo de ambos lados. Anhelaban
algo que no podían tener. Ella deseaba su afecto sincero y él no comprendía
a sus propios sentimientos. Esperaba paciente la respuesta de su amigo
Calvin, quien no llegaba.
El día menos esperado, un carruaje llegó en medio de una tormenta.
Wynona y Michael estaban en el salón junto a la chimenea, mientras la nana
tenía los ojos en la ventana observando a quien bajaba.
—Interesante libro el de su padre —halagó Michael enseñándole la tapa
—. Es el primero que leo de los libros que me ha regalado.
Wynona sonrió y bajó su bordado.
—Sabía que usted los apreciaría como nadie. Es bueno que alimente su
mente con buenas cosas.
—Déjeme recordarle que usted me habló mal de estas lecturas.
—Es probable que estuviera equivocada...
—Milord, creo que ha llegado su visita —anunció la nana.
Wynona cambió su rostro afable y sonriente por un semblante hostil.
Con los días le desagradó pensar en que alguien fuera a quedarse con ellos
por más que fueran solo unos meses.
Michael se acercó a la ventana y sonrió.
—Ese es mi amigo —expresó—. Vayamos a verlo, lady Wynona...
Capítulo 13
Ella, al ver el rostro contento y espabilado de Michael, accedió a
acompañarlo hasta la entrada.
—Cuando conozca a este amigo, su vida cambiará, pues se llenará
de risas y anécdotas. Pocos son tan graciosos como él —comentó
ansioso.
—Se nota que le tiene un excesivo aprecio…
—Sí. Es muy querido. Le hablé un poco de usted en la carta, que
no le extrañe que le haga un chasco.
Michael fijó sus ojos en el varón que bajó del carruaje. El cabello
de Calvin estaba muy crecido. Se veía descuidado, aunque cargaba
aquella sonrisa sinvergüenza que lo caracterizaba.
En el aspecto físico eran muy parecidos, algunos decían que hasta
eran parientes.
—¡Mi queridísimo amigo! —exclamó Michael abriendo sus brazos
hacia Calvin.
—¡No pensé que me alegraría tanto verte! Que oportuna ha sido
esa invitación. Muy valorable viniendo de alguien que no es asiduo al
campo —replicó, y correspondió a la muestra de afecto de Michael.
—Es bueno tener un poco más de compañía. Le he hablado bien de
ti a lady Wynona. Espero que sepas comportarte con tan fina dama —
advirtió.
—Ciertamente soy un manso cordero en este momento. ¿Dónde
está la muchacha? ¿Es esa? Se ve poco animada por conocerme...
Michael miró a Wynona, que parecía concentrada en otra cosa. No
se acercó a saludar a Calvin, estaba perdida en sus pensamientos.
—Milady…
Se acercó para despertarla de sus cavilaciones.
Ella se sobresaltó al sentir el toque suave del conde en su
antebrazo, después sus luceros viajaron hacia el recién llegado de
sonrisa ladina, ojos penetrantes y mirada divertida.
—Parece que estaba dormida, milady. Debo decir que es usted en
exceso encantadora —musitó Calvin queriendo tomar la mano de
Wynona, que se quedó helada al escuchar su voz, pero alcanzó a retirar
su extremidad antes de que él la cogiese.
Los caballeros la miraron con estupor. Michael estaba tan
sorprendido del comportamiento de Wynona, a quien reconocía como
agradable y muy sociable. El amigo frunció el ceño intentando
encontrar algún error en su presentación.
—Disculpen, me siento indispuesta. Siéntase en su casa.
—Calvin es mi nombre, se lo digo por si desea llamarme de ese
modo.
—Con permiso, milord, lord Winchilsea.
Emprendió la retirada, consternada en demasía. Su nombre era
mucho peor escucharlo. Era terrible estar en aquel lugar. Sus piernas
parecían languidecer a cada paso que daba mientras subía apresurada
hacia su habitación.
La nana la llamaba por su nombre, pero ella parecía no oírla.
Estaba atontada, deseaba encerrarse y cobijarse entre sus sábanas.
—¡Lady Wynona, me está asustando! —exclamó la mujer al verla
arrojándose sobre la cama.
Seguía sin emitir sonido o alguna lágrima. Se sentía en una nube de
incertidumbre, sin que le importara nada a su alrededor, más que el
tiempo sufrido en Riverton Manor después de aquella fatídica noche
que recordaba casi a la perfección. El nombre y la voz eran parecidos,
por no decir que eran iguales. Quizá fuera el fruto de su encierro o tal
vez aquel era el hombre con el que pasó una noche, la cual la marcó
para siempre.
Debía superarlo o, de lo contrario, su vida iría al declive y ella no
deseaba aquello.
Luego de aquel momento incómodo que pasó junto a Michael, no
tuvieron más inconvenientes. Su relación era amable y cordial, aunque
algo dentro de ella la impulsaba a buscar su compañía de otra forma.
Deseaba ser besada con avidez y que eso la hiciera olvidar su vida,
pero no podía esperar demasiado. Michael sabía su secreto y no se
arriesgaría a tener una esposa ligera de quien desconfiaría por el resto
de su vida y era probable que hasta dudas de sus propios hijos… si los
tenía con ella.
Su ansia por entablar algo más con el conde de Scarbrough era
ridícula, solo podía ser un sueño que tendría en su mente. Como le dijo
en un momento su padre, ella había arrojado su brillante futuro por la
ventana. Huyeron de Londres por si alguien llegaba a enterarse de su
desliz.
Juliette no era una mujer de fiar y era la persona que la había
acompañado hasta aquel espectáculo extravagante, con la simple
consigna de que la virginidad no era suficiente encanto para un
caballero, sino que una mujer podía satisfacer más con su experiencia,
que con las piernas cerradas a llanto tendido. Aquella fue la mayor
mentira que escuchó en su vida, pues, sin la pureza, una dama no
significaba nada.
—Lady Wynona, por favor, hábleme —pidió la nana con
desesperación—. Me tiene con el corazón en la boca…
—No más que yo. Tengo una ligera sospecha sobre el amigo de
milord.
—A distancia se evidencia su desvergüenza, pero ¿en qué le afecta
eso a usted?
—Creo que es el hombre de la fiesta singular a la que fui con
Juliette.
—Entonces… ¡es el desgraciado! —chilló indignada la mujer.
—No puedo asegurarlo, aunque su saludo, su voz y su nombre…
son iguales. Es terrible, quiero abandonar este lugar tan hermoso para
no estar aquí.
—Regresemos a Riverton Manor, milady. Ahí estará tranquila.
—¿Qué explicación le daría a milord? —preguntó con desazón.
—No necesita una explicación, más que la ofensa que le hizo
aquella noche.
—Me juzgaría de rencorosa. Admito que lo fui con mi padre, sin
embargo, con él es imposible. Me agrada y desearía quedarme aquí.
Debo tener paciencia y pensar en que quizás esté en un error. ¿Cómo
saber si fue el hombre con quien pasé una noche?
—Eso pasa porque no lo obligó a quitarse el antifaz. Si así hubiera
sido, estaría casada con el hombre y…
—O quizás estaría en más vergüenza si a ese caballero se le
antojaba ver mi rostro. El antifaz fue un beneficio mutuo.
—Es posible que tenga razón, pero no quita que usted pagó todas
las consecuencias de su mala decisión.
—No puedo abandonar al conde, no quiero hacerlo. Además, me
tiene aquí todavía sabiendo que soy una carga y que nunca podré
casarme.
—Eso será hasta que usted deje de ser una novedad para él.
Después, sin dudas, pensará en deshacerse de nosotras como quien no
quiere más una cosa. Un hombre cuando consigue de una mujer lo que
desea, simplemente desaparece y toda cortesía se esfuma, dejando ver
su verdadera naturaleza. Mientras usted alimenta sus esperanzas de ser
la señora de esta casa, le aseguro que él, manejado por su lujuria, debe
pensar en cómo meterla en su cama.
Wynona bajó la cabeza al pensar que era cierto lo que le decía su
fiel acompañante. Era un duro golpe a sus esperanzas nacientes. La
realidad era muy distinta a su enamoramiento de debutante.
Michael invitó a su amigo a sentarse en el salón. Calvin observó su
alrededor y luego dirigió su vista al dueño de la casa.
—Así que bella, educada y sociable —pronunció burlón Calvin.
—Debe ser la influencia de su nana. Es una mujer insoportable.
Lady Wynona es una dama excepcional.
—Excepcionalmente hermosa para vivir bajo tu techo, ya que es un
peligro andante para cualquiera. De seguro debes casarla pronto.
Espero no ser yo tu candidato y que a eso se deba tu tan amable
invitación.
—No. En definitiva, tú no serías una opción para ella. No se
merece semejante batracio. Por lo de la invitación, no he recibido tu
respuesta, sino que has llegado de imprevisto.
—¿Ya no me estabas esperando? ¿Es lo que me das a entender? —
investigó entre risas.
—Por supuesto que no. Esperaba una fecha o un aproximado de tu
llegada.
—No es costumbre de mi persona disculparme, pero en esta
ocasión lo amerita. Estuve escondido en una de mis propiedades
rurales por unas semanas. Me habían retado a un duelo por una mujer
casada. No arriesgaría mi preciada vida por una mujer alborotada
como esa. El esposo nos descubrió, quiso matarme por el honor de su
esposa. ¿Cuál honor? Una dama que se entrega a cualquiera no tiene
decoro. Sirven para una noche. Te continúo contando: recibí tu carta
después de mucho y no dudé en hacerme presente para verte y conocer
a la dama de Sandbeck Park.
—Te agradecería que no hicieras mención de tus andanzas frente a
la dama y mucho menos de tus opiniones sobre las mujeres con
decisiones equivocadas.
—¡Oh, sí, de ninguna manera quiero escandalizar a una mujer
virginal!
—Te pido que te comportes. Le he hablado bien de ti, le aseguré
que le sacarías sonrisas.
—Tengo muchas anécdotas decorosas, dignas de una virgen. No
dudes que la haré reír hasta el cansancio. ¿A qué hora sirven la cena?
—A las siete, después…
—Después tú y yo, en medio de la tormenta, iremos a un lugar
donde hay mujeres. La de aquí es intocable...
