Lady Sarah parte 04





—Lo hace, él no desampara a nadie. Un amor como el vuestro es eterno,

se refleja en vuestros hijos y seguirá haciendolo en vuestros nietos —intento que

sus malos pensamientos desaparezcan.

—¿Dónde demonios esta Fergus? —pregunta ceñudo. Yo miro y no lo veo

ni a los niños tampoco. El corazón parece que se me ha detenido hasta que los

gemelos y Fergus salen a la superficie.

—¡Maldita sea Fergus! —grita Ian —¿En qué demonios estabas

pensando? —el primero al mando del clan Mackencie ha entrado en escena.

—Lo siento Ian, pero estos renacuajos me retaron a una carrera —se

escusa algo avergonzado el hombre más joven, es apenas un muchacho.

—¿Dónde está Valentina? —pregunto aterrorizada. —¡Valentina! —grito

presa del pánico.

—¿Se sumergió con vosotros? —pregunta Ian, dispuesto a tirarse al lago.

—No, estaba fuera en las rocas —contesta Fergus nadando por los

alrededores.

Ian se tira al agua, yo la llamo a los gritos, siento mi garganta en carne

viva, pero no me detengo, no pienso volver a Eilean Donan sin mi sobrina. Por

Dios, si algo le ocurre no podré perdonármelo jamás.

—¡Valentina! —grito de nuevo, escalando las rocas donde la vio Fergus

por última vez.

Los dos hombres también empiezan su búsqueda por fuera del agua. Los

gemelos están asustados llamando a su hermana, están llorando y yo no soy

capaz de consolarlos porque yo tambien estoy llorando, estoy volviéndome

completamente loca.

Escucho un forcejeo en unos altos matorrales, y recordando que llevo la

daga, me la saco de la liga y hago señas a Ian que esta más cerca de mí. Él

también lo ha escuchado y ha desenvainado la espada.

Lo que ven mis ojos delante de mí es mi peor pesadilla echa realidad, me

quedo inmóvil, aprieto la daga en mi mano sudorosa y por un momento dejo de

respirar.

—Volvemos a vernos Sarah —delante de mí está William MacFerson,

tiene a mi sobrina cogida por el cuello. La pequeña está asustada y aun así lucha

contra su captor.

—William —susurro aterrada, inmersa en las pesadillas en las que él es el

protagonista.

Ian se dispone a atacar cuando William saca un gran cuchillo y lo acerca al

cuello expuesto de Valentina.

—Quédate quieto o le rebano el cuello a la mocosa —y sé que es capaz de

hacerlo.

—¡Ian quieto! —le grito, cuando me doy cuenta de que está dispuesto a

atacar, pese a la amenaza de ese bastardo.

—¡Suéltala! —ordeno, veo en sus ojos que he cometido un error y cuando

aprieta un poco el cuchillo en la piel de Valentina y esta grita, yo me siento a

morir, veo brotar una fina linea de sangre.

—¡Por favor! —ruego dejándome caer de rodillas. Sé que a él le agrada

verme así. —Déjala ir.

Él sonríe como tantas veces lo vi hacer y el pánico crece en mí. Veo por el

rabillo del ojo que Fergus está con los gemelos, pero alerta para atacar, y yo

ruego en silencio para que no lo hagan, pues Valentina morirá si lo hacen.

—¿Qué serías capaz de hacer, mi amor? —pregunta burlón mientras su

lengua recorre la mejilla de mi niña. Siento asco, tengo ganas de vomitar, pero

debo salvarla.

—Déjala ir y yo ocuparé su lugar —le imploro.

—¡No Sarah! —gruñe Ian.

—Me siento tentado, de verdad que sí…. —dice pensativo —Pero es que

tu pequeña sobrina es un bocado muy apetitoso.

—¡No la toques! —me levanto furiosa, dispuesta a matarlo.

—Entonces tú ocuparas su lugar —sentencia serio. Aparta el cuchillo del

cuello de la niña y afloja su agarre.

—¡Lo haré! —exclamo ansiosa —Deja que los niños se vayan con mis

hombres.

—¡No voy a dejar que este bastardo te lleve, Sarah! —grita con furia Ian.

—Por favor Ian —susurro mirándolo —James me salvará —susurro.

Veo la batalla que está luchando, si no deja que yo me marche con

William, Valentina morirá. Me mira impotente, yo solo le sonrío, intentando

sacar fuerzas para soportar lo que se avecina.

—Suelta a mi sobrina y haré lo que desees —veo en sus ojos la lujuria.

Tiemblo y siento muchísimo miedo, pero me domino.

William empuja a Valentina contra Ian sin esperarlo. Ian reacciona

cogiéndola antes de que caiga. En esa fracción de segundo, el mal nacido ya me

tiene cogida por mi larga trenza y me amenaza con el cuchillo de igual forma

que hace unos segundos lo hacía con mi sobrina.

Ian gruñe frustrado. Yo le imploro que se lleve a los niños, que regresen a

Eilean Donan, si no sé que William es capaz de matarme si se siente amenazado.

—James te matará, maldito bastardo —sentencia impotente mientras

abraza a una Valentina llorosa. Es digna hija de sus padres.

William solo ríe y me obliga a caminar. Cada vez nos alejamos más, lo

último que veo de mi gente es a Ian cargando a mi niña y Fergus a los gemelos,

sé que llegarán pronto a casa para dar la voz de alarma.

Mientras, William ya no me amenaza con el cuchillo, me empuja para que

camine y no muy lejos espera su caballo atado a un gran árbol, ¿cómo demonios

supo donde estabamos? ¿Cómo pudo entrar en las tierras de Alexander?

—¡Camina zorra! —gruñe —Me has causado demasiados problemas, pero

me las pagarás —sentencia.

Me obliga a subir al caballo y el lo hace detrás de mí. Tener su asqueroso

cuerpo cerca del mío está matandome de asco, mas debo conservar las fuerzas

para lo que me espera, porque por desgracia voy directa al infierno.

Otra vez…solo que esta vez es mucho peor, esta vez sé lo que me espera

cuando llegue al clan MacFerson.

Solo espero que James llegue a tiempo…

Amado mío, sálvame.

(James Mackencie)

Me despierto aún con Sarah encima de mí. Con mucho cuidado, la dejo

dormida encima de la cama, se remueve un poco buscando mi calor. Sonrío

como un idiota, no puedo evitarlo.

Me aseo intentando no hacer ruido, una vez termino salgo de la habitación

y voy al despacho que perteneció a mi padre y que ahora ocupa Alexander. Voy

directo al armario de madera y saco un pequeño cofre que ha estado guardado

durante años.

—Sabía que se la entregarías a Sarah —la voz ronca de mi hermano me

sobresalta.

—¡Maldición! —exclamo —¿Quieres matarme?

Alexander entra riéndose, me observa y parece adivinar la noche tan

especial que he compartido con mi esposa. Asiente complacido.

—¿Puedo decirle a mi mujer que deje de preocuparse? —pregunta.

—Creo que sí, hermano —respondo feliz.

—¡Ya era hora, maldición! —gruñe —Espero que, a partir de ahora, dejéis

las tonterías.

—Creo recordar que a ti te costó bastante entender que amabas a Brianna.

—Por eso, maldito mocoso, aprende de mis errores —ordena. —Hoy

debes venir al entrenamiento.

—A la orden Laird —digo burlón —Voy a ver si Sarah ya despertó.

—¿No te has parado a pensar el porqué le entregas a Sarah la daga que

madre nos regaló? —pregunta sin mirarme.

—Porque es mi esposa y quiero que vaya protegida —respondo muy

seguro.

Alex bufa y me mira como si fuera estúpido…

—Aléjate de mi vista o te mataré a golpes —ordena y yo no discuto.

No tengo tiempo para pensar en la pregunta que me ha hecho, ni el porqué

de su reacción. No quiero que Sarah despierte y no me encuentre con ella, no

quiero que piense que lo de anoche fue algo insignificante para mí.

Para mi mala suerte está despierta y ya ha terminado de desayunar, aunque

a ella no parece importarle que no estuviera a su lado al despertar. Eso me

molesta un poco la verdad.

Después de que me asegura que está bien, sin poder contenerme durante

más tiempo, la beso y ella corresponde ansiosa, pero una vez más soy yo quien

debe contenerse, aún está muy sensible y no deseo hacerle daño.

Cuando le muestro el cofre queda maravillada ante él. Es un cofre

hermoso, hecho a mano, con el emblema de nuestro clan, y todo tipo de

símbolos tallados, aunque lleva muchos años guardado aun conserva su antigua

magia. Le pido que lo abra, y al hacerlo sé que reconoce la daga. Su expresión es

de pánico, por ello inmediatamente la saco de su error: esta daga es suya y no de

Brianna. Mi madre hizo dos, una para cada uno de sus hijos.

Es una daga pequeña, pero peligrosa en las manos adecuadas, y eso lo

demostró Brianna en dos ocasiones; la primera al desfigurar a Isabella y la

segunda al matar al bastardo de MacFerson.

Sarah me pregunta el significado de la inscripción, y cuando recuerdo lo

que pone, las palabras de mi hermano me golpean.

¿Por qué le entrego la daga a Sarah?

No le digo el significado, aun no estoy preparado para enfrentarme a las

preguntas que sé que me hará si le digo lo que la daga representaba para mi

amada madre.

Gracias a Dios, la interrupción de nuestros sobrinos me salva de dar más

explicaciones. Los gemelos con sus gritos nos hacen entender que quieren que

Sarah los lleve al lago, ya que su madre no se encuentra muy bien. Veo como esa

noticia preocupa a mi esposa y cómo intenta aparentar felicidad para que sus

sobrinos no se preocupen por su madre. Sé que Sarah los llevará, pero no voy a

permitir que vayan solos. Los gemelos son los primeros en protestar, pero de

nada les va a servir: o van acompañados o no saldrán de estos muros, y así se lo

hago saber. A regañadientes aceptan y tras salir igual de rápido como entraron,

se marchan a buscar a algún par de tontos que quieran pasar las horas muertas

viéndolos nadar.

Me despido de mi mujer, ya que hoy ya no puedo volver a faltar a mis

obligaciones. Marcho hacia el patio de armas, cómo no, Alex ya está allí

ordenando a gritos a los muchachos más jóvenes lo que deben hacer.

—Envié a Ian y Fergus con Sarah y los niños —me dice tras darme una

espada. —Vamos a enseñar a estos mocosos cómo se pelea.

Nos enzarzamos en una batalla, en la cual ninguno quiere perder. Sé que

contra el Laird Mckencie no podré ganar, pero no me rendiré tan fácilmente.

Ambos estamos agotados, sudorosos, y creo que mis reflejos fallan,

porque sin esperármelo me encuentro en el suelo con mi hermano apuntándome

con la espada.

¡Maldita sea! Volvió a ganarme…

—Siempre debes estar alerta —me recuerda y me ayuda a levantarme —

¡Parejas de dos! —ordena a voz en grito.

Durante una hora o más, vemos a los jóvenes intentar imitar a su Laird.

Aún les queda mucho por aprender, pero es que algunos apenas superan las doce

primaveras.

Unos gritos nos alertan de que algo a ocurrido, veo llegar a Fergus con los

gemelos en brazos, ambos llorando, y seguido de cerca va Ian con Valentina

herida en sus brazos.

Mi hermano corre al encuentro de sus hijos, yo busco como loco a Sarah,

pero no llega con ellos, y un mal presentimiento se instala en mí. Incluso antes

de que Ian pueda hablar, sé que el bastardo de William se la ha llevado.

—¡¿Quién demonios ha osado a herir a mi hija?! —grita Alexander

furioso, Brianna y Marie al escuchar los gritos también salen asustadas.

—¡Valentina! —grita Brianna corriendo hacia su hija, que pese a todo está

bastante tranquila.

La abraza llorando y tras revisarla y ver que es una herida bastante

superficial, mira en busca de Sarah gritando también el nombre de su hermana.

—¿Dónde está Sarah? —pregunta asustada a Ian —¿Dónde está mi

hermana?

—¿Dónde demonios está mi mujer? —pregunto cansado de tanto silencio.

—Se la ha llevado —contesta Ian —Ese bastardo tenía a Valentina, estoy

seguro de que estaba dispuesto a matarla, Sarah ocupo su lugar.

Mi rugido de furia es atronador, ensordecedor…

Marie se lleva a los niños dentro, Brianna está petrificada, llorando.

Alex intenta hacerla reaccionar. Cuando lo consigue, las palabras de su

mujer nos destrozan el corazón.

—Sálvala Alex, por favor —susurra una y otra vez. —¡Va a matarla! —

Voy a acabar con ese hijo de puta —me dispongo a marchar solo cuando

Alexander me detiene.

—No vas a ir solo. Sarah es mi familia, pero ese bastardo se atrevió a herir

y amenazar a mi hija. Entró a mis tierras, vamos a acabar con él —sentencia y su

palabra es ley.

Se despide rápidamente de Brianna, y Alex, Ian, Fergus y cuatro hombres

más partimos hacia las tierras de ese desgraciado. Desearía poder volar para

llegar inmediatamente a sus dominios, pues se que contra más horas esté Sarah

en su poder, más va hacerla sufrir, pero juro que si le pone las manos encima se

las arrancaré, dejaré que se desangre como un cerdo.

—Las tierras de ese miserable quedan al menos a dos días de viaje sin

descanso —habla Ian.

—Sarah no soportará dos días allí —le grito furioso. —Cabalgaremos

hasta de noche, ese animal nos lleva horas de ventaja, debemos atraparle antes

de que llegue a sus dominios.

—¡Basta! —ordena Alexander —Los caballos deben descansar, lo

atraparemos. ¡Lo juro!

—¿Cuándo?, ¿cuando haya violado a placer a mi esposa, Alex? —estoy

tan furioso y asustado que no me importa ir en contra de mi hermano.

—Vuelve a cuestionar una orden mía y me importará una mierda que seas

mi hermano —responde serio.

—¡Es mi mujer la que está con ese bastardo! —le grito sin importarme su

amenaza. Como respuesta, Alex estampa su puño en mi cara. Un dolor atroz me

recorre la nariz, rezo para que no esté fracturada.

—No olvides que tu esposa es ahora mi hermana también, no vuelvas a

dudar de que la rescataré sana y salva —vuelve a montar y todos hacemos lo

mismo.

Ian y yo quedamos los últimos, el dolor del golpe no es comparado al que

siento por no saber dónde está Sarah en estos momentos.

Veo que Alex da el alto y todos desenvainamos espadas. Algo está tirado

en el camino, parece una mujer tirada en el camino. Alex es el primero en

acercarse y yo lo sigo. Cuando le damos la vuelta no puedo evitar maldecir.

—¿La conoces? —pregunta mi hermano.

—Es Brenda. —mi hermano entiende inmediatamente de quién le hablo.

Le conté toda la historia.

——¿Está muerta? —pregunta Ian. Me acerco a ella y puedo escuchar su

respiración brusca.

—No lo está, pero sí muy malherida —respondo.

—No podemos llevarla con nosotros —argumenta Fergus.

—¡Brenda! —la llamo, necesito saber quién le ha hecho esto. Está muy

golpeada y es un milagro que no esté muerta.

Ella abre los ojos con mucho esfuerzo, me mira y cuando me reconoce

rompe a llorar…

—Ja…mes —balbucea con dificultad —Ha sido él, se la ha llevado.

—¿Él? ¿quién? —insisto.

—MacFerson…cuando me echaste, conseguí trabajo en una taberna —

tose con esfuerzo —Él me obligó a irme con él…él me ha violado —rompe a

llorar y yo, a pesar de su mal comportamiento, me compadezco de ella.

—Fergus, llévala a mi casa de nuevo, nosotros continuamos viaje.

—¿Sabes dónde va a llevar a Sarah? —pregunta Alex, en su voz detecto

desconfianza.

—Creo que no a sus tierras, sabe que le seguís de cerca. No muy lejos de

aquí hay una cabaña —deja de hablar y por un momento temo que esté muerta.

La zarandeo y vuelve a abrir sus ojos hinchados —Allí tiene a esos dos niños,

seguro la llevará allí, está deseoso de cobrar su venganza.

Se me hiela la sangre, pero a la vez la esperanza florece en mí, si nos

damos prisa podemos darle caza antes de que se oculte el Sol.

