porque cuando ese momento llegue quiero estar a su lado dándole fuerzas
necesarias para lograr sobrevivir.
El gran día ha llegado, hoy es el día de mi boda. Juré que nunca más
volvería a casarme, pero no tengo más remedio, es algo necesario si quiero
salvarme, si quiero vivir lo que me quede de vida en paz.
Este día es tan distinto al de mi primera boda… aquel día solo contaba con
la compañía de mis padres. Ninguna de mis hermanas pudo venir, ahora estoy
rodeada de mujeres Mackencie, de Marie, a la que considero una gran amiga,
mis sobrinos y mi hermana. Alexander supongo que está con James, según me
ha informado Marie, su esposo Ian también esta con él.
Yo estoy nerviosa, asustada por el futuro incierto, y sé que James también
esta preocupado, lo veo en sus ojos, igual que la culpa.
Sé que siente que esta traicionando a Helen, no soy tonta, sé que él no me
ama y no lo hará nunca, ¿me duele? Sí, no puedo mentir.
Pero hay otras cosas que causan mayor dolor, ya no soy aquella niña
cegada por el dolor de un amor no correspondido.
He madurado a base de golpes y dolor, ahora sé que el amor que se
profesaban mis padres o Alex y Brianna es un verdadero regalo, que no siempre
es concedido, y yo no estoy destinada a ello.
Respiro hondo y salgo de la tina de agua perfumada que Marie me ha
preparado, me seco y me pongo las enaguas y la camisola bordada. Brianna me
ayuda a vestirme parloteando feliz, tanto que solo puedo contestarle con
sonrisas, verla feliz me da felicidad a mí.
Mi vestido es sencillo, de color marfil, ya que ya no tengo derecho a llevar
el blanco que simboliza pureza. Recuerdo que discutí con James esta cuestión, él
se empeñaba en que vistiera de blanco alegando que yo no me entregué por
propia voluntad a mi difunto marido, pero no logró convencerme para tal
propósito, mi alma atormentada no me lo permite.
Una corona de flores frescas adorna mi cabello cobrizo. Marie lo ha
peinado tantas veces que esta suave y brillante, hacia años que no lo llevaba
suelto y me llega hasta la parte baja de la espalda.
Ya estoy lista, sé que los invitados están fuera, desde aquí escucho el
bullicio de la música y la gente riendo y cantando.
Respiro profundamente, sé que Alex esta esperando para llevarme junto a
James. Los nervios me están volviendo loca, pero decido que ya es momento de
dejar de esconderse, abro la puerta y como suponía Alexander está esperándome.
Con su tartán está muy apuesto.
Para mí esto es un sueño. Caminar hacia él. Si esto hubiera ocurrido hace
años, cuando apenas era una niña que no sabia nada de la vida ni del amor,
cuando era pura y sin mancha alguna, ahora mi cuerpo carga cicatrices que
nunca desaparecerán y mi alma está torturada por los recuerdos de las atroces
torturas que sufrí.
Llego hasta él y Alexander me deja a su lado. James me mira intentando
tranquilizarme.
—Estás hermosa —susurra en mi oído…
No me da tiempo a contestarle, el sacerdote comienza la ceremonia. Casi
no escucho sus palabras, no es hasta que siento que James me sujeta la mano
entre las suyas que presto atención, el sacerdote me ha preguntado si acepto a
James y todos están esperando mi respuesta ¡qué vergüenza!
—Sí, acepto —digo en voz alta y clara.
Ahora es el turno de James, y sin titubear ni un segundo contesta.
—Acepto —su voz fuerte y clara resuena en mis oídos.
Ya está hecho… somos marido y mujer, soy la esposa de James
Mackencie.
Todos nos dan la enhorabuena. Yo sonrío y asiento no puedo decir nada,
aún no me puedo creer que haya vuelto a casarme y estoy asustada de que llegue
la noche.
Sé que es mi deber entregarme James, sé que se debe consumar el
matrimonio, pero no voy a poder, espero que James cumpla sus promesas.
Brianna y Marie han preparado un gran banquete, la bebida y la comida
abunda, todos parecen felices, y yo intento disfrutar de este día, pero mis
temores me lo impiden.
—Sarah —me llama mi hermana. Me acerco hasta donde esta con Marie
—¿Que es lo que te ocurre?
—Tengo miedo —confieso, porque me están volviendo loca mis
pensamientos.
—James no te va a dañar, si no quieres que te toque, no lo hará —
sentencia.
—Disfruta de este día Sarah, es algo único en la vida —suspira Marie
feliz, mientras se acaricia su vientre abultado.
—¿Como fue tu boda con Ian? —pregunto, intentando olvidar mis
preocupaciones.
—Mi boda fue hermosa, Ian estuvo insistiendo durante mucho tiempo,
pero yo no era capaz de perdonarle, pero un día pensé que lo perdería para
siempre, sabes que su brazo no ha sanado, pero él se empeña en seguir
combatiendo. Lo hirieron Sarah, llegó medio muerto y fue cuando me di cuenta
de que el amor es más importante que el orgullo. Lo cuidé y acepté ser su mujer,
y no me arrepiento de haberlo perdonado, de haber dejado los malos recuerdos y
el dolor en el pasado.
—Entiendo, debe ser hermoso amar así y que te correspondan —digo
ahora más triste.
—¿De qué hablan mujeres? —me sobresalta la voz de mi cuñado y lo
acompaña James, que me mira interrogante.
—Marie le contaba cómo hizo sufrir a Ian por su estupidez —contesta mi
hermana, haciendo que ambos hombres suelten una carcajada.
—Esposa, ven —me llama mi ahora marido. —Vamos a bailar.
—No sé bailar esto —pongo como excusa.
—Es fácil, ven —me agarra de la mano y no puedo negarme.
Veo como bailan varias parejas y James sigue los pasos sin problemas, y
por increíble que parezca no me cuesta seguirlos a mí tampoco. Por un rato
olvido todo y me divierto, río como hacia tiempo no lo hacía. Después de bailar
con mi esposo, lo hago con Alex, con Ian, incluso con Brianna y Marie.
Las horas pasan volando y empieza a oscurecer, varios hombres se van al
lago que está cerca. Brianna me explica que es tradición hacerlo y me informa
que Marie volvió a prepararme un baño, que mientras James se baña en el lago,
yo puedo hacerlo en nuestro dormitorio.
Ella me ayuda a desvestirme y me ayuda a lavarme el cabello de nuevo,
incluso me ayuda a cepillarlo como cuando era pequeña y me lo cepillaba todas
las noches antes de dormir.
—No temas Sarah. Por favor, deja que todo ocurra…si no te sientes
preparada, James sabrá entenderte —intenta consolarme.
—Lo intentaré Brianna, te prometo que deseo ser una buena esposa para
James, sé que no me ama, que Helen fue y será el único amor de mi esposo.
—¡Eso es una tontería! —exclama —Alex creyó amar a Isabella durante
años, pero se enamoró de mí, James amó a Helen, pero puede volver a amar, y él
se enamorará de ti.
—Me conformo con que cumpla su palabra —respondo sin querer
ilusionarme.
—¿Sarah? —me llama cuando esta por salir de la alcoba —Deja de
intentar esconder tus cicatrices, ya las vi.
Sale sin dejar que le responda, no me había dado cuenta de que lo hacía,
tal vez es una costumbre.
Ahora estoy sola, vestida con un hermoso camisón bordado, pero su tela es
fina y me siento desnuda. No me siento cómoda, decido meterme en la cama, me
quedo sentada mirando la puerta, esperando que se abra y aparezca el hombre
que hoy tiene el derecho de hacerme suya.
Pasan lo que parecen horas y cuando escucho un golpeteo en la puerta y
cómo esta se abre para ver entrar por fin a mi marido. El corazón se me desboca.
—Sarah… —dice sorprendido de verme despierta —¿Qué haces
despierta? —pregunta cerrando la puerta.
—¿Se te olvida que es nuestra noche de bodas, James?
—No, pero pensé que tu no querrías que te tocara —dice indeciso.
—Y no quiero, pero es tu derecho —respondo tensa, no sé por qué me
duele que haya pensado en no tocarme, ¿acaso le repugno?
—¿Mi derecho? —pregunta ya acercándose a la cama —Te prometí que
nunca te obligaría a aceptarme en tu lecho y tengo intención de cumplir mi
promesa, Sarah.
—¿No me deseas? ¿Te doy asco? ¿Es por mis cicatrices? —pregunto
dolida.
—¿Que no te deseo? Llevo horas en las frías aguas del lago, intentando
mentalizarme, intentando recordar las razones del porque no soportas que un
hombre te toque.
—Quiero ser una mujer normal, James —susurro cansada de todo el lastre
que cargo a mis espaldas.
—Eres una mujer normal, una mujer hermosa —dice sentándose a mi
lado. —Eres mi mujer —susurra ahora en mi oído, acariciando mi espalda,
causando escalofríos.
Muy despacio, para no asustarme, se acerca a mis labios y los besa
suavemente, sin tocarme, sin aprisionarme. Me da la libertad de elegir si quiero
separarme de su contacto, pero no lo hago.
Entonces acerca su cuerpo más al mío y es cuando me doy cuenta de que
en algún momento se ha quitado el tartán y está desnudo a mi lado. James tiene
un cuerpo grande y musculado, no tanto como su hermano, pero un cuerpo
hermoso. Algunas cicatrices marcan su piel morena y en un acto de valentía, de
locura, soy yo quien lo acaricia.
Recorro una cicatriz blanquecina que le atraviesa el abdomen. James
tiembla, pero sigue besándome el cuello, los hombros… y yo suspiro ante su
contacto.
James nota que no opongo resistencia a sus caricias y entonces comienza a
recorrer otras partes de mi cuerpo. Cuando apresa entre sus manos mis pechos,
me tenso un poco esperando el dolor, pero este nunca llega.
Vuelvo a relajarme y a disfrutar de estas suaves caricias que no causan ni
dolor ni repulsión. Me asusto bastante cuando siento el miembro de James rozar
mi cadera, desnuda, y que, sin darme cuenta, él me ha quitado el fino camisón
que no era barrera alguna para lo que va a ocurrir esta noche.
—Shhh… tranquila no te asustes, aún no voy a penetrarte. Te gusta lo que
te voy haciendo, ¿verdad? Dime que pare en el momento que no te sientas
cómoda, no guardes silencio por obligación, jamás será una obligación compartir
el lecho, ¿de acuerdo? —dice mirándome a los ojos, donde solo veo
preocupación y sinceridad. James acaba de darme la libertad de decidir sobre mi
propio cuerpo.
—Estoy bien, sigue James —le ordeno, porque si tarda demasiado el valor
puede abandonarme.
El solo asiente comprendiendo mi miedo a dejarme vencer a mis
demonios.
Sigue acariciando mis pechos. Mis pezones me duelen de deseo por que él
los vuelva a acariciar con su lengua, y cuando lo hace no puedo evitar gemir,
como si estuviera siendo torturada.
Sus dedos recorren mi vientre, juegan con mi ombligo, y van bajando
hacia mi parte íntima, que no sé por qué siento húmeda. Cuando siento sus
caricias allí abajo, vuelvo a tensarme esperando un dolor que nunca llega.
Suspiro por las hermosas sensaciones que estoy sintiendo. Jamás imaginé poder
abandonarme así ante un hombre, un hombre que no me está obligando, que no
me está produciendo dolor para conseguir su propio placer. Tal vez Brianna tenía
razón: si me dejaba llevar por James todo saldría bien y yo podría tener un
matrimonio normal.
