Hermann Hesse Cartas escogidas 09

Distinguidísimo:

  Habrá visto por mi impreso que su larga carta llegó a mi poder y también la tarjeta complementaria (quédese tranquilo en cuanto a la «sustancia» y mi interpretación de ella). Bien, del Estudiante de humanidades, una de mis más antiguas narraciones (alrededor de 1905) hay o hubo una pequeña edición económica como la que busca y he podido enviarle dos ejemplares de la misma. Hubiera querido volver a leer el cuento, pero no pude y quizá ya no tenga oportunidad de hacerlo en lo que me queda de vida. Lo leí por última vez hace trece o catorce años, cuando reelaboré la vieja versión del libro Diesseits (Aquende) para una nueva edición. No hice tantos cambios, como cortes y eliminación de ornamentos superfluos. Todavía existe el libro en su versión original.

  Algunas cosas en su carta me causaron una sensación de melancolía, en particular la idea de cómo usted, el heroico G., se presentaría en mi casa para animarme y pasar conmigo dos o tres días e incluso sus noches haciendo bromas y riendo homéricamente. Las personas carecen del don de conocerse entre sí y la idea que yo tengo de usted es sin duda tan errónea como la suya respecto a mí. Naturalmente, conocí mis buenos tiempos alegres, pero no soy proclive a las chanzas y a las risas y cuando me llevan a una situación donde impera el jolgorio me fatigo una enormidad. Una o dos horas son para mí más que suficientes. Pasar media noche, ni qué decir una noche entera, en medio de risas y bromas significaría para mí un esfuerzo demasiado agotador del cual no lograría reponerme. No, querido camarada del norte, todo cuanto se dice o alude de mis obras, todos los tonos de mi música y los conocimientos y experiencias no se fundan en mi disposición para la broma y la fuerza, pues no la tengo. La mía es disposición para el sufrimiento, una disposición como la de la princesa de la arveja, una sensibilidad extremadamente delicada… Así pues, y sin ánimo de herirle, estoy muy contento de que no pueda venir a visitarme, palmearme la espalda e invitarme a chancear.

Más tarde, cuando haya aprendido a conocer de una manera más diferenciada la melodía en mis libros, advertirá por supuesto que esta delicadeza es tanto salud como enfermedad, pero de cualquier manera algo que no deseo sea de otra forma, aun cuando de este modo la vida está llena de dolor. Nuestra vida, la vida mediocre de un occidental de la actualidad se me antoja tan espantosa que sólo puede ser soportada por zopencos, por idiotas, por gente sin espíritu ni gusto, sin finas vibraciones. El «heroísmo» es también el ideal de esta época y termina en las trincheras a cuarenta grados bajo cero. No, la gente sólo soporta esta vida porque ya no está acostumbrada a los dones más delicados del hombre y entre ellos los mejores y más bellos. Yo, por el contrario soy un poeta, en consecuencia, un ser de una época mítica fenecida, capaz de vibraciones más inteligentes y diferenciadas que las del hombre actual, pero cautivo en el mundo y en la atmósfera de este presente, condenado a estallar como un bicho extraño en la jaula del zoológico.

  Bueno, ya es suficiente y demasiado. Agradezco nuevamente su carta, que en gran parte me ha complacido, y su relación con Spinoza me halaga.



  A la señora G. S. de Berna

  16 de abril de 1940

Acepte la expresión de mi gratitud por sus muy bienvenidos regalos.

  … Por cierto, no puedo darle la razón en lo que dice respecto a la novela de Joachim Maass. Que un individuo relate o confiese su vida en una novela, sólo puede tener lógica y éxito cuando el lector toma en serio tal confesión y está dispuesto a escuchar de verdad al escritor, pero no cuando en lugar de escucharlo, se preocupa en pensar si el penitente y sus oyentes no se estarán muriendo de hambre porque la confesión se alarga demasiado. La objeción de que una persona de ordinario no habla de manera sostenida y durante tanto tiempo, es comparable a la objeción que tan frecuentemente se hace a la ópera: a saber que en la vida cotidiana la gente no canta y en consecuencia la ópera sería una cosa absurda. La literatura no tiene nada que ver con la «vida cotidiana», sino quiere y debe hacer visible el fondo, el sentido de la vida, y cuando un hombre se pone a contar su vida y emplea para ello cincuenta o cien páginas, siempre será poco si en verdad da cuenta de algo de valor experimental.

  Anteayer, después de un prolongado intervalo, recibí una carta de Maass, el autor de Testamento. Se encuentra en América, frente a un destino incierto aún. Su amigo y colega de grandes dotes, Beheim Schwarzbach (Reclam publicó su fabuloso cuento El tambor de la muerte) está en Inglaterra pero debió dejar a su esposa en Alemania, y para colmo de males enferma.

  Sí, también le agradezco por lo que dice acerca de las modificaciones del poema. Quizá tenga razón en cuanto a la línea de la ventana roja o el leve resplandor. Al menos yo también prefiero lo del leve resplandor y presumiblemente volveré a incorporarlo. Lo que sucedió fue esto. Sin duda lo correcto fue trasponer la poesía de lo subjetivo y narrativo a lo general y puramente alegórico, ya por el solo hecho de que la poesía concluye con un conocimiento puramente intelectual, es decir con la idea de que la esencia de la música es el tiempo y por cierto puro presente, no otra cosa. Para llegar a esta idea necesité alrededor de sesenta años, a pesar de que desde mi

infancia fui un amigo de la música. Ahora bien, con la omisión de la primera estrofa también se descartó la línea de la nublada noche de primavera, la línea más cálida, sensual y también la que hace una marcada alusión a la profundidad del espacio. Esta pérdida me dio pena. Quizá en compensación le di a la linea de la ventana el rojo y la incandescencia, y perseveraré en ello hasta que por fin vuelva a incorporar lo del leve resplandor. Esto es lo que ocurre con nosotros, los poetas. Siendo un mozalbete, mientras aguardaba en la sala de espera de un dentista, leí un chiste en las revistas: Un consejero comercial encuentra a un poeta y le pregunta si ese día ya había trabajado algo. El poeta le contesta con profunda gravedad: «¡Oh, sí! Toda la mañana repasé lo escrito la víspera y finalmente taché una frase». El otro vuelve a preguntar: «¿Y por la tarde?». El poeta responde: «Verá. Volví a examinar todo de nuevo y al final dejé la frase que había quitado».

  Nunca olvidé este chiste leído en lo de un dentista de Stuttgart, allá por el año 1890.

  Addio, recibid ambos mis cordiales saludos.



  Al señor G. G., Copenhague

  ¿1940

Estimado caballero:

  ¡Vaya G. robusto que es usted! Uno se atemoriza cuando usted alza la mano, ni qué decir cuando hace brotar versos de su manga. Protesta con tanta vehemencia sobre los pocos versos, lo único nuevo que he producido desde hace medio año, que algo en ellos debe haberle tocado finalmente o afectado cuando reacciona en forma tan violenta. Sin embargo, la corrección que propone a mi poema va desencaminada ya por el mero hecho, amice, de que los poemas no admiten corrección. Si no son poesía se malogran por sí mismos. Pero si son poesía, visiones, vivencias contemplativas, nada puede hacerse en su contra. Forman parte entonces de lo más fuerte que existe en el mundo.