Ayudamos a Fergus a cargar el cuerpo maltrecho de Brenda, él la llevará a

mi casa donde la curaran y a mi regreso decidiré qué hacer con ella.

Cuando vemos que el joven Fergus parte a galope, nosotros hacemos lo

mismo en dirección contraria para buscar la cabaña que nos ha dicho Brenda.

Dios mío que Sarah esté bien…

Que llegue a tiempo.

Capítulo XVI

(Sarah Mackencie)

Tener el cuerpo sudoroso de William pegado al mío mientras cabalgamos

hacia un destino incierto es más de lo que puedo soportar. No ha dejado de

tocarme, de contarme con lujo de detalles lo que piensa hacer conmigo. Intento

no llorar, no demostrar emoción alguna, aunque es muy difícil.

No sé dónde nos dirigimos. Sé que las tierras de los MacFerson quedan a

muchas millas de aquí, pero William no parece temer que James y los Mackencie

vengan detrás de él, ¿acaso duda de que mi marido venga a por mí?

—¿Dónde vamos? —pregunto, no soporto estar más tiempo sin saber a

dónde nos dirigimos.

—¡Cállate zorra! —gruñe apretando su agarre sobre mí —Esta vez no

escaparás con vida —me susurra en el oído.

Un escalofrió me recorre la columna, el miedo me invade, pero ahora soy

distinta de la Sarah de antaño, ahora no moriré sin luchar. no voy a rendirme,

porque ahora tengo alguien por quien pelear, alguien a quien regresar.

En medio del camino aparece una figura que en la distancia no logro

distinguir, al acercarnos muestra su rostro y una furia inmensa me invade. Ante

mí, y con una sonrisa maligna, se encuentra Brenda ¿qué demonios hace aquí?

Todo cobra sentido en mi cabeza cuando William desmonta y la besa

apasionadamente. Ella corresponde de buen grado y a mi se me revuelven las

tripas, ¿estos dos son cómplices? Por eso William sabía dónde encontrarme.

—Volvemos a vernos Sarah —dice burlona sin separarse de William.

—Lady Sarah para ti, ramera del demonio —gruño furiosa, ambos se ríen

de mí, no me importa.

—William, dejé a los mocosos en la cabaña que se encuentra a unas millas

de aquí —informa risueña esa perra. ¿Mocosos?

—Perfecto belleza, ahora es hora de separarnos —William está listo para

abandonar a Brenda, la muy estúpida pensó lo contrario por su expresión.

—¿Qué? —exclama —¿Vas a dejarme aquí? ¡Yo te ayudé a encontrar a

esa perra! —grita señalándome.

El golpe que William le asesta la tira a tierra. No me extraña…

—¡No me cuestiones zorra! —ordena pegándole varias patadas —Tú ya

no me sirves, ¿sabes lo que hago con la basura que no me sirve? —no para de

pegarla y me estoy asustando.

—¡Basta! —grito desmontando. Soy una maldita estúpida. Esta es mi

oportunidad para huir, y sin embargo me quedo para ayudar a la zorra que ayudo

a William a capturarme.

Él no me hace caso, sigue y sigue. Yo no paro de gritarle para que no la

mate, aunque por el estado en el que está, no creo que siga con vida.

—¡Déjala maldito! ¡Ya está muerta! —para mi sorpresa se detiene,

jadeando por el esfuerzo. Sus manos están cubiertas de sangre. Me mira furioso,

se acerca a mí y por un momento creo que va a golpearme a mi también, pero no

lo hace, me obliga a subir de nuevo al caballo y él monta detrás. Deja atrás a

Brenda sin volver la mirada. Yo sí vuelvo a mirarla, un cuerpo ensangrentado

tirado en medio del camino como si fuera un perro, y siento una gran tristeza por

ella, era una mala persona, pero no se merecía el final que William tenía para

ella.

Después de cabalgar por un buen rato en silencio, veo a lo lejos una

cabaña medio derruida. Temo que ese sea su escondite, si es así, James y los

Mackencie ni siquiera pasarán por aquí, ya que ellos se dirigirán directamente a

tierra de los MacFerson.

Llegamos antes de lo que me gustaría y me obliga a desmontar. Sin

soltarme, abre la puerta de una patada y me empuja al interior. El olor a orín y

excremento me recibe haciendo casi imposible contener las arcadas, pero intento

recomponerme cuando veo quienes están acurrucados en un rincón de la

pequeña cabaña.

—¿Marian? —susurro espantada —¿Sebastien? —las lágrimas me

impiden verlos bien.

Pero puedo distinguir la delgadez de sus cuerpos, la suciedad que los

cubre y el miedo que los domina.

Sebastien a crecido muchísimo, Marian sigue pareciendo un duendecillo.

—¿Sarah? —la voz ronca del muchacho me sorprende…

—Vaya, vaya, el mocoso ha vuelto a hablar —ríe el muy bastardo —¿No

te alegra? Sarah ha vuelto, dale las gracias, ahora ya no tendré que escuchar tus

quejas y gimoteos de niña.

Se me hiela la sangre, lo que da a entender me revuelve el estomago, ¿lo

ha violado? Rompo a llorar. Tantas veces que ocupé su lugar para salvarlo… y

no ha servido de nada.

—¿Estás llorando? —ríe a carcajadas —¿Por un bastardo que ni siquiera

es tu hijo? —pregunta incrédulo.

—Eres un miserable —escupo con asco —Eres menos que un hombre,

¡eres basura! ¡es tu hijo, maldito enfermo! —grito.

El golpe que recibo por su parte me deja desorientada, escucho los gritos

de la pequeña y a Sebastien intentando calmarla.

—¡No vuelvas a gritarme! —ordena cogiéndome del cabello —Ellos son

mios al igual que tú, puedo destruiros si ese es mi deseo.

Le escupo en la cara y, cuando William me mira, se que he cavado mi

propia tumba.

Me empuja contra el camastro mugriento que hay en una esquina. Sé lo

que pretende, pero no va a lograrlo tan fácil, esto era lo que esperaba y estoy más

que preparada.

Me tumba de forma que mi cabeza está enterrada en las mantas y él a mis

espaldas. Lo noto luchar contra las capas de ropa, no sé dónde están los niños,

pero cuando consiga salir de aquí, ellos vienen conmigo. Me revuelvo, aunque él

es más fuerte que yo, pero recordar las caricias de James me da fuerzas. No sé

cómo lo consigo, pero levanto la cabeza de golpe y lo golpeo en la cara. Me

duele, pero no me detengo. Él, a causa de la sorpresa más que por el dolor, aúlla

y afloja su agarre, lo que me da la ventaja de poder levantarme y alejarme de sus

garras.

Está sangrando por la nariz y eso me da satisfacción. Me mira como si

estuviera viendo un fantasma, yo solo sonrío victoriosa, lo que dura bien poco,

porque su mirada se dirige hacia los niños y un temor hace presa en mí, que él

quiera vengarse, doblegarme utilizándolos a ellos, pero no dejaré que vuelva a

vencerme de ese modo. Lo que él no sabe es que soy capaz de matarlo, creo que

ha llegado la hora de este ser inhumano.

Como sospechaba, se encamina hacia Sebastien, lo aparta de Marian a la

fuerza. El muchacho ofrece poca resistencia, intentando que Marian no llame su

atención.

Lo lleva hasta la mesa y lo aprisiona allí. Sé lo que quiere hacer y no lo

voy a consentir. Echo una mirada a Marian y la pobre tiene los ojos fuertemente

cerrados y se tapa los oídos con sus manitas. Eso es lo que me hace reaccionar,

saco la daga que volví a esconder cuando William no se daba cuenta, la empuño

y con un grito de guerra salido de lo más profundo de mi alma me abalanzo

sobre él. William al escucharme se gira y fallo, solo lo hiero en su brazo. La

sangre sale de la herida profunda, pero no es mortal, he fallado y eso me va a

costar muy caro.

Por reflejo coge mi brazo, donde empuño la daga, y haciendo una presión

dolorosa hace que la suelte. Gruñe como un autentico animal y me empuja al

suelo, caigo golpeándome la cabeza, veo luces de colores y un dolor agudo me

atraviesa. Él se echa sobre mi y empieza a intentar subirme la falda, mientras con

la otra mano me aprisiona el cuello impidiendo que pueda respirar bien. No

tengo fuerzas para resistirme, empiezo a llorar perdiendo el valor que hasta

ahora me ha mantenido cuerda, pataleo intentando quitármelo de encima, pero

nada consigo. Lo veo forcejear para quedar desnudo y poder violarme como

tantas veces hizo en el pasado. Una sensación de fracaso se apodera de mí, le he

fallado a los niños, le he fallado a James y me he fallado a mí misma.

De repente siento que el peso de William desaparece de encima de mí,

intento enfocar la mirada, respiro profundamente buscando la entrada de aire

libre que hasta hace unos segundos me era quitada. Enfrente de mí, inmóvil, está

Sebastien. En su mano derecha está mi daga ensangrentada. Sigo su mirada y

puedo ver a William balbuceando mientras la vida se le escapa por el profundo

corte que le atraviesa la garganta. Sus ojos muy abiertos, incrédulo aún, sin

poder creer que su propio hijo ha acabado con su vida.

Me levanto tambaleante y me acerco corriendo a Marian, quien mira

horrorizada la escena. Corriendo la cojo en brazos y me dispongo a coger a

Sebastien de la mano para salir corriendo de aquí, cuando la puerta de la cabaña

se abre estrepitosamente, grito del susto y temo que sea algún cómplice de

William. Pongo a Sebastien y a Marian detrás de mí y me enfrento al nuevo

intruso…

Espero podamos salir de aquí con vida…

¿James, dónde demonios estás?

Cuando finalmente la luz de Sol nos permite ver quién ha entrado por la

puerta, recupero la respiración, ¡Es James! ¡Mi esposo ha venido a por mí! Lo

acompañan Alexander, Ian y varios hombres. Mi esposo recorre con la vista la

cabaña y cuando me encuentra se abalanza sobre mí y me abraza con fuerza. El

abrazo dura poco, me separa de él y me examina preocupado. Su mirada se

oscurece al ver el golpe en mi rostro y la sangre que mancha mi vestido

desgarrado.

—La sangre no es mía —susurro, él solo me mira como si aún no pudiera

creerse que estoy sana y salva.

Vuelve a envolverme en sus fuertes brazos dando gracias una y otra vez.

Me besa profundamente y yo correspondo con ansia, ya que por un momento

pensé que jamás volvería a verlo y ahora lo tengo delante de mí.

—¿Quiénes son estos niños? —escucho que pregunta Alex —¿A qué clan

pertenecéis muchachos? —le pregunta a Sebastien.

El niño no habla y yo me separo de James y me acerco a ellos. Marian está

aterrada, la cojo en brazos y enfrento a mi cuñado.

—Ellos son los hijos de William, su madre es una gitana que los abandonó

con los MacFerson —explico.

—¿Por qué están tan descuidados? —susurra Ian. —Están muy delgados,

¿qué edad tienen? —pregunta.

Ninguno de ellos contesta, Marian me abraza fuerte como si temiera que

alguien fuera a apartarla de mi lado, yo correspondo su abrazo.

—Marian debe tener nueve años, Sebastien casi doce —respondo.

—¿Acaso no sabes hablar muchacho? —Alex empieza a impacientarse.

—¡Alex déjalo! —le suplico ——No sabes las barbaridades que ha

soportado a manos de William.

El niño me mira pidiendo mi silencio y se lo concedo. Sé lo que se siente

después de ser violado, la verguenza que sientes que te impide hablar de ello

como si nosotros fuéramos los culpables y no el violador.

—Los niños se vienen conmigo, en el clan nadie los quiere y Sebastien

acaba de asesinar a su propio padre para salvarme.

Todos los hombres miran asombrados al frágil muchacho que no levanta la

mirada del suelo. James se arrodilla ante él y le obliga a alzar la vista.

El niño lo mira lloroso, temeroso de ser castigado, pero las palabras de mi

esposo me llegan al corazón y hacen que lo ame mucho más.

—Sebastien, has sido muy valiente, has salvado la vida de mi esposa y eso

no voy a olvidarlo jamás. No debes temer. Ahora tanto tú como Marian son mis

hijos ¡son Mackencie! —su intención es abrazarlo, pero Sebastién se separa de él

como si quemara. James me mira horrorizado, porque ha comprendido sin

necesidad de palabras que este maravilloso niño ha sido abusado.

Niego con la cabeza para que no haga preguntas delante de todos, cuando

lleguemos a casa será hora de hablar, ahora lo importante es llegar a casa y

alimentar y bañar a los niños, intentar olvidar esta pesadilla y seguir con nuestras

vidas ahora que el monstruo que nos atormentaba yace muerto a nuestros pies.

Ian, después de comprobar que William está muerto y cuando ya todos estamos

fuera de esa maldita cabaña por órdenes de Alexander, prende fuego a esas

cuatro paredes, donde he pasado las últimas horas.

Por largo rato contemplamos cómo las llamas queman todo reduciendo a

cenizas la choza.

Cuando nos disponemos a partir, veo cómo Sebastien, que lleva en brazos

a su hermana, no se mueve. Lo miro preocupada, todos los hombres han

montado en sus caballos, ya que queda poca luz, y aún quedan muchad millas

por recorrer, seguramente tengamos que pasar la noche en algún campamento

improvisado. Estamos fuera de las tierras de los Mackencie, en el límite entre los

MacFerson y nosostros y eso es peligroso, más aún cuando acabamos de asesinar

a su Laird y quemado su cuerpo.

—¿Qué ocurre Sebastien? —pregunto arrodillándome para mirarlo a sus

ojos —No debes temer a estos hombres.

—Tú ya nos abandonaste una vez —me dice con reproche —No confío en

ti.

Me duele escuchar eso, pero lo comprendo, me fui y los abandoné, es algo

que me ha perseguido durante estos años. Amo a estos niños como si fueran

míos, porque los tres hemos sido victimas del mismo verdugo, porque mientras

vivimos juntos en el clan MacFerson nos apoyamos mutuamente. Yo ocupé el

lugar de este pequeño en contadas ocasiones, porque preferia sufrir yo a que él lo

hiciera, y que ahora cinco años después los haya encontrado e imaginando las

barbaridades padecidas me desgarra el corazón.

—Moriré con ese dolor Sebastien, suplico tu perdón y el de Marian, estaba

tan cegada por el dolor y la rabia que durante cinco años me refugié en un

convento dispuesta a pasar toda mi vida escondida entre sus muros. Cuando mi

hermana me rescató, el miedo por sobrevivir me hizo huir sin mirar atrás. Pero

no ha pasado un solo día donde no pensara en vosotros y he rezado porque

estuvierais bien. A partir de hoy sois mis amados hijos y juro no volver a

defraudaros —Estoy llorando con el peso de la culpa aplastándome.

Él no me contesta durante mucho tiempo, incluso llego a pensar que

rechazará nuestra ayuda y se negará a venir a Eilean Donan.

Sebastien no dice nada, solo mira a su hermana que me sonríe y me

abraza. Lloro agradecida de que al menos Marian me perdone, ella aun era muy

pequeña cuando los abandoné y gracias a Dios parece que su hermano ha

conseguido que William no le hiciera nada.

Con la niña en brazos se la paso a Alexander y Sebastien debe montar con

Ian. Veo que duda, pero al final lo hace cuando Marian le dice algo en una

lengua extraña. Sé que es gaélico, pero no entiendo lo que dice.

Cuando monto junto a James, me abraza fuerte y me susurra…

—Juro por Dios que estaba muerto de miedo esposa —lo siento temblar y

una alegría inmensa me invade. ¡Le importo!

—Yo también temí no volver a verte —confieso mirando a sus hermosos

ojos.

—¡Ojalá hubiera matado yo a ese bastardo! —gruñe —¿Te tocó?

No sé qué decirle, aunque no hace falta, mi silencio se lo dice todo.

Maldice y yo solo quiero consolarlo, decirle que no ha ocurrido nada, que

todo ha terminado y que estamos a salvo.

—Shhh —lo obligo a callar. —Estoy bien, lo golpeé, lo apuñalé y,

finalmente, Sebastien lo mató.

—¿Ese niño…? —no lo dejo terminar.

—Sí, mientras viví con ellos los protegí lo mejor que pude, varias veces

provoqué a William para que dejara en paz al niño, pero los abandoné y él más

que nadie pagó las consecuencias. ¿Sabes lo marcado que está ese pobre

muchacho? El nunca va a ser normal.

