Un marqués en apuros parte 01

 BEA WYC

Primera edición: 2021

Título de la obra: Un marqués en apuros

Derecho de autor: 2105027702277

Diseño de portada: Leydy García

Corrección y edición: www.andreamelamud.com

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electrónico, mecánico, por fotocopias, por grabación, u otros, así como la distribución de

ejemplares mediante alquiler o préstamos públicos.

DEDICATORIA

Esta novela quiero dedicársela a Mayra Escobar, una lectora guatemalteca que me ha

sacado muchas sonrisas en mi perfil de Instagram. Son personas que llegan a tu vida y te

da la impresión de que las conocieras de siempre.

¡Gracias a todas las lectoras que se acercan a mi perfil buscando información de mis

novelas, espero que continuemos conociéndonos! ¡¡¡GRACIAS!!!

PRÓLOGO

Deeside, Aberdeenshire,

Escocia, enero de 1826

Un majestuoso corcel blanco de la raza clydeslade con grandes

manchas negras a sus costados galopaba con ímpetu por la orilla

del extenso río Dee en Escocia, su jinete llevaba días atravesando

angostos caminos para llegar a su destino final, el castillo de

Balmoral, residencia de su padre, el duque de Lennox.

James Seymour, marqués de Lennox, azuzó más a su robusto

caballo mientras el viento acariciaba su rostro. No había querido

viajar en su lujoso carruaje, no contaba con mucho tiempo, le había

prometido a su amigo Richard que regresaría a Londres con noticias

antes de que él embarcara rumbo a los Estados Unidos. El viaje

tenía como finalidad poner al tanto a su amigo Murray de las

sospechas de Richard sobre su posible paternidad.

James había escuchado con asombro los planes de Richard y de

buen grado había aceptado ayudar. Su visita al castillo de Balmoral

era precisamente para asegurarse de que su padre cooperaría con

el plan que ambos habían trazado para ayudar a su amigo Murray.

Mientras avanzaba no pudo dejar de sentir pena ante el recuerdo de

la fatídica noche en que uno de sus mejores amigos, el duque de

Grafton, había arruinado su vida.

James había tenido el pálpito de que la venganza orquestada por

Murray no le dejaría bien parado, y así fue, no solo perdió a la mujer

que amaba, sino que había perdido el derecho sobre sus herederos

legítimos porque, si lo que había descubierto Richard, conde de

Norfolk, era cierto, era muy poco lo que se podría hacer. Sintió alivio

de ver el castillo en la lejanía, esperaba que su padre estuviera de

buen humor para recibirle, con los años se había vuelto un

cascarrabias y la negativa de él a casarse y darle nietos lo habían

empeorado. Se acercó a la propiedad por el lado sur, donde sabía

que se encontraban las caballerizas, el caballerizo se acercó

deprisa, dos mozos de cuadra le seguían.

—Milord, no lo esperábamos —le reprochó agitado.

—¿Dónde se encuentra mi padre? —preguntó al descabalgar,

dejando ver su impaciencia.

—Su excelencia se encuentra en la biblioteca —respondió el

caballerizo, solemne. El hijo del duque era un hombre muy querido

por todos.

James asintió y le dejó su costoso caballo para que lo

alimentaran. Caminó con paso decidido por el sedero empedrado

que conducía a la parte trasera del castillo, se había criado allí,

corriendo por los vastos bosques pertenecientes a la propiedad, que

su padre cuidaba con mucho esmero. Sus claros ojos verdes

brillaron ante algunos recuerdos picantes de su adolescencia, y

sonrió. Había sido muy precoz, su cuerpo grande y fornido había

sido en esa etapa de su vida una bendición que había aprovechado

al máximo, era un hombre grande y se sentía bien en su cuerpo.

Sus ancestros highlanders le habían heredado un físico envidiable,

James no pasaba desapercibido en ningún lugar donde se

presentara. Abrió la vieja puerta de madera y un olor a pan recién

hecho llegó hasta él y le robó un gemido.

—Mi niño, pero ¿qué haces aquí? —preguntó una anciana con

un fuerte acento escocés.

—Sabes que no puedo estar mucho tiempo sin tus brazos, nana

—respondió con una sonrisa sincera y abrazó a la mujer con fuerza

haciéndola reír como una niña.

—Mis plegarias son escuchadas, y siempre regresas a tu hogar

—respondió apartándose para mirarle y asegurarse de que el niño

que había amamantado desde la cuna estuviese bien.