Puedo notar que James esta intentando mantener el control, está sudando y
se estremece como si estuviera viviendo una agonía, pero sigue pensando en mí,
en mis temores, y me siento segura junto a él.
Pero todo se va al traste cuando él se coloca encima de mí, cuando siento
su peso sobre mí, aplastándome, impidiendo moverme.
Eso me hace entrar en pánico. De repente no veo a James encima de mí,
¡es William! Me tenso del asco y empiezo a suplicar que se detenga, a golpear su
pecho para intentar apartarlo de mí, para impedir que el miembro que intenta
abrirse camino entre mis piernas fuertemente apretadas penetre dentro de mí,
desgarrándome de nuevo.
——¡Basta Sarah! ¡Soy yo! ¡Soy James! —grita apartándose de mí e
intentando calmarme, sacarme de la pesadilla.
Dejo de gritar, de llorar y veo de nuevo a mi esposo, aún excitado, pero sin
poder ofrecerle alivio. No puedo dejar que me toque, no hoy. Rompo a llorar por
la desolación, por la vergüenza que me produce no poder entregarme a mi
marido.
—¡Lo siento! ¡No puedo! ¡Hoy no! —exclamo llorando —Hoy no…
susurro acurrucándome en la cama.
James se levanta de la cama, parece furioso y tiene toda la razón para
estarlo. He fracasado como mujer, como esposa.
Si decir nada, recoge su tartán y sale por la puerta cerrándola de un
portazo. Rompo a llorar aún más fuerte cuando me deja sola.
Sola de nuevo… atrapada en mis propias pesadillas
(James Mackencie)
Salgo furioso de la alcoba, no con Sarah, si no conmigo mismo por no
conseguir excitarla lo suficiente como para que olvidará los horrores vividos.
Sabía cuando decidí casarme con ella que no sería fácil para ella, pero es
que ahora sé que no será fácil para mí tampoco. La deseo, como no he deseado a
ninguna mujer, ni siquiera a Helen. ¡Que Dios me perdone!
Sarah siempre despertó sentimientos en mí, ahora son más fuertes, aunque
todo es tan complicado ahora que no sé cómo llegar hasta ella.
Soy consciente que no he sido amable con ella al irme así de la habitación,
pero no quería angustiarla más, y así de excitado como estoy es lo único que iba
a conseguir. Sé que estará culpándose así misma y odiándome por ser un patán
insensible.
Necesito despejarme, relajarme, así que vuelvo al lago. El agua fría templa
mi cuerpo. Me siento dolorido del deseo insatisfecho y sé que ninguna mujer
será capaz de aliviarme, solo mi esposa, solo Sarah.
Llego al lago en poco tiempo y sin pensármelo me sumerjo en sus heladas
aguas. Nado durante horas, hasta agotarme: estoy tan cansado que me tumbo
sobre la hierba húmeda de roció y me quedo dormido.
Los primeros rayos de Sol me despiertan. Debo llegar al castillo o
empezarán a preocuparse. Me coloco el tartán y corro hacia allí. Gracias a Dios
solo Alex esta despierto esperando por mí. Su cara refleja que no está de muy
buen humor, el día no podía empezar peor.
—¿Dónde demonios has pasado tu noche de bodas? —pregunta de brazos
cruzados.
—Estuve en el lago y me dormí —le digo la verdad, aunque sé que será
difícil de aceptar.
—¿En el lago? —pregunta incrédulo.
—Sí, en el lago, ¡maldita sea! Necesitaba calmarme, la noche no fue bien
y me sentía furioso.
—¿Con tu esposa? —pregunta.
—¡No! —exclamo ——Conmigo mismo. No supe excitarla lo suficiente,
fue mi culpa, no la de ella.
—James… —mi hermano me mira con tristeza —Te dije que no sería
fácil.
—Lo sé, ¿las mujeres ya despertaron? —pregunto entrando por fin al gran
salón.
—No… Brianna no durmió bien por la preocupación, y la verdad que yo
tampoco —confiesa.
—¿Te preocupaba que yo le hiciera daño a Sarah? —pregunto ofendido.
—¡Por supuesto que no! —contesta rápidamente. ——Pero ambos
sabíamos que no sería capaz de acostarse contigo.
—Ya… bueno, anoche tuve tiempo para pensar y hoy partiremos hacia mis
tierras, quiero que Sarah conozca a mi gente. —Le informo.
—¿Crees que es lo más prudente? ¿Separarla de Brianna? Recuerda que
mi esposa está embarazada —siento la preocupación de mi hermano.
—Creo que es lo mejor, así podremos volver mucho antes de que Brianna
entre en labor de parto, necesito tiempo con Sarah, Alex.
Necesito llegar a ella, nos merecemos una oportunidad.
Él solo asiente, no muy convencido….
—Voy a hablar con ella —y salgo directo hacia nuestra habitación.
Solo espero que mi esposa entienda el porqué de mi decisión y no lo vea
como un castigo o un modo de vengarme al separarla de su hermana y sus
sobrinos.
Llamo a la puerta y cuando escucho su voz dándome el permiso para
entrar el corazón parece querer salirse de mi pecho. Abro la puerta y la veo
vestida con un vestido violeta que realza el color de su hermoso cabello.
—Tenemos que hablar, Sarah —cierro la puerta dejando todo atrás, ahora
solo estamos ella y yo.
Capítulo XI
Rumbo a Tierras de James Mackencie, 1467.
(Sarah Mackencie)
No he dormido casi nada esta noche y cuando mi esposo llegó en la
mañana y me dijo que debíamos hablar me asuste, pensando que tal vez me
pediría el divorcio o me dejaría aquí y él se marcharía sin mí.
Pero me equivoqué y ahora me encuentro camino a su hogar. No está muy
lejos de Eilean Donan y me ha prometido que mucho antes de que mi hermana
se ponga de parto, nosotros estaremos allí.
Confío en su palabra, sé que para Brianna ha sido difícil dejarme marchar
de nuevo, pero he prometido volver y lo cumpliré.
James no me reprochó nada de la pasada noche y solo me informó de que
debía prepararme para marchar lo más pronto posible y así poder llegar antes del
anochecer a sus tierras. No me opuse, ya que el tranquilizó mis miedos antes de
que los expresará en voz alta.
Aunque él no ha querido hablar de lo que ocurrió anoche, yo no me siento
bien, me siento avergonzada, fracasada como mujer. Me odio a mí misma,
porque nadie puede entender cómo me siento, las ganas que tengo de poder
entregarme a James, el único hombre al que he amado, y al no conseguirlo me
siento más infeliz que nunca.
Cabalgo a su lado, pero estamos más lejos que nunca. Seguro que el me
culpa de todo lo que ha ocurrido, me odiará por verse atado a mí, ¿dónde habrá
pasado la noche? O mejor dicho, ¿con quién?
Esos pensamientos me han tenido despierta por horas, imaginando que
otra mujer lo complacía como yo no puedo hacer, y me duele, como si un
cuchillo me atravesará el corazón.
Sé que fui yo la que sugerí que tuviera una amante, más bien lo obligué a
ello, pero ahora el simple hecho de imaginarlo me destroza.
—Estás muy callada, esposa —me dice sobresaltándome.
—Estoy un poco cansada, James —intento sonreír para evitar que sienta
lástima por mí.
——¿Deseas que paremos un poco? —pregunta preocupdo.
—¿Queda mucho para llegar a tu hogar? —pregunto de vuelta.
—Nuestro hogar, Sarah. No, no falta mucho.
—Entonces, aguantaré —respondo, aunque lo que más deseo es bajar del
caballo y estirar las piernas.
Él no vuelve a hablar hasta mucho rato después. El Sol está empezando a
desaparecer tras las altas montañas, cuando lo diviso, no tan grande como Eilean
Donan, pero es hermoso por el paisaje que lo rodea, altas montañas, arboles en
flor, y de repente siento una sensación extraña. Mi corazón siente como si
después de un largo caminar hubiera llegado al hogar, a su lugar en el mundo.
—Sé que no es tan grande como Eilean Donan, pero son mis tierras. Eras
consciente que te casabas con el hermano pequeño del gran Laird Alexendar
Mackencie —habla como si le avergonzará de tener poco que ofrecerme. Lo que
no sabe es que no importa lo poco o mucho que tiene, solo me importa él,
siempre ha sido él.
—¿Me has escuchado quejarme, James? —pregunto ofuscada.
—Por si acaso —gruñe en respuesta.
Emprende el galope y yo ordeno a mi montura que lo siga, cruzamos las
grandes puertas que dan al patio de armas. Atrás hemos dejado a los pocos
hombre y familias que James tiene a cargo, nada que ver con Alexander, pero no
por ello lo respeto menos.
James desmonta y me ayuda a mí a hacerlo. Veo que los sirvientes han
salido a recibirnos. Todos miran a James con respeto y afecto, pero una
muchacha que debe ser criada lo mira diferente, como si fuera una posesión… su
posesión, y a mi me mira con un odio imposible de ocultar.
Es hermosa, pelo castaño y ojos dorados, felinos, más alta que yo, pero no
por ello carece de curvas, no parece una simple sirvienta.
James me coge de la mano y juntos nos encaminamos hacia ellos. Me
presenta en gaélico, porque algunos de ellos son mayores. Todos me saludan con
respeto y yo les correspondo, pero cuando llega el turno de la muchacha castaña,
a pesar de la mirada fría de James, no muestra respeto alguno hacia mí. Me
molesta, pero no su actitud, si no la de mi marido.
No la reprende o la castiga como debería hacer. Hablan entre ellos en su
lengua, que no entiendo y estoy empezando a enfurecerme. Se nota que entre
ellos hay una familiaridad que los demás criados no tienen, ¿quién es esta mujer?
—James —lo llamo autoritaria —¿Quién demonios es esta mujer? —
pregunto sin molestarme en ocultar mi enfado.
—Es Brenda, ella fue dama de compañía de Helen. Cuando murió no
quiso marcharse, ella es muy leal, no se lo tomes en cuenta —intenta
tranquilizarme.
Su explicación no logra calmarme, aquí hay algo más. Brenda lo mira
como si fuera suyo, como si yo fuera una intrusa. No creo que después de la
muerte de Helen, se quedará por lealtad a su antigua señora, se quedó por James.
Y no sé hasta que punto él es consciente de ello, o si ha disfrutado de las
atenciones que Brenda tan ansiosamente desea ofrecerle.
No digo nada más, pero esa mujer no me gusta, no me fio de ella, y
ciertamente no la quiero aquí. Debo hablar con mi esposo para que la envíe de
vuelta con su clan, yo no soy Helen y no necesito el odio de nadie en mi propia
casa.
Entramos y James me enseña todas las estancias, bien cuidadas y limpias.
Lo que termina de enamorarme es el invernadero que está en la parte trasera,
esta muy abandonado, pero yo me propongo arreglar la situación.
—Sabia que te gustaría, desde que Helen murió nadie ha vuelto a entrar —
me confiesa.
—Yo volveré a darle vida a este hermoso lugar —le digo contenta.
—Estoy convencido de ello —dice sin mirarme.
Salimos de allí, ya que la cena esta servida según nos avisa uno de los
criados. Solo cenamos mi esposo y yo, el silencio se vuelve una pesada carga.
Se me hace raro compartir la mesa solo con él. En Eilean Donan la gran
mesa está ocupada por toda la familia, ya lo echo mucho de menos.
Mis pensamientos son interrumpidos cuando aparece Brenda con una
bandeja y se sienta en la mesa donde ambos estamos cenando. Yo no puedo
evitar mirar a James con una expresión de incredulidad. Él no me mira, como si
fuera normal que Brenda comparta su mesa. La rabia me llega de golpe, aprieto
mis manos en puños queriendo arrancarle el cabello a esa maldita mujer. No me
fío de ella, no sé por qué James la trata con un trato especial.
