Capítulo I
Abadía de Melmesbury, Inglaterra 1467.
Querida hermana, deseo que, a la llegada de esta carta, tanto tú como mis
sobrinos gocen de buena salud, esta misiva tiene un motivo y es informarte de
que dentro de un mes finalmente me ordenarán monja, dejaré de ser una novicia
para consagrar mi vida a Dios, nuestro señor.
Deseo expiar todos mis pecados. Solo tú y el señor saben por el infierno
que pase junto a mi difunto marido.
Es mi deseo ver a mi familia antes de mi ordenación, ya que después de
ese momento no poder volver a veros nunca más, ese es mi mayor dolor.
Espero una pronta respuesta, te quiero Brianna, te debo mi vida y durante
lo que me quede de ella, rezaré por ti y tu familia.
Sarah MacFerson.
—¡Todo esto es tu maldita culpa, James! – grita mi cuñada cuando acaba
de leer la carta.
Yo la miro sin saber de que demonios habla, rompe en llanto y se marcha
dejando la misiva encima de la mesa. Mi hermano se marcha tras ella intentando
calmarla, en su estado no es bueno que se altere.
Se que no debo, pero si no leo la noticia que la ha puesto así no sabré de
que me culpa, me sorprendo cuando leo de dónde proviene y más quien la
escribe ¿Sarah? Su hermana Sarah está en un convento ¿desde cuándo? ¿difunto
marido? ¿Qué demonios es todo esto?
Mentiría si dijera que durante estos cinco años no he pensado en la
pequeña Sarah. Cuando la conocí apenas tenía quince años, yo ya había
conocido a mi esposa Helen y a partir de ese instante nada ni nadie importó más.
Ella con la ingenuidad de la niñez se me declaró, me sentí alagado y debo
reconocer que no fui muy acertado en mis palabras; era joven y no pensé en el
dolor que podía causarle. Ahora, después de tanto tiempo, me pregunto que ha
sido de su vida, porque está a punto de ordenarse monja de clausura, ¿de que
pecados habla? Esas respuestas solo las tiene Brianna y estoy dispuesto a
escuchar que ha sido de Sarah MacFerson en todo este tiempo.
—¡No, Alexander! No pidas que me calme, tú no sabes lo que llevo
callando todos estos años, no sabes lo que presencié cuando fui a ver a mi
pequeña hermana a la casa de MacFerson – gritaba furiosa mi pequeña cuñada.
—Pues cuéntame eso que llevas callando durante cinco años, ¿crees que
no me di cuenta? Después de volver de visitar a tu hermana algo había
cambiado, te conozco Brianna – responde mi hermano.
—Apoyo a mi hermano, Brianna – digo entrando en la biblioteca donde
los dos se habían refugiado.
—Tú no tienes ningún derecho a exigir nada, durante cinco malditos años
no te ha importado la vida de mi hermana, que siga siendo así.
—Tienes razón, pero quiero saber por qué hace cinco años perdí a una
hermana – desde que me casé con Helen el trato de Brianna hacia mí cambió
para siempre.
—Mi afecto por ti cambió en el momento que destrozaste el corazón de mi
hermana, obligándola a casarse con un hombre veinte años mayor que ella,
cambió en el momento que vi a mi hermana maniatada mientras su marido
permitía a su hijo violarla, cambió en el momento que tuve que matar a ese
bastardo – dijo mortalmente calmada.
—¡Dios mío! – susurra horrorizado mi hermano. Intenta acercarse a su
esposa, pero ella no se lo permite.
—¡No me miréis así! —grita ella ——¡Era mi hermana la que estaba
siendo violada! —rompe a llorar desconsolada y yo creo que jamás volveré a ser
el mismo después de oír tan terrible confesión.
—Yo no sabía nada de esto – susurro, como si eso fuera una excusa.
—¡Claro que no! Estabas demasiado feliz con tu amada Helen – se burla
cruelmente.
—La odiabas, ¿verdad? – pregunto.
—No pude odiarla y sentí mucho su muerte, no soy tan desalmada James
Mackencie.
Mi amada Helen, solo pude estar a su lado durante un año, murió dando a
luz a nuestro primer hijo y, desgraciadamente, el bebe también murió dejándome
completamente solo.
—Esposa ¿Por qué no me lo dijiste? – pregunta horrorizado mi hermano,
el que tantas batallas ha luchado, pero pensar en el infierno que una pobre niña
tuvo que pasar….
—¿Para que? Ya lo había matado, su hijo no pudo demostrar nada, además
sabe que no le conviene hablar – dice con desprecio.
—Yo habría acabado con él, por ti, por Sarah – responde Alexander.
—Tú no estabas en ese momento, no viste lo que yo vi. Juro por Dios que
no me pude contener – solloza de nuevo.
Finalmente deja que mi hermano la abrace y le dé consuelo. Siento
culpabilidad por el calvario que han debido de pasar las dos hermanas, por
guardar silencio durante tantos años.
—¿Por qué Sarah ingresó en un convento? – pregunto.
Los dos me miran como si fuera estúpido, y sí, puede que lo sea, pero
quiero saberlo todo.
—Ella se siente culpable – escupe a regañadientes.
—¿Culpable? – no entiendo nada.
—Sí, culpable, es un sentimiento que tú desconoces, desde luego.
—Cuéntanos esposa – ordena Alex, él sabe que yo deseo saber todo lo
ocurrido.
—Le rogué que no se casara, que llegaría el día que James sería solo un
recuerdo, pero no me hizo caso.
Cuando cumplió quince años, Donald MacFerson le propuso matrimonio,
él ya contaba con treinta y cinco años, no me escuchó y acepto. Un mes después
estaba casada.
Muy bien sabes que ni siquiera pude asistir a la boda. Mis hermanas ya
estaban casadas y solo fue mi madre; ella estaba igual de preocupada al respecto.
Cuando finalmente dejaste que fuera a visitarla, llevaba casi un año casada
con ese monstruo.
Al verla, solo reconocí una cáscara vacía de lo que antaño fue mi hermana:
Sarah estaba delgada hasta parecer enferma, su alegría había desaparecido por
completo, ella no me contó nada, por supuesto.
Cada vez que veía a MacFerson la piel se me erizaba, sentía repulsión y
me avergonzaba sentir eso por el marido de mi hermana, pero aquella terrible
noche todo cambió para siempre.
Escuchaba sollozos y golpes y un terrible presentimiento se apoderó de
mí. Caminé despacio por el oscuro pasillo hasta que llegué a lo que supongo era
la habitación de Cecil y lo que vi allí dentro. Se me ha quedado grabado en la
memoria, aún tengo pesadillas al respecto.
Tenían a mi pequeña hermana atada a un poste de la cama, ella estaba
sobre sus piernas y brazos, completamente desnuda, tiritando de frío, llorando y
amordazada para que nadie pudiera oír sus gritos de dolor. El hijo de Donald,
William, estaba violando cruelmente a Sarah, había sangre por todas partes,
estaban lastimándola y disfrutaban de ello. No temí por mi vida y entré en ese
cuarto gritando lo desgraciados que eran. El cobarde de William salió corriendo
y solo quedamos Donald, Sarah y yo.
Corriendo me acerqué y solté de sus amarres a Sarah y la abracé
fuertemente contra mí. Donald no paraba de gritarme obscenidades y Sarah solo
me suplicaba que la salvará, que no la dejara con ese demonio. Ser tu esposa
daba algo de poder Alexander, pues solo tuve que recordarle quién era mi marido
para que el muy cobarde abandonara la habitación.
Me llevé a mi hermana a mi alcoba y me dispuse a bañarla y curarla,
estaba desgarrada Alex. Sangraba y no podía hacer nada, dormí a su lado para
protegerla de todo mal y estaba decidida a llevármela de allí cuando saliera el
Sol. Nadie me lo podía impedir.
Al despuntar el alba, la desperté y preparé todo para salir de esa casa de
locos, estaba dispuesta a traerla aquí, aunque ella se negaba y yo sabía el motivo
¡Tú James, tú eras el maldito motivo! Mientras tu vivías malditamente feliz, mi
hermana vivía un infierno.
—¿Yo vivía feliz? ¡Perdí a la mujer que amaba! ¡Perdí a mi hijo! – le grito
sin poder contenerme. Mi hermano me lanza una mirada de advertencia.
—¡Y una niña inocente cuyo único pecado fue enamorarse del hombre
equivocado, perdió la inocencia de la forma más cruel e inhumana posible! – me
grita ella de vuelta.
—Siento todo por lo que Sarah ha tenido que pasar Brianna, pero no
puedes culparme por no amarla.
¡Maldita sea, era una niña! Yo ya contaba con veinte años, amaba a Helen
– intento que entienda mi postura.
—Lástima que el miserable de MacFerson no tuviera los mismos reparos
morales, y una lástima también que tu empezarás a utilizarlos después de años
pasando de cama en cama – réplica mordaz.
—Madure Brianna, te conocí a ti, creí amarte y sufrir por ese amor
prohibido me cambió la vida – la llegada de ella a mi vida dio sentido a todo lo
que anteriormente carecía de ello.
—Te quería como a un hermano, ese que nunca tuve, pero eso quedó atrás
James, yo no puedo olvidar – responde sin mirarme siquiera.
—¿Sarah también me odia? – pregunto.
Ella se ríe sin ganas y entonces me mira, puedo ver el infierno por lo que
pasaron las dos hermanas, puedo ver el dolor en su mirada y yo solo desearía
poder retroceder en el tiempo, no para mentir a Sarah sobre mis sentimientos,
pero sí haría las cosas distintas.
—Ella no te odia, no te culpa, según dice nadie puede gobernar el corazón
de otra persona – contesta finalmente a mi pregunta.
—¿Cómo mataste a ese bastardo? – pregunta mi hermano,
sorprendiéndome. No me acordaba de su presencia en la habitación.
—Estaba ordenando a uno de los mozos de cuadra que ensillaran dos
caballos, cuando el muy desgraciado apareció sin ninguna señal de
arrepentimiento o vergüenza, mi hermana estaba aterrada, con solo verlo
empezaba a temblar y llorar de terror, aun sangraba por las barbaridades que
padeció esa noche y una furia ciega se apoderó de mí. Cuando ese maldito
hombre se negó a dejar partir a mi hermana y la cogió del cabello y empezó a
arrastrarla lejos de mí, solo podía escuchar sus gritos de auxilio. Me suplicaba
que la salvará y no lo pensé, le grité que yo ocuparía el lugar de mi hermana –
ella deja de hablar cuando escucha el gruñido de rabia que deja escapar mi
hermano.
—Déjala acabar Alexander – le ordeno.