  Ignoro si la mía es una verdadera poesía, tampoco me toca decidir al respecto. Pero usted, querido lector, cuando recibe un poema no debe apretar los puños y alzar la voz. De este modo se cierra el camino hacia el poema. En primer lugar debe tratar de dejarlo entrar en usted y no examinarlo enseguida para comprobar si tiene la cosmovisión spinoziana por usted deseada.

  ¿Recuerda en Siddharta, al ladrón que tenía Buda en su interior? De este modo, la mitología india con sus imágenes a menudo masivas de Vishnu y de Shiva, de las cuatro edades del mundo, el ocaso del universo y la eterna recreación no sólo tiene rasgos primitivos e infantiles, sino también encierra en sí todo lo esotérico que el sabio es capaz de percibir. Así como el ladrón es Buda, el demiurgo es la Unidad, y es ocaso y recreación en uno solo, a saber, en el fondo, muy atrás en el fondo del mundo. Pero en el primer plano de la pizarra del escolar, en la escritura mitológico-poética de letras filigranadas, la poesía es sólo poesía, algo de doble sentido y pluralidad de sentidos, algo que a la mayoría se le antoja una niñería tonta y que a los spinozianos puede causarles el efecto de un trapo colorado. Y entre este primer plano y este fondo, entre el demiurgo primitivo o poeta y el

esotérico Dios-Spinoza, fluctúa y hace música el mundo entero. Tan sólo es menester escuchar un poco. Con el tambor no se la puede abordar. El tambor tan sólo levanta un muro entre la poesía y el lector, entre la música y los oyentes que protestan.

  Suficiente. Dado mi estado de debilidad ésta ha sido una carta harto larga. Pero quería hacerle saber que oí su voz. Los poetas tienen una audición tan buena que no es necesario golpear sobre la mesa. Son sismógrafos.

  Mi única intención era saludarlo y burlarme un poco de usted para lograr tal vez que en el futuro esté a la espera de percibir y respetar el enigma tras los poemas, tras las mitologías y los demiurgos.

  Yin y Yan deben jugar entre sí y no pelear. El dolor del mundo debe encontramos indestructibles en lo más íntimo de nuestro ser, pero no cerrados debido a una perfecta filosofía. Y los poemas también reclaman ser considerados más como juego y en broma y al mismo tiempo con más seriedad de lo que usted lo hizo esta vez.



  Al señor W., Estocolmo

  Fines de febrero de 1941

  Estimado señor W.

Agradezco su grata carta y dado que es usted hermano de P. U. W. tengo una idea aproximada de su origen y de su calidad.

  Ya se verá si es poeta, es decir, un individuo capaz de alcanzar la realización y representación de su propio ser sólo como poeta. De todos modos, el hecho de que la poesía le interese y anhele llegar a ser un poeta es un comienzo y en consecuencia deberá seguir este camino hasta que quede evidenciado si es su único y verdadero destino. Esto es más difícil para el poeta que para un pintor, porque un individuo es capaz de producir a muy temprana edad y dadas ciertas circunstancias buena música o pintura formal y valiosa, en tanto las composiciones poéticas de valor permanente son casi sin excepción obra de adultos que han alcanzado ya cierta madurez y atesorado experiencias. No hay oficio que el poeta pueda aprender en forma objetiva, de tal forma que para el joven poeta su empresa es fácil en apariencia, pero en el fondo se le hace más difícil que a otros artistas. La mayoría de las veces es menester esperar largo tiempo hasta lograr producir algo valioso también para los demás. Por esta razón es bueno ejercitarse, imponerse rigor, examinar todo lo escrito al cabo de cierto tiempo para asegurarse si no es posible expresarlo mejor, con mayor precisión y agudeza.

  Conténtese con estas palabras, pues hoy ya no puedo decirle más. Solamente agregaré esto: cuanto más se esfuerza un artista en favor de su arte y más en serio lo toma, tanto más se acerca a la meta de encontrar lo último que se quiere significar con todo arte: la fe en el sentido de la vida, o si lo desea, el valor de dar a esta vida un sentido. El camino hasta allí comprende muchas etapas, a menudo es tortuoso, a menudo parece difícil, pero no obstante vale la pena recorrerlo


A Peter Suhrkamp (¿Berlín?)

  7 de marzo de 1941

  Estimado señor Suhrkamp:

  Ayer recibí su carta desde Gastein, portadora de la noticia del deceso de Loerke y al mismo tiempo llegó la noticia de la muerte de mi hermano mayor. Eramos cuatro hermanos y nos amábamos mucho mutuamente. Hans, el menor, fue el primero en abandonamos. Usted lo conoce a través de mis hojas conmemorativas. Ahora de los cuatro sólo he quedado yo.

  Comprendo cuánto significa para usted la pérdida de Loerke. Usted también perdió un hermano y más.

  Mi salud ha vuelto a empeorar, es decir que no puedo pensar en dedicarme a otro trabajo fuera del mecánico. Mis ojos y mi cabeza están aquejados de dolores y la gota ha atacado casi todas las articulaciones de mis manos, en particular la derecha.

  Pero antes de presentarse este agravamiento (sin duda relacionado con la primavera) y desde mi estada en Baden, he logrado concluir un capítulo del magister ludi Knecht. Falta tan poco en cantidad, que sin duda estará completamente terminado este mismo año, pero no debo prometer nada ni establecer plazos

Del material que en su momento le mostré para un eventual libro y que usted no quiso aceptar (qué se le va a hacer) deben excluirse uno o dos fragmentos por razones de tiempo. En consecuencia, lo que resta es muy poco y si de esto extrajera un cuento de cierta extensión para publicar en un tomito especial como me sugiere, equivaldría a renunciar por completo al libro que tenía en mente. Por hoy no le digo más. Ante todo, necesito examinar cuidadosamente dicho material una vez más y debido a mi vista me llevará un buen rato.

  Me alegra de todo corazón saber de su restablecimiento y de su estado de salud en general, pero en principio no le comprendo del todo. Es por cierto una mezcla de lo físico y lo moral. Si examino mi propia vida según las reglas de validez general y más aún, según los criterios que rigen hoy en el mundo, todo ha sido equivocado y no ha podido sino conducir a un mal final. Si siempre hubiera obrado y vivido como lo exigen la moral, la razón, la higiene, quizás habría llegado a ser un mediano oficial y contaría entre mis logros la destrucción de varias aldeas, mientras que a mi modo me encuentro ahora aquí con las manos vacías a no ser que quieran anotarme como atenuantes un par de libros escritos. Si volviera a ser joven y pudiera comenzar de nuevo, volvería a obrar de la misma manera.

  Le doy las gracias y estrecho su mano.



  Al doctor H. M., Burgdor


Fines de marzo de 1941

  … Encuentro comprensible lo que dice acerca de las correcciones de poemas, pero no comparto esta concepción. Los pueblos descorteses se inclinan a denigrar la cortesía como una cobarde perfidia y alaban la grosería como noble virtud.

  Del mismo modo esos pueblos que tienen una mala relación con su propio idioma (en primer lugar los alemanes y de una manera particularmente acentuada los suizos alemanes) tildan el cultivo de la lengua de mera cháchara o cosa parecida, tal como los alumnos haraganes desprecian el latín y el griego como materias inútiles. Cuando alguien atribuye al cultivo de una lengua sólo el valor de un entretenimiento o de una afectación y considera como «cháchara» un vocabulario y una sintaxis esmerados, ello no causa ningún daño si se trata de un campesino o un soldado. Pero si es un poeta, comete una grave injusticia.

