—¿Podría reunirme con usted? —le preguntó.
Lawrence necesitaba ganar tiempo antes de enfrentarse a su
padre, necesitaba conocer, aunque fuese un poco, qué había sido
de la vida del duque durante todos esos años, antes de dejar que el
hombre se acercara a su madre. Treinta y cinco años era mucho
tiempo y, aunque deseaba ver a su madre feliz, él necesitaba la
certeza de que su padre era un buen hombre.
Albert sacó una tarjeta de su casaca y se la dio Lawrence.
—Le espero mañana en la tarde.
—Estaré —le prometió.
Albert tomó con delicadeza la mano de Cloe y la besó, sus
miradas se encontraron, Cloe le estaba pidiendo algo que él no
podía hacer, era imposible que él mantuviera silencio. Se despidió
con un movimiento de cabeza y se dirigió a su carruaje con la
certeza de que sus vidas cambiarían radicalmente; la suya, con el
matrimonio de su único hijo; y la de Edrick, con la aparición de la
mujer que siempre había amado.
CAPÍTULO 15
Juliana se mordió el labio al ver la mirada intensa de su marido a
través del espeso tul del velo de su vestido, él se había sentado en
silencio frente a ella y la había puesto cada vez más nerviosa con su
potente mirada.
—Dime que no llorarás si te toco, que no te desmayarás con mi
bruscas atenciones, maldición, mo nighean, en estos momentos
solo quiero deshacerme de ese velo y tirarlo por la ventana. —Su
voz ronca le erizó la piel a Juliana, no podía creer todavía que ese
hombre tan hermoso, tan fuerte fuese su marido.
—A mí no me molestaría que lo hicieses —respondió traviesa.
Un regocijo recorrió el cuerpo de James al escuchar esa
cantarina voz, su princesa estaba bromeando con él. Que el cielo se
apiadara de ella, se la comería entera, esa noche no pensaba dejar
ni un solo pedacito de su cuerpo sin descubrir.
—Soy un hombre sediento, mo nighean, tu cuerpo será mi
fuente, esta noche mi esposa saciará mi sed. —Su voz teñida por el
deseo despertó las ansias en Juliana, quien se dispuso a quitarse
los guantes.
James seguía con atención sus delicados movimientos, al
comenzar a quitarse el segundo guante, su entrepierna se tensó de
manera dolorosa, la visión de sus delicados dedos desnudos le hizo
temblar de anticipación. Se recostó en los cojines y cerró los ojos,
respiraba con dificultad.
La sensación de las manos de Juliana acariciando sus muslos
sobre el pantalón lo hizo dar un brinco, abrió los ojos buscando los
de ella.
—No te escondas de mí, James, tal vez me ponga nerviosa y
muchas veces estaré muerta de la vergüenza, pero te pido que me
tengas paciencia, te prometo que pondré todo mi empeño…, déjame
verte.
James absorbió su presencia en silencio, el traqueteo del
carruaje por las empedradas callejuelas era lo único que se
escuchaba entre los dos. Se entregó a la magia del momento,
amaba a aquella niña con todo su ser, le dolía el pecho ante la
sensación abrumadora que ese sentimiento generaba dentro de su
ser. Verla poniendo su inocencia en sus manos calentó su alma, qué
hermosa se veía tras toda aquella montaña de tul que, para su
maldición, le prohibía el paso hasta sus labios.
—¿James? —preguntó nerviosa con sus manos todavía
descansando sobre sus anchos muslos.
Habían sido demasiados días de tensión sexual entre ellos, a lo
largo de aquellas dos semanas había tenido que recurrir al
autoplacer para poder mitigar un poco sus ansias, jamás había
estado tanto tiempo sin tener sexo con una mujer, pero el respeto
que sentía hacia sus votos matrimoniales había sido mucho más
fuerte que su deseo de copular en pareja. El yacer con otra mujer le
había parecido aborrecible, desleal y rastrero.
Sin poder soportar por más tiempo la tentación de saborearla,
sus enormes manos rasgaron con saña el tul y lo hicieron pedazos.
Lo fue enrollando en su brazo hasta que la corona de perlas de
Juliana se salió dentro de su cabello. Para deleite de James, ella
comenzó a reír al ver su velo completamente hecho girones.
—¿Qué vas a hacer con él?
James la miró con una sonrisa maliciosa en los labios, le sacó la
diadema con cuidado y rasgó el tul a su alrededor, hizo una gran
bola con el velo y la lanzó por la ventanilla del carruaje.
Los ojos de Juliana brillaban felices mientras se reía del arrebato
de su marido.
—Ven a mis brazos, mo nighean —le dijo extendiendo sus
manos para que fuera a su encuentro.
Sus miradas coincidieron, Juliana se mordió el labio inferior
sabiendo que cuando se sentara sobre sus piernas tendría la
evidencia de la pasión de su marido debajo de su falda. Le debía
mucho a la hermana de Pipa, no podía negar que estaba nerviosa y
aprensiva, pero Phillipa tenía mucha razón al decir que el
conocimiento era poder, y esa noche ella iba preparada, sabía qué
sucedería entre ella y su esposo. Se levantó con dificultad del
asiento, no se sorprendió cuando sintió las fuertes manos de su
marido tomándola por la cintura para levantarla sin dificultad y
sentarla en su falda.
—Lo noto impaciente, milord —le dijo mirándolo con picardía.
—Usted no tiene idea, milady. —Sonrió con una pura malicia que
hizo sonrojar a Juliana.
—Me siento como si estuviese a punto de ser devorada —le dijo
echándole los brazos al cuello, disfrutando por fin de estar a solas
con él sin tener que pensar en nada más que disfrutar de sus
caricias.
—¿Te importaría que te mordiera? —preguntó seductor sobre
sus labios.
—Soy suya, milord —le dijo soltando la cinta de cuero que
mantenía su cabello aprisionado.
Cuando James sintió su mano acariciar su cabello se soltó las
riendas de su deseo y bebió sediento de su boca, su mano ascendió
hasta su tocado y aprisionó su cabeza y la inmovilizó. Su lengua
exigió sumisión, se bebió lo gemidos de la joven, el beso no era apto
para una novia virgen, pero él necesitaba demasiado de ese
momento, necesitaba plantar bandera sobre su cuerpo, reclamarla
como suya de todas las maneras posibles. El guerrero dormido
dentro de él emergió gritando al encuentro de su mujer, mordió su
labio, chupó con ansias, arrasó con todo a su paso y tuvo la
satisfacción de que su princesa lo siguió de buen grado apretándolo
más contra ella para dejarle ver sin pudor su deseo de mujer, porque
aun en la inocencia la pasión puede emerger con furia.
—Te deseo hasta el punto de locura —le dijo angustiado contra
sus labios.
Ambos se mantuvieron abrazados buscando aire; sus pechos,
respirando con dificultad. Un toque en la puerta del carruaje le
recordó a James dónde se encontraban, descansó su frente sobre la
de Juliana y cerró los ojos intentando calmar su espíritu. Si se
hubiesen tardado más, seguro le hubiese rasgado el corpiño de la
misma manera en que lo había hecho con su velo. Nunca en toda su
vida de libertino había sentido tanta pasión por una mujer, le
temblaba el cuerpo por la anticipación de estar dentro de ella, de
escucharla gritar su nombre.
—¿Milord? —La voz del cochero se escuchó a través de la
puerta.
—¿Me llevará en brazos? —le preguntó coqueta contra su boca.
—Tengo el presentimiento de que serás mi perdición, mo
nighean —le ronroneó mordiéndole despacio el labio.
—Solo quiero que seas mío. —Juliana detuvo su rostro entre sus
manos obligándolo a responder su mirada—. Solo mío.
James supo a qué se refería su mirada posesiva, más que
incomodarlo avivó el fuego en sus venas, sentirla tan territorial le
gustaba.
—Jamás dudes de mi lealtad hacia ti, perdería mi honor y el
privilegio de poder mirarte a los ojos si yaciera con otro cuerpo que
no fuese el tuyo —le dijo con pasión—. El solo pensamiento me
asquea.
—Te amo, esposo —le confesó emocionada—, me da miedo el
sentimiento tan grande que el solo mirarte me inspira. Me aterra
abrir los ojos y que desaparezcas —le confió abrumada por los
sentimientos.