—El mal nacido se relamía al pensar en tenerme en su cama. Soltó a mi
hermana y me ordenó seguirle. Mi hermana ahora me gritaba para que no
cometiera ninguna locura, pero yo sabía muy bien lo que deseaba hacer y para
eso debía tener a Donald a solas. Cuando estuvimos en la misma habitación
donde encontré a mi hermana la noche anterior, decidí que ya había llegado la
hora de hacerle pagar a ese bastardo. Alex, ¿recuerdas la daga que me regalaste?
– pregunta y mi hermano asiente mortalmente serio.
Le apuñalé el corazón con ella – dice sin sentir remordimientos.
Cuando se acercó a mí estaba tan distraído en mirarme el escote y pensar
en todas las atrocidades que pensaba hacerme que no se dio cuenta hasta que fue
demasiado tarde para él.
Salí del cuarto tranquilamente y encontré a mi hermana siendo víctima de
William. Me acerqué hasta él, aun con la daga ensangrentada, y se la puse en la
garganta. Creo que casi se orina encima. Le dije que si alguna vez lo volvía a ver
seguiría el mismo destino que su maldito padre.
Luego mi hermana y yo nos marchamos de allí y me obligó a dejarla en el
convento alegando que sólo necesitaba retirarse por un tiempo. Le concedí su
deseo sin saber lo que realmente tenía en mente, y ahora no la volveré a ver
jamás – vuelve a llorar y yo no sé que puedo hacer para darle consuelo.
—Yo iré a por tu hermana, la traeré a tu lado – digo sin darme cuenta de
que he hablado.
Los dos me miran extrañados, ¿Qué he dicho?
—¿Tú? ¿Qué te hace pensar que Sarah saldrá por propia voluntad del
convento y vendrá contigo? – pregunta mi hermano.
—No utilizarás la fuerza, James – me ordena Brianna, como si hubiera
leído mi mente.
—Escríbele una carta, miente y ella volverá conmigo.
Me mira como si estuviera pensando en negarse, no le gusta mentir a su
hermana para que salga, pero si no lo hace sabe que la perderá para siempre, y
no sé porque, pero ese pensamiento no me gusta nada, traeré a casa a Sarah,
aunque deba traerla engañada, ella sabrá perdonar y si no es así, viviré con su
odio, pero Brianna estará feliz, tal vez así me perdone.
—Lo haré, yo mentiré y tú la traerás de vuelta a mi lado. No me
decepciones James Mackencie – y así sin más abandona la habitación dejándome
con un hermano perplejo antes todo lo que acabamos de oír.
Tengo una misión y la llevaré a cabo. Sarah MacFerson, es hora de volver
a casa, ya te has escondido del mundo durante muchísimo tiempo.
Voy a por ti…
Capítulo II
Abadía Melmesbury, Inglaterra 1467.
(Sarah MacFerson)
Estoy corriendo, huyendo de él, del Demonio…
Por más que corro no logro salir del laberinto en el que me encuentro,
grito pidiendo ayuda, llamo a los gritos a James.
—¡James! —grito una vez más —¿Dónde estás? Te necesito —rompo a
llorar presa del terror.
Cuando escucho unos ruidos detrás de mí, comienzo a correr de nuevo,
pero mi perseguidor me atrapa, grito, me retuerzo, suplico, pero no me suelta.
Apesta a whisky y sudor, me dan náuseas solo con pensar en lo que me va a
hacer.
—Te tengo, zorra. —me susurra en el oído —Vas a volver a ser mía.
Me despierto gritando presa del terror más absoluto. Estoy sudando, pero
estoy helada.
He vuelto a soñar con él, con Satanás en persona. He vuelto a soñar con
Donald MacFerson, mi difunto esposo.
El miedo no me abandona, aunque sé que ese hombre está muerto, siento
que está conmigo, me acompaña allá a donde voy. El recuerdo del calvario que
viví junto a él aún me atormenta, después de casi cinco años, hay veces que ni
entre las paredes del convento me siento segura.
Dentro de dos semanas seré ordenada monja de clausura y ya no volveré a
ver el mundo exterior nunca más, lo único que me apena es no volver a ver a mi
familia. Todas mis hermanas están casadas y con hijos, mi madre vive con mi
hermana Jane desde que hace dos años murió mi padre. Esa fue la última vez que
salí, fui al entierro para despedirme del hombre que me crió con tanto amor, del
hombre que me amó al igual que a todas sus hijas.
La muerte de mi padre fue otro duro golpe para mí, mi pobre madre no se
ha recuperado del duro revés que supuso perder al amor de su vida. Parece ser
que las mujeres De Clarence estamos destinadas a amar a un solo hombre en la
vida.
Mi madre amó con locura a mi padre, Brianna se enamoró contra todo
pronóstico de su salvaje escocés. No os engañéis, quiero a mi cuñado, y tanto
Jane como Clarisse aman a sus esposos, son buenos y atentos con ellas.
¿Y yo? Qué puedo decir… me enamoré de James Mackencie la primera
vez que lo vi, como si mi alma lo reconociera como suyo. Yo era una jovencita
de quince años que poco sabía entonces de lo cruel que puede ser la vida, nunca
he culpado a James de que no me correspondiera, tal vez con la inmadurez de mi
juventud en un principio fue así, pero no lo culpo por mi infernal matrimonio, ni
de lo que allí viví.
Me culpo a mí misma, a mi ceguera y estupidez. Brianna me suplicó
millones de veces que no lo hiciera, no la quise escuchar y ambas pagamos un
precio muy alto, yo viví un infierno por casi dos años, y ella tiene que vivir con
el peso de haber matado a mi esposo. Rezo todos los días por su alma, porque
Dios debe saber que no lo hizo por maldad, lo hizo por amor, me ama tanto que
no le importó condenar su alma al infierno con tal de salvarme, la vida no me
alcanzará para pagarle tal sacrificio.
Yo no soy tan fuerte como ella, siempre lo supe, ella consiguió superar las
adversidades y ganarse el amor de su esposo, yo nunca conseguí tal cosa, ni lo
deseaba, solo quería encontrar una vía de escape al dolor que sentía por no poder
tener al hombre que mi corazón había escogido.
Hace más de cinco años que no lo veo, la última vez que lo vi fue en la
boda de mi hermana, ya que Alexander quiso darles una sorpresa y mando a
varios de sus hombres para llevarnos a todos a Escocia, quedé enamorada de esa
bella tierra, la tierra de James. Verlo con Helen fue una pesadilla, pero me sirvió
para entender que por mucho que lo persiguiera, nunca sería mío.
Además, cuando conocí a Helen no pude ni quise odiarla, ella es una
mujer hermosa, tranquila y amable, miraba con tanto amor a James que me sentí
una mujer malvada por haber intentado atraer la atención del hombre aun
sabiendo que estaba casado.
Fue allí cuando tomé la decisión de casarme, quise darle y darme a mí
misma la oportunidad a Donald, sin saber que ese hombre era el ser más
malvado sobre la faz de la Tierra. Él, junto a su hijo William, me destruyeron por
completo, me hicieron cosas con las que jamás llegué a imaginar, me arrebataron
a la fuerza mi virginidad, mi niñez, mi inocencia.
Han dejado cicatrices en mi cuerpo, en mi mente y en mi alma, es rara la
noche que no tenga pesadillas sobre ellos, donde una vez más no puedo escapar,
donde vuelven a hacerme daño mientras se burlan de mí y despierto como hoy:
sudando y llorando atemorizada. Después ya no consigo dormir por temor a
volver a esa terrible pesadilla, es ahí donde me refugio en la oración, intentando
alejar de mí el demonio que se niegan a abandonarme.
Me levanto finalmente y dejo de compadecerme. Me lavo el sudor y me
visto, lo primero que necesito hacer es rezarle a Dios. Y así lo hago: me arrodillo
y el tiempo pasa volando. Cuando me doy cuenta, las campanas están sonando,
anunciando el desayuno. Aquí en el convento madrugamos mucho, porque hay
mucho que hacer.
Salgo de mi pequeña habitación y me dirijo al comedor donde todas
desayunamos juntas antes de empezar las labores del día.
—Buenos días, Sor Miranda —saludo a una de las más jóvenes monjas.
—Buenos días Sarah, ¿dormiste bien? —pregunta amable.
—Descansé bien, gracias hermana —respondo, sin dar más explicaciones.
Sé que ella duerme al otro lado de mi cuarto y que, muy posiblemente,
escucha mis gritos y sollozos durante la noche, pero si ella o cualquiera de las
que aquí viven les contará lo que he vivido, se echarían las manos a la cabeza
horrorizadas, y no es para menos.
El desayuno es simple, consiste normalmente en gachas, aunque
intentamos variar siempre que podemos.
Comemos en relativo silencio, antes de comenzar por supuesto damos
gracias al Señor por los alimentos que nos proporciona.
No tengo demasiado apetito, pero hoy estoy encargada del huerto y la
faena pesada al Sol, requiere energías. Hago mi mejor esfuerzo y me termino
todo lo que tengo en el cuenco antes de marcharme para empezar mi jornada, ya
que ya ha salido el Sol. Pregunto a Sor Constantina si no ha llegado carta para
mí, ella me responde negativamente y me deja un poco preocupada, ya que la
carta de Brianna ya debería haber llegado; nunca demora en contestar mis cartas.
Intento no desesperar y me dirijo al huerto, hoy debo quitar las malas
hierbas, recoger las hortalizas que ya estén buenas y plantar algunas más.
Cuando ya llevaba casi medio huerto limpio de las malas hierbas, me
sorprende la hermana Isabel corriendo, espero a que llegue a mi lado y recupere
el aliento para que me explique que es tan urgente como para que venga
corriendo como si la persiguiera el mismo demonio.
—Sarah, la Madre Superiora quiere que vayas enseguida a su despacho —
dice casi sin aliento.
—¿La Madre Superiora? ¿Por qué? —pregunto asustada —¡Yo no he
hecho nada! —exclamo.
—No creo que sea nada malo, ha llegado un forastero hace poco más de
una hora y ella ha mandado llamarte —me intenta tranquilizar.
—¿Un forastero? —pregunto sin poder creerlo – Bueno, pues voy a ver
que desea la Madre superiora.
De camino al despacho, intento quitarme la tierra de las ropas y de la cara.
No he logrado mucho pero como bien dice la hermana: Agustina, la vanidad es
un pecado.
Respiro hondo y toco dos veces a la gran puerta de roble oscuro que me
separa del despacho de nuestra Superiora. Enseguida escucho su voz dándome el
permiso para entrar a su dominio.
—Madre Superiora, ¿quería verme? —pregunto entrando y cerrando la
puerta a mis espaldas.
—Pasa Sarah, yo te he mandado llamar porque un caballero desea verte —
me informa.
—¿Un caballero? ¿Quién, madre? —pregunto extrañada.
—Yo —escucho esa ronca voz, que proviene de la parte más alejada del
despacho, donde hay un gran ventanal. Tan nerviosa estaba que ni me di cuenta
de que había alguien más en la habitación.
