La dama de Sandbeck Park parte 01

Capítulo 1

Su padre no podía decir una sola palabra más. La enfermedad apagaba la

vida del vizconde con premura, entretanto, Wynona tenía sujeta la mano de

su progenitor esperando que le dijera lo que tenía guardado.

Con la mano libre, su padre señaló hacia unos libros que estaban en un

estante en su habitación.

—Dígame, padre, no se vaya con este secreto —rogó la muchacha, que

hacía caso omiso a lo que el hombre le señalaba.

Él insistía con el dedo hacia el mueble, pero Wynona esperaba que

hablara. De repente, dejó de sentir el agarre y notó cómo la mano que

señalaba, cayó en la cama.

—¡No! ¡Padre! ¡No puede irse sin decirme! —exigió.

Zarandeó el cuerpo inerte del hombre.

—Cálmese, lady Wynona —pidió su nana. Intentaba que ella no

perdiera la compostura atracando al cuerpo.

—¡Se fue sin confesármelo! ¡Qué maldad ha hecho mi padre! Nunca

dejaré de arrepentirme por haberle decepcionado, pero este castigo es más

de lo que yo puedo soportar, nana.

—Milady, hallaremos otra solución. Podemos indagar a algunas

personas puntuales de confianza de su padre.

—Estoy segura de que lo hizo solo. Él no dejaría que nadie supiera de

su vergüenza.

La nana no sabía cómo consolar a su niña. Su progenitor sería enterrado

con sus secretos y pecados.

Wynona vestía de luto y recibía las pocas condolencias del vecindario

donde fueron a vivir hacía ya dos años, abandonando Londres con angustia

por su causa.

Advirtió cómo en el cementerio del pueblo enterraron bajo la tierra sus

esperanzas y su arrepentimiento. Wynona creía que no iba a poder

sobrevivir con el peso de sus culpas. El padre cariñoso se convirtió en

hombre hostil y meditabundo, el cual juró nunca confesar lo que esperaba.

—Lady Wynona, mis condolencias por la muerte de su excelentísimo

padre —habló la voz de un caballero que se acercó a ella en aquel tétrico

entierro.

Ella le dirigió su mirada aguada. Sus ojos estaban rojos, al igual que su

nariz, y su boca tenía aquella curva de inconsolable tristeza. La nana no

había dejado de abrazarla en todo aquel momento. Nunca abandonaría a su

pequeña niña.

—Deje que me presente, milady. Soy el señor Wellington, letrado de su

padre. Si me permite unas palabras, le comentaré sobre sus últimas

disposiciones en su testamento.

—Disculpe, señor Wellington, si no soy capaz de responder a muchos

asuntos en este momento. ¿Le molestaría ir a casa mañana?

—Por supuesto, milady. Ahí estaré...

Observó que el hombre se perdía en las brumas del camposanto. La

mañana estaba fría y el cielo amenazaba con desprender una tormenta de

nieve. Cuando subieron al carruaje para regresar, la aguanieve casi había

congelado a su inocente y viejo cochero. Todo el personal de la casa era de

avanzada edad, su nana era la única que no llegaba a los cincuenta años.

Wynona tenía la mirada perdida en el paisaje invernal de árboles

desnudos y nieve al costado del camino. Aprendió a vivir en el campo sin

despertar el interés de la gente. Como soltera en edad casadera, una vez que

dejó Londres, se recluyó por completo en la gran casona de Riverton

Manor.

El vecindario era amable y compuesto por una pequeña nobleza del

campo, después estaban los terratenientes y comerciantes importantes del

condado.

—¿Qué tendrá que decirle el abogado, milady? —preguntó la Nana.

—No tengas esperanza en que me dirá lo que deseo.

—¿Por qué no?

—Porque no se lo diría a nadie. Te lo he dicho, nana. No puedo esperar

nada bueno de lo que mi padre pudo dejarle al letrado. Intuyo que querrá

que olvide todo y vuelva a iniciar.

—Milady, creo que su padre estaba en lo correcto. Necesita regresar al

camino.

—No quiero ser una casadera otra vez. Estoy bien sin intentar casarme.

—Mi niña, no sabemos qué le dejó dicho su padre por ese hombre, debe

estar preparada. Solo tiene que saber que yo no me separaré de usted… diga

lo que diga ese señor.

Wynona agarró la mano de la mujer que la acompañaba y agradeció con

una tibia sonrisa.

—Eres lo único que me queda. Nunca me abandones, nana, te lo

ruego...

—Solo la dejaré cuando me muera, milady...

Cuando llegaron a la propiedad, la casa parecía más invernal que el

clima del campo. Los pasillos eran helados y las sombras que producían los

candelabros eran aterradoras. Se olía a soledad, tristeza y muerte.

La nana le llevó una manta a Wynona para que se tapara mientras estaba

sentada junto a la chimenea, acurrucada en un sillón, mirando el fuego sin

perderlo de vista. No probó un solo bocado del almuerzo que le fue servido.

—Si sigue así, enfermará —recriminó la mujer con una taza de té, para

que al menos eso pudiera llevarse a la boca.

—Gracias, pero no tengo hambre —rehusó al contemplar lo que le

ofrecía.

—Se lo va a tomar porque se lo tomará y es mi última palabra, lady

Wynona —exigió su nana.

Tuvo que agarrar la taza caliente de té, pues ya aquella buena señora

perdía la paciencia con ella.

—¿No quiere bordar? He encontrado un lindo pañuelo de lino para que

lo haga. Distraiga su mente, de lo contrario, no acarreará nada bueno.

—¿Qué beneficio me traería bordar?

—Solo ocuparse en algo. El ocio hace que usted piense en cosas

terribles.

Wynona se bebió el té; le resultó relajante el líquido tibio. Se durmió un

poco después de acabarlo. En sus sueños vinieron imágenes confusas de su

vida. No eran recuerdos, sino retazos de lo que después se convertiría en un

castigo.

Al día siguiente, muy temprano en la mañana, recibieron al letrado. El

caballero corpulento de altura considerable parecía ser un hombre de

confianza. Quizá su padre lo tenía en alta estima.

—Lady Wynona, gracias por recibirme tan temprano. Debo partir a

Londres pronto, pero no puedo hacerlo sin que usted sepa sobre lo que

tengo aquí —indicó alzando su maletín.

—Buen día, señor Wellington, por favor, siéntese y dígame, ¿qué es eso

que lo tiene tan apresurado?

—Milady, su padre ha dejado ciertas disposiciones para usted. Aquí

tengo los papeles que semanas antes de que esta temible enfermedad lo

tomara por sorpresa, fue a dictarme. Parecía que presintió que su muerte

estaba muy cerca.