James sonrió con ternura, le dio un delicado beso.
—Nadie te separará de mí, princesa, ni siquiera los matones de
tus hermanos —sentenció e hizo reír a Juliana.
James se dispuso a abrir la puerta, bajó acalorado del carruaje
ignorando la cara de circunstancia del cochero, no tenía por qué dar
explicaciones de su tardanza. Se haló el lazo del cuello y lo metió al
bolsillo de su casaca. Sonrió al ver a Juliana intentar salir por la
puerta con el voluminoso vestido de seda.
James se adelantó al lacayo y, para sorpresa de la servidumbre,
sacó a su esposa en brazos poniéndola sobre su hombro, desgarró
la cola y la dejó tirada en la acera, mientras se dirigía hacia la
entrada, donde lo esperaba el mayordomo.
—Que una doncella suba a ayudar a mi esposa —le ordenó.
—La doncella personal de la señora ya está instalada y
esperándola en la habitación —le confió el mayordomo mientras lo
seguía.
—Tiene cinco minutos para desvestirte —dijo seco subiendo las
escaleras con ella cargada en el hombro.
—Diez —respondió con dificultad, porque le colgaba la cabeza.
—Ocho, y ni un minuto menos —le respondió.
—Veo que deberé tener mucha paciencia con usted milord. —
James apretó los labios para evitar sonreír.
James abrió la puerta de la habitación que había dispuesto para
Juliana, la casa había sido recientemente remodelada gracias a los
consejos de Richard. El cuarto conectaba con el suyo, pero no
pensaba dormir ni un solo día sin su mujer, en eso estaba de
acuerdo con su abuelo, un hombre necesitaba el calor de unos
buenos pechos y, ahora, que tenía esposa, no pensaba perder la
oportunidad de amarse a cualquier hora de la madrugada.
—Tiene ocho minutos para quitarle el vestido y dejarle el pelo
suelto sobre la espalda, de lo demás me encargo yo —le dijo a Lili,
que lo observaba con estupor—, no quiero que nadie interrumpa
hasta que yo abra la puerta. —Puso con cuidado a Juliana sobre los
cojines, y la besó en la frente—. ¿Me entendió? —preguntó
deteniéndose frente a la joven.
—Sí, milord. —James asintió saliendo de la habitación antes de
que se arrepintiera de los ocho minutos.
CAPÍTULO 16
James entró a su habitación arrancándose prácticamente la ropa
del cuerpo, la sangre le hervía, sentía un cosquilleo insoportable por
toda la piel, necesitaba tranquilizarse un poco, si no sería todo un
desastre. Por más confianza que ella tuviese puesta en él, no
dejaba de ser casi una niña acabada de salir al mundo, tenía que
remitir y tomar control de su pasión si no quería lastimarla y maldito
fuera si él deseaba algo tan ruin. El placer y el bienestar de Juliana
siempre estarían por encima de sus necesidades.
—Milord —lo interrumpió el mayordomo entrando a la habitación.
—Que me suban una botella whisky de las que tengo bajo llave y
asegúrate de que no sea molestado hasta que vuelva a salir del
cuarto de la marquesa —le dijo acerado sin mirarlo.
—Sí, milord, la subiré yo mismo —respondió el mayordomo—, el
ayudante de cámara subirá de inmediato —dijo haciendo la
genuflexión de rigor antes de salir.
Se tiró sobre la inmensa cama que cogía gran parte de la
habitación y se puso un brazo sobre los ojos, sintió la entrada de su
ayudante de cámara, pero no se movió, el hombre llevaba
trabajando para él muchos años, le conocía, así que le agradeció
que se mantuviese en silencio mientras él se tranquilizaba.
Las dos semanas en que los Brooksbank habían convertido su
vida en un caos le estaban pasando factura. Allí tendido se dio
cuenta de lo impotente que se había sentido ante el frente unido de
los dos hermanos, el pensar que todavía faltaba otro más le ponía
en tensión, no podía negar que tenerlos como cuñados no sería una
bendición, todo lo contrario; sin embargo, a pesar de la antipatía por
la soberbia de los Brooksbank, tenía que darle valor a su fuerza
como familia. Su esposa había sido criada como una joven dama;
aunque ella renegara, en su interior se movía con una elegancia
natural que seguramente dejaría a muchas damas sorprendidas.
Nicholas tenía que ser un hombre con mucha influencia para
haber logrado algo así, aunque tal vez nunca se lo dijera, se había
ganado su respeto. Dirigía a su familia igual que un lobo a su
manada, estaba seguro de que su esposa siempre sería parte de la
manada Brooksbank y él debía tener eso claro si deseaba hacerla
feliz. El apartarla de los suyos traería problemas en su matrimonio
que no deseaba, al contrario, quería que su mujer llegara a sentir
esa misma lealtad hacia su inmensa familia. Sonrió al pensar en su
cara cuando conociera a todos sus primos y tíos por parte de madre,
lo mejor sería no mencionarle nada por el momento, ya habría
tiempo de sobra.
—¿Milord? —La voz de su ayudante de cámara le hizo tomar
conciencia de dónde estaba.
—Su botella de whisky, señor —dijo el mayordomo mientras
colocaba la bandeja circular de plata sobre un aparador de roble
debajo de la ventana del lado izquierdo de la estancia.
James se descubrió los ojos y se incorporó de inmediato, el
ayudante de cámara se acercó para quitarle sus lustrosos zapatos y
le alcanzó el vaso antes de salir de la habitación.
—Tomaré un baño, así le daré más tiempo a la doncella de mi
esposa —le dijo tomando un trago.
El sirviente asintió y lo ayudó a quitarse todo lo demás. James se
dirigió al aparador y se llenó nuevamente el vaso, rogaba que el
fuerte licor tranquilizara su espíritu. Lo cierto era que había
heredado de su abuelo la capacidad de tomar barriles de licor sin
emborracharse, en parte era un fastidio, porque a veces quería
precisamente la borrachera. Sintiéndose bien con su desnudez, se
dirigió al baño, había tenido que pelear con el arquitecto para que
hiciera el pequeño cubículo un poco más grande de lo que se
estilaba. Dejó que el agua fría cayera sobre su cuerpo, le gustaba
estar limpio, en eso él y Richard eran muy parecidos.
Su entrepierna no quería cooperar, miró hacia abajo y una
sonrisa se dibujó en sus labios, estaba preparado para la guerra, le
dolía de lo duro que lo tenía. Negó con la cabeza mientras salía del
pequeño espacio, su princesa se llevaría tremendo susto cuando se
abriera su batín. Tomó la toalla y se secó con fuerza todo el cuerpo,
gimió al sentir el roce de la prenda en su entrepierna.
—Su calzón, señor —le dijo el ayudante de cámara al acercarse.
—Solo llevaré el batín puesto —le dijo entregándole la toalla.
—Señor… —comenzó el hombre, visiblemente incómodo.
—Llevo el batín por consideración a la marquesa, por mí, iría
desnudo —respondió en un tono que no admitía otro comentario.
Juliana se miró con aprensión en el espejo ovalado junto al
vestidor, la camisola se la había enviado Claudia como regalo de
bodas. Era en seda hasta los pies, abierta de manera descarada y
dejaba sus pechos casi a la vista, apretó los labios nerviosa mirando
el reflejo de su cuerpo a través del espejo.
Lili había dejado su gruesa cabellera caer sobre su espalda, sin
perder tiempo puso parte de la cascada de los rizos sobre sus
pechos para ocultar parte de la inmaculada piel, suspiró satisfecha
al verse un poco más protegida. Se giró en busca de la copa de
coñac que Lili le había insistido en que se tomara y ella se había
negado; tal vez eso la ayudaría a no sentir el corazón como si se le
fuese a salir del pecho. Dio otra mirada rápido al espejo y corrió a
buscar la copa que su doncella había dejado servida en la mesa
circular que se hallaba en el centro de la pequeña sala aledaña a la
habitación. Estaba a punto de llevarse la copa a los labios cuando
sintió la puerta que conectaba con la habitación de su marido
abrirse.
Se giró lentamente porque sabía que era él, todo su cuerpo se lo
anunciaba. Al verlo con el cabello húmedo y un batín negro abierto
que dejaba ver su cuerpo desnudo, la copa se le escurrió de entre
los dedos y cayó sobre la alfombra. Ni siquiera el saber que
probablemente el licor había manchado su camisola blanca le hizo
apartar la vista del cuerpo de su marido.