—Mira lo que te traje —le dijo James sacándose un elaborado

crucifijo del bolsillo de su chaqueta marrón de montar, se lo entregó

sin ocultar el afecto que la mujer le provocaba.

—Eres un zalamero —respondió la mujer intentando ocultar la

emoción que le producía el cariño de su niño consentido.

—Dame algo de comer, nana, llevo horas cabalgando —le dijo

hambriento.

—Siéntate, ya te sirvo carne asada y verduras. —La mujer

comenzó a dar órdenes a las doncellas, que se apresuraron a servir.

No era un secreto que el marqués trataba a la cocinera como si

fuese su madre, muchas veces le habían visto comer junto a ella en

la mesa de la cocina.

Lo que no sabían muchos es que la madre de James se lo había

encargado antes de morir. La duquesa le había hecho jurar en su

lecho de muerte que no dejaría a su hijo en manos de niñeras

extrañas, que le daría el calor de una madre, y así lo había hecho,

no solo le amamantó, sino que se convirtió en lo más cercano a una

madre para el futuro duque de Lennox.

—¿Has venido a ver a tu padre? —le preguntó ceñuda poniendo

el plato frente a él y mirándolo preocupada.

—No te preocupes, nana…, no es algo que tenga que ver

conmigo, necesito su ayuda para alguien más —respondió mirando

hambriento la comida.

—Murray —le dijo con suspicacia—, ese muchacho siempre fue

muy impetuoso.

—¿Has tenido alguna visión? —le preguntó recostándose en la

silla, dejando de comer.

—La joven con cabellera de fuego se convertirá en la duquesa

de Grafton —respondió haciendo sonreír a James, que asintió

satisfecho volviendo a su plato—. ¿Te quedarás? —preguntó con

esperanza.

—Debo salir en la madrugada, Richard me está esperando —

respondió devorando la comida mientras la anciana lo miraba

arrebolada.

Era un hombre guapísimo, había sacado los ojos verde claro de

su madre, que le daban un aura de misterio. Muchas suspiraban por

su niño, pero ya casi llegaba al ocaso de su vida sin haber sido

tentado por el matrimonio. Al contrario de lo que James creía, su

padre lo amaba tanto que no había tenido el coraje de obligarle a

desposarse por deber. Ella había sido testigo de cómo el duque se

había apagado ante la muerte súbita de la madre de James, la

había amado con locura y estaba segura de que deseaba lo mismo

para su hijo; de lo contrario, mucho tiempo atrás le hubiese

concertado un buen matrimonio. A ella le constaba que el duque

había sido abordado por varios nobles que ofrecían a sus hijas en

matrimonio. Entre ellos, su íntimo amigo, el duque de Cornwall.

—Gracias, nana, ahora sí puedo ir a enfrentarme al viejo con

tranquilidad —le dijo recostándose en la silla, mirándola con

atención—. Y bien, ¿qué me dices de venir a vivir conmigo a

Londres? —insistió inclinándose hacia el frente, tomando su

arrugada mano entre las suyas.

—Cuando te cases y vengas con tu mujer a vivir a Birkhall, iré

contigo a mimar a los niños y a mecerlos entre mis brazos —le

respondió la anciana con emoción.

James la miró con intensidad, un escalofrío le subió por la

espalda porque sabía que su nana era descendiente de druidas muy

respetados en las tierras de sus antepasados.

—No quiero saberlo, nana, si voy a perder mi libertad, no me

quites el sueño desde ahora —le dijo llevando la mano de la anciana

hasta sus labios para besarla como si se tratase de la mismísima

reina consorte.

—Demuéstrales a esos hombres que rodean a tu futura mujer

que tienes sangre de guerreros escoceses que no se arrodillan ante

nadie —le dijo sonriendo, palmeando su mano—. Ahora ve con tu

padre, te debe estar esperando.

Las palabras de su niñera retumbaban en su cabeza mientras

caminaba por el pasillo que le llevaba al santuario de su padre.

«Hombres que rodean a mi mujer…, ¿qué habrá querido decir?»,

meditó mientras tocaba la puerta anunciando su presencia.

—Adelante. —Una voz autoritaria se escuchó desde adentro.

James aspiró hondo, igual que lo hacía siempre cuando tenía que

enfrentarse con su testarudo padre.