—No podré acompañarte. Me quedo a escuchar las rutinas de piano
de lady Wynona. Te agradará compartir con nosotros ese momento.
Calvin bufó, hastiado.
—Entonces me quedaré a aburrirme aquí —gruñó.
—Pero estarás vivo —dijo Michael para convencerlo.
—Es un aliciente interesante.
Capítulo 14
Calvin, después de tener una breve y comunicativa charla con Michael, se
retiró a la habitación que le asignó el dueño de casa.
Aunque Michael estaba contento con la llegada de su amigo, se sintió
triste por perder el acercamiento y la intimidad que tenía con Wynona.
Mientras más pensaba en que Calvin sería algo bueno para él, se tomaba el
rostro y quería estrellárselo contra la pared. También significaba que debía
colocar a Wynona a un lado y hacer que la relación extraña que mantenían,
se convirtiera en un lazo de tutor, donde primaran tan solo sus obligaciones
y que, con eso, él pudiera olvidar su deseo por ella.
La pintura frente a la que se sentaba a contemplar cada día, no le
ayudaba a pensar en algo diferente que no fuera su residente.
Tenía en cuenta que Wynona se sentía lastimada por su pasado y que
quizá, sin desearlo, se creó una aversión por los hombres. Ese hecho le
indicaba que era probable que en su acto de seducción hubo terminado en
una violación. Le avergonzaba haberle dicho como si nada que ella ya lo
había hecho. Eran aborrecibles sus palabras y más sus actos. Cada día se
envalentonaba para estar frente a ella. No importaba que ella hubiese
propiciado una situación inapropiada con otro caballero y que aquello
terminara en desastre. Merecía respeto y él debía dárselo, suficiente
sufrimiento era estar encerrada y sin posibilidades de volver a ser parte de
la sociedad.
Cuando llegó la hora de la cena, Calvin acompañó a Michael en su
ceremonia de esperar a Wynona para acompañarla hasta el salón comedor.
Su amigo se burlaba a carcajada suelta de él, pues se le hacía patética la
situación de que un libertino, como fue Michael, estuviera al pie de una
escalera como si de un enamorado se tratara. Era un gran motivo de burla.
—Es suficiente, Calvin. Me agrada esperarla, es algo habitual para
nosotros en este tiempo de convivencia. A las damas hay que tratarlas con
sumo cuidado.
—Tu mariposa negra se está haciendo esperar. Espero no tener que
pasar por un evento dramático como el enamoramiento.
—¿Y Juliette?
—Oh, Juliette, mi amante imposible. Que crueldad mencionarla, me ha
roto el corazón y disminuido la libido durante meses después de mi
decepción. Tal vez haya sido más tristemente patético que tú en este
momento —adujo con un mohín de tristeza.
Cuando Wynona iba a bajar y notó que Michael no estaba solo, dudó en
hacerlo, pero no debía temer a nada. Si era el caballero en cuestión,
difícilmente la reconocería. Un hombre como él no la recordaría, dado que
debía tener más amantes que pelos en la cabeza.
Se acercó a ellos, que le hicieron una reverencia, y ella correspondió.
—Milady, tiene mejor semblante —comentó Calvin para agradarle.
—Gracias. Milord… —se refería a Michael— disculpe mi indisposición
para con su visita en esta tarde.
—No se preocupe, Calvin lo comprendió.
—¿Sí? —preguntó mordaz el referido.
Michael le echó una mirada poco amistosa por ese comentario. No
quería que Calvin desagradara a Wynona y terminara en una guerra absurda
con él intentando convencerlos de algo.
Wynona ignoró el comentario punzante de la visita y caminó hacia
Michael para cogerlo del brazo e ir a la cena. Calvin los siguió con una
sonrisa ladina en el rostro, entretanto, observaba el contoneo de cadera de
Wynona junto a Michael.
Él dudaba que aquella muchacha no se hubiese acostado con su amigo.
Había intimidad y cierta complicidad en los gestos de ambos. Era evidente
que se atraían de manera descarada. La muchacha era muy hermosa, de
rasgos encantadores y de una voz melodiosa, sin dudas cualquiera se
sentiría intrigado por su atractivo, incluso el negro le quedaba de forma
fascinante.
Calvin se sentó frente a Wynona, que estaba apostada a la derecha de
Michael. La contemplaba con interés, casi estudiándola. Ella emitía sonrisas
al dueño de casa y él, sin dudas, buscaba agradarle con sus comentarios
aduladores, dignos de un conquistador. Por su mente pasaban teorías
conspiratorias con respecto a la muchacha. Michael parecía un libertino
entregado al aburrimiento de una sola mujer, absorbido por el egoísmo de
una pariente abandonada. Hasta por su retorcida mente le llegaba la idea de
que ella quería aprovecharse de la fortuna, buen nombre y buena voluntad
de su amigo.
Sus ojos se achicaron por la desconfianza hacia Wynona. Debía
observarla con más ahínco para descubrir si estaba en lo cierto o no.
—¿Le agrada Sandbeck Park, milady? —indagó Calvin dirigiéndose a
Wynona, que se llevaba la cuchara a la boca para sorber su sopa.
Ella alzó la mirada del plato y la dirigió al curioso conde.
—Sí —replicó áspera.
—Cuando merme el frío, le prometí llevarla a la abadía de Roche. Es
una obra arquitectónica interesante —intervino Michael ante la poco
agraciada respuesta de Wynona.
—Les acompañaré con gusto. Este clima no me agrada. Mucho frio,
demasiada ropa y poca piel…
Wynona se sonrojó ante aquel comentario y Calvin rio al lograr
incomodarla.
—¿No crees, Calvin, que la sopa es la mejor que has probado? —glosó
Michael con el ánimo por que su amigo dejara su extraño comportamiento
hacia su estimada Wynona.
—Sí. Me parece que todo en esta casa se parece a la sopa, incluso la
vista es deliciosa…
Ella no podía seguir en aquel lugar. Todo la llenaba de vergüenza y
repugnancia. Los comentarios de Calvin la hacían sentirse sucia.
Para la fortuna de Michael y Wynona, Calvin se dedicó después a
charlar en un interminable monologo sobre sus viajes a otras tierras.
Aquello hizo que la paz se mantuviera en la mesa para acabar la cena.
Una vez que se levantaron, se dirigieron al salón, donde Wynona iba a
tocar el piano como cada noche desde que se conocieron el conde y ella.
—¿Brandi? —Michael le mostró a su amigo una copa con el líquido
ambarino.
—Por supuesto —respondió agarrando la copa—. ¿Es la carabina? —
señaló a la nana de Wynona.
—Sí, algo así. En realidad, es la nana de milady.
—¿Una nana? Interesante. ¿Qué más hacen aquí para divertirse?
—Yo bebo mi brandi y ella me deleita con su talento.
—¿En verdad crees que yo estaré sometido a semejante aburrimiento
hasta la primavera? Quizás en una semana vea a esa señora de manera
diferente. Se me hará atractiva a este ritmo.
—Puedes salir a congelarte. Yo cumplí con invitarte.
—No pensé que tu mariposa negra y hostil te tuviera tan ensimismado.
Lo que un hombre hace para llevarse a una dama a la cama, habiendo
facilidades en el mundo…
—Puedes morir pensando lo que gustes. Aquí es donde quiero estar,
junto a ella, junto al calor de esta chimenea. —Bebió de su copa sin perder
de vista a su bella pianista.
Calvin rodó los ojos y echó para atrás su cuerpo, haciendo ademán de
derretirse en el sillón. Cuando se aburrió de estar sentado junto a Michael,
caminó por el salón. Miró objetos, corrió las cortinas, arregló un jarrón
vacío y, por último, se decidió a volver para incomodar a Wynona, esa sería
su única diversión.
—Toque algo más animado. —Fingió bostezar.
—A milord le agrada —replicó sin mirarlo. Oró en su mente todo el
tiempo para que no se acercara el hombre, pero al final sucedió.
—Mire, lady Wynona, ¿no es así? También debe agradarme, soy el
amigo de milord.
—Si no le gusta, puedo retirarme y usted se hace cargo del piano,
aunque dudo que a él agrade la idea.
—¿Qué ocurre? —interrumpió Michael, que abandonó su lectura.
—Estoy cansada, milord. Me retiro por esta noche. Nana…
—Yo la acompañaré y luego vendré junto a Calvin. Señora, vaya
adelantándose un poco.
Wynona asintió para que su nana acatara la orden de Michael y ella
pudiera ir un corto trecho a solas con él.
Calvin no dejaba de tener aquella sonrisa burlona en su cara. Nada más
evidente que alguna cosa extraña se traían ellos dos, mas él lo averiguaría.
—¿Me esperas, Calvin?
—Por supuesto. Buenas noches, lady Wynona…
A ella le desagradó hasta la despedida. El tiempo que pasaría cerca de
aquel cuervo se le hacía eterno y solo habían pasado unas horas.
En el pasillo, Michael y Wynona caminaron con lentitud para
permanecer más tiempo juntos. Ninguno se dio cuenta de que la figura
atlética de Calvin los siguió a una distancia prudente.
—¿Está todo bien con usted, lady Wynona?
—No. Me temo que no me agrada su visita.
—No esperaba tanta sinceridad, un rodeo me hubiera confortado. Puede
que sea por el tiempo que ha pasado sola, pero no tema, yo le cuido. Calvin
es un tanto excéntrico, no debe hacerle caso.
Ella se detuvo y se colocó frente a él para recostarse en su pecho.
Michael, sorprendido por la acción, sonrió y la abrazó con fuerza.
Entretanto, sentía el calor de su cuerpo junto al suyo.
—No sé qué me ocurre. A su lado me siento segura y feliz… No quiero
dejar de sentirme de esta forma.
Él se aferró con más fuerza a ella.
Su corazón palpitaba desaforado por esas palabras que expresaban lo
mismo que sentía por Wynona. La presencia de Calvin era probable que se
volviera inútil, pues de ese modo no tardaría mucho en echar la rodilla al
piso para pedirla en matrimonio.
Capítulo 15
Asqueado por tanto cariño que parecían profesarse, Calvin regresó al
salón, agarró su copa y la llenó en varias ocasiones sin pérdida de tiempo.
