Hermann Hesse Cartas escogidas 01

Las cartas que no indican el lugar desde donde han sido enviadas fueron escritas por Hesse en Montagnola. Se omiten las fórmulas de salutación finales, salvo en aquellos casos en los que se transparenta una forma personal. Los cortes para abreviar los textos están indicados por puntos suspensivos.
Su amable y amistosa carta y sus bellos versos me han deparado una gran alegría y le agradezco por ellos de todo corazón.

  Hace poco, me demoré un día y medio en Ulm, lugar que me es muy caro, y al llegar aquí me encontré en plena primavera. Paso pues más tiempo en el jardín que en la sala. He traído su libro[1] conmigo y ya lo conozco bien. El poema que más me agrada es el de la página 45, magnífico por cierto. Luego le siguen en orden de preferencia los de las páginas 16, 30, 42, 59 y otras. He encontrado en su forma algo delicado, algo del primor de una joya que me embelesa y fascina.

  En realidad, soy insensible a lo social que ocasionalmente evoca usted en su obra, quizá porque siempre fui un pobre diablo y conozco y me gusta la poesía y el humor del no tener nada.

  Claro que ahora empiezo a pavonearme y a ponerme petulante, y hace poco hasta he concebido el firme propósito de contraer matrimonio en otoño. Ello ocurrirá cuando Camenzind llegue a su tercera edición, de acuerdo con las expectativas del editor.

  Recibí gozoso los bocetos de Paquet, en particular «Susto». A modo de broma le envío algo mío[2] del mismo estilo, que tal vez quiera imprimir, pero sólo si desea hacerlo.

  Lamentablemente, no podré ir a Tubinga, pues para esa fecha espero visitas. Sin embargo, estoy seguro de que nos volveremos a ver en Múnich o en otra parte.

  Quizá encuentre en alguna ocasión en el lago de Constanza a un hombre alto, muy apuesto, de rostro grave, orlado de barba rubia y ojos de mirada firme y penetrante. Ese es Emil Strauss, quien a partir del primero de mayo se radicará en Uberlingen
Amenaza caer un aguacero y debo apresurarme a plantar aún algunas flores. Tendrá que contentarse pues con esta breve misiva y mis mejores saludos. Espero que no me olvide y vuelva a enviarme con frecuencia un saludo o alguna cosa impresa.

  Le ruego transmita mis respetos a su distinguida esposa.

  Cordialmente suyo: Hesse.

 

  Al barón Alexander von Bernus,

  Convento Neuburg, cerca de Heidelberg.

  Gaienhofen, 19 de noviembre de 1904

  Estimado señor von Bernus:

  Su suposición acerca de lo bien que se está aquí, junto al lago, es harto acertada. Le digo más: el tiempo es magnífico y hace poco tuvimos una gran tormenta de espectacular grandiosidad.

  He dedicado noches a la lectura de su nuevo libro[3], lamentablemente sin mi esposa, pues a la sazón se encuentra de viaje. Sus últimos poemas han sido para mí un verdadero deleite. No es que no me hayan agrada
do cada uno de ellos en particular, pero el conjunto del libro en su totalidad es un hermoso y preciado logro. En la fusión de la forma y la idea alcanza lo posible imaginable. Me han gustado en especial «Amanecer», página 48, luego «Rapto», página 91 y los poemas de las páginas 65, 162, 143, 89 y 161. Su simbolismo es muy vigoroso y sencillo y en este libro su forma es realzada de una manera eminente. Lo tengo aún junto a mí, en mi mesa, y lo hojearé a menudo todavía. Se lo agradezco alborozado y les deseo a usted y a su libro mucha, mucha suerte.

  Recibí con interés la noticia del compromiso de Thomas Mann. Una noche estuve con él en Múnich y me pareció un hombre distinguido y simpático. No, no temo al invierno. Ya estoy acostumbrado a la vida de campo y a estar solo. ¡Y esas veladas junto a la chimenea! Quizá algún día haré uso de su gentil invitación, aun cuando no sea en un futuro inmediato. Si en las postrimerías del invierno no fuera a Italia por un corto período, es muy probable que visite Múnich.