James solo me abraza y deja que llore en silencio.

Emprendemos marcha raudos, aunque sabemos que la noche será larga,

espero que Brianna esté bien. Sé que debe estar sufriendo una agonia por pensar

que aún estoy en poder de ese miserable, solo espero que tanto ella como el bebe

estén bien.

Faltan varias millas cuando la noche oscura nos rodea. Debemos parar y

pasar la noche. Los hombres se encargan de encender un buen fuego y preparar

unas camas inprovisadas para mí y los niños.

Los niños comen con ansias, como si estuvieran muertos de hambre, y

pronto se acuestan los dos juntos. Yo por esta noche lo haré cerca de ellos, James

hará la primera guardia.

Cuando ya todos estamos acostados, no puedo evitar la suave vocecita de

Marian hablar con su hermano.

—Sebastien debes perdonar a Sarah —dice casi como una orden.

—Tú eres demasiado pequeña, no entiendes nada —contesta brusco.

—No me trates como si fuera estúpida, sabes de mi don, y tengo que

decirte varias cosas.

—No empieces con tus tonterias —dice con fastidio el niño.

—Vas a conocer a una mujer de cabellos negros y ojos claros, su nombre

es valiente, y esa mujer va a rescatarte del infierno en el que vives, pero no va a

ser fácil, tú mismo te desviaras del camino varias veces, pero recuerda estas

palabras hermano: nada más la veas tu alma reconocerá la suya.

—¡Basta Marian! —ordena, un poco asustado, hasta yo lo estoy.

—Yo no voy a estar siempre a tu lado Sebastien, ya lo he soñado, yo no

llegaré a cumplir los quince años —un escalofrio me recorre el cuerpo, lo dice

tan segura, tan tranquila.

—No digas eso —dice su hermano con la voz rota.

—No sufras por mí querido hermano, este mundo no es el mío y tú has

sido el mejor hermano y esté donde esté te protegeré siempre.

Escucho como lo besa y tan tranquila se duerme, dejando a un Sebastien

destrozado, sollozando, intentando que nadie lo vea. Sé que si se da cuenta de

que yo lo sé, se sentirá avergonzado, así que con un gran dolor intento dormir,

pidiéndole a Dios que lo que ha predicho Marian no se cumpla…


Capítulo XVII

(James Mackencie)

Partimos a galope, yo el primero. No me importa dejar atrás a mi hermano

y los demás.

Cuando llevamos largo rato y a varias millas de distancia, distingo una

pequeña cabaña medio derruida, les hago una señal a los demás y dejamos los

caballos atados a una distancia prudente, de forma que William no nos escuche

llegar. Corremos lo más silenciosos posible. Alex ordena a Ian y a los otros dos

que vayan por la parte de atrás y él y yo entraremos por la puerta para que ese

maldito no pueda escapar de ningún modo.

Alex me pide paciencia, en la cabaña no se escucha nada y eso me

aterroriza, así que sin pensarlo golpeo la puerta abriéndola de golpe, entro y me

cuesta acostumbrarme a la penumbra, pero cuando mis ojos ubican a Sarah mi

corazón deja de latir.

Está en medio de la estancia, ensangrentada, con su vestido desgarrado,

despeinada y golpeada. ¡Dios mío, que ese cerdo no la haya vuelto a violar! —

ruego a un Dios al cual hace tiempo dejé de rezar.

Veo a William degollado en el suelo y dos niños aterrorizados. El mayor

sostiene la daga de Sarah en sus manos, por lo que deduzco que ha sido él quien

ha acabado con esta rata. ¡Lástima! Quería al bastardo para mí.

Corro hacia mi esposa y la abrazo fuerte contra mí, aún sin poder creer

que está viva, que he llegado a tiempo para salvarla.

Me aparto de ella y la examino más de cerca. El golpe en la cara empieza

a amoratarse, una rabia inmensa me invade, el miedo de no saber qué ha

ocurrido aquí.

—La sangre no es mía —susurra para intentar tranquilizarme.

La beso con ansia, ya que por varias horas pensé que nunca volvería a

verla con vida.

—¿Quién son estos niños? —escucho que pregunta Alex —¿A qué clan

pertenecéis muchacho? —le pregunta al muchacho.

El niño no habla y Sarah se separa de mí, se dirige a la niña y la coge en

brazos. Se enfrenta a Alex.

—Ellos son los hijos de William, su madre es una gitana que los abandonó

con los MacFerson – explica. Ahora lo entiendo, ella los conoce bien.

—¿Por qué están tan descuidados? —susurra Ian. —Están muy delgados,

¿qué edad tienen? —pregunta.

Ninguno de ellos contesta, veo como la niña se aferra a mi esposa como si

temiera que alguno de nosotros fuera a separarla de ella.

—Marian debe tener nueve años, Sebastien casi doce —responde.

—¿Acaso no sabes hablar muchacho? —Alex empieza a impacientarse.

—¡Alex déjalo! —le suplica —No sabes las barbaridades que ha

soportado a manos de William.

Puedo hacerme una idea de todo lo que habrán sufrido, su madre los

abandonó con un hombre cruel, que se ve que no los ha cuidado bien: están

desnutridos, sucios y aterrados. ¿Quién sabe las barbaridades que han

presenciado?

—Los niños se vienen conmigo, en el clan nadie los quiere y Sebastien

acaba de asesinar a su propio padre para salvarme. —Explica Sarah seria,

temiendo que nos neguemos a llevarnos a estas pobres almas con nosotros.

—Sebastien has sido muy valiente, has salvado la vida de mi esposa y eso

no voy a olvidarlo jamás, no debes temer. Ahora tanto tú como Marian son mis

hijos ¡son Mackencie! —Quiero que entienda que tiene mi gratitud y que los

acepto como mis hijos, que voy a amarlos y cuidarlos como si fueran propios.

Mi intención es abrazarlo, pero se separá de mí como si fuera algo

impensable para él. El horror me paraliza, al entender lo que puede significar

que el niño no quiera que ningún hombre lo toque. Miro a mi esposa esperando

que ella pueda negarlo, pero en su mirada veo la confirmación de mis temores,

mi rugido de furia hace que el niño se asuste aún más, así que salgo de la cabaña

para intentar calmarme.

Alex es el primero en seguirme y los demás vienen detrás. Mi hermano

ordena a Ian que prenda fuego a la cabaña con el cuerpo de ese degenerado

dentro. Pronto las llamas consumen todo a su paso.

Los otros dos hombres van a por los caballos mientras mi esposa está un

poco más alejada de allí con los niños.

—¿Estoy en lo cierto en pensar que William abusó de ese niño? —

pregunta Alex apretando los puños.

—Creo que sí. ¡Dios santo! Era su hijo, un niño indefenso —un nudo en la

garganta me impide seguir hablando.

—¡Maldito enfermo! —gruñe mirando hacia los niños —¿Crees que

tambien haya violado a la pequeña?

—Espero que no, creo que Sebastien la ha conseguido proteger a costa de

su propia vida.

Ambos miramos a los niños, juntos. Sebastien está diciéndole algo a su

hermana y ella asiente sonriendo. Es hermosa, parece un duendecillo, en su

mirada puedo ver inteligencia y algo más, como si esa niña supiera mucho más

que todos nosotros.

Finalmente llegan los caballos, todos montamos y esperamos que Sarah y

los niños lo hagan, pero veo que Sebastien se niega a venir. Veo el dolor en los

ojos de mi esposa, deseo desmontar y obligar a ese niño a montar, pero sé que no

debo intervenir.

Veo como Sarah se arrodilla y habla con ellos. Muevo mi montura para

poder escucharla y sus palabras atraviesan mi corazón.

—¿Qué ocurre Sebastien? —pregunta arrodillandose para mirarlo a los

ojos —No debes temer a estos hombres.

—Tú ya nos abandonaste una vez —le dice con reproche —No confío en

ti.

Me duele escuchar eso y me parece impensable que Sarah los abandonara,

pero entiendo que el día que Brianna la salvó ella estaba muy mal herida, ella no

estaba en sus cabales.

—Moriré con ese dolor Sebastien, suplico tu perdón y el de Marian.

Estaba tan cegada por el dolor y la rabia que durante cinco años me refugié en un

convento dispuesta a pasar toda mi vida escondida entre sus muros. Cuando mi

hermana me rescató, el miedo por sobrevivir me hizo huir sin mirar atrás. Pero

no ha pasado un solo día donde no pensara en vosotros y he rezado porque

estuvierais bien. A partir de hoy sois mis amados hijos y juro no volver a

defraudaros. —Está llorando con el peso de la culpa aplastándola.

El niño no dice nada, Marian sonríe y abraza a Sarah. La inocencia de la

niña hace más fácil el perdón. Por el contrario, Sebastien tarda en moverse para

acercarse a nosotros, pero finalmente lo hace.

Marian monta con Alex, Sebatien con Ian, y por supuesto mi esposa monta

conmigo.

—Juro por Dios que estaba muerto de miedo esposa —no puedo evitar

temblar ante ese horrible pensamiento.

—Yo también temí no volver a verte —confiesa mirando directamente a

mis ojos.

—¡Ojalá hubiera matado yo a ese bastardo! —gruño —¿Te tocó?

Su silencio me responde y deseo que ese miserable esté vivo de nuevo

para destrozarlo.

—Shhh —me obliga a callar. —Estoy bien, lo golpeé, lo apuñalé y,

finalmente, Sebastien lo mató.

—¿Ese niño…? —no me deja terminar.

—Sí, mientras viví con ellos los protegí lo mejor que pude, varias veces

provoqué a William para que dejara en paz al niño, pero los abandoné y él más

que nadie pagó las consecuencias, ¿sabes lo marcado que está ese pobre

muchacho? Él nunca va a ser normal.

Las lágrimas no la dejan seguir hablando y yo solo la abrazo y pongo el

caballo a caminar. Somos los últimos, puedo ver que Sebatien está tan recto y tan

tenso que va a acabar muerto antes de llegar a Eilean Donan. Veo a Alexander

muy callado, sé que está preocupado por su mujer. Ahora que tengo a la mía

junto a mí, mi preocupación por Brianna crece.

Alexander, con pesar, reconoce que no podemos seguir cabalgando, ya que

la noche es muy oscura, así que montamos un campamento, un buen fuego y

algo de comida. Los niños deboran todo lo que llega a sus manos. Cuando

terminan, Sarah los acuesta en una cama de pieles que hemos hecho para ellos.

La noche va a ser fría y ambos se acuestan juntos sin pensarlo. A Sebastien, la

única persona que permite que lo toque es a su pequeña hermana.

Yo decido hacer la primera guardia, aunque mi hermano se ofrece, ya que

él no va a poder dormir, pero le pido que lo intente. No lo consigue, lo sé porque

lo veo dar vueltas y vueltas. Sarah está con los ojos cerrados, pero alerta, sé que

está pendiente de los niños, a los que oigo cuchichear, pero no entiendo lo que

Marian le dice a su hermano.

Pasada las horas, Alex me dice que vaya a descansar, ya que es una

tontería que ambos estemos despiertos. Me dirijo hacia donde está Sarah y la

abrazo, ella en su sueño se sobresalta, pero cuando se da cuenta que soy yo, se

relaja y sigue durmiendo más tranquila que horas antes.

Cuando el sol está empezando a salir, Alex es el primero en empezar los

arreglos para partir.

—Voy a adelantarme James —me dice montando a su caballo —Tengo un

mal presentimiento, no le digas nada a Sarah.

—Vete, galopa veloz —ordeno preocupado —Nosotros llegaremos en

unas horas, vuelve junto a tu mujer.

Solo asiente y parte raudo. El ruido de la partida de Alexander despierta a

los demás.

—¿Qué ocurre James? —pregunta mi esposa —¿Por qué se marcha Alex?

—Quiere llegar primero para tranquilizar a Brianna —intento sonar

convincente. Sarah me mira intentando buscar en mis ojos la verdad.

—Voy a despertar a los niños —dice no muy convencida de mi

explicación, veo la preocupación en sus ojos.

Estoy arreglando mi montura cuando Marian se acerca hacia mí…

—No debéis afligiros —susurra, me hace una señal para que me agache a

su altura —Ella hubiera muerto, el bebé está en un sitio mejor.

Dicho esto, se marcha junto a su ceñudo hermano, que ha visto nuestra

corta conversación.

¿Brianna hubiera muerto? ¿El bebé está muerto? ¡Dios santo!

¡Esta niña es una bruja! Me asusto por sus palabras, espero que no le diga

nada a Sarah, rezo para que se equivoque en su predicción.

(Sarah Mackencie)

Con una gran congoja me duermo, pero es un sueño intranquilo donde

William aún está vivo, donde aún estoy en sus garras, donde veo como Sebastien

es humillado y herido por ese animal. No puedo despertar y la angustia me

asfixia.

Cuando aún estoy dormida, siento un gran cuerpo abrazarme me tenso,

pero al oler su olor me relajo, es James, es mi amado esposo.

Después de la llegada de James a mi lado, duermo tranquilamente segura

de que entre sus brazos estoy segura de todo peligro.

Me despierto al no sentir el abrazo reconfortante de mi marido y, al

escuchar el galope raudo de un caballo, veo a lo lejos a mi cuñado. ¿Le habrá

pasado algo a Brianna?

Le pregunto a James, pero el solo intenta tranquilizarme, espero que sus

palabras sean ciertas y tanto mi hermana como el bebé estén bien.

Veo como Marian se acerca a mi esposo y como él, al escuchar lo que la

pequeña le dice, pierde el color. El miedo me estremece, ¿Marian le habrá

contado alguna visión?

Le pregunto a la niña, pero no me dice nada de lo que ha hablado con

James, solo me sonríe y me pide que tenga valor.

¿Valor?, ¿para qué?

Ahora más que nunca quiero llegar a Eilenan Donan, así que cuando los

niños acaban de desayunar todos nos apresuramos a volver al hogar.

Cabalgamos durante horas, todos estamos cansados, al menos los niños y

yo, pero no le pido en ningún momento a James que nos detengamos, mi

necesidad ahora es más grande que el dolor o el cansancio. Sé que Alex ya habrá

llegado a la fortaleza y habrá tranquilizado a mi hermana.

Cuando a varias millas de distancia aparece Eilean Donan, el corazón se

me dispara. Le pido a mi esposo que se dé prisa, él no contesta ni le ordena a la

montura ir más deprisa, como si temiera llegar.

Cuando lo hacemos, a pesar de la urgencia que siento por ver a Brianna,

me aseguro de que Sebastien y Marian se den cuenta que han llegado al hogar.

Eilean Donan será siempre su lugar, el hogar de su Laird.

—Niños, bienvenidos a Eilean Donan —les digo sonriente.

—¿Este es tu hogar? —pregunta Marian impresionada.

—Es el hogar de mi hermana, de tu nuevo Laird —le explico.

Sebastien, como ya es costumbre en él, solo mira a su alrededor.

—Quiero que sepáis que aquí siempre seréis queridos, protegidos y que

jamás volveré a abandonaros —eso se lo digo especialmente a Sebastien.

De repente salen mis sobrinos a la carrera, se echan encima de James y

veo a Valentina inmóvil en los escalones de entrada, mirando fijamente a mi

muchacho, no con miedo si no como algo más profundo.

Sebastien la mira impresionado, incluso diria que un poco asustado. ¿Por

qué? Valentina solo es una niña pequeña, va a cumplir cinco años en pocos

meses.

—¿Lo ves hermano? —pregunta feliz, mirando hacia mi sobrina.

—¿Como te llamas? —la voz ronca de el niño sigue sorprendiéndome,

más aún cuando es la primera vez que habla desde hace horas.

—Valentina ¿y tú quién eres? —pregunta curiosa.

—Nadie… —y se aleja. Yo me quedo sorprendida, Marian lo sigue a los

gritos.

Le digo con la mirada a Ian que se encargue de ellos un momento.

—¿Quiénes son esos niños tía? —pregunta de nuevo Valentina.

—Son mis hijos, querida —le explico sonriente —Se llaman Sebastien y

Marian.

—Ese niño me ha mirado raro, no me gusta —refunfuña.

Solo me río intentando quitarle importancia. Ellos deben acostumbrarse a

Sebastien, porque él siempre va a ser algo brusco y no creo que deje que mucha

gente se acerque a él, no en mucho tiempo al menos.