  Muchos poetas y diletantes alemanes y suizos tienen en sí la costumbre de considerar la poesía como un proceso fisiológico, algo así como escupir o digerir, algo que se cumple de manera instintiva y con exclusión de la voluntad y la razón. Esto no sólo es absurdo y equivocado, sino también de malas consecuencias para nuestra literatura que sabe Dios no es muy rica…

  ¡Goce de la primavera, en tanto sea joven! Y reciba un cordial saludo.

Al señor L. M., Cannstatt

  ¿1941?

  Estimado señor M.:

  Deseo contestar su carta antes de ausentarme de viaje durante algunas semanas. El destino de los suyos también me toca de cerca. ¡Ojalá que todo transcurra con más benignidad de lo que piensan los dictadores!

  En cuanto a su intranquilidad y preocupación por su propia nación y a su aptitud para la vida, deseo infundirle aliento y fe. Por supuesto, hay mucha gente a la que la vida le resulta más fácil y que en apariencia o de verdad es más «feliz». Son los netamente no individualizados quienes no conocen problemas. Para nosotros, los que somos diferentes, no tiene sentido alguno compararnos con ellos. Nosotros debemos vivir nuestra propia vida y esto significa algo nuevo y propio, cada vez más difícil y también cada vez más bello para cada uno en particular. No existen normas para la vida y a cada cual ésta le asigna un deber único y diferente. Y así tampoco hay una ineptitud innata o predeterminada para vivir. Por el contrario, aun el más débil y el más pobre puede llevar en el lugar que le asignaron una vida digna y genuina y ser alguien para los demás, simplemente por aceptar el puesto no elegido que tiene en la vida, su misión especial y tratar de realizarla. Esto es auténtica humanidad y siempre irradia algo noble y benéfico aún cuando el depositario de esta misión sea a los ojos de los demás un pobre diablo con quien nadie quisiera compararse.

  No se entregue a autoexámenes y autocríticas valorativas. Por cierto, uno puede criticar y condenar una acción aislada de la que nos arrepentimos. Esto es saludable. Pero lo que no debe hacer, es juzgarse y evaluarse


a sí mismo acerca de cómo fue puesto en el mundo sino aceptar primeramente lo que se ha recibido de Dios en dones y defectos. Es menester decir sí y tratar de lograr lo mejor sobre esa base. Dios ha tenido algo en mente respecto a cada uno de nosotros, intentó algo y seremos sus enemigos si no aceptamos sus designios y no lo ayudamos a realizarlos.

  No puedo decirle más al respecto, tampoco importa la cantidad de palabras.



  A un joven individuo

  Zúrich, mayo de 1943

  Si bien no estoy capacitado para escribir una buena carta —los médicos me están importunando de nuevo— deseo retribuirle su saludo. Como he podido advertir, lo motiva una necesidad. Lo que nosotros experimentamos no puede comunicarse con palabras y así pues su carta se aproxima apenas al problema. Este reside en la palabra «yo». Usted habla del «yo» como si fuera una magnitud objetiva conocida, cosa que no es tan así. En cada uno de nosotros hay dos «yo» y quien sepa dónde comienza uno y acaba el otro, será infinitamente sabio



Si observamos un poco a nuestro yo subjetivo, empírico, individual se nos mostrará muy proteico, voluble y dependiente del exterior, muy expuesto a las influencias. Por lo tanto, no puede ser una magnitud con la que se pueda contar sobre una base firme, mucho menos puede ser para nosotros escala y voto. Este «yo» no nos instruye sino sobre lo que la Biblia dice con harta frecuencia, a saber que somos una especie bastante débil, contumaz y cobarde.

  Pero existe el otro yo, escondido en el primero, entreverado con él, pero de manera alguna se los puede confundir entre sí. Este segundo yo, elevado y santo (el Atman de los hindúes que usted equipara a Brahma) no es personal, sino que constituye nuestra participación en Dios, en la vida, en el todo, en lo impersonal y ultrapersonal. Vale más la pena dedicarse a este yo y seguirlo. Pero es difícil. Este yo eterno es tranquilo y paciente, mientras que el otro es indiscreto e impaciente.

  En parte, las religiones son conocimientos sobre Dios y el yo, en parte prácticas espirituales, sistemas de ejercitación para independizarse del caprichoso yo privado y aproximarse más a lo que de divino tenemos en nosotros.

  Yo creo que una religión es tan buena como otra. No hay ninguna en la cual no podamos llegar a ser sabios, ni ninguna que no podamos practicar también como la más estúpida idolatría. Pero en las religiones se ha reunido casi todo el verdadero saber, sobre todo en las mitologías. Toda mitología es «falsa» si la consideramos cualquier cosa menos piadosa, pero cada una es una llave para llegar al corazón del mundo. Cada una señala los cambios que apartan de la idolatría del yo y llevan al culto de Dios.

  Bueno, suficiente. Lamento no ser sacerdote, pero si lo fuera quizá debería exigir de usted precisamente lo que de momento no puede cumplir. Y así es mejor. Me limito a enviarle el saludo de un peregrino que al igual que usted camina por la oscuridad, pero sabe de la luz y la busca.


Al profesor Robert Faesi, Zúrich

  Después de su crítica sobre El juego de abalorios.

  1.º de noviembre 1943

  … Deseo responder brevemente a algunas pequeñeces. Me ha decepcionado que pudiera concebir la idea de buscar una manifestación cualquiera sobre forma de Estado, vestimenta, etcétera en el utópico mundo del futuro del libro (al cual data usted correctamente). En cambio, me ha complacido en gran medida que haya reconocido con tanta exactitud la estructura de mi utopía y la haya formulado tan bien. Muestra solamente una posibilidad de la vida espiritual, un sueño platónico, no un ideal que deba considerarse de eterna validez, sino un mundo posible, pero consciente de su relatividad. El joven Josef Knecht y el maestre exponen el significado íntimo y el valor de ese mundo, mientras que el Knecht ulterior, preparado en historia, incorpora también al mundo más ideal las ideas de la relatividad y de la caducidad. Knecht debe al maestre Jakobus poder verlo así y que yo haya podido ver al mismo tiempo en su relatividad a Castalia, mi utopía, se lo debo a ese Jakobus, cuyo nombre di al padre, a Jakob Burckhardt…


Al profesor Emil Staiger, Zúrich

  Principios de enero de 1944

  Distinguido señor profesor:

  Su amable carta ha significado para mí una verdadera alegría. Después de experimentar el primer contacto desagradable con el público —la crítica a través de los folletinistas, entre los cuales la única voz seria fue la del profesor Faesi—, mi libro empieza a ejercer lentamente su influencia en esa clase de lectores a los cuales va dirigido, y hasta ahora la señal más grata de esta influencia ha sido su carta. Me ha traído ecos tan bellos y ricos que todavía hoy, a pesar de mi mal estado de salud, me siento encantado.

  En realidad al escribir este libro no pensé en una utopía (en el sentido de un programa dogmático) ni en una profecía, sino que traté de exponer lo que yo considero una idea legítima y genuina y cuya materialización podemos percibir en muchos lugares de la historia universal. Para mi satisfacción, su carta ha venido a testimoniarme que en mi intento no caí en lo imposible, lo sobrehumano y lo teatral. Mientras trabajaba en este libro


rondaron a mi alrededor muchos espíritus, en realidad todos los espíritus de mis educadores y entre ellos los hay tan humanamente sencillos y ajenos a todo énfasis y patrañas, como los de los sabios chinos, tanto los históricos como los legendarios.