  ¿Ha visto por fin a Paquet? Por favor, salúdelo de mi parte.

  Con cordiales saludos para usted y su distinguida esposa.

  Sinceramente suyo.
Estimado señor Einsle:

  Para usted no debe ser tan difícil escribirme, como me resulta a mí cuando deseo escribirle, pues me conoce mejor de lo que yo puedo conocerle.

  Sólo puedo aceptar la cordial adhesión que brinda a mis libros, pero no agradecerla, pues no hay respuesta para un elogio. Su atenta carta me ha causado gran alegría y quiero hacérselo saber. Usted dice:

  «Así recorreré mis caminos agradecido, sin saber adonde llegaré algún día». Esto es muy cierto. Aun cuando, por diversas situaciones, un derrotero parezca bien determinado, siempre entraña todas las posibilidades de vida y transformación de lo que el hombre es capaz de crear. Y estas son tanto mayores cuanto más infancia, gratitud y capacidad de amar llevemos nosotros. La autolimitación de la profesión y de la edad viril no debe enterrar nuestra juventud. «Juventud» es lo que en nosotros se conserva niño y cuanto más tengamos de ello, más ricos podemos ser en una vida fríamente consciente.

  Con toda cordialidad, le deseo un buen camino
 En estos días el Dr. Bloesch me contó que lo vio en Zúrich y sentí de pronto un gran apego y me puse a pensar en usted, en sus cuadros, en la India y en Bel-Air, en el arte y la amistad y todas las demás cosas espléndidas de las que la guerra me privó.

  Y entonces llegó como presente de Nochebuena su «Playa de Penang», portador de una nueva oleada de ese mundo maravilloso. Querido amigo, permítame expresar una vez más mi sincero agradecimiento por este exquisito y querido cuadro de la playa y por la deferencia de haber pensado en mí. Estimado Sturzenegger, en la actualidad se oye afirmar a algunos bárbaros que antes de la guerra habríamos vivido en medio de lujos y sensiblería y no sería sino en el presente cuando estaríamos descubriendo la vida real y los verdaderos sentimientos. Esto no puede ser más insensato y falaz. Hoy sé por experiencia que componer un poema y cantar una canción no sólo es más bello, sino también infinitamente más sabio y valioso que ganar una batalla o donar un millón para la Cruz Roja. Este mundo «organizado» de los políticos y los generales es nada, y aun el más loco de nuestros sueños de artista sigue siendo mucho más valioso. Crea en este pobre diablo de un poeta que desde hace catorce meses no vive sino en medio de negocios, política, explotación y organización.

  Por esta razón, su cuadro ha sido recibido en este preciso momento por un corazón doblemente sensitivo y le estoy doblemente obligado y agradecido. ¡Ah, la playa de Penang, con sus lejanos archipiélagos y su multitud de bahías! Es bueno guardar en el recuerdo lo mejor de todo ello, porque de lo contrario enfermaríamos de nostalgia.

  ¡Venga alguna vez a Berna! Y cuando haya paz iré a visitarlo y lo espantaré mostrándole mis cuadros al pastel, pintados con mis propias manos. Como ya no tengo tiempo para componer y pensar, me he entregado
a la pintura en mis ratos libres y por primera vez en casi cuarenta años he tomado entre los dedos carbones y colores. Yo no le haré competencia, pues no pinto la realidad de la naturaleza, sino sólo lo soñado…

 

  Membrete: Deutsche Kriegsgefangenen - Fürsorge (Asociación alemana de ayuda a los prisioneros de guerra). División: Central bibliográfica, Berna.