Para él aquella demostración burda de afecto por parte de la muchacha
era una estrategia para convertirse en lady Scarbrough. Su inocente amigo
iba a ser timado en su buena obra de recoger a un pariente. Sabía de algunas
mujeres irresistibles, quizá lady Wynona fuera una de ellas. Con una belleza
innegable, aunque, a su parecer, poco carisma, la convertían en la candidata
ideal para un codiciado soltero como Michael.
Le resultaba extraña la manera en que ella se desenvolvía. Ninguna
dama que no hubiese practicado las artes amatorias se sentiría hostigada o
aludida por los comentarios que él hacía, solo reaccionaría con nerviosismo
y vergüenza, quien fuera una soltera puritana por fuera, pero pecadora por
dentro. Ante ese pensamiento, llegó a la conclusión de que Lady Wynona
no era tan pura y recta como intentaba aparentar frente a él. Estaba de más
decir que no era de una dama respetable abrazarse en un pasillo con un
caballero de la reputación de Michael. Las incoherencias eran evidentes
alrededor de ella y él no dudaría en descubrir si algo ocultaba con el fin de
asegurarse un hogar.
Después de que Wynona aflojara su asfixiante abrazo, recobró la
compostura e intentó fingir que nada ocurría.
—No es bueno que deje a su visita. Sería un pésimo anfitrión si lo
hiciera —mencionó para continuar sola su camino a la habitación.
—Sí, creo que le tomaré la palabra... Que tenga una buena noche —
replicó sonrojado y nervioso. Se le trababa la lengua y los pensamientos se
le hacían difíciles de interpretar—. Mmm... ¿no gusta de alguna lectura?
Podría conseguirle un libro interesante, si es que cree que le será difícil
conciliar el sueño con prontitud.
—Una vez dijo que no era muy dado a las lecturas.
—Tal vez nunca supe quitarle partido. En este tiempo he aprendido a
apreciar más algunas cosas.
—Quisiera el libro para mañana. Esta noche descansaré sin duda.
—Haré una elección inteligente.
—Hasta mañana —se despidió con una reverencia calmada antes de
retirarse.
Él hizo una inclinación de cabeza y la miró irse. Soltó el aire que tenía
contenido en sus pulmones y recostó su frente en la pared. Se sentía extraño
con ella y no quería admitir lo que a gritos le decía su pecho palpitante.
Aquella era más que una simple atracción por una mujer a la que
quería llevarse que la cama.
Anteriormente, sus creencias sobre las relaciones entre varones y
mujeres eran muy sencillas, sin mucho impedimento. Compartían un
momento gratificante en la cama y era más que suficiente. Comprendió que
existían damas para pasar un buen rato y otras para casarse.
Clasificó a Wynona como una mujer digna para casarse. Estaba seguro
de que aquello que ocurrió con ella fue un evento desafortunado en su
buena fe. El vizconde se refirió al hombre que mancilló a su hija como
«abusador y ladrón». Con eso le era suficiente para imaginarse que el
caballero era alguien arruinado y que buscaba enriquecerse a costillas de un
matrimonio. La razón del arma que cargaba era por si en algún momento
aparecía, sin embargo, dudaba por que lo hiciera, pues estaban muy lejos de
todo. Sandbeck Park era un lugar seguro para ella.
Cuando Michael volvió al salón, encontró a Calvin acabándose su
botella de Brandi.
—Este brandi es muy extraño, comienza a darme sueño o... tal vez... el
aburrimiento en este lugar… ¡Oh, me asfixio! —exageró recostado en el
sillón.
—Calvin, el brandi no tiene nada, pero ayuda a dormir bien. Creo que
deberías irte a descansar. Ha sido un día largo para ti.
—O para tu querida lady Wynona.
—No es mi querida.
—¡Pero desearías que lo fuera!
—Estás borracho, Calvin. Puedes quedarte a dormir aquí en el salón o
puedes acudir a tus aposentos, que quede a tu criterio —indicó sentándose.
Calvin sintió como si el sillón donde estaba tuviera un resorte. En un
momento estaba arrodillado al costado de donde reposaba su amigo.
—Michael, las mujeres no son para el matrimonio. Ninguna.
¿Comprendes? Me temo que te he visto perder el buen juicio. Si aún estoy a
tiempo de salvarte de una pésima decisión, lo voy a hacer, querido mío.
—En verdad que el brandi tiene algo. Es muy acelerado lo que me estás
diciendo. Lady Wynona es una muchacha sola que necesita de un protector,
y para eso fui designado. Su estancia aquí no es…
—Debes casarla, supongo.
—Sí, en efecto debo casarla, pero ella es un tanto reticente al
matrimonio.
—Imagino que su reticencia será contra los pobres. Quizás esté
esperando al crédulo, un conde apuesto, inteligente, adinerado, con
propiedades hermosas como Sandbeck Park.
—Calvin…
—¡Me callaré! Reacia al matrimonio —bufó—. Ninguna mujer lo es en
realidad, solo hay un motivo o impedimento para que lo haga…
Michael sabía que Calvin no era un tonto, actuaba como tal porque le
resultaba divertido. En ese instante, cayó en cuenta de que probablemente él
estuvo tan vacío como lo estaba su amigo. De no desear más que su
libertad, ansiaba la prisión de vivir bajo el mismo techo con la mujer que
estaba en su casa. Se lamentaba ver a ese hombre frente a sus rodillas,
borracho y haciendo conjeturas que, con lentitud, tomaban una forma real.
—Los borrachos tienen buenas ideas, pero sin fundamento alguno.
¿Quieres que te lea algo?
El joven se levantó con una mueca de desagrado en el rostro. No le
apetecía la lectura, pero dejaría en paz a Michael, quien defendería con los
dientes a su inquilina.
∞∞∞
Wynona no podía conciliar el sueño. Era la primera vez que le ocurría
algo similar estando en aquel sitio. Desde que su padre le dejó la carta que
le entregó el letrado, parecía tener paz y las noches se le hacían más ligeras.
Ya no tenía pesadillas sobre la noche que cambió su vida, sin embargo,
nunca podría olvidar sus consecuencias y quebrantos.
Estaba sola en la habitación pudiendo a esa edad tener un matrimonio y
un esposo. Conocer a Michael y convivir con él le hacían pensar en que no
podía cambiar su destino. Aquel era un castigo mayor que el que su padre le
dio en vida. Observarlo y pretender que sus sentimientos no existían, estaba
siendo difícil.
Procurar alejarse no estaba entre sus opciones por varios motivos, y uno
era su dependencia de él en lo que respectaba a su cotidiano vivir. A
sabiendas que era imposible casarla con alguien de alta alcurnia, debía
mantenerla en su casa.
Después de lo ocurrido, sus posibilidades de un matrimonio conveniente
eran pocas. Quizás un terrateniente o alguien con profesión u oficio, podría
no sentirse ofendido por su falta de virtud. Pero no deseaba casarse con
nadie con esas características, prefería lo imposible en su vida.
El ruido de unos pasos en el pasillo hizo que su cabeza abandonara la
tibia almohada. Eran los pasos de Michael yendo a su habitación.
Se volvió a recostar para intentar conciliar su sueño. Tendría días
difíciles que afrontar frente al que probablemente le dejó sin un buen futuro.
Le asqueaba pensar que estuvo con él. Era degradante por su forma de
hablar y referirse a las féminas. No podía comprender cómo había cruzado
siquiera palabras con él. Si bien fueron pocas, ninguna delataba algo
inapropiado dentro del marco de lo inapropiado en sí que constaba en la
situación.
∞∞∞
Desconocía la hora de la madrugada en que abrió los ojos en su
dormitorio. No podía siquiera distinguir un dedo por la falta de iluminación.
Wynona oyó unos ruidos que provenían desde la misma estancia donde se
encontraba. Por un minuto, concluyó que eran roedores u otros inquilinos
no deseados, pero el aroma a tabaco y la bebida barata la inundaron por
completo.
Dio un grito horrorizado, que después fue acallado por la mano
maloliente de un hombre.
—La he seguido hasta aquí... ya sabe lo que quiero... —pronunció una
voz conocida que la atemorizó.
Luchó contra lo que amenazaba su vida. Pudo librarse y dar otro grito.
Michael fue despertado por aquel alarido desesperado de Wynona.
Atropelló su cama, la puerta y todo lo que estaba a su alcance para llegar a
donde se encontraba.
Al abrir la puerta, ella se encontraba pataleando bajo la frazada con los
ojos cerrados.
—¡Lady Wynona, lady Wynona! —pronunció con fuerza para que
despegara los párpados.
Con la respiración agitada y angustia latente, no podía distinguir si fue
un sueño o la realidad.
—¡El hombre quería asfixiarme!
—Me temo, lady Wynona, que ha tenido una terrible pesadilla...
—¿Pesadilla? No... Era real... El olor...
Él le acarició el rostro y sintió verdadera preocupación por ella. Parecía
trastornada diciéndole aquello. Era imposible que alguien llegara hasta
ellos.
—Recuerde que a mi lado se encuentra segura. Nadie podrá hacerle
daño aquí.
—Alguien estaba aquí, ¡créame!
—Por supuesto que sí, milady. Para dejarla más tranquila, revisaremos
toda la casa.
—Lo más emocionante de los últimos tiempos en este lugar debe ser la
pesadilla de una mujer —gruñó Calvin presentándose en la habitación.
—Toma un arma, Calvin. Iremos afuera —mandó Michael.
—Mujeres y sus caprichos. Dudo que hubiera algo en esta casa.
Condenación, para esto me levanto —se quejó antes de ir por su arma.
Wynona no podía siquiera molestarse por Calvin, estaba demasiado
temerosa por lo que fue aquello. Tal vez estaba como Michael en su casa,
llena de sugestión y temor por la llegada de Calvin.
Capítulo 16
Wynona quedó a resguardo de su nana mientras los mozos, Calvin y
Michael, buscaban a alguien que quizás estaba en las pesadillas de la
muchacha.
—Se me han helado hasta los tobillos con esta búsqueda inútil. ¿No es
mejor decirle que tenga la consciencia tranquila? —escupió Calvin,
molesto.
—Y tú queriendo salir al pueblo, ¿no es mejor mantener a raya tus
instintos?