—Quizá, lástima que no lo haya notado yo antes...

El hombre carraspeó su garganta después de ese comentario de Wynona

y procuró no perder el profesionalismo para ofrecerle sus brazos a tan bella

joven. Sus cabellos eran negros como la noche más oscura, sus ojos se

veían más verdes por el contraste rojo de haber llorado, sus labios rosados

estaban resquebrajados por el frío y sus mejillas eran rojas por la quemazón

del helado clima inglés. Era una tentadora mujer sola.

—El vizconde dispuso que su tutela fuera en forma directa a lord

Michael Lumey, conde de Scarbrough, su primo lejano.

—Ni siquiera he oído hablar de él. Me temo que debe ser muy lejano.

—Al parecer, mantenía buenas relaciones con su padre. Aquí también

detalla que será su administrador y le dará una pensión mensual hasta que

se case. Este caballero es su tutor y encargado de conseguirle un

matrimonio. Su padre establece como prioridad que se case. Me hizo

escribir matrimonio en demasiadas ocasiones, milady.

—Mi padre sabía que no quiero casarme. No pudo haber establecido eso

de ir contra mi voluntad —se quejó, molesta.

—Su padre le ha dejado una carta personal. Está sellada y firmada,

quizás explica sus motivos en ese papel, yo solo soy el portador de estas

noticias. Establece también que, si no se casa a los veinticinco años, se

quedará con Riverton Manor, que no está vinculado al título, y tendrá el

dinero que era de su dote.

Wynona sonrió al escuchar aquello. Tomaría la opción más conveniente,

que era no casarse y obtener Riverton Manor.

—Lo siento mucho por mí primo lejano, pero no me casaré. Quiero

quedarme aquí.

—Lo siento, milady, pero establece que usted debe vivir donde su primo

lo disponga.

—¡Que tontería! —exclamó sin dilación.

—Es mejor que lea la carta y quite conclusiones de acuerdo a eso. Tanto

usted como el conde de Scarbrough deben seguir al pie de la letra el

testamento, porque usted se quedará sin nada. El título volverá a la corona

para ser otorgado nuevamente. Es todo lo que debía decirle, milady. Tengo

que ir a Londres para encontrarme con su primo, al que cité apenas se me

ha comunicado del fallecimiento de su padre.

—Le agradezco la visita. Disculpe si he sido grosera con usted en algún

momento.

—No se preocupe, he visto cosas peores en otros testamentos y

reacciones atroces. Presencié un asesinato...

—Oh, es un trabajo peligroso el de letrado -—declaró un poco más

calmada.

—Sí, pero me agrada. Ha sido un placer, lady Wynona. Espero que

cumpla con lo establecido y no olvide leer la carta.

—Gracias. Que tenga buen regreso a Londres.

El caballero elegante hizo una reverencia para despedirse y se retiró con

tranquilidad.

La carta que le había dejado quería abrirla, aunque suponía cada una de

las palabras que estaban adentro.

Capítulo 2

El señor Wellington llegó a Londres desde Berkshire con mucha prisa. Se

temía que el conde de Scarbrough hubiese llegado antes que él a su misma

residencia. Para su buena fortuna, aún no estaba el citado caballero. Debía

poner en orden algunas disposiciones que el vizconde dejó para quien se

encargara de su hija.

A quien tanto esperó, tardó un día en llegar. Cuando le abrió la puerta,

el conde tenía los hombros llenos de nieve y también el sombrero.

—Nos ha caído una tormenta en esta época, señor Wellington —

murmuró Michael. Se sobaba las manos enguantadas después de colocar su

elegante bastón de paseo debajo de su brazo izquierdo.

—Sí, milord. Es peor en Berkshire, hace más frío en aquel sitio, o quizá

solo sea sugestión sobre la zona en la que está ubicada Riverton Manor. Es

un poco tenebroso, mucha niebla y poca visibilidad. No es un clima

apropiado para sepultar a nadie.

—He recibido por la diligencia sobre el fallecimiento del vizconde de

Castleton. ¿Cómo está su hija? —indagó sentándose en el sillón que le

señaló el letrado.

—No he visto muchacha más sufrida y bonita que ella. Creo que tenía

ciertas diferencias con el difunto.

—Sí. No conozco a lady Wynona, pero su padre me ha comentado sobre

su aversión al matrimonio. Tengo entendido que la dama estaba siendo

enamorada por un caballero en Londres y antes que su reputación se viera

afectada, partieron para sepultar toda relación existente. Es la preocupación

de todo padre por su única hija. Nadie quiere verse envuelto en un

escándalo de seducción. Desconozco si el vizconde hubo hecho algo con el

hombre al que odiaba…

—Un escándalo de seducción… Dudo que ella fuese la seducida, ya lo

notará cuando la vea. Me parece una dama intachable por donde se la mire,

recatada y educada por todo lo alto.

—Llegó a salvarla de un mal hombre, aunque no creo que a su hija le

haya agradado la idea. Dígame, señor Wellington, que no soy el tutor de

lady Wynona Saunderson —pidió.

Recostó su figura en el espaldero de la silla.

—Siento informarle que usted fue designado. El vizconde le ha pedido

expresamente que cuide de ella. Debe casarla en un plazo de cinco años,

darle una mensualidad y llevarla a vivir a una casa de campo, alejado de

todo. No es negociable. No puede traerla a Londres.

—¿Qué clase de designio es ese? Por algo Dios no me dio hermanas, ni

siquiera primas cercanas. ¿Qué haré en el campo con una muchacha a la

que debo casar? Ella debe venir a Londres.

—Las instrucciones son claras. También ha dejado una carta para usted,

pidió que la leyera con atención y tomara los debidos recaudos con ella. No

entiendo la razón de tanto misterio alrededor de la tutela de la muchacha. Es

algo restrictivo.

—Leeré esta carta y si no me agrada lo que dice, la quemaré con mi

pipa.

—Está usted en su derecho, pero le reitero que no puede dejar de

hacerse cargo de la joven, no hay nadie más que pueda hacerlo.

—Tengo una hermosa propiedad llamada Sandbeck Park, puede llegar a

agradarle, sin embargo, dudo que me agrade. Soy lo más parecido a una

bestia londinense, amante del ruido, de las fiestas y de la gente. No quisiera

estar sin ver a nadie, porque le aseguro que esta muchacha necesitará de un

ojo vigilante hasta cuando duerme —aseveró —. Míreme, señor Wellington,

tengo solo treinta años, no he hecho nada con mi vida y me ha caído un

terrible encargo.