—Has tardado, te vi llegar galopando —le recriminó

levantándose de su silla para acercarse a abrazarlo.

—Tenía que comer primero, llevaba horas galopando sin parar —

respondió correspondiendo el abrazo.

—¿Sucede algo? Has traído uno de tus ejemplares más

costosos —inquirió preocupado.

Albert era un hombre alto de muy buena presencia para sus

sesenta años. Al igual que su hijo, había tenido su cabello rubio, que

en la actualidad estaba casi blanco, y caminaba erguido

manteniendo un porte elegante y distinguido.

—Necesitaba hablar contigo y venir en carruaje me iba a tomar

más tiempo del que dispongo —admitió mientras se acercaba al

aparador donde su padre tenía una selección de los mejores

whiskies elaborados por clanes de las tierras altas. Sentía su mirada

clavada en su espalda, pero tenía que darse valor, tenía la intuición

de que no saldría bien librado de todo ese enredo en el que se

había metido su amigo Murray.

—¿James? —Albert miró con preocupación a su hijo.

James había dejado el hogar para ir a la universidad y en todos

esos años rara vez había pedido apoyo; se sentía orgulloso de su

hijo, había amasado una gran fortuna sin su ayuda. Se enorgullecía

de solo recibir alabanzas de parte de sus amigos más cercanos.

James tenía la reputación de un hombre de honor no solo en

Inglaterra, sino también entre sus parientes que pertenecían a los

clanes más poderosos de Escocia; el marqués de Lennox se había

ganado una reputación de respeto sin necesitar la ayuda de su

padre. Mientras le observaba, asintió satisfecho sabiendo que

cuando muriera llevaría con honor el título de duque que le

pertenecería por derecho al ser su único heredero.

—Necesito un gran favor, padre…, no es para mí, sino para uno

de mis hermanos —le dijo sin volverse.

Albert entrecerró los ojos al escuchar la palabra ‘hermanos’,

James era hijo único, pero había adoptado a tres miembros de la

aristocracia como hermanos de sangre: al duque de Cleveland, al

duque de Grafton y al conde de Norfolk…, y bien sabía el que a

veces esos lazos eran mucho más profundos que los de sangre,

porque les escogías como hermanos libremente, sin presiones.

Tenía que ser algo muy grave para que James decidiera pedir

ayuda.

—Te escucho —le dijo tomando asiento, colocando sus brazos

sobre el escritorio.

James se giró tomando un buen trago de la fuerte bebida, se

sentó en la butaca frente al escritorio, estiró sus musculosas piernas

y se recostó.

—¿Tan delicado es? —preguntó Albert sin ocultar la

preocupación en su voz.

—Lo que le voy a confiar debe quedar entre nosotros, porque es

un asunto muy delicado que incluye a su amigo, el duque de

Richmond.

—¿Charles? —preguntó ahora más atento entrecerrando los

ojos.

James asintió con seriedad.

—Lo que le voy a confiar debe quedarse aquí, en esta

habitación.

Albert aceptó conforme.

—Richard estuvo hace unas semanas en las caballerizas del

duque de Richmond para comprar unos purasangres, allí no solo se

enteró de que lady Katherine es la que dirige las reconocidas

caballerizas, sino que además sus supuestos hermanos son

exactamente iguales a Murray cuando este tenía esa edad. —James

dio otro trago a su vaso tratando de encontrar las palabras

adecuadas—. El parecido físico de los gemelos con Murray es

sorprendente, tanto que Richard no tiene dudas de que son sus

hijos.

—Jamás haría nada en contra de Charles —respondió con

seriedad—. Si fuese cierto, nadie se atrevería a ir en su contra, sería

un suicidio social tener a Charles de enemigo —le advirtió.

—No queremos ir en contra de la paternidad legítima del duque,

de todas formas, es el abuelo de los muchachos. Lo que deseamos

es un matrimonio entre lady Richmond y Murray —le aclaró de

inmediato.

—Hasta ahora no había entendido la partida de tu amigo,

especialmente porque ustedes siempre han sido muy unidos.

¿Cómo se atrevió tomar la virtud de una dama y luego desaparecer?

James miró su vaso meditando la pregunta.

—Murray siempre creyó que el duque de Richmond había sido el

culpable de la muerte de su madre.