—James ¿qué hace ella aquí? —pregunto intentando controlarme.
—Brenda ha sido parte de la familia desde que llegó aquí con Helen —
explica como si yo estuviera loca por preguntar lo que es más que obvio, no es
normal.
—No es normal que los criados coman en la mesa principal —sigo en mis
trece.
—¿No comen Ian y Marie con Alex y Brianna? —pregunta con
impaciencia.
—Ellos son familia —contesto de vuelta.
—Y yo te acabo de decir que Brenda lo es —espeta.
De repente Brenda interrumpe nuestra discusión, pero le habla en gaélico
de modo que yo no pueda entender nada, aunque tengo la sospecha que ella
entiende lo que yo digo. No es tan tonta como ella quiere hacer creer.
Yo me siento excluida. La atención de James es para ella, incluso se ríe de
algo que ella ha dicho, no recuerdo cuando ha reído conmigo. Un dolor atroz me
recorre cuando me doy cuenta de la cruda realidad, Brenda no esta aquí porque
sea de la familia, Brenda es la amante de mi marido, y ahora soy yo quien debe
aguantar tal indignidad como antaño hizo mi hermana cuando llegó a Eilean
Donan.
¿Por qué? ¿Por qué a nosotras?
Me levanto de golpe, provocando que ambos me miren; Brenda con
satisfacción. Lo ha hecho para demostrar quién es la mujer que manda aquí.
Puede que James no la ame, porque su corazón está enterrado con su adorada
Helen, pero ciertamente es más importante que yo, que su esposa.
Sin decir nada, me marcho del salón, humillada y dolida. Escucho a James
llamarme, pero no me detengo, al contrario, corro para llegar a la protección de
mis habitaciones.
Cierro la puerta con llave, no deseo que me visite esta noche ni ninguna
otra. Sé que yo misma le exigí que tuviera una amante con el fin de que me
dejará en paz, pero ahora no me veo capaz de aguantar la humillación y el
sentimiento de traición que me invade.
—¡Sarah! ¡Sarah Mackencie! —llama a los golpes —¡Abre la maldita
puerta! —grita.
Ni siquiera le contesto, me desvisto sin ayuda alguna y me pongo el
camisón más viejo que tengo, nada sensual ni agradable de ver, ya que no tengo
planeado intentar seducir al traidor de mi esposo.
Sigue llamando a la puerta y yo sin darle contestación alguna, no se la
merece, ahora que sé lo que me espera en este matrimonio. Me arrepiento de
haber aceptado.
Siempre caigo en algún infierno del que no puedo escapar, y he sellado mi
destino, desde el día que entregué mi corazón a un hombre que nunca podrá
amarme.
Me duermo llorando, hoy las pesadillas no me atormentan, ya que estoy
viviendo una.
(James Mackencie)
—¡Sarah! —sigo gritando —¡Ábreme ahora mismo! —no obtengo
respuesta alguna, ni siquiera sé si está bien, ese es mi mayor temor. Es inestable
ahora mismo y aun recuerdo cuando intentó acabar con su vida hace poco
tiempo.
No me responde, aunque llevo aquí horas. No sé qué demonios le ha
pasado para comportarse así, nunca la he visto tratar con desprecio a nadie, sin
embargo, desde que llegó ha mostrado odio por Brenda.
Es cierto que ella no le ha mostrado el respeto que merece y por ello la he
reprendido en privado y me ha jurado que intentará de ahora en adelante
comportarse como debe. Sé que soy indulgente con ella, pero la conozco desde
que era una muchacha y llegó aquí con Helen, con ese aspecto desamparado,
como si nunca en la vida hubiera conocido el amor o el cariño. Aquí lo encontró
y supo corresponder hasta el final de la vida de Helen. La vi llorar como si
estuviera muriendo de dolor, fue mi pilar en esos días en los que no me atrevía
siquiera a ir a la tumba de mi esposa e hijo.
Y ahora me siento entre la espada y la pared, tal vez Brenda tenga razón y
Sarah esté celosa porque ella fue la fiel amiga de Helen, pero hasta eso me
parece extraño, ya que Sarah tampoco mostró nunca resentimiento contra mi
primera mujer. Ella sabe lo que sentí y lo que siento y sentiré por Helen.
Cansado y seguro de que no obtendré respuesta alguna me marcho a mi
alcoba, mi cama me parece demasiado grande. Yo hoy esperaba compartirla con
mi esposa, aunque solo fuera para dormir sintiendo su calor, sin nada de sexo,
pero hasta eso me es negado, ¿se habrá ido así de repente para no tener que
compartir el lecho conmigo?
Tantas preguntas y tan pocas respuestas… No duermo prácticamente nada,
dándole vueltas a las ideas descabelladas de Brenda y a los actos de locura de mi
mujer: por un momento me planteo volver a Eilean Donan, pero no puedo huir
de mi hogar cada vez que Sarah tenga una pataleta, debe madurar y afrontar sus
miedos de una vez, sus inseguridades y dejar su pasado atrás. Demasiados años
ha pasado escudándose en el dolor para no enfrentarse a la vida real.
Y yo me siento cansado de arrastrar su pasado. Sé que estoy siendo
egoísta, ¿tal vez? Pero desear ayudar a alguien que no quiere ser ayudado es un
trabajo extenuante.
Me siento dolido, quería darle una oportunidad a mi matrimonio y Sarah
nos ha condenado a ambos siquiera antes de empezar a vivir juntos. Si lo que
ella desea es vivir vidas separadas, le daré el gusto, no voy a seguir intentando
rescatarla, cuando ella desea seguir regodeándose en su miseria.
No duermo prácticamente nada, al amanecer decido levantarme y ponerme
al día con los asuntos pendientes. No me sorprende encontrar solo a Brenda
preparando la mesa, está todo dispuesto para dos, pero Sarah no esta por ningún
sitio.
—¿Mi esposa aún no ha despertado? —pregunto.
—No lo sé James, llamé a su puerta, pero no recibí respuesta alguna.
Me pone de los nervios. Decido hacer lo que tuve que haber hecho anoche,
raudo me dirijo hacia la habitación que se supone iba a compartir con mi esposa
y, cuando llamo, no obtengo respuesta. Sin pensarlo más, golpeo la puerta y de
una fuerte patada la abro. Sarah grita aterrorizada, pero mi enfado no me permite
pensar en tranquilizarla.
—¿Qué demonios te pasa mujer? —grito furioso.
Ella tarda en asimilar que soy yo quien ha interrumpido su tranquilidad.
Cuando lo hace, miles de sentimientos se reflejan en su mirada: reconocimiento.
El miedo desaparece y da paso a una furia que nunca había visto en ella, ni
siquiera cuando nos conocimos.
—¡Sal de aquí maldito traidor! ¡Eres igual que Alexander! ¡Tu madre debe
estar revolcándose en su tumba! —grita sin descanso, no creo que sea consciente
de todo lo que esta diciendo.
Me acerco a ella y la zarandeo con el propósito de calmarla, de que deje de
gritar barbaridades, porque va a darle un ataque de histeria, aunque parece que
ya está sufriendo uno.
—¡Basta Sarah! —le ordeno firme.
—¡No me toques! ¡Me das asco! —gruñe revolviéndose como loca.
—¿Crees que no lo sé? —río intentando ocultar el dolor que me produce
escuchar de sus labios mis temores.
—¿Por qué no sigues haciendo compañía a tu querida Brenda? —pregunta
mirándome fijamente.
—¿Qué tiene que ver Brenda en todo esto? —pregunto desconcertado.
—No intentes negarlo Mackencie. Ella ya me ha confirmado todo lo que
yo ya sabia —al fin consigue librarse de mi agarre y yo se lo permito porque
intento asimilar que ha querido decir con sus palabras.
—¿Qué te ha dicho Brenda? —pregunto sospechando, que esa mujer le ha
ido con chismes.
—Lo que ya sabía, ella sigue aquí, aunque Helen hace años que murió. Se
sienta a tu mesa, es innegable, ella es tu amante —afirma con voz temblorosa.
Una idea llega a mi cabeza, ¿todo esto es por Brenda? ¿Mi esposa esta
celosa?
—¿Estás celosa, esposa? —pregunto sin poder contener la alegría que me
produce —¿Te recuerdo que casi me obligas a tener una amante para casarte
conmigo? —veo como la rabia se apodera de ella y sin poderla detener me
golpea fuerte la mejilla.
—¡Maldito bastardo! —sisea —Me marcho hoy mismo a Eilean Donan, ¡y
que Dios te ayude si me lo impides!
Yo me quedo inmóvil, casi sin poder creer su comportamiento. Era ella la
que exigía que tuviera una amante y ahora parece dispuesta a asesinarme.
—Brenda no es mi amante, ni lo ha sido nunca —hablo completamente en
serio y deseo que ella me crea.
—¿Igual que Isabella no fue amante de Alexander? —pregunta irónica.
—¡Ellos no tienen nada que ver con nosotros! —pierdo los nervios.
—En eso tienes razón James, este matrimonio no debió celebrarse.
—¿Hubieras preferido volver con William? El no habría aceptado un no
por respuesta en su noche de bodas.
Se que debía haberme callado al ver como palidece, como se tambalea
como si le hubiera golpeado. Me siento fatal por lo que he dicho e intento
acercarme a ella, pero se aparta y me da la espalda. Sé que está llorando.
—Tienes razón James, yo no puedo darte lo que necesitas y te pido
disculpas —intenta tranquilizarse —No volveré a reclamarte nada, pero te pido
por favor me permitas irme, no me obligues a convivir con tu amante —en su
voz se aprecia la súplica.
—No puedo dejarte ir sola, partiremos mañana a primera hora, lo siento
Sarah —salgo de la habitación rauda a buscar a la causante de toda esta
discusión, de todo el dolor de Sarah. Es hora de que Brenda se marche de mi
casa.
Le ha hecho daño a mi esposa y eso no lo voy a consentir.
Se lo advertí, ella sabia las consecuencias y aun así jugó sus cartas. Ahora
el juego ha terminado y ella es la perde
Capítulo XII
(Sarah Mackencie)
La noche da paso al día, y apenas he podido dormir. James finalmente se
fue, no volvió a llamarme.
Yo no quería hablar con él, pero no saber dónde o con quién ha dormido.
Me carcome el alma.
Estoy despierta y arreglada cuando llaman a la puerta. Hace horas que la
abrí, sabiendo que mi esposo no volvería a por mí, siendo consciente que la
brecha entre nosotros es cada vez mayor y que yo soy muy culpable de ello. Soy
yo quien carga un pasado tormentoso, soy yo quien es incapaz de dejar que
James me haga su mujer, y lo peor de todo es que soy yo la única enamorada en
este matrimonio.
Sí… lo reconozco, nunca he dejado de amarle, solo que el dolor por todo
lo sufrido me obligó a enterrar los buenos sentimientos, dejando paso al rencor,
dolor y pena.
Pero lo amo con una fuerza desmedida y aun así no puedo entregarme a él.
He llorado durante horas, pensaba que no me quedaban lágrimas que derramar,
pero me equivocaba.
Me siento encerrada en una jaula de la cual no puedo salir, la cual
custodian mis más grandes temores y mis más terribles pesadillas.
Mis pensamientos son interrumpidos por la puerta al abrirse, dando paso a
la persona que menos quería ver… Brenda.
—¿Quién te ha dado permiso para que entres en mi habitación? ¿Si llega a
estar mi esposo en la cama junto a mí? —pregunto furiosa por su intromisión.
