Search This Blog

468x60.

728x90

Un marqués en apuros parte 03

 Demonio caminó despacio hacia la puerta, Rachel había salido

sin molestarse en cerrarla, concentrada en alejarse de él. Sus ojos

se entrecerraron al ver la silueta de la mujer doblar a la derecha al

final del pasillo, tensó la mandíbula, contrariado, nunca una mujer le

había ocasionado tal disturbio en su entrepierna, su aspecto de

muñeca de porcelana invitaba a romperla, a hacerlo en mil pedazos.

Él detestaba lo bello, odiaba lo hermoso, a él se le habían negado

todas esas cosas desde el mismo instante en que había llegado a

este mundo, y Rachel Wolvering, con su mirada soberbia y su porte

de princesa, se lo había recordado.

—Adviértele que conmigo nadie bromea —le dijo Demonio a

Cloe sin girarse, su mirada clavada en el largo pasillo por donde

había desaparecido Rachel minutos antes—. Tú me conoces, Cloe,

es mejor para ella que se mantenga apartada de mi camino. Juliana,

dile a tu prometido que se asegure de que seas feliz, de lo contrario,

yo mismo lo acompañaré al averno —dijo alejándose, dejándolas

sorprendidas con su comportamiento.

—Todos quieren matar al marqués de Lennox —se quejó Juliana

siguiéndolo con la mirada—. Será un milagro si se presenta en la

iglesia.

—¿Marqués de Lennox? —preguntó Cloe palideciendo.

—Sí, lord James Seymour, marqués de Lennox —respondió

Juliana sin percatarse de la palidez de Cloe al escuchar el nombre

de su prometido—. Es el hombre más impresionante que he visto.

—Cloe tuvo que sonreír a pesar de la impresión que le había

ocasionado escuchar el título del marqués, estaba segura de que

Juliana no había visto a muchos hombres a lo largo de los años para

hacer semejante aseveración.

Cloe apretó con fuerza el anillo que descansaba sobre su pecho.

«El pasado regresa», meditó dirigiéndose a su butaca detrás del

escritorio, se sentó como si el mundo de pronto le hubiese caído

sobre los hombros.

—¿Conociste a su padre? —preguntó Cloe con el corazón

desbocado.

—Lo vi de lejos, me pareció un hombre muy elegante —le

respondió ajena al tumulto de emociones que recorrían a su madre

adoptiva.

—¿Sucede algo? —preguntó al verla descuajada.

—No, querida, no sabes lo feliz que me haces con ese

matrimonio. Los Lennox tienen una reputación de hombres

honorables y Albert siempre fue un caballero.

Juliana se acercó mirándola con seriedad.

—Me había olvidado de que pertenecías a ese mundo. ¿Los

conoces? —preguntó.

—Fui educada para ser una dama y llevar un hogar —respondió

con una mirada triste que hizo preocupar a Juliana—. Conocí a

Albert en mi vida pasada, recuerdo que se casó muy joven y su

esposa murió al poco tiempo de nacer su hijo.

—Quiero que sepas que te amamos, no quiero ni pensar qué

hubiese sido de nosotros —le dijo, y fue corriendo a abrazarla—.

Esas personas en tu pasado no te necesitaban tanto como nosotros,

¡nos salvaste! —Cloe la abrazó mientras su mirada se perdía en el

paisaje gris a través de la ventana. «¿Dónde estás, Edrick?», se

preguntó como tantas veces en todos esos años sin saber nada de

la vida del padre de su hijo.

La puerta se abrió e interrumpió el abrazo, ambas se giraron a

mirar al visitante, un hombre alto y elegante con unos

impresionantes ojos verdes les observó preocupado. Su cabello

negro largo lo llevaba atado con un cordón de cuero.

Cloe lo miró con orgullo, su hijo era la viva imagen de su padre.

Aunque ella había dejado de ver a Edrick a la escasa edad de

veintitrés años, estaba segura de que se había convertido en el

hombre imponente en que se había transformado su Lawrence.

—¿Sucede algo? —preguntó Lawrence cerrando la puerta al

entrar a la estancia—. ¿Por qué están abrazadas como si la vida se

les fuera en ello? —preguntó socarrón.

Juliana se levantó extendiendo las manos para saludarlo.

—Pareces un pirata —le dijo—, pero aristócrata —se burló.

—¿Aristócrata? —preguntó Lawrence sonriendo de medio lado.

—¿A qué viene eso? No pertenezco a la aristocracia —le recordó

tomando sus manos, llevándoselas a los labios como todo un

caballero, lo que hizo sonreír más a Juliana.

—Estuve por primera vez en un baile de la nobleza y cuando

observaba a los hombres bailar no podía evitar acordarme de ti.

Siempre que Cloe daba las clases de baile, tú sobresalías sobre

todos los demás. —Juliana sonrió traviesa—. Simplemente,

comenzabas a bailar y lo hacías con la misma elegancia que los

caballeros de la fiesta.

Lawrence asintió perdiendo la sonrisa, recordando las clases a

las que Juliana se refería, él mismo se había sorprendido muchas

veces de lo fácil que se le hacían los intrincados pasos de algunos

bailes de salón. En su caso, su madre había sido implacable, debía

hacerlo perfecto.

—¿Verdad que es cierto, Cloe? Lawrence tiene ese porte

aristocrático. —Juliana se giró a buscar la aprobación de Cloe, quien

miraba asintiendo arrebolada.

Juliana regresó su mirada al apuesto rostro de Lawrence, no se

parecía a Cloe, por lo que todos siempre habían sospechado que

sus rasgos eran herencia paterna. Cloe había sido la maestra de

todos, pero Lawrence, al contrario de ellos, había tenido profesores

particulares. Con los años entendieron que el hijo de su madre

adoptiva tenía un mentor que se ocupaba de su educación y de su

manutención. Por eso, a pesar de vivir en el peor suburbio de

Londres, jamás lo vieron mal vestido o quejándose de hambre.

Todos se habían sorprendido cuando Cloe les anunció que

Lawrence se marcharía a estudiar a Cambridge, fue una época

extraña en la que lo dejaron de ver por varios años. A su regreso no

quiso escuchar las súplicas de su madre y se embarcó en una

empresa de buques. Lawrence era el que diseñaba los buques que

su empresa construía a pedido del rey Jorge y de otros reyes

europeos.

—Ya me enteré por Julian que te casas. —A Lawrence no le

había pasado desapercibida la palidez en el rostro de su madre.

—¡Estoy muy feliz! Cloe me acompañará a visitar a madame

Coquet para mi vestido de boda. ¿Me acompañarás el día de la

boda? Me casaré en la capilla del barrio, quiero que todos los que

me vieron crecer estén allí —preguntó suplicante sujetándolo por los

brazos.

—Claro que estaré presente. Eres como una hermana para mí —

respondió abrazándola, dándole un beso en la frente—. Prométeme

que, si algo no va bien, nos lo dirás —le dijo levantándole la barbilla

—. Sabes que todos haremos un muro a tu alrededor para que él no

te alcance.

—Gracias, Lawrence —respondió con los ojos empañados de

lágrimas—. Algo en mi corazón me dice que encontré a mi héroe.

Solo falta Lucian para que mi felicidad sea completa; pero, al

parecer, no podrá llegar —agregó con cara de tristeza.

—Buitre necesita a alguien de confianza en América y todos

estamos de acuerdo en que Lucian es el mejor —afirmó serio—. Si

no fuera por que tengo pendiente la fabricación de cuatro buques,

viajaría para ayudarlo.

—Juliana, llévale estos pañales a Rachel al cuarto de cuna —

interrumpió Cloe extendiéndole una canasta de mimbre llena de

paños de algodón—. Iré por ti cuando termine de hablar con

Lawrence.

Juliana asintió agarrándola, no sin antes pararse de puntillas y

darle un beso en la mejilla de despedida a Lawrence.

Lawrence se giró y clavó sus ojos verdes en los azules de su

madre.