—¿Dónde está mamá, Valentina? —pregunto extrañada de que mi

hermana no haya salido deprisa a mi encuentro.

—Mamá está un poco malita —responde triste. Miro a James, que está

mirándome preocupado…

Me dirijo hacia el castillo, él me detiene…

—Tranquilízate, los gemelos me han dicho que tu hermana está bien.

No le contesto, él sabia que a Brianna le había ocurrido algo, pero ¿cómo?

¡Marian! Ella le dijo algo hace horas…

Corro y subo las escaleras lo más rápido posible. Voy directa al dormitorio

de mi hermana y sin llamar a la puerta entro. Se me cae el alma a los pies cuando

la encuentro tumbada en su cama, pálida y ojerosa con Alex a su lado besando su

mano y hablándole en voz baja. Cuando ambos me ven, tienen distintas

reacciones: Alex se aparta para darme espacio y Brianna sonríe cansada, sin

brillo en los ojos.

—¡Estás sana y salva! —exclama —Alex ya me había contado todo, pero

yo no podía estar tranquila hasta no verte.

Me acerco despacio, sin poder entender que le ocurre…

—¿Qué ha pasado, Brianna? —pregunto asustada.

—Perdí a mi bebe Sarah —dice con lágrimas en los ojos.

Yo me dejo caer de rodillas al lado de la cama y rompo a llorar. Me siento

culpable, el maldito William también se ha llevado a mi sobrino y casi a mi

hermana.

—¡Todo es mi culpa! —sollozo—Brianna lo siento tanto…

—Levántate inmediatamente Sarah Mackenzie —ordena —Tú no tienes

culpa de nada, sabes que mis embarazos siempre han sido difíciles y este más

que ninguno. Estoy bien, estaré bien —dice mientras me siento a su lado y me

abraza.

Lloramos durante un rato, en el cual le relato un poco el calvario que pasé

las horas que estuve retenida por William, le hablo de Sebastien y Marian y ella

sonríe feliz.

—¿Qué te parece? Me has traído dos sobrinos —ríe. —Quiero conocerlos.

Salgo de la habitación dispuesta a ir a buscarlos yo misma, pero mi

sorpresa es encontrarme a mi cuñado y a mi esposo fuera. Alex tiene los ojos

enrojecidos, pero como buen guerrero hace lo posible por ocultármelo.

—Brianna quiere conocer a los niños, ¿dónde están? —pregunto.

—Marie hace un rato estaba bañándolos —explica mi esposo —, iré por

ellos.

Nos quedamos solos Alex y yo, un silencio incómodo…

—Lo siento tanto Alex —le digo intentando no volver a llorar.

Él me mira como si no entendiera por qué me disculpo.

—Brianna a perdido el bebé por mi culpa, es algo con lo que viviré toda

mi vida.

—¡No quiero volver a escuchar semejante tontería! —me ordena enfadado

——Tú fuiste una victima más de ese cerdo, tanto como esos niños o mi hijo

nonato.

No puedo articular palabra porque James llega con los niños. Sebastien

mantiene una distancia prudencial, por el contrario, Marian se ve muy feliz en

brazos de James.

Entramos todos a la habitación y Brianna queda encantada con los niños.

Ya duchados se ven de otra manera, el pelo y ojos oscuros de ambos que

demuestran su sangre gitana, menos mal que no se parecen en nada a su padre.

—Bienvenidos a Eilean Donan niños, espero que consideréis vuestro

hogar a partir de hoy. —Se que mi querida hermana lo dice de corazón.

Marian se acerca y acariciando la mano de mi hermana le dice….

—No sufras, tu hijo está en un lugar mejor. —La besa y nuevamente se

coloca al lado de su hermano.

Veo que Brianna no puede creer lo que Marian ha dicho, Alex y James se

llevan a los niños, visto que Sebastien no iba a decir nada.

—¿Has escuchado lo que ha dicho esa niña? —pregunta con los ojos

aguados. —¿Cómo sabía ella lo del bebé?

—Creo que Marian tiene un don, Brianna —lo digo convencida, Dios le

ha dado el don de ver el futuro, según se mire puede ser una pesada carga para

una niña.

—Santo Dios…. era un niño…mi hijo —rompe a llorar y yo la consuelo lo

mejor que puedo. Cuando finalmente agotada se duerme, me marcho dispuesta a

darme un baño y a descansar un poco.

Necesito dormir durante un día entero, tal vez así toda esta pesadilla

termine.

Capítulo XVIII

Eilean Donan, 1467.

(Sarah Mackencie)

Han pasado varias semanas. Mi hermana se ha recuperado, aunque el

dolor de la pérdida perdura y siempre lo hará.

Estas semanas han sido un poco difíciles. Marian se ha adaptado

perfectamente a su nueva vida, ella y los gemelos se llevan de maravilla, a pesar

de que es varios años mayor que ese para de diablillos.

Valentina a aceptado a sus nuevos primos sin problema, pero Sebastien

parece huir de ella, como si la temiera, algo que no es posible.

Ambos hermanos están engordando gracias a las deliciosas comidas de

Marie, mi querida Marie, que hace días por fin dio a luz a un niño al que a

puesto el nombre de George en honor a mi querido padre. Según nos explicó

ella, no ha olvidado el buen recibimiento que le ofrecimos en nuestra casa,

cuando hace años acompañó a Brianna.

Marian ya me llama mamá. Es una niña maravillosa y muy madura para su

edad, tiene una capacidad enorme de superación, nunca habla de sus ocho

primeros años de vida, como si su mente se empeñara en bloquear todo el

infierno que ha padecido.

Sebastien en cambio se muestra igual de desconfiado, sobre todo hacia mí.

Sé que habla con James, incluso con Alexander, pero no conmigo.

Aunque entiendo su postura, no me resulta menos dolorosa. Sé que el ha

pasado por calvarios por los que nadie debería pasar. Yo los viví, pero él es

incapaz de perdonarme que no me los llevará el día que Brianna me ayudó a salir

de ese infierno.

James ha intentado compensar el silencio y rechazo del muchacho pasando

mucho tiempo conmigo. Hemos hablado, reído y dormido juntos desde que

fuimos rescatados de las garras de William, pero no he vuelto a hacer el amor

con él, no porque no lo desee, sino porque el parece no desearme a mí.

Todo esto me tiene desanimada, pero hoy debo hacer mi mejor esfuerzo y

disfrutar de la gran fiesta que ha sido preparada para celebrar el cumpleaños de

la primogénita de mi hermana.

Valentina cumple cinco años. Mi esposo decidió que después de la

celebración regresaríamos a nuestras tierras. No niego que aún siento

desasosiego al pensar en dejar Eilean Donan, pero ahora tenemos hijos y deben

criarse en el hogar de su padre, aunque por supuesto Eilean Donan es nuestro

segundo hogar.

Mis pensamientos son interrumpidos porque veo que Sebastien sale casi

corriendo por la puerta trasera y seguido muy de cerca por una Valentina muy

furiosa. Estos dos siempre están discutiendo. No mi hijo, él no demuestra más

que indiferencia por casi todo, sino mi dulce Valentina, parece que el chico saca

lo peor de ella.

—¡Sebastien! —grita —¡No puedes ignorarme, es mi cumpleaños!

Él sigue su camino como si no la escuchara.

Ella se sienta en el suelo a llorar, se me parte el alma al verla así.

Veo a Marie salir al encuentro de mi sobrina, le hago una seña para que la

tranquilice y furiosa sigo a ese niño que ya me colmó la paciencia.

—¡Sebastien Mackencie! —le grito, él detiene sus pasos, mas no me mira.

Me acerco a él y espero a que levante la mirada del suelo. Pasan los

minutos y no lo hace. Mi pie golpea la tierra con impaciencia, quiero a este niño,

pero no voy a permitir que castigue a mi sobrina por mis errores.

—¿Por qué castigas a una niña por mis pecados? —pregunto —¿Por qué

la odias tanto Sebastien?

Tarda en responder, pero cuando lo hace el dolor que detecto en su voz me

parte el corazón.

—No la odio, no puedo odiarla —alza su mirada hacia mí y sus ojos

negros están llenos de congoja, de pesar.

—Juro que no te entiendo, Sebastien, ¡te amo! —exclamo —Pero no

pienso permitir que pagues con Valentina tu odio hacia mí. ¿Podrías al menos, ya

que hoy es nuestro ultimo día en Eilean Donan, ser amable con ella? —pregunto

esperanzada.

Él me mira asombrado y veo una sombra de tristeza antes de que vuelva a

ocultarse tras una mascara de indiferencia.

—¿Nos marchamos? —pregunta intentando disimular sus verdaderos

sentimientos.

—Sí, James ha decidido que debemos pasar un poco de tiempo en casa,

pero no te preocupes, volveremos seguido aquí, no dejarás de ver a Valentina.

—Eso sería estupendo —sonríe con malicia. —No volver a tener a esa

mocosa detrás de mi todo el día.

Me duele escucharle hablar así, me doy por vencida, tal vez dentro de

unos meses cambie de pensar respecto a mi sobrina.

Él se gira dispuesto a marcharse, pero no puedo evitar preguntarle lo que

me atormenta día y noche.

—Sebastien ¿algún día podrás perdonarme? —pregunto con miedo a

escuchar su respuesta.

Él no habla, no me mira, solo se encoge de hombros y sigue su camino.

Suspiro agotada por esta pequeña charla que de nada ha servido. Me dirijo hacia

mi habitación para descansar un poco, últimamente me siento cansada todo el

tiempo, pienso que es por todo lo que he pasado en tan poco tiempo.

Al marcharme no me doy cuenta de que dos niñas están escondidas y que

han escuchado mi conversación con Sebastien. Una Marian enfadada con su

hermano intenta consolar a una Valentina llorona. No entiende por qué el

muchacho que la fascina desde que llegó a su hogar no siente lo mismo que ella.

Al entrar en mi alcoba, me dejo caer sobre la gran cama y en el acto me

relajo. El olor de James me envuelve, intento dejar todas mis preocupaciones

atrás, cierro los ojos y siento como el cansancio hace presa en mí. Me siento

cada vez más pesada y en pocos minutos me dejo atrapar por el sueño.

Una suaves caricias me van despertando. Sonrío porque intuyo quién

puede ser, abro poco a poco los ojos, aún medio dormida, y efectivamente es

James. Él me mira sonriendo, como si hubiera cometido alguna travesura. A

veces en él vuelvo a ver a jovenzuelo que conocí hace años.

—Dormiste varias horas esposa —me besa la frente y yo no puedo evitar

suspirar——¿Te encuentras bien? —pregunta preocupado.

—Estoy bien James —me incorporo en la cama —Solo algo cansada, estas

semanas han sido duras.

—Sí lo han sido, pero todo ha terminado y ahora tenemos dos hijos.

—Sí, aunque uno de ellos me odie —suspiro con pesar, James me abraza

para consolarme.

—Ha sufrido mucho, se mantiene a distancia, pero lograrás su amor, vas a

conseguir llegar a él, después de todo, te salvó de ese bastardo —respondo,

intentando dar esperanzas a mi atormentado corazón.

Nos quedamos en silencio, abrazados, disfrutando de la compañía mutua,

hasta que un gran revuelo invade la alcoba. Cómo no, los primeros en aparecer

son los gemelos, seguidos de Alai, el hijo mayor de Ian y Marie.

—Padre dice que debéis bajar ya —dice Keylan.

Ambos reímos, él es el mandón de los dos, el que lleva la voz cantante en

todo, y su hermano se deja llevar en todas las travesuras. Aydan es más

tranquilo, más callado.

—Bajamos enseguida niño —intenta sonar enfadado, pero fracasa

estrepitosamente cuando Keylan se abalanza sobre él. Ambos ríen. El siguiente

en entrar en acción es Aydan y seguido Alai, aunque es demasiado serio, siempre

siguiendo los pasos de su padre.

—¿Se puede saber qué alboroto es este? —la voz grave de Alexander

Mackencie nos hace callar a todos.

Su gran cuerpo ocupa el espacio de la puerta, de brazos cruzados y

mirando como si todos hubiéramos perdido la cabeza se encuentra mi cuñado.

Sus hijos corren hacia él y su semblante cambia al instante. Riendo, los

coge en sus fuertes brazos y nos ordena a todos que bajemos de una vez.

Valentina ya está impaciente y mi hermana no sabe qué más hacer para que esa

diablilla se tranquilice.

Mi marido me mira y un estremecimiento me recorre el cuerpo, en sus

ojos veo el deseo. ¡Me desea! La felicidad me embarga por completo y desearía

no tener que abandonar nuestra alcoba, poder perderme en sus brazos, pero

siempre nos queda la noche.

Esta noche pienso seducir de nuevo a mi esposo.

(James Mackencie)

La deseo, se que ella lo sabe, y en su mirada puedo ver el mismo fuego

que yo siento.

Maldigo en voz baja. Debemos ir a la fiesta que se celebra, si no amara

tanto a mi sobrina, no dejaría salir a Sarah de esta habitación, le haría el amor

durante horas.

Respiro hondo y me levanto y mi esposa hace lo mismo. Nos miramos y

ambos pensamos lo mismo, esta noche será nuestra.

Bajamos cogidos de la mano, me gusta sentirla cerca, poder acariciar su

suave piel, que su pequeña mano se pierda entre las mías.

Todo el clan esta reunido para celebrar un año mas de vida de la

primogénita de nuestro Laird. Los niños corretean riendo, los hombres beben y

las mujeres bailan y cuchichean sin cesar.

Me siento feliz, rodeado de mi gente, de mi familia y de mi esposa. Busco

con la mirada a mis hijos, si mis hijos, en pocas semanas me he acostumbrado a

pensar en esos dos niños como míos, Marian es un angelito, siempre con esa

mirada de sabiduría, como si ella conociera los secretos del mundo, y Sebastien,

¿qué puedo decir de él? Tan solo tiene doce años y ya carga con un gran peso

sobre sus hombros. Siempre se mantiene alerta, como esperando ser atacado.

Aún se resiste a perdonar a Sarah, eso en varias ocasiones me ha enfurecido,

pero hace unos días, cuando estaba dispuesto a molerlo a golpes por hacer llorar

a Sarah por enésima vez, Marian me detuvo con sus sabias palabras. Recordé

cómo ella, sin aún haber llegado a Eilean Donan, ya sabía que Brianna había

perdido al niño que esperaba, así que pese a mi furia la escuché. Cuando acabo

su relato, mi corazón sangraba por Sebastien. Después de escuchar lo que esa

niña sabía, algo en mí cambió.

—Papá, no castigues a mi hermano, él no quiere ser así —la voz de la niña

me detiene de mi decisión de ir tras ese mocoso desagradecido.

—Marian es tu hermano y me enorgullece que lo defiendas, pero no

permitiré que vuelva a hacer llorar a tu madre —le digo mirándola, en ella veo el

temor, pero también la certeza de que ella sabe algo que nosotros no llegamos

siquiera a comprender.

—Él no la odia, no la culpa, al menos no como antes. —me coge la mano

y me obliga a sentarme a su lado —Cuando Sarah se fue, William se volvió loco,

enterró a su padre y fue nombrado Laird del Clan MacFerson.

William odiaba a Sebastien aun más que a mí, ¿crees que no sé las

atrocidades que ha sufrido? ¿Crees que no sé que él ha ocupado mi lugar en las

garras de mi padre por mí? —en sus ojos negros veo su tristeza, su culpa, una

carga demasiado pesada para una niña tan pequeña.

Intento hablar, pero ella continúa con su relato, quiere hacerme entender

por qué su hermano es como es, quiere contarme su historia y yo estoy más que

dispuesto a escucharla.

—No quiero volver a ver a Sebastien golpeado, no quiero volver a

escucharlo gritar de agonía, solo quiero verlo feliz —rompe a llorar y yo intento

consolarla.

—No llores Marian… perdóname —le digo besando su cabello. —Juro

que no lo golpearé, pero si pienso advertirle muy seriamente.

—Yo le dije lo que le esperaba en el futuro, es mi culpa que esté así —

susurra avergonzada.

—¿De qué hablas pequeña? —pregunto sin comprender.

—Él conocerá a una mujer fuerte que lo salvará de su tormento, su nombre

es valiente, pero está luchando con uñas y dientes por apartarla —dice un poco

enfadada.