—Tu marido no está aquí —dice riendo.
—¡Eso tú no lo podías saber! —exclamo levantándome —¡Y no te dirijas
a mi con esa falta de respeto! —ordeno.
—¿Seguro que no lo podía saber? —pregunta burlona —Lo he dejado en
su cama agotado, hace apenas una hora milady.
Sus palabras me golpean sin piedad, me dejan sin aliento. La confirmación
de mis temores está frente a mí, regodeándose de su victoria.
—Estás mintiendo —intento convencerme a mí misma.
—Sabéis que no milady, por eso anoche os fuisteis del salón ¿qué criada
come con su amo? —pregunta sin perder ese deje burlón.
—Su ramera —gruño yo con dolor.
—¡Su amante! —afirma triunfal.
—¡Sal de aquí inmediatamente, maldita fulana! —me acerco a ella
dispuesta a sacarla a rastras si es necesario.
—Vine a deciros que el desayuno se servirá en breve, aunque tengo el
presentimiento que se os ha quitado el apetito —sale riendo, dejándome sola con
mi dolor ante la traición de mi esposo.
Miles de sentimientos me destrozan, me siento traicionada, una mala
esposa. La sensación de ser una inútil que no consigue retener la atención de su
marido ni dos días después de la boda.
Decido no bajar a desayunar, pues no sería capaz de probar bocado. Me
paseo por toda la estancia intentando relajarme, intentando olvidar lo que me ha
confesado Brenda y alejar de mi mente miles de imágenes de ellos dos juntos.
Unos pasos apresurados me hacen detenerme. Sé que es James, si viene a
buscarme juro que lo mataré, ¿cómo puede tener la poca vergüenza de venir y
mirarme a la cara, después de pasar la noche con ella?
He vuelto a cerrar la puerta con llave y mi esposo golpea la puerta al
encontrarla nuevamente cerrada. Grita mi nombre y yo no respondo, se hace el
silencio, ¿se ha marchado ya?
Pero sin esperármelo la puerta se abre de golpe con un fuerte estrepito,
James acaba de golpearla y yo grito atemorizada, su mirada con una furia animal
me asusta.
—¿Qué demonios te pasa mujer? —grita furioso.
Tardó en reaccionar porque el miedo me domina, pero al tenerlo delante
toda la furia y el desprecio que siento por el me domina.
—¡Sal de aquí maldito traidor! ¡Eres igual que Alexander! ¡Tu madre debe
estar revolcándose en su tumba! —grito sin descanso, ni siquiera soy consciente
de todo lo que grito.
—¡Basta Sarah! —me ordena firme.
—¡No me toques! ¡Me das asco! —gruño revolviéndome como loca.
—¿Crees que no lo sé? —ríe como si mis palabras le fueran indiferentes,
eso es lo que me está matando, esa indiferencia.
—¿Por qué no sigues haciendo compañía a tu querida Brenda? —pregunto
mirándolo fijamente.
—¿Qué tiene que ver Brenda en todo esto? —pregunta desconcertado.
—No intentes negarlo Mackencie, ella ya me ha confirmado todo lo que
yo ya sabía —al fin consigo librarme de su agarre.
—¿Qué te ha dicho Brenda? —pregunta sospechando que esa mujer me ha
venido con chismes.
—Lo que ya sabía, ella sigue aquí, aunque Helen hace años que murió. Se
sienta a tu mesa, es innegable, ella es tu amante —afirmo con voz temblorosa.
—¿Estás celosa esposa? —pregunta sin poder contener una sonrisa
estúpida —¿Te recuerdo que casi me obligas a tener una amante para casarte
conmigo? —la rabia me invade y sin poderlo evitar le doy una bofetada.
—¡Maldito bastardo! —siseo—Me marcho hoy mismo a Eilean Donan, ¡y
que Dios te ayude si me lo impides! —lo amenazo y no lo hago en vano.
—Brenda no es mi amante, ni lo ha sido nunca —habla completamente en
serio y sé que su deseo es que yo le crea.
—¡Igual que Isabella no fue amante de Alexander? —pregunto irónica.
—¡Ellos no tienen nada que ver con nosotros! —pierde los nervios.
—En eso tienes razón James, este matrimonio no debió celebrarse. —hasta
a mi me duele decirlo.
—¿Hubieras preferido volver con William? El no habría aceptado un no
por respuesta en su noche de bodas —palidezco porque sé que esa afirmación es
cierta, pero odio que sea él quien utilice eso contra mí.
Me tambaleo y me doy la vuelta para impedir que él me vea llorar, no
quiero mostrarle el poder que tiene sobre mí.
—Tienes razón James, yo no puedo darte lo que necesitas y te pido
disculpas —intento tranquilizarme—No volveré a reclamarte nada, pero te pido
por favor me permitas irme, no me obligues a convivir con tu amante —en mi
voz se aprecia la súplica.
—No puedo dejarte ir sola. Partiremos mañana a primera hora, lo siento
Sarah —sale de la habitación deprisa y no sé si es porque quiere reclamar a
Brenda que se haya ido de la lengua, y que yo sepa lo que él quería ocultar.
Ya no contengo el llanto, no tengo a nadie a quien ocultárselo, solo deseo
llegar a Eilean Donan y refugiarme en el amor de mi hermana y mis sobrinos.
Tal vez allí, lejos de todo esto… mi matrimonio tenga alguna oportunidad.
Pero hace mucho que dejé de creer en los cuentos de hadas…
(James Mackencie)
La furia me consume, busco a Brenda y no la encuentro y eso me esta
volviendo loco.
—¡Brenda! —grito ya cansado de jugar al escondite.
Parece que tarda una eternidad en llegar, y cuando lo hace no parece nada
arrepentida de lo que ha causado. Y por fin entiendo por qué nunca he llegado a
sentirme a gusto a su lado. Me daba pena y le agradecía la lealtad hacia Helen,
pero ahora mismo hasta eso me cuestiono.
—James, ¿deseas algo? —pregunta risueña. No teme por mi mal humor,
ya que está acostumbrada a recibir un trato especial por mi parte. Eso ha
terminado.
—Sí, quiero que recojas tus cosas y te marches de aquí —respondo.
Ella me mira como si me hubiera vuelto loco y pierde el color de su rostro.
Por primera vez veo miedo en sus ojos.
—James, no puedes decirlo enserio. ¡Te he servido durante años! —grita
presa de la furia, en sus ojos veo la locura que durante años no supe ver.
—Te dije antes de casarme con Sarah que no iba a tolerar ninguna falta de
respeto hacia ella, no solo faltas el respeto a mi mujer, si no que, además, la
engañas, afirmando que tú y yo somos amantes —intento controlarme y no gritar
para no llamar la atención de los demás habitantes de la casa.
—No le he mentido querido —dice acercándose a mí —Tú y yo tenemos
algo, sé que estás herido por la muerte de Helen, pero lo supe en el momento que
no me obligaste a marcharme, supe que tu me querías a tu lado, ¡me necesitas,
como yo a ti! —dice intentando acariciar mi rostro. Me aparto de ella, espantado
por su locura, no sé de dónde ha podido sacar esta historia.
—¡Por amor a Dios, Brenda! —pierdo la poca paciencia que conservaba
—No te eché por lastima, no te quiero y nunca lo he hecho, es hora de que te
marches de aquí, tu ciclo terminó cuando murió Helen.
—¡Tú me besaste! —grita histérica, sabiéndose derrotada —¿Esa fulana te
ha hecho olvidarte de tu amada Helen? —se burla.
—¡No menciones a Helen! —gruño cogiéndola del brazo fuertemente —
¡No insultes a mi esposa! —ordeno intentando controlarme para no romperle el
brazo.
—¿Por qué me haces esto? —pregunta ahora llorando —¡Yo te amo! He
tenido que soporta ver como amabas a Helen, y cuando ella murió pensé que por
fin reconocerías tu amor por mí, ¡pero no! Apareció esa maldita inglesa ¡ojalá
también se muera! —y sé que lo desea con todas sus fuerzas.
No lo soporto más y la empujo fuera de la casa, la dejo caer en el suelo del
patio y no siento pena de la mujer que veo arrodillada pidiendo piedad, ella ha
deseado la muerte a Sarah, como también lo haría con Helen en su día. No
soporto verla ni tenerla cerca.
Llamo a uno de mis hombres….
—Llévala hasta la frontera de nuestras tierras —ordeno.
¿Luego qué? —pregunta Fergus.
——A partir de ahora está sola. Asegúrate dejarla sana y salva fuera de las
tierras de los Mackencie, ¿entendido?
—Sea —responde, intenta alzar a Brenda del suelo, pero es ella la que se
levanta.
—¡No te librarás tan fácilmente de mí, James Mackencie! —grita,
sabiendo que este es el final.
Los veo marchar hacia las caballerizas y ya no pierdo mi tiempo en seguir
viendo como Brenda esta fuera de mi vida por fin.
Ahora tengo una batalla importante que librar, conseguir que Sarah me
crea, que confíe en que yo no le mentiría, y para ello voy a contarle lo poco que
ha ocurrido entre esa maldita loca y yo.
Cuando llega la hora de comer, mi esposa se niega a bajar, no es una
reacción que no esperara. Decido darle tiempo, esta mañana ya hemos dado
bastante el espectáculo como para seguir haciéndolo ahora. Me aseguro de que le
lleven una bandeja con comida y doy la orden de que se le advierta que si no
come me veré obligado a dársela yo mismo. Parece que mi amenaza surte efecto,
porque una hora más tarde la bandeja vuelve a ser bajada vacía. Al menos se
alimenta, no quiero que caiga enferma por mi culpa.
Paso el resto del día con mis hombres, dejando todo preparado para poder
estar unos meses fuera, aunque yo sí tendré que volver más seguido, al fin y al
cabo, son mis tierras y ya las descuidé bastante durante estos años.
La noche cae y estoy inquieto, tengo un mal presentimiento, como si algo
fuera a pasar, y ya no estoy tan seguro de que debamos partir mañana hacia
Eilean Donan, pero sé que Sarah está empeñada en irse, y tal vez allí lejos de
toda la maldad que aún impregna la casa por culpa de las intrigas de Brenda.
Pueda hacer que me escuche, que me crea.
Llamo a su puerta que ya ha sido arreglada, y cuando escucho su voz
dando permiso para entrar, no lo dudo ni un segundo, seguramente Sarah ha
pensado que era la criada para traer su cena, pero en esta ocasión soy yo quien se
la trae.
Al verme, puedo sentir su repulsa a mi presencia en su cuarto, pero no voy
a dejar que el abismo que nos separa crezca.
—Te traje la cena —digo con voz tranquila.
—¿Por qué tú? ¿Tal vez tu amante ya está demasiado cansada?, ¿o porque
ya está esperándote en tus aposentos? —pregunta en tensión.
—No tengo ninguna amante y Brenda se ha marchado de esta casa esta
misma mañana.
Puedo ver el desconcierto en su hermoso rostro. ¿Hermoso? ¿De dónde ha
salido ese pensamiento? Bueno, por supuesto que Sarah es hermosa, pero nunca
me he permitido el lujo de admitirlo.
—¿Por qué? —pregunta con desconfianza.
—Le advertí que debía tratarte con sumo respeto, no solo no lo hizo, si no
que ha envenenado tu mente contra mí. Eso no podía consentir: la he echado de
mis tierras, cosa que debería haber hecho hace años.
—Pero no lo hiciste, ¿por qué debo creerte? ¿Por qué te importa tanto que
lo haga? —pregunta ansiosa.
