James giró despacio el rostro frunciendo el ceño, mirando al
extraño caballero sentado a su izquierda.
—Supongo que está intentando casarse —contestó James
levantando una ceja.
—Disculpe, no estaba hablando con usted —acotó Julian
clavando sus ojos azules en James.
—Lo es —afirmó James—. ¿Le sorprende la delicadeza con la
que el novio está tratando a su futura esposa? —preguntó estirando
sus largas piernas—. En mi opinión está haciendo lo correcto, nos
está dejando claro que lady Kate estará en buenas manos —
respondió mirando de medio lado a la pareja de novios, que en esos
momentos estaba colocándose los anillos—. El señor Brooksbank
se está desposando con una joya de la corona —le soltó sin
importarle qué pudiese pensar, había sido mala idea ir a la
ceremonia hambriento y con sueño, no era buena compañía en ese
estado.
—¿Nos conocemos? —preguntó Julian mirándolo con interés,
dejando pasar el comentario hiriente; la realidad era que su
hermano había tenido un golpe de suerte al casarse con la joven, y
los hermanos Brooksbank, como siempre, sabrían aprovecharlo.
«Lady Kate es nuestra entrada a su mundo, milord», pensó mientras
lo evaluaba.
—Lo dudo…, me acordaría de su cara, no todo el mundo lleva su
cabeza afeitada —respondió mirándole la cabeza sin ocultar su
desagrado.
Julian sonrió de medio lado ante la lengua afilada del
desconocido, se había acostumbrado a su cabeza afeitada y
olvidaba el rechazo que ocasionaba en algunas personas.
—El que se está casando es mi hermano mayor, yo soy Julian
Brooksbank —se presentó mirándolo con interés.
—Me lo imaginé —respondió observándolo con atención—. No
se parece a su hermano físicamente, pero ambos tienen ese
aspecto de hombres rudos.
Julian asintió sosteniéndole la mirada.
—Lo somos, milord —aceptó sin importarle lo que el caballero
pudiese pensar.
—No tome mis palabras como un insulto —añadió James.
—No lo hago, milord —respondió—. Es usted un hombre grande
—le dijo mirándole las piernas—, parece más un marino que un
noble.
James sonrió ante la expresión de curiosidad del señor
Brooksbank.
—Tengo sangre escocesa en mis venas —le dijo orgulloso.
Julian sonrió de medio lado y continuó mirándolo.
—Debí suponerlo, tenemos negocios con varios clanes y son
hombres parecidos a usted. Grandes y fuertes —agregó con
cautela.
—Lo soy…
—¿Quién es usted? —Julian se sentía cada vez más intrigado
por el sujeto allí a su lado, su cabellera leonada un poco despeinada
no le quitaba mérito al porte regio y elegante de aquel gigante.
—Lord James Seymour, marqués de Lennox —respondió un
tanto receloso por la curiosidad del otro hombre.
—¿Le gustan los juegos de azar, milord? —preguntó invadiendo
un poco su espacio para que no le escucharan; aunque estuviese en
la boda de su hermano, debía aprovechar un posible cliente cuando
se encontraba.
James no contestó de inmediato, se midieron con la mirada.
—No soy un hombre que guste de derrochar su dinero, señor
Brooksbank —respondió serio.
—¿Qué le parece un buen whisky? —lo tentó. Yo invito.
—Me gusta el buen whisky —aceptó sonriendo con una pequeña
mueca.
—Lo sabía…, sería un placer mostrarle nuestro nuevo club. El
Brooks lo seducirá —aseguró confiado.
—¿Es un club exclusivo para caballeros? —preguntó James
interesado.
—Sí —le informó. —¿No le gustaría conocer un nuevo club? —le
volvió a tentar—. A veces hay que cambiar de ambiente.
James elevó una ceja y lo miró con suspicacia.
—¿Qué pretende? —preguntó ante la insistencia Julian.
—Unir la aristocracia y la burguesía en un mismo club… donde
puedan divertirse y a la misma vez hacer negocios.
James miró al frente pensativo, la idea no estaba mal si había
intenciones de hacer negocios, pero la mayoría de la nobleza dejaba
a sus terratenientes en manos de los administradores.
—No es el lugar para hablar de esos temas, pero déjeme
avisarle que no todos los aristócratas están dispuestos a sentarse
en la misma mesa que un burgués —le advirtió.
—Lo sé, por eso estamos invitando a los nobles que sí llevan
personalmente sus finanzas —le confió sonriendo ladino
que ganarse la confianza de su nueva amiga, ya había cometido
demasiados errores.
El carruaje se detuvo frente a una impresionante mansión de
estilo georgiano que tomaba gran parte del bloque de la calle.
Juliana se bajó del carruaje de alquiler mirando sorprendida la
enorme residencia que, al parecer, era la casa de su hermano
Nicholas.
—¿Estás segura de que esta es la casa? —preguntó a su lado
Rachel acomodándose el pequeño sombrero de color crema.
Ambas habían estado viajando por casi dos días, gracias al cielo
habían llegado sin ningún percance. Se habían aventurado solas
desobedeciendo a la señora Garrett, que les había suplicado que
esperaran por algún familiar.
—Por lo menos esta es la dirección de los últimos paquetes que
recibí, además, Cloe me dijo que él había comprado una nueva
residencia —respondió alisando un poco su abrigo.
—Es hermosa, si observas, todas las de la zona son parecidas
—aseguró mirando con interés a su alrededor.
—¿Bajo el equipaje? —las interrumpió el cochero.
—Puede bajar los dos baúles —encargó Rachel haciéndose
cargo de la situación al ver la palidez de Juliana—. Adelántate, yo te
esperare aquí —le sugirió.
Juliana asintió distraída y se adelantó por el portón de hierro
negro que daba a las escalinatas que llevaban a la puerta principal.
El césped bien cuidado le hizo saber que alguien cuidaba la
propiedad. «¿Para qué mi hermano compró una residencia tan
grande?», pensó antes de atreverse a tocar la campanilla.
Se giró haciéndole una señal con su mano enguantada a Rachel
para que esperara. La puerta se abrió y un sobrio mayordomo la
miró con interés. Juliana se sorprendió ante el formalismo; aunque
sabía lo que se estipulaba en estos casos, le sorprendió que su
hermano tuviese un mayordomo.
—¿Es esta la residencia de Nicholas Brooksbank? —Juliana
estaba comenzando a dudar de estar en el lugar correcto.
—En efecto, milady, esta es la residencia del señor y la señora
Brooksbank.
—¿Señora? —preguntó abriendo los ojos.
—Lady Kate Brooksbank —respondió.
Juliana se aferró más a su pequeño bolso.
—¿Podría ver a mi hermano? —preguntó un poco nerviosa
girándose a mirar a Rachel, quien observaba desde la distancia con
interés.
—¿Usted es la hermana del señor Brooksbank? —Smith no
pudo ocultar su sorpresa.
—Soy Juliana Brooksbank…, Nicholas es mi hermano mayor —
le aclaró. Juliana se llevó la mano al cuello visiblemente perturbada
por la noticia del matrimonio de su hermano.
El señor Smith asintió sin hacer ningún comentario, no había un
día desde que trabajaba en la residencia de los Brooksbank en que
no aconteciera nada de improvisto. Había trabajado toda su vida a
las órdenes de los duques de Deveraux, pero eso cambió cuando el
último heredero había decidido cerrar la mansión en Londres y
desaparecer. Al principio se había sentido denigrado al tener que
trabajar para un hombre sin un título nobiliario, pero lady Kate, que
era descendiente del linaje de los Kent, le hizo cambiar de opinión;
para él era un reto convertir aquella casa en una de las más
concurridas y respetadas de la ciudad.
—Espere aquí mientras anuncio su presencia —le informó antes
de desaparecer por la puerta.
Rachel se acercó deprisa dejando los dos baúles en la acera.
—¿Qué sucede? —preguntó agitada al ver la expresión de
angustia en su rostro.
—¡Mi hermano está casado! —exclamó todavía consternada por
la noticia.
—Tranquilízate, todo saldrá bien —le serenó tomándole una
mano—. Él se alegrará de verte.
Las jóvenes se giraron expectantes al sentir la puerta de nuevo
abrirse.