  A Kurt Wolff, Leipzig

  Berna, 30 de diciembre de 1916

  Distinguido señor Wolff:

  Con el envío del volumen de Heinrich Mann me ha deparado una gran alegría y se lo agradezco. Poseía algunas de las obras anteriores, pero estoy lejos aún de tenerlas todas. Mi predilecta fue siempre la Pequeña ciudad que me merece gran estima. En su momento, algunas de las primeras novelas me parecieron algo inofensivamente sensacionales. Pero Heinrich Mann, quien siempre fue mucho y supo mucho, siguió trabajando con decisión y alcanzó fama cuando en nuestra literatura estuvo de moda descansar después de un único ensayo o éxito y seguir produciendo luego esos cachivaches como para hacer negocio
Siento una gran nostalgia, rayana casi en lo enfermizo, de volver a dedicarme con tranquilidad a las bellas cosas, leer, escribir y todo lo que se relaciona con esto. Desde hace meses estoy en un trabajo que de tanto en tanto me produce satisfacciones, pero que en general y a la larga me aniquila. Mi respeto por el «mundo real» de los negocios y las organizaciones no se ha modificado. Ahora y siempre el arte no sólo será más bello, sino también más real y serio que todos esos aspavientos.

  En lo que se refiere al libro de guerra de Scheler, en realidad debo revocar mi primera impresión… Al leerlo, conocí por primera vez con más seriedad a este genio, a lo cual se sumó el entusiasmo de la lectura. No he comprobado ninguna de sus ideas respecto a la época y a la historia. Con mis mejores saludos, su affmo.

 

  Membrete: Asociación Alemana de ayuda a los prisioneros de Guerra. División: Central bibliográfica, Berna.

  A Kurt Wolff, Leipzig

  Berna, 19 de setiembre de 1917

  Estimado señor Wolff:
He escrito en «März» algunas líneas sobre Armen de Heinrich Mann. Sin embargo, debo confesarle que el libro es una desilusión. Tiene usted mejores obras en su editorial.

  No diré nada del aspecto teórico, en parte brillante otra vez, pero lo malo está en que Mann, al emprender un problema de tan nítidos contornos, simplifique la cosa como un sainetero, al degradar a uno de los partidos hasta la ridiculez. Es una lástima. La lucha entre los obreros y los capitalistas resulta interesante y difícil cuando existe en ambas facciones algo como la buena voluntad, cuando el capitalista, si bien rico, es de todos modos un individuo decente. Si ha robado su dinero como en el libro de Mann, el problema pierde su seriedad y la cuestión intelectual se convierte en una novela detectivesca. Es una lástima porque en el libro hay algo grande, pero sólo en su composición. Como idea no es grande.

  Estuve con el Dr. Scheler en dos ocasiones y he hecho buenas migas con él.

  Lo saluda.

 

  A Samuel Fischer, Berlín

  27 de agosto de 1919
Mi querido señor Fischer:

  Me ha hecho muy feliz volver a recibir una extensa carta de usted, a la cual atribuyo tanto más valor cuanto que tengo en cuenta lo breve de sus vacaciones.

  Su juicio acerca de Dehmel es muy acertado. Yo también venero y estimo su totalidad como persona. Pero en su libro advierto de pronto el abismo que lo separa de la juventud actual. Ocurre lo mismo con Hauptmann y con la posición de los escritores alemanes respecto a la política. Hace poco, le escribí a su esposa sobre este particular. Durante la guerra y desde un principio he pasado por un proceso diferente en cuanto a estas cosas y cuestiones y desde entonces me encuentro situado en otras constelaciones en relación con el mundo y con la patria. (Mi primer artículo sobre la degeneración de la intelectualidad alemana en la guerra ya apareció en Zúrich en el otoño de 1914). En el folleto anónimo El retorno de Zarathustra, que escribí en enero, he intentado exponer mi relación personal con la política. A pesar de mi particular empeño porque se lo tuviera en consideración, el «Neue Rundschau» no hizo mención alguna del librito, tal vez con razón. Pero la juventud ha reaccionado con vehemencia desde distintas direcciones. Me han interrogado mucho, me han atacado mucho, me han brindado mucha confianza. Lamentablemente, todo esto me llega tarde, después de los años de guerra y de los golpes del destino que han cambiado y aserrado mi existencia. También ha llegado demasiado tarde su cordial invitación a visitar Berlín. En un momento de inconcebible soledad y desesperación, he debido hallar yo solo un derrotero y ahora debo quedarme en él, no por ponderaciones y razones, sino simplemente por la ley de gravitación.