—¡Patrañas! Quien la mató fue su padre, el maldito la maltrataba

delante de todos, me avergüenzo de no haber intervenido, pero la

realidad es que era muy poco lo que podíamos hacer, era su

esposa, James.

—Lo sé, al parecer, el hombre manipuló a Murray solo para

vengarse.

—Era un sinvergüenza, no lo tolerábamos en nuestro círculo de

amistades. —Albert sonrió con cinismo—. De todas maneras, no

creo que Murray se merezca el perdón de Charles.

—No, pero desde aquella noche me consta que ha vivido un

infierno. Prefirió abandonar Londres porque se rehusaba a verla en

brazos de otro hombre. Lo que hizo fue una vil canallada, pero

¿acaso no todos tenemos derecho a redimirnos? Si esos dos chicos

son sus hijos, él tiene un deber moral con esa mujer. ¿Quién mejor

que ella para ser la duquesa de Grafton? Sería la mejor manera de

resarcirse.

Albert se levantó de la silla y se detuvo frente a la ventana

meditando lo que había escuchado. «Ahora todo tiene sentido»,

pensó al invocar en su memoria aquel año cuando su amigo anunció

su sorpresivo matrimonio con su amante y a los pocos meses

regresó a Londres con dos herederos. Había estado muy feliz por él,

Charles siempre había estado enamorado de Margot, eso era de

conocimiento de toda la aristocracia, y habían visto con buenos ojos

el matrimonio entre ambos.

Había sido una jugada maestra, que seguramente había sido

orquestada por la duquesa de Wessex, a quien en lo personal tenía

en muy alta estima. Nunca olvidaría lo solidaria que fue Antonella

con su esposa, estuvo a su lado el día de su muerte y fue ella la que

se encargó de todo el sepelio, él se había sumido por completo en el

dolor de su partida. Le debía mucho a Tella, como cariñosamente le

llamaba a escondidas de su amigo, el duque de Wessex, quien era

el único, en teoría, que le llamaba con el cariñoso apelativo.

—Me estás pidiendo que traicione la confianza de un buen

amigo, James…

—Solo te pido que le convenzas de aceptar el matrimonio, el

duque no permitirá un acercamiento entre los dos. Necesitamos que

entienda que Murray solo desea tenerla a su lado —le advirtió—.

Necesitamos concertar ese matrimonio antes de que Murray llegue

a Londres.

—Lo que me has dicho me ha dejado consternado. Si es cierto,

fue un movimiento magistral, tendría todo mi apoyo.

—Lo sé…, pero si yo no hubiese visto el infierno que ha vivido

Murray durante todos estos años, no intervendría… Él la ama, padre

—le dijo con certeza.

Albert se giró a encararlo, sorpresivamente, una idea cruzó por

su mente, nunca había querido presionar a su hijo a tomar esposa,

pero en los últimos meses había estado pensando en lo solo que se

quedaría cuando ya no estuviera y supo que sería la única

oportunidad que tendría para ver a su hijo casado.

—Lo que me pides puede traer consecuencias graves para mi

amistad de toda la vida con el duque de Richmond, no daré un paso

al frente sin que me des algo a cambio —le dijo caminando hacia él;

luego se detuvo a unos pasos al tiempo que le sostenía la mirada.

James tensó la mandíbula y esperó a lo que su padre tenía que

decirle, que seguramente no le gustaría.

—Iré a mediar por ese matrimonio solamente si me das tu

palabra de que en un plazo de un año me presentarás a la futura

marquesa de Lennox…, la mujer que por derecho heredará las joyas

de tu madre y me dará los nietos que deseo ver antes de partir de

este mundo.

James apretó el puño sobre el mango de la silla y se negó a

desviar la mirada; era un hombre, no un jovenzuelo al que su padre

podía manipular a su antojo. Sin embargo, la imagen de cómo

lloraba su amigo aquella terrible noche le hizo claudicar, jamás

había visto a Murray en tales condiciones. Y no podía negar que le

extrañaba, quería que regresara a Londres, a donde pertenecía,

deseaba que todo volviese a ser igual que cuando se reunían en el

White para conversar, necesitaba que su familia extendida estuviese

de nuevo reunida.

James se puso de pie, dejó caer el vaso de whisky sobre el

escritorio y se dispuso a enfrentar a su progenitor.

—Buscaré a esa mujer no porque me lo exija, sino porque se lo

ha ganado. Has sido el mejor de los padres, has respetado mis

decisiones y bien sé que muchas veces no estabas de acuerdo con

ellas —le respondió acercándose, poniendo una de sus manos en

su hombro.