—Rachel es mi acompañante —le dijo al ver la mirada del
hombre sobre su nueva amiga.
—Lady Rachel Wolvering —se presentó Rachel olvidando con
los nervios que debía cambiar su nombre.
—¿Wolvering? —preguntó suspicaz.
Las jóvenes intercambiaron miradas preocupadas.
—Pasen —les ordenó.
—Creo que debería esperarte en alguna estancia en que no sea
un problema. Debes reunirte a solas con tu hermano —le dijo
Rachel ya estando adentro.
—Le haré pasar a una habitación mientras la señorita
Brooksbank se entrevista con lady Kate —indicó Smith.
—¿Mi hermano no se encuentra?
—No, señorita, pero lady Kate la recibirá en su salón privado —
respondió el mayordomo observando a Rachel con interés.
Juliana asintió, del pasillo derecho apareció sorpresivamente una
doncella.
—Señor Smith, mi señora me envía por la visita, me ordenó que
la llevara. —Pipa observó con interés a la inesperada visita.
Smith asintió.
—Sígala, señorita —le indicó a Juliana—. Usted, sígame, milady
—le dijo a Rachel sin esperar respuesta.
Juliana siguió a la doncella por el amplio pasillo, tuvo que hacer
un gran esfuerzo para no hacer comentario alguno ante la belleza
de la residencia. Mientras caminaba percibía el aroma de las flores
delicadamente colocadas en exquisitos floreros a lo largo del
camino, que le encantaron. El toque femenino estaba por todas
partes, se respiraba a hogar. Y un sentimiento de tristeza la inundó
al pensar que había sido excluida por su hermano de pertenecer a
su familia.
La doncella se detuvo frente a una puerta con dos pequeñas
mesas a cada lado con sendos ramos de gardenias.
—Adelante. —Se escuchó una voz suave desde adentro.
Juliana entró a la estancia sin saber qué esperar, adentro se
encontraban tres mujeres que no debían llevarle muchos años. La
del cabello negro con unos impresionantes ojos violáceos se acercó,
la abrazó y la besó en ambas mejillas.
—Nicholas me habló de ti, pero no me mencionó que llegarías
hoy —le dijo sonriente Kate—. Espero que no te moleste que nos
tuteemos.
—Nada me agradaría más —respondió sonriéndole—. ¿Eres la
esposa de mi hermano? —preguntó curiosa no solo por la belleza
de la dama, sino porque ambas seguramente eran de la misma
edad.
—Nos casamos recientemente…, pero adelante, deseo
presentarte a mis amigas. Ella es lady Charlotte Saint Albans. —
Kate señaló a Charlotte, quien rápidamente se acercó a estrechar la
mano de la joven—. Y ella es lady Phillipa Cornwall. —Juliana
detuvo más la mirada en Phillipa para admirar sus quevedos,
sorprendentemente, estos no le quitaban belleza a su rostro, sino
todo lo contrario.
—A nosotras también puedes tutearnos, si eres la hermana del
señor Brooksbank, nos veremos muy seguido, no podemos estar
mucho tiempo alejadas de Kate —le dijo Charlotte sonriente.
—Espero que nos convirtamos en buenas amigas —dijo Topo,
como le decían cariñosamente a Phillipa.
Ambas sonrieron amistosas dándole la bienvenida, Juliana había
pasado muchos años entre jóvenes de la aristocracia como para
saber que no todas eran tan amigables como las amigas de su
cuñada.
—Por favor, toma asiento —la urgió Kate—, si estás aquí de
sorpresa, es que algo ha sucedido…, hace poco que estoy casada
con tu hermano, pero creo conocerle algo, y no le gustan las
sorpresas —aseveró entrecerrando la mirada—. Si nos cuentas, tal
vez pueda ayudar —concluyó Kate.
Juliana apretó sus manos sobre la falda meditando lo que podía
decir cuando la puerta se abrió y las interrumpió.
—Milady, el servicio de té que me pidió —dijo Pipa entrando con
el carrito de té y algunos dulces.
—¡Oh, pero qué cambio! —se burló Charlotte.
—Seré la mejor —le respondió Pipa levantando una ceja.
—Deberíamos buscarte un novio, Pipa, eres demasiado bella
para conformarte con solo ser la doncella privada de Kate —le
aguijoneó Topo subiéndose un poco los quevedos.
—No había pensado en ello —respondió Kate mientras tomaba
la taza que Pipa le ofrecía.
—No haga caso de estas descaradas —respondió Pipa
alcanzándole la taza a Juliana, quien las miraba divertida y
sorprendida a la vez—. No quiero estar bajo el yugo de un marido —
respondió decidida haciendo reír a las jóvenes—. Como doncella
personal de la señora, Bui…, el señor Nicholas me paga muy bien,
no necesito un hombre que me quite mis chelines —agregó
guiñándoles un ojo—. ¿Algo más? —preguntó en tono socarrón.
—No, Pipa, te llamo si necesito algo más —le agradeció
mirándola con resignación. A pesar de lo que su doncella pudiera
decir, todavía faltaba mucho que pulir en sus maneras de conducirse
con los invitados. Tomaron en silencio algunos sorbos de té mientras
la pícara doncella personal de Kate salía de la estancia.
—¿Y bien? —la instó Kate a sincerarse.
Juliana bajó su taza mirándolas indecisa, tendría que confiar en
su instinto y darle una oportunidad a su cuñada, iba a necesitar de
mucha ayuda para convencer a sus hermanos de permitirle vivir
junto a ellos.
—Tuve un fuerte altercado en la escuela con otra alumna y
decidí partir. Ya cumplí los dieciocho y pensaba pedirle a Nicholas
que me permitiera trabajar empezó Juliana un poco incómoda.
—¿Trabajar? —interrumpió Charlotte mirándola por encima del
borde de su taza—. Tu hermano le tiene cuatro guardaespaldas
Charlotte paseó su mirada por el gran recinto, Phillipa tenía
razón, había caballeros que sacaban suspiros. Si había una
oportunidad para encontrar un buen partido matrimonial, era en
aquella fiesta navideña que estaban celebrando los duques de
Cleveland. La siguiente temporada comenzaría en unos meses y
muchos de los caballeros presentes no se verían asistiendo a las
veladas en Almacks. Era allí donde se debía hacer el primer
contacto visual. Charlotte no vio nada que le llamara la atención,
sentía que una parte de ella no quería a aquel tipo de hombre que
seguramente su madre y su hermano esperarían.
—¿Charlotte? —Phillipa la tocó en el hombro, preocupada por su
expresión.
—Creo, Juliana, que me gustaría un hombre como tus
hermanos. —Charlotte las miró seria.
Phillipa miró a Julian,a quien había abierto los ojos sorprendida.
—Lady Kate se ve muy a gusto casada con el señor Brooksbank
—dijo Phillipa subiendo sus quevedos.
—Eres la hermana de un duque, Charlotte —le recordó Juliana
sin saber qué decir, no podía pensar en Charlotte como la esposa
de Julian ni de Lucian, y mucho menos de Demonio. «Si ella
supiera, saldría corriendo», pensó Juliana prefiriendo callar.
—Mejor vayamos a un lugar más privado a platicar sobre el
próximo matrimonio, porque ambas estaremos presentes. —
Charlotte las tomó por el brazo y salieron del salón a buscar algún
lugar reservado donde pudiesen conversar tranquilas.
CAPÍTULO 11
Albert se mantuvo en silencio de pie al lado de la chimenea
mientras observaba preocupado cómo su hijo caminaba de un lado
a otro por toda la biblioteca. Había estado jugando a las cartas en el
salón destinado a los caballeros cuando llegó un sirviente a
buscarlo; mirando el estado en que se encontraba James, dio
gracias a Dios que Alexander había visto el peligro. Su hijo había
heredado el carácter de su abuelo materno, un hombre
temperamental que había liderado su clan con mano de hierro por
casi cincuenta años.
—Debes mantener la calma —le advirtió con seriedad.
—No es el mejor momento para tratar este asunto, pero no
quiero salir de aquí sin tener la seguridad de que se me dará a
Juliana por esposa. Me siento acorralado y eso, como bien sabes,
saca lo peor de mí —admitió pasándose una mano por el cabello,
impaciente, mientras se tomaba un trago generoso de whisky.
