La existencia de libros como El lobo estepario está justificada porque, a pesar de todo, necesitamos de esa clase de literatura y testimonio de la vida que destaca lo débil, lo dudoso y triste, de la vida humana. Quizá a partir de Viaje al Oriente, mi testimonio se haga más positivo. Pero aún si no llegara nunca a eso, concebiría mi vida absolutamente positiva y creyente aun cuando amenazada, enferma y poco ejemplar.
A R. J. Humm, Zúrich
Baden, 10 de diciembre de 1935
Estimado señor Humm:
En mi último día en Baden, su carta ha venido a darme una alegría, pues no estoy acostumbrado a recibir repercusión alguna del trabajo que llena mis días. Así pues, mi intento de decir algo sobre su libro de las islas ha llegado a su conocimiento, le ha procurado una satisfacción y a mí me ha traído un eco. Esto me agrada, significa un poco de luz y lo absorbo con deleite
No dudo que en algún pasaje habrá meneado la cabeza. Pero de todos modos ha percibido y aceptado lo primordial, a saber que no pretendía aparecer más inteligente, ni juzgar o ejercer censura, sino manifestar lo que su libro despertó en mí de amor. Eso basta.
Hay en su libro y también en su carta algo para lo cual de momento no tengo respuesta alguna. No presencié la polémica «privada» en sus «islas» con absoluta simpatía, y en ocasiones con preocupación, sino también con cierta envidia. Yo mismo me he apartado tanto en los últimos años de la posibilidad de una discusión privada que en la actualidad no la toleraría.
Desde adentro y desde afuera, tanto en mi vida privada como en mi relación respecto a la situación mundial, he desembocado lentamente en una crisis que este año se agudizó. Creo pues que muy pronto será dictada la sentencia y estará a punto la prueba a vida o muerte. Entretanto, aun cuando mi vida privada y mi posición se vuelvan cada vez más inciertas, he alimentado en los últimos años un pellejo que me rodea como vidrio y no consiste sino en la creencia de que también las crisis y los padecimientos son funciones positivas y que el lugar donde me veo colocado debe ser concebido como destino y sino.
Pero tengo la sensación de estar expresándome en una mitología privada. En definitiva, desde hace bastante tiempo siento como si mis raíces hubieran sido seccionadas. La voluntad de vivir ha mermado considerablemente. Trato de balancear esto celebrando con mayor esmero mi función, el escaso trabajo literario, como si se tratara de un oficio. Quizá no me comporte sino como un payaso, pero tampoco me importa.
Uno de mis hermanos menores, un hombre muy querido, infantil, puro y piadoso, modesto empleado de oficina, aquí, en Baden, casado y con hijos, a pesar de su aparente disimilitud conmigo, se vio obligado al mismo tiempo que yo a restablecer el equilibrio en su vida y no lo logró. Debió temer que perdería su empleo. Es
te parece ser un motivo, pero naturalmente debe haber habido algo más profundo. Resumiendo, hace poco desapareció. No supimos de él durante dos días, lo buscamos y al encontrarlo le dimos sepultura. Solucionó su problema con un cortaplumas.
Le escribo pues desde su posición de la cual no puedo enorgullecerme. Presumiblemente, mi vida ha sido la de un Don Quijote, pero a menudo creo que Don Quijote era tan poco superfluo como cualquier conductor y por añadidura «exitoso».
Suficiente. En realidad, no quería decirle sino que su carta me dio mucha alegría. Pronto vendrá mi mujer y me ayudará a hacer las valijas.
Cordialmente suyo.
Un saludo a Zollinger
La campaña contra Schwarzschild y Korrodi no fue en realidad una causa digna, pero entiendo que esta vez se viera obligado a tomar una decisión drástica. Ya que está hecho y de manera tan digna, sólo cabría felicitarle. Sin embargo, no lo puedo hacer. Sin permitirme ni con el pensamiento la menor crítica desfavorable respecto al paso que ha dado, lamento en el fondo que lo hiciera. Fue una confesión, pero para todos su posición era ya conocida. Para los señores de Praga y París que le han apremiado a la manera de bandidos, será una satisfacción comprobar el resultado de su presión.
Si hubiera un bando al cual uno pudiera volverse y adherirse, todo estaría bien. Pero es lo que falta precisamente. Entre los frentes no tenemos otro refugio para escapar de la atmósfera de gases ponzoñosos que nuestro trabajo. Y la influencia, en cierta medida ilegal, de consuelo y confortación que usted tenía sobre los lectores del Reich, la perderá sin duda. Esta es una pérdida para ambas partes. Yo también me veré afectado. Perdería un camarada y lo deploro con absoluto egoísmo. Así como durante la Guerra Mundial tuve en Romain Rolland un colega, desde 1933 lo hallé en usted. Por cierto no pienso perderlo, no me vuelvo desleal fácilmente, pero allá en Alemania me quedaré muy solo como autor. Sin embargo, me gustaría perseverar en ese puesto, en tanto de mí dependa.
Bien, deseo de todo corazón que en lo personal y privado el relajamiento que su paso debe traer consigo sea bienhechor. Si se siente liberado y vuelve aliviado a su trabajo todo estará bien.
A la editorial S. Fischer, Berlín
9 de febrero de 1936
Distinguidos señores:
Creo haberles informado en noviembre algo acerca de los ataques de Will Vesper contra mí. Quizá hayamos procedido mal al ignorarlos, aun cuando Vesper es un oscuro literato al cual no debería tomarse en serio.
Por el adjunto, verá hasta dónde ha llegado ya la campaña iniciada en su gaceta «Neue Literatur».
Dado que desde un principio Vesper ha estado trabajando contra mí con deslealtad y recursos ilícitos, les suministro aquí unos cuantos datos necesarios para poner al descubierto sus prácticas y por los cuales respondo. Si lo estiman conveniente, pueden emplearlos a su arbitrio para ilustrar a la prensa.
1. El motivo de los ataques de Vesper fueron mis informes sobre libros alemanes en Magasin Bonnier. Me reprocha que sólo anuncio allí libros de emigrantes, etcétera, «pagado por los judíos». Como se ha podido establecer, el propio Vesper me ha precedido en esto de recibir paga judía pues hace más de un año colaboró con Bonnier y fue dejado cesante debido a la propaganda nacionalsocialista demasiado parcial. Vesper no menciona que en mis informes bibliográficos se habla del máximo reconocimiento de Stefan George, Rilke, Hofmannsthal, Carossa, Emil Strauss. Solamente se aferra al hecho de que reseño también libros de autores judíos.
2. A su primer ataque (noviembre de 1935) contesté por carta al señor Vesper, que soy suizo y que tanto Suiza como Suecia tienen por cierto el derecho de formarse su propia y neutral opinión sobre la literatura ale
mana. Desde entonces, Vesper está desarrollando una febril actividad —por supuesto sin dejármelo saber— para informar a la prensa sobre el caso Hesse. Hace falsas declaraciones sobre mí, por ignorancia.
3. Vesper afirma que soy alemán del Reich y nacido de padre alemán del Reich. Sin embargo, soy hijo de un letón, quien en tiempos de mi nacimiento era aún súbdito ruso, pero hace unos cincuenta años (poco después de 1880) pidió para mí y su familia la ciudadanía suiza y la de Basilea.
Mi abuela materna era suiza y mis padres habitaban en aquel entonces en Basilea.
4. De todos modos, me hice ciudadano del Reich a la edad de catorce años. Mi padre permitió que tomara carta de ciudadanía en Württemberg (sólo yo, no él y toda la familia) porque allí cursaría mis estudios y me graduaría. En la misión protestante, a la cual pertenecían mis padres, había en aquel entonces una cantidad de familias cosmopolitas. Por ejemplo, uno de mis hermanastros mayores era de Württemberg, otro inglés (nacido en la India).
5. Vesper cuenta que en 1914, cuando mi patria estaba en lo más difícil de la lucha, yo la abandoné cobardemente. Estos son también embustes de este pobre diablo. Miente conscientemente pues conoce los hechos. Sabe que no regresé a Suiza en «1914 el año de la guerra», sino en 1912 cuando aún reinaba la paz.
6. Cumplí con mi obligación de ciudadano alemán al presentarme como voluntario el verano de 1914 y dirigir desde 1915 hasta la primavera de 1919 el departamento fundado por mí y el profesor Woltereck del Instituto de asistencia para prisioneros de guerra alemanes. Fui asignado a la embajada de Alemania en Berna como empleado suplente.
7. En calidad de exciudadano suizo me asistía el derecho de volver a tomar gratuitamente ciudadanía dentro de los diez años subsiguientes a mi regreso a Suiza. Para no desertar en cierto modo, no lo hice durante la guerra ni durante los primeros años de posguerra, sino que volví a hacerme suizo en 1923. En el ínterin fue disue
to mi matrimonio y mi esposa reclamó para sí y nuestros tres hijos su ciudadanía original (desciende de una antigua familia de Basilea). En consecuencia mis hijos eran suizos, sólo yo era alemán por los papeles, pues mi lugar de residencia estaba en Suiza, mis hijos hablan al igual que yo y su madre el dialecto suizo y pertenecen al ejército suizo. Era pues lógico que pidiera para mi persona la ciudadanía de mi país natal.
Estos son los datos que Vesper falseó.
Les ruego dar al «Westdeutschen Beobachter» la rectificación que acompaño. Pero es de suponer que estas calumnias sobre mi persona también habrán salido en muchas otras publicaciones.
Me avergüenzo de pertenecer a la literatura alemana y tener semejantes colegas. En el caso de Vesper conozco por casualidad sus motivos personales y egoístas. ¡Al diablo! Suspenderé desde este momento mis resenciones bibliográficas tanto en Suecia como con ustedes. Ya no quiero saber nada más con todo esto.
Les saluda.
Al doctor Eduard Korrodi, Zúrich
12 de febrero de 1936
Estimado doctor Korrodi:
Agradezco su carta que, evidentemente, ha sido escrita bajo una elevada presión. Dado que ha estado durante tanto tiempo en la vida periodística, me ha sorprendido que lo excitara a tal extremo el momentáneo ser expuesto. Esta reacción me resulta simpática, pues a mí me afectan los atropellos, es decir, mi corazón y mis nervios son más sensibles que mi razón. Comprendo, pues muy bien su carta como reacción a una situación momentánea. Creo que en su mayor parte es atribuible a su ruptura actual con Thomas Mann. Conozco esta clase de despedidas. A mí me sucedió lo mismo con Emil Strauss. Yo le he permanecido fiel, pero él rompió conmigo impulsado por la amargura de posguerra. Y tengo así en Alemania varias personas, otrora amigos míos, a quienes daré la mano en caso necesario pero de quienes no puedo esperar el mismo servicio, pues la gente está politizada y como ya es sabido, en una época de política y partido el hombre ya no se siente obligado respecto a su prójimo, sino sólo respecto a sentimientos y métodos partidistas y belicosos.
Así, hoy en día no sólo soy atacado por los emigrantes de la manera sucia que usted conoce, sino que también desde noviembre la prensa del tercer Reich me denuncia al mismo tiempo sistemáticamente y con una repercusión cada vez más amplia, como traidor y emigrante. Quien conduce esta acción no es otro que Will Vesper y es muy probable que logre su objetivo de verme proscripto de Alemania.
Conozco, pues, muy bien la situación del atacado en forma brutal. Mi verdadero trabajo ha quedado paralizado debido a la atmósfera venenosa. Este es el motivo por el cual me he ocupado de manera tan asidua en la crítica de libros, a la que considero una ocupación secundaria.
Lo que detecto con claridad en su carta es su estado de ánimo momentáneo y lo que no me resulta muy claro es lo que usted espera en realidad de mí y en qué sentido está disconforme conmigo. Sí, le entiendo correctamente, censura en mí que quiera seguir siendo leal a un mañana y en los días por venir en mi vieja editorial a
la que fui fiel durante treinta años. Además, supone que he prestado al doctor Bermann servicios muy particulares en su intento en Zúrich. La cosa no es como usted presume. Sólo proporcioné a este caballero recomendaciones para dos amigos que tengo en dicha ciudad, y estoy informado sobre los pormenores de su intento. No comparto su opinión que sería una desgracia si se le ocurriera abrir una editorial en Suiza. Aun si las editoriales suizas operaran en su máximo nivel y aun si Bermann no trajera consigo una tradición y una capacidad superior al término medio, no sería para Suiza ninguna pérdida, sino una ganancia que el editor de Thomas Mann, Schickele y otros buenos autores se radicaran en su territorio y no en Viena o en Holanda. Para Suiza significaría una fuente más de trabajo. Si la nueva editorial fracasara, la pérdida sería para ella no para Suiza, pero si tuviera éxito, el país ganaría en todo sentido.
En lo que a mí como autor de la editorial Fischer se refiere, parece tener usted la idea errónea de que puedo elegir libremente permanecer fiel a mi vieja editorial o elegir a voluntad otra nueva. La cosa no es así y Bermann de manera alguna puede decidir acerca de los autores que se llevará de Fischer a su nueva editorial. Su única facultad es la de vender la vieja editorial de Berlín y de acuerdo con las leyes alemanas el comprador adquirirá los contratos celebrados con los autores. Si Bermann debe salir de la editorial Fischer por ser judío, los derechos sobre mis libros pasarán automáticamente a su sucesor en Berlín. Hasta caducar mi contrato que tendrá vigencia por unos cuantos años, deberé permanecer ligado a la editorial berlinesa, independientemente de quien sea su propietario.
Hasta aquí el asunto Bermann. Si me pregunto qué más espera de mí deduzco lo siguiente: usted espera de mí que como autor demuestre por fin un mínimo de heroísmo y me incline por un color. Querido colega: esto es lo que he venido haciendo sin interrupción desde el año 1914, fecha en que mi primer artículo de guerra me valió la amistad de Romain Rolland. Desde 1914 siempre he tenido en mi contra los poderes empeñados en no
permitir una conducta religiosa y ética (en lugar de la política). Desde mi despertar a la época de guerra he debido embolsarme cientos de ataques de la prensa y millares de cartas odiosas y me las embolsé. Ellos amargaron mi vida, dificultaron y complicaron mi trabajo, echaron a perder mi vida privada y no sólo fui combatido por un frente sin ser protegido por el otro, sino ambos frentes me han elegido siempre a mí, al que no pertenecía a ningún partido, como objeto de sus descargas. Aun hoy soy atacado simultáneamente por la chusma de los emigrantes y del Tercer Reich. En mi opinión, mi lugar es estar en este puesto de outsider y neutral, desde el cual debo mostrar mi poco de humanidad y cristianismo.
Tengo la impresión que espera de mí que abrace una especie de antisemitismo o antimarxismo suizo. Le diré, nunca fui marxista. Al igual que usted fui a menudo blanco de los ataques de ese sector, pero tampoco soy adepto del capitalismo ni prohombre de la clase pudiente. Esto también sería política y partido y mi posición es apolítica hasta el fanatismo. En cuanto a los judíos, jamás fui antisemita, si bien en ocasiones tengo sentimientos de ario respecto a ciertas cosas «judías». No considero misión del intelecto atribuir primacía a la sangre y a la raza y aun cuando judíos como S. sean repugnantes no lo son menos los arios, tales como Streicher o W. Vesper y centenares de otros. Cuando a los judíos les va bien se tolera una broma sobre ellos, pero si les va mal, y a los judíos alemanes les va hoy pésimamente mal, la cuestión acerca de si mis sentimientos habrán de volcarse hacia el lado de la víctima o del victimario, queda dirimida al punto. Por esta razón, me ocupé en mis informes literarios a Estocolmo de la literatura de los emigrantes, algo que ahora estoy pagando muy caro.