No entiendo nada, doy vueltas y más vueltas a sus palabras, ¿quién

llamaría a una niña valiente? Un momento… ¿valiente? ¡Valentina!

—¿Cómo será esa mujer? —pregunto, veo a mi hija sonreír.

—Su largo cabello negro brilla con los rayos del sol, sus ojos reflejan su

bondad y su valentía, de un azul celeste que es como si contemplaras el mismo

cielo —recita como si estuviera en trance.

Dios santo… ¿acaba de describir a mi sobrina?

—Sebastien ya la ha conocido, ¿verdad?

Ella solo asiente, sonríe, pero esa sonrisa no llega a sus ojos.

—Esta sufriendo, su alma ha reconocido a su alma gemela, ella será el

gran amor de su vida, pero sé que antes de que todo termine, el cometerá muchos

errores, errores que harán que ella se aleje.

—Solo son niños Marian, tal vez te equivoques —le digo intentando

convencerme a mi mismo de que todo lo que dice es una locura.

—El tiempo lo dirá, solo que yo no estaré aquí para verlo, debes

prometerme que cuidaras de él. Sin mi estará perdido y tendrá una escusa más

para dejarse vencer —diciendo esto me da un beso en la mejilla y se marcha

corriendo al encuentro de los gemelos.

Durante días he intentado olvidar esas palabras, intento no pensar en lo

que significan, pero cada vez que veo a mi hijo alejarse de mi sobrina, no puedo

evitar pensar en lo que Marian me confió.

Me acerco a mi sobrina y la cojo en brazos, ella ríe encantada, me abraza y

yo a ella. A lo lejos puedo ver que Sebastien nos mira serio, taciturno como

siempre, pero en sus ojos brilla algo más.

—Feliz cumpleaños pequeña —le deseo de todo corazón.

—¡Tío! ¿Viste cuánta gente vino a mi fiesta? —pregunta feliz.

—Claro pequeña, ¿quién osaría perderse el cumpleaños de una

Mackencie? —pregunto riendo.

—No todos están felices de estar aquí —responde triste de repente. Miro

en la dirección que ella lo hace, Sebastien se marcha en cuanto se da cuenta de

que ella está mirándolo.

—No te pongas triste —le pido.—Déjalo en paz, el necesita sanar.

—¿Porque me odia? —pregunta con sus dulces ojitos anegados de

lágrimas.

—No lo hace pequeña, te juro que no lo hace —la dejo en el suelo y veo

cómo se marcha a jugar bastante desanimada.

Odio que ese muchacho cause estragos en dos mujeres a las que quiero.

Debo hablar con él, gracias a Dios nos marchamos hoy, tal vez alejado de aquí y

con el paso del tiempo cambie su actitud.

No está muy lejos, he notado que le encantan los caballos, así que siempre

se esconde en las caballerizas.

—¿Vas a golpearme? —pregunta sin mirarme.

—Le prometí a tu hermana que no lo haría, pero me lo estás poniendo

muy difícil muchacho —respondo intentando controlar mi enfado.

—No quiero estar en una estúpida fiesta, eso es todo —responde.

—Nadie te obliga, escóndete aquí como haces siempre, eres un cobarde —

intento enfurecerlo —Pero te advierto que no voy a permitir que vuelvas a hacer

llorar a Sarah o a Valentina.

—Si se mantienen lejos de mí todo irá bien —dice en voz baja.

—Perfecto, nos marchamos hoy mismo, no volverás a ver a Valentina en

mucho tiempo y cuando volvamos de visitas eres libre de quedarte en casa y no

venir a Eilean Donan. El día que dejes de huir, serás más que bienvenido.

—¿Marian ya te fue con sus cuentos? —pregunta burlón, está a la

defensiva, eso significa que no le agrada la idea de separarse de mi sobrina,

aunque intente demostrar lo contrario.

—No tiene importancia lo que Marian me haya dicho, mantente alejado de

ellas y tú y yo nos llevaremos bien —le ordeno.

—Sí, señor —responde, cuando ya estoy a punto de volver a la fiesta su

pregunta me detiene ——¿Puedo darle mi regalo

—No soy yo quien se aleja de ella Sebastien, eres libre de acercarte a

ambas siempre y cuando no sea para dañarlas. Te aman muchacho y tu desprecio

las hiere —intento que entienda el porqué de mi orden.

—No pueden amarme —susurra con la voz entrecortada, como si intentara

controlar el llanto.

—Sebastien, todo el mundo tiene derecho a ser amado, y todos lo hacemos

—quiero acercarme y consolarlo, pero sé que no puedo.

—Yo no, yo estoy podrido por dentro —puedo darme cuenta del tormento

que encierran sus palabras. —Valentina solo es una niña, crecerá y conocerá a

alguien digno de ella, yo solo soy un bastardo gitano al que su padre ha roto de

mil maneras posibles.

—Cierto, lo hará —veo que se pone rígido, que ni siquiera respira.

Me marcho dejándolo solo, quiero que piense en lo estúpido que está

siendo.

Vuelvo a la fiesta, todos comen y beben, disfrutan entre baile y baile,

finalmente la gente va entregándole regalos a Valentina. Ella los recibe feliz,

regalando sonrisas y abrazos a todos. Alexander le regala su primer caballo, un

caballo negro y con una gran mancha blanca en el pecho, veo la ilusión iluminar

su cara y la felicidad que sienten sus padres al ver lo feliz que es su hija.

Sarah ya le ha entregado nuestro regalo, veo como mi esposa ríe y disfruta

tanto como lo niños, después de todo ella sigue siendo casi una niña que ha

debido madurar a golpes y dolor.

Cuando todos vuelven a la fiesta, veo que Valentina mira a lo lejos algo

desconcertada, giro y veo que Sebastien se acerca decidido hacia ella, serio, pero

a ella no parece importarle. Corre a su encuentro como loca, al fin y al cabo, es

una niña que no tiene la malicia ni el orgullo que a los mayores nos guía.

Veo como él le entrega algo pequeño y ella se abraza a él. Me preparo para

correr por si la empuja, pero todos nos quedamos de piedra cuando él le

devuelve el abrazo, alzándola un poco del suelo ya que es más alto.

Después de eso, como ha llegado se va. Valentina está tan feliz que ni

siquiera pierde el brillo por su marcha. Corre hacia su madre y es cuando puedo

ver que Sebastien ha tallado un pequeño muñeco, me siento orgulloso de él

ahora mismo.

En todo momento Valentina lleva ese regalo en la mano, y presiento que, a

partir de ahora, ese muñeco la acompañará durante toda su vida.

Antes de que se haga muy tarde y la noche caiga, decido que debemos

partir, todo esta listo, los niños comparten montura y Sarah y yo mi caballo. No

llevo más hombres, el trayecto es corto y ahora ya no existe peligro alguno, no

con William en el infierno.

Nos despedimos de todos, Valentina llora y sé que no es por vernos partir

a nosotros, si no porque Sebastien se marcha e intuye que pasara bastante tiempo

antes de que vuelvan a verse. Yo creo estar seguro de que pasarán años.

Sebastien necesita sanar, necesita reconstruirse, tal vez después cuando ambos

crezcan las palabras de Marian puedan hacerse realidad, desde luego yo no vería

con malos ojos que ellos dos acabaran juntos.

Partimos prometiendo volver pronto. Sarah y Brianna lloran, pero saben

que volverán a verse, que esto no es un adiós, sino un hasta luego, volvemos a

casa y no lo hacemos solos.

Somos una familia.


Capítulo IXX

Tierras de James Mackencie,1468.

(Sarah Mackencie)

Cabalgamos tranquilamente, James es el único que habla, explicando a los

niños cada cosa que vemos, contándoles mitos y leyendas sobre estas hermosas

tierras, a la par que salvajes.

Faltan pocas horas para que caiga la noche, así que decidimos que Marian

cabalgue conmigo y Sebastien con James, de forma que podamos ir más rápido y

llegar al hogar antes de que oscurezca.

Pero soy consciente de la palidez y rigidez que embarga a Sebastien

cuando le hacemos saber nuestra decisión. Sé que James no se ha dado cuenta, y

que tal vez no entienda la reacción del muchacho, pero yo sí; no soporta siquiera

pensar que un hombre se le acerque, mucho menos tenerlo detrás durante el

trayecto.

—Yo montaré con Sebastien —le digo a mi esposo. Él solo me observa

algo incrédulo.

—¿Estás segura? —pregunta un poco preocupado, ambos miramos a

Sebastien esperando su negativa, pero esta no llega, simplemente se encamina

hacia mí, así que James ayuda a Marian a montar y el chico lo hace conmigo.

Monta detrás de mí e intenta tocarme lo menos posible.

—Gracias —dice como si le costara la vida decir esa palabra.

—De nada, no olvides que sé por lo que estas pasando.

—No veo que te disguste que James te toque —replica con reproche.

—Tú no sabes por todo lo que he pasado Sebastien Mackencie —respondo

perdiendo la paciencia —James es mi esposo, lo amo, siempre lo he hecho.

—¿Entonces por qué te casaste con mi abuelo? —pregunta después de

varios minutos de silencio, no me gusta recordar nada de lo vivido con Malcom

MacFerson, pero que Sebastien hable conmigo me alegra tanto que hago el

esfuerzo.

—Por estúpida, era una niña no mucho mayor que tú cuando me casé

creyendo que el amor podría llegar con el tiempo, que si no podía tener el amor

del hombre al que amaba, podría conseguir mi propia familia. Me equivoqué y

pagaré las consecuencias toda mi vida —respondo con la verdad, con el corazón

en la mano.

El silencio vuelve a reinar entre nosotros, pero no es incómodo. Sebastien

se relaja, incluso acaba apoyándose en mí, algo que me hace sonreír sin poderlo

evitar.

Cuando vuelvo a ver frente a mí, el hogar de James me embarga el

nerviosismo, cuando me marché hace semanas juré no volver nunca más, pero

ahora todo es distinto, vuelvo con mis hijos y construiremos nuevos recuerdos

que alejarán todo el pesar que oscurece este lugar.

Al llegar, nos abren el gran portón y somos recibidos por la gente de mi

esposo. James, muy orgulloso, presenta a lo niños como sus hijos, y para mi

sorpresa incluso Sebastien sonríe un poco.

No nos demoramos mucho, estamos cansados y hambrientos. James

ordena que se preparen las tinas para los niños y para nosotros mientras las

cocineras prepararán algo ligero para la cena.

Ninguno bajamos a cenar, los niños cenan juntos en su habitación y

nosotros en la nuestra.

Tengo mucho apetito, algo extraño, ya que por las mañanas suelo

encontrarme indispuesta, llevo así un par de días. Aprovecho que me encuentro

estupendamente para devorar todos los deliciosos platos que han cocinado para

nosotros.

Después de la ducha y la comida, estoy más que dispuesta para dormir un

día entero, pero cuando veo a James empezar a desnudarse, se me seca la boca y

se me humedecen ciertas zonas de mi cuerpo.

Como una cobarde, huyo con la escusa de ver si los niños están bien.

Salgo deprisa de la habitación dejando a mi esposo preguntándose qué

demonios me pasa, y lo que me ocurre es que le deseo, es el único hombre al que

he deseado en mi vida, al único al que le he entregado mi cuerpo por propia

voluntad y él ha sabido tratarme como una princesa.

Entro a la habitación, que por ahora compartirán ambos hermanos, y no

me parece extraño que Sebastien esté acostado en la misma cama que Marian.

Parece que antes de que yo entrara estaban hablando de algo importante, pero se

han callado al verme.

Eso me preocupa…

—¿Algún problema? —pregunto preocupada. Cierro la puerta y me acerco

a ellos —¿No os gusta vuestra habitación?

Ambos se miran y Sebastien simplemente guarda silencio, como es

costumbre en él.

—Está bien mama Sarah —sonríe la niña —Solo que Sebastien es un

cabezota y nunca quiere hacerme caso.

El niño gruñe y nos da la espalda, tapándose con la manta, dejando claro

que no quiere saber nada de nosotras.

—Espero que todo sea de vuestro agrado, mañana más descansados

podemos pasear por los alrededores, ¿que os parece? —pregunto animada,

siempre intento incluir al niño, aunque siempre obtenga la misma respuesta, la

indiferencia.

—¡Claro mama Sarah! —aplaude la pequeña —Todo nos encanta, aquí no

hace frio ni se escuchan gritos —dice muy seria.

Dios santo… lo que ha tenido que soportar esta pequeña…

—¡Cállate ya, Marian! —ordena su hermano sin girarse.

La niña obedece, pero no por temor a su hermano…

—Bueno, os dejo dormir, yo estoy agotada —me acerco y beso la frente

de mi hija. Me gustaría hacer lo mismo con Sebastien, pero no me atrevo por

temor a su reacción —Buenas noches hijos míos.

—¿Estarás muy lejos? —susurra con temor, se me estruja el corazón.

—Tu padre y yo estamos a dos puertas —intento tranquilizarla.

—¿Vas a volver a gritar? —pregunta y yo cierro los ojos intentando alejar

los recuerdos.

—No mi niña, nunca volveré a gritar.

—Buenas noches mama Sarah —susurra cerrando los ojos.

—Buenas noches pequeña —cierro la puerta y me apoyo en ella, buscando

tranquilizarme, las palabras de Marian siempre me llegan al corazón.

Me encamino despacio hasta mi alcoba, esperando que James esté

dormido.

Cuando veo solo que el fuego de la chimenea es el que alumbra la

recamara me relajo, significa que James ya se acostó dispuesto a dormir. Me

acerco a la cama, me quito la bata quedando en un camisón bastante fino que no

protege mucho del frio, pero el fuego mantiene caliente toda la habitación.

Me tumbo intentando no despertar a mi esposo, casi no respiro, me tapo y

cierro los ojos intentando detener el loco golpeteo de mi corazón. En cierta

forma me desilusiona que James no me haya esperado, pero, ¿es lo que quería

no?

—No estoy dormido esposa —dice en voz ronca, yo me sobresalto.

Se gira quedando su cuerpo hacía mi, puedo apreciar que está desnudo y la

vergüenza y el deseo luchan entre si.

—Lo siento si te he despertado esposo —susurro, mi cuerpo está en

tensión.

—No voy a hacerte daño Sarah —dice acariciando mi brazo.

—Lo sé —respondo.

—¿Entonces por qué huyes de mí? —pregunta, la preocupación tiñe su

voz.

—No huyo por temor esposo —me avergüenza tener que confesar mi

deseo.

—Dime lo que te atormenta Sarah —ordena sin dejar de acariciar ahora mi

hombro y cuello.

Me debato entre decirle la verdad o callar de nuevo, creando otra vez los

malentendidos que nos separaban al principio.

—Te deseo —digo roja de la vergüenza, pero decidida a no echar mi

matrimonio por la borda.

Lo escucho suspirar y por toda respuesta se acerca a mi y me abraza

mientras busca mi boca que lo recibe gustosa.

Le acaricio su ancha espalda, descubriendo en ella varias cicatrices, las

acaricio una por una, mientras él no deja de besarme.

Baja por mi cuello hasta mis pechos, a los que acaricia con su lengua a

través de la tela de mi camisón, ahora mismo odio ese obstáculo, quiero sentir su

roce en mi piel. Me remuevo incómoda y como si pudiera leer mi mente, desata

los cordones delanteros dejando expuestos mis pequeños pechos hinchados, con

los pezones duros deseando ser besados.

Gimo cuando su lengua lame, chupa y muerde hasta dejarme sensible a

cada caricia de él. Mis piernas, por voluntad propia, se separan para recibirlo. Ya

no temo que él se ponga encima de mí, soy yo quien busca desesperadamente

que su pene me penetre de una vez, y James disfruta alargando el placer, para mí

es la más exquisita de las torturas.

—Por favor esposo… —suplico entre jadeos, el muy bribón solo sonríe y

me besa de nuevo.

Siento su miembro en mi entrada y, cansada de tanta espera, soy yo quien

decido tomar las riendas, cojo fuerte sus nalgas a la vez que yo me impulso hacia

arriba, empalándome por completo. Él gime de puro placer y se queda quieto

como si intentara contener su clímax, yo solo jadeo y me retuerzo buscando más,

mucho más.