—¿Qué sucede? —le preguntó rodeando el escritorio,

agachándose frente a ella—. ¿Por qué esos hermosos ojos azules

están tristes? —Se llevó una de sus manos a sus labios, la que besó

con ternura.

—El futuro esposo de Juliana es el hijo de uno de los mejores

amigos de tu padre —le dijo acariciando su mejilla.

—No es mi padre —le refutó—, nunca ha estado presente en mi

vida.

—Lawrence, él nunca ha sabido de tu existencia, Edrick jamás te

hubiese dado la espalda —le dijo con los ojos empañados de

lágrimas.

—Han pasado treinta y cinco años y todavía pronuncias su

nombre con devoción —le dijo con reproche.

Cloe asintió con tristeza.

—Solo cuando encuentres el amor de tu vida podrás entender el

amor tan inmenso que siento por tu padre. Hasta el último soplo de

vida lo amaré —respondió acariciando su larga coleta que

descansaba sobre su hombro. Era en lo único que se diferenciaba

de su padre, aunque lo tenía del mismo color, estaba segura de que

Edrick nunca lo hubiese llevado tan largo. Su hijo siempre había

tenido una vena rebelde que la había puesto a prueba muchas

veces a lo largo de los años.

Lawrence suspiró y, como tantas veces desde que era un niño,

tomó el anillo entre sus manos, toda su vida lo había visto

descansando en el pecho de su madre. Cerró el puño sintiendo el

peso de la antigua joya.

—Él nunca te hubiese entregado este anillo si no te hubiese

amado, este anillo es el que me hace respetarlo a pesar de las

circunstancias. —Abrió su mano mirando pensativo el hermoso

anillo—. Daría cualquier cosa por que regresaras al mundo al cual

perteneces, ya hiciste todo lo que podías por nosotros.

—Hijo. —Lágrimas silenciosas bajaron por sus mejillas.

Lawrence tenía razón, ya todos estaban encaminando sus vidas,

y ella empezaba a sentir cierta aprensión hacia el futuro, no quería

ser una carga para sus hijos, por ahora la necesitaban en Syon

House, pero luego, ¿qué pasaría? ¿A dónde iría? Ella no se

inmiscuiría en la vida matrimonial de sus hijos, eso era impensable.

—A pesar de que reniego de mi linaje, como hijo de un duque,

desearía que viniera por ti, que la vida te recompensara tantas

lágrimas derramadas durante tantos años —le dijo besándole

nuevamente la mano.

—Tu padre tenía compromisos que no podía eludir, ser el

heredero a un ducado significa responsabilidades, no se puede

dejar todo tirado cuando muchas personas dependen de ti. Edrick

hizo lo que se esperaba de él, y jamás me oirás reprochárselo.

Además, su tío cuidó de nosotros, Dios los bendiga siempre donde

quiera que esté le debemos la vida.

—El tío odiaba a su hermano, hasta en su lecho de muerte me

advirtió de lo peligroso que era si nos encontraba —recordó

Lawrence—. El tío era un huraño, pero fue un gran ejemplo por

seguir, lo extraño.

—Tu abuelo era un hombre con muchísimo poder, tu tío temió

seriamente por tu vida… y la mía.

Cloe se abrazó a su hijo llorando en silencio, no se atrevía a

soñar después de tantos años, aunque verlo por última vez antes de

partir de este mundo sería el regalo más grande que podría recibir

después de tanta soledad. La mujer que había en ella, esa a la que

había sepultado muy hondo en su interior para concentrarse en la

crianza de su hijo, peleaba por emerger, le reclamaba todas las

noches su necesidad de sentirse viva nuevamente entre los brazos

de un hombre…, Edrick.

CAPÍTULO 13

Charlotte levantó una ceja, suspicaz, al ver a Pipa esperándolas

en la puerta principal con las manos cruzadas en el pecho. Habían

recibido una nota de Juliana en la que les pedía que fuesen a verla.

—Te lo dije, Phillipa, algo grave está pasando —le dijo Charlotte

a Phillipa de pie a su lado frente al carruaje de alquiler que las había

llevado hasta la mansión. Juliana había sido invitada por Phillipa a

quedarse en su casa desde que habían regresado a Londres de la

reunión navideña.

—Juliana no decía mucho en su nota —le respondió

arreglándose el abrigo—. No podremos estar mucho tiempo,

Charlotte, mi padre me pidió estar cerca de mi madre —le recordó

Phillipa.

—Lo sé, Topo, pero ya verás que todo saldrá bien —le dijo

sujetándola por el brazo—. Pipa nos está esperando en la puerta.

Phillipa suspiró siguiendo a su amiga hacia las escalinatas, ella

ya no tenía esperanzas, la vida de su madre se estaba apagando,

hacía muchos años que se había dado por vencida. El matrimonio

de sus padres había sido concertado, por lo que siempre habían

vivido vidas separadas hasta ahora que su padre había venido a

Londres a esperar el fatal desenlace.

—Gracias a Dios que llegaron, está muy frío aquí afuera —se

quejó Pipa abriendo más la puerta para dejarlas entrar.

—Son las nueve de la mañana, no es hora de visitas —le

reprochó Charlotte—. Juliana, al parecer, sigue el horario de la

escuela.

—La señora Kate sale muy temprano a impartir clases de piano

en Syon House y la señorita Juliana necesita hablar a solas con

ustedes dos —les respondió.

—Qué extraño. —Charlotte se giró a mirar a Phillipa, quien

asintió dándole la razón.

—¿Dónde está Juliana? —preguntó Phillipa.

—Las está esperando en el salón privado de la señora,

adelántense mientras busco el servicio de té y algunos dulces.

Todavía no entiendo cómo no están más rollizas comiendo tanto

dulce. —Pipa las miró de arriba abajo con sarcasmo antes de irse

rumbo a la cocina en busca de los aperitivos.

—Kate dice que está mejorando —le dijo Phillipa mientras se

dirigían en busca de Juliana—, pero yo la siento cada vez más

descarada.

—La pobre de Kate tiene esperanzas de convertirla en una

buena doncella —le dijo sonriendo maliciosa—, pero Pipa es

incapaz de quedarse callada.

Juliana, que las esperaba de pie en la puerta, sonrió aliviada al

verlas, lo que ocasionó que ambas mujeres intercambiaran miradas

preocupadas.

—Cuánto misterio —le dijo Phillipa besándola en ambas mejillas.

—Adelante —les dijo Juliana—, es un tema un poco delicado,

por eso preferí que no estuviese Kate.

Charlotte se adelantó y se sentó en el largo sofá azul que estaba

contra la pared derecha del salón, se deshizo de su sombrero y sus

guantes y los tiró con descuido sobre el sofá. Phillipa puso los ojos

en blanco al verla quitarse también los escarpines, optó por sentarse

en la butaca a la derecha de Charlotte evitando el desorden que

siempre Charlotte dejaba a su paso.

Juliana disimuló una sonrisa, Topo tenía la paciencia de un santo

ante la personalidad relajada de Charlotte, se sentó en la butaca

izquierda y las miró cohibida sin saber cómo comenzaría la

conversación. No quería que sus nuevas amigas malinterpretaran su

necesidad de conocer exactamente lo que acontecía entre un

hombre y una mujer en su noche de bodas.

Juliana era muy consciente de que no había estado bien ir a la

habitación de James, pero en ese momento la angustia por saber

qué había ocurrido en la reunión con sus hermanos fue más fuerte

que mantener su honra. En ningún momento había pensado en ello

hasta que su prometido le hizo ver la necesidad de respetar la

postura de sus hermanos, todavía se sentía profundamente

avergonzada.

—Me estás asustando —le dijo Charlotte.

—A mí también —dijo Topo quitándose sus guantes, mirándola

por encima de sus quevedos.

—No sé cómo comenzar esta conversación sin sentir un poco de

vergüenza, pero es que no tengo a nadie más a quien confiarle mis

temores. —Juliana apretó sus manos en su regazo visiblemente

contrariada.