—Yo…

—No quieres verme solo… —James colocó su otra mano en el

otro hombro de su padre—. Le advierto que solo tomaré por esposa

a una mujer que no se asuste de mis fuertes apetitos en la alcoba.

—James disfrutó al ver la carcajada feliz que brotó de la garganta de

su padre; se fundieron en un caluroso abrazo lleno de complicidad.

Para James era un sacrificio insignificante el deseo de su padre

de verlo desposado. El duque de Lennox había sabido ser un padre

presente, tomó el lugar de su madre y logró su cometido, no

recordaba ningún suceso importante en su vida en el que su padre

no hubiese estado para alentarlo. Se mantuvo vigilante en la

sombra, asegurándose de que madurara sin asfixiarlo, como había

sido el caso de Alexander y de Murray. Le daría al viejo esos nietos

que quería, era lo menos que podía hacer por él.

CAPíTULO 1

Escuela de señoritas de la

prestigiosa viuda Garrett, octubre

de 1826

Juliana Brooksbank maldecía entre dientes frente a su baúl de

viaje, mientras tiraba de manera desordenada su ropa dentro de

este, no pensaba permitir que la señora Garrett ni las institutrices

que trabajaban en la prestigiosa escuela detuvieran su marcha. Esta

vez se iría de aquel lugar, al que había llegado con tan solo diez

años por la insistencia de sus tres hermanos mayores de

mantenerla a salvo. «Se terminó, ya es suficiente», pensó con

coraje e indignación.

Era el último altercado que tenía con lady Rachel Wolvering, ya

había llegado al límite, la próxima vez nadie salvaría a la odiosa

joven de darle la paliza que se merecía por su falta de tacto y su

crueldad. Sus rizos de color miel cayeron sobre su rostro,

haciéndola perder la paciencia, su cabellera era espesa y

voluminosa; si tuviera una tijera a mano, se lo cortaría hasta el

cuello. No sabía de quién había heredado su cabellera tan rebelde,

tenía un nítido recuerdo de sus hermanos y todos tenían la cabellera

negra y lisa, a pesar de la herencia irlandesa que les corría por las

venas.

Se giró buscando con sus rasgados ojos grises rodeados de

unas espesas pestañas alguna pertenencia suya, bufó exasperada,

que hicieran lo que quisieran con lo que olvidara, no creía que

estuviese dejando nada de importancia. «Odio estas paredes»,

meditó mientras seguía tirando objetos en su baúl. Su hermano

mayor había sido implacable en su decisión de mantenerla en aquel

lugar; junto con sus otros dos hermanos habían hecho un frente

unido para mantenerla alejada de Londres. No la habían visitado

nunca, en todos esos años solo había recibido las visitas de Cloe, la

mujer que se había hecho cargo de ella en su niñez. La buena de

Cloe le había traído sus tartas preferidas y le había enviado cartas

mensuales contándole sobre la vida de sus tres hermanos en

Londres.

Cerró el baúl y se sentó en la cama. Cuánto había extrañado a

Nicholas, para ella, más que un hermano mayor, había sido como un

padre, tal vez por ello se había sentido traicionada cuando él tomó la

decisión de enviarla allí, entre niñas que no tenían nada en común

con ella. Nicholas había querido asegurarse de que su única

hermana no fuese salpicada con la podredumbre en la que ellos se

codeaban. Ella había sabido a su corta edad que sus tres hermanos

infringían la ley, a escondidas se había enterado de sus andanzas

en los suburbios del East End.

El saber lo que tenían que hacer para poder sobrevivir fue la

única razón para ella soportar todas las humillaciones provenientes

de las niñas mimadas de la aristocracia europea. Nicholas había

logrado hacerla entrar a una de las escuelas más prestigiosas de

Inglaterra, seguramente con la ayuda de Cloe, quien en su juventud

había pertenecido a la aristocracia. Ella siempre había tenido la

impresión de que la señora Garrett y Cloe eran más que simples

conocidas, pero las veces que había intentado poner el tema con la

señora Garrett esta lo había evadido sin permitirle pregunta alguna.