  Me place tanto su juicio sobre la jovialidad y la sencillez en la orientación de mi libro, como sus palabras sobre el significado y la posible influencia del mismo. Este significado lo encuentra expresado en forma sumaria en el epígrafe que aparece al principio del libro y cuyo contenido es más o menos éste: confirmar una idea, representar una realización, ya es en sí un breve paso hacia esta realización (paululum appropinquant). También a este respecto su juicio es para mí una confirmación.

  Al agradecerle por la satisfacción que me ha procurado, deseo expresarle también que yo ya le conozco y le he tomado simpatía a través de algunos de sus trabajos, por ejemplo los publicados en «Trivium». Más de una vez me hicieron pensar: aquí trabaja gente a la cual le importa exactamente lo que yo opino. Me agradaría verlo alguna vez. Como yo ya no gozo de la suficiente movilidad para hacer visitas, quizá en alguna ocasión que pase por esta región pueda llegarse hasta ésta su casa y visitarnos a mi esposa y a mí. Ella comparte mi labor.



  A Otto Engel, Stuttgart-Degerloch

  Fines de enero de 1944



Estimado doctor Engel:

  Aun cuando en la actualidad recojo con mi oficio lo contrario del éxito (los libros impresos en Berlín siguen agotados desde hace años, los impresos en Zúrich restringidos al reducido mercado suizo y en los últimos años he regalado más libros que los que he vendido), puedo afirmar que ha aumentado considerablemente la afición por la lectura y su comprensión. El juego de abalorios ha encontrado en verdad un pequeño número de lectores que casi comprenden y aceptan hasta el último detalle, y esto es harto satisfactorio. Algunas cartas me lo demuestran. Una de ellas me la envió el nuevo profesor de literatura de la Universidad de Zúrich, nombrado hace poco, a quien no conozco personalmente; otra E. Ackerknecht, el autor de la hermosa biografía de Keller; luego recibí la suya y la muy bella y amable de Marianne Weber. Creo que a esta altura conoce usted mi libro mejor que yo, pues a mí se me va de las manos poco a poco. Usted también percibe el lado suabo en las ideas de selecta minoría y el juego de abalorios, y eso me agrada en particular.

  … Si se le puede hacer llegar aún un saludo al amigo Schrempf, transmítale los míos muy cordiales y dígale que forma parte de las figuras que gravitan constantemente en mi vida y que considero su pensamiento y su persona como una feliz mezcla del espíritu religioso suabo y el socrático, iluminado por la lejana constelación de Kierkegaard, cuyo frío apasionamiento produce ecos antagónicos inolvidables respecto a esos otros dos espíritus.

  Si es factible, le ruego volver a escribirme sobre la impresión general que le ha merecido mi libro. Su epígrafe tiene la ventaja respecto a muchos otros, de poder aplicarse con harta exactitud. Esto no entraña arte alguno pues el texto alemán lo inventamos el autor Albertus y yo. Schall realizó la versión en latín escolástico y Collofino la revisó. Por esta razón ambos fueron citados con mis muestras de gratitud en la mención de las fuentes.


Transmita mis saludos a su esposa y a los amigos y trate de sobrellevar las cosas. Aun cuando la existencia de Tao no puede sufrir merma, en estos tiempos mucho depende de los individuos encargados de transmitir la herencia a la posteridad.



  A Rolf v. Hoerschelmann, Feldafing

  22 de febrero de 1944

  Estimado señor v. Hoerschelmann:

  Agradezco vivamente su carta. En cuanto a Castalia debe tenerse en cuenta que no sólo es utopía, ilusión y futuro, tampoco lo es de manera preponderante, sino también realidad, pues desde hace mucho tiempo han existido y han sido frecuentes el orden, las academias platónicas, las escuelas de yoga y todas esas cosas. Y en lo atinente a las mujeres: el poeta Bhartrihari, por ejemplo, era un monje budista incapaz de resistirse a una escapada porque creía no poder prescindir de las mujeres, pero siempre regresaba arrepentido y era acogido nuevamente con todo beneplácito


La otra cuestión: el juego de abalorios es un lenguaje, un sistema completo. Por lo tanto, se lo puede jugar de las maneras imaginables más diversas, por uno e improvisando, por varios y de acuerdo con un plan, compitiendo o bien en forma hierática.

  En Stuttgart ha fallecido mi amigo Christoph Schrempf que alcanzó bastante más de los ochenta años de edad. De las personas que conocí era quien más se asemejaba a Sócrates (sobre quien escribió, por otra parte, de una manera grandiosa).

  Sí, quedaba aún otra cuestión: naturalmente, la muerte de Knecht puede tener muchas interpretaciones. Para mí, la fundamental es la del sacrificio que cumple con valentía y gozo. Tal como yo lo considero, no interrumpe de este modo su obra de educador en el adolescente, sino que la termina.

  Addio, cordiales saludos.



  A la señorita Charlotte Petersen, Dillenburg (Hessen)

  Mediados de mayo, 1944

  La señorita Petersen mencionaba un pasaje del libro de Ernst Jünger del siguiente tenor: «La batalla es una terrible medición de la producción recíproca y el triunfo del éxito una competencia que sabe producir con mayor rapidez y menos escrúpulos. Aquí, la era de l


cual provenimos, descubre su reverso. El dominio de la máquina sobre los hombres, del peón sobre el señor se hace evidente y una profunda brecha que ya comenzó a conmover los órdenes económico y social durante la época de paz, asume carácter mortal en las batallas de esta era. Aquí se devela el estilo de una estirpe materialista y la técnica celebra un triunfo cruento. Aquí debe ser saldada una cuenta de culpas que parecen haber caducado y caído en el olvido hace tiempo, y si nosotros hemos tenido que “entrar en esto”, habrá buenos motivos, aun cuando quizá no hayamos tenido culpa, pero el destino no conoce responsabilidades personales, está muy por encima de estas cuestiones».

  A esto contesta H. H.:

  Por supuesto, la posición de Jünger a la cual usted alude, es característica. El mundo de Jünger está lleno de espíritu, crítica, razón y un elevado gusto artístico, pero carece de amor. Y en su cita me parece particularmente característica la conclusión del destino que no conoce responsabilidades. Así sucede, en efecto: nadie es culpable, estamos quemando y bombardeando al mundo hasta convertirlo en una ruina y somos inocentes. Somos «exponente» o «factor» o cualquier cosa ingeniosa, pero no humanos, no seres morales, súbditos de Dios y responsables ante él. Hablando en buen alemán, no doy por esto ni medio penique.