—A pesar del poco tiempo que te conocemos, estate segura de

que puedes confiar en nosotras —respondió con seriedad Topo—.

No gustamos de los cotilleos, una cosa es discutir un tema entre

nosotras y otro muy distinto, utilizar las reuniones de té para

despedazar la reputación de una dama, siempre me ha parecido

repugnante dicha práctica.

—Es cierto, es repugnante, pero desgraciadamente en nuestro

mundo es muy común. —Charlotte asintió—. Puedes contar con

nosotras, Juliana, jamás traicionaríamos tu confianza.

Juliana intentó calmarse, necesitaba hablar con alguien de todas

sus dudas o se volvería loca.

—¿Juliana? —la urgió Topo mirando a Charlotte, alarmada.

—En la cena de Navidad estuve a solas con el marqués en su

habitación —comenzó a relatar sonrojándose—. Quería saber qué

había ocurrido en la biblioteca, mis hermanos pueden ser muy

intimidantes.

—En eso tienes razón. —Charlotte asintió pensando en el temor

que le inspiraba el señor Julian, tenía una mirada que traspasaba el

alma—. Yo hubiese hecho lo mismo.

—Yo también lo hubiese hecho. Es tu prometido, seguramente,

se hubiesen hecho de la vista larga —respondió Topo moviendo los

hombros como si eso no tuviese importancia.

—Todo es una gran hipocresía. —Charlotte hizo una mueca de

hastío ante ese pensamiento—. Los hombres sí pueden ir de

habitación en habitación.

—Lo que me ha estado preocupando desde esa noche es que él

me pidió que no tuviese miedo en nuestra noche de bodas, que

confiara en él. Yo necesito saber qué sucede esa noche, no quiero

defraudarlo —les dijo dejándoles ver sus temores—. Si voy con el

conocimiento de lo que realmente sucede, estaré mucho más

tranquila.

—Me parece muy razonable, pero es que por lo menos yo,

seguramente, me vomitaré de los nervios y quedaré en ridículo —

aseguró Charlotte levantando su mano, haciendo un gesto

despectivo—. ¡Seré un desastre!

—Por primera vez estoy de acuerdo con Charlotte, no somos de

ninguna ayuda, y lo que deseas me parece lo más correcto, el

conocimiento es poder —aceptó Topo.

—Creo que el marqués es un hombre muy considerado, no creo

que a muchos les importen nuestros nervios —le dijo Charlotte

convencida a Topo—. Le pidió a Juliana confianza.

—Aquí les traigo los dulces y el té que me pidieron —interrumpió

Pipa—. Disculpen la tardanza, pero es que tenía asuntos que

atender en la cocina.

Entró el carrito cerrando la puerta con un pie, lo que ocasionó

que las jóvenes la miraran sorprendidas.

—Le estoy haciendo un favor a la señorita Juliana. Yo soy la

doncella personal de la lady Kate —les dijo levantando el mentón,

acomodando el carrito en la esquina del largo sofá donde solo

estaba sentada Charlotte—. Y, como su doncella, les recuerdo que

tengo mis privilegios.

Phillipa se puso de pie y se detuvo frente a Pipa, cruzó los

brazos al pecho pensativa, lo que hizo que Pipa se pusiera en

guardia.

—¿Qué sucede, milady? ¿No me puede ver bien a través de los

vidrios que lleva siempre sobre la nariz? —preguntó con ironía.

—¿Tu madre no es la que dirige un burdel? —preguntó Phillipa

subiéndose los quevedos, ignorando su charada—. Recuerdo que lo

mencionaste.

Juliana y Charlotte intercambiaron miradas de sorpresa.

—Es cierto, milady, mi madre dirige la Perla, que es un burdel

exclusivo para la aristocracia, Larissa dirige el burdel destinado a la

burguesía —respondió cruzando los brazos a la altura del pecho

mirándolas con sospecha—. ¿A qué viene la pregunta?

—Necesitamos ayuda y no se me ocurre mejor idea que la de

reunirnos con damas expertas —le confió Topo—. Estimo conoces a

alguien que pueda ayudarnos de manera discreta.

—No creo que sea prudente ir a un burdel, Phillipa —respondió

Charlotte con serias dudas—, aunque debo admitir que la idea es

perfecta.

—¿Cómo crees que vamos a visitar un burdel? Lo que le

propongo a Pipa es planear una reunión con alguna de esas

mujeres. Lo ideal sería en tu casa, allí nunca hay nadie —respondió

Phillipa—, no se me ocurre nada más.

—¡No me metan en sus problemas, señoritas! —les advirtió

señalándolas.

—¿Qué piensas de la idea de Topo, Juliana? —preguntó

Charlotte.

—Me gusta —respondió Juliana entusiasmada—. ¿Quién mejor

que ellas? Debí pensarlo antes, pero Cloe nunca me lo permitiría —

les aseguró Juliana.

—¿Puedes ayudarnos? —le preguntó Juliana a Pipa, que las

miraba con las manos puestas en la cintura—. Por favor, Pipa, es

muy importante para mí —le suplicó Juliana.

—Les voy a servir el té —les respondió tomando la tetera—, no

necesitan esperar para esa reunión —dijo entregándole la taza a

Charlotte, que la miró entrecerrando la mirada.

—No te entiendo, Pipa —dijo Phillipa aceptando la suya.

—Si ustedes lo desean, pueden tener la reunión ahora mismo —

les dijo acercándose a Juliana para entregarle la taza—. Mi madre

está en la cocina y estoy segura de que estará más que dispuesta a

contestar todas sus preguntas —les dijo tomando un platillo para

agregar un pedazo de torta de ángel que le entregó a Charlotte.

Las jóvenes se miraron pensativas, pero a la vez demasiado

curiosas por el tema para despreciar una oportunidad que les había

caído del cielo.

—¿Qué desean saber? —les preguntó muriéndose de la

curiosidad—. ¿No se supone que ustedes deben ser pudorosas y

recatadas? —preguntó con un deje de ironía que hizo a Charlotte

morderse los labios para no echarse a reír a carcajadas.

—Olvidemos el pudor y las partes vergonzosas, no creo que

tengamos mejor oportunidad que esta —se burló Charlotte

apartándose sus rubios rizos de la cara.

—Cuidado, milady, ese carácter suyo tan descarado algún día la

meterá en serios problemas, yo soy una humilde doncella, pero

usted es la hermana de un duque. —Pipa le volvió a llenar la taza de

té mientras Charlotte se sonreía traviesa de medio lado.

—Pues a mí me gustaría un caballero como el señor Nicholas —

respondió Charlotte mirándola con picardía—. Un hombre de tu

mundo, Pipa.

—No es lo mismo mencionar al diablo que verlo venir, milady —

contestó Pipa—. Ni yo misma sería capaz de lidiar con uno de esos

hombres, usted no sabe lo que todos admiramos a lady Kate por

tener la valentía de caminar al lado de nuestro rey —respondió

seria.

Desde que había aceptado ser la doncella personal de lady Kate,

su vida había cambiado por completo, no podía negar que les había

tomado cariño a las amigas de su señora. A pesar de su linaje, eran

buenas damas, pero siempre había tenido la intuición de que

Charlotte tenía un alma inquieta, era como si de cierta manera no

perteneciera al mundo al que había sido destinada, y cada vez más

sus palabras se lo confirmaban.

—Pipa tiene razón, Charlotte, amo a mis hermanos, pero a mí

tampoco me hubiese gustado casarme con un hombre que

perteneciera a ese mundo lleno de violencia.

Charlotte le sostuvo la mirada mientras tomaba un sorbo de té,

había algo dentro de ella que se negaba a creer que aquello fuera

cierto, Kate se veía muy feliz al lado de su marido. ¿Por qué ella no

tendría la misma suerte? Solo tendría que proponérselo y

seguramente el hombre caería de rodillas.