  ¡Vayamos a los asuntos de negocio! No debe preocuparse por ese libro que editó Tal, en Viena[5]. Se trata, en efecto, del libro que debía ser publicado por una editorial suiza. El editor es mi amigo, y me paga los derechos en francos. Tal es tan sólo impresor y editor técnico.
Además, formar parte de esta serie es para mí como un pequeño documento que atestigua mi afiliación con el grupo de Rolland, Barbusse, Zweig, y otros pocos intelectuales a quienes cobré mucho afecto durante los años de la guerra. Este librito será editado una única vez y ya no volverá a aparecer, tampoco en su editorial. Quizá en un futuro distribuya los fragmentos que lo componen entre otros libros.

  Al respecto puedo decirle poco en este momento. Usted mismo ha advertido ya que también como literato me he transformado y mudado de piel en los últimos años. Hoy no sé aún cuanto tiempo seguiré guiándome por la pauta de los expresionistas, pero por cierto, desde la guerra, desde 1915 aproximadamente, mi rumbo ha variado. Escribí el Zarathustra en forma anónima para no espantar a la juventud con el conocido nombre de un viejo. Tal como su esposa adivinó, escribí el Demian en forma anónima (ya en 1917), pero deberá conservarlo todavía en absoluto secreto. Todo esto y también los más recientes de mis «cuentos» han sido los primeros intentos hacia una liberación que pronto consideraré lograda. Aquí, en Montagnola, he terminado dos trabajos de cierta importancia, de los cuales pienso enviar el segundo dentro de algún tiempo al Rundschau.

  Presumiblemente, usted también debe sufrir con el cambio en su calidad de editor. El círculo de compradores de mis libros, al menos de los nuevos, se reducirá con sorprendente rapidez. A mí me da lo mismo. Lo que pudiera perjudicar y cambiar mi vida por completo debido a una bancarrota financiera, jamás me sacará de quicio.

  Y ahora otro pedido. Por momentos tengo la sensación de que pudiera ocurrirme algo. Si así sucediera le ruego tomar nota que todavía deben salir los siguientes libros:

  Un volumen con tres novelas, los trabajos revolucionarios más novedosos. Su contenido: una novela Alma de niño, actualmente en poder de la Deutsche Rundschau (Paetel). Segundo: una novela Klein y Wagner y una
composición algo fantástica: El último verano de Klingsor. Estos dos manuscritos se encuentran aún en mi poder, el segundo no está concluido del todo y tan pronto lo termine se lo ofreceré a la Rundschau.

  Este volumen integrado por las tres novelas citadas será mi libro más importante. Este y Demian. Todavía no he pensado un título adecuado.

  Otra cosa que deseo, por si no llegara a hacerlo por mí mismo es que no se emprenda en mi memoria la publicación de ninguna edición de Obras Completas u otra de esas cosas superfluas, pero sí una breve selección de mi poesía, bella y económica. Yo ya he reservado material para tal selección. Le ruego guardar muy bien estos dos pedidos míos.

  Me place saber que a Strauss le va bien. A raíz de la caprichosa revocación de cierta palabra, no sólo me perjudicó y me puso en una situación embarazosa por una cuestión literaria, sino me hizo enojar seriamente.