¿Cómo podré satisfacer a este hombre?, se preguntó mientras
humedecía sus labios, nerviosa, recorriendo todo su cuerpo. Al
llegar a su entrepierna, sus ojos se agrandaron incrédulos al ver la
hombría de su marido, el tamaño era el doble del que Claudia le
había mostrado. Inconscientemente, se llevó la mano al pecho, era
intimidante, cualquier otra se hubiese desmayado.
James no se atrevió a mover un solo músculo, había entrado a la
habitación sin tocar porque había jurado que su esposa estaría
arropada de pies a cabeza entre las sábanas. A lo largo de los años,
había escuchado a muchos caballeros en el club quejarse de que
tenían que buscar a las esposas escondidas bajo las cobijas de la
cama. Y aquí estaba ella, de pie, con una camisola que dejaba ver
sus rosadas aureolas erectas por el deseo, podía ver su fino vello
entre sus piernas. «¿Qué demonio se supone que debo hacer con
una invitación tan contundente al saqueo?», se preguntó a punto de
lanzar un grito de guerra como, era lo normal en la alta Escocia.
Juliana se armó de valor, ella era una Brooksbank, ellos habían
sobrevivido al hambre y a la violencia, esto no la haría dar un paso
atrás. Levantó los hombros con orgullo y sin miedo conectó con la
mirada de su hombre, el que ella había escogido libremente. Ten í a
que confiar en que James sería paciente con ella. Se obligó a
caminar hacia él, al llegar a su lado, su mirada se clavó en su
musculoso pecho e, hipnotizada por tocarlo, extendió su mano para
acariciarlo con reverencia, era simplemente perfecto.
James observó su delicada mano recorrer su pecho y aguantó la
respiración, el que ella se hubiese atrevido a dar un paso adelante
confiando en él, lo había desarmado por competo.
—Mo nighean. —La agonía en su voz le hizo a Juliana levantar
el rostro.
—Déjame tocarte.
—No deseo lastimarte, lo mejor será que por esta vez sea yo el
que te toque. Te prometo que después seré tuyo por completo —le
dijo acariciando su mejilla.
James se abrió su batín y se lo quitó, quedó completamente
desnudo frente a ella.
—Duermo desnudo, princesa, y espero lo mismo de ti —le dijo
tomando su rostro entre sus manos—. Nosotros compartiremos la
cama siempre.
—¿Hasta cuando estés enojado? —preguntó con una mirada
traviesa.
James sonrió de medio lado.
—Nada me apartará de tu lado, cuando esté enojado solo
deberás poner tus pechos sobre mi cara, me hará olvidar cualquier
disgusto —le dijo besándola en la nariz, lo que ocasionó la risa
cantarina que tanto le gustaba en Juliana, esa risa era la que lo
tenía esclavizado.
La levantó sin dificultad en sus brazos, disfrutando de sus manos
sobre su cuello.
—Me gustaría ser más fuerte para poderte dar más tiempo, pero
no puedo, mo nighean, necesito sentirme dentro de ti, necesito
hacerte mía —le dijo contra la boca.
Juliana se perdió en su mirada cargada de deseo, lo miró en
silencio, el fuego de la chimenea caldeaba más los ánimos, sus
labios buscaron los suyos, y se rompió el último fragmento de
cordura que quedaba dentro de James.
La devoró con ansias como si el mundo fuese a terminar en unos
segundos, la estrechó contra su duro pecho como si se le fuese la
vida. A ciegas, sin abandonar sus labios, la llevó hacia la cama. Su
boca abandonó a regañadientes la suya mirándola con una muda
pregunta.
—Te seguiré hasta el fin del mundo, esposo, te pertenezco en
cuerpo y alma. —Juliana lo besó y se mezclaron sus alientos—.
Toma, bebe de mí…, siempre de mí.
—Siempre de ti, mo nighean, ese es mi pacto contigo —le juró
solemne sabiendo que su honor estaría en juego si la traicionaba.
James la depositó con mucho cuidado sobre los anchos cojines
de seda, su camisola se había subido y dejaba expuestas sus
torneadas piernas de color marfil. La boca se le hizo agua ante la
sensual imagen de la joven con su gloriosa cabellera desparramada
sobre la colcha.
—Eres una aparición —susurró—, sabía que eras hermosa, pero
la realidad me deja sin aliento.
Su mano subió sin prisa por la pierna, gimió al sentir la suavidad
de su piel contra su mano.
—Quiero sentir tu piel desnuda contra mi cuerpo —le dijo
mientras su mano seguía en ascenso.
—Quítamela —lo retó comiéndoselo con la mirada.
James no perdía detalle de las diferentes expresiones de la
joven, en medio de toda la pasión y el deseo que estaba sintiendo
no podía dejar de estar a la vez sorprendido del comportamiento de
Juliana. Había esperado muchos más nervios y se había preparado
mentalmente para no consumar el matrimonio esa noche. Sonrió
ladino, pero a la vez, orgulloso. El guerrero dentro de él, que
siempre se había mantenido agazapado, había sabido escoger a su
hembra: una joven que, a pesar de su inexperiencia, mantenía su
mirada en alto retándolo a tomarla, y eso era lo que haría, aunque
no saliera vivo de la habitación, seguro moriría en sus brazos varias
veces antes de que saliera el sol.
Sin perder más tiempo, le subió la camisola y, sin esfuerzo, se
deshizo de la prenda y la tiró al piso sin apartar en ningún momento
los ojos de los cremosos pechos de la joven, que en ese momento
estaban erectos como invitándolo a probarlos.
Juliana levantó la mano y acarició su cabello, induciéndolo a
acercarse.
—¿No hay miedo? —preguntó buscando su mirada.
Juliana negó con la cabeza, incapaz de decir nada ante la
imagen de su marido, desnudo sobre ella. El calor de su cuerpo,
junto con su olor varonil, la tenían sumida en un estupor, sentía una
necesidad inexplicable de sentir su piel contra la suya. James subió
su mano sin apartar la mirada en ningún momento de la de ella,
pendiente de todas sus reacciones, cuando sus dedos rozaron sus
rizos, sus respiración se agitó al sentir su humedad.
—Qué delicia —murmuró entre dientes—, estás tan mojada.
—¿Eso es malo? —preguntó con dificultad abriendo los ojos.
Sus dedos le acariciaron su centro con pericia, como solo sabe
un hombre que se ha tomado toda su vida en aprender el arte del
placer. James sabía exactamente dónde acariciar para llevar a sus
compañeras al límite; a lo largo de los años, había sido un amante
exigente pero también generoso, deseaba dar el mismo placer que
recibía y para su esposa, su compañera de vida, el complacerla se
hacía su mayor desafío.
—Es la prueba de tu deseo hacia mí, princesa —le respondió
girando su cabeza para ver su entrepierna.
—Abre, amor —le dijo introduciendo sus dedos, preparando el
camino que lo llevaría a casa, porque el interior de Juliana se
convertiría en su hogar, al que solo él tendría acceso.
Regresó su atención a sus senos, arrulló con su boca el primero,
sus manos no dejaban de estimularla mientras él se alimentaba con
calma, tenía la firme intención de regalarle una noche de bodas
inolvidable, la mano de Juliana acariciando su cabello lo invitó a
seguir. Se movió al otro pecho y lo engulló por completo en su boca.
Siempre había estado con mujeres de pechos mucho más
generosos, pero los de su esposa eran sublimes, se habían creado
para él.
La respiración agitada de Juliana lo hizo elevar la mirada, su
rostro acalorado buscando aire le indicó lo cerca que estaba del
abismo. Abrió más sus piernas y se acomodó entre ellas, se llevó
los dedos a su boca y saboreó con deleite la intimidad de su mujer.
Juliana no podía apartar su mirada de él, se sentía a punto de
explotar, su cuerpo estaba en llamas y cuando James se acomodó
entre sus piernas y dejó caer sobre su húmeda entrada su gruesa
hombría un relámpago cayó sobre su cuerpo haciéndola gritar de la
impresión. Su cuerpo se impulsó involuntariamente hacia el frente
por la fuerza del la inesperada sensación, que la dejó aturdida entre
sus brazos.