No, ni el antisemitismo ni partido alguno habrán de ganarme para sus filas. Esto no me impide ser suizo y republicano con toda mi convicción. Al fin y al cabo, nuestra democracia no pretende que los partidos se masacren entre sí, sino que se encuentren para cambiar consejos y establecer un entendimiento. Ni los socialistas ni los pudientes lo hacen. Yo los dejo querellar, pero son estos frentes en los que nada tengo que buscar.
Si en los veinticuatro años que vivo en Suiza, casi nunca he hablado de mi nacionalidad suiza, no debe extrañarle. De mis antepasados sólo una parte era suiza y mi propia ciudadanía fue comprada. Ahora bien, usted sabe cuánto se quiere en el país a los comprados que empiezan toda oración con las palabras «nosotros, los suizos»…
Quisiera agregar aún unas palabras respecto a otro problema. Alude usted que muy bien podría hacer un folletín de la literatura europea o universal. Es cierto, sólo que el folletín sería bastante poco suizo. Pero además adolecería de un error mayor aún. Un folletín constituido en nueve décimas de sus partes por traducciones se vería enormemente empobrecido desde el punto de vista del lenguaje. Usted no ignora cuál es el resultado al leer una novela rusa o española vertida al alemán si luego se toma una obra original en alemán. Es como una bocanada de aire fresco. No, aun contando con buenos traductores (¿y cuántos hay realmente buenos?), resultaría un mundo de esperanto y se volvería a añorar el estado de cosas anterior.
Agradezco nuevamente su carta que valoro como signo de su confianza. Me ha deparado con ella una alegría. Por lo exhaustivo de mi respuesta verá que lo he tomado con harta seriedad…
A Thomas Mann, Küsnacht
12 de marzo de 1936
Querido señor Thomas Mann:
Le agradezco su carta que me ha hecho mucho bien, y procurado alegría. Estuvo acertado al adivinar que podía necesitar algo así. Presumo que J. Maass, con quien mantengo una buena amistad, debe haberle contado que no me va muy bien.
Mi actividad de reseñador, practicada durante tres décadas, me ha traído una honda decepción al cosechar de ambos lados, el alemán y el de los emigrantes, bofetadas como respuesta a una labor bien intencionada y al final fatídicamente extenuante. Esta desilusión me ha mostrado hasta qué punto la actividad de benévolo informante sobre la literatura alemana fue de paso una huida, huida del impotente tener que mirar lo actual sin aportar nada y huida de mi vena literaria de la que hace dos años me separa un vacío cada vez mayor.
Como primera medida me dedicaré menos a la actividad crítica y la limitaré al mínimo, dejaré que ceda la extenuación y el hartazgo resultantes del mucho leer y abrigo la esperanza que esto volverá a levantarme y contribuirá a mi recuperación. Lo más difícil será encontrar el camino de retomo a mi obra que desde hace mucho tiempo ha quedado rezagada. La idea de esta obra ha seguido latente. Estoy mucho con ella en pensamiento, pero me faltan las ganas de producir, de trabajar en los detalles, de hacer sensible y visible lo espiritual.
Me place saber que le han dejado en paz en el Reich. Si llegaran a prohibir su obra, me mortificaría la idea de seguir solo allí, en mi pequeño mercado. Pero habrá derivaciones. Todavía puede ocurrir que un día prohíban las obras de ambos y ello me satisfará, si bien no debo provocarlo. Hoy en día nuestro trabajo se considera ilegal, está al servicio de tendencias odiosas a todos los frentes y a todos los partidos.
Pienso en usted a menudo y me place saberlo todos los días en Egipto durante un rato. Yo también vuelvo a añorar un viaje a Oriente.
Sin estos recuerdos sería muy difícil soportar la vida en un mundo tan materialista.
Reciba mis cordiales saludos para usted y los suyos.
Su affmo.
A la señorita H. B., Wolfratshausen
5 de octubre de 1936
Querida señorita:
Su carta me ha causado un poco de tristeza. Que usted no sepa sacar nada en claro del Demian, y se pregunte por qué un individuo ha sido capaz de escribir algo así, me demuestra que mi hacer y mi pensar son muy eremíticos y poco comprendidos. Pero esto lo sé desde hace varias décadas y me he reconciliado con este hecho.
No puedo contestar a sus preguntas. Pero deseo decirle algunas palabras sobre la lectura de los libros en general. Los libros no deben leerse como usted lo hace, con semejantes pensamientos y preguntas. Cuando contempla una flor o aspira su aroma no se da enseguida a la tarea de cortarla y desmenuzarla, estudiarla y examinarla al microscopio para averiguar el porqué de su aspecto y de su perfume. Por el contrario, usted dejará que
la flor, sus colores y sus formas, su fragancia y toda su silenciosa y enigmática presencia obre en usted y la aprehenderá. Y se enriquecerá por la vivencia de la flor exactamente en la misma medida en que sea capaz de una silenciosa entrega.
Con los libros de los escritores debe proceder igual que con la flor.
No es sino en este momento, al concluir mi carta, que adivino el motivo por el cual su carta me lastimó un poco. Después de la lectura del Demian consideró posible que yo pudiera subestimarla y rechazarla por su ascendencia judía…
A Georg Reinhart, Winterthur
Con motivo del 10 de enero de 1937
Estimado señor Reinhart:
Sin duda recibirá usted tantas cartas en su sexagésimo cumpleaños que considerará un favor la brevedad de los mensajes de felicitación
No obstante, en esta ocasión quiero confirmarle que estimo como una gran dicha su presencia y su amistad en mi vida y las tengo en muy alto aprecio, no sólo porque en la época más peligrosa de mi vida me haya prestado tan generosa ayuda. Naturalmente, esto es también una importante razón y cuando un hombre rico tiene amistad con uno más pobre, ésta se traduce de alguna manera en forma de dinero. Sin embargo, esta es sólo una parte de mi relación con usted y de mi amistad y mi gratitud. Le agradezco y me place que existan personas como usted y que haya tenido el privilegio de conocerlo, sencillamente porque es tal cual es, porque es un hombre de mundo y de los grandes negocios y no obstante no ha sido devorado por esos negocios ni le ha nivelado el mundo, sino que se ha conservado y cultiva su visión y su carácter, sus predilecciones y su talento y ha creado en su casa un refugio tan bello y radiante.
En estos días escuchará esto y mucho más en multitud de formas y desde múltiples lados. Sin duda responderá a todo ello con una sonrisa algo sarcástica. No obstante, no creo que a pesar de todo deje de complacerle escuchar de labios de sus amigos cuánto le apreciamos.
En este día de su cumpleaños tengo puestos en usted mis pensamientos y deseo de todo corazón para su persona y su casa muchos años más de ese veranillo de San Martín en el sentido aludido por Adalbert Stifter. El envejecer no es sólo un entrar en cesantía y un irse marchitando. Como toda etapa de la vida tiene sus propios valores, su propio encanto, su propia sabiduría, su propia tristeza y en tiempo de una cultura en cierta medida floreciente, se ha tributado con justicia a la vejez cierta veneración, que hoy reclama para sí la juventud. No vamos a seguir tomándoselo a mal a la juventud, pero tampoco habremos de permitir que quieran metemos por los ojos la carencia de valores de la vejez.
Mi mujer une a los míos sus deseos de felicidad y saludos.
De todo corazón desea a usted todo lo más grato y bello su muy affmo.
Al señor P. U. W., Praga
21 de enero de 1937
… No creo que sus composiciones se presten ya para su publicación. Hay en ellas mucho de bello y promisorio, pero carecen de originalidad. Se percibe con intensidad la atmósfera literaria romántica, pero también los modelos y las sugerencias. En la pintura y el dibujo es más fácil recordar la herramienta y hacer simplemente estudios y ejercicios. Cuando se trata de escribir la cosa es más difícil, pero no obstante necesario. Este es mi consejo: paralelamente a sus otros trabajos intente una y otra vez realizar ejercicios literarios, apuntes sobre experiencias, sobre lo visto, sobre obras de arte, una copia sobria, precisa, lo más exacta posible mediante palabras y repase cada uno de estos ejercicios una y otra vez, hasta que cada palabra quede bien afianzada y pueda responder por ellas. No puedo darle más consejos. No sirvo para maestro. Esto debe ser tan sólo una sugerencia.
El «romanticismo» al cual alude me es conocido y grato, pero a través de sus intentos no puedo colegir lo que logrará hacer alguna vez. Pues no se trata de crear como por arte de magia una atmósfera romántica en general, sobre la base de lo que se ha leído. Esto no es difícil, yo también sucumbí a menudo a esta magia. Lo que
realmente importa es formar una literatura responsable a partir de la postura romántica, con gran concisión en la palabra y gran precaución al apoyarse en modelos. El viejo romanticismo está aquí y no necesita ser creado de nuevo. Hay en usted muchos puntos de partida, pero el gozo en la atmósfera general, en el pasearse en un escenario romántico sigue preponderando aún. Es en sí algo bello, pero no basta, y a quien le resulta suficiente no pasa de ser un diletante. Precisamente porque usted practica también la pintura y la música, debe tratar de no darse por satisfecho con la mera alusión de la atmósfera en la literatura, sino probar un auténtico diseñar y construir con palabras, tan consciente y sobrio como le sea posible. En esto uno nunca acaba de aprender. El cometido se renueva con cada oración.
Esto es todo cuanto le sé decir. Creo que su peligro estriba en la soledad en que vive. A su edad no se la tolera mucho tiempo sin perjuicio. Hágase amigo de alguna persona, muéstrese a ella y muéstrele sus ensayos. Repare en el efecto. No es menester que sea un genio.
Deseo que encuentre su camino. Si no le va bien con el dibujo, debería buscar otra manera ordinaria de ganarse el pan. Pero por favor no busque hacer pan de su literatura. Eso sí que no.
Al profesor Arthur Stoll, Basilea
27 de enero de 1937
Estimado profesor:
Le agradezco su saludo y el impreso que he estudiado con particular interés.
No tenía idea de que acababa de celebrar su quincuagésimo cumpleaños, de modo que mis congratulaciones le llegarán retrasadas. Conozco por propia experiencia cuán absorbentes son estos aniversarios y en el verano de este año volveré a pasar por ella. Le llevo exactamente diez años y cumpliré para entonces los sesenta. Aun cuando trabajo y vivo en un lado del mundo y la cultura distinto del suyo y mis relaciones son escasas, las situaciones y sinos de todo trabajo intelectual serio son análogos y así los festejos y la fama desencadenarán también en usted además de otros reflejos, el de la ironía. El ser famoso junto con los aniversarios es un intento de verter a lo sociológico funciones puramente espirituales o llevar con las fórmulas de la masa, de la cantidad, a un común denominador la labor espiritual que siempre puede ser realizada sólo por el individuo.
El resultado son los equívocos y debemos alegramos si no pasan de ser graciosos e inofensivos, pues también pueden tomarse trágicos…
… Y bien, le deseo lo que cada uno de nosotros desea para sí mismo por encima de todas las cosas: que siempre pueda salir del ajetreo del mundo y de los negocios y encontrar el camino hacia la reconfortante soledad del verdadero trabajo intelectual y creador y participar allí de esa juventud a la cual los decenios nada pueden quitar
A un joven pariente
1.º de febrero de 1937
… Lamentablemente lo que dices del arte en relación con Balzac, me resulta tan incomprensible como otras exteriorizaciones tuyas anteriores de este tipo. Comparto el punto de vista de que el arte es tan necesario como el pan y por esta razón he encauzado mi vida —a menudo con sacrificios— con miras a ser artista. No creo que el artista deba tener una ideología precisa (¿la tienes tú?), que deba decidirse por un partido o por un grupo (¿perteneces tú a alguno?), ni que deba buscar en ti o en cualquiera la aprobación de lo que es bueno o malo, blanco o negro. Ningún artista genuino lo ha creído jamás. El arte forma parte de las funciones de la humanidad destinadas a velar para que perduren el espíritu humanitario y la verdad, para que el mundo entero y la vida humana no se conviertan en odio y en partido, en puros Hitler y Stalin. El artista ama a los hombres, sufre con ellos, a menudo los conoce mucho más profundamente que cualquier político o economista, pero no se yergue sobre ellos como un dios omnipotente o un redactor que sabe perfectamente cómo deben ser todas las cosas. ¿Qué significa tu palabra predilecta «ideología»? Por ejemplo, el Salvador amó sin duda a los pobres y condenó la codicia, pero nunca expuso un programa acerca de la manera de combatir en el futuro la pobreza mediante ideologías reguladoras, partidos, revoluciones, sino reconoció —y lo expresó de modo bien claro— que habrá pobres en todo tiempo. Era pues, según tu teoría no del todo clara para mí, un extraño, que vivía en una «tercera dimensión» como nosotros, los artistas, a quienes tanto desprecias. Tampoco entiendo esa otra aseveración que haces en tu carta, a saber, que los artistas habrían conquistado con el correr de los milenios una po
sición privada. ¿Dónde se encontraban antes? ¿Y no ha habido suficientes artistas que tomaron fervorosamente partido, que fueron portavoz de aspiraciones políticas? Ello no ha mejorado ni empeorado sus obras en un ápice. Convengo contigo en que un artista o un intelectual se convierte en un canalla cuando reniega por oportunismo de sus auténticos sentimientos y opiniones y engaña a los demás. Pero no puedes creer que por ejemplo, hoy en día, un artista mejore en su condición por venderse a un partido.
Me duele tan sólo que a tus ojos yo también sea un hombre inclinado a considerar al arte como algo privado, que no conoce ni el bien ni el mal, sino sólo lo «genial» y «lo no genial». ¿En verdad nunca has leído alguna de mis obras? ¿En verdad nunca has sentido que para mí es veraz, que rechazo los programas y las «ideologías» preformuladas porque idiotizan al hombre al máximo y que tengo una conciencia bastante delicada respecto al bien y al mal? Querido H., en lugar de ser escupido por todos los partidos extremos, podría gozar hoy de éxito e influencia en cantidad si me afiliara a un partido… El único literato de alto rango que al final de su vida ha abrazado el comunismo es André Gide[7], quiero decir, el último a quien tomo personalmente en serio. Resignado y profundamente desilusionado, entregó su voto y su nombre al comunismo y se extinguió como escritor, mejor dicho se retiró y permanece en silencio.
En el curso de las centurias ha habido miles de «ideologías», partidos y programas; miles de revoluciones han cambiado el mundo y (tal vez) lo han hecho progresar, pero ninguno de sus programas y confesiones ha logrado sobrevivir a su época. Las imágenes y las palabras de algunos artistas genuinos y también las palabras de algunos sabios genuinos, e individuos amantes y que se han ofrecido en holocausto han perdurado a través de los tiempos, miles de veces una palabra de Jesús o la palabra de un autor griego u otro autor tocan aún a lo
hombres y los despiertan y abren su mirada al dolor y al milagro de la humanidad. Mi anhelo y mi ambición sería ser uno, uno entre mil, pequeño, formar parte de la serie de esos amantes y testigos pero no pasar por «genial» ni nada parecido.
Lástima que las cosas sean así. Lástima que todavía no hayas alcanzado la madurez ni tengas el amor necesario para poder creer y amar algo sin enjuiciar. La vida sigue su curso por encima de nosotros y nuestros deseos y opiniones, y creo firmemente que todos seremos examinados y juzgados infaliblemente.