  Querido señor Fischer, el viento del mundo y del destino sopla aquí también, en Montagnola, en mi estudio que da al viejo jardín. Berlín no cambiará nada en mí. Pero de cualquier manera, el hecho de que usted haya pensado en mí y me invitara como también la certidumbre de poder contar con su amistad, me conforma y consuela.

  Lo saluda cordialmente suyo.

 

  Tarjeta postal a Kurt Wolff
Múnich, sello del 21 de agosto de 1925

  Estimado señor Kurt Wolff:

  Agradezco sus líneas del 6 de agosto. Los volúmenes de Zola anunciados seguramente llegarán en estos días. Hasta ahora no los he recibido.

  Quiero hacerle otro pedido. Soy un gran admirador de Kafka, y por desgracia sólo poseo de él Médico de campo y la Colonia penitenciaria. En su momento, su casa editó otras obritas suyas menos importantes: La metamorfosis, El calefactor, El juicio y otras. Le agradecería muy especialmente me proveyera estos libros. He leído con extraordinario deleite la novela póstuma de Kafka, publicada hace poco por una editorial berlinesa.

  Lo saluda cordialmente

 

  A Oskar Loerke, Berlín

  Zúrich, 9 de marzo de 1927

  Estimado señor Loerke:
Le doy mis más expresivas gracias por haberme escrito de manera tan amistosa y prudente sobre El lobo estepario. Su juicio respecto al prólogo me satisface, de modo que lo dejaré…

  … Un asunto que por momentos me fastidia un poco sin que lo llegue a tomar muy en serio, es mi afiliación a la Academia. Daría mucho por verme nuevamente fuera de ella. Ya el cuestionario que me mandaron, similar al de los postulantes a un empleo en el servicio ferroviario prusiano, fue algo atroz y las publicaciones de la sección se me antojan tristes y ridículas.

  Cuando me fue comunicada mi elección, creí poder evadirme de una manera cortés y poco escandalosa haciendo notar a la Academia que yo no era ciudadano alemán sino suizo, y por consiguiente no podía aceptar la elección. Cuando advertí que ese motivo carecía de validez, accedí simplemente por comodidad y para no parecer descortés…

  … Si alguna vez, en una ocasión se le ocurriera una forma decente para formalizar mi retiro, le ruego me haga un guiño…

  … Adiós, y mi cordial agradecimiento.

 

  A Oskar Loerke, Berlín

  22 de julio de 1927
Estimado señor Loerke:

  Hará pronto tres semanas, el día de mi cumpleaños, recibí su amable y generosa carta y enseguida la aparté para salvarla de la suerte del otro montón de papeles que me llegó ese día.

  Y ayer, por casualidad, tuve ocasión de leer el artículo escrito con motivo de mi onomástico en un periódico berlinés (no sé cual).

  Así como entre las muchas cartas, la suya fue una de las pocas gratas y auténticas, también lo fue su artículo entre los artículos periodísticos en su mayoría muy malos, que alaban o censuran de una manera superficial y no tienen la menor noción de las cosas. Así pues, me han causado una doble alegría y le agradezco por ello.

  Este verano lo he pasado aquí más grato que de costumbre, pues cuento con la prolongada visita de una amiga. Por lo demás, la estación no me ha resultado favorable. Vine aquí en primavera, muy cansado y con la salud quebrantada después de un invierno en la ciudad. Pensé que unas cuantas semanas de vida de campo, baños de sol y mucha leche me ayudarían a recuperar mi estado normal, pero no lo conseguí.

  Al menos, brilla el sol, si bien alternando con lluvias más frecuentes que en otros años. No obstante, luce radiante y calienta. No pocas veces dispongo de una buena hora para pintar y entonces me siento en medio de las vides y los pequeños maizales, escucho zumbar a los lucanos y correr a las lagartijas, contemplo el vuelo de las jóvenes golondrinas y me solazo en la contemplación de la policromía de las montañas y los aires. Entonces todo me parece perfecto.

  Acepte mi gratitud, querido camarada. Me ha dado una alegría

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