—Esperemos que lady Wynona no sea un problema y que Sandbeck

Park sea un lugar ideal para que viva.

Michael Lumey se fue esa tarde un poco intranquilo a su residencia de

soltero en Londres. Era dueño de extensas propiedades y de castillos, pero

le agradaba más la ciudad que una residencia rural. No sabía que estrechar

relaciones con parientes lejanos le diera como resultado una herencia en

forma de mujer. El vizconde le había buscado tiempo atrás y él no se negó a

una comunicación directa. Se habían encontrado en un par de ocasiones y

conversado sobre su hija. Amaba a su progenie y deseaba velar por ella. En

ningún momento presintió que la muerte estuviese acechando a su pariente

lejano, tampoco este le insinuó sobre dejarle con la tutela de la muchacha.

Se tomó el tiempo para leer la carta. Quedó pasmado, tieso y sin aliento.

Con el contenido solo supo que debía hacerse cargo de la muchacha y de los

secretos de su familia. Sacó del primer cajón de su escritorio un arma. Sabía

que podía necesitarla en cualquier momento, no obstante, no era asiduo de

ir armado a cualquier sitio.

Durante el transcurso de la fría mañana, repartió órdenes en su casa. Él

tomaría su carruaje para partir rumbo a Riverton Manor y buscar a su

pariente. No podía darle aquel encargo a nadie más.

Subieron al carruaje lo necesario para el viaje a Berkshire.

∞∞∞

Wynona había leído la carta con desazón. Su padre le develó la verdad

en ese papel. Qué cruel fue al ocultarle que había muerto. Sus esperanzas

estaban rotas, y sus ansias de amar y pedir perdón perecieron en aquel

fuego donde arrojó el papel.

—Milady, no queda más que continuar —recomendó su dama de

confianza.

—Continuar hacia un matrimonio. Mi padre lo mató, pues me hundiría

en la vergüenza, te le aseguro, nana…

—Puede casarse y olvidar todo lo ocurrido. Vivirá tranquila de la mano

de su primo. Su padre dijo que es digno de su confianza.

—Cualquiera es digno de su confianza, y no yo. Al menos este castigo

acabó. Estoy desolada, pero al fin sé lo que ocurrió. No sería tan generoso

al decirme dónde está su tumba —auguró entre sollozos.

—Es un dolor innecesario. Descanse, empezará una nueva vida en otro

sitio. Riverton Manor no es un lugar para usted. Ha sido sacrificado para

vivir aquí.

—Todo fue por mi causa, no hay más culpables que yo misma.

La nana colocó más leña en la chimenea de la habitación de Wynona y

le dejó un té con galletas para que se alimentara. Tenía que esperar a que

apareciera el pariente lejano para saber lo que decidiría sobre su patrona.

El carruaje que llevaba consigo al cansado conde de Scarbrough

atravesó parte del condado para llegar al alejado y tenebroso Riverton

Manor. El señor Wellington tenía toda la razón sobre lo lúgubre de sitio.

Estaba retirado de la residencia más cercana, a varias millas de distancia.

Observando las calimas, sintió la necesidad de acariciar su levita donde

estaba su pistola. Podría haber alguna cosa extraña entre aquellos pasadizos

que formaban los lóbregos árboles sin hojas.

Se fijó en la distancia, en una gran residencia de grandes pilastras de lo

que parecía mármol. Tenía marcas de humedad y musgos en los cimientos

altos que se dejaban escrutar.

Cierto alivio lo inundó al estar enfrente. Sin embargo, le pareció que

estaba abandonada. Si no fuera por las palabras del letrado, no estaría

confiado de que alguien habitara el caserón. Las capas de nieve que cubrían

las escalinatas eran gruesas. Sus botas se hundieron hasta casi la pantorrilla.

Golpeó la puerta con fineza, aguardó paciente a que le abrieran y que, por

todos los santos, no siguiera nevando o quedaría sepultado.

Un señor de edad abrió la puerta. Su mirada le resultaba inquietante, ya

que lo observaba desconfiado.

—Buenas tardes, ¿en qué puedo servirle? —mencionó el hombre un

poco escondido detrás de un lado de la puerta.

—Estoy buscando a lady Wynona Saunderson. Mi nombre es Michael

Lumey, conde de Scarbrough. Es probable que aguarde por mí.

—Sí, milord. La nana de milady ha dicho que era probable que usted

enviara a alguien. Pase, por favor… —pidió el mayordomo.

—Iba a enviar a mi cochero, pero me pareció inapropiado que una dama

como lady Wynona viajara sola sin el acompañamiento de un caballero. —

Entregó su sombrero y su capa.

—Milady nunca sale sin su nana. Lo anunciaré. Tome asiento mientras

aguarda.

Dentro de la casa no era mejor que afuera. La chimenea estaba casi en

cenizas y él se estaba congelando. Miró con interés la gran pintura de una

muchacha hermosa de labios y mejillas rosadas, de ojos verdes llenos de

vida y picardía, y un cabello absolutamente negro. Quedó impresionado por

la belleza del retrato. Se notaba que estaba feliz y que, por supuesto, era una

debutante. Se levantó del asiento donde estaba congelándose y recorrió la

estancia hasta llegar a la pintura.

—Mi padre la mandó a pintar. Eran otros tiempos… —anunció la voz

apagada y casi ausente de una muchacha vestida de negro.

—¡Me ha dado un susto, lady Wynona! —exclamó tragando saliva.

Estaba muy afectado por todo lo que suponía lo lúgubre de sitio. La dueña

de la casa hacía juego con todo lo que había en ese condado en invierno.

—¿Asustarlo? Todos los inviernos son igual de tétricos, fríos y

cansinos, milord. Ha venido con mucha celeridad. Esperaba saber de usted

en meses. Ningún pariente, y menos uno lejano, desea hacerse cargo de una

muchacha casadera y solitaria.

—Tenía comunicaciones permanentes con su padre y me contó sobre

alguien, aunque no me dio el nombre.

—Milord, soy una carga muy pesada que no sé si está dispuesto a llevar,

pero, para su tranquilidad, le digo que esa persona está muerta. Los miedos

de mi padre ahora son infundados —replicó con desdén.

—Lo comprendo. No obstante, debo cumplir con llevarla a una hermosa

propiedad. Sandbeck Park es un lugar que no se parece a este y, pese a que

sea en invierno, se ve grácil y acogedor.

—Sé que Riverton Manor puede parecerle horrible, pero solo en

invierno. El otoño lo hace ideal para pensar y reflexionar sobre muchas

cosas.