Tenía claro que sus hermanos habían querido protegerla. Si era

honesta consigo misma, allí entre esas paredes lo había estado,

además de haber logrado una educación privilegiada. Paseó la

mirada por la habitación que había compartido los últimos años con

tres jóvenes más, entre ellas Louise, su mejor amiga. Las camas

estaban dispuestas en hileras con una pequeña mesa al lado de

cada una, sobre estas se encontraba el plato de la vela y un libro.

La puerta se abrió, pero Juliana no se giró a ver quién era el

visitante, no se sentía preparada para enfrentar a nadie, siempre

había odiado los enfrentamientos innecesarios y tal vez por eso la

animosidad entre Rachel y ella había llegado hasta extremos

insoportables; a veces, lo mejor era sincerarse y sacar todo lo que

se tenía adentro guardado.

Rachel miró con recelo a la joven sentada en una de las camas

de la habitación, cerró suavemente la puerta, se giró y vio con pesar

que Juliana la estaba ignorando. Juntó sus manos y las frotó con

nerviosismo, tenía que sincerarse antes de que abandonara la

escuela, seguramente, los caminos de ambas no se volverían a

cruzar. De manera que levantó la barbilla y se dispuso a hacer lo

más difícil que había hecho en toda su vida: pedir perdón.

—¿Te vas? —preguntó acercándose insegura hasta la cama.

—No creo que sea de tu incumbencia, Rachel —respondió con

rencor rehusándose a mirarla—. ¿A qué has venido? ¿A continuar

con tus groserías? Te advierto que no estoy dispuesta a tolerar una

estupidez más de tu parte, eres una zorra egoísta y cruel —le

espetó mirándola con desagrado.

Rachel se sentó en silencio en la cama frente a la de Juliana y

descansó sus manos sobre su falda. Al contrario de Juliana, ella

solo tenía cinco años en aquella exclusiva escuela de señoritas,

había llegado allí en contra de su voluntad, llena de resentimiento y

amargura. Juliana tenía todo el derecho de despreciarla, había sido

injusta. Había desquitado en Louise y en ella todas sus

frustraciones.

—No quiero que te vayas sin que yo me disculpe por todas esas

barbaridades que te dije en el pasado —le dijo la joven, visiblemente

indispuesta.

—¿Estás bromeando? Me has hecho la vida imposible —le

respondió colérica.

Rachel asintió mortificada, mirándose las manos.

—Estaba celosa —admitió sin amedrentarse ante el

antagonismo de Juliana.

Rachel tenía claro que Juliana no era consciente de su belleza.

Al principio, pensó que era una treta de humildad, pero con los años

junto a ella se percató con sorpresa de que la joven, perteneciente a

la burguesía, no tenía conciencia de su gloriosa cabellera caoba y

de sus impresionantes ojos grises, era una combinación exótica que

la hacía brillar en medio del grupo de jóvenes que pronto

abandonarían la escuela para ir en busca de un buen partido

matrimonial.

—¿Celosa? ¿Tú, la hija de un duque? —preguntó con sarcasmo

—. ¡Por Dios! Mírate, eres perfecta…, un cuello de cisne, esa piel

inmaculada, eres todo lo que un aristócrata rimbombante buscaría

en su futura esposa. ¡Odio cómo sirves el maldito té sin cometer un

solo fallo! —exclamó con desprecio.

A su pesar, Rachel tuvo que sonreír, porque los fallos de Juliana

al servir el té eran porque en su interior despreciaba a la aristocracia

y tomaba la tetera con asco.

—Soy la hija bastarda de un duque —le respondió Rachel

sincerándose—, soy la hija de un duque con una doncella, y en

cuanto a servir el té, el problema contigo es que desprecias lo que

representa, por eso siempre la tetera se te cae de la mano.

Juliana abrió los ojos sorprendida al escucharla admitir que era

una bastarda.

— ¿Eres ilegítima? —preguntó sin ocultar su sorpresa, era como

si estuviese viendo a Rachel Wolvering por primera vez.

—Soy una bastarda reconocida…, supongo que asciendo un

escalón. Mi padre me reconoció como hija, como soy mujer se me

permite utilizar el apellido, no creo que hubiese sido igual si yo

hubiese sido un hombre, ten en cuenta que los hombres son

herederos —le recordó con sarcasmo.

Juliana asintió comprendiendo lo que la joven quería decir.