—Olvida lo que ha dicho Charlotte, es muy poco probable que en

su camino se cruce un hombre sin título —le dijo Topo mientras le

daba una advertencia a Charlotte con la mirada, conocía muy bien lo

testadura que era cuando se le metía alguna cosa en la cabeza, y

desde su regreso a Londres había estado extraña y pensativa. —

Juliana quiere saber qué esperar de su noche de bodas. Si tu madre

puede ayudarla, le podemos pagar —le explicó Topo cambiando el

tema de los deseos de Charlotte por conocer a un hombre que

perteneciera a la burguesía—. No creo que se nos presente otra

oportunidad igual y, por lo menos yo, voy a aprovecharla —dijo con

sarcasmo.

Pipa suspiró mirándolas con resignación.

—Si el señor Nicholas se entera, estaremos en problemas —

advirtió mirando a Juliana—, pero si están decididas, iré por mi

madre.

—Ve deprisa antes que llegue Kate —le recordó Charlotte—.

Será mejor no meterla en problemas con su esposo.

—Tiene razón —dijo saliendo a toda prisa de la estancia.

—¿Están seguras? —preguntó Juliana comenzando a tener

dudas.

—Es nuestra única oportunidad. Yo estoy dispuesta a todo para

conquistar a Evans —respondió mirándolas por encima de los

quevedos.

—¿Ya lo tuteas? ¿Me estás ocultando algo? —Charlotte la miró

con sospecha.

—Me parece bien que mantenga en privado sus palabras con el

duque. —Juliana salió en su defensa—. Aunque seamos las

mejores amigas del mundo, creo que hay cosas que no se deben

compartir.

—Gracias, Juliana. —Phillipa sonrió agradecida de que

comprendiera su postura.

—No lo pregunto por estar molesta, al contrario, me alegra ver a

mi hermano corriendo tras de Topo —soltó una carcajada que hizo a

las otras sonreír. Charlotte era incorregible.

—Espero que Kate no se moleste por no haberla incluido en

nuestro plan. —Phillipa miraba aprensiva hacia la puerta.

—No tendríamos esta reunión si ella como buena amiga hubiese

compartido sus conocimientos, pero la perdono, Juliana tiene razón,

hay cosas que se deben guardar para uno mismo —se quejó

Charlotte.

—Es muy violento preguntarle cuando su esposo es mi hermano

—se rio Juliana arrugando la nariz.

—Sí, en eso tienes razón —aceptó Charlotte poniéndose de pie

de un salto cuando Pipa entró con una mujer que se veía muy joven

para ser su madre.

—¿Es tu madre? —preguntó sorprendida Topo al ver a una

hermosa mujer muy elegantemente vestida.

Charlotte no podía dejar de mirarla, irradiaba sensualidad, el

color de su cabello la dejó sin habla, nunca había visto con

anterioridad ese tono anaranjado brillante, su piel blanca era

perfecta, lo que le causó un poco de envidia, ya que por lo general

su piel se sonrojaba ante el mínimo roce. Para arrematar, sus ojos

rasgados de un verde indefinido le daban un aire felino. «Tiene ojos

de gata», pensó Charlotte fascinada con la presencia exótica de la

mujer.

—Es mi hermana mayor, pero me crio, así que para mí es como

una madre —explicó Pipa cerrando la puerta.

—Claudia, ella son lady Phillipa y lady Charlotte. La señorita

Juliana es la hermana de los jefes —las presentó.

—A Juliana la recuerdo —sonrió Claudia acercándose—.

Sabíamos que serías una belleza —le dijo Claudia.

—Lo siento, no me acuerdo de usted, por favor, tome asiento,

tenemos muy poco tiempo, mi cuñada esta próxima a regresar y no

creo que le guste el propósito de esta reunión.

—Yo solo tenía quince años cuando la enviaron fuera del barrio

—respondió mirándola con intensidad—. Mi hermana me ha dicho

que ustedes quieren saber todo lo que ocurre entre un hombre y una

mujer en su noche de bodas. —Claudia se sentó derecha

mirándolas con atención.

—Sí —aceptó Charlotte—, nos gustaría que fuera honesta, no

tendremos otra oportunidad y, como comprenderá, tampoco

tenemos a quién más recurrir.

—Comprendo —respondió pensativa.

—Me caso en unos días —le dijo Juliana mordiéndose el labio,

preocupada.

—¿Quién es el novio? —preguntó curiosa, como la señora de un

burdel de prestigio en la ciudad, prácticamente, conocía a todos los

caballeros.

Charlotte y Phillipa se miraron con suspicacia.

—El marqués de Lennox —respondió Juliana apretando la taza

entre sus manos, nerviosa.

Claudia tuvo que hacer un gran esfuerzo para ocultar la sorpresa

que le provocaba le mención del marqués de Lennox. El hombre era

uno de sus mejores clientes, pagaba más de lo acordado y trataba a

las mujeres con respeto y consideración, las chicas se peleaban por

estar con él.

—¿Lo conoce? —preguntó Pipa.

—El marqués es un caballero que ha evitado el matrimonio por

muchos años, me sorprende que se case con una dama tan joven

—respondió neutral.

—¿Piensa que soy inadecuada? —preguntó Juliana titubeando.

—No, milady, no se trata de que usted sea inadecuada, más

bien, ingenua —la corrigió—. Disculpe, milady, pero creo que no soy

la indicada para hablarles de esto. El marqués no me perdonaría si

yo hablase con alguien de su privacidad.

—Madre, no saldrás de aquí sin desembuchar todo lo que sabes.

Las señoritas serán una tumba y yo también.

—¿Tú, Pipa? —preguntó con sarcasmo.

—Por lo menos lo intentaré.

—Nosotras le damos nuestra palabra de que seremos una tumba

—le aseguró Charlotte.

Claudia suspiró llevándose la mano a la frente, se puso de pie

dejando su gran bolso sobre la butaca. Caminó de un lado a otro

mientras se frotaba las manos, pensativa. Las cuatro jóvenes no

perdían de vista ninguno de sus movimientos.

Charlotte admitió que la hermana de Pipa podía pasar como una

señora en cualquier baile de salón.

—Me tienen que jurar que nada de lo que se hable aquí saldrá

de esta estancia —les dijo señalándolas con el dedo índice—. Buitre

me pediría cuentas —le dijo mirando a Juliana.

—Si habláramos de ello, nos catalogarían como damas

licenciosas —le recordó Charlotte—. No debe preocuparse por eso.

—Tienen unas cabelleras impresionantes. —Claudia se acercó y

miró a cada una con intensidad—. En el lecho conyugal deben sacar

partido de esas cabelleras, siempre sueltas y perfumadas.

—¿Por qué no cree que el marqués pueda querer casarse

conmigo? —Juliana se sentó más derecha en su butaca.

—El marqués, milady, gusta de mujeres grandes, voluminosas —

respondió Claudia volviendo a tomar asiento—. Perdone mi

honestidad, pero a pesar de que sus pechos son atractivos a la vista

de un hombre, tampoco son del tamaño que el marqués prefiere.

Juliana se miró los pechos y se desmoralizó ante las palabras de

la mujer.

—Necesito que me conteste con honestidad. —Claudia se

mantuvo en silencio mientras intentaba encontrar las palabras para

que estas jóvenes no se escandalizaran, a pesar de querer dar la

sensación de que eran más modernas, a ella no lograban engañarla

—. ¿Ha estado a solas con el marqués? —preguntó—. ¿La ha

tocado más allá de los brazos o mejillas?

Juliana asintió, pero no pudo contestar porque se le habían

llenado los ojos de lágrimas.

—¿La ha besado? —insistió curiosa Claudia—. No hablo de un

beso en la boca, sino de besos más íntimos.

Juliana volvió a asentir.

Claudia no pudo ocultar su sorpresa ante el asentimiento de la

joven, entonces no era un matrimonio por obligación, como había

sospechado en un principio, el marqués deseaba a la joven.

—Entonces, usted es la elegida, el marqués jamás se hubiese

casado con una mujer que no le inspirara pasión —le dijo Claudia

con seguridad.