—Es misteriosa, milady. ¿Le parece si partimos mañana a mi propiedad

en Maltby? Queda al sur de Yorkshire.

—Debo obedecer los últimos designios de mi padre. Sin embargo, usted

perderá su tiempo queriendo casarme con alguien. Se lo aseguro.

—Quizá tenga razón, pero un Lumey nunca se rinde —advirtió el joven

conde.

Capítulo 3

Michael fue invitado a quedarse en Riverton Manor por riesgos de

tormentas de nieve. Le dieron una habitación en el segundo piso. El

aposento era fresco y casi hostil con su personalidad jovial y distendida. El

mayordomo le comentó que en la recámara contigua falleció el vizconde de

Castleton. Aquello le erizó la piel por el temor, o quizá pensar en que nada

en ese lugar era una coincidencia aterradora. Entre paisajes lúgubres y una

casa helada, no había nada bueno que pudiera ocurrirle.

A las siete debía ser servida la cena en el gran comedor que recordó

haber visto junto a otras dependencias de la casa. En la medida que iba

pasando a cada uno, más se convencía de que deseaba una residencia de

soltero antes que un gran caserón frío y vacío. Sobre su pariente lady

Wynona aún no pudo formarse una opinión que lo ayudara a que delatara

cuál era el verdadero animo de la muchacha.

Al abandonar su dormitorio para dirigirse a la cena, sintió un poco de

calidez en los pasillos. A su parecer, aquello se debía a que estaban

encendidas las chimeneas de la casa, irradiando un calor que prevalecía

mucho más que a su llegada.

En su ida al comedor, se desvió hacia el salón, donde fue recibido, y

puso mayor atención en algunos detalles del retrato de lady Wynona. En un

estudio minucioso, ajeno a la primera vista que le dio al entrar, tenía un

agradable vestido rosa pálido y un listón dorado bajo el pecho. Los

pendientes que colgaban de las orejas de la muchacha eran majestuosos y

en forma de lágrima. Parecían estar compuestos por una serie de perlas con

una piedra azul en medio. Debía tratarse de una joya valiosa de la familia

Saunderson.

—Por favor, milord, pase al comedor. Milady lo está esperando —

mencionó la nana que le fue presentada después de conversar con Wynona.

—Oh, disculpe. Me distraje con las preciosas alhajas de milady en el

retrato.

—Esas joyas pertenecieron a la vizcondesa, son valiosas y hermosas.

—No debe tener oportunidad de lucirlas por aquí…

—No, no las tiene. Sígame, milord —insistió la mujer.

Wynona vio entrar a su invitado al salón comedor. Michael Lumey le

parecía muy amable y curioso, casi un inocente encargado para que ella

volviera al mercado matrimonial sin muchas esperanzas de progreso. No

creía que fuera por falta de belleza, sino del carente animo de tener que

relacionarse con algún extraño.

Su padre hizo todos los movimientos posibles por casarla, pero nada

resultó en Londres y mucho menos trascendería en Berkshire. Yorkshire

correría con la misma suerte. Aquel caballero tenía en sus manos un

objetivo difícil, prefería llamarlo de ese modo antes de decir imposible.

—Buenas noches, milord —saludó amable. Se ubicó detrás de la

cabecera de la silla donde iba a sentarse—. ¿Le molesta si ocupa el lugar

que mi padre acostumbraba en la mesa?

Él negó con la cabeza instintivamente.

—No, milady. Prefiero el lugar de los invitados.

—Él no vendrá a tomarlo del talón mientras duerme por ocupar su silla.

—No estaría tan seguro, pero le comunico que no tomaré ese lugar. No

es por miedo, sino por respeto a mi pariente.

Ella aceptó con una inclinación de cabeza y le mostró otro asiento. El

mayordomo acomodó los utensilios en el sitio designado por Wynona para

el recién llegado.

—La iluminación de la casa es tenue —comentó Michael para evitar el

silencio entre ambos.

La nana lo escrutaba mientras estaba parada a unos pasos y casi él podía

sentir que quería susurrarle cosas al oído a su patrona para que las pudiera

repetir.

—Usted me produce mucha gracia, milord. Tiene una pésima idea de

Riverton Manor. En realidad, tiene la misma impresión que yo tuve la

primera vez que pisé Berkshire, que también fue en el crudo invierno. Le

dije que nos quedáramos más tiempo por lo impredecible del clima. No

queremos que nos coja una tormenta y terminemos pereciendo de frío en

medio de la nada o en la vera de un camino poco transitado.

—No me pondría a llevarle la contraria, puesto que usted bien conoce lo

que por aquí se gesta. Mentiría si dijera que no quiero estar en Sandbeck

Park, pero aguardaremos pacientes el momento de salir.

Ella asintió condescendiente y le sonrió antes de continuar sorbiendo su

sopa caliente. Esa comida alentaría al menos un poco a los cabizbajos

ánimos del conde de Scarbrough. Reconocía que no era la mejor compañía

para alguien en ese instante, y tal vez en ningún momento llegara a serlo.

—Mis felicitaciones a la cocinera, esta sopa revive los ánimos —resaltó

el joven.

—Sospechaba que esta sopa le gustaría. Fue mi favorita desde que la

probé. Después de degustarla, siempre me ha quitado una sonrisa.

—¿Qué hace usted después de cenar, lady Wynona?

—Coser o leer. No hay mucho que se pueda hacer por aquí en invierno.

Un cobertor caliente junto a la chimenea ayuda a que las piernas no se

enfríen, es lo más importante en esta época del año. Hay entretenimiento

pensando en cómo mantenerse caliente… —comentó con una media

sonrisa.

Michael no imaginaba que su pariente fuera una criatura con

creatividad, no era eso lo que le pareció en un principio, aunque había

diferencias entre la muchacha que estaba sentada cerca de él y la dama del

retrato. Le empezaba a considerar enigmática y silenciosa.

—No tengo el ánimo de la lectura muy cultivado, milady. Soy lo que la

sociedad denomina como un libertino. Le ruego que no se asuste, usted

estará bajo mi responsabilidad y será como la hermana que nunca tuve.

—Y supongo que tampoco quiso tener. —Agarró su copa de vino—.

Los libertinos no piensan en sus hermanas ni en sus primas cuando seducen

a una dama…

—No me atrevo a quitarle razón a sus palabras, pero me defiendo

diciendo que no seduciría a mi hermana.

—Acompáñeme al salón. ¿A un libertino le agradan las veladas con un

piano?

—Con una copa de brandi y un buen talento, creo que lo podría

disfrutar.