Un toque en la puerta los hizo girarse atentos. Albert se puso en
guardia, esperaba que fuese su abogado, lo había ido a buscar
antes de ir a la biblioteca.
—Adelante —ordenó James.
Un hombre alto de aspecto sobrio entró y los saludó con una
reverencia, en sus manos llevaba unos papeles.
—¿Pudo preparar el documento? —preguntó Albert
acercándose.
—Solo escribí lo necesario, cuando regresemos a Londres
prepararé el documento oficial, solo necesito la firma del señor
Brooksbank y la del marqués —respondió el hombre mostrándole
los papeles.
—¿Viaja con su abogado? —preguntó James, formal, sin ocultar
su sorpresa.
—Viajo con mi abogado, con mi ayudante de cámara y con tres
lacayos —respondió Albert señalándole la silla detrás del escritorio
al abogado para que se sentara.
James tuvo que sonreír a su pesar, su padre pertenecía a ese
grupo de aristócratas que viajaban casi con un séquito de sirvientes.
—Quiero que esté atento a cualquier detalle que se nos pueda
olvidar —le advirtió el duque deteniéndose frente al escritorio,
dejándole ver su preocupación.
—Sí, milord —respondió el hombre, formal, tomando asiento
detrás del escritorio y colocando el tintero cerca.
La puerta se abrió sorpresivamente, entraron Nicholas y Julian
sin tomarse la molestia de anunciarse. Albert elevó una ceja al ver la
arrogancia de ambos. No pudo evitar sentir preocupación ante la
imagen de los hermanos Brooksbank, aunque había intentado
indagar entre sus conocidos, era muy poco lo que se sabía, lo único
en lo que todos habían coincidido era en que eran hombres muy
ricos y poderosos, más allá de eso no se sabía mucho.
Albert esperaba que su hijo no se estuviese equivocando ante la
elección de la joven, le hubiese gustado que James esperara un
poco más de tiempo para firmar el contrato matrimonial. Albert se
obligó a mantener la calma, la apariencia intimidatoria de los
hombres no presagiaba más que problemas. El tener que quedarse
callado era un suplicio, pero tenía que dejarle ver a su hijo que
estaba de su lado y respetaría cualquier decisión que tomara,
tendría que conformarse con estar atento para mantenerlo a salvo.
Lo más acertado, meditó mientras los estudiaba en silencio, era
intentar hacer amistad con los futuros cuñados de su hijo, de esa
manera tendría una idea más clara de lo que les esperaba al tener a
los Brooksbank como familia.
—¿Desean algo de tomar? —preguntó Albert dirigiéndose al
aparador de las bebidas.
—Un whisky para mí —respondió Julian mirando a Albert con
interés.
—El duque de Lennox, mi padre, fungirá como mi testigo. —
James señaló al abogado—. Es el abogado de mi padre, que tomara
nota de todo lo acordado.
—¿Viaja con abogado? —preguntó Julian con un tono sarcástico
que no le pasó desapercibido a Albert.
—Soy un hombre precavido, señor Brooksbank, mi abogado es
también mi administrador, viaja conmigo a todas partes —respondió
extendiéndole el vaso de whisky, mientras miraba a Nicholas, que se
mantenía en silencio de pie junto a la puerta. Albert comprendió que
era ese el que estaba al mando y no le gustó para nada su actitud.
—Mi nombre es Julian. —Julian señaló a Buitre—. Y mi hermano
es Nicholas. Pensaba que los duques no servían las bebidas —
agregó tomando el vaso de whisky.
—No lo hacemos, Julian, pero no quiero que nadie entre a la
habitación mientras estamos conversando sobre el contrato
matrimonial de mi hijo con su hermana. —Albert se sentó en una de
las butacas frente al escritorio dando la impresión de que estaba
relajado, pero nada más lejos de la verdad, a cada minuto su
preocupación por el futuro matrimonio de su hijo crecía.
James se mantuvo apartado esperando por Nicholas
Brooksbank, empezaba a comprender por qué le llamaban “el
Buitre”, el hombre se mantenía al acecho de sus víctimas. James lo
observó desapasionadamente, sabía que lo tendría toda la vida
acechando sus vidas, los hermanos de su futura esposa estarían
muy pendiente de su vida matrimonial.
—¿Es usted el dueño del club Brooks? —preguntó Albert
intentando suavizar el ambiente tenso de la estancia.
—Sí, milord —respondió con una sonrisa ladina sentándose en
la butaca a su lado—. El Brooks es un club en el que también se
admiten burgueses.
—Mi hijo me ha dicho que podría ser bueno para mí —le
respondió Albert mirándolo de soslayo.
—Será un placer tenerlo como miembro, el ambiente del Brooks
es más relajado que el del White —respondió Julian sacando una
tarjeta del bolsillo de su elegante casaca negra, la que le entregó—.
Como suegro de mi hermana tendrá un trato especial. —Julian tuvo
que admitir que el duque todavía era un hombre con muy buena
presencia.
—Visitaré el club al llegar a Londres. —Albert miró pensativo la
tarjeta—. Seguramente, iré con mi amigo personal, el duque de
Cornwall —dijo metiendo la tarjeta en el bolsillo interno de su casaca
negra.
Nicholas se mantenía en silencio escuchando atento la
conversación, la manera como se conducía aquella gente no dejaba
de sorprenderlo, el padre del marqués no podía engañarlo, sabía
cuando un oponente estaba en guardia, y el duque lo estaba. Al
contrario de su hijo, él sí tenía la imagen de lo que se esperaría de
un hombre de su posición social y, al contrario de lo que
seguramente ellos pensaban, su presencia en la habitación lo
tranquilizaba, daba fe de las buenas intenciones del marqués.
Todo aquello estaba siendo demasiado apresurado, él no había
esperado que su hermana encontrara un candidato tan rápido, había
pensado que estaría más tiempo compartiendo con ellos. Se tensó y
regresó su mirada a James, no podía negarle a su hermana el
derecho a un futuro prometedor. «El maldito es perfecto», pensó
asqueado ante la realidad de que ella estaba confiando en que él
aprobara ese matrimonio y, aunque renegara de ello, no había
ninguna razón de peso para negarse a firmar dicho contrato
matrimonial.
Buitre hubiese preferido que la reunión se hubiera dado en
Londres, en su territorio, pero las circunstancias entre Juliana y el
marqués lo obligaban a tomar precauciones, no permitiría que el
hombre deshonrara a su hermana y luego desapareciera.
El marqués de Lennox era un partido envidiable, hasta él tenía
que reconocerlo, a pesar de su fama de libertino, Buitre se había
topado con una especie de muro donde era escasa la información
de las aventuras del marqués, su futuro cuñado había sabido ser
una persona discreta, y eso hablaba muy bien de él.
Kate misma se había mostrado sorprendida cuando le había
anunciado las intenciones del marqués de contraer matrimonio de
inmediato. Buitre todavía tenía sus dudas, Juliana no necesitaba de
un matrimonio para tener su futuro asegurado, ellos tenían suficiente
dinero para mantenerla a salvo sin necesidad de casarse.
Kate le había advertido que, si el marqués había hablado de un
contrato matrimonial, era que estaba decidido a contraer matrimonio
con Juliana, y lo mejor sería no poner obstáculos innecesarios. Su
esposa le había advertido que muchas matronas por años habían
intentado atrapar al marqués en un matrimonio, serían muchas las
que estarían rabiosas por la elección de una dama sin siquiera un
título de cortesía. Pero para Buitre eso no tenía ningún valor, el
hombre quería casarse con su hermana, y él tenía que dejarle bien
claro lo que Nicholas Brooksbank esperaba de ese matrimonio.
—No tengo tiempo para intentar guardar las apariencias —dijo
con frialdad cruzando los brazos al pecho.
El abogado carraspeó incómodo detrás del escritorio, Julian se
giró a mirar a su hermano y se inquietó al ver su expresión.
—Nicholas —intentó Julian tranquilizarlo, sabía que Buitre no
quería un matrimonio tan apresurado.