Hablas de «cocer pan» comparándolo con el arte. Pero un panadero tan ardiente fanático por su opinión o su ideología que en cada pan incluye una boleta electoral de su partido, será examinado indefectiblemente por aquellos que comen su pan en cuanto a sí éste es bueno, es digerible y da vigor. Si Homero y Goethe y todos los demás poetas a quienes tanto desprecias junto con sus posiciones no hubieran cocido un buen pan, ése su pan no podría seguir siendo aún hoy alimento para los hombres.
Ya es suficiente. No podemos avanzar en este terreno por la vía epistolar, además nuestra discusión tiene la desventaja de haber emanado de Balzac, un escritor que me resulta del todo indiferente. No hablarías de manera tan despectiva de Dostoyevski. Y no obstante fue un apasionado nacionalista…
Al señor C. S., Mährisch-Ostrau
Principios de febrero de 1937
… Veo que se siente usted amenazado. Al respecto no puedo decirle mucho pues no soy médico ni educador. Usted necesita un amigo o un consejero a quien pueda contarle todo esto, no por carta, sino directamente, en forma verbal y con absoluta sinceridad. A la distancia, sólo puedo decirle esto: La mayoría de las veces el miedo a la locura no es otra cosa que miedo a la vida, a las exigencias de nuestra evolución y de nuestros instintos. Entre la ingenua vida de los instintos y aquello que quisiéramos ser conscientemente y nos empeñamos en ser, siempre existe una brecha que no se puede salvar, pero sí saltar por encima centenares de veces, y en cada ocasión se requiere tener valor y antes de cada salto nos acomete el miedo. No sofoque anticipadamente los impulsos en su persona, no los llame de antemano locura, sino escúchelos, aclárelos para usted. Todo desarrollo va unido a tales circunstancias o estados, y no es posible sin dolores ni apuro. Cuando lo apremien las «alucinaciones» no cierre los ojos, sino intente dejar que esas imágenes se tomen nítidas en usted, de lo contrario se enemistará cada vez con el caos que lleva adentro como todo individuo. Usted debe amigarse con él, aceptarlo, aprender a contar con él. Y aun si fuera locura lo que hay en usted… la locura dista mucho de ser el peor mal que pueda arrostrar una persona. También la locura tiene su lado sagrado.
El destinatario de esta carta volvió a escribir once años más tarde. Es uno de los casos bastante raros en los que el consejo dado fue aceptado y rindió frutos. En marzo de 1948, C. S. que en el ínterin había emigrado, decía en su carta:
Deseo testimoniarle mi gratitud. Hace muchos años, cuando me encontraba al comienzo de un decisivo momento evolutivo, me ayudó para que no me extraviara. Desde entonces las palabras que me hizo llegar hace
doce años me han enseñado a comprender mi vida con mayor claridad y conciencia. Siempre han sido y son aún consuelo y guía, asistencia y leve llamado de atención para apartarme a mí mismo del camino equivocado.
Si a pesar de las prolongadas recidivas de un mal tenaz que siempre sepultan en un aparente disimulo todo lo edificado entre una y otra, me he conservado sano en mis raíces, y si en mí ha podido robustecerse de nuevo y crecer el empeño por una preparación interior, se lo debo a usted.
Carta a un escritor exiliado
26 de febrero de 1937
Distinguido señor Knab:
No he conservado copia alguna de la carta que le escribí, pero tengo la impresión de que en lo que dije acerca de su libro ve usted demasiado la duda respecto a la potencia poética propiamente dicha y muy poco de lo que, a pesar de todo, era afirmativo y encomiable. Ignoro si mi juicio es acertado. No soy crítico y tampoco hubiera emitido mi opinión sobre su libro si usted mismo no hubiese expresado su deseo en tal sentido. Cuando comparo en la memoria su libro con verdaderas obras maestras de origen análogo, es decir católico-cristiano, como
por ejemplo el breviario de Bernanos, mi juicio me parece correcto y permitido. Sin embargo, que su libro esté a un alto nivel literario no es escala para mí. Sé asimismo que mis propios intentos literarios tampoco soportarán un juicio severo y orientado sólo a lo supremo. No obstante, trato de seguir adelante y seguir aprendiendo. Por esta razón me alegra que también usted, aun cuando en un principio extrajo de mis palabras lo negativo, haya tomado también de ellas el impulso de perseverar en su hacer con la intención de mejorar más y más. Nadie puede hacer más y lo que quede al final de nuestro trabajo será decidido en otra parte.
Lamento no poder servirle como reseñador de su libro, pero me he visto obligado a suspender mis informes literarios y ya no hay a mi disposición fuente periodística alguna. Con los mejores deseos, le saluda su affmo.
Al conde Wiser, Bad Eilsen
24 de julio de 1937
Cuando un chino desea dirigirse a un interlocutor de una manera que sus palabras expresen a la vez simpatía y estimación, ternura y respeto, le dice «mi hermano mayor
Este es el tratamiento que quisiera darle en este día, siempre y cuando no lo considere una impertinencia. Una salud tolerable con pocos trastornos, vigor y entusiasmo para el trabajo y en el corazón la serenidad con la que una persona que siempre ha estado empeñada en aspirar a la perfección puede contemplar el curso del mundo al llegar a su vejez. Yo creo que no sólo debe contemplar con esta serenidad el curso del mundo, sino también el más allá y las diversas concepciones e ideas sobre la materia. Yo no creo que vayamos a perdernos en la nada. Del mismo modo creo que nuestros esfuerzos y zozobras por aquello que nos pareció bueno y justo no fueron en vano. Puedo imaginar por cierto muchas cosas acerca de las formas en que el todo nos anima y conserva partes, pero no admitir una opinión sustentada de manera dogmática. La fe es confianza, no ansias de saber.
Le saluda cordialmente y le desea todo lo mejor, su agradecido amigo H. H.
Le ruego transmitir mis saludos a su apreciada esposa.
A Robert Mächler, Berna
14 de setiembre de 1937
Distinguido señor:
Le agradezco el envío de su artículo, el cual he leído con interés. Su trabajo me aportó algunas confirmaciones y también algunas ideas nuevas. Si fuera a escribir sobre este tema quizá cambiaría su epígrafe y diría: La conciencia de los escritores. Pues, tomado tanto desde el punto de vista cristiano cuanto psicológico, la «mala conciencia» siempre es signo de la existencia de una conciencia viva, sana, ya tranquilizada. El hecho de que esta conciencia sea perceptible en los literatos los distingue de otros funcionarios de la vida de los pueblos, por ejemplo, de los estadistas y generales. Y dado que desde el punto de vista cristiano la «mala conciencia» siempre es característica de intensos y valiosos procesos psíquicos, la función del escritor me parece justificada ya por la sola referencia a la mala conciencia. El escritor se muestra como indicador, como sismógrafo, que permite leer el estado de conciencia de su medio ambiente.
Naturalmente, esto no excluye que los escritores también puedan tener mala conciencia por motivos poco nobles. Pero personalmente prefiero la peor conciencia a la conciencia inquebrantable de los estadistas, los generales y los fabricantes de armamentos.
A un grupo de individuos jóvenes de Berlín
Mediados de octubre de 1937
Agradezco vuestra carta. Me es muy cara por considerarla signo de lealtad y una promesa, no hecha a mí, pero sí al espíritu al cual yo también pertenezco y sirvo. Vosotros debéis arrostrar mayores dificultades que las que yo tuve en mi juventud. En aquel entonces nos rodeaba un mundo que si bien era inseguro en sí y pesaban sobre él amenazas, era más inofensivo y pueril. Con todo, el rostro del mundo y de la época sufrirá constantes cambios, se atiesará, se contorsionará y volverá a relajarse, y aún los feos y brutales movimientos del espíritu de la época no dejan de ser estremecimientos del espíritu humano en su búsqueda. Una mirada retrospectiva nos muestra claramente que en lo espiritual y duradero, en las obras del intelecto, las Biblias y las filosofías, los «desarrollos» han sido ínfimos en el decurso de los milenios. Desde la milenaria India hasta Santo Tomás de Aquino o Eckhart, han tenido vigencia las mismas verdades bajo imágenes cambiantes. Por supuesto, tienen vigencia para los iniciados, no para el mundo y la masa. Y los iniciados son siempre minoría. Pero tal vez necesiten de la masa que los rodea y los cobija, tanto como la masa necesita de ellos.
Suficiente, queridos amigos, vosotros ya sabéis todo esto por vosotros mismos.
A la señora H. R., Norrköping
11 de enero de 1938
… La charla sobre la «forma» que usted sugiere no es posible por la vía epistolar. De una manera sumaria sólo puedo decirle esto: escribir poemas basándose «enteramente en el sentimiento» es una fantasía. No existe tal cosa. Se necesita de la forma, del lenguaje, de la métrica, de un vocabulario rico y todo esto no se produce en la esfera «afectiva», sino en la razón. Por cierto, muchos poetas menores eligen sus formas de manera inconsciente, es decir, imitan de memoria formas de versificación, pero el hecho de que no sepan lo que hacen no altera en nada el proceso. Desde la lírica de los maestros, desde Píndaro a Rilke, nada ha sido escrito basándose «enteramente en el sentimiento», como usted dice, sino atendiendo a la mayor selección y trabajo, a la más severa concentración y a menudo minuciosas revisiones de las leyes y formas tradicionales. «Basándose en los sentimientos» sólo se escriben cartas y folletines en un momento de apremio, pero no poemas. Cuanto menos reflexiona el poeta sobre sus medios de expresión, cuanto más imita inconscientemente viejos recursos, más cree ser un poeta nuevo y de los sentimientos. Pero es tan sólo una equivocación.
Al señor Fr. A., Basilea
Principios de febrero de 1938
Estimado señor A.:
Siento mucho no poder ayudarlo. No estoy en condiciones de leer su manuscrito… ni de indicarle una editorial para su publicación…
De cualquier manera he echado una ojeada a su trabajo, sólo por espacio de un cuarto de hora y basándome en pruebas al azar me he percatado de cuál es su tendencia. En general, apruebo en gran medida sus concepciones, pero soy muy escéptico en cuanto a su repercusión. Dado que las viejas instituciones como las iglesias confesionales con todo su aparato ya se muestran demasiado débiles hoy en día para ofrecer resistencia a la inmoralidad política, dado que la Alemania protestante no pudo impedir la preponderancia alcanzada por la cruz esvástica, el Papa pactó con el Duce y los arzobispos bendicen las naves de guerra italianas, ¿cómo pueden la buena voluntad y el idealismo de nosotros, un puñado, una horda desorganizada de bien intencionados constituida en gran parte por elementos no organizables, tener influencia sobre el mundo? Yo creo que antes de que sean posibles nuevas estructuras, el mecanismo del estado moderno y de la humanidad moderna, distantes de Dios y del espíritu, deben disgregarse en sí mismos, en guerras, desfogarse y desintegrarse.
Hablo así como hombre viejo. Pero sé y creo también lo contrario, a saber: que cada uno de nosotros, a pesar de todas las evidentes imposibilidades, debe hacer lo suyo y tender con sus recursos a lo imposible, aun cuando éste no lleve sino a un martirio. En circunstancias dadas, ésta podría ser la clase más eficaz de sacrificio. Así pues, en mi calidad de poeta, aspiro a conservar para la pequeña minoría de personas que me comprenden y son accesibles a mi influencia una vida de espiritualidad en el mundo, o al menos su añoranza. Nuestra forma de valentía debe consistir en tocar nuestras pequeñas flautas en medio de los cañones y de los altoparlantes y percatarnos de la inutilidad de nuestro hacer y también de su ridiculez
De esta misma manera debe continuar usted su camino. Estos esfuerzos, estas fatigas nunca son del todo en vano. ¡No se deje ganar por el desaliento!
Al señor F. L., Zúrich
16 de febrero de 1938
Distinguido señor L.:
… Su carta, cuya bella intención advierto, me cohíbe. He cometido muchos pecados en mi juventud, pero no recuerdo haber descuidado mis deberes y en mi calidad de hombre viejo me siento algo perplejo al recordarme me usted mi «deber». Precisamente en relación con Alemania, es decir con la Alemania política actual, he obrado en mi entender desde 1914 con más corrección y conducta clara que la mayoría de los emigrantes, quienes desde hace unos años han notado de pronto que allí no todo anda bien y nos palmean a nosotros, los demás, con su aire de sapiencia. De cualquier modo, la postura me fue aliviada en parte. En lugar de tener que convertirme solamente, pude volver a la ciudadanía suiza que ya poseía de niño. De todos modos, esto me acarreó también bastantes dificultades
En cuanto a la Alemania «íntima», la de la lengua, la literatura, la cultura, siempre me he contado entre sus hijos y sigo haciéndolo, aun cuando usted pretende hacer depender esta afiliación de la medida en que entro yo en consideración como colaborador de su empresa. También formo parte de la Alemania íntima por tener en muy alta estima mi propia conciencia y mi independencia y me causa harto desagrado que me palmeen la espalda y otros vengan a instruirme sobre mis obligaciones. Todo cuanto he hecho durante decenios fue colaborar con la Alemania íntima, y con el correr de los años la colaboración inconsciente fue haciéndose más y más consciente. Por ejemplo, usted me sugirió distinguir un libro de Huxley con un exhaustivo comentario y yo creo haber obrado en todo y por todo con el sentido puesto en la buena «Alemania íntima» al rehusarme.
Por esta razón, le ruego en esta ocasión que deje librados a mi cuidado el grado, la clase y los contenidos de mi eventual colaboración… El hecho de que aun antes de haber ido a imprenta mi contribución, usted me venga a recordar mis deberes de manera tan enérgica y por añadidura quiera aleccionarme acerca de lo que debo hacer o dejar de hacer, no va a inclinar mi voluntad a la colaboración, sino que provocará mi disgusto.
… Usted me recomienda proveerme al modo de Sinclair de una nueva juventud y ponerla al servicio de su empresa. Pero hoy soy un hombre viejo y no estoy en condiciones de llevar las riendas de una tercera juventud. En cambio dedico todos mis esfuerzos a eso de lo cual me acusa desde hace más de cinco años, a saber: permanecer fiel a mi deber. Si en alguna rara ocasión me excedo de este límite y produzco algo de interés para una revista, no pueden ser sino excepciones.
No tome a mal mis palabras. Son bien intencionadas.
A R. J. Humm, Zúrich
8 de julio de 1938
Estimado señor Humm:
Su carta me ha dado una gran alegría y mi intención hubiera sido agradecerle por ella enseguida, pero en los últimos tiempos y en particular desde el 11 de marzo estoy tan atareado atendiendo los contratiempos de los emigrantes y refugiados, que ello consume la mayor parte de mi capacidad de trabajo…
… Usted me llama columna, estimado amigo, y yo me siento más bien como una cuerda extenuada, medio deshilachada por la sobrecarga que pende de ella y que a cada nuevo peso que se suma tiene la sensación de romperse en cualquier momento. Sin embargo, intuyo lo que presumiblemente quiere significar con la metáfora de la columna. Percibe en mí algo como una fe, algo que me sostiene, una herencia en parte de cristianismo y en parte de humanidad, no sólo adquirida y no sólo de fundamento intelectual. En esto le doy la razón, sólo que cuanto más me empeño, menos puedo formular mi fe. Creo en el hombre como en una posibilidad maravillosa que no se apaga ni aun en medio de la mayor inmundicia, capaz de ayudarlo a salir de la mayor degeneración y creo que esta posibilidad es tan vigorosa y tan seductora que siempre vuelve a hacerse sentir como es
peranza y pretensión, y la fuerza que hace soñar al hombre con sus supremas posibilidades y lo aparta de la animalidad es siempre la misma: no importa que hoy se llame religión, mañana razón y pasado mañana le den otro nombre. El fluctuar, el ir y venir entre el hombre real y el hombre posible, el soñado, coincide con lo que las religiones conciben como la relación entre el hombre y Dios.