Cuando acabaron con la cena, él le ofreció el brazo para guiarla al salón

donde se encontraba el pianoforte en una esquina, cerca de uno de los

grandes ventanales de la casa.

—¿Es diestra con el pianoforte? —indagó curioso.

Entretanto, dejaba que se sentara.

—Lo sabrá después de escucharme. No he practicado demasiado, pero

no puedo dejar sin pasatiempo a mi visitante. Podrían darle pesadillas las

ramas de los árboles golpeando contra su ventana y el viento aullando en

los escondrijos del techo.

—Y no olvide mencionar que es probable que imagine formas horribles

con una de esas ramas moviéndose… —satirizó Michael—. Me tiene en un

concepto inapropiado de cobarde, lady Wynona.

—Eso no es verdad. Solo deseo que esté sobre aviso. Quiero que

duerma tranquilo, le espera una semana completa en Riverton Manor y

quizás esta sea nuestra agradable rutina.

—Espero que haya suficiente brandi…

Michael escuchó la primera nota que salió de aquel pianoforte. Era un

tanto forzada, aunque, después pudo verse que Wynona era una muchacha

con esa habilidad bastante desarrollada. La observó mientras ella le sonreía

cada vez que lo miraba. Le resultó encantadoramente bella pese al vestido

negro que la ataviaba. Qué tarea más difícil le había caído del cielo. Cuando

pasara aquel periodo de duelo por su padre, volvería a ser la joven llena de

color que estaba en el retrato del salón.

La nana no perdía de vista a Michael. Lo percibió apreciando a Wynona

con una pose relajada de una pierna cruzada sobre la rodilla, a la vez que se

llevaba la bebida a los labios con frecuencia. Notó que se sirvió el brandi

varias veces ante de que fuera cerrando sus ojos y dar cabezazos.

Wynona ejecutó varias piezas seguidas. Cuando se detuvo, se giró para

fijarse en su visitante.

—Creo que se ha dormido, lady Wynona —comunicó la mujer.

—¿Le pusiste algo a su brandi?

—No iba a dormirse pronto el asustadizo. Le di un poco de lo que

tomaba su padre cada noche.

—Nana, no debiste hacerlo —expresó. Abandonó el pianoforte para ir a

pararse frente al conde y tocar su rostro—. Milord…

Él abrió los ojos. Parecía masticar algo en su boca a la vez que miraba a

su alrededor.

—Debí parecerle aburrida. —Fingió estar molesta.

—¡No, no, no! Perdón, milady. Debo estar muy cansado —se excusó

con prontitud y vehemencia. Estaba muy avergonzado por haberle faltado al

respeto de esa forma. Fue un insulto a su buen arte.

—No se preocupe. Vaya a descansar, lo acompañaré.

Wynona le sacó la copa con tranquilidad y le mostró el camino que

debía seguir, luego reprendió a su nana con la mirada.

—Estoy sumido en la más absoluta vergüenza, lady Wynona —

mencionó Michael para disculparse.

—Es el cansancio del viaje. Le aseguro que disfrutará mucho más

mañana después de la cena.

Michael asintió y pasó por la puerta que ella le abrió. Wynona entró y

cerró las cortinas de la habitación.

—Que tenga buena noche, milord.

—Igual para usted, milady…

Escuchó que Wynona cerró la puerta. Se hundió en la pena de pensarse

irrespetuoso, pero en verdad debía ser el cansancio. Sentía el cuerpo

pesado, por lo que no dudó en quedarse dormido con lo que tenía puesto.

En el dormitorio de Wynona, su nana le preparó su ropa de cama,

después se colocó detrás de ella para acicalar su cabellera oscura.

—Ese lord me da mala espina, milady. La miraba encantado cuando

ejecutaba el pianoforte. Aquellos ojos libidinosos solo los tendría un

caballero interesado.

—Nana, ni él ni nadie me convencerá de casarme. Lord Scarbrough no

se arriesgaría a hacer una tontería con su pupila. Mi padre no me hubiera

confiado a él si no lo creyese integro.

—¿Acaso es sorda? ¡Es un libertino! Y me temo que sabe más de usted

de lo que cree.

—No interesa, nadie conseguirá nada. Nana, quiero que ese cuadro del

salón sea arrojado al fuego el día en que nos vayamos. Mi padre ya no está.

Ese retrato no debe castigarme más.

—Milord estará en desacuerdo con esa decisión…

Capítulo 4

Wynona omitió el comentario de su nana. Nadie podría evitar que arrojara

esa pintura al fuego más ardiente. Era hermosa, sin dudas que sí. Cuando la

pintaron su vida era distinta. La emoción y la ilusión podían verse

reflejados en sus tiernos ojos soñadores. Sus malas acciones y decisiones la

llevaron al peor camino que una dama podría tomar. Nada ni nadie podía

cambiar el destino que tenía en Riverton Manor; las buenas intenciones de

su primo quedarían solo en eso. Agradecía el gracioso gesto de querer

acogerla bajo su cuidado pese a no tener la obligación de hacerlo.

Para los días que transcurrieron —en realidad, dos desde su llegada—,

Michael había sufrido por el frío. El buen trato de Wynona era lo que hacía

que no pereciera entre las frazadas de la habitación sombría y helada. Era

atenta y con palabras consoladoras todo el tiempo, aunque sentía un tono

picaresco en sus frases. Notaba que la nana perseguía a la joven a donde

fuera, evitando que se quedaran solos. Las palabras cargadas de varios

significados eran reprobadas con la mirada de la mujer mayor que siempre

estaba pendiente de las conversaciones que tenían.

—¿En verdad hay tanto que hacer en la costura, lady Wynona? —

indagó Michael al posar su figura frente a ella.

Él estuvo aburrido mirando en el mismo rincón todo el tiempo hacia el

paisaje blanco del jardín.

—¿Y qué hay de interesante en un libro de filosofía? —cuestionó ella.

Subió sus ojos hasta los de él.

—Pregunté primero…

—Y yo le respondí con una pregunta…

—Correcto, pero no he sacado ninguna conclusión de su respuesta.

—Hay varias conclusiones. Está demasiado aburrido, milord. Coja una

aguja e hilo y vea si las costuras no se vuelven a abrir con el tiempo.

—Tengo otra presunción —aseveró el conde con suspicacia.

—¿Y cuál sería esa? —preguntó un tanto jocosa.

—Que le hacen agujeros a las prendas para tener algo que hacer.

La nana en ese momento se pinchó el dedo con una aguja que estaba

utilizando para hacer la costura.

—Iré por el té —mencionó la mujer antes de partir.

Metió su dedo en la boca.