—La libido me mantiene caliente para esos menesteres. ¡Que no te
quede duda de eso!
Michael negó con la cabeza y se dio por vencido con respecto a la
pérdida de tiempo que tuvieron de sus sueños. Tenía que darle las noticias a
la asustada joven.
Su amigo maldijo y mencionó incoherencias. Aún seguía un tanto
borracho y, para empeorar la situación, tenía un arma en la mano. Lo envió
a dormir para que estuvieran más tranquilos en la casa.
Al ingresar a la habitación, ella abandonó los apacibles brazos de su
nana y acudió junto a él.
—¿Vieron algo? —inquirió ansiosa.
—No. Es una suerte que Calvin esté durmiendo, de lo contrario, hubiese
respondido la pregunta con malicia.
—Era tan real —dijo con la voz apagada. Le dio la espalda a Michael.
Él quiso agarrarle los brazos, pero los ojos ardientes de la nana se lo
impedían.
—Le devolveré la cortesía que usted tuvo conmigo. Dormiré en la
habitación para cuidar de su sueño y que duerma tranquila.
—¡Más esto faltaba! —aulló la mujer mayor.
—Iré por un mueble para dormir. No acepto discusiones, señora. Me
importa la tranquilidad de lady Wynona.
Ella no quiso negarse. Estaba asustada aún.
—Dormiré en la cama junto a usted, milady. No sé de quién temer. ¿Nos
ha seguido hasta aquí? —habló la nana tomándola de un brazo.
—Es probable o... quizá fue una pesadilla tan palpable. Prefiero que él
duerma aquí.
—Milady, usted no entiende. No hace más que torturase y darle
esperanzas infructuosas al degenerado este que quiere acostarse con usted.
Él no piensa que es decente, nunca lo hará. Está demostrándole que es tan
fácil como beberse su brandi.
—Acomódate, que dormiremos los tres aquí. No importa lo que piense,
tengo fe en sus intenciones de cuidarme.
Oyeron el arrastre de una otomana hasta la puerta y después observaron
a Michael acomodándola en un rincón.
—¿No estará incómodo en ese lugar? Dudo que su larga figura tenga
una buena noche —comentó Wynona con una menguada sonrisa.
—Mientras que usted pase una buena noche, estaré más que
complacido. Acuéstese e intente cerrar los ojos. —Colocó la lámpara cerca
de la mesa junto a la cama de ella.
—Gracias.
Michael giró un par de veces en la otomana, incómodo por el poco
espacio que tenía. El suelo era, a su parecer, un lugar más cómodo. Los
ronquidos de la nana de Wynona le impedían conciliar el sueño y lo dejaba
pensante sobre lo ocurrido. Era probable que estuviera soñando con su
agresor y reviviera aquel momento. Se llenaba de impotencia imaginando
su sufrimiento. No era el ser más empático que existía, pero estaba tan
involucrado con ella, que le resultaba imposible ser indiferente a sus
sufrimientos.
Tan bella, vulnerable y hasta quizás inocente, cayó en alguna trampa. La
palabra «ladrón», que utilizó el vizconde, podría deberse a la condición del
hombre en cuestión. Un noble quebrado, un apostador, un simple
sinvergüenza o un salteador de caminos en el término más literal de la
palabra.
Escuchó historias de nobles que consiguieron de nuevo su fortuna
forzando un matrimonio con una dama de la aristocracia, cuya dote sirviera
para cancelar sus deudas y darle un futuro próspero.
Entonces, no podía echar al viento las advertencias del difunto y
tampoco podía asumir que ella estaba demente. Una perturbación de su paz
era más adecuada para la ocasión. Comprendía que la presencia de Calvin
no le era para nada cómoda; los modales de su amigo en nada se parecían a
lo que le describió. Hubo una antipatía desde un principio por parte de ella.
Podía dar mil hipótesis sobre lo que le ocurría y una de ellas era la que
en su mente cobraba más fuerza: la soledad.
Sometida a los castigos lejos de una sociedad que tal vez ella extrañara,
forjó una personalidad temerosa, o bien su perturbación podría deberse a
que aborrecía a los hombres, pero no a él. Cuánto se jactaba al creerse tan
importante. Todo lo que hacía por ella pasaba por lejos a la simple
caballerosidad y educación. Estaba embrujado por Wynona. Era un ser
lánguido y sin voluntad cuando la miraba. Era una atracción desconocida
para un hombre acostumbrado a disfrutar de la compañía de muchas
féminas.
Los ratos en que recordaba que Calvin estaba en su casa, se sentía ajeno
a él. No tenían aquella conversación soez de otros tiempos. Prefería buscar
la compañía de Wynona y su piano, después de la cena, antes que sentarse a
escuchar a su amigo parafraseando.
Para cuando los gallos cantaban, Michael abandonó la habitación sin
despertar a las mujeres con las que durmió. No deseaba que Wynona lo
volviese a ver tan impresentable.
Calvin no dio señales de vida hasta después del mediodía, se había
perdido el almuerzo.
—Tan vago y holgazán —opinó la nana de Wynona recostada en el
marco de una puerta que daba hacia el comedor—. Que malas amistades
tiene milord, aunque era de esperarse...
—No se atreverá a acercarse estando tú aquí conmigo, nana. Siéntate.
Milord le hace compañía para que no nos moleste.
—Resulta de lo más oportuno. Riverton Manor era un paraíso
comparado con este lugar que se convirtió en un infierno. Si no fuera tan
caprichosa, estaríamos ahí.
—Te aseguro que aquí estamos más seguras de lo que podríamos estar
en la propiedad de mi padre. Recuerda, no tenemos recursos. Todo el dinero
lo tiene el conde. No puedo pedirle nada.
—Tampoco es que desee pedirle algo. Imagino que lo primero que le
mandará hacer será dejar el vestido de luto.
—Es probable. A mí también me agradaría dejarlo. Puede que mi padre
no merezca tanta ceremonia, de todos modos, arderá en el infierno.
Wynona zanjó con aquellas palabras el diálogo con su nana. También
deseaba saber qué hacía el conde acompañando a su amigo en la mesa.
∞∞∞
—Es evidente que me quedaré más tiempo en cama e intentaré recobrar
la lucidez. Me congelé los tobillos por un absurdo —se mofó al decirlo—.
Al menos dormí mejor que tú, que no has dejado de bostezar en mi cara.
—Lo siento. La señora ronca mucho. He pensado en reforzar la
seguridad de la propiedad.
—¿Por una nimiedad? Tu prospecto de pariente tuvo una pesadilla
porque su consciencia es más oscura de lo que piensas. Te aseguro que, si
ella se toca los cabellos, sus dedos se pondrán negros.
—En Riverton Manor alguien me cogió del pie. Pensé que era un
fantasma, pero me parece que debe ser algo más sensible que un frío
espectro.
—¿Algún amante de la lady inmaculada? —expresó burlón.
—¿Por qué insistes en eso?
—Por la obviedad. Solo una mujer con experiencia podría sentirse
aludida por tan ridículas palabras que dije ayer durante la cena. Esa paloma
tiene más manchas que una vaca. Conozco a muchas mujeres y de cada una
me he quedado con algo.
—Eso sonó romántico y hasta acogedor viniendo de ti.
—No es para nada romántico, es un hábito inofensivo. Te mostraré mi
colección en algún momento, o tal vez se la enseñe a ella para saber qué
tiene que decir al respecto. —Sonrió guasón sin dejar de observar a
Michael, que, a solo un día de la llegada de su amigo, deseaba que este se
fuera.
Capítulo 17
Michael ordenó que los lacayos hicieran rondas por la noche hasta estar
seguros que no había ingresado nadie. Temía que Wynona estuviera en
algún peligro por no ser cuidadoso con ella. Era una mujer sin nadie a quien
acudir, cualquier desalmado podría intentar aprovecharse de aquello con
alguna artimaña.
La idea de un espectro espeluznante o del fantasma del mismo vizconde
de Castleton, perdían fuerza por la sencilla y lógica razón de que él fue
víctima de un evento similar en la residencia de ella. También estaba el
hombre al que había visto el día en que el lacayo salió a buscar las provistas
y no podía olvidar los cuchicheos en los pasillos que hacían Wynona y su
nana en medio de la noche. Tenía que estar atento ante cualquier sonido o
situación inusitada en su casa.
De la llegada de Calvin a Sandbeck Park, pasó una eterna y sufrida
semana para Wynona. No encontraba refugio ante la palabrería insensata y
provocadora del hombre. Cuando los tres debían compartir el espacio,
intentaba sonreír para no desagradar a Michael, a quien se le veía cómodo
en compañía de su amigo, pese a que sus conversaciones se trataban casi en
su totalidad sobre el aburrimiento de Calvin y el frío de sus tobillos debido
a la supuesta alucinación de ella.
Michael no tuvo oportunidad de volver a acercarse a Wynona como lo
deseaba. Calvin le respiraba en la nuca dentro de su vivienda y evitaba que
él compartiera conversaciones de cualquier índole con ella.
Se sentía enloquecer con la presencia de su amigo, a quien miraba con
más desagrado a cada día que pasaba. Wynona estaba tensa y no respondía
a los intentos de Calvin por introducirla en las conversaciones.
Una tarde, Wynona decidió refugiarse en un lugar distinto a su
habitación. El salón que antes era de su agrado cuando tocaba el piano solo
para Michael, fue el sitio que escogió para quedarse a reposar después del
almuerzo.
Tenía una maraña en sus pensamientos. Estaba preocupada por si ese
hombre recordaba algo y que ella terminara avergonzada frente a Michael.
No tenía nada que perder, lo peor ya aconteció en su vida, pero, aun así, le
importaba lo que él pensara. Sus sentimientos estaban aferrados a él y
esperaba con ansias los momentos en que eran ellos los únicos en esa
estancia. Se reconfortaba con la esperanza de que faltaban unas semanas
más para que ese desagradable visitante se fuera, y ansiaba que lo hiciera
sin que Michael supiera que él era el hombre de la fiesta.
—Esos pensamientos deben valer una fortuna, milady —mencionó
Calvin, que la notó distraída con un libro en su mano.