—No, no lo hice, al principio porque el dolor me nublaba la mente, nada
me importaba, si la gente se marchaba o venía, me era indiferente —respondo
con la verdad ——Lo único que ha pasado con esa mujer y fue hace casi un año,
fue que una noche de borrachera ella se abalanzó sobre mí, nos besamos, pero
recobré el juicio a tiempo, nunca me acosté con ella. Brenda lo sabe bien, pero tú
no.
—¡Ella sabía que no habíamos pasado la noche juntos! —espeta aun
contraria a creerme.
—Todos en la casa lo saben Sarah, no por ello significa que pasé la noche
con ella. Dormí solo y esa es la verdad, quieras creerla o no.
No dice nada, me mira durante minutos, luchando una batalla contra sus
inseguridades, su desconfianza y su miedo a volver a sufrir.
Se gira y se dirige hacia el tocador. Veo que todo está ya recogido,
preparado para el viaje de mañana y eso me recuerda otra vez la sensación de
desasosiego que me embarga cada vez que pienso en viajar mañana.
—Sarah, tal vez partir mañana no sea muy buena idea —intento abordar el
tema sutilmente.
—¿Que? —grita —¡No! No voy a quedarme aquí, en esta caa se respira
maldad, ya te lo dije James Mackencie, contigo o sin ti, me marcho de aquí —su
decisión es firme.
—Sarah, tengo un mal presentimiento como si algo me impidiera irme de
aquí —intento expresarle como me siento, pero ella se lo toma a broma.
—Será tu amada Helen que no quiere que te marches de aquí —dice
burlona. —Mañana me marcho contigo o sin ti, ahora haz el favor de salir de mi
habitación.
—Eso ha sido un golpe bajo Sarah. Mañana nos marchamos, reza a tu
Dios que lleguemos sanos y salvos —me marcho enfadado por no conseguir que
ella me crea. No solo eso, ha querido hacerme daño y lo ha conseguido.
¿Qué clase de matrimonio nos espera? Pienso desanimado.
Me levanto antes de la salida del Sol, porque es inútil intentar dormir: he
tenido pesadillas donde Sarah me pedía una y otra vez que la encontrará, que la
salvará y me he despertado con una sensación de importancia insoportable.
Preparo los caballos. Estoy tentado a llevarme a algunos de mis hombres,
pero descarto la idea. Haremos el viaje raudos, aunque al final del día Sarah este
muerta del cansancio. Ella es la que quiere irse a toda costa de aquí.
Le pido a la cocinera que nos preparé algo de comida para el camino, y
cuando estoy dispuesto a ir a por Sarah, ella aparece preparada para el viaje.
—Estoy lista —dice casi sin mirarme, ¿qué le ocurre?
—Todo está listo, cabalgaremos veloces y solo pararemos para comer algo
a pocas millas de Eilean Donan, donde los hombres de mi hermano ya montan
guardia —le informo.
—¿Por qué tanta preocupación? —pregunta desconcertada.
—Ya te dije anoche que tengo un mal presentimiento, tu obstinación en
irnos es la que hace que viajemos hoy, no lo olvides —le respondo.
Ella no dice nada, parece que hoy no tiene burlas para mí. Montamos en
nuestros caballos y sin decir más emprendemos camino hacia el hogar de mi
hermano. La verdad es que necesito consejo de Alex y tal vez de Brianna, si es
que ella no me manda matar por lo que se supone que he hecho. He sido acusado
y sentenciado sin un juicio justo.
Solo pido a Dios que no ocurra nada, que lleguemos a Eilean Donan, y que
Sarah me dé una oportunidad para demostrarle que este matrimonio no esta
condenado.
Capítulo XIII
Camino a Eilean Donan, 1467.
(Sarah Mackencie)
Al alba ya estoy más que preparada para partir. Cuando James se fue
anoche de mi habitación, pasé horas y horas pensando en sus palabras,
decidiendo si creerle o no.
Y puede que sea estúpida, o que esté tan necesitada de afecto que mi
mente me juegue una mala pasada, permitiéndome pensar que James dice la
verdad, que no me ha mentido, si no, ¿por qué iba a echar a Brenda de su hogar?
Mi corazón confía en él y creo que es hora de darle una verdadera
oportunidad a nuestro matrimonio. No seré yo quien nos condené a una vida de
sufrimiento. Los celos e inseguridades me cegaron y Brenda supo aprovechar
muy bien la situación, pero no voy a permitir que nadie vuelva a interponerse
entre nosotros. No ahora que por fin soy capaz de reconocer que nunca dejé de
amar a James Mackencie, no ahora que es mi esposo.
Llevamos horas cabalgando sin descanso, estoy agotada, pero mi marido
fue claro, no pararemos a descansar hasta estar cerca de Eilean Donan. No
quiero pedirle que pare, porque sé que para él es importante que confíe en él y
sus presentimientos, y la verdad es que me asusta el pensar que tal vez pueda
tener razón y por mi cabezonería nos hemos puesto en peligro los dos. No
soportaría que James resultará herido o incluso muerto por mi causa.
—Ya podemos descansar—dice parando a su montura, yo me detengo
recia.
—No falta mucho para llegar, ¿verdad?, ¿por qué no seguimos? —
pregunto yo nerviosa.
—Sé que ni siquiera soportas mi compañía, querida esposa, pero debemos
descansar y los caballos también. Aún quedan varias horas de luz —responde
bajando de su caballo. No me ayuda a bajar del mío, como siempre hace, y eso
me demuestra una vez más lo enfadado y herido que se siente.
—Tenemos comida, comamos algo, seguramente cuando lleguemos a
Eilean Donan ya hayan cenado, incluso estén dormidos. Vamos a darles un buen
susto —dice con censura en su voz.
—Se que he sido una cabezona, pero necesitaba salir de allí, necesito ver a
mi familia.
—¿Debo recordarte que ahora tu familia soy yo? —pregunta aún molesto
—Tu estupidez puede costarnos cara.
—Tú eres mi esposo, pero tengo hermanas, sobrinos, una madre. No me
pidas que los dejé atrás —ahora es mi turno de aclararle que no voy a volver a
apartarme de mi familia. Lo hice por años, eso se acabó.
—¿De verdad lo soy? —pregunta burlón —Nunca te apartaría de tu
familia.
—Eso ha sido un comentario ruin —digo dolida.
—Tal vez estoy cansado de recibir todos tus golpes sin responder.
Se marcha hacia una arboleda y ata a los caballos, yo me quedo inmóvil
por sus palabras, me duelen, pero son ciertas.
Me acerco cuando veo toda la comida que está sacando y mi estómago
ruge en respuesta.
—Acércate, vamos a comer y descansaremos muy poco, quiero llegar
cuanto antes.
—¿Creía que estando ya tan cerca se Eilean Donan estábamos seguros? —
digo yo mientras cojo algo de fruta y queso
—Nadie en su sano juicio osaría atacarnos en tierras de mi hermano, pero
ambos sabemos que William esta loco ¿verdad?
—¿William? —un escalofrió recorre mi cuerpo solo con pronunciar su
nombre.
—¿Crees que ese bastardo va a conformarse? A estas alturas, la carta que
envié a la corte informando al Rey de nuestro matrimonio ya habrá llegado y ese
desgraciado seguro ha sido informado.
El terror me invade, miro alrededor como si en cualquier momento ese
monstruo fuera aparecer. No veo nada, el Sol cada vez esta más bajo y quedarán
pocas horas de luz.
—Nadie nos sigue, no quería asustarte, pensé que eras consciente de que
esto no ha acabado, que hasta que no mate a William él seguirá siendo una
amenaza para ti, y eso es algo que no puedo permitir.
—¿Matarlo? —pregunto sin voz —¡No quiero que te enfrentes a él! ¡Te
matará! —grito asustada.
—Vaya… gracias por tu confianza en mí —responde burlón, pero dolido.
—No dudo de tu destreza en combate James, solo que William no lucha
con honor, no se rige por las normas de combate —intento explicarle que no lo
considero inferior ni a William ni a ningún guerrero.
—Si él pelea jugando sucio, yo también lo haré —es lo único que dice,
dando el tema por zanjado, y yo no me atrevo a seguir insistiendo, debo intentar
arreglar el desastre que he creado, no hacerlo aun más grande.
Terminamos de comer en un silencio incómodo, ahora es lo único que nos
une, los silencios, cada uno atrapado en sus miedos y pensamientos. No
descansamos mucho, ahora que sé el verdadero peligro que corremos soy la
primera en querer llegar a los muros de Eilean Donan.
Sé que tanto Brianna y Alexander van a preocuparse cuando nos vean
llegar antes de tiempo, y yo voy a dejar de ocultar lo que ocurre. Necesito ayuda
y voy a dejarme ayudar. Quiero volver a compartir las dulces caricias de James,
volver a sentirme amada por él, volver a sentir ese placer sublime que me hizo
sentir antes de que yo entrará en pánico y estropeara la que hubiera sido la mejor
noche de mi vida, pero estoy deseando poder arreglar eso. Durante días he
estado pensando que lo que me hizo entrar en pánico fue que James se puso
encima de mí, impidiendo que pudiera moverme. Si yo pudiera estar encima de
él… Eso puede hacerse, ¿verdad? Yo no sé mucho de esas cosas, siempre he sido
violada en posturas que me impedían moverme y si no era así, me ataban.
Finalmente aprendí que resistirme era mucho peor y lo único que hacia era llorar
y rezar para que todo acabará pronto. A veces el calvario duraba horas, otros días
por el contrario Dios era misericordioso y solo duraba unos pocos minutos, si
William estaba muy borracho.
Así que mi intención es intentar seducir a mi esposo, que él me ayude a
crear recuerdos hermosos para enterrar los horrores pasados, aquel infierno
acabó hace años, ahora ya nos soy más ni Sarah De Clarence, ni Sarah
MacFerson.
Soy Sarah Mackencie… y estoy orgullosa de serlo.
—¡Sarah! —grita James sacándome de mis cavilaciones
—¿Qué ocurre? —pregunto asustada mirando a mi alrededor.
—Te he llamado varias veces, no me escuchabas —dice el mirándome
extrañado.
—Estaba pensando en cosas importantes.
Él me mira esperando más explicaciones por mi parte, yo no se las doy,
me sonrojo solo de pensar en decirle que voy a seducirle.
—¿Te estas sonrojando, mujer? —pregunta —¿Qué demonios te ocurre?
—¡Nada! —me levanto y me dirijo a mi caballo —Vámonos James, ya
hemos descansado bastante.
Mi marido sube a su montura y emprendemos las pocas millas que nos
separan del hogar de mi hermana.
—¡Allí están las murallas de Eielan Donan! —exclamo feliz, y James por
primera vez me sonríe.
—Sí, llegamos sanos y salvos mujer, ahora nos toca aguantar el
interrogatorio de nuestros hermanos.
—Yo hablaré James, ha sido culpa mía, yo les explicaré —respondo seria.
—¿Culpa tuya? —pregunta mirándome como si estuviera loca—¿De qué
hablas?
—Soy yo la que no puede darte lo que todo hombre necesita —respondo
avergonzada. —Pero te prometo que eso va a cambiar.
Emprendo el galope, dejando a mi marido completamente anonadado.
—¡Sarah! —él me llama, pero no detengo mi montura, soy la primera en
recorrer el puente que une la isla donde se encuentra el castillo y soy la primera
en traspasar las grandes puertas que aún no están cerradas.
Como suponía, Alex y Brianna ya están en las grandes escaleras de
entrada, esperando nuestra llegada. Ambos me miran con preocupación, y la
primera en acercarse cuando bajo del caballo es mi hermana.
—¿Qué es lo que ha pasado? —pregunta abrazándome —¿Os han
atacado? ¿William está dando problemas?