—Lo llamaría ocurrente, pero noto que ha descubierto a mi nana —

replicó al observar que su nana desaparecía por el pasillo poco iluminado.

—Lo sabe y no ha reclamado, milady…

—Me mantiene ocupada. Es mejor tener la mente atareada siempre.

Uno evita pensar en sus males y sufrimientos. La nana tiene buenos

propósitos. Es un poco estricta, y conmigo hay que serlo.

—Espero que no le ofenda por lo que voy a decir. Estoy al tanto de

todo, su padre me lo hizo saber las veces que me visitó. Una de sus visitas

fue en Yorkshire.

Wynona se sonrojó y se colocó a hacer su costura con mayor afán.

—Usted lo menciona y puedo asegurar que mi padre debe estar

retorciéndose en su tumba. No vuelva a insinuar que sabe algo de mí, se lo

digo por su bien… —advirtió con seriedad.

—Excúseme, milady, solo quiero su confianza. Viviremos muchos años

juntos.

—No se puede confiar en un libertino.

—No debe temer de mí, jamás me acercaría a usted —atestó con

resolución.

Ella asintió con vehemencia. Parecía decepcionada con aquellas

palabras que él dijo con una virulencia innecesaria. La hizo sentirse

menospreciada en el acto de querer apreciarla.

Michael entró en cuenta de lo que hizo y se arrepintió profundamente.

No era culpa de aquella pariente que él se pasara todas sus noches

soñándola tan solo con el camisón. Se despertaba fregándose el rostro

sudoroso al divagar sobre una mujer que necesitaba de su apoyo y no de sus

deseos carnales y libidinosos, pero le era imposible evitar sentir una terrible

atracción hacia ella. Debía orar para mantener en secreto a sus demonios.

En su propiedad de Sandbeck Park sería imposible vivir sin apreciarla a

cada minuto a causa de su malsano deseo hacia ella.

La señora volvió con el té y lo sirvió a cada uno en la mano.

Michael tenía los ojos fijos en la humeante taza de té con canela.

—Se toma con la boca, milord —interrumpió la nana al verlo

meditabundo.

—Comprendo. Solo lo apreciaba, huele muy bien. He reparado en que

cada día es un té diferente.

—Cuando le lleguen tés iguales, sabrá que la despensa está vacía —

terció Wynona mientras sorbía su té.

—Theodor irá mañana al pueblo más cercano para las provistas, milady

—recordó su compañera.

—Esperemos que no quede atrapado. La nieve está muy alta y las

ruedas del carruaje quizá no puedan moverse.

—La harina casi se ha terminado y otras provistas básicas apeligran.

Él las veía debatir con la responsabilidad del mantenimiento de la

propiedad. Comenzaba a sentir que debía proteger a aquellas mujeres que

estaban solas y desamparadas con un montón de viejos en aquella casa.

Podía convertirse en el esclavo de Wynona Saunderson si ella se lo pedía.

Su cordura corría peligro con rapidez en ese sitio, si bien estaría en

mayor riesgo en su propiedad, donde él podría mandar sobre ella con todas

sus obligaciones de tutor. Dios no lo llevara a cometer alguna necedad por

su tontería de mirar a una mujer prohibida.

Después del incómodo momento del té, él se retiró a su habitación para

buscar otro abrigo que le diera más calor.

—Usted dígame que lo envenene y lo haré, milady. Nadie sabrá que le

puse una lagartija en el té —expresó la nana con molestia al fijarse que el

conde se fue lejos para que no la escuchara.

—No te preocupes, nana. Me ha dejado claro que no podría levantar

interés en un hombre como él —dijo con una sonrisa amarga en el rosto.

—Que no le importe lo que piense ese caballero. ¿Quién cree que es

para despreciarla?

—¡Lo sabe todo! —exclamó apresurada—. ¿Lo ves, nana? ¿Quién me

querrá? Solo Riverton Manor. Pasado el tiempo perdido, volveré aquí y

moriré en mi sequía como le juré a mi padre que haría. La miseria es lo que

queda para alguien como yo, por mis maldades, por mi desobediencia… Si

hubiese mantenido la boca cerrada…

—Igual se iba a saber. Lady Juliette la encubrió. Las malas e impías

compañías la llevaron a mal puerto, milady.

—Juliette tampoco se casó, al menos eso me dejó saber mi padre.

—Y esperemos que esa arpía jamás lo haga, nadie merece una pena tan

grande.

Capítulo 5

Durante la cena, Michael fue incapaz de alinear una frase congruente.

Hacía lo de siempre; felicitar a la cocinera era algo que le salía por instinto

y, sin pensarlo, quería llevársela con él.

—¿Le molestaría perder algo de su propiedad, lady Wynona? —

mencionó para hacerle conversación a su callada compañera.

—¿Qué cosa sería eso? Riverton Manor tiene muy poco.

—Tiene riqueza en la comida. Su cocinera prepara lo mejor que he

comido nunca. ¿Podríamos llevarla a Sandbeck Park?

Wynona bajó la cuchara que contenía una sopa deliciosa y lo miró con

picardía.

—Pero deberá volver conmigo aquí cuando hayamos perdido el tiempo

con usted en su propiedad. No podría dejarla ahí, pero se la prestaré unos

años porque me seguirá sirviendo.

—Insiste en esa idea de que perderé mi tiempo.

—Sí. Lo creo verdaderamente. Usted mismo dijo saberlo todo, eso

resuelve el dilema de por qué no me he casado. Insistir sería inútil y hasta

tonto —resaltó, avispada.

—Milady… —intervino la nana con presteza.

—Señora, deje que hable. Intenta callarla a cada minuto. Entiendo que

esto que me dice se debe a mis groseras palabras de la tarde, le ruego que

me excuse, milady. No he sido muy político con mis palabras. Prometo

escuchar siempre sus designios y tener en cuenta sus sugerencias.

Perdóneme si la ofendí y la incomodé en su té.

—Disculpas aceptadas, milord… —aseguró sin perder de vista a su

nana, que tenía ánimos de darle una sacudida. Temía que estuviera

sembrando esperanzas de una aventura con el conde. Para ella, el caballero

tenía una idea tergiversada sobre lo que escondía Wynona.

Michael supuso que se echó una enemiga al hombro. La nana de lady

Wynona lo odiaba sin razón aparente, o quizás aquella mujer se metía

profundamente en sus pensamientos. Era de pensar que fuera una bruja por

cómo lo estudiaba con la mirada. Desconfiaba de él y hasta de su propia

sombra… si se ponía a juzgar la expresión del rostro de la doncella mayor.

Era evidente que reconocía a un libertino desde que lo veía entrar, lo

consideraba en extremo peligroso para Wynona.