Cuando el hombre se gira y se acerca no puedo evitar soltar un jadeo, no
puedo creer que después de tantos años, tenga a James Mackencie frente a mí.
—Volvemos a vernos Sarah de Clarence —se inclina y hace el intento de
coger mi mano para besarla, pero me aparto presurosa.
—MacFerson, Sarah MacFerson —respondo.
—Cierto, creciste Sarah —dice sonriendo, pero puedo ver una sombra que
antes no se cernía sobre él.
—Y tú envejeciste Mackencie —respondo sin querer hablar si quiera con
él.
—¡Sarah! —reprende la superiora.
—No importa Madre, Sarah no ha dicho ninguna mentira, desde la última
vez que nos vimos ambos hemos cambiado —responde sin dejar de mirarme.
—¿Que te ha traído a visitarme, James? —pregunto.
—Les dejo solas para que puedan hablar —se levanta dispuesta a irse.
—No es necesario Madre —le digo asustada de quedarme a solas con él.
—Se lo agradezco Madre, no nos llevará mucho tiempo —dice James.
Ella se marcha dejándome sola con un hombre por primera vez en casi seis años.
Los dos nos miramos en silencio, el tiempo ha pasado para ambos, ahora
James es un hombre, se parece más a su hermano.
Ahora lleva su pelo más largo y una barba de varios días que le hace
parecer mayor de los veinticinco o veintiséis años que debe tener ahora mismo.
Parece que él está comparando a la niña que dejo atrás. Soy consciente de
mis cambios, al dejar atrás la niñez mi cuerpo se llenó de curvas, soy un poco
ancha de caderas y tengo los pechos pequeños y firmes, mi pelo sigue igual tal
vez más corto y menos cuidado, por lo demás no hay muchos cambios para
apreciar.
—¿Vas a decirme de una vez que haces tan lejos de tu hogar? —no me
gusta que nadie me mire, y mucho menos un hombre.
—Brianna —dice solamente, y a mí el alma se me cae al suelo,
imaginando cualquier mala noticia para que él esté aquí.
—¿Que le ha ocurrido a mi hermana? —pregunta ansiosa por saber, me
siento estúpida por no haber pensado antes en la posibilidad de que algo malo
habría pasado a mi familia.
—Aun nada —dice serio —Ten, esta carta te la envía ella, léela y después
hablamos —me tiende la carta que yo le arrebato de las manos rápidamente.
Queridísima Sarah:
Recibí tu carta y no puedo mentirte, me duele en el
alma que desees permanecer encerrada de por vida.
Quiero que dejes de sentirte culpable, yo volvería a
matar a ese bastardo mil veces más para rescatarte de sus
garras, tú no eres culpable de nada, eras solo una niña que
no entendía nada de la vida. Que no se merecía las
barbaridades que le hicieron, quiero que por favor olvides
ese infierno, aunque sé que te pido un imposible.
He enviado a James por un motivo, vuelvo a estar en
cinta hermana, pero bien sabes que mis partos nunca han
sido fáciles, con Valentina estuve a punto de morir y con
los gemelos tardé mucho en recuperarme, ahora soy más
vieja y temo no poder resistir este próximo parto.
Por eso te imploro que vengas a mi hogar, quiero
pasar tiempo contigo, que tú disfrutes de tu familia y si
Dios me llama a su lado en el momento que dé a luz, yo
me iré feliz de haber disfrutado de mi hermana durante
ese tiempo y entonces si podrás volver al convento y si es
tu deseo convertirte en monja, pero te suplicó un poco de
tu tiempo, necesito tranquilizar mi alma por si mi vida se
acaba.
Suplico que vuelvas a Eilean Donan con James, él no
te hará nada.
Por favor, vuelve a mi lado.
Brianna Mackencie
Cuando acabo de leer la carta estoy sollozando, no puedo aceptar que tal
vez mi hermana no sobreviva a otro parto, no resistiría su muerte, gustosa daría
la vida por ella, pues bien sabe Dios que yo no tengo nada que me dé ganes de
seguir soportando esta vida, pero ella tiene una familia que la ama y necesita. Mi
madre no soportaría otra perdida.
—¿Porque tu hermano ha permitido esto? —pregunto furiosa.
—¿Me estas preguntando por qué mi hermano se acuesta con su esposa?
—pregunta alzando una ceja burlón.
—Asqueroso —escupo avergonzada.
—Discúlpame —dice serio, algo avergonzado.
—Yo no puedo irme James, comprenderás que un convento no es un
burdel donde entras y sales cuando quieres —me duele en el alma las palabras de
mi hermana, pero creo que el miedo que siento a salir al exterior es mayor que
mi amor por ella, ¡que Dios me perdone!
—¿No vas a complacer a la petición de tu hermana? —pregunta con
desagrado ——Puede que no sobreviva al parto, todos en casa estamos muy
preocupados.
—Me duele en el alma no poder acompañarla en este trance tan amargo,
pero si me marcho, no podré volver, al menos para convertirme en monja —digo
con pesar, siento angustia porque debo elegir, entre mi amor a Brianna o el temor
a salir de estos muros.
—No sabía que fueras tan egoísta Sarah. Son unos meses, después puedes
continuar tu vida de encierro, si no es en esta abadía, yo mismo te llevaré a una
en Escocia.
—¡No soy egoísta! —grito furiosa conmigo misma, porque sé que él tiene
razón.
—¿Entiendes por lo que están pasando mi hermano y tu hermana? La
alegría y a la vez el temor, la sombra de la muerte se cierne sobre ellos —me
dice mortalmente serio.
—¡Lo entiendo! —grito —¿Crees que no me duele, sentir temor y no
poder acudir al llamado de mi hermana? —digo llorando.
—Parece que no te duele lo suficiente —dice con desprecio. ——¿Así le
pagas a tu hermana lo que hizo por ti? —pregunta, y al comprender que él sabe
lo de mi marido, hace que desee morir.
—¿Que es lo que sabes? —pregunto avergonzada.
—Todo.
—¿Todo? —pregunto a punto de estallar —No lo creo James Mackencie,
¿ves esto? —pregunto mientras le enseño mis blancas muñecas. ——¿Ves estos
cortes? Los hice la primera vez que William y Donald me violaron, ¡los dos a la
vez! —grito presa del odio, del dolor que llevo dentro.
El solo me mira con lástima y eso es lo que más odio.
—Siento mucho lo que te ha pasado Sarah, eras una niña —dice
acercándose a mí, yo retrocedo.
—¡No te acerques! —le ordeno —No soporto tener a ningún maldito
hombre a mi lado —el solo se queda quieto, esperando por mí.
—Sarah, tanto mis hombres como yo estamos cansados —dice sin
acercarse —Mañana al despuntar el alba, partiremos hacia Eilean Donan. Si no
sales, daré por sentado que tu hermana no significa nada para ti y me marchare,
pero juro que yo jamás podré perdonarte.
Se da la vuelta para salir del despacho y dejarme sola, sus palabras se me
han clavado en el corazón.
—¿Que me importa tu odio? Al menos sentirías algo por mí…. durante
todos estos años he sido invisible para ti —digo desolada.
—Eso no es cierto Sarah —dice sin volverse a mirarme, sale y me deja
sola una vez más.
No soporto más el dolor y me dejo caer de rodillas llorando como una
loca, llorando por todo lo vivido, por Brianna, por mis sobrinos, por James…
pero sobre todo por todos los demonios que aún están dentro de mí, matándome
cada día un poco más.
(James Mackencie)
¿Qué me importa tu odio? Al menos sentirías algo por mí…
Esas palabras de Sarah no salen de mi cabeza, como tampoco sale de mi
mente lo que he visto de ella.
La Sarah que está ahí dentro no es la chiquilla risueña y alocada que
conocí, me duele ver que en sus ojos ya no brilla esa hermosa luz, que en su
rostro ya no hay color, que no ríe.
Es un cascarón vacío, como ya me advirtió Brianna, lo que estoy
convencido que ella no sabe ni la mitad de lo que su pequeña hermana vivió con
los MacFerson, saber que ella se intentó quitar la vida me ha revuelto el
estómago.
Me siento culpable, sé que no fui yo quien la obligo a casarse, pero ella lo
hizo con la esperanza de escapar de un amor al que yo no podía corresponder, al
menos no como ella quería, cinco años después debo reconocer que, si yo no
hubiera conocido a Helen antes que a Sarah, no sé que hubiera pasado. Esa
pequeña loca tocó una parte de mi corazón, aunque me negué durante mucho
tiempo a reconocerlo.
Pero amaba a Helen, no puedes amar a dos mujeres a la vez, ¿no?
Además, Sarah era una niña, yo estaba seguro de mi amor por mi
prometida, Helen me aportaba seguridad, tranquilidad, Sarah era el fuego, Helen
el agua.
Sarah en ese tiempo era la locura personificada, y yo ya estaba cansado de
locuras, quería tranquilidad y un hogar lleno de niños, pensé conseguirlo y solo
conseguí quedarme solo, Helen y mi hijo hace casi cuatro años que están
muertos, y su muerte pesa sobre mi conciencia, es algo que nunca podré olvidar.
Ella no se merecía morir, tan joven, tan buena, y mi pequeño hijo, lloré durante
días. Yo mismo me encargué de enterrar a ambos. Están juntos, como debe ser, y
algún día yo me reuniré con ellos.
El tiempo ha pasado y el dolor ha menguado, pero nunca los olvidaré, no
he vuelto a casarme ni tengo pensado hacerlo, Alex es el Laird y ya tiene
herederos, así que yo no tengo ningún problema, todo lo que tengo será también
para mis sobrinos, todo quedará dentro del clan Mackencie.
Casi está anocheciendo, y tanto mis hombres como yo debemos descansar,
el viaje ha sido largo, espero que Sarah venga conmigo, si no Brianna va a
matarme, aunque pensándolo bien si no lo hace ella, lo hará Sarah cuando
descubra que le he mentido para sacarla del convento, aunque espero que
entienda que es por su bien, ella era una mujer tan llena de vida que me dan
ganas de matar a esos bastardos por todo lo que le han hecho. Lástima que
Brianna mató al miserable de Donald, aunque William sigue vivo y es algo que
tengo intención de remediar.
Voy a matar a William MacFerson.
Después de cenar, todos nos disponemos a dormir unas horas antes de
emprender el viaje de vuelta. Deseo llegar otra vez a mi hogar, pero quiero
hacerlo con Sarah a mi lado…. por Brianna, claro.
Finalmente me duermo, pero sueño con alguien que hacía tiempo no
aparecía en mis sueños.
—James —me llaman en un susurro —James, despierta.
Abro los ojos y veo a mi amada Helen sonriéndome.
—Helen, mi amada Helen —le digo intentando tocarla, cuando lo consigo,
ella solo me mira con ternura en sus ojos.
—Mi amado James, debes dejar de culparte, tú no eres el culpable de mi
muerte, ni la de nuestro hijo —dice seria ——El señor nos llamó a su lado,
porque ya era nuestra hora.