Ella brincó como una liebre del sillón y se alejó con presteza. Calvin la
siguió con la mirada. La estudiaba con minuciosidad. Se la percibía
asustada, temerosa y, sobre todo, culpable. Nada le quitaba de la cabeza que
ella ocultaba algo y cada vez se convencía más de aquello.
—¿Por qué huye de mí? Dígame, lady Wynona, ¿qué oculta? ¿Me
conoce acaso? ¿Le han hablado mal de mí? —Rodeó el sillón detrás del
cual estaba refugiada.
Wynona se movió a la par que él para que no se le acercara.
—No huyo de usted, milord. Si me disculpa, me iré para que usted
pueda darle un buen uso a este salón —refirió apresurada para dirigirse a la
puerta, pero no contaba con que una de las manos de Calvin la tomaría de
su muñeca izquierda.
—¿Está apurada? Yo quiero charlar con usted. No hemos tenido tiempo
de conocernos.
Pese al susto que conllevaba ese contacto entre ambos, ella asumió una
postura de ofensiva antes de continuar con su defensiva huida.
—Lo estoy. Es inapropiado que estemos en el mismo salón… solos.
—Es el campo, a lo mucho nos ven las aves. ¿No cree que Michael es
un pésimo anfitrión? Me ha dejado sin su compañía. Usted es la segunda a
la cabeza en la casa. Casi podría sentir que es la patrona. Debería
acompañarme. No la morderé, si no lo desea.
—No sea soez. Es una razón para no querer acercarme a usted. No es la
forma de abordar a una dama.
—¡Tiene razón! ¡En verdad que la tiene! —exclamó a carcajada suelta
—. Solo quiero saber su fechoría. No puede ir a Londres, algo la perturba
y... son mis razones válidas para pensar en que usted hizo algo muy malo y
que se lo oculta a Michael, que, a mi entender, la tiene en excesiva estima,
más de la necesaria. Me siento perturbado y desorientado por tantas
atenciones a usted.
—No hay nada, milord. Me retiro. Le recomiendo que no se beba el
brandi de día, la noche es ideal para ello.
—Atenderé a su recomendación —aceptó soltando la mano.
Al sentirse libre de aquella prisión, corrió por el pasillo con prisa. En su
rápida huida, golpeó su hombro izquierdo contra la salida del pasillo. No
sintió mucho dolor y continuó su camino hacia su habitación.
—Lady Wynona —pronunció Michael desde su puerta al ver que ella
iba a ingresar a su habitación.
Lo miró, pero no le hizo caso. Cerró la puerta con premura.
Él se quedó con la palabra en la boca. Desde que Calvin estaba en la
casa, ella cambió por completo. No era la misma persona jovial y hasta
sarcástica que solía ser. Prefería estar en su habitación encerrada. Ya no
tocaba el piano como antes, le faltaba pasión.
Michael se colocó frente a la puerta de ella para golpearla, aunque no se
animó. Guardó su puño al costado de su cuerpo y agachó la cabeza en señal
de impotencia. Deseaba saber lo que le ocurría, pero sabía que le daría
respuestas esquivas y sin mucho sentido, las cuales no responderían a su
curiosidad como esperaba.
Bajó para observar a dónde estaba la nana de Wynona. Era extraño que
no estuviera pegada como una sanguijuela a la cola de su vestido.
La buscó por la recepción y el comedor, hasta que la encontró en la
cocina.
—Señora, vaya a ver a lady Wynona. Entró a su habitación muy extraña
—mandó a la mujer que tenía unas ropas en los brazos.
—Ahora voy, milord. Guárdame lo que te pedí —recordó a la cocinera
que estaba con ella y asintió.
Cuando la nana se fue, Michael contempló a la nerviosa cocinera.
—¿Qué le guarda? —inquirió a la mujer.
—Es un calmante para los nervios de milady. Sufre mucho de ellos. Es
una mezcla de hierbas para que pueda conciliar el sueño.
—¿Sí? ¿Qué le parece si por una corona me hace uno similar para mi
uso particular? También tengo problemas del sueño.
—Por supuesto que se lo voy a guardar. En un momento se lo tengo
listo —replicó la cocinera.
—Que la nana de milady no lo sepa, es probable que se burle de mí.
¿Me haría ese otro favor?
—Sí, milord.
Se retiró de la cocina para buscar a Calvin. De algo le serviría el
preparado para el sueño. Podía asegurar que eso le había puesto en el brandi
en Riverton Manor, no había otra explicación para que se durmiera sin
siquiera desearlo.
—¿Qué haces aquí, Calvin?
—Me bebo tu brandi. Esa... lady Wynona es un cúmulo de secretos.
—Aléjate de ella. Es una advertencia si quieres conservar mi amistad.
Te aprecio, pero ella está desprotegida y me necesita, tú no.
—¡Ha salido el defensor de los inocentes! Michael, te quiere ver la cara
de estúpido que yo estoy viendo ahora. Tú enamorado como un perro sin
amo. Que tristeza da notar la caída del ser humano ante las bajezas de los
sentimientos. Dolor, manipulación, lágrimas... una mezcla siniestra de falta
de confianza en sí mismo.
—Lo dices porque nunca conseguiste acostarte con Juliette. Se ha
acostado con todos y te rechaza. ¿Dónde está tu amor propio?
—Es probable que esté reposando con el tuyo en la indigencia. Otro
golpe que me diste, Michael. Juliette es arisca como un caballo y sabe
cuánto la deseo, es por eso que me ignora con la intención de mantener
firme mi interés por ella. Tengo que admitir que funciona con mucha
precisión. Extraño tener que perseguirla. ¿Recuerdas la noche en que tuve
que dejar a una dama en mi cama? Fue para seguir a Juliette. ¿Para qué?
Terminé solo y sin nada ese día. ¡Ya vendrán tiempos mejores! Nos sobra
juventud. Como tu amigo, querido mío, deseo tu bienestar. ¿Quién puede
obligarte a legar nada? Existe la vocación de soltero irremediable. Se vive
para sí mismo, suena un tanto egoísta, pero mejor estar solo que mal
acompañado hasta que la muerte los separe.
—No voy a pedir a milady en matrimonio porque ella no lo desea y no
soy alguien que piense en eso... Yo…
—Calla. Lastimas mis oídos con tus mentiras. Apenas abandone este
lugar te humillarás pidiendo a una mujer que en mi teoría no es virgen en
matrimonio. Valora mi estadía aquí, te abriré los ojos sobre ella. Es una
víbora, como todas. Una parte maligna de mi persona opina que te la lleves
a la cama cientos de veces hasta que se te pase el deseo y no quieras casarte,
y la otra parte, aún más maligna, quiere que la compartas conmigo. ¡No
pongas esa cara, era un chasco!
—Es mejor que te bebas el brandi de noche, por la tarde te daña la
cabeza. Te veo en la cena.
Capítulo 18
Michael salió enfurecido del salón. Intentó mantener la calma para no
matar al incordio de su amigo, pues no quería que se enterara de lo que le
había acontecido a Wynona. Sería su comidilla. Estaba arrepentido de
haberlo invitado.
Los meses que pasó alejado de Calvin y de Londres, lo convirtieron en
alguien diferente. Conocer a Wynona y —por qué no decirlo— heredarla,
fue lo mejor que le aconteció hasta ese momento en la vida.
Sentía una multitud de sensaciones cuando estaba cerca de ella. Tenía
un corazón muy noble para haberle perdonado la grosería de decirle que se
acostaran. No olvidaría semejante insulto y humillación para una dama de
su clase. Quizá cuando ella tuvo aquella experiencia terrible, fue por
inmadurez. Era una cruz muy pesada la que llevaría por siempre.
La nana de Wynona se presentó frente a ella para verla. Estaba sentada
en su cama con la mirada perdida en el suelo.
—Milady...
—El pasado no deja de perseguirme. Que hombre tan despreciable fue
con el que quedé esa noche. No parecía ser así, era amable, agradable...
—Ellos son así cuando quieren algo, milady. Incluso este conde con el
que vivimos es así. La quiere, pero en su cama.
—No me hagas otra herida, nana. Necesito consuelo, no un dolor
mayor. ¿Qué más tengo que perder? ¿No merezco un poco de felicidad? En
estos años derramé tantas lágrimas que estoy seca. No me importa que un
hombre me presione por darle dinero y que otro me acose dentro de la casa.
Mi deseo es que mi conde no sepa más nada de ese asunto que me
avergüenza tanto. A él no le da vergüenza haber tenido muchas mujeres. No
es lo mismo la justicia para los varones que para las mujeres, estoy sucia y
me moriré así.
—No se torture más. Con la cocinera hemos preparado el mismo
brebaje que le dimos a milord en Riverton Manor. Este conde del infierno
vivirá durmiendo hasta que llegue el día de irse.
—Es mejor que le demos veneno, pero eso es muy cruel. No somos
asesinas.
—Es la única forma de que nadie se acerque a usted. Yo la cuido. Si tan
solo me permitiera colocarle unas gotas también a milord.
—No. No quiero que lo hagas. Nos ha dado su techo y nos cobija.
Nuestra suerte pudo ser peor. Si me tocaba un pariente diferente a milord,
tal vez...
—No piense más, por favor. No puedo convencerla de que lord
Scarbrough es una mala persona, debo admitir que se preocupa por usted,
pero no confío en nadie.
—Y yo solo confío en él...
—La voy a cambiar para la cena. Tengo mucha ropa limpia que
secamos cerca del fuego.
—Gracias.
Con la chimenea encendida, se quitó el vestido y la nana quiso colocarle
otro, mas no pasó desapercibida su enagua.
—¡Tiene sangre, milady! —exclamó al distinguir el hombro de la tela
de algodón.
Wynona se miró en el espejo y sacó un poco de la tela que se le había
pegado en un gran raspón.
—Es un raspón. Me duele...
—¡Se lo hizo ese hombre! ¡Voy a matarlo!
—No, no fue él. Me lo hice sola al venir aquí, fue la pared. Estaba un
poco desorientada. ¿Puedes curarme?
Así lo hizo la nana. Le dolió quitarse la tela pegada para cambiarse por
completo. Al parecer, ninguna herida podía dolerle más que la vergüenza.
Tenía que enfrentar otro momento difícil: el de cenar con Calvin. Todas sus
comidas se le hacían pesadas. Comía, bebía y se divertía menos estando él.