—Pero ha dicho que le gustan con buenas piernas y la señorita

Juliana no tiene precisamente buenas piernas —le recordó Pipa.

—¡Pipa! —la regañaron Charlotte y Topo.

—El marqués es un hombre grande, seguramente, se sentía más

tranquilo con mujeres más voluminosas. Pero, si ha buscado

intimidad con la señorita Juliana, es que la desea. —Claudia tomó

aire antes de continuar—. La única manera de una mujer estar

segura del deseo de un hombre es mirando su entrepierna, esa no

puede mentir. Él puede decirte que te odia o te desprecia, pero si su

entrepierna se abulta, es la prueba contundente de que miente

como un bellaco —les dijo.

—Fascinante —murmuró Topo tomando un dulce mientras

absorbía la información.

—Deben siempre estar atentas, para eso el abanico es muy

importante, porque oculta un poco cuando estén en busca de

evidencia. —Claudia sonrió con malicia—. Un hombre jamás puede

ocultar su deseo y eso, señoritas, es un arma que deben utilizar en

su favor.

—¿Qué debemos hacer en el lecho? —preguntó ansiosa

Charlotte ignorando la mirada inquisitiva de Topo sobre ella.

—¡Espera, Charlotte! Lo que usted afirma es que no importa el

humor del caballero, si él desea a la dama, su entrepierna lo dejará

en evidencia. —Phillipa la miró con fijamente.

—Lo ha entendido muy bien, milady, los caballeros no pueden

ocultar su deseo, las mujeres sí —respondió Claudia complacida.

—Estoy de acuerdo con lady Phillipa, es fascinante —convino

Pipa sentándose al lado de Charlotte, tomando uno de sus dulces y

mirando a su madre con los ojos como platos.

—¡Pipa, sal! —le ordenó Claudia.

—No —respondió guiñándole un ojo.

—No debí prometerle nada a nuestra madre, eres un incordio —

le respondió negando con la cabeza.

—Los hombres, en su mundo, utilizan a las mujeres solo para

procrear, si ustedes quieren algo más, deberán utilizar el ingenio,

señoritas —continuó intentando decidir qué era lo más importante

para decirles a estas damas.

—¿Qué debemos hacer? —preguntó Juliana—. Yo estoy

dispuesta a intentar lo que me diga.

—Prohibido dejar el cuarto completamente a oscuras.

—¿Las velas encendidas? —preguntó Topo visiblemente

sonrojada.

—Sí, milady, le sugiero lo más alejadas posible de la cama.

—Al parecer, hay que olvidar todo pudor —dijo Charlotte

pensativa.

—Así es, milady, dentro de la habitación no existe el pudor. En la

mañana, si desea recuperarlo, es decisión suya, aunque yo le

sugiero tentar a sus maridos fuera del lecho conyugal.

—¿De día? —preguntó Topo con la boca abierta.

—Sí, milady, de día. En la biblioteca, en las caballerizas, usen su

ingenio para sorprender a sus maridos. Las camisolas para dormir

deben hacerse para tentar al diablo. —Claudia casi suelta una

carcajada al ver el rostro de lady Phillipa, no tenía dudas de que la

joven seguiría al pie de la letra sus consejos.

—Lady Kate tiene de esas camisolas —les dijo Pipa.

—Seguro se las confeccionó madame Coquet —convino Claudia

—. Ella viste a muchas de las amantes de los caballeros.

—Te lo dije, Charlotte, los caballeros pagan el vestuario de sus

amantes, son unos truhanes —le dijo Topo a Charlotte.

—Mi marido no regresará a su burdel —le dijo Juliana con

confianza.

—La felicito, milady, el placer no es solo para los hombres, las

mujeres también tenemos derecho a sentirlo. —Claudia aplaudió

entusiasmada.

—Continuemos, Claudia, no quiero defraudar a mi prometido —

la apremió Juliana.

Claudia asintió mirándola con admiración, se la veía resuelta a

conquistar a su futuro marido, para Claudia estaba claro que la

joven se había enamorado del marqués, cuando el amor se ligaba

con la pasión surgía una magia desconocida que hacía del acto

sexual el mejor de los afrodisiacos. El amor… Seguramente, el

marqués no regresaría buscando sus servicios, la señorita Juliana

tenía todo lo necesario para esclavizarlo a su cuerpo.

—Desgraciadamente, es muy poco lo que les puedo enseñar en

tan poco tiempo, lo mejor será mostrarles lo más importante. Toda

cortesana que se precie de serlo debe saber complacer los deseos

más íntimos de un caballero.

—¿Cuál es ese deseo íntimo? —preguntó curiosa Topo.

—Besar su entrepierna, señoritas —contestó.

Las jóvenes abrieron los ojos, sorprendidas; incluida Pipa, que

de pronto se quedó muda. Para el desconcierto de todas, Claudia

abrió el bolso de terciopelo color azul y sacó un objeto largo y

grueso en bronce, al final de este había dos pelotas medianas.

Phillipa, al reconocer el artefacto por sus libros de arte, abrió la boca

por la impresión.

Pipa comenzó a reír de los nervios al ver el falo de color negro

que su hermana había sacado.

—Es horrible —dijo Pipa llevándose las manos a la cara.

—Fue lo mejor que me pudo hacer el herrero. Por supuesto, bajo

amenaza, pero por lo menos cumple su función. —Claudia se rio al

ver los rostros desencajados de las jóvenes.

Claudia se levantó y se arrodilló frente a la mesa que estaba

ante ella, puso el extraño falo sobre esta, el herrero había colocado

la figura sobre una base redonda que le permitía quedar asegurado

a la mesa.

—Todos los hombres tendrán uno parecido a este entre sus

piernas, les recuerdo, señoritas, que de este tamaño solo estará

cuando el caballero esté bajo los efectos del deseo.

—¿Qué haremos con eso? —preguntó Topo todavía

conmocionada por el tamaño del objeto.

—¿Nunca lo habían visto antes? —preguntó Claudia observando

con interés sus reacciones.

—Yo sí —aceptó Juliana—, pero nunca así de grande, eran

mucho más pequeños, recuerda que me crie con mis hermanos. —

Juliana se llevó las manos a las mejillas.

—Yo, en algunos libros de arte —le dijo Topo sin despegar la

mirada de la mesa.

—Pero en los libros no son de este tamaño. —Charlotte no podía

apartar la vista del curioso objeto.

—Bien, señoritas, todo hombre tiene uno parecido entre sus

piernas, que deberá entrar por sus partes vergonzosas para que

puedan dejar de ser vírgenes. —Claudia tuvo que hacer un gran

esfuerzo para no romper en carcajadas al ver las caras de estupor

de las jóvenes.

—Uyy, eso debe doler —murmuró Pipa mirando de reojo a

Charlotte, que se había agarrado a su brazo.

—Sí, pero el dolor será solo una vez, el marqués tiene fama de

ser un magn í fico amante. Por lo que usted, milady —Claudia miró a

Juliana—, tiene mucha suerte, estoy segura de que él la preparará

para que lo reciba. No debe temer, le sugiero ser sincera en todo

momento.

—Él es un hombre grande —le dijo con los ojos abiertos.

—No debe pensar en eso, confíe en él —respondió Claudia.

—Eso fue lo que me pidió —respondió Juliana—, que confiara en

él.

—Lo ve, no debe temer a su noche de bodas, tendrá por marido

a uno de los hombres más deseados.

Juliana asintió apenada, se le hacía difícil hablar sobre James

con nadie.

—Debe aprender a manejar este instrumento —señaló Claudia—

si desea esclavizarlo a su habitación conyugal.

—Haré lo que haya que hacer. —Juliana miró resuelta el

impresionante objeto, se puso de pie y luego se arrodilló al lado de

Claudia.

—¿Tu hermano lo tendrá así? —le preguntó preocupada Topo a

Charlotte, que la miró asqueada al pensar en la entrepierna de su

hermano.

—¿Cuál es su pretendiente, milady? —le preguntó curiosa

Claudia.