—No es justo Helen —le digo furioso.
—Muchas cosas no son justas querido —sonríe triste —Estamos bien,
saca de tu corazón la pena y la culpa, ella te necesita.
—¿Ella? ¿Quién? —pregunto extrañado.
—Ella te necesita desde hace mucho tiempo, y tú a ella —dice triste.
—¿Quién me necesita? Yo solo te necesitaba a ti.
—Puede que en algún momento fuera así, pero tú y ella estáis destinados a
estar juntos, desde hace mucho tiempo, yo solo fui un desvío en tu camino, tú
fuiste mi alma gemela, pero yo no soy la tuya —dice triste de nuevo.
—No digas tonterías Helen, tú fuiste la mujer que más amé y a la que
amaré hasta la muerte —digo convencido.
—Me amaste, sí, pero hay muchos tipos de amor… tú amarás de nuevo
con una pasión y una fuerza que jamás pudiste imaginar —lo dice tan segura que
me asusta.
—¡Jamás! —grito.
—Lo harás —dice firme —Júrame que lo harás, déjame ir…. Cuida de
ella, rescátala del infierno en el que vive constantemente —me súplica.
—Helen no, no quiero amar de nuevo…
Ella parece que está desvaneciéndose….
—Ya lo haces, siempre lo has hecho, deja de pelear contigo mismo,
¡sálvala! —grita cuando ya se ha desvanecido ante mis ojos.
Despierto de golpe bañado en sudor, miro a mi alrededor, pero nada está
pasando, todos están dormidos, el Sol está a punto de salir y yo ya no voy a
poder pegar ojo. Decido levantarme y prepararme.
Miro hacia la gran puerta del convento, está cerrada y no sé si se abrirá
antes de tener que partir.
Lo hará… me parece escuchar, me giro y nadie está a mi lado,
definitivamente estoy volviéndome loco.
Despierto a mis hombres, preparamos los caballos.No queda mucho por
hacer, no puedo retrasar mi partida, le di tiempo suficiente para que pensará y
decidiera lo que su corazón deseaba. Estoy asustado, espero un rato más, pero es
en vano, nadie abre la puerta así que completamente desilusionado ordeno a mis
hombres partir, monto a mi caballo y cuando me dispongo a espolearlo, escucho
un fuerte ruido a mis espaldas.
—¡Espera James! —oigo gritar, me giro y en la puerta está Sarah, vestida
igual que ayer.
Desmonto y me dirijo hacia ella, ella aún no ha salido hacia fuera. La veo
aterrada.
—Vamos Sarah, sal —la animo. Ella está temblando y odio verla así.
—No puedo James, juro por Dios que lo estoy intentando —llora.
—¿Me dejas acercarme? —sé que no quiere que ningún hombre la toque y
respeto su miedo.
—¡No! —grita —ya salgo…
Ella suelta la puerta y da varios pasos hacia mí, se detiene mira hacia atrás,
respira profundamente y sigue andando hacia adelante, y yo no puedo sentirme
más orgulloso de ella. Está aterrada, pero sigue hacia delante.
—Trae un caballo para Lady Sarah —ordeno a Seth.
Cuando lo traen, ella acaricia la cabeza del animal sonriendo y me encanta
ver esa sonrisa en sus labios.
—¿Te ayudo a montar? —sabiendo cuál será su respuesta.
—No hace falta, gracias —dice mientras monta como si no hubiera pasado
tanto tiempo en el convento.
Monto a mi caballo y cuando estamos los dos juntos la miro a sus ojos
llenos de miedo, pero también de decisión.
—Volvamos a casa Sarah, con la familia —ella solo asiente y yo
emprendo la marcha.
Capítulo III
(Sarah MacFerson)
Despunta el alba y yo estoy sentada en mi camastro, nerviosa,
aterrorizada.
Ayer hablé con la Madre Superiora, me dio su bendición, soy libre de
marchar, pero no es lo que yo deseaba, al menos hasta saber que mi querida
hermana está en peligro.
Después de horas de pensar y de intentar convencerme a mí misma que yo
soy lo suficientemente fuerte para enfrentarme a la vida fuera de estos muros,
sigo aquí, sentada, aferrada a mi bolsa con las pocas pertenencias que poseo. Sé
que debo moverme, salir de aquí, porque si no será demasiado tarde y James
partirá pensando que no amo lo suficiente a Brianna.
Me levanto de golpe y sin pensarlo mucho más, lanzó una última mirada a
estas cuatro paredes que me han protegido durante años, las que han sido testigos
de mis más terribles pesadillas, las que en el silencio de la noche han sido
espectadoras mudas de mis sollozos y carceleras de mis demonios. Salgo y echo
a correr por el largo y silencioso pasillo, llego hacia la gran puerta cerrada y la
abro de golpe, rezando por no llegar demasiado tarde.
—¡James espera! —grito asustada al verlo dispuesto a partir.
Él, al oírme, se gira a verme y puedo apreciar una sonrisa de alivio,
escucho como da la orden de esperar a sus hombres, desmonta y se acerca a mí.
Necesito el valor para cruzar este umbral, pero tampoco quiero que me
toque, no soporto si quiera que se acerque demasiado
—¡No! —digo demasiado alto, el solo se detiene —Ya salgo…
Cuando salgo finalmente por la puerta, respiro hondo intentando calmar
mi corazón, giro para ver por última vez la hermosa abadía que ha sido mi hogar
durante tanto tiempo y me despido de todo y todas, siempre estarán en mi
corazón y en mis oraciones.
Traen un caballo para mí y, aunque James se ofrece a ayudarme, declino la
oferta, subo a un gran caballo pardo que me ha enamorado y me encanta la
sensación de volver a estar sobre un animal tan noble.
—Volvamos a casa Sarah —dice James.
Casa… hace años que dejé de tener un hogar al que volver, no sé en que
momento ocurrió, pero ya no siento que pertenezca a ningún lugar.
—Yo no tengo hogar, Mackencie —respondo enfadada de repente con él,
con el destino, conmigo misma.
—Tu hogar es donde esté tu familia, al ser inglesa no comprendes lo que
eso significa, claro —dice tranquilo ante mi arrebato de ira.
—Soy inglesa y no por eso amo menos a mi familia que tú a la tuya. —
sigue enfadándome.
—Tal vez… yo amo a mi hermano, a la tuya y a mis sobrinos —dice
mirándome serio, ante la mención de que él no quiera a su familia tanto como
yo.
—¿Helen y tus hijos no entran en tus afectos? —pregunto burlona, para
intentar esconder los celos.
Él me mira con una furia inmensa, hasta me asusta su mirada, aunque sé
que él no me hará daño o eso creo.
—No vuelvas a nombrarlos —me ordena con un gruñido, yo solo aparto la
vista de él y emprendo la marcha un poco más hacia delante, pero sin acercarme
a los demás hombres.
El tiempo pasa, las millas son recorridas. Estoy cansada, pero no pienso
pedirle que paremos, me niego a hablar con un demente, no entiendo porque se
mostró tan furioso por solo recordarle a Helen y sus hijos, ni volveré a
preguntarle nada más, solo espero que al llegar al hogar de mi hermana me deje
allí y se marche al suyo, debe echar de menos el lecho marital, pienso con asco.
—Sarah —me llama el estúpido que ocupa mis pensamientos.
Lo ignoro, escucho como suspira irritado y hasta me produce un poco de
gracia, aunque intento no reírme. Parece un niño pequeño con una pataleta.
—Sarah —vuelve a llamarme perdiendo la paciencia —, ¡detente! —me
ordena. Vuelvo a hacer oídos sordos a sus órdenes.
Escucho como espolea su caballo y se pone a mi lado, coge las riendas de
mi caballo y lo detiene bruscamente.
—¿Pero qué demonios haces irascible patán? —grito asustada y furiosa.
—Vaya, Lady Sarah, para ser casi una novicia tiene la lengua como una
cortesana —dice alzando la ceja burlón.
—¡Dios mío, perdóname! —exclamo alzando la vista hacia el cielo azul,
despejado de nubes.
—Sarah, debes cabalgar conmigo, sé que no estás cómoda con tanto
hombre a tu alrededor, créeme que lo comprendo —dice en tono tranquilizador.
—¿Lo comprendes? Lo dudo James, dudo que comprendas hasta que
punto estoy destruida —le digo cansada de ver en sus ojos esa mirada de pena.
—Sarah, ¿has pensado en hablar con alguien sobre todo lo que te hace
daño? —pregunta.
—¿Y con quién sugieres que lo haga? ¿Con las monjas? Tal vez si les
hubiera contado todas las cosas que me han hecho, me habrían tachado de loca,
porque nadie en su sano juicio se imagina las atrocidades que cometieron
conmigo —le contesto a su estúpida pregunta.
—Con ellas no, las hubieras matado del susto, pero puedes hablar
conmigo —se ofrece solicito.
—No sabía que eras de esos hombres, James… —le digo burlona.
Él maldice, enfadado otra vez, me encanta sacarlo de sus casillas.
—¡Maldita sea mujer! No soy un maldito cerdo, me produce asco pensar
en todo lo que te hicieron ese par de miserables, ¡solo quiero ayudarte! —dice
alzando la voz.
—¿Quién dice que solo fueron dos? – pregunto. Veo la cara de
desconcierto ——James llegas años tarde, ahora no necesito tu ayuda. Si te sirve
de consuelo, llevo años escribiendo un diario, tal vez algún día te deje leerlo.
Le arrebato las riendas y espoleo a mi caballo, no me acerco a los demás,
pero necesito distancia entre James y yo, estar a su lado, verlo tan cerca despierta
en mí sentimientos que pensé habían muerto años atrás.
Sé que estoy siendo irracional, debería haber aceptado ya el hecho de que,
aunque yo siento que mi alma le pertenece a James, él se la entregó a Helen. He
salido del convento para estar con mi hermana y eso es lo único que debe
importarme. Debo intentar superar mis miedos y debo sacar a mis demonios y
que me dejen vivir en paz el tiempo que me quede de vida.
(James Mackencie)
Sigue siendo tan cabezota como siempre, en eso no ha cambiado.
Sé que hace un rato me he comportado como un patán al hablarle de ese
modo, sé que ella no sabe que soy viudo y que seguramente no ha preguntado
con maldad, pero al nombrar a Helen me ha hecho darme cuenta que hace
tiempo que no pienso en ella, y sé desde cuando he sido consciente de ello,
desde el momento que supe lo que le había ocurrido a Sarah mis pensamientos
han sido para ella, por ello he reaccionado así, siento que estoy traicionando a mi
mujer, a su recuerdo.
No quiere hablar conmigo, no es por que desee saber los detalles
escabrosos sobre sus abusos ¡Por Dios! De solo pensarlo veo rojo, deseo
matarlos, lo que yo quiero es encontrar a la Sarah de antaño, aunque sé que eso
es imposible, aunque ella algún día llegue a superar su pasado, aquella Sarah fue
destruida de la peor forma y me duele saber que no puedo traerla de vuelta.