Ella se quedó sola y su nana procedió a hacer lo que deseaba: colocar
algunas gotas de ese calmante en el brandi. Cuando ingresó a la estancia, se
quedó con la quijada en el suelo; Michael colocaba algo en la bebida.
—¡Qué está haciendo! —le increpó la criada.
Él echó por accidente el frasco y se apresuró a recogerlo.
—¡Me ha asustado! Supongo que lo mismo que usted hará —replicó
suspirando.
—No sé a qué se refiere.
—No se haga, señora, que no le queda. No soy alguien que concilie el
sueño con facilidad. Me ha estado echando algo en el brandi.
—Me ha descubierto, pero es por el bien de milady. Ese amigo suyo la
acosa. No querrá que ocurra otra desgracia con ella.
—Por eso estoy aquí.
—¿Le puso algo ya?
—Unas dos gotas...
—¡No sea codo, échele el frasco! —Agarró la botella.
—¡No queremos matarlo!
—Yo sí deseo matarlo, pero no lo haré. Es solo un calmante, no un
veneno. Cálmese.
Michael observó cómo aquella mujer le echaba con cuidado la mezcla
de hierbas. Estaba nervioso, confiaba en que ella decía la verdad y que eso
no mataría a Calvin. Por una vez desde que se conocieron, estaban haciendo
algo juntos y no era nada bueno.
—Sigo sin aprobarlo, milord. Cuide de milady, se lo pido, no sea usted
alguien que le provoque más dolor por la vana lujuria. Ella no merece más
sufrimiento, si supiera...
—¿Qué más debo saber? ¿Se relaciona con el hombre que vi en
Riverton Manor o es respecto a sus cuchicheos con milady?
—Es más peligroso el hombre al que usted invitó, que aquel que está
afuera. Con permiso —dijo con una reverencia antes de retirarse.
Se quedó pensativo con respecto a lo que dijo la mujer. Lo único que
hizo fue confirmar sus sospechas sobre alguien que las siguió desde otro
condado hasta donde se encontraban.
No hubo ningún acontecimiento más desde que ordenó a sus lacayos
recorrer la propiedad en la noche. Eso evitaba que se acercara a ella. Le
preocupaba la forma en que había entrado, sabía Dios con qué intenciones
para con ella. Tenía muchas preocupaciones y Calvin se sumaba a ellas con
su forma de ser.
Michael esperó sentado a Wynona frente a las escaleras. Calvin lo
acompañaba parado al lado, buscándose algo entre los dientes con una uña.
—Qué ceremonia. En esta casa no hacen nada distinto —se quejó
Calvin.
—Puedes proponer algo durante la cena. Quizá participemos.
—La amargura con faldas no querrá hacer nada. Está más ocupada en
tenerte como a su perro.
—Me gusta ser un perro, es por eso que tengo una jauría. En primavera
los traeré a todos. La cacería será interesante.
—Aún falta para la temporada de caza. Me encantaría permanecer aquí.
—Lo veremos después —mencionó levantándose para recibir a
Wynona, que le sonrió forzada al notar la presencia de Calvin a un costado
de él.
—¿Se tomó una siesta? —curioseó Michael con una sonrisa ladina en el
rostro.
—No. Estaba haciendo unas costuras.
—Si usa sus prendas negras todo el tiempo, es evidente que tendrá
mucha costura que hacer. Menos mal las mujeres se dedican a aprender ese
oficio —opinó Calvin con malicia.
Ambos ignoraron el comentario de Calvin y caminaron en silencio hasta
la mesa. Mientras picaban sus alimentos, continuaban de aquella forma
hasta que se rompió el sepulcral silencio del trío.
—Le propuse a Michael hacer algo distinto esta noche, lady Wynona.
Pensé en jugar cartas. ¿Juega a las cartas? —indagó con tranquilidad.
—Un poco. No soy diestra en eso.
—¿Está de acuerdo con la diversión que propone Calvin, milady?
—En efecto, no tengo inconveniente.
—Es una excelente noticia. ¿Le dijo Michael que me quedaré unas
semanas largas porque quieren matarme?
—Oh, qué lástima —replicó con sarcasmo.
—¿Lástima porque me quedaré?
—No querrá escuchar mi respuesta.
—Cartas, jugaremos cartas, beberemos y dormiremos —interrumpió
Michael antes de que aquello se volviera una batalla.
Al retirarse del comedor, los tres fueron al salón seguidos por la nana de
Wynona.
—Seremos cuatro para jugar. No me molesta que nos acompañe la
servidumbre —emitió Calvin.
—Vine para cuidar de milady, no para jugar, milord. ¿Le sirvo brandi?
Él abrió ambas manos en señal de rendición y aceptó el brandi que le
ofreció una sonriente doncella. Michael estaba ansioso por que se bebiera
toda la botella y cerrara la boca de una vez. Wynona estaba también sentada
junto a ellos y esperando lo mismo que el resto.
No habían terminado una mano de cartas, cuando Calvin comenzó a
dormitar. Casi le era imposible mantenerse despierto. Hizo lo posible por
continuar el juego, aunque al final fue vencido por el sueño, echando sus
cartas y su copa al suelo.
—¿Eso es lo que me hacían en Riverton Manor? —inquirió a Wynona.
—Es por seguridad. Una receta de mi nana.
—¿Cree que está cómodo? Mire su cuello —musitó Michael.
—No se morirá, los milagros no ocurren todos los días.
—Señora, vaya por una manta para mi amigo. Hace frío —ordenó.
La nana miró a Wynona, que asintió ante esa orden.
Se quedaron ella y Michael observándose mutuamente.
—Lo siento. Pensé que la presencia de Calvin pondría distancia entre
usted y yo. No porque la desprecie, sino para no ser tentado por mis deseos.
Creo que ha sido en vano todo. Mientras más lejos la tengo, más la necesito.
Tanta es mi necesidad de usted, que con besar su mano me conformo —
confesó un poco apresurado. Su nana pronto volvería y no habría tiempo de
decirle lo que quería.
—Ha puesto distancia entre nuestros cuerpos con este caballero, pero no
en nuestros sentimientos. Yo lamento mis errores más que nunca. Mi
vergüenza no tiene fin y no merezco escuchar algo que debería ser
declarado a alguien que aún goza de su pureza —respondió con mirada
triste y esquiva.
—Quiero que me conozca para que confíe en mí. No soy un hombre sin
defectos, sin duda lo habrá notado, y menos me creía uno con sentimientos.
Era tan vano como Calvin. Puede usted verme en ese hombre tirado en el
sillón. Pero ir a Riverton Manor me ha cambiado. Fui seducido por usted
sin que lo supiera, sin quererlo, sin desearlo… y no tengo esperanzas de
alguna vez ser correspondido, quizá por sus miedos o por los míos.
—Negarme a lo inevitable me parece ridículo. Lo veré aquí a
medianoche. Espéreme, tengo algo que decirle...
Capítulo 19
La nana volvió con la manta y ellos hicieron como si nunca hubieran
tenido una conversación. Wynona permaneció sentada en la silla, al igual
que Michael cuando tapaban a Calvin.
Ella se agachó y agarró las cartas que se le habían caído a Calvin. Se las
enseñó a Michael mientras decía:
—Jugaremos una partida, después me iré a dormir.
—Lo que usted disponga está bien para mí, milady. ¿No despertará? —
realizó un gesto hacia el dormido.
—¿Usted despertó acaso?
—Sin dudas dormirá hasta el día siguiente.
Con rostros más relajados y sonrientes jugaron a las cartas. Michael
dejó que ella ganara el juego. Él estaba ansioso por lo que tenía que decirle
a medianoche y no podía colocar mucha de sus energías para ganarle una
partida.
Wynona fingió un bostezo detrás de su mano.
—Me quedaré dormida como su amigo. Me retiro por esta noche.
—Y no lo hace con las manos vacías, sino con una victoria.
—Que no sería tal si dejaba de distraerse en el juego. Hasta mañana.
—Que tenga buena noche.
—Vámonos, nana —mandó.
Michael también abandonó el salón después de que ellas se fueron.
Buscó su brandi en una alacena de la cocina. No iba a tomarse aquel que
estaba lleno de esa mezcla de hierbas que tenían a Calvin bien sujeto del
lado de los sueños. Escondería el buen brandi en un mueble.
—Quiero tomar un té antes de dormir. ¿Me acompañarías, nana?
—Me apetece un té. Le contaré lo que le vi haciendo a milord.
La mujer preparó el té con tranquilidad y se lo llevó para que lo
bebieran.
—¡Está muy caliente! —exclamó Wynona escupiendo unas gotas en su
prenda.
—¡Milady, se ha mojado!
—Necesito otra prenda para dormir.
—Por supuesto. Se lo busco en este instante.
Mientras observaba a su nana buscando la prenda con una lámpara, ella
sacó un frasco de debajo de su almohada y vertió parte del contenido en la
taza de aquella. Se apresuró para cerrar la tapa y colocarla en su lugar.
—Aquí está. Levántese y se lo coloco.
Ella obedeció con una sonrisa. Esperaba que no sospechara lo que había
hecho. No la dejaría tranquila hasta verla dormida para retirarse.
Bebieron el té hasta que se terminó. La nana no parecía rendirse ante el
sueño, estaba sentada sin quitarle los ojos de encima. Ella fingía estar
dormida para que la otra se confiara y cediera con más presteza al sueño.
Cuando escuchó un ronquido que provenía de su cuidadora, sonrió y se
colocó una capa para ir al encuentro de Michael. Esperaba que aún siguiera
en el salón.
Salió con cuidado de la habitación y fue casi de puntillas hasta el salón.
Calvin seguía durmiendo profundo y Michael estaba recostado por el piano
con una botella a su lado.
—Espero que no esté pensando en dormirse tan temprano. Disculpe la
tardanza.
—Lo comprendo. Su nana es una persona difícil, pero su fidelidad es
innegable. ¿No le incomodará pasar a mi biblioteca? Calvin ronca en
ocasiones.
Ella negó con la cabeza y le enseñó la salida con su mano. Él escondió
la botella en el mueble cerca del piano y se llevó la copa.
Al ingresar a la otra estancia, el silencio se extendió entre ellos y
Wynona comenzó a sentirse ansiosa y nerviosa.