—¡Silencio! —le ordenó sin mirarlo—. Quiero dejarle bien claro al
marqués con quién se va a casar y lo que yo espero de ese
matrimonio —respondió con una serenidad engañosa que puso en
alerta a los demás.
—Sé muy bien con quién me voy a casar —respondió James
dejando su vaso sobre el escritorio sin apartar la mirada.
—¿Lo sabe? —preguntó Buitre acercándose, invadiendo su
espacio—. Usted no tiene idea de quiénes somos, milord.
Albert se dispuso a levantarse de la butaca, pero Julian lo detuvo
negando con la cabeza. Albert lo miró preocupado, pero se mantuvo
sentado.
—Estaré pendiente del bienestar de mi hermana, no crea ni por
un instante que se la llevará lejos para poder hacer con ella lo que le
plazca —le advirtió.
—¿Qué clase de hombre piensa que soy? —respondió
perdiendo la paciencia.
—Espero que por su propio bien sea un hombre honorable,
porque de lo contrario no vivirá mucho tiempo —le amenazó.
—¡No me amenace!
—Esto es inaceptable —exclamó Albert.
Julian se puso en guardia vigilando los movimientos del duque.
—Si firma ese contrato, milord… —le palmeó el hombro para
sorpresa de todos—, estará amenazado hasta el día de su muerte.
Le aconsejo pensarlo bien.
—¡No tengo nada que pensar! Juliana será mi esposa —
respondió James sosteniéndole la mirada, rehusando a dar un paso
atrás.
El sentido común se impuso a la furia que le recorría el cuerpo,
no podía tomarse el riesgo de que el hombre se negara a darle a
Juliana por esposa, el solo pensarlo le revolvía el estómago, Juliana
era suya.
—Tiene mi palabra de honor que velaré por su bienestar —
respondió pausadamente, negándose a perder los estribos.
—Quiero que entienda que no soy un caballero ni pretendo serlo.
Su vida va a depender de la felicidad de mi hermana. —La voz de
Buitre se escuchó distante, pero la amenaza estaba presente.
—Tranquilicémonos. —Albert se puso de pie y se acercó a su
hijo—. Su hermana, señor Brooksbank, será la esposa de mi
heredero. Además de que espero poder ver nietos antes de irme al
otro mundo, le doy mi palabra de honor de que haremos todo lo
posible para que sea feliz entre nosotros.
—¿Por qué ha aceptado una esposa sin linaje para su hijo? —
Albert no comprendía la actitud de los hermanos, hubiese jurado
que estarían deseosos de que su hijo se casara con la hermana, la
joven escalaría vertiginosamente dentro de la escala social donde
se movían.
—¿Tiene hijos? —preguntó Albert.
—Todavía no.
—Cuando tenga comprenderá que hay momentos en los que
deberá echarse a un lado. James es el único que sabe cuál es la
mujer correcta para él, ha escogido a su hermana y yo acepto esa
decisión, con ello le estoy diciendo que confío en su buen juicio; ser
padre, señor Brooksbank, es algo más que dar órdenes y mantener
la supremacía —contestó Albert mirándole con firmeza.
El abogado carraspeó intentando recordarles a los señores el
propósito de la reunión.
—Caballeros, les ruego que comencemos con las estipulaciones
requeridas en el contrato. Señor Brooksbank, necesito escuchar de
sus labios que da el consentimiento para el matrimonio —urgió el
abogado.
Buitre intercambió una mirada resuelta con Julian, quien le indicó
con un asentimiento de cabeza que diera su conformidad.
—Doy el consentimiento —respondió áspero.
—La dote, señor Brooksbank. —El abogado volvió a meter la
pluma en el tintero con expresión adusta y continuó escribiendo en
el libro, pero cuando escuchó la cantidad de la dote la pluma se le
quedó en el aire y manchó la página. Los miró sin ocultar su
sorpresa ante la exagerada cantidad.
—¿Debe ser más? —preguntó Julian al ver la expresión del
abogado—. Entonces daremos el doble el dinero, no es problema —
dijo levantando la mano, haciendo un gesto de desdén.
—No quiero ese dinero —les dijo James—, yo no necesito ese
dinero.
—No hay necesidad de doblar la cantidad, señor Brooksbank —
acotó el abogado secándose la frente con su pañuelo—. Le
recuerdo, milord —dijo girándose a mirar a James—, que la dote
debe estar dentro del contrato, lo que usted haga con ese dinero no
es asunto del señor Brooksbank —enfatizó.
—Me gusta su abogado —le susurró Julian a Albert.
Albert se giró a mirarlo sin dar crédito a que ese rufián sería
ahora parte de su familia. «¿En qué se estaban metiendo?», pensó
abrumado.
—¿Hay alguna disposición adicional? —preguntó acalorado el
abogado ante la tirantez dentro de la estancia.
—Deseo casarme dentro de dos semanas —dijo James
tensando la mandíbula.
—¿Señor Brooksbank? —preguntó el abogado dirigiéndose a
Nicholas—. Deseo recordarle que su hermana tiene derecho a seis
meses de cortejo que usted puede exigir en este contrato.
—Pero ¿quién demonios te paga el salario? ¿No es mi padre? —
le preguntó James impaciente.
—Mi deber es mantener a las partes informadas de sus
derechos, me sorprende que usted me haga esa recriminación —lo
regañó el abogado, severo.
—Le doblo el salario de lo que le está pagando el duque. —
Julian se acercó y le puso la mano en el hombro, lo que hizo que el
abogado quedara desconcertado.
—¡Deje a mi abogado en paz! Sea formal, joven, que no está en
una taberna en Plaistow.
—¿Ha estado en Plaistow? —preguntó socarrón Julian.
—Yo también fui joven —le respondió Albert disgustado
sonrojándose un poco, para la sorpresa de los presentes.
—¿Podríamos proseguir? —interrumpió Buitre—. Si estuvo en
una taberna en Plaistow, milord, yo diría que fue un joven bastante
irreverente.
—¿Estuviste en ese suburbio? —preguntó James dejándole ver
su sorpresa.
—No pienso hablar de eso contigo, James —respondió mirando
a Julian, malhumorado.
—La ceremonia será en la modesta capilla del Whitechapel —
anunció Buitre, lo que ocasionó que el abogado mirara preocupado
a James.
—¡Pero eso es imposible! —interrumpió el duque de Lennox—.
James es mi único hijo, se espera que por lo menos se case en
alguna de las catedrales —le contestó Albert acercándose a Buitre,
que lo miró fríamente sin importarle su comentario.
—Mi hermana lo dispuso así, es su única condición para el
matrimonio tan apresurado que quiere su hijo —respondió Buitre
señalando a James.
—Padre… —James le advirtió con la mirada.
—Acabo de enviar una carta para tu abuelo, ¿sabes lo que es
llevar al viejo a un lugar como Whitechapel? Si no me ha asesinado
en todos estos años, seguramente, ahora tendrá un buen motivo —
respondió acalorado.
—Para echarse la soga al cuello da lo mismo estar en la capilla
del Whitechapel que en la Catedral de Westminster, en ambas
saldrás de allí ¡jodido! —se rio Julian tomando un trago, disfrutando
de la cara de disgusto del padre del marqués.
—¡Cállese, joven!, usted no tiene idea de lo que es tener un
suegro como el mío.
—Si ella quiere la boda en el suburbio del Whitechapel, allí será
—le dijo James con una expresión que no admitía réplicas.
James solo quería que la boda se efectuara en el plazo de dos
semanas, donde fuera le era indiferente.
Albert cerró los ojos, contrariado, ya se imaginaba al viejo
llegando con su séquito de salvajes al East End; seguramente, con
su suerte se enteraría toda la nobleza. No se extrañaría que
tuviesen un encabezado en el diario Morning Post, su dueño no
perdía ocasión en ridiculizarlos a todos, todavía no entendía cómo
Jorge no le había puesto un freno al maldito periódico.
—¿Tan malo es el abuelo del marqués? —preguntó Julian
curioso.
—Es el laird más temido de toda la alta Escocia, y mi hijo es el
mayor de todos sus nietos varones —respondió apesadumbrado—.
Asegúrese de controlar su lengua —le advirtió.