—Tranquilízate esposa —ordena Alexander acercándose a nosotras con
una pose relajada y sus manos detrás de su gran espalda —Deja que al menos
desmonten y descansen unos minutos.
—Hola hermano —dice James abrazándolo. Él ha llegado raudo detrás de
mí.
—¿Qué has hecho James? —pregunta con cansancio mi cuñado.
—Él no ha hecho nada, quiero que quede bien claro —intervengo yo,
hablando mortalmente seria.
—¡Basta! —ordena James —No necesito que me defiendas, esposa. Han
ocurrido varios malentendidos y Sarah deseaba volver con vosotros, tal vez aquí
podamos solucionar esos problemas.
Ambos nos miran escépticos, pero Brianna es la primera en romper el
hielo. Me coge de la mano y me lleva a la que fue mi habitación antes de
casarme. No me sorprende encontrar a Marie ya preparándome un buen baño de
agua caliente, seguro que Brianna se lo ordenó nada más saber que estábamos
llegando al castillo.
—Hola Marie —digo al entrar mientras mi hermana cierra la puerta.
—Hola Sarah, no te esperábamos tan pronto —dice abrazándome. Su
vientre aún está más abultado. Ella se da cuenta de que lo miro porque rompe a
reír —Sí, estoy enorme, lo sé. Ya no falta mucho.
—¿Tienes miedo? —pregunto.
—No, Ian no se apartará de mi lado en ningún momento, su presencia me
tranquiliza —responde calmada.
—Sarah quiero saber qué demonios ocurre —exige Brianna. Suspiro
porque se que es inevitable, debo contarles todo lo que ha pasado en estos días.
—No pude acostarme con James, y cuando llegamos a su hogar, me
encontré con una criada bastante impertinente, que me aseguró que era amante
de James. Eso me devasto, discutimos, le golpeé, él me ha jurado que nunca ha
tenido nada que ver con esa mujer, solo la besó una vez que ella se aprovecho de
su estado de embriaguez, después de mis reclamos él la echó de sus tierras, pero
yo necesitaba salir de allí, la maldad de Brenda estaba impregnada en esas
paredes, necesitaba volver aquí para intentar arreglar lo que he arruinado.
Las dos me miran sin poder creer todo lo que les he contado…
—James finalmente se dio cuenta de la arpía que tenía metida en casa,
¿no? —ríe Marie
—¿Conocéis a Brenda? —pregunto.
—Claro, cuando Helen y James vinieron para mi boda con Ian, ella vino
con ellos en calidad de dama de compañía de Helen, aunque esa mujer se las
apañaba muy bien sin esa arpía.
—¿Confías en James? —pregunta de repente mi hermana.
Yo tardo en contestar, ¿confió en él?
—Sí, lo hago. Por unas horas esa mujer me hizo vivir un verdadero
infierno, pero después comprendí que James es un hombre leal.
—Estabas celosa —afirma Brianna. —Nunca has dejado de amarlo y
nunca lo harás.
—Sarah, ¿puedo contarte mi historia? —pregunta Marie. Yo asiento. —
Bueno, pero métete en la tina, esto va para largo.
Cuando ya estoy sumergida en agua caliente con aroma a rosas, ambas se
sientan a mi lado. Brianna sonríe y Marie respira hondo pensando cómo
comenzar a contarme su historia de amor con Ian.
—Bueno, debo decir que siempre he estado enamorada de Ian, desde que
era una niña, y él me defendía de los demás niños.
Crecimos y tuve que ver cómo siempre estaba rodeado de mujeres. Con el
tiempo nuestra relación de amistad se fue enfriando, no entendía por qué él me
evitaba, eso me dolía muchísimo. Cuando murió mi padre el volvió a mí, me
apoyó, me consolaba en las noches cuando salía de mi casa para que mi madre
no me viera llorar, y una de esas noches, sin esperármelo, me beso y fue una
noche mágica, la mejor de mi vida.
Todo cambió cuando mi madre volvió a casarse y llegó Fiona. Era una
muchacha hermosa, decidida, que siempre conseguía lo que quería, y desde el
primer momento quiso a Ian.
Hacia poco que me había pedido que me casará con él. Yo, por supuesto,
le dije que sí sin dudarlo. Él se pasaba los días construyendo nuestra casa, pero
pasado el tiempo cada vez venía menos por mi casa, o eso pensaba, yo pasaba ya
mucho tiempo aquí para evitar que mi padrastro me violara.
—¿Lo hizo? —pregunto en tensión, sin poder evitar revivir mi pasado.
—No, aunque una vez estuvo a punto de conseguirlo, gracias a Dios pude
escapar. Después de eso, Ian dejó de hablarme, me evitaba y yo tenía miedo de
que se hubiera enterado de que mi padrastro me había tocado más de la cuenta
—cuenta avergonzada.
Ella intenta contener el llanto, sé lo difícil que es revivir esos momentos y
siento mucha furia contra ese malnacido de su padrastro.
—Un día no lo soporté más y le obligué a hablarme. Me dijo que no
pensaba casarse con una ramera que se acostaba con el marido de su madre, me
dijo que le daba asco y no volvió a hablarme – su voz suena rota, como si con
solo recordarlo sintiera ganas de llorar. ——Eso me dolió, pero lo que acabó de
matar mi corazón fue que al poco tiempo se comprometió con Fiona. Esa misma
noche intenté suicidarme, pero ni para eso tuve valor.
La llegada de tu hermana fue mi salvación. pasé a trabajar solo para ella,
no tuve que volver a casa de mi madre, donde noche tras noche veía como Ian
cenaba con nosotros como uno más de la familia.
Cada día que pasaba se acercaba más la boda de Ian con Fiona y yo
incluso tenía bien planeada mi muerte. Ya estaba muerta y no encontraba
ninguna solución, no hubiera soportado verlos de por vida juntos, pero antes de
que eso ocurriera, nuestro Laird desterró a Brianna y yo le supliqué que me
llevará con ella a Inglaterra. Lo demás ya lo sabes, llegué allí como alma en
pena, sabiendo que Ian se veía obligado a casarse con Fiona porque se había
acostado con ella y el hijo que afirmaba estar esperando era suyo.
Creía que mi vida estaba acabada, pero estando en otro país al menos no
tendría que ver cómo el hombre que amaba formaba una familia con una mujer
que no era yo.
Cuando Brianna decidió volver a Escocia para salvar a mi señor, yo la
seguí. Aunque Ian me había traicionado y dado la espalda cuando más lo
necesitaba, temía por él. Según nos contó James, Ian estaba muy mal herido, tal
vez su brazo no se salvaría.
Helen consiguió salvarlo, pero su brazo no ha vuelto a ser el mismo,
durante mi estadía en Inglaterra mi madre volvió a enviudar y cuando Fiona se
dio cuenta de que Ian no volvería a ser el mismo guerrero de antaño la dejó, le
dijo que ni siquiera estaba embarazada, se fue de aquí y no hemos vuelto a saber
de ella.
Yo cuidé de Ian y eso a él le dio falsas esperanzas. Yo estaba muy dolida,
pero seguía amándolo como el primer día. Él me pidió perdón mil veces por
haber creído las mentiras de Fiona y mi padrastro, pero yo me negaba a darle
otra oportunidad, el dolor y el orgullo no me permitían perdonarlo. Nos condené
a meses de sufrimiento, lo he visto llorar y suplicar de rodillas mi perdón, ¿te
imaginas a Ian de ese modo? No podía perdonarlo y a la vez me odiaba a mí
misma por obligar a un hombre como él a llegar hasta ese punto por mí.
Cuando decidí darle una oportunidad, le dejé bien claro que ni iba a
casarme con él enseguida, él lo acepto, nunca he vuelto a ver que él voltee a ver
a ninguna otra mujer que no sea yo.
Me adora, me ama y yo a él, pero para llegar a donde estamos hoy hemos
pasado por mucho, he llorado mucho, he luchado mucho contra mis
sentimientos.
Cuando al fin nos casamos, no estaba todo resuelto. Sarah, yo no fui
violada como tú, pero créeme que dejar que Ian me tocase como ese enfermo me
tocó en su día me costaba horrores, y no por ello amaba menos a mi esposo.
Cuando al fin tuvimos nuestra noche de bodas, yo no podía quitarme de la
cabeza que Ian había poseído a mi hermanastra, eso me impedía disfrutar de esos
momentos. Ian lo sabía, hacia todo lo posible para que yo disfrutara, para que
llegará al clímax, pero me era imposible. El abismo creció entre nosotros al igual
que el tuyo se interpone entre tú y James.
Hasta el día que tu hermana me dijo unas palabras que jamás olvidaré, y
que aún puedo escucharlas como si fuera ella la que estuviera diciéndolas.
—Te pregunté si amabas a tu esposo, y tú me contestaste toda ofendida
que por supuesto —dice riendo mi hermana.
—Exacto, entonces me dijiste que si lo amaba por qué estaba
condenándonos a una vida de angustia —responde Marie.
Y sus palabras me hicieron darme cuenta de que estaba dejando que Fiona
siguiera separándonos.
Tu hermana con sus palabras salvo mi matrimonio, todo estaba en mi
cabeza. Aunque mi corazón sabia que Ian siempre había sido mío, mi mente se
negaba a dejar paso al amor por temor a volver a sufrir. Cuando dejé todo atrás
empezó mi matrimonio con Ian.
Esa misma noche me quedé embarazada de mi primer hijo y fue una noche
inolvidable. Cuando todo acabo recuerdo que Ian, tan emocionado como yo, me
dio las gracias mil veces, me dijo…
" Gracias por volver a mi" y desde ese día somos uno, nos amamos con
locura, ¿discutimos? Claro, como todos, pero las reconciliaciones son lo mejor,
así que mi consejo es que dejes todo atrás y que cuando estéis en el lecho, no
permitas que nadie se interponga entre vosotros dos, solo sois James y Sarah,
nada más.
Ya hace rato que el agua se ha enfriado, pero estaba tan absorta en la
historia de Ian y Marie que ni cuenta me había dado.
Me ayudan a salir y después de que Brianna me peine el cabello, como
siempre le gusta hacer, es cuando Marie se despide y nos deja a solas.
—Te ha impactado su historia, ¿verdad? —pregunta ante mi silencio.
—Me ha dado mucho en lo que pensar. Ya tenía claro que deseaba seducir
a mi esposo y ahora estoy decidida a ello —le digo riendo, aunque bastante
colorada.
Ella ríe a su vez y me mira orgullosa.
—¿Entonces a qué esperas? —pregunta.
—¿Ahora? —pregunto nerviosa.
—¿Cuándo si no? No dejes que todo esto os separé, pero hazlo porque lo
deseas, no vuelvas a dejar que nadie te obligue a entregar tu cuerpo.
—Lo deseo hace mucho tiempo – aseguro. Ella solo asiente.
—Entonces te dejo para que cojas valor, yo me marcho con mi esposo a
disfrutar también de una noche de pasión —suelta tan tranquila.
—¡Brianna! —grito avergonzada —¿No tienes vergüenza? —pregunto
intentando aguantar mis carcajadas.
—La perdí hace años, si la encuentras dile que no la echo de menos —y
sale dejándome sola.
Paseo por la habitación durante horas, hace tiempo que James esta en la
habitación de al lado. Intento dejar la timidez de lado, me quito el camisón y me
pongo una bata casi trasparente, ¿y si no le gusto?, ¿y si Helen era mejor que yo?
¡Basta! Me digo a mí misma: se acabó, cuando cruce esa puerta solo seremos mi
esposo y yo.
Sin pensarlo más, llamo a la puerta dos veces y sin esperar respuesta entro.