—Glorioso. —Escuchó decir Juliana a James en su oído,
mientras le devoraba la oreja y continuaba a lo largo de su cuello.
«No voy a sobrevivir», fue lo último que pensó antes de sentir
una fuerte invasión en su vulva. El cuerpo de su marido estaba
sobre ella, se asió a su espalda ancha y gritó al sentir la húmeda
cavidad desgarrándose.
—Lo siento, mo nighean —le dijo con su cabeza enterrada en su
cuello mientras la tenía pegada a su cuerpo.
James sentía las gotas de sudor de ambos, pero eso, ligado con
el olor del fuerte orgasmo de Juliana, incrementó el deseo hasta tal
punto que perdió la fuerza, para ir más despacio. Cuando sintió las
manos de su mujer en su espalda dio una última estocada, lo que
hizo a Juliana clavarle las uñas en sus costados.
Recibió el dolor de buen grado, levantó su rostro y buscó su
mirada.
—Ya eres mía, mo nighean. —Su voz ronca encendió más a
Juliana, que bajó sus manos a sus duras nalgas urgiéndolo a entrar
más en ella.
—¿Sin miedo?
—Sin miedo —respondió mordiendo su labio, lo que lo hizo
gruñir.
James perdió la partida, se movió con fuerza, la cama rechinaba
peligrosamente, pero no había nada que lo sacara de su mujer sin
que él se hubiese derramado por completo en ella, la buscó con
ímpetu, la cabalgó sintiéndose libre. El marqués de Lennox había
llegado a casa, un grito de guerra salió de su garganta antes de que
su simiente se derramara dentro de su mujer y los uniera de la
manera más íntima en que dos personas pueden hacerlo.
—Te amo, Juliana, te amo, princesa —le dijo mirándola
arrebatado por la pasión compartida.
—Te amo, esposo —respondió tomando su cara entre sus
manos, besándolo.
James abrió los ojos, alarmado al escuchar unos fuertes gritos,
Juliana estaba dormida sobre su pecho, habían estado toda la
noche descubriéndose, los gritos se escuchaban ahora más fuerte.
—Qué demonios —murmuró intentando separarse de Juliana sin
levantarla.
—Yo también lo escucho, pero me duele todo —murmuró
escondiendo su cara contra su pecho.
James sonrió, era una belleza a la luz del día.
—Tengo que bajar para ver qué sucede. Quédate en la cama —
le ordenó dándole un beso en la frente.
Juliana lo siguió con la mirada al ver que se disponía a salir
desnudo.
—James, estás desnudo —le recordó con un tono de broma.
Él se regresó mirando a su alrededor, intentando encontrar su
batín, sonrió al verlo tirado a los pies de la cama. Lo tomó
rápidamente, se lo puso y se lo ató a la cintura.
—¿Cómo puedes caminar sin calzones? —preguntó Juliana
maliciosa incorporándose en la cama.
James, que ten í a la mano en el picaporte, se giró con una
mirada pícara.
—Cuando estemos en nuestro hogar en Escocia usaré kilt todo
el tiempo que esté en casa y esperaré que usted, milady, no lleve
nada debajo de su vestido —le dijo guiñándole un ojo antes de salir
y dejándola con la boca abierta ante sus palabras.
James se alisó el cabello y frunció el ceño ante las voces, una
era la de su abuelo, pero no lograba reconocer las demás. Bajó casi
corriendo las escaleras circulares hasta que se detuvo en seco al
ver la imagen de su padre y su abuelo despatarrados en el suelo,
inconscientes, y de su cuñado y otro hombre desconocido
mirándolos.
—Milord, no quise molestarlo —se acercó el mayordomo
visiblemente contrariado.
—¿Qué sucede? —preguntó mirando a los dos hombres tirados
sobre la alfombra.
—Una borrachera —contestó Julian—, se han tomado casi toda
la destilería del club.
—El caballero de la falda es un verdadero tomador de whisky —
dijo Demonio—, además de que se acostó con tres mujeres en una
noche y todas lo quieren de vuelta.
—Es el abuelo del marqués, Demonio —le dijo Julian.
James los miró con ganas de cargárselos. Se pinchó la nariz
cerrando los ojos.
—Milord.
—No se preocupe, los llevaré arriba —contestó James sin
mirarlo.
—Hemos llegado a un acuerdo con su abuelo. —Julian se
acercó.
—¿Qué acuerdo? —Se giró James mirándolo con sospecha.
—Nos venderá los barriles de un whisky añejo que solo tienen en
la destilería Macallan —le dijo.
—¿Estaba borracho? —preguntó acusador.
—¿Nos está acusando? —preguntó Demonio.
—No se meta, esto es entre mi cuñado y yo —le respondió con
frialdad.
—No estaba borracho. Lo menciono porque su abuelo me dijo
que todo lo relacionado con las destilerías en lo alto de Escocia
debía negociarlo contigo.
—No le he permitido tutearme.
—Es el marido de mi hermana pequeña, me da igual que no lo
permita, ya es parte de la familia —le respondió levantando la ceja.
—¿Usted quién es? —preguntó devolviendo se atención al
desconocido.
—Demonio, milord —se presentó sentándose en una butaca,
estirando los pies como si de su casa se tratase.
—¿Julian? —La voz de Juliana se escuchó en lo alto de la
escalera.
—Te lo dije, Demonio, no había nada que temer. —Julian miró
sonriendo a su hermana, que bajaba descalza envuelta en un batín
que, seguramente, por lo enorme que le quedaba, era del marido.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Juliana pasando por su lado. Se
paró a mirar a los dos hombres tirados en el piso.
—Lo que ha pasado es que tu hermano ha emborrachado a mi
padre y a mi abuelo hasta dejarlos casi muertos —respondió todavía
mirando sorprendido al impecable duque de Lennox despatarrado
sobre la alfombra.
—Es no es cierto —le dijo mientras buscaba un cigarro en su
casaca.
—¿Y ese olor que tiene el duque? —preguntó Juliana tapándose
la nariz.
La carcajada de Demonio se escuchó en la estancia.
—Es perfume —contestó Julian advirtiendo a Demonio con la
mirada.
—¿Perfume? —preguntó asqueada Juliana.
—Mo Nighean. —James la tomó por el codo dirigiéndola a la
escalera, le besó en la frente—. Sube y avísale a tu doncella que
partiremos en una hora.
—Pero…
—Sin peros. —Su expresión se tornó fría—. Una hora, Juliana.
Juliana asintió y subió corriendo al ver la advertencia en los ojos
de su marido.
—¿Se van? —preguntó Julian a su lado.
—Eres responsable de mi padre y de mi abuelo; si somos
familia, entonces empecemos a actuar como tal. —James se giró
acerado—. La felicidad de tu hermana está por encima de todo, me
la llevo a Escocia hasta el comienzo de la temporada. A mi regreso
discutiremos ese contrato. Pero desde ahora te advierto, Julian, que
como socio soy implacable y no permito que nadie me tome el pelo
o me vea la cara de idiota.
—Me parece justo —le respondió.
—No me convence la manera cómo se está transportando el
licor a Londres. Lo mejor sería tener paradas seguras a lo largo de
dos rutas que dejaran descansar a los hombres y a los caballos. —
James se pasó la mano por el cuello, estresado.
—¿Qué quieres decir? —preguntó acercándose Julian.
—Necesitamos comprar dos propiedades a lo largo del camino,
de esa manera el viaje, aunque tarde más tiempo, es más seguro.
Los salteadores de caminos nos están haciendo perder mucho
dinero —respondió.
—Los cargamentos pueden ser custodiados ahora por los
Brooksbank —sugirió Demonio.
James se giró y asintió.
—Si ustedes se encargan de la seguridad, yo les doy el mayor
porcentaje de nuestros licores —respondió.
—Es un trato, cuñado —respondió Julian dándole un palmazo en
el hombro.
—Eres una lacra —le dijo antes de ir en busca de su mujer.
Demonio se levantó y se detuvo junto a Julian para mirar al
hombre ascender las escalinatas.
—Voló alto Juliana —le dijo a Julian.
—El marqués es un hombre con el que no contábamos, que sea
parte de nuestra familia nos ha abierto la puerta de un tesoro —
admitió Julian serio.
—Llevemos a estos hombres arriba —le sugirió Demonio—.
Díganos dónde dejarlos —le dijo al mayordomo, que miraba en
silencio todo aquel caos.