Julian sonrió ladino, a pesar de lo estirado que parecía el duque,
se había ganado rápidamente su respeto, se notaba el amor que
tenía por su hijo. Sintió un inesperado aguijón de celos,
seguramente, la vida de ellos hubiera sido muy diferente si hubiesen
tenido un padre como el duque de Lennox. El pobre no tenía idea de
quién eran ellos; en realidad, si hubiese sido así, habría hecho lo
imposible por que su hijo se casara con alguna de las jovencitas
pálidas que había visto en el salón de baile. Julian se había
sorprendido del aspecto tan inocente de muchas; seguro que con
algunos minutos a su lado varias caerían a sus pies desmayadas.
Se concentró nuevamente en lo que estaba ocurriendo a su
alrededor, clavó los ojos en su hermano. Si el marqués seguía
presionando a Buitre, tendría que intervenir, al contrario de Buitre, él
sí podía ver las ventajas de ese matrimonio.
Tener a los Lennox como familia política sería muy beneficioso
para sus negocios. Les daría ese aire de respetabilidad que ellos
sabían bien no lo podían obtener con dinero.
—Acepto la disposición de Juliana. ¿Algo más? —James le hizo
una señal al abogado para que siguiera anotando.
—¿Dónde residirán? —preguntó sorpresivamente Buitre.
James se sorprendió por la pregunta, estaba seguro de que el
hombre había estado averiguando así que no entendió cuál era su
preocupación.
—La mayoría del tiempo estaremos en mi propiedad en Escocia,
crio caballos y me gusta trabajar con ellos personalmente.
—Mi hijo tiene su propiedad dentro del castillo de Balmoral. Yo
vivo en el castillo —les dijo Albert.
—Mañana al amanecer debo regresar a Londres, dentro de dos
semanas se oficiará el matrimonio en la capilla del Whitechapel —le
dijo James mirándolo decidido.
—¿Están todos conformes? —preguntó el abogado ansioso por
salir de allí.
—Conforme —ratificó Buitre—. Quiero que se reúna con mi
abogado —le dijo en un tono que no admitía réplica.
—Sí, señor —contestó el abogado.
—Conforme —aceptó James aliviado.
—Firmen las estipulaciones —los apremió el abogado
poniéndose de pie para dejarles espacio para que firmaran.
James abandonó la biblioteca dejando a su padre con los dos
hermanos, había tenido que hacer un gran esfuerzo para controlarse
y necesitaba tranquilizarse. Deseaba regresar al baile para sacar a
bailar nuevamente a Juliana, pero el tener que entrar de nuevo al
salón lo detuvo, decidió continuar hacia su habitación; de todas
maneras, tendría que salir muy temprano.
Lo mejor sería evitar estar a solas con la joven, tenía tantos
deseos de ella que lo más probable cometería una imprudencia. No
deseaba asustarla con su fogosidad, ella era toda una tentación, sus
pechos tan llenos le hacían salivar, el solo pensar en tenerlos en su
boca le ponían duro y anhelante. Suspiró exasperado mientras
subía las escaleras.
Rogaba por que Juliana estuviese a la altura, porque de lo
contrario no tenía idea de lo que haría, tal vez debió esperar a
conocerla mejor, a estar seguro de que ella no se asustaría ante su
vehemente pasión. Se adentró por el pasillo que llevaba al ala oeste
de la mansión, su habitación estaba cerca de la de Richard, justo
cuando estaba llegando casi tropieza con lady Wessex, que siguió
de largo casi corriendo. «Eres un maldito bribón, Richard», pensó
deteniéndose a mirar a la joven, que se perdió de vista al doblar
hacia el ala este.
Se acarició distraído su incipiente barba antes de continuar hacia
su recámara. Al pasar frente a la habitación de Richard, sintió voces,
pero siguió de largo, estaba seguro de haber visto a la madre de su
amigo entre los invitados, seguramente, esa voz femenina era ella.
«¿En qué andas, hermano?», se preguntó con sarcasmo mientras
abría la puerta.
James se arrancó el lazo de seda blanco del cuello mientras
cerraba la puerta. Se giró distraído pensando en lady Jane, la joven
parecía realmente mortificada. Con descuido fue abriendo su camisa
con la intención de acostarse un rato antes de tomar un baño, pero
sus intenciones quedaron canceladas cuando sus ojos se toparon
con la figura de Juliana sentada sobre la cama. «Estás en
problemas, James», se advirtió.
La habitación estaba escasamente iluminada por una lámpara de
Voltaire en la mesa de noche al lado de la cama, su respiración se
hizo más agitada al saberla sola allí con él. Su mente lujuriosa
comenzó a enviarle miles de imágenes de Juliana desnuda sobre la
cama. «Detente», se recriminó sabiendo que la joven no estaba allí
en busca de intimidad.
—Necesito saber qué ha ocurrido en la reunión con mis
hermanos, no podré conciliar el sueño sin tener noticias y supongo
que Nicholas y Julian no me dirán nada. —Juliana se agarró al poste
de la cama mordiéndose el labio inferior de los nervios.
James se acercó despacio y se sentó a su lado en la enorme
cama, se aseguró de no tocarla. Se retiró el cabello de la cara,
inhalando hondo.
—Serás mi esposa dentro de dos semanas, es lo más que puedo
esperar —le respondió mirando el fuego de la chimenea, rehuyendo
el contacto visual con ella.
Juliana miró su barbilla tensa y supo de inmediato que él se
estaba controlando para no tocarla. En ese momento se alegró de
haber sido criada entre prostitutas y burdeles, no era que supiese
gran cosa de la intimidad entre un hombre y una mujer, pero sí
recordaba conversaciones entre las mujeres que trabajaban en los
burdeles que regentaban sus hermanos. Había escuchado muchas
conversaciones indiscretas escondida debajo de las mesas. Tal vez
esa fue la razón principal para que su hermano la enviara lejos,
posiblemente su insaciable curiosidad la hubiese metido en serios
problemas a muy temprana edad.
—Me deseas —le dijo acariciando su mejilla con su mano
enguantada.
James cerró con fuerza los ojos y los puños, la necesidad de
derramarse dentro de ella era abrumadora, jamás había sentido un
deseo tan salvaje por alguna mujer.
—Mo nighean —suplicó—, no tienes idea de qué me haces
sentir.
—Yo también deseo sentir tus labios sobre los míos —susurró
caldeando más el ambiente con su dulce voz.
—No es solo eso lo que deseo en estos momentos —respondió
sin atreverse a mirarla, sentía que las manos le temblaban por la
necesidad.
Juliana se levantó y despacio se acomodó entre sus piernas, se
mordió el labio cuando lo vio abrir los ojos y encontrar su mirada,
pudo ver su tormento y eso, lejos de asustarla, le dio valor.
—Sé lo que pasa entre un hombre y una mujer —le dijo mientras
admiraba el musculoso pecho que se dejaba ver debajo de la
camisa abierta.
—¿Qué sabes? —preguntó James dudoso de que ella supiese
exactamente de qué se trataba la fornicación.
—Sé que tienen que estar desnudos y la mujer debe ser muy
complaciente. —Juliana sonrió al ver la extrañeza de James.
—¿Quién te dijo eso? —indagó con curiosidad.
—Se lo escuché decir una vez a una de las mujeres que
trabajaba en uno de los burdeles que regentaba mi hermano antes
de enviarme lejos. También escuché que se debía besar la
entrepierna del hombre con mucho cuidado de no lastimarle —le dijo
confiada de sus conocimientos amatorios.
James no sabía qué demonios decir, se veía tan preciosa
intentando demostrarle lo aventajada que era que no tenía el valor
para decirle que fornicar era mucho más que estar desnudos y
besarle la entrepierna.
—¿Confías en mí? —le preguntó con los ojos brillándole de
malicia.
—Sí —respondió entrecerrando la mirada con sospecha ante su
pícara sonrisa.
—Mo nighean —susurró James—, estoy ardiendo por ti —
murmuró sobre sus labios.
—Bésame —suplicó deseosa de volver a sentirlo.
Juliana llevó su mano hasta el pecho de James y tomó entre sus
dedos un crucifijo de plata que descansaba sobre sus vellos rubios.
Su estómago se contrajo al sentir su característico olor.