—Es pacífico estar a solas. Valoro la compañía de otras personas, pero
más la suya. Admito que extrañé el piano, por esa razón estaba ahí, me hizo
falta, aunque me sentí confortado por el encuentro pactado.
—Comprendo que no he sido la residente más amable con su visita,
pero me desagrada tanto que no puedo evitarlo.
—Tan solo ignórelo.
—No puedo. Ha insinuado que yo deseo ser la patrona de Sandbeck
Park, pero es demasiado. ¿Qué más puede perder alguien que ha extraviado
lo único valioso que poseía por un terrible error? No tengo aspiraciones,
solo sentimientos. Ira, tristeza, resignación y mucho arrepentimiento.
Quiero olvidar. Cuando suelte mi mano y me deje en Riverton Manor, deseo
que lo haga llevándome un recuerdo feliz de aquí, de usted.
—No se irá de Sandbeck Park y si lo hace, tenga por seguro que será
por voluntad suya y no mía.
—Después de lo que le diré, me juzgará como mejor le parezca. Como
le dije, quiero ser feliz, y para eso le pediré que me bese más que la mano.
Él tragó saliva por lo que escuchaba. En esa luz tenue de la lámpara
podía notar su decisión y temor, también así su ansiedad.
Michael agarró la mano de Wynona y dejó un beso en ella. Más que eso,
se aferró a esa extremidad sin soltarla.
—No haré nada que usted no desee. Seré paciente. Que sea feliz será
algo por lo que arriesgaré más de lo que debería.
—¿Qué piensa ahora de mí?
—Que ya no siente temor de lo que crean los demás. Confíe en mí, hay
algo que no me quiere contar.
—Y no lo haré. Hay cosas que es mejor no recordar porque hacen daño
y ya no deseo ajarme, quiero felicidad, aunque ese efímero momento dure
el silencio de la medianoche de cada día como si fuéramos bandidos. No
deseo comprometerlo y usted no quiere comprometerme.
Michael abandonó la mano a la que se aferró y se acercó con lentitud
para besarla en los labios. Ella colocó ambas manos en el rostro de él y se
dejó llevar por esa suave danza de dos bocas ansiosas de conocer lo que
acontecía entre ellos.
No se habían hablado de amor, sino de compañía. El afecto mutuo entre
ellos era incuestionable.
Cuando dejaron de besarse, ella se recostó en su pecho para refugiarse y
escuchar el corazón acelerado de su acompañante.
—¿Su corazón siempre late tan veloz?
—No. Quizá se deba a que le agrada su compañía. Me ocuparé de usted,
sepa que no le juzgaré y le respetaré.
Ella permaneció largo rato en silencio acogida en los brazos de Michael.
Él comprendió que había pactado algo con Wynona. Un trato conveniente
para quienes buscaban con anhelo la compañía mutua en medio de los
inconvenientes. Aquella dama que se refugió en su pecho ignoraba que
estaba más cerca de convertirse en la dueña de aquel sitio, que de regresar a
las frías tierras de su confinamiento. Sentía miedo de dejar la vida que
llevaba, pero con solo ver a Calvin, se convencía que, si continuaba por el
mismo camino, acabaría miserable, sin compañía y amargado.
—Cada noche nos encontraremos aquí —anunció Wynona soltando las
manos que sostenía Michael.
—No todas las noches podrá deshacerse de su criada.
—Asumirá que no he podido librarme de ella si no llego después de la
medianoche.
—La enviaré a dormir temprano.
—Ocúpese de que su amigo no nos moleste, mi nana será el menor de
sus problemas. Con el tiempo será mi cómplice.
—Nunca lo admitirá, me odia con todas sus fuerzas.
—No lo odia. No quiere que yo sufra porque sospecha que me romperá
el corazón. Me ha visto llorar y me consoló en mis peores tormentas. No
podría llegar a imaginarse mi sufrimiento, que cesó con la muerte y las
confesiones de mi padre. No me apetece convertirme en la amante de nadie.
Sus opiniones me interesan mucho, milord. No haría esto si no estuviese
segura de que mi poca reputación queda en las mejores manos.
—Desde que me equivoqué no dejo de arrepentirme, pero me siento
satisfecho de ser correspondido por usted en esta necesidad. En algún
momento le confesaré una desobediencia que cometí de una orden suya.
—No me dejará dormir pensando en qué será.
—Es un pendiente entre nosotros, una razón más para volver a
encontrarnos...
—Buenas noches.
—Le aseguro de que no hay mejor noche que esta.
Wynona le entregó una última sonrisa y se retiró después de la una de la
mañana. Cuando su nana supiera de sus encuentros nocturnos con Michael,
pegaría el grito al cielo y le prohibiría verlo, pero no había nada que
conservar o que cuidar. Su vida estaba perdida y en cinco años la
decadencia sería lo único que tendría, más los años de soltería que
arrastraría por siempre. ¿Qué era una corta felicidad comparado con los
años de soledad que le esperaban? ¿Quién más la juzgaría? Sus
sentimientos por Michael se convertirían en tristeza cuando la abandonara
en Riverton Manor al terminar el plazo de casarla, que estaba
sobreentendido que no existía si mantenían un romance con encuentros
nocturnos.
Al entrar a su habitación, su nana continuaba dormida. No se había dado
cuenta de que salió y menos que tardó más de una hora.
Michael permaneció un tiempo más en su biblioteca. La copa de brandi
se vació mientras él charlaba con Wynona. Una mujer herida confió lo poco
que le quedaba a un libertino de profesión, no obstante, él parecía
hipnotizado por las palabras, la sonrisa y el retrato de ella. Estaba
confundido y dividido entre sus creencias y sentimientos, al borde del
precipicio de la indecisión.
Debía festejar que la tenía donde deseaba, mas no se permitía hacerlo.
Ella no merecía que alguien volviera a aprovecharse de su descuido. Si
deseaba compartir su cama con ella, su paciencia debía ser infinita para
controlar sus ardientes deseos, los cuales lo cegaban al verla.
Capítulo 20
Los horarios de encontrarse en la biblioteca debieron cambiarse. La nana
parecía quebrantada por ella y se quedaba más tiempo haciéndole compañía
en la habitación. Era imposible hacerla dormir todos los días como lo
hacían con Calvin. Pronto se pondría a sospechar de sus constantes
dormidas.
Michael en ocasiones no podía ocultar sus atenciones hacia ella,
levantaba sospechas en el personal de casa y también en el invitado.
Wynona intentaba que no se notara lo que sentía, sin embargo, su
compañero se delataba con palabras, gestos y movimientos. Ella presumía
que para él era una diversión. El secretismo era tomado como un juego. No
podía fingir que ella no le importaba como más que solo su visita de unos
años, se delataba con alevosía.
—Estoy pensando en regresar a Londres en un par de semanas —
anunció Calvin para percibir la reacción de quienes lo acompañaban en la
mesa.
Wynona no pudo ocultar una sonrisa que nació de sus labios, aunque se
ocultó con premura. Michael intentó fingir tristeza, pero no resultó. Aquella
era una noticia muy celebrada por ellos.
—Qué pena, Calvin... —replicó llevándose a la boca una copa de vino.
—Estos últimos días estuve durmiendo demasiado. El ocio, el
aburrimiento y la falta de mujeres, sin ofender a la única dama presente, me
están cansando. Quizá huir de un arma sea más emocionante que estar aquí,
pegado al sillón del salón como una costra.
—Lamento profundamente que se sienta de esa manera —murmuró
Wynona.
—¿En verdad lo lamenta? —inquirió burlón—. Es la persona más
apática que he conocido, con la que en ocasiones no cruzo ni el saludo.
Desconozco las razones de su comportamiento.
—Insinuar en demasiadas ocasiones que soy una solterona esperando a
que milord me acoja como su esposa, es suficiente para no dirigirle siquiera
una palabra.
—Empezamos otra vez. Calvin, lady Wynona y yo...
—No quiero escuchar mentiras. Son laceriosas las tuyas, Michael.
Como buen amigo, he cumplido con avisarte que serás timado por esta
hermosa mujer, pero a ti no te importa.
—Dejaré de comer en esta mesa hasta que el caballero modere su
lenguaje —avisó Wynona arrojando la servilleta en la mesa.
Ambos se apresuraron para la reverencia de despedida.
—¡Te quiero fuera de aquí hoy, Calvin!
—Por favor, Michael. No voy a dejar que arruine tu soltería.
—No puedes hacer nada si yo estoy deseoso de ser arruinado. ¡Eres
ridículo!
—Comprendo que soy un provocador. Prometo portarme bien de ahora
en más. Intentaré cumplir con cerrar la boca para no espantar al ave de la
jaula.
Michael se alejó de Calvin y abonó la estancia para ir detrás de
Wynona. La nana había escuchado lo ocurrido en el comedor. Siguió con
sigilo a Michael para observar lo que hacía y confirmar sus sospechas de
una relación secreta entre él y Wynona.
Al subir la escalera hacia el lado derecho, Wynona estaba recostada por
la pared, antes de notar que él la encontró.
—Hay que ignorar a Calvin —pidió acercándose para tomar una de sus
manos.
—No me toque, milord. Por su causa sospechan de nosotros. Me temo
que su amigo es muy perspicaz y nefasto pero inteligente.
—Voy a enloquecer si tengo que besarla en un horario fijo que no es
más de una hora —pronunció soltando su mano para acariciarle el rostro—.
No me interesa Calvin, ni su nana, ni nadie. Usted es lo único que me
importa.
—Por favor, calle. Si no es por su seguridad, al menos que sea por la
mía...
—Estamos en mi casa, no pasará nada. Déjeme darle un beso, se lo
ruego. Necesito sentir sus labios por un instante.
Wynona echó una mirada hacia los dos pasillos de la planta superior de
la casa y le concedió a Michael su deseo de besarla. Como un desahuciado,
se apoderó de sus labios, al borde de escandalizar a la nana, que los observó
desde debajo de las escaleras.
Aquel acercamiento indecente —para la nana—, se extendió por unos
minutos, en los que distinguió a Wynona acariciando el rostro del caballero
que la besaba. Aquella muchacha estaba perdida de por vida si continuaba
por ese camino de la seducción.