Ahora comprendo un poco más a Brianna. Durante todos estos años ha
sido distante conmigo, siempre intenté hablar con ella del asunto, pero nunca
conseguí nada, ahora sé sus motivos.
Y ahora me doy cuenta de que todo empeoró cuando volvió de las tierras
de MacFerson, entonces sin nosotras saberlo ella ya había matado a Donald y
había descubierto el calvario de su hermana, desde ese momento yo casi era
invisible para ella. En ese momento me enfadé con ella porque no entendía sus
motivos para tratarme de ese modo. Ahora que lo sé todo, la comprendo y ya no
existe resentimiento por mi parte hacia ella.
En su momento me dolió, no entendí por qué perdí a la hermana que jamás
tuve, sobre todo cuando Helen murió, necesitaba a mi mejor amiga y no la tuve,
entiendo ahora sus motivos, pero no por ello duele menos. Sé que ella me culpa
del destino de Sarah y el motivo es que el dolor la ciega, no le deja ver que yo no
obligue a Sarah a casarse, mi único pecado fue no amarla o mejor dicho tener
miedo de amarla demasiado, aunque me lo negué miles de veces en ese
entonces, estoy seguro que si Helen no hubiera estado ya en mi vida, Sarah me
habría puesto de rodillas ante ella.
Eso me asustó, por ello fui brusco con ella, me asustó lo que esa muchacha
despertaba en mí, me horrorizo al pensar que tal vez podría serle infiel a Helen.
Ahora que he conseguido que dejé el convento, me preocupa cómo
afrontará la vida fuera de esos muros, la veo tensa encima del caballo, no pierde
de vista a los hombres y procura estar lo más lejos posible de ellos. Puedo ver
cuánto daño le hicieron esos miserables, no sé cómo tomará el engaño de
Brianna, ni siquiera sé si su hermana conseguirá salvarla de los miedos que la
atormentan.
Otro de los problemas que se pueden dar es que el Rey, al saber que Sarah
ha salido del convento, desee volver a casarla. Debo hablar con Alexander,
porque creo que lo mejor es mantener en secreto que ella ha salido de allí; la
muchacha no aguantará otro matrimonio, no creo que jamás deje que un hombre
se le acerque lo suficiente.
Y si soy sincero conmigo mismo, tampoco quiero que ninguno lo haga, no
quiero que nadie vuelva a dañarla. ¿Solo es por eso? Claro que solo es por eso,
yo no siento nada por ella, más que el cariño por ser la hermana de Brianna y
porque, cuando la conocí, tocó algo dentro de mí, algo que hoy día aún no sé lo
que es.
—Sarah, ¿necesitas descansar? —pregunto solicito.
—Si solo es por mi por lo que deseas hacer un alto, puedo esperar —dice
orgullosa.
No puedo evitar reír, sé que está deseando bajar del caballo, está dolorida
y lo noto en su postura tan rígida.
—Vamos a descansar un rato —ordeno —¡Hombres deteneos! – hago
saber a los míos.
Todos vamos bajando de los animales, ellos también necesitan un
descanso y refrescarse, sé que por aquí cerca hay un pequeño lago, donde todos
podremos refrescarnos y así se lo hago saber a Sarah.
—Yo iré la última, que tus hombres vayan primero —dice mirándolos
asustada.
—Sarah, estás ofendiéndome a mí y a mis hombres, ninguno de nosotros
vamos a dañarte —me enfurece que tenga tanta poca confianza en mí y los míos.
—No pretendo ofender a nadie —dice apenada —. Solo quiero estar sola.
——De acuerdo, irás la última —decido ir con los demás, de esa forma
después puedo proteger a Sarah.
Ella se sienta bajo un gran árbol que proporciona protección contra el Sol
de Agosto, el verano escoces no es caluroso en demasía, pero este año es
bastante más caluroso de lo normal.
Damos de beber a los caballos y los refrescamos, después todos nos damos
un baño en el lago de agua bastante helada, pero deseo quitarme el sudor del
cuerpo. Lo hago rápido, porque no me gusta perder de vista a Sarah mucho
tiempo. Aunque ya estamos en tierras escocesas, aún estamos bastante cerca de
Inglaterra, no confío en los escoceses que viven por aquí, hasta que no llegue a
las Tierras Altas no estaré tranquilo.
La encuentro donde la deje al irme, está mirando hacia el horizonte, pero
tal parece que no está contemplando el paisaje, parece que está muy lejos de aquí
y me pregunto que será lo que ronda por su mente, ¿tendrá miedo? ¿estará
ansiosa por ver a su hermana y sobrinos? No sé qué hacer o decirle para traerla
de vuelta, ella no confía en mí, y yo tampoco confío en mí mismo, tiene el poder
de sacarme de mis casillas en minutos, es testaruda y no acepta mi ayuda para
nada, mi preocupación es sobre esta noche, ¿cómo vamos a dormir? Tanto yo
como mis hombres no vamos a irnos muy lejos de ella, y no creo que se sienta
cómoda con la situación si ni siquiera soporta cabalgar cerca de nosotros, ¡esto
es un maldito problema! La entiendo, juro que lo hago, pero me desespera el
miedo que ella siente, yo nunca permitiría que la dañaran, no de nuevo.
—Sarah, puedes ir a bañarte —le digo y ella se sobresalta.
No dice nada, solo asiente y se marcha. Está claro que no voy a dejarla
sola, no voy a importunarla, pero dejarla sola en el lago es una locura, me
aseguro de que todos mis hombres estén en el campamento, ya que he decidido
pasar la noche aquí y continuar el viaje al amanecer. Ellos se quedan preparando
un buen fuego y la cena y yo me voy acercando hacia donde esta Sarah. Veo
cómo va desnudándose, no quiero ver nada, pero cuando estoy a punto de
girarme y darle algo de privacidad, lo que veo me deja horrorizado. En la
espalda tiene algo que a leguas se nota que ha sido marcado a fuego, parecen
letras y cuando ella se mete en el agua y se aparta su largo cabello puedo ver
mejor que es lo que significan, mi sangre hierve de rabia, ¡ese maldito bastardo
la marco con sus iniciales! ¡Dios mío! ¿Qué te hicieron muchacha?
Me alejo un poco para darle privacidad, pero no puedo dejar de pensar en
todo el infierno que esa pobre mujer tuvo que pasar, si yo hubiera sabido algo de
eso, yo mismo hubiera ido a rescatarla, ¿por qué no pidió ayuda? Eso me
enfurece, si hubiera pedido ayuda tanto yo como Alexander hubiéramos ido en
su busca, pero ella no lo hizo, ¿por qué? Pienso mientras le doy una fuerte
patada a una piedra. Esperó hasta que Brianna fue de visita y estoy seguro de que
no habría contado nada si mi cuñada no llega a ver lo que vio seguramente Sarah
seguiría allí, torturada y violada cada día, o mucho peor, muerta.
Está tardando demasiado, pero cuando me dispongo a volver, ella ya viene
de camino, se detiene bruscamente al verme y en sus ojos vuelve a aparecer el
recelo.
—¿Desde cuándo estás aquí? —pregunta.
—No he ido hasta el lago, tranquila —miento —Pero no podía dejarte
sola, aún no estamos en Tierras Altas.
—Está bien…. —se dispone a pasar de largo por mi lado.
—¿Porque nunca pediste ayuda? —ella se detiene, pero no me mira.
——Era mi castigo por no amar a mi esposo —y sigue su camino
dejándome con la boca abierta por tal tontería.
¿Quién demonios le lleno la cabeza de estupideces? El no amar a su
marido no les daba derecho a tratarla como lo hicieron, y ella parece que no
comprende. Seguro se le hizo muy fácil manipular a una niña. Cada vez los odio
más.
Cuando vuelvo al claro donde hemos acampado, no la veo por ningún
lado, pero Liam me señala el árbol donde horas antes estuvo sentada y,
efectivamente, allí está, lo más alejada posible de los hombres, aunque ello
signifique estar lejos del fuego.
—Sarah, acércate al fuego —ordeno furioso por su comportamiento.
Ella se tensa y me mira desafiante.
—Aquí estoy bien, gracias —dice con los dientes apretados.
—La noche va a refrescar, debes descansar al lado del fuego —intento
razonar con ella.
—No voy a dormir rodeada de hombres, James —dice a punto de perder el
control.
—¡Te he dicho que no vamos a hacerte daño, mujer! —grito.
Baja la cabeza y por un momento pienso que no va a levantarse, pero si lo
hace, dejándome asombrado, pasa por mi lado teniendo cuidado de no tocarme
siquiera y se sienta en el fuego.
Mis hombres intentan no incomodarla, yo me acerco y le doy un poco de
carne y cerveza. Ella la acepta y come en silencio, yo me pongo a hablar con los
míos, intentando que ella se tranquilice al ver que nadie está prestándole
atención, sé que le incomoda que la miren y mis hombres y yo respetamos eso.
Después de la cena, preparo para Sarah una cama improvisada con pieles y
le informo que cuando desee puede dormir. Veo el terror en su mirada y quiero
tranquilizarla, siento deseos de abrazarla, pero sé que nunca va a permitir que me
acerque lo suficiente.
—Sarah comprende, no puedo dejar que duermas apartada de nosotros,
pero por favor deja el miedo que te atormenta, nadie va a tocarte ni a mirarte
siquiera —le aseguro.
—Entiendo que no puedo dormir lejos de vosotros —dice seria —Cuando
llegue a Eilean Donan dormiré mejor —afirma.
Se marcha y la veo tumbarse y taparse casi hasta perder de vista su cuerpo.
Decido dormir lo más cerca posible sin que la moleste y me dispongo a
descansar un rato, el viaje es largo y tener que lidiar con Sarah es una completa
batalla.
No sé cuántas horas han pasado cuando un grito de agonía me despierta a
mí y a mis hombres. Todos nos levantamos rápido, empuñando nuestras espadas.
No hay ninguna amenaza. Corro hacia donde esta Sarah y veo que no hay nadie
alrededor, ¿entonces? Me sobresalto cuando vuelvo a escucharlo, ahora más
cerca, ya que es Sarah quien grita de esa manera. Se revuelve entre las pieles, su
cara es de puto dolor y vuelve a gritar y yo sin poderlo soportar ver cómo sufre.
Me inclino hacia ella, zarandeándola.
—¡Sarah, despierta! —le grito – Sarah, solo es una pesadilla.
Ella abre los ojos llenos de terror y lágrimas, al verme se aparta de mí de
golpe y no sé qué puedo hacer para ayudarla.
—¿Estás bien? —pregunto.
—Si, solo ha sido una pesadilla, lo siento si os he despertado —dice sin
mirarme.