—Síganme, caballeros —les dijo mirándolos con
condescendencia.
Demonio y Julian se miraron y estallaron en carcajadas al
escuchar la palabra ‘caballeros’. Ellos podían disfrazarse de
caballeros, pero ser uno jamás. Se dispusieron a levantar a los
hombres sin esfuerzo y se los tiraban sobre los hombros como
sacos de heno, mientras seguían al mayordomo a la segunda planta
de la residencia.
CAPÍTULO 17
James y Juliana se acoplaron rápidamente a su vida matrimonial,
las primeras semanas se habían quedado en el castillo de Balmoral,
donde Juliana fue mimada por la querida nana de su esposo. El
amor y la ternura con la que James trataba a la anciana no hizo más
que aumentar el sentimiento de amor que albergaba ya su corazón.
James era un hombre que gustaba del trabajo al aire libre,
descubrió su apasionamiento por entrenar caballos. La primera vez
que vio uno de sus ejemplares de clydeslade quedó sorprendida de
lo grandes y robustos que eran. Su marido tenía cerca de cincuenta
ejemplares pastando en Birkhall, su residencia personal dentro del
castillo. Al principio se sintió cohibida al mudarse a su nuevo hogar,
pero, con los consejos de nana, como ella había pedido que la
llamara, había tomado las riendas e impartía instrucciones a la
servidumbre y les dejaba ver cuáles eran los gustos de la marquesa
de Lennox.
Una de las cosas que más gusto le dio fue decorar su salón
privado, este conectaba con un hermoso jardín que la hacía soñar
mientras tomaba su té matutino. Muchas veces había sido
sorprendida por James, quien, como le había advertido, solo
utilizaba kilt dentro de la casa, lo que le hacía muy fácil sorprenderla
con su fogosidad en cualquier lugar de la residencia. Juliana
aprendió muy rápido que su marido era insaciable, pero a la misma
vez generoso, siempre pendiente de darle placer. Miraba a través de
las largas persianas que llegaban hasta el piso de la pared, no podía
dejar de dar gracias por todo lo que la vida le había ofrecido. Sonrió
al pensar que, si su instinto no le fallaba, ya albergaba en su vientre
a su primer hijo, las náuseas matutinas y algunos mareos le habían
puesto sobre aviso.
Se llevó la taza de té a los labios y pensó en la temporada que
estaba a punto de empezar, se suponía que ella fuese presentada,
pero ahora serían Charlotte y Phillipa quienes tendrían que buscar
algún candidato. Phillipa lo tenía; en cuanto a Charlotte, algo le
decía que habría problemas. Suspiró al tomar la carta que había
recibido de Louise, se sentía preocupada por su amiga. El
matrimonio inesperado del vizconde con su Louise no había
terminado por convencerla, le asqueaba el pensar cómo su padre
había dado el consentimiento para un matrimonio sin siquiera
presentarse en Londres para conocer al vizconde.
Aunque James le había asegurado que Arthur era un buen
hombre, a Juliana no la convencía el que su amiga se hubiese
convertido en su ayudante en el hospital que dirigía en el suburbio
de Whitechapel, hubiese querido que Louise encontrara el amor,
como le había acontecido a ella y, con un hombre atormentado
todavía por su esposa muerta, no pensaba que ella pudiese
alcanzar esa felicidad.
Dejó su taza sobre la mesa, pensativa; lo primero que haría al
regresar a Londres sería buscarla para que le contara todo con
detalle, la conocía muy bien y sabía que no le estaba diciendo toda
la verdad. Tomó la otra carta y la repasó mordiéndose los labios, la
misiva era de Rachel, le daba gusto que se sintiera muy feliz en
Syon House, jamás hubiese pensado que una mujer tan hermosa
como ella se conformaría con solo dirigir una casa de niños, siempre
había creído que Rachel se casaría con un duque, lo tenía todo para
ocupar esa posición. Le había contado que su tutor había dado con
ella y le había asegurado que tendría su cuantiosa dote si deseaba
casarse, de lo contrario, al cumplir los veinte, el dinero pasaría a una
cuenta para sus gastos personales. Se le notaba muy feliz al saber
que no estaba obligada a contraer matrimonio. Lo que sí le había
intrigado de la carta era su malestar con Demonio, al que llamaba
un desalmado, sin respeto a nada, un matón, había escrito.
Juliana se quedó pensativa, era raro que Demonio hablase con
Rachel, él no era un hombre de palabras, ni siquiera con ella había
hablado nunca más de dos oraciones. El sonido de la puerta al
abrirse la hizo dejar a un lado sus sospechas, levantó la mirada para
ver entrar a su marido con su kilt, que dejaba ver sus musculosas
piernas.
Juliana sonrió coqueta y recorrió sus altas botas de cuero, que
llegaban justo a media pantorrilla. Desde allí toda su piel desnuda le
hizo lamerse los labios de anticipación.
—¿Me buscaba, milord? —le dijo tentándolo.
—He venido a llevarla a un recorrido matutino —respondió
inclinándose para besarla—. ¿Tiene calzones puestos? —preguntó
con lascivia, lo que hizo reír a Juliana, que ya lo dejaba por
incorregible.
—No, milord, tenía la esperanza de que viniera por mí —
respondió contra su boca—, y me invitara a esas reuniones
licenciosas por algún lugar de la casa.
—Esta vez, milady, le mostraré los placeres de copular al aire
libre sintiendo el sol en nuestros cuerpos.
—¿No es muy perverso?
—Para nosotros no —le dijo tomando su mano, obligándola a
seguirlo.
James la sacó por la salida lateral que daba a las caballerizas,
Juliana vio su caballo clydeslade favorito sujetado por un mozo de
cuadra.
—¿Le pongo la silla, señor? —preguntó el joven intentando
calmar al enorme caballo, que no hacía más que relinchar
impaciente.
—Lo montaremos a pelo —le dijo tomando el cabestro,
acariciando el caballo para que se tranquilizara.
—¿Marido? —Juliana lo miró preocupada al ver el enorme
animal.
Una de las cosas que había tenido que aprender en la escuela
de señoritas era a cabalgar sobre un caballo, pero la manera cómo
su marido había exigido que ella cabalgara había sido toda una
novedad, no solo le había enseñado a montar a horcajadas sobre el
animal, sino también le había mandado a confeccionar unos
pantalones de montar que al principio la habían hecho sentir
incómoda.
James se subió sin ninguna dificultad sobre el animal y le
extendió una mano para subirla. Juliana obedeció con confianza, su
esposo era la roca firme en la que había depositado toda su fe, y lo
seguía ciegamente.
—¿Lista? —preguntó.
—¿Cómo puedes estar sentado sin nada en tus partes? —
preguntó bajito a sus espaldas, abrazándolo por la cintura.
James rio de buena gana ante su comentario, Juliana era una
mujer refrescante, a lo largo de los dos meses que llevaban juntos,
no había dejado de sorprenderlo con sus comentarios afilados y su
desparpajo, que muchas veces lo dejaban sin palabras.
—Costumbre, mo nighean —le respondió antes de salir a todo
galope para disfrutar la mañana. Dejó libre al caballo mientras se
deleitaba con la sensación de las manos de su mujer sobre su
cuerpo.
Azuzó más el animal y se adentró en el bosque, que tomaba
gran parte de la propiedad, sabía a dónde quería llevarla, había sido
su refugio por años cuando necesitaba estar a solas. Fue halando el
cabestro para hacerle saber al caballo que habían llegado a su
destino.
Juliana miró extasiada la pequeña cascada que salía de las
piedras en lo alto del estrecho río, que traspasaba la propiedad de
norte a sur.
—Es hermoso —le dijo a sus espaldas—. ¿Ves ese tronco que
está al frente del ancho árbol? —le preguntó señalando un enorme
roble a la orilla del río.
—Sí —le respondió ceñudo girándose a mirarla.
—Tengo una visión en ese tronco, que me acaba de llegar —le
dijo en tono grave.
—¿Cuál es la visión? —le preguntó preocupado.
—Me veo sentada en el tronco. —Juliana clavó sus ojos en su
mirada—. Usted parado frente a mí con su falda subida. —Juliana
se humedeció el labio, satisfecha de ver los ojos de su marido
abriéndose por la sorpresa—. Su hombría metida por completo en
mi boca mientras se recuesta en el árbol.