—Es suficiente, nos veremos en la noche —anunció ella teniendo que
romper el contacto entre ambos.
—El reloj es eterno cuando se trata de encontrarme con usted.
—No sea indiscreto con esos comentarios. Adiós.
Ella desapareció por el pasillo que la guiaba a su habitación. Michael
acarició sus propios labios y sonrió antes de descender las escaleras para ir
a su biblioteca y escribir una carta al letrado.
La nana se escondió hasta que desapareció. Se apresuró en subir las
escalinatas. Tenía muchas cosas atoradas en la garganta para reprocharle a
Wynona.
Al abrir la puerta de la recámara, Wynona había colocado un caballete
con un lienzo para comenzar una pintura. Tenía tiempo de no hacerlo y
Michael la alentó a que buscara algo que la ayudara a mejorar su actitud.
Resaltaba que el tiempo ocioso era peligroso para los pensamientos, y en
parte tenía razón.
—¿Qué opinas, nana, en que pinte los jardines de la casa de Londres?
—¿Por qué mejor no pinta su desvergüenza de estar besándose con el
señor de la casa por los pasillos, milady? —masculló.
Wynona se volteó hacia su nana con la mirada gacha. Era culpable de
esa acusación, sin embargo, defendería su postura.
—Soy culpable de eso. Es difícil escondernos.
—¡Merece una bofetada como las que le daba su padre! —reprochó con
dureza—. No fue suficiente con lo que ocurrió; vuelve a cometer errores
similares.
—No son iguales, porque no tengo nada que perder, ni a quien respetar.
Nadie puede abofetearme otra vez a su antojo por solo estar en una misma
estancia. Esta vez me impulsa un sentimiento y no la curiosidad.
—Mi responsabilidad es usted y hace que este trabajo sea difícil. Le he
dicho que milord jugará con usted. No le ha pedido en matrimonio. Lo que
hace, lady Wynona, es faltar a su decencia por segunda vez.
—La decencia no me da el consuelo que busco. Vivo en zozobra de que
este hombre que está como invitado me delate con el conde. Lo único que
puede matarme hoy es la vergüenza de haber estado con ese caballero.
Quiero un poco de la felicidad que perdí por una tontería. Nana, te lo
suplico —rogó, y agarró la mano de su criada—. No me regañes más. Antes
de morir sola en Riverton Manor, déjame vivir esta aventura en mi
juventud.
Ella comprendía a Wynona. Sus ojos cargados de sentimiento clamaban
por una libertad después de vivir dos años en un verdadero infierno junto a
su padre, que había dejado de ser su protector, para convertirse en su
verdugo.
—Estaré siempre con usted. Desde que la cargué por primera vez en
brazos, imaginé que tendría un futuro brillante y que cargaría a sus hijos
cuando llegara el momento, y...
—No hables más, que sangro por la herida. Entenderé por esas palabras
que permanecerás conmigo esté o no cometiendo un error.
—A su lado estaré hasta mi muerte…
Se sintió más tranquila después de que consiguió, aunque fuera de mala
gana, el apoyo de su nana. Mientras intentaba pintar, escuchaba los
reclamos que le hacía cada vez que mezclaba los colores para que ella los
usara en la pintura.
Tenía bellos recuerdos de su casa en Londres. Los jardines eran
envidiables y llenos de color en primavera. Sus momentos fueron felices
cuando vivía su madre. Juntaban a su familia en ocasiones para hacer
conciertos de piano, violonchelo y canto, entre los talentos mejor formados
de sus parientes. Había danza y diversión en cada rincón, pero aquello
bruscamente acabó.
Había recién empezado el fondo del paisaje de su futura pintura, cuando
el reloj de la casa indicaba que era el momento de cenar. Cada vez que sabía
que debía bajar a cenar con Calvin, su ánimo decaía sin nada que se pudiera
hacer para evitarlo. El rostro de Michael, que intentaba convencerla que
soportara un poco más porque estarían acompañándose después, era lo
único que la confortaba.
—¿Vas a continuar evitándome en tu propia casa, Michael? —inquirió
Calvin con burla hacia su amigo, que tenía un libro en su mano esperando a
que Wynona quisiera bajar a cenar.
—Sí.
—Una falda, y para acabar de echarla a perder, negra, no puede
terminar con nuestra amistad de años. Piénsalo...
—¿Por qué no piensas en tu actitud? Wynona es una dama.
—Que se comporte como tal. Yo no me hice el exquisito con ella.
—Fuiste irreverente, descarado, sinvergüenza, hostigador...
—Suficiente. Ella es quien, desde que me vio, me ha repelido como si
fuera su enemigo, y eso que ni la conozco. Actúa como si me conociera y
yo ignoro de dónde será. Por eso es que me ha dejado pensando...
—Como cualquier dama, teme a los libertinos.
—¿Y a ti por qué no te teme?
—Bueno, porque quizá soy su tutor hasta que...
—Se vaya o, mejor dicho, hasta que se quede como la dueña de todo.
Michael bajó el libro sobre su regazo e iba a replicar con fuerza, pero
escuchó los pasos de Wynona, así que decidió enfrentar a la adversidad por
otra noche.
No cruzó palabra con ninguno de ellos. Se reverenciaron y pasaron al
comedor.
—Tome... —mencionó Calvin enseñándole a Wynona algo que tenía en
su puño—. No sea desconfiada, agárrelo —expresó al notarla reticente.
Al avizorarse que ella no cedería, bajó sobre la mesa una rosa de
servilleta.
—No hay flores en el invierno. No obstante, hay formas de crear arte
con lo que se tiene a la mano. Es una manera de decirle que me disculpe las
groserías y desearía que en este corto tiempo que me quede aquí, sea uno
donde formemos los tres una amistad. Le dije a Michael que cambiaré y lo
voy a hacer. Más tarde, como amigos míos, verán mi colección de joyas,
cada una con una historia. Hay solo un par de cada una... —refirió guasón,
fiel a su estilo—. No se escandalice, milady, soy de esta forma siempre.
Al escuchar sobre esa colección de joyas, ella se llevó la mano hasta su
oreja izquierda.
Calvin no pasó ese detalle por encima, al parecer sí conocía a esa
muchacha.
Capítulo 21
Michael observó el rostro espantado de Wynona junto con aquel gesto
extraño que hizo. La rosa de tela que le hizo Calvin no pasó desapercibida.
Ese detalle le pareció empalagoso y con intenciones ocultas por parte de su
amigo.
—¿Andas robando mis servilletas para estas cosas, Calvin? —interpeló
con enojo.
—No hay rosas por el invierno. ¿Quieres que espere a primavera para
obsequiarle un presente para disculparme? ¿No has pensado que puedo
morir en primavera? Sería tarde para mis sinceras disculpas a lady Wynona,
¿no lo cree así, milady? —preguntó para introducirla en la conversión.
Ella recordó sus aretes por un instante y sabía que no tenía uno. Sin
duda alguna aquel era el hombre del baile. Lo primero que había hecho
antes de lo ocurrido, era robarle el del lado izquierdo y ya sabía para qué…
para su colección de mujeres. Cuando escuchó su nombre y miró a los
caballeros que la observaban esperando que dijera algo, habló:
—Sí, es así, fue algo artesanal.
—¿La oíste? Creo que me gané su perdón.
Las palabras burlonas de Calvin no convencían a Michael, pero menos
lo hicieron las de Wynona.
—No estimo prudente que milady tenga que contemplar tus trofeos a la
indecencia. Es mejor que las guardes para tu intimidad.
—Está bien, no presionaré a nadie con eso, son libres de pedirme si lo
desean. Estoy abierto a la conversación y a los pedidos que puedan tener.
Wynona necesitaba por un instante recuperar su calma. Tomó una copa
de vino, fingió una tontera y se derramó el contenido sobre su vestido.
—¡Lo siento! Iré a cambiarme para alcanzarlos en el salón. Hoy tocaré
el piano. Con permiso —dijo antes de levantarse y retirarse raudamente
hacia la cocina.
—No puedes culparme, he sido todo un caballero. Quiero quedarme,
dime que puedo hacerlo. Les sacaré unas sonrisas a ambos. Se ven muy
serios y amargados.
—No uses mis servilletas si vas a quedarte.
—¿No querrás que use mis pañuelos para ella?
—No —gruñó Michael.
—Celos, celos... Qué encantador.
—¡No son celos!
—Si no son celos, no deberías molestarte por una inocente rosa de
servilleta. Además, es soltera, tú no piensas casarte con ella y aunque yo
tampoco pienso en hacerlo, tal vez cambie de opinión. Es probable que se
convierta encantadora conmigo después de este detalle.
Pensó en lo tonta que fue cuando no pudo ocultar su susto por lo de su
arete perdido. Él no podía asegurar siquiera cuál de las joyas de la colección
le pertenecía, mas no pudo evitar asustarse con sus insinuaciones. No se
creía nada de su detalle, le pareció una forma de quedar bien con Michael
utilizando la educación para congraciarse con ambos al fin, y nadie
sospechaba con qué intenciones.
—Milady, está pálida, ¿necesita algo? —cuestionó su doncella y dejó su
cena al notar su llegada a la puerta de la cocina.
—Cambiarme. Derramé vino en mi vestido; acompáñame... —
respondió, cabizbaja.
Su nana la acompañó y buscó otra prenda negra. Wynona estaba en
silencio aún pensativa. Decirle lo de su arete a su compañera sería darle una
preocupación más, sin embargo, ella era la única persona en quien podía
confiar ciegamente.
—El amigo de milord tiene una colección de joyas de... sus mujeres...
—contó.
La mujer mayor giró su cabeza hacia ella y realizó una mueca.
—¿Teme que use como prueba aquello?
—No lo sé. En ocasiones pienso que me conoce por lo que dice, pero no
estoy segura si solo lo hace por malicia o porque es de esa manera
sinvergüenza.
—Ambos son unos sinvergüenzas. No puedo convencerla de volver al
buen camino, estoy resignada y comprometida con su causa.
—No puedo ignorar con tanta simpleza los dichos. Si no tuviera
pecados, no me sentiría culpable de ellos.
—Si tanto le preocupa que milord juzgue aún más su condición sabida,
dígale que su amigo fue el hombre —aconsejó mientras le colocaba el
vestido.
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