—Al igual que tú, fui enviada aquí por un hermano…, supongo

que él no sabía qué hacer conmigo, soy la prueba viviente de que

nuestro padre no era un hombre perfecto…, hoy recibí una carta en

la que me informaban de su muerte. —Rachel desvió la mirada

intentando mantenerse serena, ya no le importaba qué pudiesen

pensar de ella—. Jamás se interesó en conocerme, supongo que mi

hermano solo cumplió con las disposiciones de mi padre, quien me

dejó protegida con una dote aceptable para que me pudiera casar —

le confió.

—Lo siento —respondió sin saber qué más decir.

—No lo hagas, he sido injusta, me he comportado como una

arpía —suspiró avergonzada—. He desquitado mi frustración en ti y

en Louise, supongo que envidiaba esa complicidad de hermanas

que yo jamás conocí —admitió con pesar.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó sintiéndose preocupada sin

tener claro por qué, Rachel les había hecho la vida imposible y aquí

estaba ella sintiendo conmiseración por la joven.

—Voy a buscar un oficio…, creo que podré ser una buena

institutriz. La carta la envió un primo de mi hermano, que es el que

heredara el título por no haber más descendientes…, no me puedo

arriesgar a que me obligue a casarme con alguien para deshacerse

de mí. Debo salir de aquí antes de que sea demasiado tarde, no

dejaré que me vendan al mejor postor —le anunció decidida—.

Debo aprovechar que la señora Garrett está muy ocupada con los

últimos consejos para las futuras debutantes, tú y yo incluidas.

—¿Quieres ser institutriz? —preguntó con dudas—. Pero si

tienes el porte de una reina. —Juliana levantó una mano y la señaló

con sarcasmo.

—Me gustan los niños, de hecho, siempre he soñado con una

gran familia, no se me hará difícil, puedo intentarlo. —Hizo una

pausa y la miró con fijeza—. No quería que nuestros caminos se

separaran sin que supieras que añoraba esa amistad que poseen

Louise y tú —confesó, y dejó a Juliana extrañada.

—Por Dios, Rachel…, no sé qué decir, me has sorprendido con

tus palabras.

—He sido una necia…, pero ahora me siento aliviada, leer esa

carta me hizo reflexionar sobre lo frágil que es la vida, todo puede

cambiar en un instante, en un suspiro, y he malgastado el tiempo

que debí utilizar en convencerlas para que me aceptaran como

amiga —le dijo con pesar.

—¿No conoces al primo de tu hermano? —preguntó curiosa.

—No…, y no pienso arriesgarme a que envíe por mí para

casarme con algún vejestorio. Bien sabes por los comentarios de las

otras jóvenes que la mayoría de los matrimonios son concertados.

Quizás, lo más indicado sea que este nuevo duque me busque un

marido para deshacerse de mí.

Juliana la miró con firmeza, no sabía si creerle. Rachel había

sido muy dura con su amiga Louise, había tenido que consolarla

incontables veces.

—¿Por qué has sido tan implacable con Louise? —No pudo

evitar preguntar.

—Porque, a pesar de que la luz afecta su piel y no puede abrir

bien sus ojos, es una joven hermosa, odio cuando la gente se

victimiza. Soy de las que piensan que debes sacar provecho de lo

que tienes. Louise es la más inteligente de todas nosotras, daría

cualquier cosa por comprender las matemáticas y las ciencias como

ella lo hace; sin embargo, solo está allí sentada mirándose en el

espejo, dándose lástima por ser tan blanca. ¡Por Dios! Puede

caminar y hacer todo lo que nosotras hacemos —respondió un tanto

molesta al recordar la pasividad de la joven.

—Nunca lo había visto de esa manera —interrumpió una joven

de tez muy blanca, al igual que sus pestañas y su cabello.

Rachel cerró los ojos con fuerza, sus hombros se cayeron al

verla.

—Louise… —dijo Juliana apenada.

—No, quiero que continúe. —Louise se acercó y se sentó al lado

de Juliana, quien le tomó la mano.

Rachel suspiró antes de proseguir.

—Siempre te has concentrado en tus desventajas que,

honestamente, son una nimiedad. El hombre que te desprecie es

porque no vale la pena, cuando logras abrir los ojos tienes el color

más impresionante que he visto jamás.

—Es cierto, son muy azules —afirmó Juliana dándole la razón.

—Es como mirar el cielo —agregó Rachel—. De todas formas,

no quiero irme sin que sepan que lamento mucho todo lo que les

hice pasar. Estoy muy arrepentida —insistió.