  Al profesor K. Kerényi, Ascona

  Principios de setiembre de 1944


Estimado señor y amigo:

  (Esta es una fórmula que Jacob Burckhardt gustaba emplear). Las fuerzas ya no están a mi servicio como antes, ni tampoco las palabras, de lo contrario hace tiempo le hubiera escrito unas líneas testimoniándole mi agradecimiento y amistad. Acabo de concluir con la primera lectura de su nuevo libro que me ha deparado gran satisfacción. He buscado aquí y allá las palabras adecuadas para definir el hechizo que ejerció sobre mí la lectura de un genuino libro sobre mitologías, pero no he encontrado ninguna que pudiera decirlo con tanta belleza y perfección como aquellas que usted escribió en su carta de julio y que rezan así: «En las tramas de tales sueños uno mismo es hilo y queda entretejido en esa tela sin orillo que comenzó con las grandes mitologías de la humanidad». Esto es. Y mientras nos empequeñecemos infinitamente ante este mundo mítico, como poetas de hoy nos sentimos sin embargo confirmados y justificados en el sentido de nuestro hacer, en nuestro ensueño poético. Esto hace bien y por momentos es necesario. Entretanto, le he enviado desde Bremgarten los dos poemas a modo de saludo estival. Estuvimos una vez más en ese lugar de la fiesta de Viaje al Oriente, en medio de un mundo de recuerdos y relaciones, y mientras nosotros mismos y nuestros amigos hemos envejecido y cambiado en parte, el castillo, el río y la arboleda aparecen tan inalterables y perennes que se tiene la tentación de introducirse con los ojos en el propio pasado como en un cuadro. Y además en esta ocasión hubo algo especial. Se volvió a realizar en nuestro honor toda una fiesta al estilo de Bremgarten. La última noche, nos ofrecieron en el espléndido salón Rococó la obra postrera de mi amigo, el músico Schoeck, una de las más bellas. Luego nos sentamos como otrora a la larga mesa que prepararon en el pabellón abierto con el marco del jardín nocturno, una mesa iluminada con velas, colmada de manjares y vinos. Me vi rodeado de figuras y rostros muy queridos para mí desde hace mucho tiempo. Algunos amigos residentes en el extranjero viajaron para estar presen


tes esa noche. También estuvieron allí dos de mis hijos con sus esposas. No me he repuesto aún de la fatiga del caluroso viaje emprendido al día siguiente, pero el recuerdo sigue irradiando brillo todavía y no es caro cuanto pagara por él.

  Le doy las gracias nuevamente por su libro y todo cuanto me ha brindado.



  A una lectora

  Que me preguntó por qué excluí a las mujeres en El juego de abalorios.

  Febrero de 1945

  No hay respuesta para su pregunta. Naturalmente podría darle razones, pero sólo serían notorias. Una obra no sólo nace de la reflexión y de la intención, sino en gran parte de motivos más profundos que el propio autor ignora, o a lo sumo intuye.

  Le sugeriría verlo de este modo: Al comenzar la obra el autor de Josef Knecht era un hombre entrado en años y un anciano cuando la concluyó. Cuanto más envejece un autor, mayor es su necesidad de ser exacto, consciente, y de hablar sólo de dominios que conoce realmente. Las mujeres son un fragmento de la vida que aun


cuando el hombre maduro y el viejo conocieron profundamente en su juventud, ha quedado atrás y se ha vuelto misterioso, y por lo tanto no se aventura ni confía saber algo real respecto a él. En cambio, los juegos de los hombres, en tanto son de naturaleza intelectual, los conoce plenamente, en este tema es bien versado.

  El lector dotado de fantasía creará e imaginará en mi Castalia todas las mujeres inteligentes y espiritualmente superiores, desde Aspasia hasta las de nuestros días.



  Al padre de un suicida

  10 de mayo de 1945

  Estimado señor:

  Usted ha tenido la comprensible necesidad de endosar en otro parte de la culpa paternal que le corresponde por la muerte de su hijo, y lo hizo en mí mediante una carta que ni es cortés, ni prudente.

  En su momento, Goethe, con quien no debo compararme ni de lejos en otros aspectos, habrá recibido de lectores y padres de su misma mentalidad, cartas análogas respecto a su Werther. Existía en ese momento una juventud problemática, algo decadente, en cuyo seno se produjeron suicidios y los progenitores no buscaron la

decadencia en sí mismos o en sus hijos, sino en el maldito Werther que se había atrevido a expresar cosas que a su juicio debían mantenerse en un secreto sepulcral o bien era preciso encubrir con mentiras.

  Usted debe dejarme a mí solo la responsabilidad por mis libros, cuyo origen se funda en sacrificios de los que no tiene la menor noción. Pronto cumpliré mis setenta años y no me hacen falta sus consejos ni sus prescripciones. Si se hubiera esmerado en leer realmente y entender El lobo estepario hubiese advertido que no es la historia de una decadencia, sino la de una crisis y salvación y que Harry no es un decadente, sino un individuo capaz de vivir. Que no todos logren esta salvación no es motivo para guardar silencio o engañarse sobre la problemática moral y anímica de nuestra época, de acuerdo con su receta. ¿Cree de veras que es el cirujano y no el literato quien debe decidir cuales son los temas permitidos y convenientes para la literatura?

  Así como con las herramientas y los métodos más o menos perfeccionados de su profesión, debe reconocer, descubrir y atacar los padecimientos físicos, la literatura de cada época debe tener renovado valor para señalar los profundos peligros y males anímicos, siempre que no pase de ser almíbar para adolescentes. A quien así proceda, la mayoría de los ciudadanos le volverán siempre la espalda y le escribirán cartas descorteses. Procediendo según sus principios, los nacionalsocialistas también prohibieron la mitad de mis obras.

  Usted sintió la necesidad de comunicarme su juicio aniquilador sobre mi libro y unido a él consejos morales para mí. Sólo puedo contestarle lo siguiente: Distinguido señor, busque usted la culpa de la muerte de su pobre hijo no en un libro que quizá leyó, que otros diez mil leyeron sin perjuicio y otros muchos con beneficio, sino pregúntese por qué su hijo no acudió a su progenitor cuando ya no se sintió capaz de hacer frente a sus problemas.

  Me ha sido penoso escribir esta carta, tanto más cuanto que usted está de duelo y su hijo me merece simpatía, pero su carta exigía la respuesta que le doy


Atentamente



  A la doctora Paula Philippson, Basilea

  Julio de 1945

  Querida y distinguida doctora Philippson:

  Todavía no le he expresado mi gratitud por su cordial atención al remitirme el poema de Beate Berwin y recibo ahora, con motivo del 2 de julio, sus hermosas flores desde Allschwill que adornan la biblioteca desde su llegada. Deseo testimoniarle en este mismo momento mi agradecimiento por el recuerdo cordial que guarda hacia mí y esta casa.

  Alemania nos causa en estos momentos mucha preocupación, no sólo de naturaleza privada. Me agradaría que localizara el último número del «Neuen Rundschau» y leyera lo que allí se dice sobre este problema

Aun cuando en muchas cosas no concuerdo con Jung, su confesión es de una seriedad que sólo tienen pocos de sus escritos breves. Mi articulo inserto en ese numero de la gaceta ya es de antigua data, pero en las presentes circunstancias no lo escribiría de manera muy diferente.

  De ninguna manera suscribiría exhortaciones penitenciales públicas y colectivas a Alemania; en cambio, en forma privada le digo a todo alemán que me dirija la palabra que en una política mala y en el fondo tonta, como la que hizo Alemania desde 1870, todos y cada uno tendrán siempre parte de culpa. Quien ya no se siente igualmente responsable respecto a Bismarck o a Guillermo II y de manera ostensible se lava las manos, es en un noventa y nueve por ciento de los casos uno de los que fueron en peregrinación gozosa y entusiasta hasta las urnas para votar a Hindenburg. Alguna vez el pueblo debe empezar a sentirse responsable por su propio hacer


su propio padecer. Pero esto es difícil y dado que muchos otros pueblos han necesitado un tiempo infinitamente largo para ello, tampoco aquí irá muy aprisa. Lamentablemente, en el ínterin, a nosotros los viejos, el granizo nos ha causado estragos en nuestros jardincitos. Yo ya no cuento ver la reconstrucción parcial de aquello que Alemania me destruyó. En el mundo regido y controlado por América y Rusia, el literato alemán es en el mejor de los casos una figura molesta.