—Ayúdame, mo nighean, tus hermanos merecen respeto. Si te
toco, ya no podré detenerme —le dijo con su voz ronca por el
deseo.
—James —susurró su nombre suplicante.
—¿Sabes lo que deseo en estos momentos? ¿Estás dispuesta a
escuchar honestidad? —le dijo tomando su rostro entre sus manos.
Ella asintió sin soltar el crucifijo.
—Me estoy muriendo por besar tus pechos, sueño con acariciar
con mi lengua cada rincón de tu cuerpo.
—James. —La respiración de Juliana se agitó al escucharle
hablar con tanta pasión, ella podía ver la necesidad en su mirada—.
No quiero decepcionarte.
—Un hombre que es un buen amante, princesa, muestra a su
mujer el camino de la pasión, no hay manera en que puedas
decepcionarme teniéndome a mí como tu maestro. Soy un hombre,
Juliana, no un jovenzuelo inexperto, lo que siento por ti es una
pasión muy fuerte. Me voy a asegurar de mostrarte todos los
placeres que se pueden encontrar entre las sábanas de nuestro
lecho conyugal—. La vehemencia de sus palabras le llegó al alma,
si todavía sentía algo de dudas sobre sus sentimientos, allí con su
rostro entre sus manos supo a ciencia cierta que lo amaba, que ese
hombre era su alma gemela—. Quiero entrar en ti, mo nighean,
quiero hundirme entre tus piernas hasta que estemos tan unidos que
se nos haga imposible respirar —le dijo atormentado soltando su
rostro para abrazarla—. Te imagino en mi lecho de muchas maneras
y todas ellas inapropiadas para una dama.
Juliana correspondió a su abrazo aferrándose más a él,
escondiendo su rostro en su cuello.
—No quiero que te escondas de mí, James, quiero que me
muestres cómo puedo amarte —le pidió suplicante contra su cuello.
James la abrazó con fuerza aspirando su olor, se sentía en el
cielo, sabía que lo que la joven le estaba haciendo sentir era algo
más que deseo, en todo aquello había sentimientos envueltos que
hasta ahora se había negado a asumir. Allí, abrazado a ella, tenía
que admitir que había estado aterrado de que sus hermanos le
negaran su mano. Ella se estaba adueñando de su alma, y a él le
importaba muy poco su suerte, lo único verdadero era ella entre sus
brazos para siempre.
A regañadientes la apartó un poco de su pecho, miró con
hambre sus hombros desnudos y como en trance su boca se deslizó
por su piel inmaculada dejando una hilera de besos, con los dientes
bajó el corpiño y se sorprendió de la ausencia de un corsé.
—¿Y el corsé? —preguntó más para sí mismo que para Juliana.
—No me gustan —respondió insegura acariciando su cabello.
—Me vas a volver loco, mo nighean. —James bajó un poco más
la prenda y salivó al ver el generoso pecho rosado libre. Sin poder
detenerse, abrió los labios y chupó con hambre, se aferró a su
cintura mientras le mostraba su necesidad de ella.
El gemido agónico de la joven lo hizo reaccionar, se apartó de
golpe subiéndole el corpiño, ambos respiraban con dificultad.
—Debes regresar a tu habitación —le dijo con esfuerzo.
—¿James? —preguntó todavía nublada por la pasión.
—No quiero que tus hermanos tengan ninguna excusa para
alejarte de mí —respondió tomando su rostro nuevamente entre sus
manos—. Deseo que en nuestra primera vez juntos no haya ninguna
preocupación entre nosotros, deseo tu absoluta entrega y un
revolcón rápido en esta cama no es lo que se merece la futura
marquesa de Lennox, para mi mujer lo quiero todo.
—¡Oh, James! —respondió emocionada hasta las lágrimas, no
podía creer que aquel hombre se fuera a convertir en su marido—.
No hubiese podido hacer nada para detenerte porque quiero todo
contigo. Y tienes razón, mis hermanos merecen respeto —respondió
apenada.
James la abrazó intentando tranquilizar su espíritu, había tenido
que hacer un esfuerzo sobrehumano para detenerse. Estaba seguro
de que no podría conciliar el sueño en lo que restaba de noche.
—Te llevaré a tu habitación —le dijo poniéndose de pie,
manteniéndola cerca de su cuerpo mientras le arreglaba el corpiño.
Sus manos acariciaron sus brazos con delicadeza hasta llegar a
sus hombros, donde se detuvo.
—Prométeme que no tendrás miedo de mí, princesa. —Juliana
pudo sentir su preocupación en su voz ronca y varonil.
Juliana no podía apartar el rostro de James, era un hombre que
quitaba el aliento. Se sentía intimidada, pero a la vez la atracción tan
fuerte que él le provocaba le hacía imposible dar un paso atrás.
—¿Qué te preocupa? —preguntó humedeciéndose los labios.
—Soy un hombre grande, mo nighean.
—Eres perfecto —respondió ella mirándolo arrebolada.
Una sonrisa radiante afloró de los labios de James, le habían
dicho muchas cosas, pero era la primera vez que le decían que era
perfecto y, viniendo de ella, se sintió pletórico.
—Soy grande, princesa. —James se bajó para estar a la altura
de su rostro en todos los sentidos.
—¿Qué quieres decir? —preguntó entrecerrando la mirada.
James la soltó de un hombro y, tomando su mano enguantada, la
llevó a su entrepierna, que estaba dura por el deseo insatisfecho.
Juliana abrió los ojos con sorpresa ante la inesperada acción de
James.
—Me hubiese gustado cortejarte, mostrarte lentamente los
caminos de la pasión. Pero no puedo esperar, mi necesidad de ti es
demasiado grande como para arriesgarme a deshonrarte y
deshonrar mi apellido. —James mantuvo la mano de Juliana
aprisionando su entrepierna, mientras la miraba suplicante—. No te
quiero a ciegas en nuestra noche de boda, jamás he yacido con una
mujer virgen y necesito tu total confianza. Soy un hombre
apasionado, mo nighean, lo mío no es la oscuridad, estarás
totalmente desnuda entre mis brazos y deseo que participes de
buen grado en todo lo que hagamos —le dijo mientras apretaba más
la mano de la joven contra él.
Juliana no podía articular palabra alguna, James mantenía su
mano firmemente apretada contra el bulto entre sus piernas y ella
podía sentir que el pantalón se agrandaba cada vez más, ¿qué se
suponía debía decir? En la escuela de señoritas se había enfatizado
en mantener el pudor y la inocencia en todo momento, una mujer no
debía hablar estas cosas con su marido. Y aquí estaba su futuro
esposo hablándole de una manera franca, sincera y honesta de lo
que él esperaba de su mujer. Una sensación de alivio la invadió al
saber que tal vez ellos también podrían gozar de la intimidad que
reconocía en el matrimonio de su hermano.
No creía que fuera propio decirle que había visto a sus hermanos
desnudos muchas veces, el cuarto donde habían vivido en su niñez
era bastante estrecho. Prefirió mantenerse en silencio y utilizar su
escaso conocimiento en favor de ella, descendió su mirada hasta su
mano y, para sorpresa de James, acarició la entrepierna de manera
circular.
James abrió los ojos por la inesperada caricia, Juliana abrió sus
labios disfrutando la expresión de deseo en el rostro de él.
—Tendrás que mostrarme qué hacer, te prometo ser una alumna
muy aplicada —le dijo confiada.
—¿Más que en la escuela de señoritas? —preguntó con
diversión.
—Mucho más, milord —aclaró riendo mientras se dirigían a la
puerta—. No pienso permitir que nadie más vuelva a poner una
mano en su cuerpo —le dijo resuelta.
James la tomó por la cintura y la levantó del suelo, la besó con
arrebato. Su palabras posesivas habían estrujado su corazón, le
gustaba que ella lo sintiese suyo porque de esa misma manera la
sentía también él.
El marqués se separó, la dejó con delicadeza en el suelo, abrió
la puerta y la hizo detenerse, con la intención de asegurarse de que
nadie estuviese en el pasillo.
James salió y se encontró de frente con Buitre, que estaba
recostado en la pared frente a la puerta de la habitación con los
brazos cruzados en el pecho. Su mirada se clavó en James, quien lo
miró desafiante.