James ya está acostado en la cama y, cuando me ve entrar, se incorpora en ella.
Puedo darme cuenta de que está desnudo y eso lejos de asustarme, me excita.
—¿Sarah? —pregunta desconcertado —¿Ocurre algo?
Yo no le contesto, simplemente me quito la bata que cubre mi cuerpo,
dejándome desnuda ante él. Veo como me mira con los ojos como platos. Traga
saliva ruidosamente, recorre mi cuerpo desnudo muy despacio, tanto que siento
como si estuviera acariciándome.
—¡Dios santo Sarah! —susurra. —¿Quieres matarme?
Sigo sin hablar, cierro la puerta y me acerco a la cama.
Esta noche es nuestra, solo nosotros dos…
Capítulo XIV
Eilean Donan, Escocia 1467.
(James Mackencie)
Cuando mi esposa se quita la bata y me deja contemplarla a la luz de la
Luna que entra por la ventana, me deja sin respiración.
La otra noche no pude disfrutar de estas vistas, estaba tan nervioso y
asustado para que ella no se angustiará, que ninguno de los dos pudo disfrutar
del otro.
Pero esta noche Sarah me esta dando un maravilloso regalo, es hermosa,
su piel blanca, aunque tiene algunas cicatrices, sigue siendo preciosa. Sus pechos
pequeños pero firmes, caderas un poco anchas y un trasero muy apetitoso. Mi
miembro está despertándose, la deseo tanto que duele.
—Di algo, por favor —ruega avergonzada.
Mi silencio ha provocado que piense que no la deseo, que no me encanta
lo que me está mostrando con tanta confianza.
Me levanto despacio intentando no asustarla, no quería salir de la cama
porque estoy desnudo y mi miembro esta más que despierto, pero no soporto ver
a Sarah con esa mirada derrotada.
Abre los ojos asustada al verme. Eso no es lo que quiero, no quiero que
me tema.
—Tranquila, no voy a hacerte daño —no sigo acercándome, esperando
que sea ella la que se acerque a mí, segura de que no voy a dañarla.
—Sé que no lo harás —dice intentando dejar de mirar hacia bajo.
—Lo siento, no puedo evitarlo, te deseo y mi cuerpo desea al tuyo.
Su reacción no es la que yo esperaba, ella me mira sonriente y se acerca a
mí, duda durante un momento, pero finalmente me besa sin tocarme. Me encanta
sentir sus labios sobre los míos, pero necesito más.
Ella parece adivinar mis pensamientos, porque deja de besarme y
sonriendo asiente, dándome el permiso que necesitaba. No lo pienso y la abrazo
contra mi cuerpo. Me estremezco de placer, sus curvas acariciando mis
músculos, mi pene intentando buscar el camino a casa, pero deberá esperar,
pienso adorarla toda la noche, reemplazar los malos recuerdos por algo hermoso
y placentero.
La alzo en brazos para llevarla hasta el lecho. Muy despacio la tumbo y yo
con ella, sin apresarla, sin que mi cuerpo toque mucho el suyo, sigo besándola,
intentando alejar de su mente a los viejos fantasmas. Ella tal vez no es
consciente pero esta acariciando mi espalda, respondiendo a mis besos como si
no fuera capaz de detenerse, y yo no quiero que lo haga.
La acaricio suavemente, como si de una pluma se tratase. Su piel al paso
de mis manos va poniéndose de gallina, se estremece y deja escapar unos
pequeños gemidos que me están volviendo loco, pero juro que voy a
contenerme.
—Puedes tocarme, puedes hacer lo que quieras, solo no te pongas encima
—susurra mirándome a los ojos, con súplica.
Y entonces lo entiendo, ella debe controlar lo que ocurra a partir de ahora,
aunque eso me mate, ella debe llevar el control para que pueda disfrutar y
dejarse llevar. Sonrío en respuesta, me tumbo en la cama con mis brazos detrás
de mi cabeza.
—Soy todo tuyo, esposa —sonrío intentando que ella pierda la vergüenza
y el temor.
Ella sigue dudosa, pero se arrodilla a mi lado, dejándome ver sus
maravillosos pechos con sus pezones erectos que me llaman a chuparlos y
morderlos. Como no puedo hacer eso, muerdo mis labios en respuesta y no paro
hasta que noto el sabor de la sangre en mi boca.
—No hagas eso —me dice rozando mis labios. —No tengo miedo, no
ahora.
Ella sigue su recorrido con sus manos y sus ojos por mi cuerpo,
avergonzada, pero decidida. Sus suaves caricias me estremecen y debo hacer un
esfuerzo enorme por no levantar mi pelvis que está pidiendo a gritos ser
acariciada. Sarah intenta no llegar nunca a esa zona de mi cuerpo y sé que es
porque la teme, pero esta noche voy a encargarme de solucionar eso.
—Pequeña, déjame a mí, ¿vale? —pregunto. —No te aprisionaré, lo juro.
Ella, con una confianza que me forma un nudo en la garganta, se tumba de
nuevo dejándome apreciar cada curva, lunar o marca en su divino cuerpo.
Empiezo solo rozando con los labios sus pezones que tanto tiempo he
querido saborear, ella se retuerce, pero de placer, sus manos en mi pelo
impidiendo que me aleje me lo confirman. Los beso, saboreo y pellizco hasta
que sus pechos están hinchados, mientras mis dedos viajan hasta su centro y lo
encuentro húmedo. Siento que se tensa, pero por unos segundos, luego se deja
hacer y suelta un gemido al penetrarla con dos de mis dedos. Levanta las caderas
para salir al encuentro de mi mano, y yo se lo permito. Sé que ella aún no es
consciente de que se aproxima su primer orgasmo, para mí es como si mi mujer
fuera virgen.
—James —jadea asustada —, no sé qué me está pasando —me mira sin
comprender que su cuerpo está experimentando por primera vez el placer de
compartir la cama con un hombre.
—Esposa, no te asustes —digo besando su cuello. Pellizcando su botón de
placer y ella grita —Estás a punto de tener tu primer orgasmo.
—¡Dios mío! —exclama tensándose; el clímax está llegando —¡James!
Grita una y otra vez mientras mis dedos no dejan de acariciarla y mis
labios no dejan de jugar con su cuerpo.
Igual que el placer llega se va, dejando a Sarah jadeando aferrada a mí.
Siento que lágrimas le bañan la cara y me asusto, ¿le habré hecho daño?
—¿Esposa? —pregunto —¿Te hice daño?
—¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias! —dice una y otra vez besándome.
No entiendo nada, pero si está besándome es porque no le hice daño,
¿cierto?
De repente mi esposa me tumba y se sienta encima de mí. Parece un ángel,
ruborizada y sudorosa, pero más hermosa que nunca.
—Ahora quiero complacerte esposo —dice susurrando.
Acto seguido me besa. En esta posición sus partes están sobre mi pene
dolorido y mi instinto me pide a gritos que la penetre hasta el fondo, pero debe
ser ella la que asuma el mando.
Me besa, recorre mi pecho y abdomen con su lengua, y cuando creo que
me va a conceder el deseo de saborear mi miembro se detiene.
Vuelve a mirarme y con decisión se coloca sobre mi pene, en su entrada
resbaladiza. Veo el miedo, así que con mis manos le acaricio de nuevo el clitoris
y ella gime y se contonea buscando más placer y al hacerlo me adentro más en
su interior. Veo su expresión de alivio cuando se da cuenta de que no le duele,
está tan húmeda que podría empalarse de golpe y no sentiría dolor alguno. Yo
estoy sudando, apretando los dientes, porque estoy sufriendo una tortura.
Sarah desciende más y yo no puedo evitar gruñir, ella se detiene temiendo
haberme hecho daño.
—Esposa, por favor, me estás matando —suplico que esta tortura cese.
Ella parece entenderlo porque se deja caer y ambos gritamos, yo de placer
y ella de sorpresa. Se queda quieta unos momentos, esperando que yo diga o
haga algo.
Solo la cojo por las caderas y la levanto un poco y mis caderas van a su
encuentro. De esa forma, la penetro hasta lo más profundo de su ser, ella gime y
se aparta, por un momento mi corazón deja de latir, pero cuando vuelve a dejarse
caer contra mí pierdo la cordura. Prometí que ella sería la que llevará el control y
lo cumpliré, aunque me mate en el intento.
Por fin mi esposa parece entender que no va a encontrar dolor y sus
movimientos empiezan a ser constantes, arriba y abajo, dentro y fuera, más
deprisa, más lento.
Cuando mi orgasmo se acerca no puedo evitar levantar mis manos y coger
entre ellas sus pechos, no puedo evitar que mis caderas salgan a su encuentro, no
puedo evitar gemir su nombre una y otra vez.
Sé que ella también está a punto de alcanzar el clímax porque sus
movimientos son más bruscos, más rápidos. Se acerca a besarme y es cuando sé
que ambos vamos a llegar juntos al cielo, la cojo por las caderas y asumo el
control que prometí ceder, pero mi esposa no se queja, al contrario, grita mi
nombre entre gemidos de dicha y placer. En pocas estocadas fuertes y profundas,
ambos colapsamos y el cuarto se llena de sonidos del más puro éxtasis.
Mi esposa se deja caer sobre mí, yo aún dentro de ella. Le acaricio su
hermoso cabello, ambos sudados, pero plenamente satisfechos.
Nunca había sentido una conexión tan fuerte, es como si nuestras almas se
hubieran conectado, no solo nuestros cuerpos, y eso tristemente no me había
pasado ni siquiera con Helen.
Sarah no se mueve, y empiezo a preocuparme. Me muevo para verle la
cara y una sonrisa se forma en mi rostro. Mi esposa está profundamente
dormida, tiene una sonrisa en sus labios hinchados por mis besos, y eso me
produce una satisfacción enorme.
Decido que quiero dormir tal y como estamos, así que intentando
moverme lo menos posible nos tapo a ambos y con Sarah entre mis brazos cierro
los ojos y el sueño viene también a mi encuentro, feliz como no lo he sido en
años.
(Sarah Mackencie)
Quedarme desnuda ante James me ha resultado muy difícil, sé que no
tengo un cuerpo hermoso, mi espalda esta surcada de cicatrices, no tengo pechos
grandes, pero él me mira de una forma extraña. Siento que el silencio va a
aplastarme, por eso suplico que hable, no soporto más la incertidumbre.
Cuando se levanta despacio del lecho puedo ver, aunque intento evitarlo,
que está excitado. Su miembro es grande, sobresale erecto de una mata de bello
más oscura que su cabello. Es hermoso, aunque me asuste como nada en este
mundo. Por desgracia no es el primer hombre que veo desnudo y excitado, pero
él no me repugna, todo lo contrario, lo deseo.
Se acerca a mí con temor a mi reacción y eso no es lo que quiero, me
promete no hacer nada que pueda dolerme y yo estoy segura de que cumplirá su
palabra, así que decido que si él no va a acercarse lo haré yo. Él se sorprende,
pero espera mi siguiente movimiento, lo beso sin rozar mucho su cuerpo con el
mío, deseo mucho más, pero tengo miedo a que vuelva a ocurrir lo de nuestra
noche de bodas.
Así que dejo que sea el quien dé el siguiente paso, solo con mi
asentimiento él me abraza contra su fuerte cuerpo y me lleva hacia la cama,
dejándome muy suavemente. Me trata como si fuera de porcelana y no sé si
agradecerlo o no.
Le pido que haga lo que desee, menos colocarse encima de mí,
impidiéndome moverme. La última vez eso es lo que me produjo el pánico.