  A pesar de todo festejamos un bello cumpleaños y jugamos un partido de boccia.

  Reciba los cordiales saludos de su affmo.



  Al doctor O. D., Stuttgart

  Rigi, 10 de agosto de 1945

  … Los pensamientos y las emociones que ha tenido a raíz del deceso de Anna Schieber no sólo los comprendo, sino los encuentro justificados y lógicos dadas las circunstancias y su carácter. Y si alguna vez considera que no lo puede remediar y se libera de la vida, tenga la certeza de que no se lo tomaré a mal. No obstante, espero que no lo haga, aunque sólo sea por sus allegados y sobre todo porque gente como usted, que ha vi

vido la historia de Alemania desde 1919 en forma consciente y vigilante, es rara y necesaria. Cada uno de ustedes es insustituible. Lo que le hacía falta para dominar la desesperación era sobre todo la afiliación a un grupo político de resistencia. La ideología democrática de Alemania meridional de la época anterior a Hitler era simpática, pero anticuada. Acompaño la carta impresa de R. Un conductor socialista suizo, amigo mío, la acaba de publicar en su periódico. Esta carta, que le ruego leer y pasar a otros, fue para mí altamente valiosa, no por el detalle relativo a la miseria alemana, sino por sus ideas absolutamente valientes, positivas y al servicio de un futuro próximo.

  Respecto al artículo de J. le he escrito a Marianne W. Espero que ella lo habrá recibido y le informará. Ya que ha renegado de todo nacionalismo, caro amico, no debería reaccionar de manera nacionalista ante los sermones paternales, predicantes, empapados de sabiduría de los pueblos virtuosos, es decir, no referir dichos sermones a su persona. Ignoramos cuán grande es la parte de su pueblo que tiene razón respecto a estos sermones, pero sin embargo, me temo que por lo menos la mitad ha cerrado los ojos, lo ha aprobado todo y ahora no quiere saber nada ni compartir en absoluto la culpa. Yo también lo veo así al «pueblo alemán», pero usted pertenece a él tanto como yo. Bien, ya es suficiente.



  A la señora Lise Isenberg, Korntal (cerca de Stuttgart)


4 de octubre de 1945

  Querida Lise:

  Agradezco tu carta infinitamente. Pensé y pienso en Carlo muy a menudo, a veces con preocupación, a veces también imaginándolo entre los rusos, allá en el este haciendo música o tan sólo silbando entre los labios, el rostro distendido en una sonrisa, pronto a adoptar la idiosincrasia asiática.

  … Las cosas no son fáciles para ti y has debido pasar por malos momentos. Y nosotros, los otros, los que nos salvamos exteriormente de la guerra, hemos tenido que experimentar tanto, hemos tenido que soportar tanto desde 1933 y 1939, hemos visto cambiar al mundo hasta el punto de sentir náuseas, que instintivamente nos resistimos ante todo dolor que se nos quiera agregar, contra todo nuevo detalle que se nos añada a lo ya sufrido. Sin embargo, el corazón vibra y a menudo tiene el ardiente deseo de quebrarse ante los nuevos dolores y abandonar este tonto teatro simiesco que nos mira con ojos saltones desde un rostro estrafalario y satánico y que no obstante nos hizo gracia esporádicamente durante tan largo tiempo. Yo también busco salvarme en la visión de los pueblos antiguos, principalmente de la India. Allí están las cuatro eras del mundo, comenzando por la dorada a partir de la cual se va descendiendo y cayendo en la ignominia hasta que todo se hace insoportable y el gran Shiva empieza a bailar y en su danza divina pisotea hasta aniquilar todo el barro del mundo. Puede iniciarse luego de nuevo la creación, bella e inocente. A veces se me antoja que estamos próximos al final de la cuarta era y que Shiva se nos ha aparecido bajo la figura de la bomba atómica…

  Querida Lise, debemos aferramos a la certeza de que las partituras y los libros habrán de perderse, pero seguirán subsistiendo incólumes la escala, los modos y el alfabeto y que a partir de estos elementos podremos rehacerlo todo, pero por supuesto, nuestro reino ya no es «de este mundo».

Recibe nuestros cordiales saludos.



  Al obispo provincial Th. Wurm, Stuttgart

  3 de noviembre de 1945

  … Cuando vi cómo Alemania saboteaba su República casi por unanimidad en los años que sucedieron a la terminación de la Primera Guerra Mundial y no aprendió nada, me resultó fácil adoptar la ciudadanía suiza, lo cual no pude hacer durante la guerra, a pesar de condenar la política de expansión alemana. En uno de mis libros alerté con tono de advertencia y lleno de angustia sobre la inminencia de la Segunda Guerra Mundial, pero sólo coseché sonrisas indulgentes.

  Decidí entonces separarme para siempre de la Alemania política. Hoy recibo muchas cartas de alemanes que en 1918 eran jóvenes. Me dicen que resuena aún en sus oídos el rumor de mis artículos de aquella época y todos lamentan no haber tomado más en serio mis exhortaciones.

  Bueno, para mí fue más fácil que para otros no ser nacionalista. Nuestra familia fue muy cosmopolita, lo cual convenía también a la misión entre los infieles y desde temprano tuve acceso al espíritu de Lutero, de Ben

gel y de la India. Gente como mi abuelo y mi padre ya no deberían haber sido en realidad nacionalistas, pero hizo falta que pasara otra generación más para ponerlo en claro. Como consecuencia, estamos ahora frente a nuevos y alarmantes deberes y aflicciones. Estoy de acuerdo con usted en que no progresaremos con el patrón de las penas e indemnizaciones y el liberarnos de ello debe estar a cargo precisamente de aquellos que padecen ahora los peores sufrimientos. Me alegro de ser ya viejo y bastante enclenque. Pero en algunas cartas de amigos y lectores alemanes, principalmente provenientes de campos de prisioneros en Inglaterra, América, Italia, Francia, Egipto, advierto tanto discernimiento y buena voluntad, tanta sagacidad acrisolada por los duros padecimientos sufridos, que no puedo abandonar la esperanza.

  Le recuerda con afecto y le saluda



  Al «Südkurier», Constanza

  5 de noviembre de 1945

  … No puedo acceder a su invitación de formular de nuevo las ideas expuestas en el diario de Rigi y adaptarlas a sus complicadas condiciones. Una tarea semejante es cometido de un periodista, en tanto el de un escritor

consiste en decir lo suyo con la mayor exactitud y responsabilidad posibles y no apartarse de ello en lo más mínimo. Ambos cometidos: el suyo, el de la adaptación y el mío, el de la negativa a toda adaptación, son necesarios y no quiero dar primacía a ninguno, pero yo debo permanecer fiel al mío.