—¿Por qué no se van juntas? Podemos falsificar unas cartas en

las que sus hermanos les han ordenado presentarse ante ellos —

sugirió Louise para sorpresa de ambas.

—No me creo capaz —admitió Rachel—, sería muy arriesgado.

—Yo sí puedo hacerlo. —Louise las miró con confianza—. Si

deseas que la señora Garrett no se comunique con tu nuevo tutor,

de inmediato debemos hacer esa carta; de lo contrario, estará

detrás de ti antes de que llegues a Londres —le advirtió Louise.

Rachel se llevó la mano al pecho, preocupada de que las

palabras de Louise fueran ciertas, ella necesitaba tiempo para

perderse entre la plebe de la ciudad sin dejar rastro, tendría que

vender las joyas que había recibido de su padre y que había

guardado celosamente para una emergencia.

—Escribe las cartas, no deseo que la señora Garrett tenga

problemas con mis hermanos, ya se me ocurrirá algo para

apaciguarlos —le dijo Juliana.

—¿Crees que podrías ayudarme a encontrar algún trabajo? —

preguntó esperanzada Rachel—. Sé perfectamente que no tengo

derecho a pedirte nada…

—¡Claro que sí! Ve por tu baúl, te espero abajo. Debemos salir

de aquí de inmediato antes de que la señora Garrett se desocupe y

tengamos que dar más explicaciones —la apremió Juliana.

—No tengo mucho que llevar —respondió levantándose deprisa

y saliendo a las carreras del cuarto.

—¿Crees en sus palabras? —le preguntó Louise viéndola

marcharse.

—Sí, creo, y también creo que es muy valiente al intentar seguir

su camino sola en una ciudad como Londres. Rachel tiene todo para

conseguir un matrimonio ventajoso y prefiere trabajar, eso habla

muy bien de ella —respondió Juliana.

—Ella tiene razón en cuanto a mí. —Louise suspiró mirando sus

manos—. He estado compadeciéndome porque mi familia prefiere

ignorar mi existencia. Sé que se avergüenzan de mi aspecto.

—No te castigues, Louise, quiero que envíes una carta a tu

padre informándole que mi madre y mi hermano te han pedido que

nos acompañes a Londres, no creo que les importe —le aseguró

Juliana.

—Yo tampoco…, pero me inventaré alguna matrona que me

sirva como mentora, así ellos seguirán en sus vidas como hasta

ahora —respondió, e hizo sonreír a Juliana. Era cierto lo que había

dicho Rachel: su amiga era una joven muy inteligente.

—Entonces te esperaré en Londres.

—Prométeme que no te olvidarás de mí —le pidió atrapando sus

manos entre las suyas, mirándola con temor.

—Si no llegas en un mes, vendré por ti, Louise —le juró.

CAPÍTULO 2

«¿Qué demonios hago aquí?», se preguntó James mirando a su

alrededor con hastío. Se pasó una mano impaciente por su rubio

cabello, mientras rogaba que el padre acortara un poco la

ceremonia, la Catedral de Westminster estaba a rebosar de

aristócratas que se habían invitado a la inesperada boda de lady

Kate de Kent, la única hermana del duque de Kent, con Nicholas

Brooksbank, un empresario millonario perteneciente a la burguesía.

James estaba sorprendido del poder de convocatoria que tenía su

amigo Alexander, el duque de Cleveland, no había duda de que su

amigo gozaba del respeto de la elite aristocrática. Estaba seguro de

que la mayoría de los presentes estaba en contra de dicha unión, la

novia provenía de un linaje impecable, se hubiese esperado que su

hermano Howard concertara un matrimonio mucho más ventajoso,

Nicholas Brooksbank podía tener dinero, pero estaba muy lejos de

pertenecer a la misma clase social que su futura esposa.

James había estado fuera de Londres por casi dos semanas, por

eso no estaba al tanto de lo que verdaderamente había acontecido,

Alexander no le había podido contar bien los hechos, solo le había

pedido que asistiera a la catedral representando al ducado de

Lennox. No había nada que él no hiciera por sus amigos, si tenía

que estar allí sentado en un banco duro e incómodo, lo soportaría.

—¿Qué demonios se propone Nicholas? —susurró sorprendido

Julian Brooksbank a su lado. —¿De dónde ha salido toda esa

ternura? —Se volvió a preguntar sin darse cuenta de que hablaba

en voz alta.

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