—Mi hermano, el duque de Saint Albans —le respondió Charlotte

poniendo los ojos en blanco.

—El duque es un hombre difícil. —Claudia la miró con pena—.

Usted lo tiene más difícil, milady.

—¿Por qué? —preguntó con curiosidad.

—El duque tiene que tomar muchas cantidades de láudano para

soportar el dolor de su pierna y eso afecta su libido —le dijo

mientras colocaba bien el falo, de manera que Juliana pudiera

tocarlo.

Claudia estaba tan concentrada en su objetivo que no vio las

miradas que intercambiaron Topo y Charlotte.

—¿Qué puedo hacer? —preguntó Topo.

—Deberá tener mucha paciencia, es un hombre terriblemente

atormentado por su pasado. Ahora, milady —le dijo a Juliana

señalándole el objeto—, tóquelo, quiero ver cómo lo tomaría entre

sus manos. Agárralo con fuerza, Juliana, que sienta tus ganas —le

dijo Claudia.

Juliana respiró hondo y tomó el falo entre las manos, con

diligencia siguió todas las recomendaciones de Claudia y cuando

esta le mostró cómo debía entrarlo a su boca. El silencio de la

estancia era sepulcral, no se escuchaba ni la respiración de las

cuatro jóvenes, que miraban con asombro cómo la mujer se entraba

por completo el objeto en la boca bañado de la miel que Pipa había

traído para los panecillos.

Poco a poco les fue mostrando con agilidad cómo debían

maniobrar y qué áreas debían tocar para incrementar el placer del

caballero. Por último, les habló de su clítoris y de la importancia que

tenía para su placer. A Claudia le llamó la atención que fue la

señorita Phillipa la que hizo las preguntas más complicadas, de este

modo, logró que la charla fuese más completa de lo que había

planeado. La dama era muy inteligente y, a pesar de que Claudia

sabía que era inexperta, al contrario de las otras, ella había

absorbido todo lo explicado. «Tal vez es lo que necesita el duque de

Saint Albans, una mujer que se preocupe por hacerlo sentir», meditó

mirándola con curiosidad.

Cuando se levantó para macharse las jóvenes estaban

sonrojadas por todo lo aprendido.

—Les enviaré un recado con Pipa para reunirnos nuevamente.

Usted, milady —Claudia miró a Phillipa—, necesita ayuda si de

verdad está interesada en el duque. —Hizo una pequeña reverencia

antes de salir.

—Voy a llevar el carrito a la cocina, creo que la señora está por

llegar —les dijo Pipa—. Esperen aquí por su regreso.

Pipa empujó el carrito fuera de la estancia y se detuvo a arreglar

su cofia de color negro, le había dado calor esa charla. Suspiró al

pensar en todo lo que su madre tenía que hacer para vivir con

desahogo, ser la señora de un burdel siempre era motivo de

murmuraciones. Ella se sentía orgullosa de Claudia, no había nada

que pudiese reprocharle, habían quedado huérfanas sin nadie que

las cuidara, su hermana se había hecho cargo de ella, y jamás

tendría cómo pagárselo. Intentó cerrar la puerta sin soltar el carrito,

pero una mano a sus espaldas se le adelantó y cerró la puerta. Dio

un brinco, asustada, al ver a uno de los hombres de confianza del

señor Brooksbank.

—Lo siento, señor, no lo había visto —se excusó disponiéndose

a seguir su camino.

Indio clavó su mirada negra en ella sin responder, podía oler su

miedo, siempre que lo sentía cerca era igual, le temía.

—Eres la única persona en este mundo segura a mi lado —le

susurró en su oído.

Pipa se quedó helada al sentir el calor de su aliento sobre la

oreja, su mano se apretó con fuerza al carrito. El miedo la hizo

moverse, intentó pasarle por al lado con el corazón dándole tumbos,

ese hombre era estremecedor. Ella no era de temer a nada, pero

había algo en el “Indio”, como había escuchado al señor Nicholas

que lo llamaba, que le causaba escalofríos.

—Tu alma reconoce la mía y vendrá a mí, aunque me temas —le

dijo antes de continuar por el pasillo.

Ella se giró a mirarlo marchar y una fuerza mayor le hizo

persignarse. Se adentró de prisa en el pasillo para dirigirse a la

cocina cuando casi choca con el señor Tim, que venía a toda prisa.

—¿Has visto a Claudia? —preguntó Tim con frialdad.

—Mi madre acaba de salir, señor —respondió Pipa.

—No es tu madre —le contestó acerado sorprendiendo a Pipa.

—Para mí lo es —le respondió empezando a incomodarse.

—Se hizo cargo de ti, pero eso no significa que sea tu madre —

volvió a decir visiblemente molesto.

Pipa le sostuvo la mirada, ella siempre había sabido que entre el

señor Tim y Claudia había existido algo más, pero siempre que le

había preguntado a Claudia esta le había cambiado el tema

diciéndole que eran solo ocurrencias de ella.

—No pienso discutir esto con usted —le respondió

disponiéndose a seguir su camino.

Tim la miró inexpresivo y sin decir nada más se regresó por el

pasillo, Pipa entrecerró los ojos, no comprendía la actitud de la

mano derecha del jefe, era un hombre apuesto hasta rayar en lo

ridículo, pero la mayoría de las veces su expresión era huraña.

Tim salió de la mansión por la puerta de los sirvientes, había

venido por unas pistolas que le había comprado Buitre, la charada

en la cocina de las cocineras le había puesto sobre aviso de la

presencia de Claudia en la mansión, la bruja algún día terminaría

con su paciencia, nadie despreciaba a Tim Bentinck.

—¡Claudia! —Tim le gritó al verla detener un carruaje de alquiler.

—¿Qué desea, señor Bentinck? —le dijo sin soltar la manija de

la puerta.

—Te quiero esta noche en mi habitación del Brooks —le ordenó.

—Le recuerdo que ya no trabajo como prostituta, se olvida de

que su socio decidió buscar otra cortesana —respondió clavando

sus ojos en los suyos dispuesta a arañar si era necesario.

—Fui yo el que decidió que ya no te acostarías con él —le

increpó botando chispas por los ojos.

—Eres despreciable, Bentinck —respondió mirándolo con

desdén.

Claudia se acercó teniendo claro que su presencia lo alteraba.

—No tienes las pelotas para aceptar que me amas y mientras

eso suceda me acostaré con todos los hombres que me plazcan —

le ronroneó muy cerca de sus labios.

—Perdiste la virginidad con el hombre que yo elegí. —Se acercó

tomándola por el cuello—. Mataré a cada uno de ellos y solo tú

serás la responsable. —Tim la soltó de golpe, haciendo que

traspillarla mientras él se adentraba de nuevo en la casa.

—Maldito —despotricó antes de subirse al coche—, prefiero el

artilugio que tengo en la cartera antes de dejar que me pongas un

dedo encima —vociferó furiosa antes de cerrar la puerta del

carruaje. Se llevó la mano al cuello, donde la había apretado—.

Debes tener cuidado, Claudia, no hay nada más peligroso que un

hombre obsesionado —dijo en voz alta recostándose—. Si supieras

que el caballero que escogiste nunca pudo tocarme —sonrió

perversa—, te haré pagar, Bentinck, a pesar de todo lo que te amo,

te lo haré pagar —se juró tensando su mandíbula—. Me reiré de ti el

día que descubras mi virginidad, esa será mi venganza. Jamás te

perdonaré haberme entregado a otro hombre. ¡Nunca!

CAPÍTULO 14

James se dejó hacer por su ayudante de cámara, era el día más

importante de su vida y se sentía ansioso por que todo terminara y

ya tuviese a Juliana entre sus brazos. Las dos semanas lejos de ella

habían sido un verdadero suplicio, sus futuros cuñados casi habían

acabado con su paciencia.

Las dos veces en que, desesperado, había llegado hasta la

mansión de Nicholas Brooksbank, este se las había ingeniado para

que Juliana no apareciera. Nunca en su vida se había sentido tan

impotente.