—Usted, milord, me está haciendo merecedor del cielo, todavía
no entiendo cómo sigue vivo —le dijo Buitre con frialda.
Juliana fue la primera en reaccionar, empujó a James para que la
dejara enfrentarse a su hermano.
—Nicholas, yo…
—Tranquila, princesa, tu hermano sabe que solo estábamos
conversando, la llevaba a su habitación, pero le agradeceré que la
escolte hasta allí. —James acercó la mano de Juliana a su boca y la
besó.
Nicholas no desvió la mirada de James con un deseo inmenso
de enviarlo al mismísimo infierno, pero no podía culparlo por
completo, su hermana había entrado sola a la habitación. Uno de
sus hombres le había informado que había sido ella quien se había
dirigido a la habitación del marqués.
Descruzó los brazos y se acercó a Juliana, la tomó del brazo sin
decir nada.
—Señor Brooksbank… —lo detuvo James.
—Manténgase alejado de mi hermana, marqués —le respondió
con frialdad—, hasta el día de la boda, no es bueno presionarme —
advirtió sujetando a Juliana por el codo, alejándose sin esperar
respuesta.
—Lo siento —murmuró incómoda a su lado—. Fue culpa mía.
—Es un buen hombre, Juliana —admitió girándose a mirarla
mientras caminaban por el silencioso pasillo.
—Lo sé, no quiso aprovecharse de mi inexperiencia, creo que
estoy enamorada, Nicholas —le dijo aferrándose más a su brazo—,
deseo con toda mi alma que me mire algún día como miras a Kate.
—¿Cómo miro a Kate? —preguntó entrecerrando la mirada.
—Como si quisieras devorarla —respondió sonriendo—, como si
fuese todo tu mundo.
Buitre se negó a caer en la trampa, tuvo que hacer un gran
esfuerzo para mantenerse serio. «Por eso es por lo que sigue vivo,
porque puedo ver que ya eres dueña de su alma», pensó antes de
abrir la puerta la habitación de Juliana para que entrara.
CAPÍTULO 12
Juliana miraba pensativa a través de la ventanilla del carruaje,
desde que había salido de la habitación de James, no lo había
vuelto a ver. Aquella noche su hermano Julian se había empeñado
en dormir en su cuarto y no había escuchado razones,
seguramente, Nicholas le había dado instrucciones para no dejarla
sola en ningún momento. Arrugó el entrecejo al recordar el
vergonzoso momento en que vio a su hermano recostado en la
pared esperando porque ellos salieran de la habitación. Se llevó las
manos a la cara al pensar en lo que hubiese pasado si Nicholas
hubiese entrado y visto lo que James les hacía a sus pechos; gimió
ante el vergonzoso pensamiento.
Tenía los nervios a flor de piel, sentía un miedo terrible a que sus
hermanos perdieran la paciencia con su prometido, ella sabía que
Nicholas estaba haciendo un gran esfuerzo por contenerse, suspiró
y regresó sus manos a su falda. Lo mejor era que James no la
buscara hasta el día del matrimonio, ese hombre le quitaba el
aliento, era incapaz de pensar con coherencia cuando lo tenía frente
a ella. Todas las noches se iba a la cama con el recuerdo de su
camisa abierta, su pecho la había cautivado, solo podía pensar en
acariciarlo no solo con sus manos, su lado perverso quería
recorrerlo con su boca. Cerró los ojos angustiada sintiéndose
culpable de lo que sentía, varias veces se había tenido que levantar
y lavar su cara en la jofaina para refrescarse, su cuerpo entero
clamaba por él, el sentimiento era tan fuerte y primario que la
asustaba.
Se obligó a cambiar el rumbo de sus pensamientos, estaban muy
cerca de su destino y no deseaba que nadie notara su inquietud. Al
recordar la cena navideña donde además se celebró el bautizo de la
hija de la duquesa de Cleveland y la boda de Mary, su dama de
compañía, Juliana tuvo que admitir que tuvo la oportunidad de
conocer a mucha de la aristocracia de elite. La duquesa de
Cornualles la había sorprendido gratamente, la elegante dama la
había invitado a su fiesta de apertura de temporada que, aunque ya
estaría casada, sin duda haría acto de presencia con su futuro
esposo.
James le había enviado todos los días un exquisito ramo de
rosas, acompañado de una enorme caja de bombones franceses
que ella había saboreado con verdadero deleite. Juliana inclinó la
cabeza para mirar por la ventanilla cuando sintió el carruaje
detenerse frente a las escalinatas de Syon Hous. Instintivamente, se
arregló su sombrero azul y sonrió emocionada al ver a Cloe
esperándola en lo alto de las escaleras.
El cochero le dio la mano para ayudarla a descender, alisó su
abrigo y se dispuso a subir. Juliana no podía dejar de admirar la
serena belleza de la mujer que la había criado como si fuese su hija.
Antes no había caído en la cuenta de ese porte aristocrático que era
parte de Cloe, la manera pausada de hablar, la elegancia de sus
movimientos, todo en ella gritaba sus orígenes.
—Querida —la abrazó Cloe con emoción—, todavía no puedo
creer las buenas nuevas —le dijo separándose para mirarla
emocionada.
—Yo tampoco, jamás pensé que podría gustarle a un hombre
como él —respondió con los ojos brillando de la emoción.
—Quiero que me cuentes quién es, Kate solo me avisó que
Nicholas había autorizado el matrimonio —le dijo mientras ponía su
brazo sobre el de ella para entrar en la mansión. —Eres una joven
hermosa con un gran corazón, cuando Kate me anunció sus
intenciones de presentarte en la próxima temporada nunca tuve
dudas de que tendrías varias proposiciones matrimoniales.
Juliana la miró con afecto, Cloe había sido el ancla de todos, le
debían muchísimo. La risa de los niños que se escuchaban a lo lejos
atrajo su atención y la hizo sonreír de gusto, se respiraba magia
entre aquellas paredes.
—Es maravilloso lo que mi hermano ha hecho aquí —dijo Juliana
mientras la seguía—, los niños parecen muy felices.
—Nicholas quiere a los niños seguros, supongo que eso le da un
poco de paz. Y a mí me ha dado un nuevo motivo para seguir —
respondió Cloe señalándole los prados donde varios niños jugaban
con perros labradores.
—Él hubiese dado cualquier cosa por que nosotros hubiésemos
tenido un lugar seguro donde vivir…, dormía al pie de la puerta de la
entrada del cuarto vigilante para que nadie entrara. —Juliana se
entristeció al recordar todo lo que tuvo que aguantar su hermano
sobre sus hombros para que ellos pudiesen salir vivos de tanta
violencia.
—La vida nos quita, la vida nos da, somos responsables de
crecer en medio de cualquier adversidad, y todos mis hijos lo han
hecho, incluido Demonio —respondió Cloe. Varias institutrices las
saludaron al pasar por su lado, pero siguieron de largo—. Lo que
viviste debes utilizarlo sabiamente para edificar tu hogar, enseña a
tus hijos la importancia de la lealtad, del amor a la familia, del
respeto a la vida, y verás cómo obtienes buenos frutos al final del
camino.
Juliana asintió conmovida, se le hizo un nudo en la garganta al
pensar en que muy pronto ella comenzaría a construir una nueva
vida junto a James, que incluía hijos; sintió latir de gozo su corazón.
Siguió a Cloe en silencio por el largo pasillo meditando sus palabras.
Al llegar frente a la puerta de su oficina, la imagen de Demonio vino
a su mente, no lo había visto en todos los meses que ya llevaba en
Londres.
—Cloe, ¿has visto a Demonio? —preguntó curiosa, siguiéndola
adentro.
—¿Me has invocado? —preguntó un hombre completamente
vestido de negro, sentado en el escritorio que tomaba gran parte de
la estancia, mientras se fumaba un cigarro.
Juliana gritó sorprendida y rodeó el escritorio para acercarse a
besarlo. Había compartido muchas horas de juego con él antes de
salir de Londres; fue precisamente él quien la enseñó a jugar cartas.
Demonio se puso de pie para abrazarla con ese cariño sincero de
hermanos que siempre había sentido por ella y que Buitre había
malinterpretado.