—Joder…
—¿No le gusta mi visión? —le preguntó con expresión inocente.
—¿Escuché bien?
—Usted entendió perfectamente —respondió bajando su mano y
depositándola sobre el enorme bulto que había entre sus piernas.
Juliana apretó su cara contra su espalda ocultando su enorme
sonrisa, lo tenía en sus manos, no había nada que la hiciera sentir
más poderosa que tener a su marido agarrado por la verga, en esos
momentos él estaba dispuesto a todo por ella.
Su mano traviesa le subió la tela y lo agarró con fuerza, la
respiración de James se hizo más agitada, lo que la animó a
acariciarlo de manera rítmica llevando su manos de arriba hacia
abajo. Lo escuchó maldecir entre dientes.
—¡Abajo! —demandó bajándola del caballo y tirándose casi
sobre ella.
—Hagamos realidad esa visión —le dijo mientras se deshacía de
su camisa y se quedaba solamente con el kilt—. Pero será a mi
manera. —Su mirada salvaje le indicó a Juliana que había llevado a
su marido al límite y ahora tendría que apechugar por descarada.
—Lo que usted mande, señor —le respondió con una mirada
seductora.
James la miraba y todavía no podía creer en su suerte, Juliana, a
pesar de su juventud, había sido la mejor amante que había tenido
en su vida. La tomó de la mano y la dirigió a un claro cerca de la
orilla donde estaban semiocultos por unas rocas, era un sitio
solitario, pero tampoco importaba, Juliana era su esposa y él
deseaba amarla de todas las maneras posibles. Se deshizo del kilt.
—Acuéstate y levanta tu falda —le ordenó mientras su mano
recorría su hombría con suavidad.
Juliana obedeció sin apartar la mirada de la suya, sentía que ese
encuentro era diferente, podía sentirlo en cada uno de los
movimientos de su marido. Este era el hombre que habían conocido
las mujeres anteriores de su vida, este era el hombre que él había
escondido de ella por respeto a su posición dentro de su vida. Los
caballeros escondían sus bajos instintos de las esposas pudorosas
porque el placer era pecado.
Y ese pensamiento de tener esa parte de su marido vetada para
ella fue el que la hizo levantarse la falda y dejar expuesta a su vista
su intimidad. Sus rubios rizos brillaron al la luz del día, sin pudor
abrió sus piernas, con orgullo al ver su mirada caliente clavada en
sus movimientos. Sus manos se acariciaron de la misma forma que
tantas veces él la había acariciado hasta hacerla estallar en
deliciosos orgasmos, su respiración se tornó más agitada, lo miró a
través de la niebla del deseo.
James tragó hondo, se acercó caminando a su alrededor, se
detuvo a la altura de su cabeza y la miró desde arriba. Cuando
Juliana impulsó su cabeza hacia atrás con la boca abierta
intentando alcanzar su hombría entre sus labios algo perverso y
oscuro se apoderó de él. Se agachó y fue adentrándose en su boca
siguiendo los movimientos de su mano, dándose placer.
—Mierda —dijo cerrando los ojos ante el placer perverso que le
producía tener a su esposa en aquella posición.
Su caderas comenzaron un vaivén cadencioso y se perdieron en
aquel frenesí, quería más y, ebrio de placer, se impulsó hacia el
frente en busca de agua para su sed. Enterró su cara entre las
piernas de su mujer y bebió con ansias como solo un sediento
puede hacerlo, lamió, chupó sin importarle los gimoteos a lo lejos de
su mujer. Se sumió en aquel hueco sin piedad mientras sus caderas
se enterraban en la garganta de su esposa buscando el límite que lo
catapultara a lo máximo del placer. Y ambos lo lograron explotando
al unísono en un orgasmo que los hizo gritar en medio del bosque.
Quedaron desmadejados a orillas del río compartiendo la verdadera
intimidad entre dos seres humanos, los placeres sin restricciones.
Al sentir el quejido de Juliana, se incorporó y se acomodó sobre
un lado, la buscó con el corazón latiéndole deprisa al tomar
conciencia de lo que había hecho, había tratado a su esposa como
si fuese una mujer de un burdel, peor aún, porque nunca había
hecho con ninguna lo que acababa de hacer con ella. La miró
atemorizado de que lo repudiara por obligarla a algo tan morboso y
descarado.
—¿James? —Juliana se preocupó al ver su expresión
perturbada.
—Perdóname —le dijo con voz suplicante sin acercarse.
—¿Por qué? —Juliana se sentó todavía un poco mareada por el
fuerte orgasmo que había tenido.
—No debí hacer algo así contigo.
Juliana clavó los ojos en él, comprendiendo su temor al pensar
en lo vivido con su marido, debía aceptar que serían censurados por
la Iglesia.
—James Seymour, confío en que repitamos lo que hicimos, claro
que me gustaría que fuese en nuestra cama, y yo sobre ti. —Juliana
se rio al ver la expresión de alivio y placer en el rostro de su esposo.
James se abalanzó sobre ella llenándole la cara de besos
mientras la risa cantarina de ella se escuchaba por el bosque.
—Te amo, mo nighean —le dijo sonriente sobre sus labios.
—¿Nos podemos bañar? —le preguntó besándolo—. Olemos a
pecado.
James se sentó en sus talones, le quitó la camisola y la dejó
completamente desnuda. Juliana se sonrojó al ver su expresión
lobuna sobre sus pechos. Se sentó y se quitó las botas de cuero,
que eran lo único que llevaba. La tomó en sus brazos y, sin
escuchar los gritos de su mujer, se tiró con ella al río y se
sumergieron al frente de la cascada.
—Eres muy malo —le reclamó aferrándose a su cuello,
sonriendo feliz, extasiada de estar en los brazos de su gigante.
—Ahora te voy a mostrar lo malo que puedo llegar a ser —le dijo
con picardía acercando sus caderas debajo del agua a su
entrepierna ya preparada para el saqueo.
CAPÍTULO 18
El carruaje con el escudo de los marqueses de Lennox se detuvo
frente a la escalinata de la mansión de la marquesa de Cornualles,
ella había abierto su residencia para hacer el baile de apertura de
temporada. Juliana se sentía eufórica, habían llegado a Londres
hacía solo dos días y no había tenido tiempo de compartir con sus
amigas.
—¿Preparada? —preguntó su marido a su lado, estaba tan
elegante que quitaba el aliento.
—No, pero confío en que estarás junto a mí.
—Siempre —respondió llevándose su mano a los labios.
Juliana sonrió feliz al encontrar de nuevo a sus amigas, la
mansión estaba llena de invitados y las tres no dejaban de cotillear
sobre los últimos acontecimientos. Juliana les mencionó la próxima
boda, del conde de Norfolk, tendría que viajar a Alemania junto con
su marido para la ceremonia. La madre del conde le había exigido
que, como nieto del monarca alemán, debía casarse en la corte
alemana.
—¿Tu marido será el padrino? —le preguntó Charlotte pasándole
el vaso de ponche.
—Sí, le pidió a James ser su padrino.
—Fue un escándalo la desaparición de lady Jane de la fiesta
navideña de los duques de Cleveland —les dijo Topo mientras
buscaba algo con la mirada entre los invitados del salón.
—Me gusta lady Jane —les dijo Charlotte sonriendo con
picardía.
—¿Qué es lo que estás buscando, Phillipa? —preguntó intrigada
Juliana.
—A mi hermano —respondió Charlotte—. En estos meses que
has estado ausente, mi hermano no ha dejado de perseguirla.
—¡Eso no es cierto! —Phillipa la miró acusadora—. Estamos
estudiando algunas plantas. Evans es un hombre brillante y me está
ayudando en la elaboración de una nueva fórmula —respondió
acalorada.
Juliana y Charlotte intercambiaron miradas dudando de las
palabras de la joven.
—Seguramente, estás practicando con Evans todas las cosas
que nos ha enseñado Claudia —la provocó Charlotte.
—¿La han estado viendo? —preguntó intrigada Juliana.
—Charlotte se ha convertido en una verdadera cortesana —le
dijo Topo a Juliana, insinuante.
Charlotte se colocó el abanico frente a la cara y se rio con
descaro.
—Mírala, no le queda ningún pudor, seguramente, desnudará
ella misma al caballero que le toque por marido. —Topo la miró con
malicia.