Me acaricia suave como si de una pluma se tratase, me estremezco, le
acaricio su fuerte y ancha espalda una y otra vez, no dejamos de besarnos.
De repente, él parece entender que lo que necesito es que me ceda el
control y se deja caer en la cama con sus manos atrás de la cabeza. Me mira
totalmente tranquilo.
—Soy todo tuyo, esposa.
Oír eso me da el impulso que necesitaba, me arrodillo a su lado y empiezo
a acariciar su cuerpo, aunque aún no me siento capaz de rozar su hombría.
Veo como se muerde con fuerza el labio sacándose sangre, no me gusta
eso, no quiero que me trate diferente, quiero que me ame como a una esposa.
—No hagas eso —le suplico, besándolo —No tengo miedo, no ahora.
Quiero dejarle eso muy claro y aunque sigo disfrutando de poder
acariciarlo a mi antojo, esto no está saliendo como yo esperaba.
—Pequeña, déjame a mí, ¿vale? —pregunta —No te aprisionaré, lo juro.
Y confiando en su palabra, me tumbo de nuevo en la cama, empieza a
rozarme con sus gruesos labios mis pezones, que desde hace rato desean ser
saboreados por su lengua. No puedo evitar gemir y moverme para acercarme
más a esa fuente de placer que es su boca.
Roza, chupa, muerde mis pechos, mientras su mano viaja hacia mi centro,
y la verdad que me avergüenza un poco que note lo húmeda que estoy, aunque a
mi esposo no parece molestarle, más bien al contrario, me besa con pasión, sin
dejar en ningún momento de acariciarme, y aún esclavo del más puro placer, no
olvida la promesa que me ha hecho, eso me llena los ojos de lágrimas.
¿Cómo pude dudar de él? ¿Cómo pude pensar que un hombre como James
me sería infiel pocos días después de nuestra unión?
Mi cuerpo parece que ya no me pertenece, como de lejos escucho mis
propios gemidos de placer, susurro una y otra vez el nombre del hombre que
amo y que siempre he amado.
Pasados unos minutos, no soporto más el placer que me produce sus
caricias y estallo gritando en voz alta todo el éxtasis que mi cuerpo está
sintiendo. Me tenso y cuando toda la ola de calor me sacude dejo caer mi cuerpo
de nuevo, extasiada y agradecida por lo que me ha hecho sentir.
—¿Esposa? —pregunta preocupado al darse cuenta de que estoy llorando
—¿Te hice daño?
—¡Gracias! —le beso —¡Gracias! —vuelvo a besarlo —¡Gracias!
El sonríe complacido, y tranquilo al saber que no me ha hecho daño.
Un impulso me hace tumbarlo a él en la cama y colocarme yo encima. Su
miembro entre mis piernas. Me rozo contra él sintiendo el mismo placer que
cuando sus dedos me acariciaban. Él gime como si estuviera sufriendo la peor
tortura en mis manos. Me detengo temerosa de ser yo quien le esté haciendo
daño.
—Por favor esposa, estás matándome – suplica. Entonces entiendo que el
autocontrol de James Mackencie está a punto de esfumarse.
Decido que ya he prologado esto demasiado, agarró el miembro de mi
esposo y lo acerco a mi entrada. Me dejo caer un poco, cuando siento que me
penetra me quedo de nuevo quieta, esperando un dolor que no llega. Abro los
ojos maravillada y James sale a mi encuentro sin poderlo evitar, haciendo que
casi todo él esté dentro de mí.
Sin miedo, dejo todo mi peso caer, dejando que todo su gran miembro
entre hasta el fondo de mi ser. Ambos gritamos.
El placer me domina y dejo de sentir miedo o vergüenza. Me muevo por
instinto, dándole a mi cuerpo la libertad que necesita para volver a tocar el cielo.
Yo no puedo evitar a mi esposo, Él tiene los ojos fuertemente cerrados, sus
manos apresan mis caderas con fuerza, sus gruñidos me estremecen, verlo
disfrutar hace que me sienta poderosa. Siento que voy a llegar al orgasmo de
nuevo, así que es mi turno de cerrar los ojos y dejarme llevar. James me amasa
mis pechos sensibles enviando ráfagas de placer a mi centro y sale a mi
encuentro en cada penetración.
Le cedo el poder porque mi cuerpo ya no es mío y solo quiero sentir, en
pocas estocadas profundas me hace llegar al éxtasis y Él lo hace conmigo. No
puedo evitar gritar una y otra vez su nombre, él hace lo mismo. Como un eco
lejano escucho que pronuncia mi nombre una y otra vez, cuando el placer llega a
su fin, me dejo caer sobre el pecho sudoroso de James. Escuchar su corazón
desbocado me gusta, me gusta que me acaricie el cabello aun sin darse cuenta.
Siento que me besa la frente, pero el sueño me vence y con una sonrisa de plena
felicidad me dejo atrapar por los brazos de Morfeo.
Despierto porque el sol entra a raudales por la ventana. Me siento un poco
desorientada y al moverme me doy cuenta que estoy algo adolorida, normal,
hacía años que no tenia sexo con nadie, pero es un dolor placentero, porque no
es fruto de una brutal violación, si no del placer sublime que experimenté con el
hombre que amo.
James no está en la cama y eso me entristece un poco, aunque no tengo
mucho tiempo para lamentaciones antes de que Marie aparezca con una bandeja
llena de comida.
—Buenos días Sarah —saluda feliz, aunque la veo cansada.
—No deberías cargar peso ni subir escaleras Marie —la reprendo,
preocupada.
—Tonterías —responde —Debes acabarte todo el desayuno, órdenes de tu
esposo —dice riendo.
—¿James? —pregunto desconcertada.
—¿Acaso tienes otro? —pregunta con guasa.
Ambas reímos felices, ella me mira y parece adivinar que los fantasmas
han sido expulsados de mi vida, que James ha roto las cadenas que me ataban al
tormento.
—Veo que mi historia te ayudó a decidirte —no pregunta, sino que lo
afirma.
—Sí, me ayudo mucho —se lo agradezco y ella como siempre le quita
importancia, se marcha y me deja sola de nuevo.
Cuando casi he acabado de comer, aparece James con una nueva mirada,
contento como hacía tiempo no lo veía.
Buenos días esposa, veo que desayunaste bien —asiente complacido. ——
¿Estás bien? —veo la preocupación en sus ojos.
—Estoy muy bien esposo, gracias por este maravilloso desayuno —sonrío
para tranquilizarlo.
Él se sienta a mi lado y me acaricia la cara, ambos nos observamos y
James es el primero en besarme con ansias. Yo le respondo de igual manera. De
repente él se detiene, se pasa las manos por su largo cabello húmedo aún, lo que
me lleva a pensar que fue al lago a bañarse.
—Es pronto aún Sarah, no quiero hacerte daño —me besa la frente y
sonriendo me tiende un pequeño cofre de madera oscura con palabras gaélicas
grabadas en él.
Lo miro extrañada, pero con la mirada me pide que lo abra. La curiosidad
me puede y lo hago, dentro del cofre entre terciopelo azul oscuro descansa una
pequeña daga, la reconozco enseguida y la bilis sube por mi garganta.
—¿Porque me das la daga de Brianna? —pregunto casi sin poder hablar.
—No es la daga de Brianna, esta es tuya. —Responde —Mi madre mando
hacer dos, una para Alex y otra para mí.
Lo miro aún sin comprender, la daga es hermosa, pequeña pero legal y eso
lo sé muy bien, porque con una daga idéntica a esta Brianna asesinó a mi primer
marido.
—Ahora es tuya esposa, llévala siempre contigo —dice acariciándome el
brazo, sacándome de mis cavilaciones.
—¿Qué es lo que pone? —pregunto sabiendo que no me lo dirá.
—En su momento lo sabrás, esposa —sonríe misterioso
No puedo añadir nada más porque mis pequeños sobrinos entran al cuarto
de golpe gritando y echándose sobre la cama, haciendo que James y yo
rompamos a reír. Los niños gritan sin cesar y es Valentina quien pone algo de
orden en tal algarabía.
—¡Basta niños! —ordena tajante, esta niña cada vez se parece más a su
padre —Tía, venimos a preguntarte si quieres venir al lago. Madre está algo
cansada hoy y padre está entrenando con sus soldados.
—¡Claro que sí! ¿Cómo negarme si estos dos guerreros han irrumpido ya
en mis dominios? —pregunto haciéndoles cosquillas.
—Esperar abajo a vuestra tía, decirle a Ian y a Fergus que os acompañen,
no iréis solos —ordena mi esposo.
—¡No! —niega Kaylan, uno de los gemelos —¡Estamos en tierra de los
Mackencie, nadie osaría atacar aquí!
—Obedecer o no saldréis de los muros del castillo —responde serio.
Los niños, aunque enfadados, se marchan a obedecer a su tío; lo miro un
poco acusadora.
—No me mires así esposa, ya te dije lo que pienso —sé que tiene razón —
Llévate la daga, disfrutad, yo hoy no puedo escaparme del duro entrenamiento
que el Laird nos impone —ríe, me besa por última vez y se marcha.
Me arreglo para pasar un buen rato con mis amados sobrinos. Cuando
estoy a punto de abandonar la habitación, me detengo, la daga sigue encima de la
cama. La cojo y me la escondo en la liga de la pierna, sin saber por qué me
produce seguridad llevarla.
Si alguien se atreve a atacarme a mí o a los míos no dudaré en usarla, por
los mi familia soy capaz de todo.
Capítulo VX
Tierras de los Mackencie, 1467.
(Sarah Mackencie)
Llegamos al lago acompañados por Ian y Fergus, ambos guerreros se
quedan a una distancia prudente del agua.
Los niños se tiran sin pensárselo dos veces al agua helada. Valentina lo
hace seguidamente para estar al tanto de esos dos diablillos, es una magnifica
hermana mayor, aunque apenas se lleven dos años.
Yo me quedo en la orilla, con los ojos alerta de que no les pase nada. Mi
hermana me ha dejado un poco preocupada, se le veía pálida, cansada. El
embarazo ya empieza a dar problemas y aún faltan meses para la llegada del
bebe, pero debo concentrarme en ayudar, ¿y qué mejor ayuda que cuidar de estos
tres diablos?
Me encantan los niños, siempre soñé con tener lo que mi hermana en
pocos años ha conseguido, ¿y si en mi vientre ya crece una nueva vida? Después
de la noche de pasión con James es muy posible, y esa posibilidad me llena de
alegría. Inconscientemente, me llevo mi mano al vientre plano, imaginando
como sería tenerlo abultado con el peso de un hijo en mi interior. Rezo para que
Dios me conceda ese milagro.
Veo que Fergus se acerca más al lago y que Ian se queda más rezagado. Lo
veo raro, más pensativo de lo normal. Me acerco a él dispuesta a preguntarle que
es lo que le aflige.
—Ian, ¿qué sucede? —pregunto cuando estoy a su lado.
—No lo sé Sarah, es un mal presentimiento —al escucharlo, un escalofrio
recorre mi cuerpo, no es la primera vez que escucho esa palabra.
—¿Tiene que ver con Marie? —pregunto preocupada.
—No lo sé, llevo días preocupado por ella. Se niega a dejar de trabajar, el
parto se acerca y no puedo dejar de pensar que la última vez estuvo a punto de
morir —siento su miedo.
—La amas mucho, ¿cierto? —pregunto contenta de saber que dos
personas a las que he llegado a querer se aman profundamente.
—Mas que a mi vida —responde contundente. —Me costó mucho
recuperarla, como para que Dios me la arrebate.
—No lo hará —digo convencida.
—Reza por nosotros Sarah, porque yo no estoy seguro de que tu Dios me
escuche.
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