La actividad en la cena era idéntica a las noches anteriores. Había una

rutina fija de encierro y un piano que solo emitía sus melodías después de

las siete de la tarde.

—Tiene algunos libros de mi padre si desea leer. Apuesto lo que tengo a

que se aburrió de leer el mismo que trajo.

—Que considerada. En efecto, sí, me aburrí. No soy demasiado asiduo a

la lectura, pero me agrada empaparme cada tanto de conocimientos.

—Le recomendaré unas prosas desgraciadas que guardaba mi

progenitor en su habitación. Hasta el día de su muerte me señaló esos libros,

de seguro para que caminara con él por ese valle de muerte, pero sabía que

nunca los leería…

—Prefiero algo menos luctuoso. Siento odio en sus palabras, milady.

¿Odiaba a su padre? —curioseó Michael.

Cada vez que podía, intentaba sacarle más sobre su relacionamiento con

su padre. A él le pareció un caballero preocupado por el futuro incierto de

su hija. Era su visión sobre la situación. Desde el punto de vista de una

dama, debía ser muy diferente la percepción.

—No es rencor. Es molestia, rabia, ira... Son cosas que yo sembré. No

esperaba cosechar nada diferente. Él tenía sobradas razones para sus

decisiones y yo solo las acaté. Lo único cuestionable de mi padre fueron las

torturas a las que me sometió.

—¿Soy digno de saber a qué tormentos se refiere?

—Dijo que deseaba algo menos angustioso. De por sí este lugar es así y

como su residente, me dejo llevar por las angustias de mi casa.

Desistió por ese momento de seguir preguntando. Indagar más de lo

debido podría llevar a que la relación que entablaban se volviera lejana y

desconfiada.

La nana se sentó muy cerca de él, que apreciaba a Wynona con la

mirada de un amante febril, ansioso de declarar sus angustiosos pesares

hacia ella. Estaba seguro de que en esa semana acabaría con el brandi que

tenían en la propiedad. Casi una botella por noche era su cuota para

observarla.

—He escuchado al fantasma del vizconde por la noche… —resaltó la

señora acercándose a él.

—¿Cree en esas cosas? —curioseó incrédulo.

—Usted parece ser más creyente que yo. —Sonrió, burlesca.

—No debería juzgarme con severidad, señora. No he sido expuesto a

ciertas condiciones tan tétricas en toda mi vida.

—Eso delata que es un cobarde incapaz de hacerse responsable de

milady.

—Suficiente. Me distrae. No creo en sus tonterías. Pobre de milady que

debe estar durante tanto tiempo en su compañía, por eso es tan temerosa y

retraída cuando está cerca.

La mujer alzó la nariz y se alejó un poco para contemplar también a

Wynona. Ambos parecían en una batalla por la atención de la señora de la

casa.

—Nana… —llamó Wynona desde el piano.

—Mande, milady…

—Que mañana traigan más brandi para milord. No será un mayor

recorrido para nuestro lacayo.

—No debería molestarse por mí. No he venido a beber —dijo

avergonzado.

—Aunque lo parece —gruñó la mujer mayor.

—Me agrada verlo menos temeroso. Disculpe a mi nana, en ocasiones

es un poco áspera.

—Por esta noche es mejor que me vaya a dormir. Que tenga buena

noche, milady, señora.

Michael tomó una vela que estaba a su lado y subió con ella por los

escalones que crujían como un aullido. Por su experiencia con la mujer que

cuidaba de Wynona, aseguró que ella lo consideraba inepto en su totalidad.

Quizá fuera causa de su indisciplina en la juventud, pero no era miedoso,

sino más bien cauto.

Wynona cerró la tapa del piano con brusquedad y recogió el brandi que

dejó el conde para bebérselo.

—Le recomiendo que no se lo beba, milady —comunicó al notar que se

llevó la copa a la boca.

—¿Lo envenenaste?

—¡No!

—Entonces, me lo tomaré.

Ella sorbió la bebida en un solo trago y se sirvió un poco más.

—¿Ahora le gustará el alcohol, milady?

—¿Más defectos? ¿A quién le importa?

—Milord pensará que será más fácil aprovecharse de usted si es asidua

a la bebida. No le dé pies a esas inclinaciones. Sé que a usted le agrada el

conde, pero él es un vividor que jugará con usted… tal como el otro. Así

como lo ve, parece una criatura angelical, pero es el mismísimo diablo de la

tentación. Esta vez no, milady. Estoy aquí y evitaré que arroje su segunda

oportunidad por la ventana. Recuerde, a este lo debe mantener a una

distancia prudente. Muchas sonrisas podrían significar una invitación al

desastre.

∞∞∞

La puerta de la habitación donde descansaba Michael se abrió y dio

paso a la esbelta y blanca figura de lady Wynona Saunderson, que iba

ataviada con un camisón blanco y una negra trenza sobre su hombro

izquierdo. Se sentó en la cama y le acarició el rostro.

—¡Lady Wynona! —exclamó asustado.

Ella le colocó un dedo sobre la boca.

—Le pido que no grite. Necesitaba acercarme a usted sin mi nana. Debo

decirle que desfallezco de deseos por usted. He visto cómo me mira y no

pude ser indiferente a mis sentimientos…

—Pero, milady…

—No hable —mandó agarrándolo de las mejillas para acercarlo a sus

labios.

Al momento en que iba a ser besado, sintió que alguien lo estiraba de la

pierna. Despertó de su sueño con Wynona e intentó liberarse de ese agarre.

Gritó del susto que le provocó no ver nada en medio de la noche. No

distinguía a su agresor que lo tenía sujeto.

De repente, se soltó y pudo levantarse de la cama. La puerta se abrió y

lady Wynona se presentó con una vela.

—¡¿Qué ocurre?! —exclamó apresurada.

—¡Algo me cogió de la pierna! —replicó asustado.

—¿No habrá soñado, milord?

—Le aseguró que estaba soñando antes de despertar a esta realidad.

—Milord, está muy afectado por esto. Su vida está cambiando y me da

pesar que sea yo la causante de su momentánea demencia…

—¿Demencia? Su nana es la culpable.

—Dudo que mi nana sea capaz de entrar bajo una cama para cogerlo de

un pie.

Él negó con la cabeza y se decidió a abandonar la habitación llevándose

consigo la manta y una almohada. Nada le haría dormir una noche sentado

junto a la chimenea del salón. Muchas veces había dormido en un carruaje y

era menos cómodo que un sillón.