Los hermanos Brooksbank jamás le habían creído que su interés
por la pequeña Juliana era solo un cariño fraterno, lo que ellos no
sabían era que la joven tenía mucho parecido físico con su única
hermana. Antes de llegar al East End, él había vivido un verdadero
infierno: ver morir a su pequeña hermana de tan solo dos años en
sus brazos a causa de los golpes de su padre borracho fue el
detonante para un camino de no regreso.
Su padre había sido su primer asesinato a sangre fría.
Probablemente esa noche perdió su humanidad, había hecho sufrir
al maldito por horas. Y al final había acabado con su vida sin sentir
ningún tipo de remordimientos.
Mientras abrazaba a Juliana, todavía podía sentir la malsana
satisfacción de haber matado a su padre con sus propias manos. Él
tenía claro que para su alma ya no había redención, tenía las manos
manchadas de sangre y no deseaba limpiarlas. Matar se había
convertido para él en una forma de mitigar su coraje contra la pena
de no haber podido hacer nada por ellas, al contrario de Buitre, él no
había tenido esa oportunidad.
—¿Por qué no me has visitado? —lo encaró la joven buscando
su mirada. Sonrió al ver aquellos extraños ojos, uno de un color azul
claro, mientras el otro era de un verde jade—. Me siguen asustando
tus ojos, Demonio —le dijo persignándose, haciéndole sonreír de
medio lado.
—Son pocos los que los ven de cerca —respondió sin soltarla y
mirándola embelesado—. Ahora comprendo por qué Buitre ya te
consiguió marido, sería peligroso tenerte husmeando por el barrio
como cuando eras una niña.
Juliana rio encantada ante el recuerdo, Demonio la había
escondido muchas veces de la furia de Buitre.
—Fui yo la que le tendí una emboscada al marqués —le
respondió Juliana.
—¿Cuándo llegaste? —preguntó Cloe acercándose, tomando la
precaución de no tocarlo, Demonio nunca había permitido que nadie
lo tocara, salvo Juliana.
—Hace unas horas —respondió escueto apartándose de Juliana
—. Al parecer, con el matrimonio de Buitre cambiarán muchas cosas
por aquí.
Cloe asintió mirándolo con intensidad, si Demonio había
regresado a Londres, era para tomar el lugar del ejecutor. Se llevó la
mano a la cadena que llevaba en su pecho, donde descansaba el
anillo de sello del ducado de Tankerville, el cual la había
acompañado por los últimos treinta y cinco años. Lo acarició
distraída mientras pensaba en las consecuencias de ese retorno
para el East End. Había intentando apartar a Demonio de la
violencia, pero, al igual que con Sombra, había sido inútil. Se
conformaba con saber que ambos se habían educado, aunque
fuese a regañadientes, había tenido que luchar mucho para que
todos se expresaran con corrección y aprendieran todas las normas
de etiqueta. Todos sus hijos, hasta el indescifrable Demonio, sabía
comportarse como un verdadero caballero, y eso le daba una
satisfacción indescriptible. Haberlo logrado fue su mayor premio
ante todo lo sufrido.
—¿Juliana? —La entrada intempestiva de Rachel a la estancia
sacó a Cloe de sus cavilaciones. Regresó su atención a los
presentes.
—La señora Cloe me ha dicho que te casas y no quise
arriesgarme a que te fueras sin felicitarte. —Rachel se giró apenada
hacia Cloe—. Discúlpeme, señora Cloe, pero es que le debo
demasiado a Juliana, sin ella seguramente todo hubiese sido mucho
más difícil.
—No te preocupes, Rachel —respondió Cloe tranquilizadora.
—Me caso con un marqués muy apuesto —le dijo Juliana
acercándose emocionada.
—¿Con un marqués? —exclamó Rachel con los ojos abiertos
por la sorpresa, sin darse cuenta de la mirada de interés del hombre
recostado en la ventana, quien no perdía detalle de su largo cuello
de cisne totalmente expuesto por el riguroso rodete sobre la
coronilla de su cabeza.
«Chupar hasta dejar mi marca», pensó relamiéndose con la
imagen oscura de él sobre esa inmaculada piel.
—Todavía no lo puedo creer —respondió Juliana—. Todo ha sido
muy sorpresivo.
—¿Y Louise? Estoy segura de que se mortificará si te casas y
ella no está presente —le recordó.
—Llegará mañana —respondió asintiendo—. ¿Estás bien? No
hemos podido conversar desde que mi hermano te trajo para Syon
House —preguntó buscando la verdad en el rostro de Rachel.
—Me encanta Syon House, y la señora Cloe es maravillosa —le
dijo señalando a Cloe, quien sonrió apenada.
—¿Quién eres? —La voz de Demonio a sus espaldas puso en
guardia a Rachel, que se giró a mirar al dueño de esa voz tan
profunda.
—La señorita Wolvering es mi ayudante personal y aspiro a que
en un futuro sea ella la que tome mi lugar dirigiendo la casa de la
golondrina —le dijo Cloe advirtiéndolo con la mirada.
Rachel palideció al ver su aspecto amenazante, tenía el cuello
pintado de tinta al igual que sus manos. «¿Cómo pudo hacerle eso a
su piel?», pensó alterada, jamás había visto a un hombre así antes.
Además, para completar su extraña presencia, sus grandes ojos no
tenían el mismo color, lo que le daba un aspecto sobrenatural.
Rachel no se consideraba una mujer religiosa, pero en ese mismo
instante deseó persignarse ante la sensación de que estaba frente a
una figura del mal.
—Demonio es uno de los hijos que la vida me regaló.
Para Cloe no pasó desapercibida la mirada de interés en el
rostro de Demonio, se prometió estar alerta para evitar que Rachel
se lo encontrara a solas, la joven no podía ocultar sus orígenes
aunque se disfrazara y no permitiría que se rebajara a ser la amante
de Demonio.
—¿Demonio? Pero eso no es un nombre. —Rachel le sostuvo la
mirada a pesar del temblor que sentía por todo su cuerpo.
—Es el mío. —Dio un paso atrás al verlo acercarse. Se molestó
consigo misma por haber permitido que él sintiera su temor—.
Asegúrese de recordarlo.
—¡Deja de asustarla! —lo regañó Juliana y le dio una palmada
en el brazo con su abanico.
—Debe tener un nombre —insistió Rachel ladeando el rostro
para poder observar mejor el dibujo que salía de su cuello.
—Jamás nadie me llamara por él —respondió acerado.
—No lo tomes en cuenta, Rachel, ve al cuarto de cunas, me
temo que tendremos que conseguir más doncellas que nos ayuden
con los bebés, ya le comenté a Kate la necesidad de más ayuda —
se interpuso Cloe.
—Lady Kate me anunció que la duquesa de Edimburgo
comenzará a venir desde mañana y estará de voluntaria en la
habitación de cunas —le informó Rachel.
Cloe la miró con sorpresa ante la mención de uno de los títulos
nobiliarios más importantes de la corte.
—¿Una duquesa ayudará en el cuidado de los bebés? —
preguntó con sarcasmo Demonio.
—Es muy extraño —aceptó Juliana.
—Parece ella se ofreció en una velada en la que ambas
coincidieron —respondió Rachel—. Lady Kate piensa que tenerla
entre nosotros puede ser beneficioso para el futuro de los niños. Su
esposo, el duque de Edimburgo, es sobrino del monarca.
—¿Él la autorizó a venir? —Cloe frunció el entrecejo,
preocupada.
—Lady Kate solo me mencionó que desde mañana la duquesa
sería una de las voluntarias para ayudar en Syon House. ¿Qué
sucede, Cloe? —preguntó Rachel preocupada.
—Es extraño —aceptó Cloe—, pero si ella está dispuesta a
ayudarnos, asegúrate de que se le provea todo lo que necesite.
Adviérteles a las doncellas que, aunque su excelencia estará aquí
de voluntaria, posee uno de los títulos nobiliarios más importantes,
debe tratársele con deferencia en todo momento.
—Sí, señora —respondió Rachel volviendo su atención a
Demonio—. Espero, señor, que nos continúe visitando —se despidió
Rachel—. Si no tiene nombre, le llamaré señor. —Salió sin esperar
respuesta.
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