—Mi hombre no está aquí —les respondió bajando el abanico.
—¿Qué quieres decir? —preguntó azorada Juliana.
—No le hagas caso, se le ha metido en la cabeza conquistar a
un hombre como tus hermanos —respondió Phillipa exasperada con
la actitud de Charlotte.
Juliana se giró a mirarla.
—Circulemos por el salón para saludar, quiero hablar con la
duquesa de Cornualles —les confesó Juliana—. Me agradó mucho
hablar con ella en la cena de Navidad.
—Es una dama exquisita —aceptó Phillipa.
Murray Beauclerk, duque de Grafton, aceptó el vaso de whisky
del duque de Cleveland mientras una sonrisa burlona se dibujaba en
sus labios.
—Sabía que me recibirías con esa mueca estúpida en la cara —
le dijo James tomando un trago.
—Tienes que admitir que jamás pensamos que le ganarías a
Richard —le dijo Murray.
—¿Por qué no viajan con nosotros? —preguntó James.
—Alexandra todavía está muy pequeña para hacer ese viaje —
respondió Alexander.
—Me hubiese gustado estar en la ceremonia, pero no puedo
dejar solos a los gemelos aquí en Londres sin supervisión —admitió
Murray.
—Los gemelos y tus hijos se han vuelto inseparables —le dijo
James a Alexander.
—Han estrechado fuertes lazos —aceptó Alexander.
—¿Todavía sigue en pie el matrimonio concertado entre tu hijo y
tu hija? —preguntó James socarrón.
—Deberías ver a mi hija cómo manipula al marqués de
Richmond con solo lloriquear un poco. —Se rieron a carcajadas.
—Es el único momento en el que Charles es tierno, porque la
mayoría del tiempo es el mismo Murray a esa edad. —Alexander
miró su copa, pensativo—. Tendremos que esperar, todavía Charles
no puede estar seguro de su amor por mi hija y yo no aceptaré para
Alexandra un matrimonio sin amor, después de conocer el paraíso
en los brazos de mi niña, no deseo menos para mi hija.
James asintió, ahora él también sabía qué era estar entregado
en cuerpo y alma a otra persona y, por supuesto, ambicionaba lo
mismo para sus hijos.
La presencia de su cuñado Nicholas lo puso alerta.
—Disculpen, necesito tener unas palabras con mi cuñado —les
dijo a los dos hombres yendo al encuentro de Nicholas.
Nicholas se detuvo al ver al marqués acercarse, se había
enterado por Julian que habían llegado a Londres para el inicio de la
temporada.
—Marqués —saludó.
—Vamos afuera —le dijo señalándole una puerta doble que daba
al jardín.
—¿Qué sucede con Juliana? —preguntó serio sujetándole el
brazo.
—Juliana está esperando mi primer hijo y le garantizo que está
muy bien cuidada —respondió mirando a su alrededor
asegurándose de que no hubiera nadie cerca.
—¿Qué sucede? —La voz helada de Buitre hizo a James girarse
a sostenerle la mirada.
—Anoche fui a buscar a Julian para discutir la compra de unas
propiedades. —Buitre asintió—. Escuché los gritos de una mujer —
dijo James verificando que nadie oyera—. Provenían del sótano, lo
sé porque estoy familiarizado con las mansiones de las afueras de
Londres. —James clavó la mirada en Buitre—. Les advierto, no
quiero lágrimas de mi mujer a causa de ustedes. —James se acercó
amenazante—. Te juro que levantaré todos los muros que hagan
falta para que no la vuelvan a ver. Julian no es lo que aparenta, esa
sonrisa despreocupada es una farsa para esconder su verdadera
mierda, me enteré de que sorpresivamente lady Rothsay ha salido
de la ciudad cuando se suponía estaría aquí en compañía de la
prometida del conde de Norfolk.
James vio la transformación en el hombre, él era el alpha, el líder
de la manada y no era por cualquier cosa.
—Soy parte de la familia mientras ustedes no le hagan daño a mi
mujer, estoy seguro de que tú me entiendes. —James quería dejarle
claro cuál era su posición dentro de su nueva adquirida familia.
—Tiene mi palabra de que nada de lo que suceda en la vida de
nosotros salpicará a Juliana —le respondió sosteniéndole la mirada.
—Sabes dónde encontrarme si me necesitas —le dijo James
antes de regresar al salón de juegos.
Buitre apretó el puño para controlarse, debía atravesar el maldito
salón en busca de Kate antes de lanzarse detrás de su hermano.
«¿Qué has hecho, Julian?», su mente era un torbellino de
preguntas.
Kate supo de inmediato que ocurría algo, las venas de la frente
de su marido parecían a punto de estallar.
—Tres de mis hombres te escoltarán a la casa, tengo que
marcharme —le dijo inexpresivo.
Kate le tomó la mano y la apretó mirándolo en silencio.
—Iré contigo hasta la casa, ya casi no puedo caminar —le dijo
tocándose el abultado vientre—. De esa manera irás más tranquilo a
donde tengas que ir.
Buitre se relajó al escuchar sus palabras, no había querido
sacarla de la fiesta, ella había estado muy ilusionada con ver a sus
amigas; dejarla allí, aunque fuese con sus hombres, habría sido un
gran esfuerzo. Quería tenerla todo el tiempo a resguardo.
—Te llevaré a la casa y, cuando compruebe que mi hijo y tú
estén seguros, iré a resolver un asunto importante.
Kate asintió y lo siguió rumbo al carruaje.
James entró a la pista con su mujer del brazo a bailar su primer
vals como matrimonio.
—Milord, ¿no le apetece mostrarme alguna de las habitaciones
de esta mansión? —sonrió Coqueta Juliana.
—Solo tiene que llegar hasta el fondo de las escaleras y doblar a
la derecha, encontré una pequeña estancia que, al parecer, no usan
con frecuencia —respondió mirándola seductor.
—¿Me seguirás? —preguntó feliz.
—El marqués de Lennox siempre estará tres pasos atrás de su
marquesa…, siempre —prometió mientras la seguía hacia un
encuentro clandestino, entre amantes.
El amor es uno de los pocos sentimientos que no podemos
manejar, el corazón tiene mente propia y a veces elige a quien
menos pensamos. James encontró a su pareja perfecta, esa mujer
de la que no tenía que esconder su fogosidad y que le permitía
compartir con él todos sus perversos placeres.
Fin
EPÍLOGO
Un año después
Albert miraba aterrado las escalinatas, los gritos de su nuera se
escuchaban por casi todo el castillo, llevaba horas en trabajo de
parto, en el que la nana de su hijo estaba ayudando a nacer a su
primer nieto.
—Si continúa gritando, voy a subir —amenazó James con la
botella de whisky en la mano.
—Es normal que grite, todas mis mujeres lo hicieron —respondió
el abuelo de James jugando cartas con su segundo al mando.
—¿No se avergüenza de tener cinco mujeres juntas bajo un solo
techo? —le gritó Albert con los nervios destrozados.
—No —contestó John—, siempre hay una dispuesta a calentar
tu cama —respondió sin apartar la mirada del juego.
Albert lo miró con deseos de ahorcarlo, desde que su hijo se
había casado, el laird buscaba cualquier excusa para viajar a su
castillo.
El llanto de un bebé los hizo a todos levantar la vista hacia lo alto
de las escaleras.
—¡Por Dios! —exclamó James tomándose lo último que quedaba
en la botella.
—No volverá a quedar en estado, me pondré las tripas de
cordero —aseguró mientras zigzagueaba subiendo las escaleras en
busca de su mujer—. Me importa una mierda, si no es varón se
quedarán sin herederos —continuaba diciendo mientras se tenía
que aguantar al pasamano.
—Mejor ayúdalo, Albert, o se va a romper la cabeza —le dijo el
laird riendo al ver a su nieto tan borracho.
—¡Tío abuelo! —David Buchan de Auchmacoy entró a la
estancia con su hijo mayor a sus espaldas, sonrió divertido al ver a
su pariente sujetarse con fuerza del pasador de la escalera.
—¿Qué demonios haces aquí? —le preguntó James
tambaleándose al reconocer la voz del querido hermano de su
abuelo John.
—No podía perderme el nacimiento de tu primer hijo, Thor —le
dijo con burla haciendo que los hombres en la estancia se rieran por
el apodo que le tenía puesto desde niño.