Esta fe en los hombres me mantiene a flote, lo cual significa que el sentido de la verdad, la necesidad de orden son innatos en el ser humano y no deben exterminarse. Por lo demás, veo al mundo actual como un manicomio y una mala pieza sensacionalista, a menudo degustada hasta el más profundo asco, pero también lo veo como quien mira a los locos y a los temulentos y piensa: ¡Qué vergüenza sentirán cuando algún día recobren el sentido!
Me alegra saber que han terminado un libro suyo. Entre su lenguaje y el mío, entre sus problemas y los míos se levanta la frontera de una generación. A menudo, se me antoja llevarle cincuenta años, otras usted me parece mucho más viejo que yo. Pero por encima de ese límite siento también un parentesco y un auténtico compañerismo, cooperación en diversos puntos del mismo edificio. Por lo demás, cada día me vuelvo más tonto y no hago sino contemplar con asombro, sin querer entender ya realmente, que los instintos políticos más pueriles, casi diría más bestiales, se den como «cosmovisiones», y que adopten los rasgos de las religiones. Estos sistemas tienen en común con el socialismo marxista —mucho más intelectual— considerar al hombre un ente ilimitadamente politizable, que no lo es. En gran parte, atribuyo las convulsiones del mundo actual a este error.
Ya he charlado bastante y debo volver a mi trabajo… lamentablemente no al literario, sino a la correspondencia matutina.
A Oskar Laske, Viena
Julio de 1938
Distinguido señor Laske:
Nuestra amiga me ha traído como regalo de cumpleaños su cuadro, el paisaje primaveral con ese cortijo suspendido sobre la ladera, y deseo manifestarle cuánto me ha alegrado.
No soy analista y sólo estoy en condiciones de experimentar un goce ingenuo ante las obras de arte, sin arrogarme la pretensión de discurrir sobre el origen del efecto estético. La mayoría de las veces el intento de explicar el logro estético no es sino un engaño y no pasa de ser una incorporación de la vivencia dentro de un esquema de conceptos y vocablos. De todos modos, he meditado un poco acerca de su hermoso cuadro, cuya atmósfera diáfana, ligera y alada me colma de gozo. Lo que me embelesa no es la virtuosa ejecución, el dominio de la herramienta como si fuera un juego, aun cuando esto ya es bastante. Es más bien el sentir al pintor en todos los detalles de su obra, que más que trabajar parece jugar cortejando al objeto, hechizado por él. A mi entender, de aquí surge la música del todo y nacen en el cuadro las flores multicolores y las islas encantadas, esos lugares donde una pequeña mancha de color sienta tan bien y de manera tan armoniosa que se la experimenta
como una gratificación. Bien, supongo que habrá oído a gente más versada decir cosas más inteligentes sobre sus cuadros. Mi intención no era hablarle de ellos, sino sólo agradecerle y asegurarle cuánto me gusta el que recibí.
Al doctor Herbert Steiner, Zúrich
23 de julio de 1938
En el proceso de la «unificación» y al mismo tiempo de trivialización del lenguaje, el escritor se encuentra a mi entender de manera unívoca del lado del partido conservador de acción retardada, y por esto debería obrar también en las cuestiones formales, por ejemplo, las de la ortografía. Cuando un autor escribe la palabra anderer esto no lo obliga a renunciar en la página siguiente al uso de la palabra «andrer» para ser por ello consecuente. Hay entre ambos vocablos una diferencia rítmica y aun cuando el autor no siempre puede explicar con claridad por qué unas veces lo escribe de una manera y otras de otra, lo hace sin embargo por una necesidad artística, por una necesidad de diferenciación en la expresión
Cuando en un cuarteto de Schubert la coda de una parte puntea la antepenúltima nota, pero en otra parte deja la misma frase final de la coda sin punto, todo ejecutante sabe que esto podría hacerse de manera uniforme, pero a riesgo de ser mucho más tedioso.
Me place saberlo a menudo de mi lado en la resistencia contra las dudas.
A un erudito alemán
Fines de diciembre de 1938
Estimado caballero:
Le agradezco su carta. En efecto, ocurre tal como usted lo insinúa, sólo que aun cuando sigamos siendo individuos, ya dejamos de ser adolescentes, de manera que se impone pensar que la razón habrá de subsistir. Sin embargo, a la hora de los golpes y las estocadas, los agresores son en general más proclives a las prédicas y a las alabanzas de lo nuevo, lo joven y lo fuerte que los agredidos. No piensan que la diversión que les procura golpear seria imposible si no hubiera agredidos o sujetos de agresión, y como yo formo parte de los agredidos, sólo puedo suministrarle información sobre este lado del mundo. Además, los principios que defienden los que
ellantes me importan un rábano y no doy por ellos ni cinco céntimos. Se trata de ideologías, más aun folletines sobre procesos biológicos que quedaron en el inconsciente. Nosotros, los que estamos abajo, no sólo debemos ocuparnos de desangrarnos y reclamar por lo que nos destruyeron o nos quitaron, en parte por petulancia, en parte por rapacidad, sino que tenemos otras funciones, muy fatigosas a veces, como brindar asistencia a los ejércitos de fugitivos, víctimas de la depredación. Comparado con ésta, la asistencia a los prisioneros de guerra a cuyo servicio trabajé tres años (y por momentos creía trabajar duro) era una diversión. No dudo de que detrás de las ideologías, digamos más bien folletines, hay también una dosis de verdadera desesperación. En definitiva, la mayoría de los participantes son seres humanos. En lo que a mí respecta y tal como sucedió durante la Guerra Mundial, no puedo interesarme por los objetos en pugna, porque en la pelea se reducen a simplificaciones de tan juvenil inmadurez que es imposible mantenerse serio, sobre todo porque en derredor yace en el suelo una multitud de víctimas que se desangran por muchas heridas, cuya asistencia nos parece a nosotros, la gente vieja y anticuada, más apremiante que la competencia juvenil del altoparlante. Estoy achacado pero me alegro de ser viejo y no tomar todo esto con la absoluta seriedad de la juventud. No tengo dudas respecto a mi posición. Sigue siendo como siempre una posición solitaria, a la que no cubre ningún grupo ni partido. Con mis pensamientos puestos en usted y mis mejores deseos.
Al señor H. B. de Hamburgo, en aquel momento en Londres
10 de enero de 1939
He recibido su curiosa carta y no tengo respuesta alguna para ella. Me dice que defiende en Inglaterra al nacionalsocialismo, cuando en Alemania no cree en él. ¡Y usted le cuenta esto nada menos que a una victima de esa dictadura! ¿Y de esta confusión habrá de surgir el futuro del mundo? No, querido señor, no lo creo. ¡En primer lugar, abra los ojos por un instante para ver la indescriptible miseria que colma el mundo, el indecible dolor que renuncia a la violencia y al contraataque y que los que usted defiende imponen al mundo! La nueva humanidad, mejor dicho la resurrección de la vieja y eterna humanidad, vendrá de este sufrimiento, de esta verdad, de este abismo sin frases, sin Jüngers, Steiners o Hitlers.
A Oskar Loerke, Berlín
5 de octubre de 1939
Querido y venerado señor Loerke
Desde el mismo momento de recibir su atenta carta que me llenó de alegría, estuve dispuesto a escribirle. En estos momentos, al encontrarla entre mis papeles veo que lleva fecha del 14 de agosto y por lo tanto he estado mucho tiempo en deuda con usted. De todos modos, habrá recibido en el ínterin el breve saludo enviado con una tarjeta postal, después de leer su ensayo sobre Rückert, un puro deleite. Luego volví a leer algunos ensayos anteriores, sobre todo el de Jean Paul y el del «diván de Oriente y Occidente». Además, me divirtió releer el «Franz Pfinz». Mi ejemplar se perdió no sé dónde ni cuándo, pero Suhrkamp me proveyó de otro. Este amado librito me ha hecho muy bien a través de su frescura y su plenitud y, a pesar de todo, por su aire jovial. Así como al cabo de treinta años la presentación del librito se ha mantenido impecable, novedosa y lozana, también se puede decir lo mismo de la narración. Las frases son extensas y plenas, las ilustraciones sencillas y nuevas, y hay en él una reminiscencia de Leibgeber y Lenette.
Ardo en deseos de conseguir un ejemplar de Steinpfad. Tenemos hambre de cosas sustanciales e ingeniosas como parece ser la Historia Universal. Deseo que las cosas sean soportables para usted.
A la señora A. B., Zúrich
8 de octubre de 1939
Distinguida señora B.:
Agradezco su saludo y el envío del bello y emotivo poema de L. M. ¡Imagino lo que debe haber sido para él despedirse de su terruño!
Escribe usted: «y no obstante ¿qué es hoy la suerte de un individuo, cuando el dolor y el horror semejan un diluvio?». Por supuesto, esta idea es aproximada, aunque en el fondo no es correcta. El destino auténtico de un hombre, vivido plenamente, no es menos, sino más que cualquier destino de una masa. Cuando desde un avión hitlerista son bombardeadas, quemadas o envenenadas con gases un millar de personas, nos enfrentamos a un hecho horrendo, pero incomprensible como un terremoto, un maremoto o una hambruna. Es un destino mecánico masivo y para nuestro corazón y nuestro espíritu jamás alcanza la significación que tiene un destino individual genuino, único, plenamente vivido.
Muchas gracias y mis respetos.
A Kuno Fiedler, St. Antönien
Octubre de 1939
Distinguido doctor Fiedler:
Me ha sorprendido gratamente con su regalo y le doy mil gracias. Las circunstancias me permitieron poder hacer leer su escrito enseguida, cuando en su mayoría, los libros nuevos deben esperar largo tiempo.
A pesar de su matiz belicoso, el escrito en sí me ha causado una excelente impresión, simplemente como estudio bíblico y cristológico y como expresión de una teología liberal que me es bien conocida y altamente grata. En cambio, su carta lo pone todo bajo una luz diferente, le da más actualidad y me muestra cosas que ignoraba. Por ejemplo, me sorprendió que un teólogo liberal considere hoy a los barthianos absolutamente «ortodoxos» y los equipare casi a los católicos. Esto me ha vuelto a demostrar cuán efímeras son todas estas denominaciones dentro del protestantismo. Lo que hoy es secta, mañana será ortodoxo. Ante estos hechos me asaltan pensamientos muy laicos. Pues por mucho que me agraden la franqueza y la valentía de su trabajo, de manera alguna soy un antipapista. Por el contrario, siento gran admiración por el Vaticano y por las Summas de Santo Tomás de Aquino de las que usted se burla. Más aún, considero que la filosofía escolástica es junto con la música aquella disciplina en la cual la Europa cristiana ha logrado lo más perfecto. Quiero decir que para mí son posibles dos clases de cristianismo: uno puramente práctico, personal y no dogmático, y otro eclesiástico y teológico. Para el individuo que se encuentra a un nivel bastante alto, su cristianismo moral está tan presente que —según pienso— no necesita de una teología. Pero como Iglesia, como forma, como tradición, como potencia que custodia y crea cultura, el cristianismo católico no sólo es muy superior al protestante, sino también de una ductilidad y una fidelidad casi ideales en el cambio por mantener vigencia y adaptarse.
El cristianismo al cual se refiere es infinitamente más puro, más parecido a Jesús y en cuanto a moral, superior a todo lo eclesiástico, pero no ha promovido la construcción de basílicas ni catedrales góticas, ni inspirado el texto de la misa romana ni algo como la música de Palestrina o de Bach. Jamás lo logrará. En su posición, lo
mágico de la religión es algo ya superado y tonto, así como para los budistas puros, los dioses y las mitologías son una aberración. Sin embargo, he experimentado en mí mismo que a partir de la filosofía y la moral más puras se puede retomar con buenos resultados a los dioses y a los ídolos. La serena sabiduría de Buda sin dioses ni iconos, necesita del polo opuesto y la salvaje, furiosa grandeza de Shiva y la sonrisa infantil de Vishnu son claves no menos apropiadas para desentrañar el enigma del mundo que el conocimiento ético-causal de Buda.
Naturalmente, tampoco creo que la ortodoxia sea en verdad la madre de la crueldad sanguinaria y de la hoguera. La bestia y el demonio que anidan en el hombre siempre vuelven a aparecer para matar y torturar y por supuesto siempre encuentran una ideología «ortodoxa», tal como Hitler y Stalin sirven a los mismos poderes con ortodoxias opuestas.
Si la humanidad fuera un individuo, podría ser curada a través del cristianismo «puro». Bestia y demonio habrían de poder ser conjurados. Pero no es así. Las religiones «puras» son para una reducida capa de gente situada a nivel superior, mientras que los pueblos necesitan de la magia y de las mitologías. No creo en un proceso evolutivo de abajo hacia arriba. De la oscura totalidad de la humanidad siempre vuelven a surgir los puros y los salvadores y no son venerados por la mayoría sino cuando se los ha crucificado y convertido en dioses.
Ya empiezo a sentir tedio. Permítame concluir. Conoce todo esto tan bien como yo. Su escrito me ha complacido.
A Kuno Fiedler, St. Antönien
Enero de 1940
Distinguido doctor Fiedler:
Muchas gracias por su carta. Usted habrá comprendido que la mía no pretendía atacarlo o contradecirlo, sino tan sólo ser un eco y un breve diálogo. En consecuencia, no necesito defenderme de la sospecha de haber querido corregirlo o darle lecciones. Respecto a la cuestión puesta en primer lugar sobre el tapete, soy demasiado lego como para entrar en discusiones. Por lo tanto, no debe interpretar como una defensa esta respuesta a su carta. Sólo quiero rectificar un punto que a mi juicio se funda en un malentendido. Yo dije que la masa siempre necesita algo como el catolicismo, pero por cierto no dije que debemos apoyarla en este sentido. Por supuesto, sé que ella misma se arroga tal derecho y cuenta con las ventajas de la mayoría. He sido testigo de ello desde que tengo uso de razón. Lo único que tengo que decir en favor de la ortodoxia y en favor de los tontos y los perezosos es esto: existen y constituyen la mayor parte del mundo y de la realidad. «Combatirlos» puede ser necesario aquí o allá, puede que sea realmente su misión, pero no es la mía. Todo lo contrario. En mi calidad de artista, de órgano de la contemplación más pura posible, debo tener en cuenta la realidad y no tomar en serio su aspecto ético, sino estético, lo cual es una función tan importante y genuina como lo es la del pensador, el crítico y el moralista.
Alcanzo a imaginar en cierta medida sus grados religiosos en analogía con sus «grados del conocimiento». Simpatizo con las tipologías, siempre y cuando no sean aplicadas de manera demasiado dogmática, y como a
tista me inclino sin más ni más por una ideología aristocrática. Comparto su sentir cuando por ejemplo coloca a la ortodoxia en una segunda o tercera categoría. Pero otra cuestión es si es correcto aventurarse en discusiones sobre poder y competencia entre las diversas categorías. Esto tendría sentido sólo si a través de la enseñanza, o la conducción, fuera posible trasladar a un individuo de una categoría a otra. Si el noble puede ennoblecer en verdad al innoble, tiene sentido que lo considere a éste como enemigo en tanto siga siendo innoble. De acuerdo con mi concepción —para la cual no tengo por supuesto ningún sistema y pocas posibilidades de expresión—, el innoble jamás se vuelve noble, mientras que de todos modos cada «categoría» tiene naturalmente sus márgenes en los que las cualidades y los grados se diluyen unos en otros. Así como todo individuo tiene en sí algo de masculino y femenino, cada uno lleva también intrínseca la semilla de lo noble y de lo innoble. No obstante, se me antoja que siempre está signado o predestinado a ser noble o innoble. Si en categoría los ortodoxos se encuentran entre los más nobles, no logro ver cómo se los podría ennoblecer, y si ello no es posible, entonces ni enseñar ni luchar sirven para nada bueno. Por el contrario, el más noble no tendría a mi juicio otra cosa que hacer que ser como es y vivir como es, y si a su naturaleza se agrega además la tolerancia y la caballerosidad al reconocer vigencia a los menos nobles, tanto mejor. Si es consciente de su misión, si reconoce la menor cualidad del otro y la admite o no, siempre vivirá como noble, tendrá participación en la nobleza y en el momento trágico de la suprema humanidad. Y estas supremas vivencias, aun cuando son en gran parte sufrimiento, representan el excedente que le da ventaja sobre los ortodoxos y la masa, a quienes no se puede entregar, ni hacerse accesible a los inferiores, aun por mucho que lo pretenda.