—¿Con qué soñabas? —pregunto aún preso del malestar que ha
provocado verla sufrir de ese modo.
—Lo mismo de siempre, el demonio sigue haciéndome daño —contesta
mientras vuelve a acomodarse entre las mantas.
—Sarah… —no sé que decir.
—Vuelve a dormir, James —me da la espalda y yo solo deseo acostarme a
su lado y alejar a todos sus demonios para que pueda dormir una noche en paz.
Vuelvo a mi sitio y Liam, que es el que está más cerca de mí, solo mira a
Sarah con una lástima infinita. Son más o menos de la misma edad.
—¿Que le hicieron a esa pobre muchacha? —dice apenado.
—Destrozarle la vida —digo con rabia —. Durmamos, queda mucho viaje
por delante.
Pasan las horas y yo solo estoy mirando a Sarah, vigilando su sueño,
preocupado por si ella vuelve a tener esas horribles pesadillas, pero el amanecer
llega sin que en el campamento vuelva a escucharse esos alaridos de pánico.
La despierto y después de desayunar y preparar todo, volvemos a montar a
nuestros caballos, dispuestos a llegar a más tardar mañana a Eilean Donan.
Suerte que la abadía no estaba muy lejos de la frontera.
—Sarah, mañana llegaremos al hogar —le digo esperando una sonrisa en
su bello rostro.
—Sí James, vuelvo al hogar —dice suspirando, pero no dice nada más y
sé que no volverá a hablar a menos que yo le pregunte.
Espero que Brianna pueda ayudarla…
Capítulo IV
Cerca de Eilean Donan, Escocia 1467
—¿Falta mucho para llegar? —pregunto cansada. Llevo varias noches
durmiendo peor de lo normal, las pesadillas han regresado con más fuerza, son
más terroríficas.
—No mucho Sarah, falta poco para que vuelvas a ver a tu hermana —
responde contento.
No digo nada más, no porque no esté feliz de reencontrarme con mi
querida hermana, sino porque temo por lo que nos depara el futuro, y porque
desde que Brianna me rescató de ese infierno no volví a verla. Yo, siendo
consciente de que nunca más saldría de la abadía, le pedí que me dejará allí solo
por un tiempo, le mentí y ella no se merecía que lo hiciera.
Son tantos los motivos por lo que no merezco el perdón que me siento
ahogada de remordimientos y tormentosos recuerdos.
Cada vez estamos más cerca y los nervios hacen presa en mí, además que
salir al mundo exterior después de casi cinco años ha sido difícil, añadiendo
además que viajo con varios hombres. Debo reconocer que todos son
respetuosos y que poco a poco he dejado de sentir ese terror que me domina sin
dejar espacio para nada más en mi mente.
Lo que más deseo es ver a Brianna y a mis sobrinos, y poder cuidar de
ella, porque mi propósito es que mi querida hermana no muera entre mis brazos,
soportará un parto más y yo misma amenazare a Alexander, si vuelve a poner en
peligro a mi hermana soy capaz de cualquier cosa.
—Mira allí a lo lejos Sarah, ya se ve la torre de Eilean Donan —me avisa
James sacándome de mis pensamientos.
Y es cierto, a lo lejos con los últimos rayos de Sol de fondo, se encuentra
Eilean Donan, el hogar de los Mackencie, el hogar de mi querida hermana, y
solo deseo que las millas que nos separan ahora mismo desaparezcan para volver
a abrazar a la persona que es capaz de dar todo por mí, y a la que en mi egoísmo
no he agradecido bastante lo que hizo por mí en su día, pero pienso remediar
eso.
Recorremos el camino con paciencia, algo que no siento en estos
momentos, pero sigo el paso que impone James. Él me mira de vez en cuando
como si supiera que lo único que deseo es salir a galope y traspasar el puente y
las grandes puertas de Eilean Donan.
Cuando finalmente recorremos el gran puente de piedra y cruzamos el
portón, puedo ver que toda la familia está esperando por nuestro regreso, puedo
ver a mi hermana igual de nerviosa y a su esposo intentando tranquilizarla.
Cuando llegamos, no puedo esperar por abrazarla, así que sin esperar que James
me ayude a bajar de mi montura, salto del caballo y corro como si el fin del
mundo estuviera cerca. Brianna hace lo mismo, suelta la mano de Alexander y
corre a mi encuentro. Cuando nuestros cuerpos chocan y nos fundimos en un
fuerte abrazo rompemos a llorar, solo nosotras sabemos todo lo que nos une, y
no solo por ser familia.
—Mi pequeña Sarah —dice mi hermana sollozando —Ya estás en casa,
estás conmigo —me aprieta contra si.
—Hermana —suspiro, siento alivio, como si durante estos años una gran
losa me estuviera aplastando el pecho.
Nos separamos y rompemos a reír al mirarnos a la cara. Brianna no ha
cambiado nada, sigue igual que la última vez que la vi. Ella me mira intentando
leer mi alma, ve en mí los cambios que el destino tenía para mí.
Ya no tengo quince años, ya no desprendo inocencia, mis ojos ya no
brillan, ya no río sin preocuparme por nada, ni siquiera encuentro paz
durmiendo.
—Aquí te vas a recuperar, quiero a mi hermana Sarah de vuelta —me dice
convencida.
—Ya estoy aquí Brianna —respondo sin entender de que habla.
—No, no lo estás… —niega triste —Pero lo estarás.
Niego sin saber a que se refiere, pero los gritos de unos niños nos sacan de
nuestra burbuja, y cuando miro por encima del hombro de mi hermana veo a mis
tres sobrinos corriendo hacia nosotras, sonrió feliz al verlos sanos y fuertes.
Valentina es la primera en llegar hasta mí, me abraza y yo a ella, me
emociona esta muestra de cariño, ya que para ellos soy una desconocida,
Valentina se parece a Alexander, cabello oscuro y ojos azules, aunque la carita
me recuerda a Brianna.
Y los gemelos, son como dos gotas de agua, ambos rubios y con los
mismos ojos que mi hermana. Los abrazo como hice con mi sobrina, ellos son un
poco más reacios a las muestras de afecto, y aunque me duele, no puedo
culparlos.
—No se lo tengas en cuenta, mis hijos son guerreros —escucho la voz
ronca y profunda de mi cuñado.
Cuando lo miro, veo que el tiempo si ha pasado por él, tiene algunas
arrugas que antes no tenía, pero sigue siendo igual de apuesto que antaño.
—Alexander —saludo sin acercarme a él. Él parece que quiere abrazarme
y me tenso esperando el contacto que no quiero.
—¡Alexander no! —habla por primera vez James —A Sarah no le gustan
los abrazos —que escusa más estúpida, pienso.
—Acaba de abrazar a mi mujer e hijos —responde un poco molesto y yo
me avergüenzo, no quiero que piense que tengo algo en contra de él.
—Alexander, James no se ha explicado bien, no me gusta abrazar a los
hombres, lo siento —bajo la cabeza muerta de vergüenza y siento a Brianna
abrazarme contra ella, sollozando.
—Lo siento Sarah —parece avergonzado —. Se bienvenida a Eilean
Donan, tu hogar durante todo el tiempo que lo desees.
—Gracias Alexander —respondo aliviada.
—Llámale Alex, no hace falta tanta formalidad Sarah ——dice mi
hermana, sonriendo. —Vamos dentro para que te refresques y descanses antes de
la cena.
Nos marchamos dejando atrás a los hombres y yo no puedo evitar volver
la vista y mirar a James. Está hablando con su hermano y ambos tienen una cara
tan seria que asusta, él parece sentir mi mirada, porque sus ojos se encuentran
con los míos, me sonríe como intentando tranquilizarme y yo aparto mi mirada
de él y me alejo con mi hermana hablándome sobre todo lo que ha pasado en
estos últimos años.
—Sarah esta es tu alcoba —dice abriendo una gran puerta: dentro hay un
gran lecho, un tocador, una chimenea, el armario y una gran ventana con una
vista hermosa a los campos en flor.
—Gracias Brianna —respondo.
—Espero sea de tu agrado, no es gran cosa, pero….
—Brianna, está habitación es diez veces mejor que la que tenía en el
convento —intento tranquilizarla.
—¿Porque Sarah? —pregunta angustiada —¿Por qué me mentiste?
—¿Me habrías dejando allí? Si te hubiera dicho que mi intención era
quedarme en el convento hasta el fin de mis días ¿me habrías dejado? —
pregunto sabiendo ya la respuesta.
—No —responde sinceramente, algo que ya sabía.
—Entonces ahí tienes la respuesta hermana —digo tranquila.
—Sarah, esconderte no borrará tu pasado, mereces ser feliz, tener una
familia a la que amar —susurra sentándose en el lecho, como si estuviera
cansada.
Me arrodillo ante ella, me preocupa su salud, no quiero cargarla con mis
demonios, con mis temores y recuerdos.
—Brianna, mi deseo es vivir tranquila lo que me quede de vida, nada más
—le digo con sinceridad. —No deseo familia, porque no soy capaz de acostarme
con un hombre para tenerla.
—Pero no lo has intentado Sarah, si conocieras un buen hombre y lo
amarás…
—No deseo amar de nuevo Brianna —digo levantándome veloz. —Una
vez amé con todo mi corazón y ello me produjo un dolor tan grande que me
llevó a cometer el mayor error de mi vida, algo que me perseguirá hasta el día de
mi muerte.
—¡Por amor de Dios! Tienes veintiún años todavía, muchacha, no puedes
dejar que ese calvario destroce más tu vida —exclama nerviosa y furiosa a la
vez.
—Brianna tranquilízate por favor —suplico asustada —No hablemos más
de ello, vine para cuidarte y pasar un tiempo con tu familia, cuando no me
necesites, volveré al convento y me haré monja de clausura, no hay nada en el
mundo que yo deseé disfrutar por el resto de mi vida, allí me siento segura.
Siente como su hermana quiere replicar sus palabras, pero se contiene,
asiente con la cabeza de forma brusca y cambian de tema. Brianna le cuenta lo
que ha ocurrido en los últimos años, como el amor entre ella y Alex crece cada
día, como su matrimonio es lo que siempre soñó y ella no puede sentirse más
feliz por ella.
—¿Y madre? ¿y las demás? —pregunto interesada, ya que en el convento
no podía tener una correspondencia muy seguida, desconozco muchas cosas.
—Madre vive con Jane cerca de Londres, ya que Jonathan necesita viajar
mucho, tienen una casita a las afueras, ya sabes que ambas odian la ciudad —me
explica riendo. —Jane tiene dos niños, Jhon y Samuel, y Clarisse solo tiene una
niña, por ahora, se llama April.
—Ojalá pudiera verlos a todos —susurro con pena, no solo por ser una
extraña para mi propia familia, si no por todo lo que quería y no conseguí.