—Llévame arriba, solo tú puedes cargarme, y tengo que ver a mi
esposa antes de quedar inconsciente —le pidió cayendo de nalgas
sobre el escalón.
—Se ha tomado tres botellas —le susurró Albert a John.
—Lo sé, las puse a propósito sobre el aparador, es nuestro
nuevo whisky y, al parecer, es mucho más fuerte que los demás —
respondió divertido.
—¡Es usted un cínico! —le gritó Albert perdiendo la paciencia.
David era un hombre grande, odiaba los espacios cerrados,
subió los escalones y ayudó a James a levantarse.
—Pareces un bárbaro con ese cabello hasta la cintura sin atar —
le dijo James con sorna.
—No te cansas de regañarme por mi poca ropa y mi cabello.
—Madre siempre lo regañaba —interrumpió el muchacho detrás
de ellos.
—Me alegro escucharte, Torqhil —le dijo James agarrándose a
su tío abuelo como si le fuera la vida en ello.
—Con ese olor a whisky, tu mujer te echará de la habitación —le
advirtió David.
—Mi princesa me ama, tío, esa mujer me ama —le dijo con
dificultad.
—James está que se arrastra —murmuró el joven mirándolo
sorprendido por la borrachera.
Nana estaba junto a la puerta esperando con las manos
cruzadas al pecho.
—Deberías avergonzarte, James Seymour —le dijo seria.
—No me regañes —le dijo soltándose de David y entrando a la
habitación, donde Juliana mecía un pequeño bulto entre sus manos.
James avanzó a trompicones, las doncellas lo miraban sorprendidas
por la evidente borrachera del señor.
Se detuvo frente a ella mirándola atormentado, lo que hizo a
Juliana observarlo consternada.
—No vas a tener más niños, mo nighean, no pienso volver a
pasar por este infierno —le dijo señalándola—. Te lo prohíbo —le
ordenó tirándose a su lado, abrazándola con desesperación. El
brusco movimiento asustó al pequeño bulto, que comenzó a llorar.
—¿Qué es? —preguntó James mirando la sábana que la cubría.
—Una niña, marido, hemos tenido a una niña —le dijo Juliana
besándolo en la frente.
—Dile a mi hija que cuando se me pase la borrachera la arrullaré
entre mis brazos —dijo con dificultad.
—Sí, milord —respondió sonriente.
—Recuerda que no tendremos más hijos —volvió a decir
mientras sus ojos se iban cerrando—, eres mi vida, mo nighean, sin
ti no hay nada —le dijo antes de caer inconsciente sobre el
almohadón.
—Eso sí es una borrachera —se rio David al lado de la nana.
Torqhil pasó por al lado de su padre y clavó la mirada en la bebé
de cabellos de oro, tensó su mandíbula y apretó sus puños.
—¿Torqhil? —Sintió la mano arrugada de nana sobre su mano.
—No, nana. —Se giró a mirarla molesto—. No lo acepto.
—Está escrito —le respondió la anciana.
—A mí nadie me impondrá nada que yo no quiera —respondió
soberbio el joven, de dieciocho años, saliendo de la habitación.
—Su don en muy fuerte, casi no pude tocarlo —le dijo nana a
David, que había escuchado todo.
—Lo sé, nana…, será un gran laird —respondió serio David
mirando a la bebé.
La entrada inesperada de tres hombres le obligó a callar, Juliana
elevó la vista de su hija, abrió la boca sorprendida al ver a su
hermano Lucian entrar a la habitación.
—No llegué a la boda, pero aquí estoy, pequeña. —Lucian se
sentó a su lado en la cama y la abrazó.
Juliana lloró de felicidad. De todos sus hermanos, Lucian, por ser
el menor, fue el que tuvo que ocuparse más de su cuidado.
—Qué hermosa estás —le dijo besándola en la frente.
—Déjenme ver lo que tienes allí —dijo Julian acercándose.
—Una niña —respondió Juliana feliz.
—¿Qué le ha pasado al marqués? —preguntó Buitre detrás de
Julian.
—¿Ese es el marqués? —preguntó Lucian tomando a su sobrina
en sus manos.
—Mi niño se ha emborrachado —interrumpió nana acercándose
a la cama.
—Bajaré al salón. —David se despidió y salió en busca de su
hijo.
—Lo comprendo —aceptó Buitre.
—No puedo creer que hayas dicho algo así —bromeó Lucian.
—Cuando les toque ya hablaremos.
—Julian será el próximo, la pelirroja no puede casi ni caminar —
respondió Lucian mientras tocaba las mejillas de su sobrina.
—Maldita mujer, no quiere quedarse quieta, tiene a los del
distrito de Bow aterrorizados.
—No puedo creer que Isabella trabaje con ustedes. —Juliana los
miró acusadora—. Si algo le llega a pasar, ustedes serán los únicos
culpables.
—¿Qué nombre le pondrás? —preguntó Lucian cambiando el
tema, seguramente, a su hermana le daría un ataque si supiese de
las andanzas de lady Isabella, él mismo debía admitir que la dama
los tenía sorprendidos a todos, incluido Demonio.
—Caitriona Aoife, el primero, por la madre de James; y el
segundo, por nuestra madre —respondió.
—Hermoso —le dijo nana—, mi señora estaría muy contenta,
ese cabello color oro es el suyo, ella lo tenía de ese color. —Los
ojos de la anciana se veían humedecidos por las lágrimas.
—Quiero que seas el padrino, Nicholas —le pidió desde la cama
mirándolo temerosa de que no quisiera.
—¿No me darás paz? —le dijo con un brillo especial en la
mirada.
—Sé que, si me pasara algo, ustedes siempre velarían por ella,
pero quiero que esté atada a los Brooksbank por siempre —le dijo.
—Con mi vida, hermana, de eso puedes estar segura —
respondió solemne.
Albert entró a la habitación sintiéndose inseguro ante tanta
presencia masculina, pero el saber que tenía una nieta lo había
obligado a subir, siempre había soñado con una hija, aunque el
destino dictaminó otra cosa.
—Padre, acérquese —le pidió amorosa Juliana—. Lucian, llévala
con él, por favor —le pidió a su hermano.
Lucian se levantó con cuidado y se acercó al elegante hombre,
que extendió sus manos, arrebolado, al ver a la preciosa niña.
—Dios mío, tiene el cabello de su abuela —exclamó
embelesado.
—Así es, señor, se lo mencioné a Juliana —le dijo nana
acercándose a su señor—. Y los ojos, del mismo verde de los valles
de Escocia como mi señora, son como si ella hubiese regresado en
su nieta.
—¿Puedo llevarla abajo? —preguntó con la voz quebrada el
duque de Lennox.
—Sí —respondió Juliana conmovida al ver la expresión de su
suegro.
—Bajemos, dejemos a Juliana descansar un rato —les pidió la
anciana.
—¿Cuidarás de ella? —preguntó Juliana.
—La llevaré con la nodriza, tú descansa al lado de mi niño.
Juliana asintió recostándose exhausta al lado de James, el olor a
whisky la hizo sonreír, tenía tanto para dar gracias. Se abrazó al
cuerpo de su marido, que la llamó en sueños, sucumbió al sueño
sabiendo que al despertar comenzaría una nueva etapa en su vida,
la de ser una buena madre para Caitriona.
PRÓXIMOS ESTRENOS
– El duque de Edimburgo (esta será mi próxima
novela, se publicará en el mes de agosto).
– El secreto mejor guardado.
– La sombra del East End.
– Un marido para Cloe en Navidad.
Ahora me puedes encontrar en Instagram: @beawyc. Allí
comparto todas mis novedades, presento los rostros de mis
personajes y hablo todo sobre ellos.
Muchas gracias por la oportunidad que le das a mis historias,
muy agradecida.
ORDEN DE MIS NOVELAS
1. La traición del duque de Grafton.
2. El duque de Cleveland.
3. Un Buitre al acecho (esta novela sería la primera de una
serie especial de novelas de romance histórico oscuro).
4. Un marido para Mary en Navidad (esta novela está
siendo corregida y saldrá con nueva portada próximamente).
5. La duquesa de Ruthland.
6. Un conde sin escrúpulos.
7. Lady Pearl a la caza del duque de Cambridge.
8. Un marqués en apuros.
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