  En la actualidad sigo recibiendo cartas de lectores alemanes (entre ellos gente anciana e inteligente como por ejemplo el obispo provincial de Wurm) en las cuales me dicen que no es sino ahora que han comprendido bien mis artículos de los años 1914 a 1919 y darían mucho por haberlos entendido y seguido en aquel momento. Y esto volverá a ocurrir en el presente. En ese momento, extraje de mi despertar político durante la Primera Guerra todas las consecuencias, también la de mi divorcio total de la Alemania política, mi egreso de la Academia, la adquisición de la ciudadanía suiza, y aun con la mejor buena voluntad me hubiera sido absolutamente imposible volver a compenetrarme de la actual mentalidad alemana. En aquel entonces, cuando Alemania saboteaba su joven república de manera tan insensata, mimaba a Hitler en la prisión militar y elegía por unanimidad a Hindenburg, yo ya había dejado de formar parte de ese pueblo en sentido político.



  A Thomas Mann, Pacific Palisades, California

  Baden (Zúrich), 15 de diciembre de 1945


Querido señor Thomas Mann:

  Al finalizar una cura en Baden, pocos días antes de emprender el regreso a casa, recibí su carta en la cual se refiere al incidente relacionado con el Captain Habe-Bekessy. Su buen humor y los simpáticos caprichos de su acento me han divertido y alegrado. En el mundo todo transcurre de manera tan indiferenciada, brutal, simple y desnuda, que la verdadera carta de un verdadero hombre, escrita en un lenguaje verdadero, constituye una rareza y un bien preciado. También me ha sido grato enterarme de que mi libro Ensueños llegó a sus manos satisfactoriamente. Otro caso de suerte.

  Respecto a la descortés carta de aquel oficial de la prensa, mi reacción fue la del silencio, pero lamentablemente, por una indiscreción, la cosa llegó a conocimiento de la prensa suiza. Me costó bastante trabajo aclarar a los americanos las honradas intenciones de la prensa, lavarme de toda mancha y sacudirme el polvo, pues, naturalmente, de manera alguna era mi deseo justificarme ante pseudoautoridades y rogarles por mi rehabilitación. Bien, esto ya pasó.

  Comparto hasta cierto punto las reacciones alemanas a su carta a Molo. Algunas redacciones y ciertos particulares me comunicaron que ya sabían cómo estaba la cosa entre ese Thomas Mann y yo, y si por un breve instante pareció que nos volvían a considerar en forma harto precipitada y extrema como hermanos y colegas, la impresión se ha corregido de la mejor manera, lo cual me resulta muy agradable. La ciudad de Constanza hizo una excepción. Pronto hará veinte años que le dieron allí mi nombre a una callejuela en homenaje a mi quincuagésimo cumpleaños, pero al cabo de unos años se apresuraron a quitar la chapa y reemplazaron mi nombre por otro. Hace poco, durante una acción depuradora barata, el ayuntamiento ha vuelto a recordar tiempos idos y restituyó en su lugar la vieja chapa. Los problemas que parece tener la gente me moverían a risa si a la


postre no vislumbrara detrás de todas estas tonterías y apuros, una miseria tan monstruosa, bestial y elemental, tantas calamidades juntas que quien tenga aún parientes o amigos en Alemania, muchas noches despierta sobresaltado de una pesadilla.

  Desde el punto de vista político nadie ha aprendido nada allí pero existe un sector muy pequeño, reducido al mínimo por Hitler y Himmler, que está bien al tanto y con el cual tengo ciertas relaciones. Sin embargo, esta delgada capa de humus está lejos de alcanzar a brindar un suelo propicio para la nueva república. En principio, debemos damos por satisfechos que al menos no existan ya fuerzas coercitivas, de las cuales se pueda hacer uso abusivo.

  Aquí, en Helvecia, tenemos una constitución maravillosa, ejemplar. Si se explotaran sus posibilidades, la vida no sería tan afligente y angustiosa. Pero al menos de vez en cuando algún Winkelried tiene el coraje de llamar ladrón a un militar de alto rango que ha rodado, y a veces esto puede llegar a tener consecuencias enojosas para el oficial. También hace sentir contento al pueblo que por lo demás mira con medrosa esperanza hacia la poderosa América, por la cual uno se siente incomprendido, pero no obstante, está a buena distancia y por lo tanto inspira menos temor que Rusia, que se ha acercado peligrosamente.

  Deseo que lo esté pasando bien y no precipite su visita a Europa.

  Reciban usted y su esposa nuestros cordiales saludos (mi mujer se encuentra en Zúrich, me visita a menudo y su carta le encantó). Suyo affmo.


Al doctor O. E., Stuttgart

  22 de enero de 1946

  Supongo que en el ínterin habrá recibido mis saludos y respuestas dejándole satisfecho en cierta medida al menos. Entretanto, he digerido por completo sus cartas, su conferencia y aquella carta abierta de repudio a la vita contemplativa. Me he interiorizado de la conferencia en particular porque la copié para alguien. Por supuesto, hay algo que no concuerda. Por ejemplo, dice usted del Dios de la Iglesia que le da al hombre una clara moral y que se acredita en la práctica. Los sacerdotes alemanes que junto con su Dios se arrojaron por montones al cuello a Hitler evidencian lo contrario, al igual que los arzobispos italianos que bendijeron los buques de guerra y los aviones de Mussolini. Muestran más bien que el Dios de la Iglesia y la Iglesia misma no protegen al hombre, aun a los más encumbrados ministros eclesiásticos, de groseros deslices morales. Considero un poco exagerado y precipitado todo lo que se dice de la contemplación, del pensar, del examen de conciencia del Dios que de pronto se vuelve inservible en el momento de tener que actuar. Que el hombre no puede actuar y meditar simultáneamente es correcto y no necesitaba más explicitación, así como hasta ahora un médico nunca consideró necesario comprobar por sí mismo que el hombre no puede inspirar y exhalar aire al mismo tiempo, sino en forma alternada y consecutiva, según un ritmo, una polaridad que es la vida misma. En realidad, en los últimos decenios hemos comprobado adonde conduce el desprecio del contemplar en favor del hacer sin descanso. A la adoración de la dinámica vacía, en lo posible a la alabanza de la vida peligrosa, en resumen, a Adolf y a Benito. Este canto, aun cuando entonado por voz melodiosa y acompasada, no me dice nada. Y qué curioso es esto: pre

cisamente en el instante en que usted advierte que el hacer es lo único esencial, en que arde usted de celo por prestar su colaboración para ayudar, para construir, siente la necesidad de esclarecer para usted esta postura activa en una contemplación bien meditada y bien estilizada. En consecuencia, parecería ser que después de todo, la acción sería la inspiración y la contemplación la espiración y que el hombre que no tiene ambas no es un hombre completo. Y mientras usted reconoce y considera por el momento como superfluo al que contempla, y el decidir y actuar como lo único de importancia vital, me escribe a mí, al que contempla y no al que actúa, cartas vehementes para mostrarme la evidencia de que lo por mí contemplado y escrito sería hoy absolutamente indispensable y que le urge empezar con las reimpresiones.

  Quisiera enfrentarlo por un instante a un espejo. Pues aun cuando tiene razón en muchas cosas, no debe llegar al extremo de ver en los sibaritas suizos y en los poetas, gente que pueda darse el lujo de llevar una vita contemplativa. Por hoy basta. Le ruego no vaya a deducir de estas palabras que yo pretendo jugar al magister, sino más bien con cuánta seriedad he leído y meditado su trabajo. Usted tiene el derecho del excitado y del sufriente, rodeado de vociferantes llamadas a intervenir y ayudar, y yo tengo el derecho del viejo, cuyo cerebro ya no está perfectamente irrigado y para quien las ars moriendi van siendo poco a poco más importantes que las ars vivendi.