Recuerdo las noches en vela que pasábamos mis hermanas y yo hablando de los
hijos que íbamos a tener, de cómo sería nuestro marido, y mis sueños hace años
que se convirtieron en pesadillas.
—Los verás —afirma abrazándome de nuevo, como si así quisiera
confirmar que estoy aquí, que soy real. —He pedido que te preparen un buen
baño, después puedes bajar a cenar, o si estás muy cansada pueden subirte algo
aquí —dice mientras se levanta.
——No, por supuesto que bajaré a cenar, que falta de respeto para tu
esposo que no lo hiciera —respondo.
——Por Alex no te preocupes, te darás cuenta muy pronto que aquí las
cosas son distintas de Inglaterra. Baja cuando estés lista, te estaremos esperando.
Sale dejándome sola por poco tiempo, ya que dos doncellas entran con la
bañera y dos más con cubos de agua humeante, dando órdenes entra una
muchacha no mayor que yo, y no puedo evitar mirarla, me recuerda a alguien
¡Marie!
—¡Marie! —grito en el momento que reconozco a la mujer muy
embarazada que tengo delante.
—Lady Sarah, estoy encantada de volver a verla —dice sonriendo, con esa
sonrisa que la caracteriza.
—¿Como has estado Marie? —pregunto contenta.
—Bueno, puede ver que bastante ocupada —dice señalando su estado
avanzado de embarazo.
Ambas reímos y sé que entre ambas hay muchas preguntas, el tiempo que
vivió en Inglaterra con nosotros le tomé especial cariño, ambas sufríamos un
amor no correspondido y nos hicimos amigas muy rápido.
—Veo que al fin te casaste, ¿quién es el afortunado? —pregunto queriendo
saber todo de su vida.
—Es Ian, mi señora… durante mucho tiempo lo rechacé, incluso cuando
volví a Eilean Donan, pero el volvió a ganarse mi corazón, nos casamos hace
cuatro años, tengo un pequeño de tres años y el que viene en camino —dice
sonriente, mientras acaricia su abultado vientre.
—Me alegro mucho Marie, rece mucho porque tú y Brianna encontrarais
el camino de la felicidad, siempre supe que Ian volvería a ti —exclamo con
júbilo.
—Le ayudo a desvestirse, mi señora —dejo que me ayude porque le tengo
confianza, y no me paro a pensar en lo que tanto intento esconder, y no pienso en
ello hasta que cuando estoy completamente desnuda ante ella, escucho un jadeo
y luego sollozos ahogados, me giro intentando evitar que siga viendo mis
cicatrices, aunque el daño ya está hecho.
—¡Por Dios, mi señora! —exclama intentando contener el llanto—¿Que le
hicieron?
Se que ha visto mi marca, sé que ha visto las cicatrices de los latigazos,
me avergüenzo, pero no puedo hacer nada por ocultar algo que ya ha sido visto.
—Me mataron en vida Marie, me arrebataron mis sueños y esperanzas, me
arrancaron lo más preciado, y aún me siguen persiguiendo los recuerdos —digo
metiéndome en la tina.
—Sarah… —sé que está verdaderamente afectada o no me llamaría por mi
nombre de pila —Siento tanto todo el infierno que has tenido que pasar —rompe
en llanto y yo solo quiero desaparecer, eso es lo que más odio: la compasión.
—Márchate Marie, no es bueno que en tu estado te pongas así de nerviosa,
te ruego no le digas nada a Brianna, nadie ha visto los horrores que aún carga mi
cuerpo y no quiero que nadie más sepa —le ordeno con brusquedad.
—Sí, mi señora. Siento mucho si la he incomodado, no diré nada —se
marcha rauda. Sé que ella tenia tantas ganas de marcharse como yo de que lo
hiciera.
Me baño rápidamente, no soporto siquiera tocarme yo, me visto con un
vestido violeta que me han traído las criadas, supongo que es de mi hermana. Me
queda un poco grande, estoy más delgada que cuando era más joven y eso se me
nota, ya que siempre pude compartir ropa con mis hermanas sin ningún
problema.
Bajo sin mucho ánimo a lo que creo que es el salón, en él se encuentra mi
cuñado y James. Al verlo me da un vuelco el corazón: pensé que se marcharía a
su hogar raudo para ver a su familia. Quiero correr otra vez a la protección de mi
recámara, pero sé que es demasiado tarde cuando Alex me ve y con una franca
sonrisa me invita a unirme a ellos. No puedo hacer nada por declinar la
invitación, así que le ofrezco la mejor sonrisa y me acerco al fuego, él me ofrece
cerveza o whisky para beber. Acepto la cerveza; el whisky es demasiado fuerte
para mí, y más el escocés.
—Sarah, ¿son de tu agrado tus aposentos? —pregunta mi cuñado.
—Oh sí, por supuesto Alex.
—Brianna se pasó una semana arreglando todo para tu llegada —dice con
una sonrisa que refleja todo el amor que siente por mi hermana.
—Estoy feliz de estar aquí —respondo y lo digo de verdad.
—Y nosotros de que lo estés —dice mirando a su hermano. James no ha
hablado en ningún momento, solo me mira y eso me está poniendo nerviosa. —
He visto que Marie ha salido de tu alcoba algo afligida, ¿te ha molestado de
algún modo? —pregunta serio.
—¡No! —exclamo horrorizada. —Por supuesto que no, solo que ella vio
algo que la espantó, eso es todo ——no quiero dar muchos detalles, pero
tampoco deseo que Marie sea castigada por mi culpa.
—¿Que fue lo que vio? —pregunta extrañado, aun sin entender que tan
malo ha sido lo que Marie ha visto.
—Tengo unas marcas algo feas en la espalda eso, es todo, fue un accidente
—intento que no le dé importancia, no puedo mirarlo a la cara, James tiene un
semblante que por un momento llega a asustarme, ¿que es lo que he dicho para
enfurecerlo de ese modo?
Se levanta brusco y soltando maldiciones en gaélico se marcha sin mirar
atrás, yo me siento horrible, siento que llegué a esta casa a perturbar la paz de
todos.
—Disculpa al imbécil de mi hermano —espeta Alex enfadado ——En
ocasiones me arrepiento de no haberle zurrado cuando era más pequeño.
—¡Aquí estás, Sarah! Fui a buscarte y me asuste al no verte en la
habitación —entra rauda mi hermana. Alexander la sienta sobre sus rodillas para
besarla, yo aparto la mirada incomoda.
—¿Y James, esposo? —pregunta extrañada.
—Se fue hace unos minutos, necesitaba tomar aire —responde mi cuñado,
yo le agradezco con la mirada su silencio y el solo asiente con una sonrisa.
—James cada vez está más raro, con los años empeora —dice Brianna con
el entrecejo fruncido.
—¿Pasa mucho tiempo en Eilean Donan? ¿Helen no lo echa de menos? —
pregunto sin poder contener ya mi curiosidad.
—¿No le contaste nada? —pregunta Alexander confundido.
—Durante estos años hemos hablado poco, y siempre he procurado no
nombrarle a tu hermano…
—¿Qué es lo que debería haberme dicho? —exclamo ansiosa.
—Que soy viudo desde hace cuatro años —responde la voz grave de
James desde la puerta.
Todos lo miramos, Alexander con pena, Brianna también y algo que no sé
reconocer, y yo no puedo creer lo que acabo de escuchar, ¿Helen muerta? ¿Por
qué? ¿Y el niño? No sé qué decir, nunca pude odiar a esa mujer y saberla muerta
me entristece, era tan dulce y gentil…
—Lo siento James, ¿y tu hijo? —pregunto con miedo.
—Muerto —responde seco —¿Vamos a cenar de una vez? —se gira y se
dirige hacia la gran mesa donde ya está todo servido.
Durante un buen rato nadie habla, estamos en silencio, yo estoy incomoda,
solo quiero irme a mi alcoba y no salir hasta mañana, pero la llegada de Ian y
Marie rompe esta tensión tan horrible.
—Buenas noches —saluda Ian, lo veo igual que la última vez que nos
vimos, aunque puedo notar que su brazo no quedó bien del todo. —Lady Sarah,
un placer volver a verla —dice inclinando su cabeza hacia mí.
—El placer es mío Ian, me alegro de ver que estas bien y que finalmente
formaste una hermosa familia junto a mi adorada Marie.
Todos reímos, todos menos James, que está cenando en silencio, como si
estuviera muy lejos de aquí. Me siento mal por él, perder al amor de tu vida es
horrible, que la muerte te lo arrebate debe ser un golpe difícil de superar.
La cena pasa entre anécdotas y charlas amenas. James participa poco en
las conversaciones. Cuando acabamos todos, nos sentamos frente a la chimenea.
Los hombres beben y Brianna y Marie empiezan un bonito bordado. Yo no tengo
nada que hacer y estoy muy cansada y así se lo hago saber a los presentes, me
despido y me dirijo a mis habitaciones.
Ya dentro de ellas, me desvisto y me coloco el camisón, rezo mis
oraciones. Esta noche rezo por el alma de Helen y su hijo. Estoy segura de que
están en un lugar mejor, si alguien se merecía llegar al cielo, esa era Helen.
Me acuesto en la gran cama y rápidamente el sueño se apodera de mi…….
Estoy escondida en el pequeño armario de la cocina, sé que tarde o
temprano me encontrará, no está lo suficiente borracho como para caer dormido,
y esa será mi condena.
—¡Sarah! —escucho que William grita mi nombre —¡maldita zorra!
¿Dónde te escondes? Sabes que cuando te encuentre será peor —ríe y yo sólo
puedo temblar e intentar contener mis sollozos.
De repente la puerta del pequeño armario se abre, y aparece ante mi
William, el discípulo de Satán, su sonrisa me deja saber lo que me espera, puedo
ver que ya está excitado, hacerme daño le provoca un gran placer.
—Aquí estas maldita puta —escupe, mientras me coge fuertemente del
cabello y me saca a rastras del armario. Yo grito y lloro, pero sé que no voy a
encontrar un ápice de compasión en él.
Sé a donde me lleva, a esa habitación creada para la depravación, donde
me encadenará y azotará casi hasta matarme, para luego violarme salvajemente.
—¡Entra! —me empuja y cierra la puerta, sé que no importa lo que grite,
nadie me salvará. —Vas a pagar esta estúpida persecución, te azotaré cincuenta
veces y luego follaré tu culo —se relame solo de pensarlo.
Me encadena con los brazos en alto, me arranca las ropas, dejándome
desnuda, puedo escuchar cómo se desnuda él, siento la bilis subir por mi
garganta.
El primer golpe llega fuerte y rápido, grito sin poderlo evitar.
El segundo siento como me hace brotar la sangre…
El tercero me hace gritar aún más fuerte, el solo ríe…
El cuarto vuelve a sacarme sangre, William se acerca a mi espalda y siento
su lengua probando mi sangre.