Capítulo 6

Le costó conciliar el sueño con los pies entumecidos, aunque al fin de

cuentas lo logró. El mullido sillón del salón, la chimenea crepitante y dos

mantas, pudieron hacer posible un sueño menos sufrido. Wynona se quedó

recostada en el otro sillón de enfrente, pues se sentía culpable por la

probable demencia de su tutor.

—Milady, debe ir a dormir a su habitación. Milord ha dejado de

castañear los dientes —anunció la nana.

—Es por tu causa, sin dudas has sido tú. Le pusiste algo extraño en la

bebida, luego te metiste a su habitación, lo tomaste de los pies y aquí está,

durmiendo acurrucado —acusó Wynona sin perderlo de vista.

—¿Cómo haría para tomarlo de los pies? Estoy vieja, no quepo bajo su

cama.

—Hay escondrijos en esta casa que bien puedes usar para el mal. Tiene

buenos fines, satanizarlo no va a hacer que el tiempo pase más rápido.

Nuestra convivencia debe ser la mejor.

—Solo espero que no le agrade demasiado el hombre, no me da buena

espina, es un pervertido.

—Para que sea eso que dices, debo serle agraciada, pero con lo que sabe

sobre mí, es suficiente para espantarlo.

—No se enamore de un caballero como este, es un inútil. Mírelo,

acurrucado como un cobarde…

—Suficiente. Vete a dormir.

—No la dejaré aquí con él.

—Acomódate entonces.

La vieja doncella fue a buscar sus mantas para hacerle compañía a

Wynona. El susto para el conde de Scarbrough le había salido muy mal. Su

patrona tenía al truhan en alta estima y más de la aconsejable para el lazo

con un tutor.

Cuando Michael abrió los ojos, percibió que no estaba solo, sino que

había dormido en un salón con dos mujeres. No sospechó que Wynona se

quedaría junto a él en la fría estancia. No debía pensar que aquella era una

señal de interés de ella en él, sino que era un alma noble y preocupada por

la salud de su visitante. Después del sueño que tuvo antes de ser atacado,

sospechaba que no podría vivir solo con ella en Sandbeck Park. Corría el

riesgo de perder la cordura, si es que no la había perdido en aquel sitio.

—Lady Wynona, despierte —pidió sobándole un brazo.

Ella apenas abrió los ojos e irguió su figura para sentarse en el sillón.

—¿Cómo ha pasado la noche? —indagó con una serena boqueada.

—Supongo que igual de cómodo que usted.

La nana se levantó, recogió sus mantas y las de Wynona. Observó con

recelo a Michael y se retiró a las habitaciones. Había mucho movimiento en

la casa como para que el hombre se aprovechara de ella.

—Su nana es igual de enigmática que usted —musitó agarrando sus

mantas.

—¿Enigmática? No hay nada incomprensible o misterioso aquí. Debió

ser mi nana que quiso asustarlo la noche pasada. Lo tiene en poca estima.

Le he dicho que no conviene estar en malos términos con quien nos

mantendrá, pero ella no entiende. Discúlpela, es antojadiza.

—Mi buena salud la perdona si fue ella. Si fue el fantasma de su padre,

espero que esos tirones hayan sido una felicitación por mi buena obra de

estar aquí.

Ella sonrió antes de darle la espalda para que caminaran juntos hacia la

planta superior de la residencia. Debían cambiarse para el día. Tomarían la

misma rutina, salvo que la diferencia con los días anteriores era que alguien

iría por las provistas que hacían falta.

El día no parecía tan lúgubre, no obstante, algunas nubes grises

anunciaban que una tormenta los cubriría aún más de nieve.

Una vez que la suposición se volvió evidente, la preocupación por la

tardanza del lacayo se hizo presente en Wynona.

—Iré por él —dijo ella. Corrió la cortina de la ventana por la que

contemplaba el camino cubierto de nieve.

—¡De ninguna manera! —chilló la doncella que la acompañaba—. Es

un lacayo, milady, sabe qué hacer.

—Ha ido en la mañana y no ha vuelto hasta esta hora…

—Los caminos deben estar cubiertos de nieve o alguna rueda debió

quedar atascada —comentó Michael a la muchacha de postura retraída y

preocupada.

—Yo sé qué hacer. Mi padre lo ha hecho muchas veces, ha salido a

buscar a su gente.

—Usted no es su padre. Es el trabajo de un hombre —intentó

persuadirla el conde.

—Mi padre ya no está y soy una mujer soltera y capaz, milord —se

defendió Wynona.

—Para ocuparme de usted… estoy aquí. No tema, iré yo por el lacayo.

—¡No! —Lo agarró brazo—. No se ha casado ni tiene herederos para

arriesgarse de esa forma.

—¿Piensa que me voy a morir? Oiga, lady Wynona, no soy tan

mentecato. Confié en mí, pues, de hecho, su futuro está en mis manos.

—Lo acompañaré —insistió.

—He dicho que no, milady. No insista —avisó antes de abandonar el

salón para tomar su capa, la cual estaba en su habitación.

Wynona corrió apresurada levantando su vestido para alcanzarlo.

—¡No quiero que vaya a ponerse en peligro! —expresó. Sostuvo la

puerta de la estancia donde se encontraban.

—Y yo no voy a permitir que usted haga una tontería saliendo de aquí.

Ahora quítese.

—Me importa, y no quiero que le suceda nada —refirió con las manos

en el pecho.

Él tomó ambas manos de Wynona y se las llevó a los labios.

—Usted me concierne más de lo debido. Regresaré con bien… —

aseveró acariciando aquellas manos que había besado antes sin el

consentimiento de la nana.

Para Michael, tan solo tocarla era un placer inexplicable. En poco

tiempo estaría arrastrado por ella si no tomaba sus recaudos y distancia. Las

palabras que le dijo no podían pasar desapercibidas por sus deseos, aquello

era darle pie a su angustiosa estadía en Riverton Manor.

Wynona vio al conde subiendo a su caballo. Tenía un sombrero que

cubría su rubia y encrespada cabellera, el mismo se llenaba de aguanieve en

la parte superior. Temía por su lacayo y por Michael, que no conocía los

caminos y era probable que terminase perdido. Ante esos atiborrados

pensamientos, buscó su capa para seguir al caballero.

Cuando bajó lista para partir, él se había ido. Con el corazón palpitante

por el temor, corrió hacia las caballerizas y cogió de las riendas al primer

caballo que encontró.

—¡Lady Wynona, no irá a ningún sitio! —advirtió su nana con molestia

observándola subir al lomo del animal.

—¿Crees que me escaparé? Iré a buscar al conde de Scarbrough. No

conoce el lugar, se perderá. 

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