Nosotros, los artistas, tenemos suerte de necesitar por nuestra naturaleza y la de nuestra función, nuestro taller y nuestros medios. Para un artista no tiene el menor sentido «luchar» por otra cosa que no sea la perfección en su oficio. No estoy pensando en la rutina, sino en la educación de la conciencia y la clarividencia. Na
turalmente, un artista también puede ser de manera casual un enmendador del mundo y luchador o predicador, pero el éxito de sus esfuerzos no dependerá del ardor de su intención ni de la rectitud de sus convicciones, sino siempre y únicamente de la calidad de su obra como artista. Cuando un artista insignificante pinta o declama protestas superlativas contra un mundo depravado, ello será conmovedor o curioso, pero nada más. En cambio, si es un artista verdadero, en la mayoría de los casos sucederá sin intención y casi ajeno a su conciencia, dibujará un par de líneas o dirá un par de versos, recordará con ellos a todo aquel que tenga sentido, lo eterno y lo incondicionalmente valioso y sagrado, le hará evocar aquello sobre la base de lo cual están ordenadas todas las jerarquías del mundo.
No puedo corresponder a su requerimiento de tomar muy en serio la invención del teléfono y otras cosas parecidas. Son técnicas y si el teléfono o la transmisión inalámbrica del alboroto no hubieran sido inventados, de manera alguna sería una pérdida a mi sentir. Ciertamente, un día el hombre necesitó el teléfono como algo indispensable, y por esta razón fue inventado. Pero que no pudiera vivir ya sin teléfono, no respondió al progreso y a la evolución intelectual sino al hecho de necesitar establecer comunicación más rápida con la fábrica y la bolsa, debido a sus negocios y a una avidez desenfrenada. Su referencia a la gran culpabilidad que les cabe a los intelectuales y los literatos en el oscurantismo de la época también me afecta a mí, toda vez que cualquier llamada a nuestra complicidad debe tocamos y mortificarnos. Pero en este terreno me cuento entre los inofensivos. No he aportado al mundo doctrinas ni posturas perjudiciales, como lo hicieron un Nietzsche o un Stefan George. Tampoco he hecho un culto de la imitación de tales posturas. Desde mi juventud se me ha reprochado no haber sido siquiera un «luchador», ya fueran los piadosos, los gentiles, los socialistas o los patriotas. Por esta razón me parece percibir en su carta —tal vez erróneamente— una leve apelación a mí en favor de una lucha en pro de tal o cual causa buena. Pero en estas cuestiones soy incorregible. En mis años mozos hice ciertas co
cesiones al sacrificar en mis obras el aspecto artístico en favor del moral y educador, no respondiendo a peticiones sino por mis propios cargos de conciencia. Por ejemplo, sin una vocación interior, pero precisamente por mala conciencia serví largos años los anhelos democráticos antimonárquicos. Ello fue antes de la guerra y debí pagar por ello como Dios manda. Desde entonces me siento más tranquilo en este aspecto, si bien estoy lejos aún de tener la conciencia en paz.
A Kuno Fiedler, St. Antönien
Enero de 1940
Distinguido doctor Fiedler:
He recibido una abundante correspondencia con motivo del Año Nuevo y cuando parecía ir en merma, siguió llegando aún la resaca hasta mediados de enero, demorada por la censura, el frío, la guerra naval, y por esta razón su amable carta recibida en Navidad quedó sin respuesta. Acepto agradecido sus buenos deseos y en cuanto a la repetición de su visita ¡ojalá que a pesar de todo llegue a concretarse este año! ¡Ojalá pueda permanecer en el país y en lo posible lo dejen vivir en paz! Que el hombre deba ser heroico y estar preparado para to
da iniquidad y tan dispuesto para vivir en América o en Shanghai como confinado en su estudio o en un campo de concentración son exigencias y clisés de la época. Al fin y al cabo es muy natural que un individuo ame su paz, su trabajo, su mesa y su silla y no quiera sacrificarlos, ni siquiera cuando a su alrededor la humanidad alcanza logros insólitos, yace en las trincheras sometida a temperaturas de cuarenta grados bajo cero, o, como los judíos alemanes que a partir del racionamiento, mueren de hambre lentamente por ser fieles a su raza. El hombre no mejora en su condición a través de todos estos logros heroicos. Al contrario, se envilece y pierde magnitud y figura.
Pero el «sufrir complementario» al cual se refiere y que ha sido citado estos días en varias cartas, existe sin duda. A mi juicio, todo gira en torno de la circunstancia de que una pequeña minoría se niega a aceptar lo diabólico y persevera amargamente soportando el sufrimiento que éste le inflige, así como en Sodoma un número insignificante de «justos», es decir, de individuos dignos de tomarse en serio, habría bastado para salvar a todos de la ira de Dios.
Con los mejores votos, le saluda cordialmente su affmo.
Carta de condolencia escrita durante la guerra
7 de febrero de 1940
Distinguido señor:
Puede ocurrir que en el bosque un árbol tierno, tronchado o arrancado de raíz se apoye al caer en un árbol viejo. Se comprueba entonces que el árbol viejo también está acabado, que aquel ejemplar de aspecto imponente está hueco y débil y cae abatido bajo el peso del más joven.
Es algo análogo a lo que podría acontecernos a usted y a mí. Pero no sucede así. Me pongo en su lugar. He vivido las experiencias de esos cuatro años de 1914 a 1918 hasta quedar aniquilado, y en esta ocasión tengo tres hijos soldados (hace poco el mayor entró a formar parte de un piquete, los otros dos prestan servicio desde el 19 de septiembre).
Un ejemplo tomado de la mitología quizá le muestre claramente cómo veo yo la historia en su totalidad. La mitología india cuenta también con la leyenda de las cuatro edades del Universo. Cuando la última está en sus postrimerías y la guerra, la depravación y la miseria llegan al cuello, Shiva, el luchador, el que todo lo arregla hace su aparición y en su danza destruye al mundo bajo sus pies. Apenas concluido el exterminio, Vishnu, el benévolo dios creador, yacente en la hierba, tiene un bello sueño, y de ese sueño, de una espiración o de uno de sus cabellos brota hermoso, lozano y encantador un nuevo mundo y todo comienza desde un principio, pero no como un fenómeno mecánico, sino como algo alado y de fascinante encanto.
Ahora bien, creo que nuestro Occidente se encuentra en la cuarta edad y Shiva ya está bailando sobre nosotros. Creo que casi todo será destruido. Pero no dejo de creer en un nuevo resurgimiento desde los orígenes y que los hombres volverán a encender hogueras y erigir santuarios.
Y así, en mi cansancio y senectud, me alegro de tener una edad avanzada y achaques que no me harán lamentar perder la vida. Pero no dejo a la juventud ni a mis hijos en la desesperación, sino en una era de dificultades y temores, en el fuego de la prueba y no dudo de que todo lo que fue para nosotros santo y hermoso
volverá a serlo para ellos y la posteridad. Creo que el hombre es capaz de gran enaltecimiento y grandes iniquidades, puede elevarse a la altura de un semidiós o descender a la profundidad de un semidemonio, pero cuando ha hecho algo muy grande o algo muy repulsivo siempre vuelve a erigirse sobre sus pies y recobra su medida e, inexorablemente, al ataque del salvajismo y de lo demoníaco sigue el contragolpe, sigue el anhelo innato e inevitable del hombre por la medida y el orden.
Y de ese modo, creo que aun cuando un hombre viejo no debe esperar hoy nada bello del exterior y hará bien en ir a juntarse con sus antepasados, un hermoso poema, una música, una mirada sincera elevada a la divinidad son hoy por lo menos tan reales, tan vivos y valiosos como lo fueron otrora. Por el contrario, es evidente que la llamada «realidad» de los técnicos, de los generales y de los directores de banco, se toma cada vez más irreal e improbable. Hasta la guerra, desde que se practica en forma masiva ha perdido casi todo su poder de atracción y su majestad. Hay enormes espectros y quimeras que se combaten mutuamente en estas batallas materiales, mientras que toda realidad anímica, todo lo verdadero, lo hermoso, todo anhelo por estas cosas parece más real y sustancial que nunca.
Al señor G. G., Copenhague
20 de febrero de 1940
A R. J. Humm, Zúrich
Baden, 10 de diciembre de 1935
Estimado señor Humm:
En mi último día en Baden, su carta ha venido a darme una alegría, pues no estoy acostumbrado a recibir repercusión alguna del trabajo que llena mis días. Así pues, mi intento de decir algo sobre su libro de las islas ha llegado a su conocimiento, le ha procurado una satisfacción y a mí me ha traído un eco. Esto me agrada, significa un poco de luz y lo absorbo con deleite
No dudo que en algún pasaje habrá meneado la cabeza. Pero de todos modos ha percibido y aceptado lo primordial, a saber que no pretendía aparecer más inteligente, ni juzgar o ejercer censura, sino manifestar lo que su libro despertó en mí de amor. Eso basta.
Hay en su libro y también en su carta algo para lo cual de momento no tengo respuesta alguna. No presencié la polémica «privada» en sus «islas» con absoluta simpatía, y en ocasiones con preocupación, sino también con cierta envidia. Yo mismo me he apartado tanto en los últimos años de la posibilidad de una discusión privada que en la actualidad no la toleraría.
Desde adentro y desde afuera, tanto en mi vida privada como en mi relación respecto a la situación mundial, he desembocado lentamente en una crisis que este año se agudizó. Creo pues que muy pronto será dictada la sentencia y estará a punto la prueba a vida o muerte. Entretanto, aun cuando mi vida privada y mi posición se vuelvan cada vez más inciertas, he alimentado en los últimos años un pellejo que me rodea como vidrio y no consiste sino en la creencia de que también las crisis y los padecimientos son funciones positivas y que el lugar donde me veo colocado debe ser concebido como destino y sino.
Pero tengo la sensación de estar expresándome en una mitología privada. En definitiva, desde hace bastante tiempo siento como si mis raíces hubieran sido seccionadas. La voluntad de vivir ha mermado considerablemente. Trato de balancear esto celebrando con mayor esmero mi función, el escaso trabajo literario, como si se tratara de un oficio. Quizá no me comporte sino como un payaso, pero tampoco me importa.
Uno de mis hermanos menores, un hombre muy querido, infantil, puro y piadoso, modesto empleado de oficina, aquí, en Baden, casado y con hijos, a pesar de su aparente disimilitud conmigo, se vio obligado al mismo tiempo que yo a restablecer el equilibrio en su vida y no lo logró. Debió temer que perdería su empleo. Es
te parece ser un motivo, pero naturalmente debe haber habido algo más profundo. Resumiendo, hace poco desapareció. No supimos de él durante dos días, lo buscamos y al encontrarlo le dimos sepultura. Solucionó su problema con un cortaplumas.
Le escribo pues desde su posición de la cual no puedo enorgullecerme. Presumiblemente, mi vida ha sido la de un Don Quijote, pero a menudo creo que Don Quijote era tan poco superfluo como cualquier conductor y por añadidura «exitoso».
Suficiente. En realidad, no quería decirle sino que su carta me dio mucha alegría. Pronto vendrá mi mujer y me ayudará a hacer las valijas.
Cordialmente suyo.
Un saludo a Zollinger
La campaña contra Schwarzschild y Korrodi no fue en realidad una causa digna, pero entiendo que esta vez se viera obligado a tomar una decisión drástica. Ya que está hecho y de manera tan digna, sólo cabría felicitarle. Sin embargo, no lo puedo hacer. Sin permitirme ni con el pensamiento la menor crítica desfavorable respecto al paso que ha dado, lamento en el fondo que lo hiciera. Fue una confesión, pero para todos su posición era ya conocida. Para los señores de Praga y París que le han apremiado a la manera de bandidos, será una satisfacción comprobar el resultado de su presión.
Si hubiera un bando al cual uno pudiera volverse y adherirse, todo estaría bien. Pero es lo que falta precisamente. Entre los frentes no tenemos otro refugio para escapar de la atmósfera de gases ponzoñosos que nuestro trabajo. Y la influencia, en cierta medida ilegal, de consuelo y confortación que usted tenía sobre los lectores del Reich, la perderá sin duda. Esta es una pérdida para ambas partes. Yo también me veré afectado. Perdería un camarada y lo deploro con absoluto egoísmo. Así como durante la Guerra Mundial tuve en Romain Rolland un colega, desde 1933 lo hallé en usted. Por cierto no pienso perderlo, no me vuelvo desleal fácilmente, pero allá en Alemania me quedaré muy solo como autor. Sin embargo, me gustaría perseverar en ese puesto, en tanto de mí dependa.
Bien, deseo de todo corazón que en lo personal y privado el relajamiento que su paso debe traer consigo sea bienhechor. Si se siente liberado y vuelve aliviado a su trabajo todo estará bien.
A la editorial S. Fischer, Berlín
9 de febrero de 1936
Distinguidos señores:
Creo haberles informado en noviembre algo acerca de los ataques de Will Vesper contra mí. Quizá hayamos procedido mal al ignorarlos, aun cuando Vesper es un oscuro literato al cual no debería tomarse en serio.
Por el adjunto, verá hasta dónde ha llegado ya la campaña iniciada en su gaceta «Neue Literatur».
Dado que desde un principio Vesper ha estado trabajando contra mí con deslealtad y recursos ilícitos, les suministro aquí unos cuantos datos necesarios para poner al descubierto sus prácticas y por los cuales respondo. Si lo estiman conveniente, pueden emplearlos a su arbitrio para ilustrar a la prensa.
1. El motivo de los ataques de Vesper fueron mis informes sobre libros alemanes en Magasin Bonnier. Me reprocha que sólo anuncio allí libros de emigrantes, etcétera, «pagado por los judíos». Como se ha podido establecer, el propio Vesper me ha precedido en esto de recibir paga judía pues hace más de un año colaboró con Bonnier y fue dejado cesante debido a la propaganda nacionalsocialista demasiado parcial. Vesper no menciona que en mis informes bibliográficos se habla del máximo reconocimiento de Stefan George, Rilke, Hofmannsthal, Carossa, Emil Strauss. Solamente se aferra al hecho de que reseño también libros de autores judíos.
2. A su primer ataque (noviembre de 1935) contesté por carta al señor Vesper, que soy suizo y que tanto Suiza como Suecia tienen por cierto el derecho de formarse su propia y neutral opinión sobre la literatura ale
mana. Desde entonces, Vesper está desarrollando una febril actividad —por supuesto sin dejármelo saber— para informar a la prensa sobre el caso Hesse. Hace falsas declaraciones sobre mí, por ignorancia.
3. Vesper afirma que soy alemán del Reich y nacido de padre alemán del Reich. Sin embargo, soy hijo de un letón, quien en tiempos de mi nacimiento era aún súbdito ruso, pero hace unos cincuenta años (poco después de 1880) pidió para mí y su familia la ciudadanía suiza y la de Basilea.