—Deliciosa, como siempre pequeña zorra, mi padre hizo bien en traerte
aquí —siento su miembro rozando mis nalgas y me aparto —¿Cuántas veces te
tengo que decir que no te apartes? —sisea enfadado.
Me coge fuerte del cabello y siento como su miembro busca entrar en mí,
sin ninguna piedad me penetra por detrás provocándome un dolor atroz, siento
como si me partiera en dos…
¡No! —grito ——¡Detente por favor! ¡Piedad! —grito hasta que mis
cuerdas vocales no pueden más. Él no se detiene, entra en mi cada vez más,
brusco y rápido.
—¡Noooo! ¡me duele! —vuelvo a gritar…
Algo me está zarandeando, me saca de esta terrible pesadilla…
—¡Sarah, por amor a Dios! —escucho a mi ¿hermana?
Abro finalmente los ojos y veo que estoy en Eilean Donan, el hogar de
Brianna.
En mi alcoba esta toda la familia, incluso mis sobrinos con sus semblantes
asustados por mis gritos.
—Sarah, ¿que ha ocurrido? —pregunta ella sentándose a mi lado.
—Una pesadilla, lo siento por haberos despertado —susurro avergonzada.
—Eso no importa muchacha, nos asustaste, te retorcías como si te
estuvieran matando, pedías piedad a gritos —espeta brusco Alex. —¿En qué
demonios soñabas? —pregunta.
—Con el diablo —respondo como en trance. El recuerdo de la pesadilla
aún me tiene presa del asco y del dolor.
—Mi niña, ¿qué es lo que te hicieron? —pregunta mi hermana angustiada.
——No te salvé lo suficientemente pronto, ¿verdad? Ya te habían destruido.
—No importa Brianna, me salvaste y eso es lo que importa, esto es con lo
que tengo que vivir —respondo, intentando tranquilizarla.
—Esto no es vivir, tal vez si hablaras de lo que te pasó… —habla por
primera vez James, haciéndome ver que él también ha llegado hasta aquí por mis
gritos.—No son solo pesadillas, son recuerdos, y te ocurre casi todas las noches,
¡demonios, temes hasta dormir! —espeta nervioso.
—¡Basta James! —ordena Alexander ——¿Podrás volver a dormir?
—No lo creo, pero vosotros regresad a vuestras habitaciones, dormid que
aún es temprano —solo quiero estar sola.
——Tía Sarah, nosotros podemos dormir contigo, si alguien se atreve a
hacerte daño se arrepentirá —dice uno de los gemelos, todos soltamos unas risas
al escuchar al valiente guerrero.
No puedo evitar sentir ternura por esas pequeñas criaturas…
——De acuerdo, si mis valientes guerreros desean custodiar mi sueño, no
puedo negarme —digo sonriendo.
Ambos saltan a mi cama, y cada uno se tiende a un lado, quedando yo en
el medio. Brianna nos mira con ojos empañados, aunque sonriente.
—Mis valientes hijos te protegerán querida hermana —salen todos uno a
uno, el último en hacerlo es James. Su mirada es tan profunda y oculta tantas
cosas que un escalofrío recorre mi cuerpo.
—Buenas noches mis guerreros —les digo.
—Buenas noches tía, duerme tranquila, nada ni nadie volverá a dañarte,
palabra de Mackencie —responde Kaylan.
Se acurrucan contra mí y así, calentitos y seguros en la cama, dormimos
los tres, y por primera vez en mucho tiempo mis demonios se mantienen lejos de
mí.
Capítulo V
Eilean Donan, Escocia 1467.
(James Mackencie)
Escuchar sus gritos pidiendo piedad, esos gritos de dolor atroz, me
desgarran el corazón.
Aunque sé que no tengo nada que ver en lo referente a todo lo que vivió en
casa de los McFerson, la culpa me invade, me corroe el alma.
Ella se refugió en una propuesta de matrimonio para escapar del dolor que
le producía mi indiferencia y parece que es una broma cruel del destino, porque
yo no era totalmente indiferente ante ella.
Brianna me dijo que odiaba verme feliz junto a Helen, sabiendo que su
hermana sufría, y cuando fue testigo de los horrores a los que durante meses fue
sometida, fue algo que no me pudo perdonar. Yo no entendía en ese entonces el
porqué, ahora lo entiendo perfectamente, y hasta a mí me cuesta perdonarme.
¿Fui feliz con Helen? Sí, por supuesto…
¿La amé? Sí, locamente.
¿Entonces por qué una chiquilla me llamó tanto la atención?
Reconozco que cuando la vi por última vez en la segunda boda de mi
hermano. No me gustó nada saber de su intención de casarse. Después el tiempo
pasó y enterré los sentimientos encontrados que sentía por ella en los más
profundo de mi mente, no me permitía recordarla y cuando murió Helen y mi
hijo no quedo nada.
Me sentí vacío por mucho tiempo, ni siquiera volví a recordarla, ahora la
tengo más cerca que nunca, pero tan diferente a la muchacha vivaz y alocada del
pasado. Recuerdo que siempre me seguía, intentando ganarse mi interés, muchas
veces fui cruel con ella, pero no se rendía, tenía coraje y seguridad en si misma,
ahora ya no queda nada de todo eso, ese fuego se apagó.
Lo apagaron a la fuerza, a base de abusos, golpes e insultos.
Aún no le he comunicado a Alexander, pero voy a matar a William
MacFerson, alguien debe hacerle pagar todo el daño que le hizo a Sarah. Su
padre ya está muerto y me alegra que Brianna matará a ese cerdo.
Se que Alex quiere encargarse él mismo, es el Laird, el cabeza de familia,
pero no me importa ir contra sus deseos, el placer de matar a ese bastardo nadie
puede arrebatármelo.
Pienso en cómo podría ayudar a esa pobre alma torturada. Brianna no sabe
aún hasta que punto está dañada, va a ser una ardua tarea devolverle la paz a
Sarah.
Es tan joven… no debieron arrebatarle a la fuerza la pureza, ni la
inocencia de formas tan atroces. No es la primera mujer ni será la última a la que
violan, pero por las pesadillas que la atormentan por el miedo a los hombres,
puedo hacerme a la idea del calvario que ha debido pasar.
—Deja de culparte, James —ordena mi hermano, que me ha seguido
cuando todos hemos salido de la habitación dejando a los gemelos con Sarah.
—¿Has visto como sufre por sus pesadillas? Durante el viaje, las noches
fueron así, ni siquiera dormía porque no se fiaba de mí ni de mis hombres. He
visto su espalda, tiene cicatrices, y ¡está marcada! —gruño si poder controlar mi
furia —Ese miserable la marco con sus iniciales, ¡como si fuera ganado!
—Ese miserable ya está muerto y sabes que me encargaré de William,
nadie daña a mi familia y vive para contarlo —y sé que lo que dice es cierto,
años atrás mató a Isabella, la que fue su amante por muchos años.
—De eso quería hablarte, William es mío, quiero ser yo quien acabe con
ese gusano —digo sinceramente.
—Sabes que eso no es posible, yo soy el cabeza de familia, tú no eres
familia de Sarah ni su marido, nada te une a ella —responde lo que yo ya sabía.
—Sabes que nadie tiene porque saber que fui yo, de todas formas, no
estoy pidiéndote permiso, solo te informo de un hecho, nada más ¡ese bastardo
morirá por mi espada! —sentencio.
—No vamos a hablar más del tema —ordena perdiendo la paciencia, y yo
sé cuándo debo guardar silencio, no por ello he cambiado de idea, tarde o
temprano mataré a William MacFerson.
—Brianna tiene un largo camino para ayudar a su hermana, tal vez debería
haberla dejado en la abadía —digo no muy seguro de si yo mismo le hubiera
permitido encerrarse de por vida.
—Será largo, pero lo conseguirá, no dudes jamás del poder del amor, eso
es algo que me demostró mi esposa hace años —dice sonriendo melancólico.
—Sarah necesita hablar, lleva todo el peso de sus recuerdos en la mente, y
sé que nunca hablará con su hermana, no quiere hacerla sufrir —es algo que
nunca pasará.
—Probaré yo a hablar con ella —responde mi hermano.
—No, ella te tiene miedo, no hablará contigo —estoy seguro de ello, pero
existe otra razón por la que me niego, yo solo quiero saber que le hicieron esos
animales.
—¿Me teme? ¿Por qué demonios? —exclama ofendido —¡James nunca le
haría daño! —dice contrariado.
—Lo sé, Brianna lo sabe, pero Sarah teme a los hombres, y tú hermano
asustas —respondo riendo, intentando que no se sienta mal por los temores
infundados de Sarah, es algo que ella no puede controlar, al menos no aún.
—No creo que tú seas su persona favorita. Bueno, recorreremos el camino
poco a poco, yo vuelvo a la cama con mi mujer, que estoy seguro estará
culpándose, y tengo un buen método para hacerla olvidar hasta su nombre —
dice riendo, yo me uno a su risa, me alegra verle así de feliz.
—Buenas noches hermano —lo veo alejarse y yo me quedo un largo rato
mirando a la nada, pensando en todo y sin encontrar solución a el dolor de Sarah,
y eso me está matando.
Cuando la mañana llega, casi no he dormido. He tenido una pesadilla
donde Sarah volvía a sufrir abusos por culpa de William y he despertado bañado
en sudor y con una furia que no he podido aplacar. Me siento impotente ante
todo lo que no puedo cambiar y me siento un traidor a la memoria y al amor de
Helen, porque no sé si sabiendo todo lo que ocurriría por mi decisión, mi vida no
hubiera sido distinta.
—Buenos días lindas damas —digo cuando veo a mi cuñada y a Sarah ya
sentadas desayunando.
—Buenos días James, tienes mal aspecto ¿te sientes bien? —pregunta
Brianna.
—Si claro, nada importante cuñadita, solo que no dormí muy bien.
Sarah ni siquiera dirige una mirada hacia mí. Está callada, atrapada en su
mundo, esto es peor que cuando viajamos hasta aquí, al menos al día siguiente
después de una noche de pesadillas no se encerraba en si misma, siempre tenía
alguna pregunta que hacer, o yo tenía algo que explicarle, pero aquí es distinto,
estamos rodeados de más personas.
—Hermana, los gemelos dicen que durmieron como angelitos contigo —
Brianna intenta que su hermana despierte de su letargo.
—Sí, la verdad es que dormimos los tres muy tranquilos —hace el intento
de sonreír sin conseguirlo.
—Siempre, que lo necesites, mis valientes guerreros están a tu
disposición.
—Gracias —responde como si estuviera en trance ¿Qué demonios le
ocurre?
—Sarah ¿te gustaría ver a los nuevos potrillos? Nacieron hace pocos días
—ahora soy yo quien intenta hacerla reaccionar.
Me mira y, por un momento, la veo dudar. Quiere negarse, pero algo en mi
mirada la convence de lo contrario.
—Me gustaría mucho, gracias por ofrecerte James —dice levantándose —
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