Mi marido empieza a penetrarme lentamente, disfrutando ambos de las

sensaciones que nos provoca. Yo salgo a su encuentro cuando siento que el calor

en mi bajo vientre va en aumento, siento pequeños calambres que me advierten

que mi clímax está próximo. Sé que James siente lo mismo porque tiene los ojos

cerrados, los puños cogiendo fuerte mis caderas, pero sin hacerme daño. Sus

gemidos suenan a gloria para mis oídos.

Finalmente alcanzamos juntos en un estallido de placer un clímax que nos

deja saciados, así que no me queda más que acurrucarme a mi esposo y dormir

plácidamente.

No sé cuánto he dormido cuando unos gritos me despiertan, aun medio

dormida no entiendo porque James ha cogido su espada y sale corriendo de

nuestra habitación.

Cuando me doy cuenta de que es Sebastien que grita, corro tras mi esposo.

Llego cuando él ya ha entrado y los gritos de el niño son simples lloriqueos. Me

parte el alma y sin pensar que me puede rechazar lo abrazo contra mí para

intentar ahuyentar la pesadilla que lo domina. Al principio lucha contra mí, pero

cuando le hablo sin cesar junto a su oído va calmándose.

—Soy yo, Sebastien, soy Sarah —digo meciéndolo ——Estás a salvo.

Marian está en un rincón llorando y me siento dividida, pero por suerte

viendo que no había ninguna amenaza, James a vuelto a nuestra habitación para

vestirse, cosa que no ha hecho antes.

Carga a Marian en sus brazos y se marcha dejándonos solos. Sebastien ya

está despierto, pero no me aparta y eso me llena el corazón de alegría, de amor

por este pequeño herido.

—Lo odio —susurra —Ojalá pudiera volver a matarlo.

—Shhh —lo obligo a callarse —No debes tener esos sentimientos tan

oscuros en tu interior.

—¿Crees que tu Dios me recibirá en el cielo? —pregunta burlón

apartándose de mí —No lo hará, estoy maldito, ¿crees que me importa? —ríe sin

ganas.

—Eres demasiado joven para tener esos pensamientos —susurro

acongojada.

—Era demasiado joven para muchas cosas Sarah —dice volviéndose a

acostar —Puedes volver a traer a Marian si os molesta en vuestra cama.

—Ninguno de mis hijos me molesta, no lo olvides Sebastien —salgo

dejando la puerta entornada.

Cuando llego a mi habitación, veo que James a vuelto a dormir a la

pequeña. Yo sonrió enternecida.

—¿Está bien? —pregunta en voz baja, veo la preocupación en su

semblante.

—Todo lo bien que puede estar —le respondo —Tiene demasiado odio en

su interior.

—¿Tú no lo tendrías? —pregunta.

—Lo tengo, lo he sentido, pero es solo un niño James —le digo a punto de

llorar.

—No olvides que ese niño ha sufrido en manos de ese bastardo lo

inimaginable.

—El que parece olvidar que yo mejor que nadie sé de qué era capaz ese

miserable eres tú, esposo —respondo empezando a enfadarme.

—Lo sé Sarah, perdóname —se levanta y me abraza —Volvamos a la

cama.

Yo me dejo guiar, nos acostamos con Marian entre los dos y volvemos a

intentar conciliar el sueño. A mí me cuesta bastante, pero con el calorcito de

Marian y sabiendo que James está junto a nosotras vuelvo a dejar que Morfeo

me acune entre sus brazos.

Los rayos de sol me despiertan junto a unas risitas ahogadas. Entreabro

solo un ojo y veo cómo mi esposo está jugando con mi hija y en este momento

me enamoro más de el, si eso es posible.

—Es hermoso despertar así —digo con mi voz de recién levantada.

—¡Mamá Sarah! —grita la pequeña duendecilla tirándose encima de mí.

Yo rompo a reír y mi esposo me imita. Para mí esto es la felicidad.

—Voy a buscar a Sebastien —baja de la cama y se marcha corriendo.

—Id bajando para desayunar —grita mi marido. —Buenos días esposa.

—Buenos días esposo —le digo sonriendo y acercándome a él para darle

un beso.

Él me corresponde de buena gana y creo que ambos nos perderíamos

varias horas entre las sábanas, pero debemos bajar para desayunar con los niños.

James se levanta primero y yo me dispongo a seguir su ejemplo, pero

como todos los días desde hace una semana, unas terribles náuseas me atacan y

vuelvo a recostarme.

James parece que se da cuenta de mi malestar, porque me mira preocupado

y se acerca corriendo a mí.

—¿Estás bien Sarah? —pregunta tocando mi frente. Asiento porque siento

que, si hablo, voy a vomitar.

Cierro los ojos e intento relajarme, respiro intentando contener las ganas

de vomitar la cena y lo consigo.

—Ya se me ha pasado —suspiro volviendo a abrir los ojos.

—Me has asustado Sarah, estás pálida —me mira como si intentara

averiguar lo que me ocurre.

—Bajemos a desayunar, anda —me levanto despacio, con miedo a que las

náuseas vuelvan a aparecer, pero por suerte no es así.

Me visto con un vestido simple, me cepillo el pelo y lo dejo suelto. Sé

que a James le gusta así.

Bajamos cogidos de la mano, los niños ya están en la mesa: Marian

parloteando y Sebastien más callado y taciturno de lo normal.

—Buenos días – saludo. Como suponía, no obtengo respuesta.

James lo mira con enfado, pero yo solo niego para que lo deje estar.

Nos sirven el desayuno y comemos entre los parloteos de Marian y los

juegos de James para que Sebastien se integre. De nada sirven, sé que él se

escuda tras su coraza por lo que pasó anoche. Él dejó que me acercara en un

momento de debilidad, pero eso es algo que él prefiere olvidar y que no se

vuelva a repetir.

Yo como poco, el malestar persiste y me quita el apetito. Cuando todos

hemos terminado, decidimos dar el paseo que le prometí ayer a Marian. James

nos guía, pero cuando escucho que alguien baja las escaleras no puedo evitar

girarme y mi asombro es encontrarme con una persona que pensé no volvería a

ver nunca, una persona que creía muerta.

Brenda…

Aún está muy golpeada, su ojo izquierdo totalmente hinchado, su labio

partido, llena de moretones, le cuesta incluso caminar.

Lejos de sentir la lástima que sentí al verla tirada en el suelo cuando

William la dejo por muerta, lo que siento ahora es rabia, odio.

Pero no solo por ella, si no por James.

El mejor que nadie sabe lo que esta mujer intento hacer en contra de

nuestro matrimonio y deja que vuelva a esta casa.

Veo como James se da cuenta en el instante que he visto a Brenda, porque

se acerca a mí deprisa, intenta tocarme, pero me aparto.

—No me toques —Siseo —¿Qué hace ella aquí? —pregunto, mirando

cómo Brenda me mira un poco asustada, creo que ella tampoco se esperaba

volver a verme.

—Esposa, la encontramos a medio camino de donde ese bastardo te tenía

retenida, estaba medio muerta, la había violado.

Rompo a reír como una loca, por lo estúpido que suena lo que está

contando, ¿cómo ha podido creerse semejante mentira?

—¿En serio te creíste semejantes tonterías? —pregunto con burla —Esta

zorra fue quien informó a William de dónde estaba, esta perra se acostaba con él

por propia voluntad, aspiraba a ser la mujer del Laird MacFerson. —escupo con

asco.

—Eso no puede ser, ¡mírala! —exclama.

—Sí, la veo, veo a la mujer que estuvo encantada de entregarme a

William, veo a la mujer que le rogo que la llevara con él.

—¡Eso es mentira James! —grita bajando las escaleras más rápido de lo

que debería —¡No la escuches, solo quiere echarme de aquí, por celos!

—¿Celos? —río sin poderlo evitar —¿De ti? Déjame decirte que no.

—Sarah, tal vez te equivocas —dice dudando mi esposo.

—¿La defiendes? —pregunto incrédula, y es en ese instante cuando me

decido. —Sebastien, Marian, subid a por vuestras cosas, nos marchamos.

—¡No! —grita —No os marcháis a ningún sitio —ordena.

—O esta mujerzuela se marcha o yo y mis hijos nos marchamos.

—No puedes hablar enserio —veo su lucha. —Deja que se quede al

menos hasta que se recupere.

—No —digo alto y claro.

Me marcho dejando a los niños con James. Yo recogeré mis pocas

pertenencias y le pediré a varios hombres que nos acompañen de nuevo a Eilean

Donan.

Toda la felicidad que he sentido hace una hora a desaparecido, ni siquiera

tengo lágrimas, la furia me domina, me siento traicionada.

Pero una cosa tengo clara o esa maldita ramera sale de mi casa o cojo a los

niños y me marcho para no volver nunca más, y eso lo juro por la memoria de mi

amado padre.

Capítulo XX

Tierras de James Mackencie,1468.

(James Mackencie)

Veo como Sarah sube las escaleras deprisa, dejando a una Brenda llorosa y

a mis hijos mirándome como esperando de mí una reacción.

Sabia que mi esposa no se tomaría esto a la ligera, pero nunca pensé que ni

siquiera quisiera darle la oportunidad de sanar antes de echar a Brenda fuera de

mis tierras.

Soy consciente de lo que hizo, no lo olvido, ni se lo perdono.

Pero ante todo es un ser un humano y merece algo de compasión.

—No irás a creerla, ¿verdad James? —pregunta Brenda —Solo está

celosa, yo no tuve nada que ver con los actos de ese miserable.

—Eres una maldita mentirosa —gruñe Sebastien. Todos lo miramos

expectantes.

—¿Qué quieres decir? —pregunto.

—Ella estaba con William por propia voluntad, tú le dijiste dónde estaba

mi madre, tú nos llevaste a la cabaña y tú eras una más de las rameras de ese

cerdo —escupe con asco.

—¡Cállate mocoso! —grita abalanzándose sobre él. Yo la detengo.

—¡Basta Brenda! —ordeno, ella se queda quieta —¿Tú ayudaste a ese

malnacido a encontrar a mi esposa? —gruño conteniéndome para no

estrangularla.

—¡No! —niega frenéticamente.

—¡No mientas! —grita ahora Marian —Tú eres malvada, igual que

William. Tú nunca quisiste a la primera mujer de mi padre, solo lo querías para

ti, te alegraste de la muerte de ella y de su bebé.

Escuchar esas palabras de la boca de Marian me hielan la sangre, ella no

sabe que estuve casado ni que ambos murieron en el parto. Brenda la mira

anonadada.

—¡Eres una maldita bruja gitana! —la señala con el dedo. —Voy a hacer

que te quemen en la hoguera.

—¿Acabas de amenazar a mi hija? —se escucha la voz de Sarah en lo alto

de las escaleras.

Todos nos giramos, me asusta contemplar la frialdad con la que desciende

por ellas.

—Repite otra vez esas palabras —ordena cuando esta frente a Brenda.

—Esa niña es una maldita bruja y ese niño era la puta preferida de

William, ¡incluso le hacía más caso que a mi! —grita histérica

Estoy dispuesto a quitarla de en medio, aparatarla de Sarah, pero

nuevamente mi mujer me sorprende.

Le da una bofetada que hace girar medio cuerpo a Brenda, y muy veloz

saca la daga y la presiona contra el cuello de la perra mentirosa.

—Vas a marcharte de aquí, para no volver jamás —sisea mientras la

empuja hacia la salida —¡Detente James! Esto es entre esta perra y yo.

Me detengo en mi empeño de intervenir, pero las sigo de cerca por si

Brenda utiliza cualquier truco para dañarla.

—Mi hijo no es ninguna puta y mi hija no es ninguna bruja, si vuelvo a

escuchar esas palabras en boca de cualquiera, les cortaré la lengua —amenaza en

alto, de forma que la gente que se ha reunido en el patio la escucha.

La suelta, pero sigue amenizándola con la daga.

—Fuera de aquí —ordena indicándole con la cabeza que se marche.

—William tenia que haberte matado, maldita zorra inglesa —sisea, y antes

de que me dé cuenta de sus intenciones, Marian advierte.

—¡Cuidado papá, está embarazada! —grita, y esa es la señal para que

Sebastien aparte a Sarah y se interponga entre las dos mujeres.

Lo que hace es salvarle la vida a Sarah, porque Brenda empuja a Sebastien

por la escalinata de entrada. Mi mujer grita furiosa, pero no dejo que se acerque,

esta cerda es mía.

La gente está ayudando a un Sebastien malherido, Sarah y Marian se

apresuran a llegar a él.

Brenda, asustada, intenta huir, pero no se lo voy a permitir…

La cojo firmemente por el cabello y la llevo hasta el portón que ya está

abierto, la arrojo al suelo, cae de rodillas, llorando suplicando mi perdón.

—No volveré a cometer el mismo error dos veces Brenda —le digo sin

sentir una pizca de compasión.

—¡Todo lo he hecho para poder estar juntos! —grita —¡Yo te amo!

—Estás completamente loca —digo sin poder creer lo engañado que me

tenía.

—Primero fue la estúpida de Helen, pero no me importaba esperar —ríe

como si estuviera poseída —Pero con la llegada de esa perra inglesa, sabía que

estaba todo perdido, a ella la amas como nunca amaste a Helen.

—¡Yo amaba a Helen! —le grito de vuelta.

—No como a Sarah —dice con odio —A ella le has dado la daga

Mackencie.

—No tengo por qué darte explicaciones, te he perdonado la vida dos

veces, no habrá una tercera —la amenazo.

—Me alegré de que el mocoso y Helen murieran, y me hubiera encantado

ver lo que William le tenía preparado a tu mujercita —sisea levantándose.

Se acabo, voy a matarla.

Desenvaino mi espada, y veo el terror en sus ojos, intento controlarme.

—¡Fuera de mis tierras! —le ordeno gritando.

Ella echa a correr y no aparto la vista hasta que ella desaparece entre los

árboles. Ordeno a varios hombres que la sigan, no me fio de ella.

Cuando vuelvo al patio, Sebastien, Sarah Y Marian ya no están.

Entro raudo a la casa y me dirijo al dormitorio de los niños, donde

supongo habrán llevado a mi valiente hijo.

Entro y efectivamente Sarah esta atendiéndolo en su cama, con una

Marian bastante tranquila cogiendo la mano de su hermano.

—¿Como está? —pregunto, veo que tiene una herida en la cabeza.

—No consigo despertarlo —lloriquea.

—Está bien, despertará mamá —sonríe la pequeña y yo no puedo evitar

suspirar, porque he llegado a creer en las palabras de Marian.

Sarah le limpia y cose la herida. Todo esto sin que el niño despierte o

muestre signos de dolor. Sé que a cada minuto que nuestro hijo no abre los ojos

es una tortura para Sarah.

—Marian, ves y trae un poco de leche para cuando tu hermano despierte

—le pido y ella obedece.

Nos quedamos solos, necesito hablar con mi esposa, pedirle perdón.

—Sarah —intento llamar su atención, pero no sé por dónde empezar.

Ella sigue buscando heridas. Al no hallarlas vuelve a arropar a Sebastien,

le toca la frente buscando signos de fiebre y suspira aliviada al comprobar que

no ha aparecido, por ahora.

—Esposa, lo siento mucho —digo sinceramente.—Cuando encontramos a

Brenda en medio del camino medio muerta, no me imaginé que ella tenía algo

que ver con William, pensé que era otra victima más.

Ella alza la mirada hacia mí y contengo el aliento cuando en su mirada

solo veo desprecio, odio, frialdad.

—Todo esto es tu culpa —susurra —Mi hijo está en esta cama por tu

culpa.

—Lo sé, ¡lo siento mucho! —me frustra esta barrera que ha alzado entre

nosotros

—Un lo siento no arregla nada —contesta mirándome fijamente —

Cuando Sebastien despierte, si es que lo hace, nos marchamos.

—¡No! No voy a dejaros marchar, este es vuestro hogar —me niego a

aceptar que Sarah me abandone.

—No te estoy pidiendo permiso James Mackencie —veo la decisión en

sus ojos ——Has puesto en peligro la vida de mis hijos, la mía propia, incluso la

del bebé, eso nunca te lo voy a perdonar.

El bebé… ¿Sarah está embarazada?

Ahora recuerdo el grito de advertencia de Marian.

< Cuidado papá, está embarazada>

—El bebé… —susurro anonadado —Estás embarazada Sarah.

—Estoy embarazada si, y por ello voy a volver a Eilean Donan —afirma.

—¡No! —grito ya perdiendo el control —Es mi hijo, crecerá en mi hogar.