  La región está cubierta por un grueso manto de nieve. Durante dos días el cartero no ha podido llegar hasta nosotros, de lo contrario no hubiera tenido ocasión de copiar la conferencia y enviarle este saludo


A Wilhelm Schussen, Tubinga

  1.º de marzo de 1946

  Estimado señor Schussen:

  Agradezco su amable carta del 14 de febrero y el simpático libro de Schäufele. Desde hace mucho tiempo estoy a la espera de una posibilidad para enviar libros a su país. Tan pronto ésta se presente, le haré llegar alguna cosa.

  Su carta me ha emocionado, pero también me ha causado una profunda alarma. ¡De manera que ustedes no sabían nada de nada! ¿No sabían que Hitler, a través de la intentona de Múnich puso en evidencia su peligrosidad, que en lugar de ser castigado por sus autoridades «republicanas» fue mimado por ellas, etcétera, hasta el Documento de Boheim que mucho antes de usurpar Hitler el poder publicaron todos los diarios alemanes, y que debía abrir bien grandes los ojos a todo aquel no obstinado en no querer ver? Y luego, de 1935 en adelante ya no se pudo concurrir a ningún balneario del país de ustedes sin tropezar con grandes cartelones que rezaban «los judíos son indeseables»; ni qué hablar de las leyendas escritas por doquier «muera Judas» que mostraban bien a las claras a cualquiera que no fuese ciego los gérmenes de las inminentes persecuciones. No, unos cuantos años antes de usurpar el poder Hitler ya no encerraba para mí ningún misterio y, por desgracia, tampoco al pueblo alemán que eligió y adoró a Satanás y avaló cada una de sus atrocidades. Me alegro de haberme separado y renegado de Alemania y de su maldita política armamentista, ya durante la Primera Guerra. La vida para un apátrida no es una delicia, pero la preferí a tener que compartir la responsabilidad por la ceguera alemana

su indolencia y rusticidad en todo lo político. Aquí, en el exterior, resulta simplemente inconcebible que un hombre como usted pudiera permanecer ciego e ignorante. En cambio, no me sorprende en lo más mínimo que gente como Korfiz Holm no supiera ni quisiera saber nada de esto. La mayoría de mis amigos en Alemania estaban bien enterados y algunos ya emigraron en 1933, otros desaparecieron en las cámaras de tortura de la Gestapo, tal como desaparecieron los parientes y amigos de mi mujer casi sin excepción en las cámaras de gas de Himmler, en Auschwitz. ¡Y ustedes no sabían nada de eso! Naturalmente, nadie les va a dar crédito pues en este arte del no saber y ser inocentes, mientras se camina hundido hasta la rodilla en sangre, no habrá jamás pueblo alguno que pueda hacerlo.

  Bueno, basta de estas cosas. Ya no tienen remedio. Los acontecimientos no han alterado mayormente mis simpatías hacia los amigos. Al fin y al cabo, el mundo no consiste solo en política. Para nosotros, los que nos encontrábamos en el exterior, la peor época fue en realidad la comprendida entre 1935 y 1939, cuando las atrocidades iban en creciente aumento y no se vislumbraba por ninguna parte un signo de indignación del mundo ni de que la guerra sería declarada.

  A pesar de todo, la iniciación de la guerra fue para nosotros un alivio. ¡Por fin estaba aconteciendo algo! Y nuestros deseos y oraciones imploraban la derrota de Hitler y sus ejércitos, aun cuando en sus filas se encontraban incontables personas a las que me unían lazos de parentesco y amistad.

  Hoy esperamos la visita del Obispo provincial Wurm, quien se encuentra actualmente en Suiza. Mi leal editor berlinés vive. Durante largo tiempo fue prisionero de la Gestapo, y mis cartas no llegaron jamás a su poder. Hace ya mucho tiempo que he renunciado a asistir a la reconstrucción de mi obra. Ello podrá ocurrir sin mí. Ya estoy cansado del mundo y no le tengo apego. Reciba un cordial saludo de su affmo

A un prisionero de guerra en Francia

  11 de marzo de 1946

  Todos los días me traen a casa la discusión sobre la culpa alemana. Una o dos docenas de veces, en todas las versiones epistolares posibles. Sólo puedo responder a sus preguntas lo siguiente: Durante la guerra de 1914 desperté al conocimiento de la realidad del mundo, adjuré de la guerra y de la política alemana de violencia, y deseché todas las frases y los sentimentalismos patrióticos. Poco después de la guerra abandoné mi ciudadanía alemana y renuncié a la única honra y vínculo oficiales, mi afiliación a la Academia.

  Recibimos alemanes con frecuencia. No fue sino la semana pasada cuando el obispo Wurm pasó conmigo medio día. Las cartas llegan por centenas, en parte de la misma gente que durante años bajo la dominación de Hitler no osó escribir a nadie como yo, a nadie de tan mala fama. La gente no tiene sino preguntas y dudas que hemos contestado hace años.

  No lo tome a mal, pero no soporto las quejas, la irritabilidad y a menudo las malévolas amenazas en las cartas de los prisioneros. Se quejan de cosas que anteriormente ellos infligieron a otros centuplicadas y cantan loas al genio alemán y a los magníficos soldados alemanes en la casa de un hombre a quien Alemania destruyó


su vida y su obra, cuya esposa perdió sus seres queridos en las cámaras de gas alemanas. No podemos escuchar esas alabanzas de buen grado. Durante años hemos deseado la derrota a esos magníficos soldados alemanes, y consideramos una incorrección y una falta alemana hablar a viva voz de la soga en la casa del ahorcado y mostrarse tan impaciente en soportar dolores que otros debieron sufrir multiplicados durante muchos años y que ustedes causaron. No sólo recibo cartas de usted, sino de centenares de prisioneros de guerra alemanes, de ciudadanos de la Alemania actual, y en casi todas estas cartas advierto la falta de esas magníficas cualidades que usted adscribe al soldado alemán. Esas cartas están llenas de quejas, ruegos, predicciones, amén de alusiones acerca de cuán valioso es uno mismo y mezquinos los demás. Tampoco faltan las amenazas de una venganza. Esto significa para mí que nadie ha aprendido nada. Cada uno se obstina en obrar y pensar donde la guerra comenzó, cada uno espera compasión, ayuda, comprensión y nadie deja traslucir que se sabe cómplice en un todo, no sólo de Hitler, sino de mucho más.

  Por tal razón le ruego comunicarme sus informaciones y sus deseos de una manera absolutamente objetiva y omitir la plática sobre la temática actual. No tenemos para ello ni tiempo ni paciencia, estamos sobrecargados…

  Todos sus encargos están ya en diversas fases de ejecución y han sido derivados por distintos caminos, pero no tenemos aún una conexión normal y segura con Alemania.

  … Su idea de que los pueblos no son responsables por lo que hacen, no es compartida por el mundo que vive en la democracia, ni tampoco por mí. Alemania perdió mucho después de la Primera Guerra Mundial y sólo obtuvo un único regalo valioso, la República, y ésta fue saboteada por el noventa por ciento del pueblo en forma unánime. Aquel Hitler, del cual opina que no fue sino a partir de 1933 que se mostró ávido de poder y peligroso, ya era perfectamente reconocible en 1923, para cualquiera que quisiera ver, y cuando después de su

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