Mi abuela materna era suiza y mis padres habitaban en aquel entonces en Basilea.
4. De todos modos, me hice ciudadano del Reich a la edad de catorce años. Mi padre permitió que tomara carta de ciudadanía en Württemberg (sólo yo, no él y toda la familia) porque allí cursaría mis estudios y me graduaría. En la misión protestante, a la cual pertenecían mis padres, había en aquel entonces una cantidad de familias cosmopolitas. Por ejemplo, uno de mis hermanastros mayores era de Württemberg, otro inglés (nacido en la India).
5. Vesper cuenta que en 1914, cuando mi patria estaba en lo más difícil de la lucha, yo la abandoné cobardemente. Estos son también embustes de este pobre diablo. Miente conscientemente pues conoce los hechos. Sabe que no regresé a Suiza en «1914 el año de la guerra», sino en 1912 cuando aún reinaba la paz.
6. Cumplí con mi obligación de ciudadano alemán al presentarme como voluntario el verano de 1914 y dirigir desde 1915 hasta la primavera de 1919 el departamento fundado por mí y el profesor Woltereck del Instituto de asistencia para prisioneros de guerra alemanes. Fui asignado a la embajada de Alemania en Berna como empleado suplente.
7. En calidad de exciudadano suizo me asistía el derecho de volver a tomar gratuitamente ciudadanía dentro de los diez años subsiguientes a mi regreso a Suiza. Para no desertar en cierto modo, no lo hice durante la guerra ni durante los primeros años de posguerra, sino que volví a hacerme suizo en 1923. En el ínterin fue disue
to mi matrimonio y mi esposa reclamó para sí y nuestros tres hijos su ciudadanía original (desciende de una antigua familia de Basilea). En consecuencia mis hijos eran suizos, sólo yo era alemán por los papeles, pues mi lugar de residencia estaba en Suiza, mis hijos hablan al igual que yo y su madre el dialecto suizo y pertenecen al ejército suizo. Era pues lógico que pidiera para mi persona la ciudadanía de mi país natal.
Estos son los datos que Vesper falseó.
Les ruego dar al «Westdeutschen Beobachter» la rectificación que acompaño. Pero es de suponer que estas calumnias sobre mi persona también habrán salido en muchas otras publicaciones.
Me avergüenzo de pertenecer a la literatura alemana y tener semejantes colegas. En el caso de Vesper conozco por casualidad sus motivos personales y egoístas. ¡Al diablo! Suspenderé desde este momento mis resenciones bibliográficas tanto en Suecia como con ustedes. Ya no quiero saber nada más con todo esto.
Les saluda.
Al doctor Eduard Korrodi, Zúrich
12 de febrero de 1936
Estimado doctor Korrodi:
Agradezco su carta que, evidentemente, ha sido escrita bajo una elevada presión. Dado que ha estado durante tanto tiempo en la vida periodística, me ha sorprendido que lo excitara a tal extremo el momentáneo ser expuesto. Esta reacción me resulta simpática, pues a mí me afectan los atropellos, es decir, mi corazón y mis nervios son más sensibles que mi razón. Comprendo, pues muy bien su carta como reacción a una situación momentánea. Creo que en su mayor parte es atribuible a su ruptura actual con Thomas Mann. Conozco esta clase de despedidas. A mí me sucedió lo mismo con Emil Strauss. Yo le he permanecido fiel, pero él rompió conmigo impulsado por la amargura de posguerra. Y tengo así en Alemania varias personas, otrora amigos míos, a quienes daré la mano en caso necesario pero de quienes no puedo esperar el mismo servicio, pues la gente está politizada y como ya es sabido, en una época de política y partido el hombre ya no se siente obligado respecto a su prójimo, sino sólo respecto a sentimientos y métodos partidistas y belicosos.
Así, hoy en día no sólo soy atacado por los emigrantes de la manera sucia que usted conoce, sino que también desde noviembre la prensa del tercer Reich me denuncia al mismo tiempo sistemáticamente y con una repercusión cada vez más amplia, como traidor y emigrante. Quien conduce esta acción no es otro que Will Vesper y es muy probable que logre su objetivo de verme proscripto de Alemania.
Conozco, pues, muy bien la situación del atacado en forma brutal. Mi verdadero trabajo ha quedado paralizado debido a la atmósfera venenosa. Este es el motivo por el cual me he ocupado de manera tan asidua en la crítica de libros, a la que considero una ocupación secundaria.
Lo que detecto con claridad en su carta es su estado de ánimo momentáneo y lo que no me resulta muy claro es lo que usted espera en realidad de mí y en qué sentido está disconforme conmigo. Sí, le entiendo correctamente, censura en mí que quiera seguir siendo leal a un mañana y en los días por venir en mi vieja editorial a
la que fui fiel durante treinta años. Además, supone que he prestado al doctor Bermann servicios muy particulares en su intento en Zúrich. La cosa no es como usted presume. Sólo proporcioné a este caballero recomendaciones para dos amigos que tengo en dicha ciudad, y estoy informado sobre los pormenores de su intento. No comparto su opinión que sería una desgracia si se le ocurriera abrir una editorial en Suiza. Aun si las editoriales suizas operaran en su máximo nivel y aun si Bermann no trajera consigo una tradición y una capacidad superior al término medio, no sería para Suiza ninguna pérdida, sino una ganancia que el editor de Thomas Mann, Schickele y otros buenos autores se radicaran en su territorio y no en Viena o en Holanda. Para Suiza significaría una fuente más de trabajo. Si la nueva editorial fracasara, la pérdida sería para ella no para Suiza, pero si tuviera éxito, el país ganaría en todo sentido.
En lo que a mí como autor de la editorial Fischer se refiere, parece tener usted la idea errónea de que puedo elegir libremente permanecer fiel a mi vieja editorial o elegir a voluntad otra nueva. La cosa no es así y Bermann de manera alguna puede decidir acerca de los autores que se llevará de Fischer a su nueva editorial. Su única facultad es la de vender la vieja editorial de Berlín y de acuerdo con las leyes alemanas el comprador adquirirá los contratos celebrados con los autores. Si Bermann debe salir de la editorial Fischer por ser judío, los derechos sobre mis libros pasarán automáticamente a su sucesor en Berlín. Hasta caducar mi contrato que tendrá vigencia por unos cuantos años, deberé permanecer ligado a la editorial berlinesa, independientemente de quien sea su propietario.
Hasta aquí el asunto Bermann. Si me pregunto qué más espera de mí deduzco lo siguiente: usted espera de mí que como autor demuestre por fin un mínimo de heroísmo y me incline por un color. Querido colega: esto es lo que he venido haciendo sin interrupción desde el año 1914, fecha en que mi primer artículo de guerra me valió la amistad de Romain Rolland. Desde 1914 siempre he tenido en mi contra los poderes empeñados en no
permitir una conducta religiosa y ética (en lugar de la política). Desde mi despertar a la época de guerra he debido embolsarme cientos de ataques de la prensa y millares de cartas odiosas y me las embolsé. Ellos amargaron mi vida, dificultaron y complicaron mi trabajo, echaron a perder mi vida privada y no sólo fui combatido por un frente sin ser protegido por el otro, sino ambos frentes me han elegido siempre a mí, al que no pertenecía a ningún partido, como objeto de sus descargas. Aun hoy soy atacado simultáneamente por la chusma de los emigrantes y del Tercer Reich. En mi opinión, mi lugar es estar en este puesto de outsider y neutral, desde el cual debo mostrar mi poco de humanidad y cristianismo.
Tengo la impresión que espera de mí que abrace una especie de antisemitismo o antimarxismo suizo. Le diré, nunca fui marxista. Al igual que usted fui a menudo blanco de los ataques de ese sector, pero tampoco soy adepto del capitalismo ni prohombre de la clase pudiente. Esto también sería política y partido y mi posición es apolítica hasta el fanatismo. En cuanto a los judíos, jamás fui antisemita, si bien en ocasiones tengo sentimientos de ario respecto a ciertas cosas «judías». No considero misión del intelecto atribuir primacía a la sangre y a la raza y aun cuando judíos como S. sean repugnantes no lo son menos los arios, tales como Streicher o W. Vesper y centenares de otros. Cuando a los judíos les va bien se tolera una broma sobre ellos, pero si les va mal, y a los judíos alemanes les va hoy pésimamente mal, la cuestión acerca de si mis sentimientos habrán de volcarse hacia el lado de la víctima o del victimario, queda dirimida al punto. Por esta razón, me ocupé en mis informes literarios a Estocolmo de la literatura de los emigrantes, algo que ahora estoy pagando muy caro.
No, ni el antisemitismo ni partido alguno habrán de ganarme para sus filas. Esto no me impide ser suizo y republicano con toda mi convicción. Al fin y al cabo, nuestra democracia no pretende que los partidos se masacren entre sí, sino que se encuentren para cambiar consejos y establecer un entendimiento. Ni los socialistas ni los pudientes lo hacen. Yo los dejo querellar, pero son estos frentes en los que nada tengo que buscar.
Si en los veinticuatro años que vivo en Suiza, casi nunca he hablado de mi nacionalidad suiza, no debe extrañarle. De mis antepasados sólo una parte era suiza y mi propia ciudadanía fue comprada. Ahora bien, usted sabe cuánto se quiere en el país a los comprados que empiezan toda oración con las palabras «nosotros, los suizos»…
Quisiera agregar aún unas palabras respecto a otro problema. Alude usted que muy bien podría hacer un folletín de la literatura europea o universal. Es cierto, sólo que el folletín sería bastante poco suizo. Pero además adolecería de un error mayor aún. Un folletín constituido en nueve décimas de sus partes por traducciones se vería enormemente empobrecido desde el punto de vista del lenguaje. Usted no ignora cuál es el resultado al leer una novela rusa o española vertida al alemán si luego se toma una obra original en alemán. Es como una bocanada de aire fresco. No, aun contando con buenos traductores (¿y cuántos hay realmente buenos?), resultaría un mundo de esperanto y se volvería a añorar el estado de cosas anterior.
Agradezco nuevamente su carta que valoro como signo de su confianza. Me ha deparado con ella una alegría. Por lo exhaustivo de mi respuesta verá que lo he tomado con harta seriedad…
A Thomas Mann, Küsnacht
12 de marzo de 1936
Querido señor Thomas Mann:
Le agradezco su carta que me ha hecho mucho bien, y procurado alegría. Estuvo acertado al adivinar que podía necesitar algo así. Presumo que J. Maass, con quien mantengo una buena amistad, debe haberle contado que no me va muy bien.
Mi actividad de reseñador, practicada durante tres décadas, me ha traído una honda decepción al cosechar de ambos lados, el alemán y el de los emigrantes, bofetadas como respuesta a una labor bien intencionada y al final fatídicamente extenuante. Esta desilusión me ha mostrado hasta qué punto la actividad de benévolo informante sobre la literatura alemana fue de paso una huida, huida del impotente tener que mirar lo actual sin aportar nada y huida de mi vena literaria de la que hace dos años me separa un vacío cada vez mayor.
Como primera medida me dedicaré menos a la actividad crítica y la limitaré al mínimo, dejaré que ceda la extenuación y el hartazgo resultantes del mucho leer y abrigo la esperanza que esto volverá a levantarme y contribuirá a mi recuperación. Lo más difícil será encontrar el camino de retomo a mi obra que desde hace mucho tiempo ha quedado rezagada. La idea de esta obra ha seguido latente. Estoy mucho con ella en pensamiento, pero me faltan las ganas de producir, de trabajar en los detalles, de hacer sensible y visible lo espiritual.
Me place saber que le han dejado en paz en el Reich. Si llegaran a prohibir su obra, me mortificaría la idea de seguir solo allí, en mi pequeño mercado. Pero habrá derivaciones. Todavía puede ocurrir que un día prohíban las obras de ambos y ello me satisfará, si bien no debo provocarlo. Hoy en día nuestro trabajo se considera ilegal, está al servicio de tendencias odiosas a todos los frentes y a todos los partidos.
Pienso en usted a menudo y me place saberlo todos los días en Egipto durante un rato. Yo también vuelvo a añorar un viaje a Oriente.
Sin estos recuerdos sería muy difícil soportar la vida en un mundo tan materialista.
Reciba mis cordiales saludos para usted y los suyos.
Su affmo.
A la señorita H. B., Wolfratshausen
5 de octubre de 1936
Querida señorita:
Su carta me ha causado un poco de tristeza. Que usted no sepa sacar nada en claro del Demian, y se pregunte por qué un individuo ha sido capaz de escribir algo así, me demuestra que mi hacer y mi pensar son muy eremíticos y poco comprendidos. Pero esto lo sé desde hace varias décadas y me he reconciliado con este hecho.
No puedo contestar a sus preguntas. Pero deseo decirle algunas palabras sobre la lectura de los libros en general. Los libros no deben leerse como usted lo hace, con semejantes pensamientos y preguntas. Cuando contempla una flor o aspira su aroma no se da enseguida a la tarea de cortarla y desmenuzarla, estudiarla y examinarla al microscopio para averiguar el porqué de su aspecto y de su perfume. Por el contrario, usted dejará que
la flor, sus colores y sus formas, su fragancia y toda su silenciosa y enigmática presencia obre en usted y la aprehenderá. Y se enriquecerá por la vivencia de la flor exactamente en la misma medida en que sea capaz de una silenciosa entrega.
Con los libros de los escritores debe proceder igual que con la flor.
No es sino en este momento, al concluir mi carta, que adivino el motivo por el cual su carta me lastimó un poco. Después de la lectura del Demian consideró posible que yo pudiera subestimarla y rechazarla por su ascendencia judía…
A Georg Reinhart, Winterthur
Con motivo del 10 de enero de 1937
Estimado señor Reinhart:
Sin duda recibirá usted tantas cartas en su sexagésimo cumpleaños que considerará un favor la brevedad de los mensajes de felicitación
No obstante, en esta ocasión quiero confirmarle que estimo como una gran dicha su presencia y su amistad en mi vida y las tengo en muy alto aprecio, no sólo porque en la época más peligrosa de mi vida me haya prestado tan generosa ayuda. Naturalmente, esto es también una importante razón y cuando un hombre rico tiene amistad con uno más pobre, ésta se traduce de alguna manera en forma de dinero. Sin embargo, esta es sólo una parte de mi relación con usted y de mi amistad y mi gratitud. Le agradezco y me place que existan personas como usted y que haya tenido el privilegio de conocerlo, sencillamente porque es tal cual es, porque es un hombre de mundo y de los grandes negocios y no obstante no ha sido devorado por esos negocios ni le ha nivelado el mundo, sino que se ha conservado y cultiva su visión y su carácter, sus predilecciones y su talento y ha creado en su casa un refugio tan bello y radiante.
En estos días escuchará esto y mucho más en multitud de formas y desde múltiples lados. Sin duda responderá a todo ello con una sonrisa algo sarcástica. No obstante, no creo que a pesar de todo deje de complacerle escuchar de labios de sus amigos cuánto le apreciamos.
En este día de su cumpleaños tengo puestos en usted mis pensamientos y deseo de todo corazón para su persona y su casa muchos años más de ese veranillo de San Martín en el sentido aludido por Adalbert Stifter. El envejecer no es sólo un entrar en cesantía y un irse marchitando. Como toda etapa de la vida tiene sus propios valores, su propio encanto, su propia sabiduría, su propia tristeza y en tiempo de una cultura en cierta medida floreciente, se ha tributado con justicia a la vejez cierta veneración, que hoy reclama para sí la juventud. No vamos a seguir tomándoselo a mal a la juventud, pero tampoco habremos de permitir que quieran metemos por los ojos la carencia de valores de la vejez.