El ayudante de cámara le arregló su lazo antes de salir, James

esperaba que Richard estuviese ya en la pequeña capilla donde se

casarían. Su amigo había aceptado ser su padrino, aun cuando

James sabía que estaba teniendo problemas con su prometida, lady

Sussex; todavía no entendía qué le había podido ver Richard a la

alocada joven. Para sorpresa de todos, se había escapado de la

fiesta de Año Nuevo en compañía de la pupila de Peregrine y había

dejado a todos escandalizados.

James se acercó a la ventana de su cuarto y miró hacia afuera,

al ver su carruaje presto se tranquilizó.

—¿Listo? —Albert entró sonriente con un vaso de brandi en la

mano.

—Me siento ansioso —le confesó.

—La amas, hijo —le dijo poniéndole un brazo en el hombro.

—¿Cómo supiste que amabas a mi madre?

Albert saboreó un trago antes de contestar.

—No podía verla triste y, mucho menos, llorando. Solo era feliz

cuando ella sonreía. —La mirada de Albert se fundió con la de su

hijo—. Cuando sientes que te ahogas si ella no está a tu lado,

cuando sientes un terror incomprensible a perderla, cuando no

piensas más que en mantenerla a salvo, es entonces cuando sabes

sin temor a dudas que has perdido el corazón y se lo has entregado

a esa otra persona que te quita el sueño. Tu madre lleva casi

cuarenta años muerta y la sigo añorando como el primer día.

Cuando amas ese sentimiento no muere jamás, se queda allí para

tu felicidad o tu agonía, como ha sido mi caso.

—Siento todo eso que has mencionado, en especial, el deseo de

protegerla —respondió sincero.

—No sabes lo feliz que me hace el saber que no vas obligado a

ese matrimonio —respondió aliviado.

—La amo —sonrió abrazándose a su padre—. Me esclavizo a

ella con tan solo una mirada, ya no deseo ser libre, al contrario,

quiero que las cadenas sean cada vez más gruesas, indestructibles.

—Vamos, hijo —lo apresuró sonriendo ante su arrebato—, no

debes hacer esperar a la novia.

Juliana sonrió radiante al llegar a la capilla, al parecer, todo el

East End se había dado cita en las afueras de la humilde iglesia.

Sujetó con fuerza la mano de Nicholas, su hermano había insistido

en acompañarla a la iglesia.

—No quiero entrar a la capilla sin que sepas lo mucho que te

quiero, gracias por todo —le dijo mirándolo a través del velo que

cubría su rostro.

—Prométeme que serás feliz —le pidió llevando su mano

enguantada hasta sus labios.

—Te lo prometo, pondré todo mi empeño. Así también te vuelvo

a dar mi palabra de que velaré por el bienestar de la próxima

generación Brooksbank, mis sobrinos se respetarán, eso te lo juro,

Nicholas —le respondió emocionada.

Buitre la abrazó sabiendo que dejaba parte de su alma en esa

capilla, Juliana había sido su motivo de vida por muchos años, allí,

frente a su gente, saldaba una deuda con su madre muerta.

James miraba la puerta fijamente, el terror de que Juliana no se

presentara lo tenía paralizado.

—No te reconozco —le dijo Richard a su lado.

—No me jodas, tú eres el menos indicado para decir eso —le

respondió James mirándolo con una sonrisa burlona que le hizo

rechinar los dientes a Richard.

—Milord, le recuerdo que está en la casa de Dios. —El sacerdote

los miró con seriedad.

—Disculpe, padre, le enviaremos para el arreglo del techo —le

dijo Richard mirando a su alrededor.

—Me parece muy bien, hijo, estaremos esperando por ustedes

—respondió el sacerdote asintiendo conforme.

Richard se mordió la lengua para no decirle lo que pensaba.

—¿Estás seguro de querer a los Brooksbank como cuñados? —

le volvió a preguntar Richard, era la tercera vez que le hacía la

misma pregunta.

James se giró a mirarlo, el muy cobarde tenía la vista al frente.

—Por esa mujer estoy dispuesto aguantar esa cruz toda mi vida

—le dijo decidido.

—Así se habla, hijo, serás recompensado por la carga de esa

cruz al final de tus días —le dijo el sacerdote, solemne.

—Eso es si le dejan cargar la cruz por mucho tiempo, porque la

realidad, padre, es que lo veo en su sepelio muy pronto —le dijo

Richard ocultando su risa detrás de su sombreo de copa.

—No puedo creer que no me hayan invitado. —Claxton se

detuvo al lado de Richard, quien lo miró como si fuese una aparición

—. ¡Qué canallada! —les dijo sonriendo de medio lado.

—¿Es que no tienes vergüenza? —le preguntó Richard sin

esconder lo mal que le caía su presencia en la ceremonia.

—¿Cuándo he tenido yo vergüenza de algo, Norkfolk? —

preguntó con cara de asco—. Tenía curiosidad por saber por qué el

marqués de Lennox se casa en una capilla de un suburbio donde lo

único que encuentras son cockneys.

—No creo que tenga que darte explicaciones, Claxton —

respondió James acerado.

—Tuve que pagarles a tres chicos para que velaran por mi

carruaje y, seguramente, cuando salga los caballos se habrán

desaparecido. Quiero que te des cuenta de mi sacrificio.

—A mí no me engañas, te enviaron del club, deben tener

apuestas hechas —le dijo Richard.

—Eso también —sonrió Claxton, travieso.

—Señor, le ruego se siente, la novia va a hacer su entrada —lo

interrumpió el padre.

—Claxton, desaparece —le dijo Richard.

—No me pienso perder la caída de James al mundo de los

casados —se burló tomando asiento en el primer banco detrás de

Richard.

—Qué pecado estaré pagando —murmuró Richard.

—Claxton siempre quiso acostarse contigo —le recordó James

mirando hacia atrás, viendo la sonrisa ladina de Claxton, había

escuchado el comentario.

—No entiendo cómo la duquesa pudo perdonarlo —le dijo entre

dientes Richard.

—Soy muy bueno —le dijo Claxton insinuante a sus espaldas.

Richard se giró a contestarle, pero la entrada de la novia le

impidió decirle a Claxton lo que pensaba de su fanfarronería. A su

lado, James gimió al ver a la novia envuelta en el largo velo de tul.

Richard tuvo que admitir que se veía hermosa, de pronto se imaginó

a su valquiria entrando por el pasillo de la iglesia y su pecho

comenzó a latir más aprisa, él también estaba decidido, de una otra

forma, Jane sería suya.

La ceremonia fue hermosa, eso fue todo lo que pudo pensar

Juliana cuando James le subió el velo para besarla, por fin estaban

casados, había temido seriamente que sus hermanos no la dejaran

casar. James se acercó y se la devoró en un beso apasionado, que

hizo a muchos girar la cabeza, incómodos. El padre estaba a punto

de intervenir cuando un escándalo en la puerta acaparó la atención

de todos los presentes, que se giraron en busca de lo que estaba

ocasionando tal algarabía. Muchos abrieron los ojos sorprendidos

ante el imponente hombre sin pantalones que se acercaba al

presbiterio.

Albert cerró los ojos ante el inminente desastre que se acercaba,

se lo había advertido a James, pero, como siempre, no le había

tomado en serio. Su suegro había llegado antes de lo previsto.

—¿Cómo te has atrevido a casarte en semejante suburbio? —

vociferó el hombre sin importarle que estuviesen dentro de la iglesia.

—Me alegra verlo, abuelo. —James se obligó a mantenerse

tranquilo, el viejo tenía un genio de los mil demonios y, si podía

contar bien, habían entrado ocho de sus mejores hombres a la

iglesia. «Estás jodido», pensó acercando más a Juliana a su cuerpo.

—Señor —saludó Albert.

—Esto es tu culpa, siempre has permitido que haga lo que

desea.