—¿En un hogar que no es seguro? Porque su padre tiene un tierno corazón

y recoge a todas las zorras traidoras que encuentra en el camino.

Yo me quedo en silencio, impotente, viendo como la felicidad se me

escapa entre las manos, sintiendo un dolor desgarrador que no había vuelto a

sentir desde que Helen murió.

—No voy a renunciar a ti —salgo de la habitación, derrotado.

Marian trae el tazón de leche, sonriente.

Con esta niña siempre tienes la sensación de que te has perdido algo

importante, porque ella va delante de los acontecimientos, una carga demasiado

pesada a mi parecer.

——No estés triste papá —me coge de la mano y la aprieta. ——Es hora

de despedirte, debes decirles adiós.

Me suelta y entra a la alcoba cerrando la puerta, dejándome en el pasillo

inmóvil como una estatua.

¿Que ha querido decir? ¿debo decirle adiós a Sarah y a los niños?

No quiero, el simple pensamiento me desgarra el corazón, quiero formar

una familia con ellos, verlos crecer, ver nacer a nuevos niños que continuarán el

linaje de los Mackenkcie, despertar con Sarah a mi lado, poder envejecer con la

mujer que amo a mi lado.

¿Amo, de donde ha salido ese pensamiento?

¿Amo a Sarah? ¡Pues claro que amo a mi esposa!

La certeza de ese sentimiento me golpea fuerte, tanto que me tambaleo,

me apoyo en la pared y de repente todos los recuerdos vividos con ella desde el

primer día que la conocí llegan a mi mente, cada sentimiento regresa a mi con

fuerza.

Incluso recuerdo las frases enigmáticas de mi hermano, por eso cuando le

dije que iba a darle la daga, me preguntó el porqué, y yo como un estúpido le di

excusas baratas.

¿Cómo he podido estar tan ciego? Vengo a darme cuenta ahora que la

estoy perdiendo, ahora que mis errores han tenido un alto precio, por mi culpa

mi hijo yace en una cama sin saber cuándo va a despertar. Gracias a él mi esposa

y mi bebé están bien.

Con los sentimientos a flor de piel, siento la necesidad de despedirme de

una vez por todas de mi pasado, de mi Helen.

A eso se refería Marian y eso es lo que voy a hacer.

Me encamino hacia la colina donde están enterrados. Sé que antes de

casarme me despedí de ellos, pero no lo hice realmente, porque no quería

dejarlos marchar. Ahora si, no porque ya no los ame, sino porque ellos ya no van

a volver y aunque siempre tendrán un sitio en mi corazón, ahora este le

pertenece a Sarah.

—Hola Helen —sonrío porque una bandada de pájaros vuela sobre mi

cabeza ——Sé que puedes oírme. me he enamorado —cojo aire y intento

explicar lo mejor que puedo cómo me siento. —Siempre te voy a querer, fuiste

mi primer amor, pero Sarah es el amor de mi vida.

Intento controlar las lágrimas, porque se me ha formado un nudo en la

garganta que me impide hablar.

—Tengo una nueva familia, Sebastien y Marian son nuestros hijos, y

acabo de saber que Sarah está embarazada —tiemblo un poco. De repente siento

un poco de frío a mi alrededor —Tengo miedo, no soportaría que le pasará lo

mismo que a ti.

Me arrodillo y cojo entre mis manos algo de tierra…

—Nunca voy a olvidaros. ¡Jamás! Sois parte de mí, pero es hora de que

siga con mi vida y algún día volveremos a vernos —sonrió con nostalgia —Te

voy a echar mucho de menos Helen Mackencie, descansa en paz.

Me levanto y dando media vuelta me marcho, dejando tras de mí una parte

importante de mi vida, pero ahora esa parte queda en el pasado para siempre, y

voy a centrarme en el presente y en el maravilloso futuro que sé que tengo por

delante.

Con pasos lentos vuelvo al hogar, los hombres a los que mande seguir a

Brenda han vuelto, a salido de las tierras Mackencie y se dirigía a Edimburgo.

Me da igual que le ocurra o dónde vaya, siempre que lo haga lejos de aquí.

Decido volver dentro para ver si Sebastien ha despertado, sino me

encargaré que el mejor médico venga a verlo.

Subo las escaleras de dos en dos y la puerta esta entornada. Me asomo y

para mi alivio veo a mi hijo con los ojos abiertos y hablando con su hermana.

Me dispongo a entrar, pero como siempre las palabras de Marian me dejan

paralizado.

—Serán gemelos, como los hijos de Laird Mackencie —dice saltando

sobre la cama —Solo que no serán dos varones, si no una niña y un niño.

Sebastien la mira acostumbrado ya a sus visiones.

¿Voy a tener gemelos? ¿Un niño y una niña? La emoción me embarga y

desearía poder ir hasta donde está Sarah y abrazarla y no soltarla nunca más.

Entro a la habitación intentando disimular mis emociones, ambos me

miran y les sonrío.

—Me alegra que hayas despertado hijo —me siento a su lado —¿Cómo te

encuentras? —pregunto, lo veo pálido y sudoroso.

—Bien —dice simplemente.

—Quiero agradecerte una vez más que hayas salvado la vida de tu madre

y de tu futuro hermano.

El no dice nada, solo se encoge de hombros, como si no significará nada

que haya arriesgado su vida por salvar la de Sarah.

Mi hijo en el fondo ama a su madre, solo necesita tiempo para asimilarlo,

como yo necesité el mío.

—¿Dónde está vuestra madre? —pregunto, me parece raro que se haya

alejado del lecho del niño.

—No se encontraba muy bien papá, ha ido a recostarse un poco, le

prometí que yo cuidaría de Sebastien —me informa mi hija.

Asiento y me levanto dispuesto a ir y volver a intentar hablar con mi

esposa, porque ahora menos que nunca estoy dispuesto a dejarla marchar.

(Sarah Mackencie)

Estoy recostada en la cama, acabo de vomitar por segunda vez.

El susto que me ha dado mi hijo me ha quitado diez años de vida, esa

maldita zorra podría haberlo matado, solo de pensarlo me estremezco.

Cuando he visto que abría sus ojos negros al fin, el alivio ha sido enorme,

casi me desmayo. Le he hecho prometer a Marian que me llamará si Sebastien

empieza a encontrarse mal. Las heridas en la cabeza son muy peligrosas, aún

recuerdo como un criado de mis padres cayó por las escaleras. Todos pensamos

que no había sido nada grave, pues el hombre aseguraba que se encontraba bien,

murió esa noche en su cama.

Y no podría soportar que mi hijo muriera por mi culpa. He sido una

estúpida, me deje guiar por mi furia y no me di cuenta de que esa arpía podría

intentar matarme, ya que ya no tenía nada que perder.

Pero cuando escuché de su boca ese veneno hacia mis hijos, algo me

poseyó, ver la carita de Marian cuando la llamo bruja o el dolor en los ojos de

Sebastien cuando esa mujer se burló del infierno que tuvo que soportar a manos

de William… Decidí que iba a matarla, aún no sé cómo me contuve de rajarle el

pescuezo, pero no quería que los niños vieran más violencia, ya han presenciado

demasiada en su corta vida.

James sabe la verdad, aunque a mi parecer es demasiado tarde, sabía cómo

me sentía respecto a esa mujerzuela, y además de creer en sus patrañas, vuelve a

ordenar que la traigan a su hogar.

Para mí esta nueva traición ha sido un golpe muy duro, y aún estoy más

que decidida a irme en cuanto tanto yo como Sebastien estemos mejor de salud.

¿Me va a doler? Por supuesto, aunque me ha hecho mucho daño lo sigo

amando, el amor no se termina en un minuto, ni en horas o días, y el mío ha

perdurado durante los peores años de mi vida, así que no creo que vaya a dejar

de amar a James Mackencie mientras viva.

Llaman a la puerta y antes de que ni siquiera me dé tiempo a hablar, entra

James.

Lo veo distinto, con brillo en sus ojos, aunque por su postura parece un

soldado derrotado en batalla.

—No me abandones, por favor. —dice llegando hasta la cama y

arrodillándose.


Capítulo XXI

Tierras Mackencie,1468.

(Sarah Mackencie)

No me gusta verlo arrodillado.

—¡Levántate de ahí ahora mismo James! —le ordeno nerviosa.

—No hasta que me jures que no vas a irte —me dice obstinado.

—¡No voy a jurarte semejante cosa! —le digo enfadada, porque utilice

estos estúpidos trucos para hacer que me quede.

—Por favor —escuchar esa súplica de sus labios acaba por destrozarme.

Rompo a llorar, lloro por todo.

Por mi horrible pasado, por mi presente y por mi incierto futuro.

En mis manos está el destino de esta familia y, aunque me siento herida y

traicionada, mi corazón no puede negar que ama con cada latido a James

Mackencie.

Mi esposo me abraza fuerte contra él, como si pensara que así me puede

retener para siempre, como si quisiera detener el tiempo y quedarnos así para

siempre, solo nosotros dos.

—No puedes irte Sarah, no puedes dejarme otra vez solo —me susurra en

el oído —No lo soportaría.

Sus palabras reflejan dolor, miedo, ¿por qué? ¿Será que mi matrimonio

puede tener algún futuro? ¿James siente algo por mí?

Tengo miedo de preguntarlo y que la respuesta acabe por destrozar mi

maltrecho corazón, pero esta situación es insoportable, todo debe quedar

aclarado y de una forma u otra debe acabar.

—¿Por qué te importa tanto? —pregunto —¿Qué diferencia puede tener

para ti? —Me suelta, pero no se aleja, me mira como si me hubiera vuelto

completamente loca.

—¿Cómo puedes preguntarme semejante cosa? —pregunta incrédulo —

¿De verdad no sabes lo que siento por ti?

—Un sentimiento absurdo de culpa y otro de protección, nada más.

—¿Nada más? ¡Por amor a Dios! —exclama pasándose las manos por su

cabello largo —Debo contarte un secreto milady.

—¿Me ocultas algo más? —exclamo ofendida.

—La primera vez que te vi, quedé impresionado por tu belleza, por el

fuego que veía en ti. Con esto, por favor, no quiero que pienses que no amaba a

Helen ¡Dios mío! Esa mujer fue mi mundo durante años…. —me doy cuenta de

que tiene los sentimientos a flor de piel, un brillo en sus ojos lo delata.

—Sé que amabas a Helen, lo vi por mí misma, y eso fue lo que me

convenció de que mi amor por ti no tenia ningún futuro. —suspiro, recordando

el dolor de aquellos días.

—Sí la amaba, fui feliz con ella, y quiero ser realmente honesto contigo

Sarah, si ella no hubiera muerto, yo ni siquiera hubiera vuelto a pensar en ti —

me duelen sus palabras, pero no me dice nada que no supiera ya y agradezco su

honestidad.

Solo asiento para hacerle saber que lo comprendo…

—Pero ella y mi hijo murieron, estuve perdido durante años y todo cambio

el día que tu hermana recibió tu carta, ese día una avalancha de recuerdos y

sentimientos despertaron en mí.

—¿Por qué? —pregunto sin comprender.

—Porque todo lo que intenté olvidar y ocultar ahora no existían los

motivos de antaño, ahora ya no estaba Helen, era viudo —me mira y sus

palabras me estremecen. —Y me asusté, mucho, tú, mi querida esposa, siempre

me has aterrado.

Se me escapa una risa incrédula, ¿cómo podría yo asustar a este hombre?

—Puede resultarte gracioso, para mí no lo fue. Saber por todo lo que

habías pasado, saber porque Brianna me culpaba a mí —suspira y cierra los ojos.

——Fue demasiado.

—Mi hermana nunca te culpo realmente —le acaricio la mejilla y abre los

ojos. —Y tú no tienes la culpa, ni siquiera yo. Ahora me doy cuenta de ello, solo

era una niña aceptando la proposición de matrimonio de un hombre, esperando

formar su propia familia. Nadie podría imaginar de lo que era capaz Malcom y

William MacFerson.

Veo la furia en los ojos de mi esposo al pronunciar esos nombres.

—Júrame algo Sarah, a partir de ahora, desde este día hasta el día de mi

muerte, esos nombres no volverán a pronunciarse. ¡Jamás! —demanda con

fervor.

Asiento, no quiero que este momento de confesiones termine.

—Fui a buscarte, no solo por Brianna, sino por mí mismo, no podía

soportar el pensamiento de que alguien como tú se hiciera monja y que

desperdiciara su vida entre los muros de un convento.

—Para mí, los cinco años que viví con las monjas no fueron un

desperdicio, me ayudaron, me aceptaron. Me dieron un lugar en el cual

esconderme cuando sentía que ni siquiera podía traspasar los muros, fueron

momentos horribles que no quiero revivir.

—Y yo tampoco quiero que lo hagas —me besa suavemente y yo no

quiero que se aparte, pero lo hace para seguir hablando. ——Cuando volví a

verte, a pesar de que no eras ni la sombra de la muchacha que recordaba, seguías

teniendo el poder de tambalear mi mundo, por ello fui tan arisco contigo, era mi

defensa.

—Bueno, tampoco es que yo fuera muy simpática contigo —sonrío al

recordar nuestro reencuentro —¡Por Dios! No soportaba estar con un hombre en

la misma habitación.

—Sí, creo recordar que me llamaste viejo —dice riendo, yo me tapo la

cara avergonzada.

—¡No dije eso! —intento defenderme.

—Sí lo hiciste, tus palabras fueron: —Y intentando cambiar la voz para

imitar la mía dice —has envejecido Mackencie.

Ambos no podemos contener las risas, es muy cómico la forma en la que

James me ha imitado.

—Yo no hablo así James Mackencie —intento sonar ofendida, pero fallo

estrepitosamente.

—Si lo haces esposa, juro que pensé que no abandonarías la abadía, ni

siquiera por tu hermana.

—No dormí en toda la noche, pero no podía dejar que mi amada hermana

sufriera todo el trance de un parto con tanto peligro.

—Ya que estoy siendo honesto contigo —se rasca la nuca nervioso —

Cuando fui a buscarte y te entregué la misiva de Brianna, pensamos que

estábamos mintiendo.

—¿No entiendo? —digo sin comprender.

—No sabíamos que Brianna realmente sí estaba en cinta, era una mentira

para hacerte volver —ni siquiera me mira.

No sé cómo sentirme al respecto la verdad, odio la mentira, si lo hubiera

sabido meses atrás seguramente me hubiera marchado furiosa tanto con mi

hermana como con James, pero ahora eso ya no importa, el embarazo al final fue

real, mi sobrino existió, aunque el Señor lo llamó a su lado antes de tiempo.

—No puedo decirte que no me importa, pero no lo hace como lo hubiera

hecho meses atrás —le digo, seria, porque quiero que comprenda que odio la

mentira y que no la acepto.

—Nunca volveré a mentirte —me promete y yo le creo.

Ambos nos quedamos en silencio pensando en todo lo que hemos

confesado.

—¿Queda algo más que deba saber? —pregunto algo preocupada.

—Cuando te entregué la daga, me preguntaste qué significaba el grabado

que tiene, ¿aún quieres saberlo?

—¡Por supuesto! —exclamo ahora muerta de la curiosidad.

—¿Dónde la tienes? —me pregunta. Me levanto y voy hacia el arcón que

tengo a los pies de la cama, allí es donde la tengo cuando no la llevo encima.

Se la entrego, la mira varios minutos, acariciándola…

—Alexander le entrego una daga como esta a Brianna, incluso antes de

darse cuenta de que la amaba, mi hermano me hizo una pregunta que yo no

entendí y no supe responder como correspondía —me dice algo apenado.

—¿Y qué pregunta fue esa? —pregunto intentando que me cuente por qué

le atormenta ese episodio.

—Me pregunto por qué te entregaba la daga a ti, y no lo hice en su día con

Helen —dice negando con la cabeza. ——Le respondí que era porque tú la

necesitabas.

—Bueno, me fue de gran ayuda James —le digo.

—Sí, y agradezco a Dios que te la di y con ella pudiste defenderte.

—¿Entonces? ¿Cuál es el problema? ¿Qué te aflige? —pregunto sin

encontrar la explicación.

—La frase que está grabada tanto en esta daga como en la de Brianna es la

misma —deja de hablar y yo siento que voy a estirarme de los pelos —En

gaélico significa " Que mi amor te salve".