Mi mujer une a los míos sus deseos de felicidad y saludos.
De todo corazón desea a usted todo lo más grato y bello su muy affmo.
Al señor P. U. W., Praga
21 de enero de 1937
… No creo que sus composiciones se presten ya para su publicación. Hay en ellas mucho de bello y promisorio, pero carecen de originalidad. Se percibe con intensidad la atmósfera literaria romántica, pero también los modelos y las sugerencias. En la pintura y el dibujo es más fácil recordar la herramienta y hacer simplemente estudios y ejercicios. Cuando se trata de escribir la cosa es más difícil, pero no obstante necesario. Este es mi consejo: paralelamente a sus otros trabajos intente una y otra vez realizar ejercicios literarios, apuntes sobre experiencias, sobre lo visto, sobre obras de arte, una copia sobria, precisa, lo más exacta posible mediante palabras y repase cada uno de estos ejercicios una y otra vez, hasta que cada palabra quede bien afianzada y pueda responder por ellas. No puedo darle más consejos. No sirvo para maestro. Esto debe ser tan sólo una sugerencia.
El «romanticismo» al cual alude me es conocido y grato, pero a través de sus intentos no puedo colegir lo que logrará hacer alguna vez. Pues no se trata de crear como por arte de magia una atmósfera romántica en general, sobre la base de lo que se ha leído. Esto no es difícil, yo también sucumbí a menudo a esta magia. Lo que
realmente importa es formar una literatura responsable a partir de la postura romántica, con gran concisión en la palabra y gran precaución al apoyarse en modelos. El viejo romanticismo está aquí y no necesita ser creado de nuevo. Hay en usted muchos puntos de partida, pero el gozo en la atmósfera general, en el pasearse en un escenario romántico sigue preponderando aún. Es en sí algo bello, pero no basta, y a quien le resulta suficiente no pasa de ser un diletante. Precisamente porque usted practica también la pintura y la música, debe tratar de no darse por satisfecho con la mera alusión de la atmósfera en la literatura, sino probar un auténtico diseñar y construir con palabras, tan consciente y sobrio como le sea posible. En esto uno nunca acaba de aprender. El cometido se renueva con cada oración.
Esto es todo cuanto le sé decir. Creo que su peligro estriba en la soledad en que vive. A su edad no se la tolera mucho tiempo sin perjuicio. Hágase amigo de alguna persona, muéstrese a ella y muéstrele sus ensayos. Repare en el efecto. No es menester que sea un genio.
Deseo que encuentre su camino. Si no le va bien con el dibujo, debería buscar otra manera ordinaria de ganarse el pan. Pero por favor no busque hacer pan de su literatura. Eso sí que no.
Al profesor Arthur Stoll, Basilea
27 de enero de 1937
Estimado profesor:
Le agradezco su saludo y el impreso que he estudiado con particular interés.
No tenía idea de que acababa de celebrar su quincuagésimo cumpleaños, de modo que mis congratulaciones le llegarán retrasadas. Conozco por propia experiencia cuán absorbentes son estos aniversarios y en el verano de este año volveré a pasar por ella. Le llevo exactamente diez años y cumpliré para entonces los sesenta. Aun cuando trabajo y vivo en un lado del mundo y la cultura distinto del suyo y mis relaciones son escasas, las situaciones y sinos de todo trabajo intelectual serio son análogos y así los festejos y la fama desencadenarán también en usted además de otros reflejos, el de la ironía. El ser famoso junto con los aniversarios es un intento de verter a lo sociológico funciones puramente espirituales o llevar con las fórmulas de la masa, de la cantidad, a un común denominador la labor espiritual que siempre puede ser realizada sólo por el individuo.
El resultado son los equívocos y debemos alegramos si no pasan de ser graciosos e inofensivos, pues también pueden tomarse trágicos…
… Y bien, le deseo lo que cada uno de nosotros desea para sí mismo por encima de todas las cosas: que siempre pueda salir del ajetreo del mundo y de los negocios y encontrar el camino hacia la reconfortante soledad del verdadero trabajo intelectual y creador y participar allí de esa juventud a la cual los decenios nada pueden quitar
A un joven pariente
1.º de febrero de 1937
… Lamentablemente lo que dices del arte en relación con Balzac, me resulta tan incomprensible como otras exteriorizaciones tuyas anteriores de este tipo. Comparto el punto de vista de que el arte es tan necesario como el pan y por esta razón he encauzado mi vida —a menudo con sacrificios— con miras a ser artista. No creo que el artista deba tener una ideología precisa (¿la tienes tú?), que deba decidirse por un partido o por un grupo (¿perteneces tú a alguno?), ni que deba buscar en ti o en cualquiera la aprobación de lo que es bueno o malo, blanco o negro. Ningún artista genuino lo ha creído jamás. El arte forma parte de las funciones de la humanidad destinadas a velar para que perduren el espíritu humanitario y la verdad, para que el mundo entero y la vida humana no se conviertan en odio y en partido, en puros Hitler y Stalin. El artista ama a los hombres, sufre con ellos, a menudo los conoce mucho más profundamente que cualquier político o economista, pero no se yergue sobre ellos como un dios omnipotente o un redactor que sabe perfectamente cómo deben ser todas las cosas. ¿Qué significa tu palabra predilecta «ideología»? Por ejemplo, el Salvador amó sin duda a los pobres y condenó la codicia, pero nunca expuso un programa acerca de la manera de combatir en el futuro la pobreza mediante ideologías reguladoras, partidos, revoluciones, sino reconoció —y lo expresó de modo bien claro— que habrá pobres en todo tiempo. Era pues, según tu teoría no del todo clara para mí, un extraño, que vivía en una «tercera dimensión» como nosotros, los artistas, a quienes tanto desprecias. Tampoco entiendo esa otra aseveración que haces en tu carta, a saber, que los artistas habrían conquistado con el correr de los milenios una po
sición privada. ¿Dónde se encontraban antes? ¿Y no ha habido suficientes artistas que tomaron fervorosamente partido, que fueron portavoz de aspiraciones políticas? Ello no ha mejorado ni empeorado sus obras en un ápice. Convengo contigo en que un artista o un intelectual se convierte en un canalla cuando reniega por oportunismo de sus auténticos sentimientos y opiniones y engaña a los demás. Pero no puedes creer que por ejemplo, hoy en día, un artista mejore en su condición por venderse a un partido.
Me duele tan sólo que a tus ojos yo también sea un hombre inclinado a considerar al arte como algo privado, que no conoce ni el bien ni el mal, sino sólo lo «genial» y «lo no genial». ¿En verdad nunca has leído alguna de mis obras? ¿En verdad nunca has sentido que para mí es veraz, que rechazo los programas y las «ideologías» preformuladas porque idiotizan al hombre al máximo y que tengo una conciencia bastante delicada respecto al bien y al mal? Querido H., en lugar de ser escupido por todos los partidos extremos, podría gozar hoy de éxito e influencia en cantidad si me afiliara a un partido… El único literato de alto rango que al final de su vida ha abrazado el comunismo es André Gide[7], quiero decir, el último a quien tomo personalmente en serio. Resignado y profundamente desilusionado, entregó su voto y su nombre al comunismo y se extinguió como escritor, mejor dicho se retiró y permanece en silencio.
En el curso de las centurias ha habido miles de «ideologías», partidos y programas; miles de revoluciones han cambiado el mundo y (tal vez) lo han hecho progresar, pero ninguno de sus programas y confesiones ha logrado sobrevivir a su época. Las imágenes y las palabras de algunos artistas genuinos y también las palabras de algunos sabios genuinos, e individuos amantes y que se han ofrecido en holocausto han perdurado a través de los tiempos, miles de veces una palabra de Jesús o la palabra de un autor griego u otro autor tocan aún a lo
hombres y los despiertan y abren su mirada al dolor y al milagro de la humanidad. Mi anhelo y mi ambición sería ser uno, uno entre mil, pequeño, formar parte de la serie de esos amantes y testigos pero no pasar por «genial» ni nada parecido.
Lástima que las cosas sean así. Lástima que todavía no hayas alcanzado la madurez ni tengas el amor necesario para poder creer y amar algo sin enjuiciar. La vida sigue su curso por encima de nosotros y nuestros deseos y opiniones, y creo firmemente que todos seremos examinados y juzgados infaliblemente.
Hablas de «cocer pan» comparándolo con el arte. Pero un panadero tan ardiente fanático por su opinión o su ideología que en cada pan incluye una boleta electoral de su partido, será examinado indefectiblemente por aquellos que comen su pan en cuanto a sí éste es bueno, es digerible y da vigor. Si Homero y Goethe y todos los demás poetas a quienes tanto desprecias junto con sus posiciones no hubieran cocido un buen pan, ése su pan no podría seguir siendo aún hoy alimento para los hombres.
Ya es suficiente. No podemos avanzar en este terreno por la vía epistolar, además nuestra discusión tiene la desventaja de haber emanado de Balzac, un escritor que me resulta del todo indiferente. No hablarías de manera tan despectiva de Dostoyevski. Y no obstante fue un apasionado nacionalista…
Al señor C. S., Mährisch-Ostrau
Principios de febrero de 1937
… Veo que se siente usted amenazado. Al respecto no puedo decirle mucho pues no soy médico ni educador. Usted necesita un amigo o un consejero a quien pueda contarle todo esto, no por carta, sino directamente, en forma verbal y con absoluta sinceridad. A la distancia, sólo puedo decirle esto: La mayoría de las veces el miedo a la locura no es otra cosa que miedo a la vida, a las exigencias de nuestra evolución y de nuestros instintos. Entre la ingenua vida de los instintos y aquello que quisiéramos ser conscientemente y nos empeñamos en ser, siempre existe una brecha que no se puede salvar, pero sí saltar por encima centenares de veces, y en cada ocasión se requiere tener valor y antes de cada salto nos acomete el miedo. No sofoque anticipadamente los impulsos en su persona, no los llame de antemano locura, sino escúchelos, aclárelos para usted. Todo desarrollo va unido a tales circunstancias o estados, y no es posible sin dolores ni apuro. Cuando lo apremien las «alucinaciones» no cierre los ojos, sino intente dejar que esas imágenes se tomen nítidas en usted, de lo contrario se enemistará cada vez con el caos que lleva adentro como todo individuo. Usted debe amigarse con él, aceptarlo, aprender a contar con él. Y aun si fuera locura lo que hay en usted… la locura dista mucho de ser el peor mal que pueda arrostrar una persona. También la locura tiene su lado sagrado.
El destinatario de esta carta volvió a escribir once años más tarde. Es uno de los casos bastante raros en los que el consejo dado fue aceptado y rindió frutos. En marzo de 1948, C. S. que en el ínterin había emigrado, decía en su carta:
Deseo testimoniarle mi gratitud. Hace muchos años, cuando me encontraba al comienzo de un decisivo momento evolutivo, me ayudó para que no me extraviara. Desde entonces las palabras que me hizo llegar hace
doce años me han enseñado a comprender mi vida con mayor claridad y conciencia. Siempre han sido y son aún consuelo y guía, asistencia y leve llamado de atención para apartarme a mí mismo del camino equivocado.
Si a pesar de las prolongadas recidivas de un mal tenaz que siempre sepultan en un aparente disimulo todo lo edificado entre una y otra, me he conservado sano en mis raíces, y si en mí ha podido robustecerse de nuevo y crecer el empeño por una preparación interior, se lo debo a usted.
Carta a un escritor exiliado
26 de febrero de 1937
Distinguido señor Knab:
No he conservado copia alguna de la carta que le escribí, pero tengo la impresión de que en lo que dije acerca de su libro ve usted demasiado la duda respecto a la potencia poética propiamente dicha y muy poco de lo que, a pesar de todo, era afirmativo y encomiable. Ignoro si mi juicio es acertado. No soy crítico y tampoco hubiera emitido mi opinión sobre su libro si usted mismo no hubiese expresado su deseo en tal sentido. Cuando comparo en la memoria su libro con verdaderas obras maestras de origen análogo, es decir católico-cristiano, como
por ejemplo el breviario de Bernanos, mi juicio me parece correcto y permitido. Sin embargo, que su libro esté a un alto nivel literario no es escala para mí. Sé asimismo que mis propios intentos literarios tampoco soportarán un juicio severo y orientado sólo a lo supremo. No obstante, trato de seguir adelante y seguir aprendiendo. Por esta razón me alegra que también usted, aun cuando en un principio extrajo de mis palabras lo negativo, haya tomado también de ellas el impulso de perseverar en su hacer con la intención de mejorar más y más. Nadie puede hacer más y lo que quede al final de nuestro trabajo será decidido en otra parte.
Lamento no poder servirle como reseñador de su libro, pero me he visto obligado a suspender mis informes literarios y ya no hay a mi disposición fuente periodística alguna. Con los mejores deseos, le saluda su affmo.
Al conde Wiser, Bad Eilsen
24 de julio de 1937
Cuando un chino desea dirigirse a un interlocutor de una manera que sus palabras expresen a la vez simpatía y estimación, ternura y respeto, le dice «mi hermano mayor
Este es el tratamiento que quisiera darle en este día, siempre y cuando no lo considere una impertinencia. Una salud tolerable con pocos trastornos, vigor y entusiasmo para el trabajo y en el corazón la serenidad con la que una persona que siempre ha estado empeñada en aspirar a la perfección puede contemplar el curso del mundo al llegar a su vejez. Yo creo que no sólo debe contemplar con esta serenidad el curso del mundo, sino también el más allá y las diversas concepciones e ideas sobre la materia. Yo no creo que vayamos a perdernos en la nada. Del mismo modo creo que nuestros esfuerzos y zozobras por aquello que nos pareció bueno y justo no fueron en vano. Puedo imaginar por cierto muchas cosas acerca de las formas en que el todo nos anima y conserva partes, pero no admitir una opinión sustentada de manera dogmática. La fe es confianza, no ansias de saber.
Le saluda cordialmente y le desea todo lo mejor, su agradecido amigo H. H.
Le ruego transmitir mis saludos a su apreciada esposa.
A Robert Mächler, Berna
14 de setiembre de 1937
Distinguido señor:
Le agradezco el envío de su artículo, el cual he leído con interés. Su trabajo me aportó algunas confirmaciones y también algunas ideas nuevas. Si fuera a escribir sobre este tema quizá cambiaría su epígrafe y diría: La conciencia de los escritores. Pues, tomado tanto desde el punto de vista cristiano cuanto psicológico, la «mala conciencia» siempre es signo de la existencia de una conciencia viva, sana, ya tranquilizada. El hecho de que esta conciencia sea perceptible en los literatos los distingue de otros funcionarios de la vida de los pueblos, por ejemplo, de los estadistas y generales. Y dado que desde el punto de vista cristiano la «mala conciencia» siempre es característica de intensos y valiosos procesos psíquicos, la función del escritor me parece justificada ya por la sola referencia a la mala conciencia. El escritor se muestra como indicador, como sismógrafo, que permite leer el estado de conciencia de su medio ambiente.
Naturalmente, esto no excluye que los escritores también puedan tener mala conciencia por motivos poco nobles. Pero personalmente prefiero la peor conciencia a la conciencia inquebrantable de los estadistas, los generales y los fabricantes de armamentos.