—Es un hombre —le respondió Albert mirando preocupado a los

hombres que seguían a su suegro.

—¡Es mi nieto!

—Pueden celebrar otra boda en Escocia donde todos llevemos

las piernas desnudas —interrumpió Claxton palmeando, para

asombro de todos, el hombro del laird.

Richard, detrás de James, tuvo que girarse para no soltar una

carcajada, Claxton no cambiaría nunca, había una parte de él que

seguía siendo irreverente.

—¿James? —John miró a su nieto en silencio disfrutando de su

incomodidad, se lo merecía por haber aceptado un matrimonio en

aquel basurero, la gente se veía sucia y desnutrida.

—Señor —interrumpió Juliana llamando la atención del hombre

—, fui yo quien le pidió a James que me permitiera casarme en esta

capilla que representa mis orígenes, sé que desde el momento que

salga por esa puerta ya no volveré aquí. La marquesa de Lennox no

pertenece a este lugar, hoy dejo atrás a mi gente, le pido que me

permita despedirme en paz.

La iglesia quedó en silencio, el laird John O’Groates no pudo

más que admirar a la mujer que su nieto había escogido como

compañera de vida. Su mirada se cruzó con la de su nieto y asintió

en silencio.

—Que así sea, milady, le doy la bienvenida como esposa de mi

nieto a nuestro clan.

—Señor, soy Julian Brooksbank, hermano de la novia, le invito a

mi club —intervino Julian—. Supongo estará cansado, y no hay

nada mejor que mujeres y whisky. —John lo miró de arriba abajo y

asintió, hacía tiempo que no iba a Londres, y a sus setenta años

todavía le gustaba estar rodeado de mujeres.

James le agradeció a Julian, con su mirada, su intervención, su

abuelo podía ser muy escandaloso si se le provocaba. Nuevamente,

Juliana lo había sorprendido, había dejado sin habla al viejo, y eso

ya en sí era un milagro.

—¿Preparada?

—¿Confío en ti? —respondió sonriendo detrás del velo, mientras

salían de la iglesia, donde los vitorearon y le desearon a Juliana los

mejores deseos.

—Querida, has estado espléndida, me siento muy orgullosa de ti.

—Se acercó Cloe antes de que ella se subiera al carruaje.

—Gracias—le dijo abrazándola antes de subir.

—Cuídela, por favor —le dijo con los ojos empañados por las

lágrimas.

—Con la vida —le contestó James subiendo al carruaje.

Cloe sonrió al ver la premura del novio de escapar del caos que

se había hecho en el barrio. Buitre había dado especificaciones para

que el carruaje del marqués fuera escoltado fuera del East End sin

problemas.

—¿Constance? —A Cloe se le heló la sangre al escuchar la voz

de Albert a sus espaldas. Había temido ese encuentro, por eso se

había mantenido oculta mientras se oficiaba el matrimonio.

Albert caminó despacio a su alrededor, incapaz de creer que

pudiese ser la misma Constance de su pasado, la mujer que se

había llevado con ella el corazón de uno de sus mejores amigos.

«No, tú no puedes haberle hecho eso a Edrick», una furia

desconocida lo recorrió por entero. Sus miradas se encontraron y ya

no hubo dudas, era Constance.

—¿Por qué? —preguntó rígido.

—No sé a qué se refiere. —Cloe intentó en vano distraerlo.

—¿Por qué desapareciste? —preguntó muy seguro de con quién

estaba hablando.

—Fui arrojada a la calle, milord, ¿a quién iba a recurrir? —

respondió sabiendo que no tenía caso negar su identidad.

—Edrick —respondió.

—El duque de Tankerville era un hombre comprometido —

respondió con rencor.

—Él no hubiese permitido que te faltara nada —le recordó.

—Me está sugiriendo que debí convertirme en la amante de

Edrick —respondió con reproche.

Albert quiso decir muchas cosas, Edrick le había ocultado a

Constance una verdad que no debió callar, él mismo había sido

partícipe de ese alocado plan que ató a su amigo de pies y manos a

lo largo de su vida.

—Él enviudó hace treinta años, te llevaste contigo todo,

Constance.

Cloe se llevó la mano a los labios ahogando un sollozo, negó

horrorizada al escuchar las palabras de Albert, la vida no podía

haberse ensañado con ellos de esa manera.

—¿Madre? —Lawrence se acercó, pero al ver el rostro

descompuesto de su madre, clavó sus ojos en el hombre, que para

desconcierto de Lawrence a abrió los suyos con estupor.

—¡Dios mío! —Albert la miró con recriminación—. Has ocultado

la existencia de un heredero.

—Yo no sabía, Albert, y Lawrence no es un hijo legítimo.

—¿Crees que alguien osaría ir en contra de Edrick? Todos

sabíamos de su intención de casarse contigo. Y lo hizo, Constance,

aquella noche cuando nos reunimos en la biblioteca, los papeles

que firmaste eran los de un matrimonio. Él quería estar seguro de

que tú serías su esposa. Con quien Edrick nunca estuvo legalmente

casado fue con su segunda esposa, todo fue una farsa; y que Dios

nos perdone por haberle mentido a la difunta.

Lawrence no podía dar crédito a todo el drama que había sido la

vida de su madre. Al escuchar las palabras del duque, muchas

cosas tomaban sentido, su tío los había protegido con mucho celo

de las garras de su supuesto abuelo.

—Eso no puede ser cierto. —Cloe se aferró a su brazo sin

importar quién los viese—. Dime que no es cierto —le suplicó.

—Edrick tiene guardado a buen recaudo el documento.

Constance, él no pudo consumar el matrimonio porque ya estaba

casado contigo, él pensaba fugarse contigo, pero el difunto duque

supo jugar sus cartas, lo amenazó con tu vida y tuvo que claudicar.

Si el viejo se hubiese enterado de que ya Edrick se había casado

contigo, seguramente, hubiese cometido una locura, era un hombre

déspota y cruel. Lo que no pudo hacer fue obligarlo a darle un

heredero al ducado. Ese niño sí hubiese sido un bastardo, no tu hijo.

—Ahora comprendo por qué el tío nos mantuvo viviendo en el

Esta End —susurró Lawrence a su lado.

Cloe miró a Lawrence advirtiéndole que guardara silencio.

—Edrick tiene que enterarse —le advirtió Albert, que no podía

apartar la vista de Lawrence.

—Hijo, ¿podrías mostrarme tu muñeca derecha? —le preguntó

Albert.

Lawrence abrazó a su madre de manera protectora, mientras

miraba con frialdad al hombre frente a él. Levantó su mano derecha,

sin cuestionar nada, sabía que estaba en graves problemas. Si todo

lo que había dicho el hombre era cierto, toda su vida cambiaría

irrevocablemente.

Albert miró con interés la calidad de la casaca, tampoco le pasó

desapercibida la elegancia en sus movimientos, mirarlo era como

mirar a Edrick. Le subió la manga y sonrió satisfecho al ver la marca

de nacimiento que llevaban los Tankerville generación tras

generación.

—Albert. —Cloe lo miró suplicante.

—No me pidas que guarde silencio ante la existencia de un hijo,

él tiene unas responsabilidades con la corona.

—No me interesa el título —respondió Lawrence, molesto.

—Eres el heredero legítimo del duque de Tankerville, en tus

manos está el bienestar de muchas personas, no se trata solamente

de lo que deseas.

—¿Estoy obligado? —preguntó sorprendido.

Una sonrisa irónica se dibujó en los labios del duque de Lennox.

—Todos estamos obligados. —Albert buscó la mirada de Cloe—.

¿Dónde estás? No puedes dejarlo en el infierno en el que ha estado

viviendo todos estos años.

—Me encuentras en Syon House —respondió abrumada.

—¿Es la casa de niños del señor Brooksbank? —Albert se

sorprendió de lo cerca que ella había estado siempre.

—Sí, yo soy la directora —respondió ausente.

No comments:

Post a Comment

اكتب تعليق حول الموضوع

mcq general

 

Search This Blog