El silencio reina en la habitación después de que finalmente James me dice

el significado de la daga, ni siquiera puedo hablar, ni pensar correctamente, ya

que no quiero ilusionarme a la ligera.

Pero debo hacer la pregunta más importante de mi vida…

—¿De verdad me amas? —susurro incluso demasiado bajo, tanto que no

estoy segura de si mi marido me ha escuchado.

—Más que a mi propia vida, no lo dudes jamás mi amor —me dice con

fervor.

Yo rompo a llorar, pero por primera vez no es por dolor, miedo o pena,

sino de alegría.

Una dicha como nunca he sentido me invade, ¡me ama! El amor de mi

vida acaba de confesarme que siente lo mismo que yo siento por él, es más, hace

tiempo lo hizo y yo sin saberlo.

Me abalanzo hacia él y lo abrazo sin intenciones de soltarlo, lo beso con

pasión, con desesperación.

Él me corresponde y sin darme cuenta estoy tumbada en la cama con él

encima, nuestras manos buscando la piel del otro, nuestras lenguas danza al

unísono.

Dejo de besarlo para abrir mi corazón de una vez por todas, porque mi

amado esposo se merece saber que sus sentimientos son más que

correspondidos.

Lo miro fijamente y veo en él la duda, el miedo al rechazo, lo cual me

parece imposible si quiera que se le pase por la mente que yo no pueda amarlo,

ya que aunque mis sentimientos durante muchos años estuvieron dormidos,

enterrados, al volver a verle despertaron con más fuerza.

—Yo también te amo James Mackencie, me enamoré como una loca

cuando solo tenía catorce años, y te he amado desde entonces, te amaré toda mi

vida y si volviera a nacer estoy convencida que volvería amarte —le digo

orgullosa al fin de poder confesar a los cuatro vientos lo que mi corazón siente.

Él solo me abraza, lo siento temblar, así que disfruto de su abrazo, de su

aliento en mi cuello, yo disfruto pasando mis dedos sobre su cabello, suave y

liso.

Pasamos así horas, hasta que los rayos del sol se esconden en el horizonte

dando paso a la noche. Me siento tan protegida y amada entre estos fuertes

brazos que no quisiera moverme nunca de aquí, pero hemos sido egoístas, debo

ir a ver a Sebastien, bañar a Marian y darles la cena a ambos. Cuando ellos

duerman, podré volver a perderme entre los brazos de mi amado esposo.

Juntos vamos a ver a los niños, encontramos a Marian dibujando en el

suelo y a Sebastien dormido. Cuando la pequeña nos ve entrar abrazados, solo

sonríe con su acostumbrada sonrisa y asiente, ella y sus secretos.

Cuando reviso a mi hijo, puedo suspirar aliviada, no hay fiebre ni vómitos,

solo un leve dolor de cabeza muy normal a causa del fuerte golpe.

Horas después, con ambos hermanos bañados, cenados y dormidos,

podemos volver a nuestras habitaciones donde pienso pasar una de las mejores

noches de mi vida entre los brazos de James.

Esta noche es única e irrepetible, es mejor cada vez que me entrego a él,

cada noche es especial.

James lo hace especial: sus caricias, sus besos, sus gemidos, sus palabras

susurradas en mi oído.

Sé que a partir de ahora todas las noches acabarán con un buenas noches

mi amor, y por las mañanas al despertar será igual o mejor. Doy gracias a Dios

por haberme dado la valentía de salir del convento cuando James vino a por mí,

porque jamás llegué a imaginar que yo lograría semejante historia de amor: un

hombre que me idolatra, que me ama con todo mi pasado y mis traumas, y yo lo

amo a él con su pasado y con sus fantasmas.

Y siempre diré que el amor de James me salvó.

Estoy segura de que este es el primer día de una hermosa vida juntos.

(James Mackencie)

Escuchar de los labios de mi esposa semejante declaración de amor me

derrumba, me siento temblar y no puedo moverme.

Abrazado a Sarah paso horas, hasta que el deber se impone y el cuidado de

nuestros hijos es lo primordial para nosotros.

Me siento aliviado de saber que Sebastien va a ponerse bien, que el golpe

no ha tenido repercusiones, pues nunca me lo habría perdonado. En muy poco

tiempo estos dos niños se han ganado mi corazón, aunque no lleven mi sangre

son mis hijos, y así los reconoceré hasta el día de mi muerte.

Unas horas después, cuando los dos pequeños están dormidos y habiendo

comido un poco, por fin tenemos toda la noche para nosotros dos y presiento que

esta noche va a ser mágica, será la primera vez que hagamos el amor sabiendo

los sentimientos mutuos.

Para mí es la experiencia más impresionante de toda mi vida, y eso que en

mi juventud compartí las camas de muchas mujeres.

Casadas, viudas, solteras…

Pero cada vez que hago el amor con mi mujer es mejor que la anterior, no

solo es algo físico, no solo se unen nuestros cuerpos, sino que nuestras almas

también lo hacen. Eso es lo que lo hace único y especial, y doy gracias a Dios

por permitirme tener una segunda oportunidad en el amor.

Nunca me arrepentiré de haber ido a por ella, porque muy en el fondo no

solo iba por Brianna, sino que, aún sin saberlo, iba por mí mismo, porque Sarah

ha sido mi salvación.

Porque estoy seguro de que este es el primer día de una vida maravillosa

juntos.

FIN

EpÍlogo

Tierras de James Mackencie.1469.

Un año después…….

La celebración está en pleno apogeo, hoy celebramos el cumpleaños

de Marian, cumple diez años y es una niña sana y muy feliz.

Estamos todos reunidos.

Todo el clan, y por supuesto toda la familia.

Brianna junto a Alexander, los gemelos y Valentina que está a punto de

cumplir los siete años.

James y yo junto a Sebastien y mis hijos. Sí, la predicción de Marian

volvió a ser cierta y tuve a un niño y una niña

James eligió el nombre del niño y yo el de la niña, por eso lleva un

nombre bastante inglés.

Tienen tres meses y crecen sanos y fuertes. Duncan es más nervioso,

Sophie es la gemela tranquila. El parto fue difícil, pero no corrí peligro alguno, a

mi lado estuvo James y mi hermana Brianna, incluso hubo momentos en los que

Marian entraba para tranquilizarme. Mi hija tiene ese efecto, cuando te mira tan

tranquila y llena de seguridad todo parece detenerse, incluso el dolor parecía que

desaparecía.

Aún puedo recordarlo, como si hubiera sido ayer…

Llevo horas empujando, luchando contra el dolor…

James no me ha abandonado en ningún momento, no suelta mi mano.

Brianna y Marie están haciendo todo lo posible por ayudarme a dar a luz.

Un nuevo dolor me recorre el cuerpo, vuelvo a empujar porque es lo único que

me alivia. Marie grita triunfal, mi hermana se asoma para ver qué es lo que

ocurre.

—¡Ya lo veo! —grita —¡Veo la cabeza! ¡Un último empujón Sarah! —me

ordena.

Yo obedezco y con todas las fuerzas que me quedan empujo, intento no

gritar cuando siento una presión horrible y de repente un alivio inmenso.

Escucho un potente llanto en la habitación y me alegra escucharlo, uno de mis

bebés ha nacido sano.

—¡Es un niño! —grita Brianna.

—Solo queda uno, esposa —me dice alentándome mi marido.

—¿Cómo que queda uno? —pregunta asustada Brianna —¿Como estás

tan seguro James?

Un nuevo dolor hace su aparición haciendo que todos se centren en mí.

Marie afirma que es cierto, ve otra cabeza, empujo y enseguida nace mi

hija.

—¡Es una niña! —dice ahora Marie.

Después de limpiarlas, por fin puedo tenerlos en brazos.

Son lo más hermoso que he visto, no tienen mucho pelo, pero parece

castaño. Sus ojitos parecen claros, pero no lo puedo asegurar.

Les amamanto y se quedan dormidos. Yo estoy agotada, así que James los

acuesta en la cuna, y aunque deseo pasar toda la noche contemplándolos, caigo

rendida.

Pero sé que este es el primer día de nuestra vida en común…

Marian, Sebastien, Duncan, Sophie, James y yo.

Una familia feliz.

Este año ha sido estupendo: lleno de amor y risas, y también discusiones.

Mi esposo y yo discutimos muy seguido, pero sabemos arreglarlo y seguir hacia

delante. Muchas discusiones las tenemos sobre todo por Sebastien, desde hace

unos meses se le ha metido en la cabeza que quiere entrenarse con Alexander,

quiere ser un guerrero Mackencie. James lo apoya, yo no.

Es mi hijo, no quiero que muera en una batalla absurda. Él no piensa en

eso, solo le importa el peligro, como si buscase la muerte. Lo veo en sus ojos.

Hace unos días tuve una discusión horrible con él, intentando convencerle

de que dejara esa locura a un lado. Puede buscar otro oficio, pero como siempre

él no me escucha. En estos meses ha mejorado su trato hacia mí, pero aún no

consigo traspasar su coraza, solo Marian tiene ese poder.

—Mamá Sarah, ¿otra vez preocupada? Sabes que a papá no le gusta verte

triste, ¿qué te preocupa? —pregunta Marian sentándose sobre mis piernas.

—Tu hermano y ese afán que tiene de encontrar la muerte —contesto

afligida.

—No debes sufrir por ello mamá Sarah —dice contenta.

—¿Por qué estás tan segura pequeña? —pregunto sabiendo que ya tiene la

respuesta.

—Porque mi hermano no morirá joven, tendrá una buena vida, pero antes

tiene un largo camino lleno de espinas por recorrer —suspira.

—A veces se me olvida que tú tienes un don, tu lo sabes todo tramposilla

—le digo haciéndole cosquillas, ella ríe como loca.

—Mamá Sarah, papá ya me lo prometió, pero tú también debes

prometerme que cuidarás de él cuando yo ya no esté —se me paraliza el corazón

al escuchar sus palabras.

—Hija mía, tú no vas a morir antes que yo, ¡te lo prohíbo! —le ordeno. Sé

que suena estúpido, pero es que no puedo siquiera pensar que ella vaya a morir y

lo tenga tan bien asumido.

—No te aflijas por eso mamá Sarah, aun quedan años para que suceda,

pero tú, al igual que Sebastien, tienen que asumir que mi lugar en este mundo es

temporal y todos algún día nos volveremos a reencontrar —me dice acariciando

mi mano.

—¡Marian! —grita el pequeño Keylan —Ven, Aydan no quiere hacerme

caso.

La niña solo ríe negando con su cabecita, baja de un salto de mi regazo y

se marcha corriendo.

Y yo ahora estoy más preocupada si cabe…

—Sarah —me sorprende que Sebastien se dirija a mí, no lo hace a menos

que sea necesario. —¿Quién es ese muchacho? —cuando miro hacía donde él lo

está haciendo. Comprendo por qué ha venido a preguntarme.

Valentina está hablando con un muchacho bastante mayor, es mayor

incluso que Sebastien, tendrá unos quince años.

Según me contó Brianna, Marcus llegó hace unos meses solicitando asilo,

es del clan al que pertenecía Isabella. Alexander estuvo tentado a echarlo de sus

tierras, pero mi hermana tiene un corazón enorme y lo convenció para que le

dieran una oportunidad. Y aquí está, siendo entrenado para ser un guerrero

Mackencie.

No se sabe mucho de su vida anterior, solo que es huérfano y que, según

él, no tiene familia. Brianna está encantada con él, lo ha acogido como uno más

de sus hijos, aunque sé que Alexander sigue un poco reacio, pero todos sabemos

que el Laird Mackencie hace todo por ver feliz a su esposa, y si Marcus la hace

feliz, él lo acepta, aunque no por ello baja la guardia. A ese muchacho le va a

costar mucho ganarse la confianza de mi cuñado.

—Es Marcus, tiene quince años. Según me contó Brianna está aquí porque

quiere ser un guerrero Mackencie y Valentina se pasa todo el día correteando con

él. Ella está muy feliz, la verdad —Me doy cuenta como Sebastien aprieta los

puños y su mirada refleja odio, ganas de apartar a ese muchacho del lado de

Valentina.

—Es demasiado grande para ella —sisea —No me da buena espina.

—Vaya, en algo estas de acuerdo con Alexander, pero tranquilo, Marcus

adora a Valentina, no va a pasarle nada.

Se marcha furioso sin decirme nada más, puedo ver que se acerca a

Valentina, quien ya no lo recibe tan alegre como hace un año. Creo que se cansó

de recibir solo desprecios de parte de mi hijo, y ciertamente no la culpo.

Mi hermana se acerca a mí negando la cabeza, ya que ella también ha

presenciado cómo Sebastien quería hablar con Valentina, pero esta lo ha dejado

con la palabra en la boca. El chico se ha marchado hacia las caballerizas como

hace siempre. No lo sigo, necesita tiempo a solas.

—Tu hijo y mi hija terminarán juntos —dice muy convencida.

—Parece que te gusta la idea —le digo algo aliviada.

—¿Por qué no? —pregunta sorprendida —Sebastien es un niño

sorprendente, algo tosco, pero es natural por todo lo que ha pasado, pero te

aseguro que Valentina es digna hija de su madre y dentro de unos años tendrá a

tu hijo comiendo de la palma de su mano —bromea, yo tengo mis dudas, pero el

destino creo que está escrito y puede ser que realmente esos niños estén

destinados a estar juntos.

—Y Marian ha enamorado a mis dos hijos —señala donde los tres niños

están jugando.

Es hermoso ver como ha terminado todo, somos una hermosa familia,

unida y más feliz que nunca.

Nunca llegué a imaginar que algo así podría pasar, pero lo ha hecho y mi

felicidad y la de mi hermana es absoluta, solo es empañada por la tristeza de

tener a nuestras hermanas, sobrinos y a mi madre tan lejos, pero nuestros

maridos han prometido que una vez al año viajaremos para visitarlas, y ellas son

más que bienvenidas en Eilean Donan.

Se acercan a nosotras los dos hermanos Mackencie, nos contemplan como

preguntando si sucede algo. La primera en acercarse a su esposo es Brianna. Se

pone de puntillas y lo besa, mi cuñado es un hombre grande, más que James.

Mi esposo me abraza y me pregunta si todo está bien, asiento mirándolo

con todo el amor que siento por él.

—Sebastien vendrá aquí dentro de unos años para comenzar el

entrenamiento. Sé que te aflige eso Sarah, pero te aseguro que yo no permitiré

que le ocurra nada. Debes ser consciente de que tu hijo ha nacido para ser un

guerrero y lo ha demostrado en varias ocasiones —rompe el silencio mi cuñado.

—Alexander Mackencie —lo regaña mi hermana. —¿Debías sacar ese

tema en un día como hoy? —pregunta cruzándose de brazos.

—En nada cambia el día en el que hablemos, es un hecho, tu hermana

debe aceptarlo —dice serio.

—Hermano, dale tiempo a mi esposa para que lo asimile, aún quedan unos

cuantos años —interfiere James. Así acaba esta incómoda conversación. Aún no

consigo estar completamente tranquila en la presencia de Alexander Mackencie.

El silencio reina por fin…

Y los cuatro juntos admiramos a la familia que hemos creado.

Mis gemelos durmiendo custodiados por el mejor hermano mayor posible,

mi hijo Sebastien, quien ya ha salido de su escondite, no deja a los pequeños

mucho tiempo solos. Valentina, que se disputa el lugar de prima mayor.

Los gemelos correteando con el hijo de Ian y Marie, quien vuelve a estar

embarazada, y Marian controlando a todos. Será una madre maravillosa, si Dios

se lo permite.

Ian y Marie se nos unen y los seis contemplamos a nuestra gente, a los

hijos que continuarán nuestro linaje

Todos hemos recorrido un camino muy largo, pero finalmente estamos con

quien estaba predestinado para nosotros. Brianna y Alexander lucharon contra

los prejuicios, el odio que existe desde hace siglos entre nuestros países,

debieron luchar contra los celos y la maldad de una mala mujer, pero lo

consiguieron.

Ian y Marie lucharon contra las mentiras, la envidia y las traiciones, les

costo años, pero lo lograron.

Y James y yo luchamos contra mis demonios, contra la maldad

personificada, contra los fantasmas y aquí estamos, juntos al fin.

Doy las gracias a Dios todos los días por todo esto.

El amor nos salvó a todos.

FIN.

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