A un grupo de individuos jóvenes de Berlín
Mediados de octubre de 1937
Agradezco vuestra carta. Me es muy cara por considerarla signo de lealtad y una promesa, no hecha a mí, pero sí al espíritu al cual yo también pertenezco y sirvo. Vosotros debéis arrostrar mayores dificultades que las que yo tuve en mi juventud. En aquel entonces nos rodeaba un mundo que si bien era inseguro en sí y pesaban sobre él amenazas, era más inofensivo y pueril. Con todo, el rostro del mundo y de la época sufrirá constantes cambios, se atiesará, se contorsionará y volverá a relajarse, y aún los feos y brutales movimientos del espíritu de la época no dejan de ser estremecimientos del espíritu humano en su búsqueda. Una mirada retrospectiva nos muestra claramente que en lo espiritual y duradero, en las obras del intelecto, las Biblias y las filosofías, los «desarrollos» han sido ínfimos en el decurso de los milenios. Desde la milenaria India hasta Santo Tomás de Aquino o Eckhart, han tenido vigencia las mismas verdades bajo imágenes cambiantes. Por supuesto, tienen vigencia para los iniciados, no para el mundo y la masa. Y los iniciados son siempre minoría. Pero tal vez necesiten de la masa que los rodea y los cobija, tanto como la masa necesita de ellos.
Suficiente, queridos amigos, vosotros ya sabéis todo esto por vosotros mismos.
A la señora H. R., Norrköping
11 de enero de 1938
… La charla sobre la «forma» que usted sugiere no es posible por la vía epistolar. De una manera sumaria sólo puedo decirle esto: escribir poemas basándose «enteramente en el sentimiento» es una fantasía. No existe tal cosa. Se necesita de la forma, del lenguaje, de la métrica, de un vocabulario rico y todo esto no se produce en la esfera «afectiva», sino en la razón. Por cierto, muchos poetas menores eligen sus formas de manera inconsciente, es decir, imitan de memoria formas de versificación, pero el hecho de que no sepan lo que hacen no altera en nada el proceso. Desde la lírica de los maestros, desde Píndaro a Rilke, nada ha sido escrito basándose «enteramente en el sentimiento», como usted dice, sino atendiendo a la mayor selección y trabajo, a la más severa concentración y a menudo minuciosas revisiones de las leyes y formas tradicionales. «Basándose en los sentimientos» sólo se escriben cartas y folletines en un momento de apremio, pero no poemas. Cuanto menos reflexiona el poeta sobre sus medios de expresión, cuanto más imita inconscientemente viejos recursos, más cree ser un poeta nuevo y de los sentimientos. Pero es tan sólo una equivocación.
Al señor Fr. A., Basilea
Principios de febrero de 1938
Estimado señor A.:
Siento mucho no poder ayudarlo. No estoy en condiciones de leer su manuscrito… ni de indicarle una editorial para su publicación…
De cualquier manera he echado una ojeada a su trabajo, sólo por espacio de un cuarto de hora y basándome en pruebas al azar me he percatado de cuál es su tendencia. En general, apruebo en gran medida sus concepciones, pero soy muy escéptico en cuanto a su repercusión. Dado que las viejas instituciones como las iglesias confesionales con todo su aparato ya se muestran demasiado débiles hoy en día para ofrecer resistencia a la inmoralidad política, dado que la Alemania protestante no pudo impedir la preponderancia alcanzada por la cruz esvástica, el Papa pactó con el Duce y los arzobispos bendicen las naves de guerra italianas, ¿cómo pueden la buena voluntad y el idealismo de nosotros, un puñado, una horda desorganizada de bien intencionados constituida en gran parte por elementos no organizables, tener influencia sobre el mundo? Yo creo que antes de que sean posibles nuevas estructuras, el mecanismo del estado moderno y de la humanidad moderna, distantes de Dios y del espíritu, deben disgregarse en sí mismos, en guerras, desfogarse y desintegrarse.
Hablo así como hombre viejo. Pero sé y creo también lo contrario, a saber: que cada uno de nosotros, a pesar de todas las evidentes imposibilidades, debe hacer lo suyo y tender con sus recursos a lo imposible, aun cuando éste no lleve sino a un martirio. En circunstancias dadas, ésta podría ser la clase más eficaz de sacrificio. Así pues, en mi calidad de poeta, aspiro a conservar para la pequeña minoría de personas que me comprenden y son accesibles a mi influencia una vida de espiritualidad en el mundo, o al menos su añoranza. Nuestra forma de valentía debe consistir en tocar nuestras pequeñas flautas en medio de los cañones y de los altoparlantes y percatarnos de la inutilidad de nuestro hacer y también de su ridiculez
De esta misma manera debe continuar usted su camino. Estos esfuerzos, estas fatigas nunca son del todo en vano. ¡No se deje ganar por el desaliento!
Al señor F. L., Zúrich
16 de febrero de 1938
Distinguido señor L.:
… Su carta, cuya bella intención advierto, me cohíbe. He cometido muchos pecados en mi juventud, pero no recuerdo haber descuidado mis deberes y en mi calidad de hombre viejo me siento algo perplejo al recordarme me usted mi «deber». Precisamente en relación con Alemania, es decir con la Alemania política actual, he obrado en mi entender desde 1914 con más corrección y conducta clara que la mayoría de los emigrantes, quienes desde hace unos años han notado de pronto que allí no todo anda bien y nos palmean a nosotros, los demás, con su aire de sapiencia. De cualquier modo, la postura me fue aliviada en parte. En lugar de tener que convertirme solamente, pude volver a la ciudadanía suiza que ya poseía de niño. De todos modos, esto me acarreó también bastantes dificultades
En cuanto a la Alemania «íntima», la de la lengua, la literatura, la cultura, siempre me he contado entre sus hijos y sigo haciéndolo, aun cuando usted pretende hacer depender esta afiliación de la medida en que entro yo en consideración como colaborador de su empresa. También formo parte de la Alemania íntima por tener en muy alta estima mi propia conciencia y mi independencia y me causa harto desagrado que me palmeen la espalda y otros vengan a instruirme sobre mis obligaciones. Todo cuanto he hecho durante decenios fue colaborar con la Alemania íntima, y con el correr de los años la colaboración inconsciente fue haciéndose más y más consciente. Por ejemplo, usted me sugirió distinguir un libro de Huxley con un exhaustivo comentario y yo creo haber obrado en todo y por todo con el sentido puesto en la buena «Alemania íntima» al rehusarme.
Por esta razón, le ruego en esta ocasión que deje librados a mi cuidado el grado, la clase y los contenidos de mi eventual colaboración… El hecho de que aun antes de haber ido a imprenta mi contribución, usted me venga a recordar mis deberes de manera tan enérgica y por añadidura quiera aleccionarme acerca de lo que debo hacer o dejar de hacer, no va a inclinar mi voluntad a la colaboración, sino que provocará mi disgusto.
… Usted me recomienda proveerme al modo de Sinclair de una nueva juventud y ponerla al servicio de su empresa. Pero hoy soy un hombre viejo y no estoy en condiciones de llevar las riendas de una tercera juventud. En cambio dedico todos mis esfuerzos a eso de lo cual me acusa desde hace más de cinco años, a saber: permanecer fiel a mi deber. Si en alguna rara ocasión me excedo de este límite y produzco algo de interés para una revista, no pueden ser sino excepciones.
No tome a mal mis palabras. Son bien intencionadas.
A R. J. Humm, Zúrich
8 de julio de 1938
Estimado señor Humm:
Su carta me ha dado una gran alegría y mi intención hubiera sido agradecerle por ella enseguida, pero en los últimos tiempos y en particular desde el 11 de marzo estoy tan atareado atendiendo los contratiempos de los emigrantes y refugiados, que ello consume la mayor parte de mi capacidad de trabajo…
… Usted me llama columna, estimado amigo, y yo me siento más bien como una cuerda extenuada, medio deshilachada por la sobrecarga que pende de ella y que a cada nuevo peso que se suma tiene la sensación de romperse en cualquier momento. Sin embargo, intuyo lo que presumiblemente quiere significar con la metáfora de la columna. Percibe en mí algo como una fe, algo que me sostiene, una herencia en parte de cristianismo y en parte de humanidad, no sólo adquirida y no sólo de fundamento intelectual. En esto le doy la razón, sólo que cuanto más me empeño, menos puedo formular mi fe. Creo en el hombre como en una posibilidad maravillosa que no se apaga ni aun en medio de la mayor inmundicia, capaz de ayudarlo a salir de la mayor degeneración y creo que esta posibilidad es tan vigorosa y tan seductora que siempre vuelve a hacerse sentir como es
peranza y pretensión, y la fuerza que hace soñar al hombre con sus supremas posibilidades y lo aparta de la animalidad es siempre la misma: no importa que hoy se llame religión, mañana razón y pasado mañana le den otro nombre. El fluctuar, el ir y venir entre el hombre real y el hombre posible, el soñado, coincide con lo que las religiones conciben como la relación entre el hombre y Dios.
Esta fe en los hombres me mantiene a flote, lo cual significa que el sentido de la verdad, la necesidad de orden son innatos en el ser humano y no deben exterminarse. Por lo demás, veo al mundo actual como un manicomio y una mala pieza sensacionalista, a menudo degustada hasta el más profundo asco, pero también lo veo como quien mira a los locos y a los temulentos y piensa: ¡Qué vergüenza sentirán cuando algún día recobren el sentido!
Me alegra saber que han terminado un libro suyo. Entre su lenguaje y el mío, entre sus problemas y los míos se levanta la frontera de una generación. A menudo, se me antoja llevarle cincuenta años, otras usted me parece mucho más viejo que yo. Pero por encima de ese límite siento también un parentesco y un auténtico compañerismo, cooperación en diversos puntos del mismo edificio. Por lo demás, cada día me vuelvo más tonto y no hago sino contemplar con asombro, sin querer entender ya realmente, que los instintos políticos más pueriles, casi diría más bestiales, se den como «cosmovisiones», y que adopten los rasgos de las religiones. Estos sistemas tienen en común con el socialismo marxista —mucho más intelectual— considerar al hombre un ente ilimitadamente politizable, que no lo es. En gran parte, atribuyo las convulsiones del mundo actual a este error.
Ya he charlado bastante y debo volver a mi trabajo… lamentablemente no al literario, sino a la correspondencia matutina.
A Oskar Laske, Viena
Julio de 1938
Distinguido señor Laske:
Nuestra amiga me ha traído como regalo de cumpleaños su cuadro, el paisaje primaveral con ese cortijo suspendido sobre la ladera, y deseo manifestarle cuánto me ha alegrado.
No soy analista y sólo estoy en condiciones de experimentar un goce ingenuo ante las obras de arte, sin arrogarme la pretensión de discurrir sobre el origen del efecto estético. La mayoría de las veces el intento de explicar el logro estético no es sino un engaño y no pasa de ser una incorporación de la vivencia dentro de un esquema de conceptos y vocablos. De todos modos, he meditado un poco acerca de su hermoso cuadro, cuya atmósfera diáfana, ligera y alada me colma de gozo. Lo que me embelesa no es la virtuosa ejecución, el dominio de la herramienta como si fuera un juego, aun cuando esto ya es bastante. Es más bien el sentir al pintor en todos los detalles de su obra, que más que trabajar parece jugar cortejando al objeto, hechizado por él. A mi entender, de aquí surge la música del todo y nacen en el cuadro las flores multicolores y las islas encantadas, esos lugares donde una pequeña mancha de color sienta tan bien y de manera tan armoniosa que se la experimenta
como una gratificación. Bien, supongo que habrá oído a gente más versada decir cosas más inteligentes sobre sus cuadros. Mi intención no era hablarle de ellos, sino sólo agradecerle y asegurarle cuánto me gusta el que recibí.
Al doctor Herbert Steiner, Zúrich
23 de julio de 1938
En el proceso de la «unificación» y al mismo tiempo de trivialización del lenguaje, el escritor se encuentra a mi entender de manera unívoca del lado del partido conservador de acción retardada, y por esto debería obrar también en las cuestiones formales, por ejemplo, las de la ortografía. Cuando un autor escribe la palabra anderer esto no lo obliga a renunciar en la página siguiente al uso de la palabra «andrer» para ser por ello consecuente. Hay entre ambos vocablos una diferencia rítmica y aun cuando el autor no siempre puede explicar con claridad por qué unas veces lo escribe de una manera y otras de otra, lo hace sin embargo por una necesidad artística, por una necesidad de diferenciación en la expresión
Cuando en un cuarteto de Schubert la coda de una parte puntea la antepenúltima nota, pero en otra parte deja la misma frase final de la coda sin punto, todo ejecutante sabe que esto podría hacerse de manera uniforme, pero a riesgo de ser mucho más tedioso.
Me place saberlo a menudo de mi lado en la resistencia contra las dudas.
A un erudito alemán
Fines de diciembre de 1938
Estimado caballero:
Le agradezco su carta. En efecto, ocurre tal como usted lo insinúa, sólo que aun cuando sigamos siendo individuos, ya dejamos de ser adolescentes, de manera que se impone pensar que la razón habrá de subsistir. Sin embargo, a la hora de los golpes y las estocadas, los agresores son en general más proclives a las prédicas y a las alabanzas de lo nuevo, lo joven y lo fuerte que los agredidos. No piensan que la diversión que les procura golpear seria imposible si no hubiera agredidos o sujetos de agresión, y como yo formo parte de los agredidos, sólo puedo suministrarle información sobre este lado del mundo. Además, los principios que defienden los que
ellantes me importan un rábano y no doy por ellos ni cinco céntimos. Se trata de ideologías, más aun folletines sobre procesos biológicos que quedaron en el inconsciente. Nosotros, los que estamos abajo, no sólo debemos ocuparnos de desangrarnos y reclamar por lo que nos destruyeron o nos quitaron, en parte por petulancia, en parte por rapacidad, sino que tenemos otras funciones, muy fatigosas a veces, como brindar asistencia a los ejércitos de fugitivos, víctimas de la depredación. Comparado con ésta, la asistencia a los prisioneros de guerra a cuyo servicio trabajé tres años (y por momentos creía trabajar duro) era una diversión. No dudo de que detrás de las ideologías, digamos más bien folletines, hay también una dosis de verdadera desesperación. En definitiva, la mayoría de los participantes son seres humanos. En lo que a mí respecta y tal como sucedió durante la Guerra Mundial, no puedo interesarme por los objetos en pugna, porque en la pelea se reducen a simplificaciones de tan juvenil inmadurez que es imposible mantenerse serio, sobre todo porque en derredor yace en el suelo una multitud de víctimas que se desangran por muchas heridas, cuya asistencia nos parece a nosotros, la gente vieja y anticuada, más apremiante que la competencia juvenil del altoparlante. Estoy achacado pero me alegro de ser viejo y no tomar todo esto con la absoluta seriedad de la juventud. No tengo dudas respecto a mi posición. Sigue siendo como siempre una posición solitaria, a la que no cubre ningún grupo ni partido. Con mis pensamientos puestos en usted y mis mejores deseos.
Al señor H. B. de Hamburgo, en aquel momento en Londres
10 de enero de 1939
He recibido su curiosa carta y no tengo respuesta alguna para ella. Me dice que defiende en Inglaterra al nacionalsocialismo, cuando en Alemania no cree en él. ¡Y usted le cuenta esto nada menos que a una victima de esa dictadura! ¿Y de esta confusión habrá de surgir el futuro del mundo? No, querido señor, no lo creo. ¡En primer lugar, abra los ojos por un instante para ver la indescriptible miseria que colma el mundo, el indecible dolor que renuncia a la violencia y al contraataque y que los que usted defiende imponen al mundo! La nueva humanidad, mejor dicho la resurrección de la vieja y eterna humanidad, vendrá de este sufrimiento, de esta verdad, de este abismo sin frases, sin Jüngers, Steiners o Hitlers.
A Oskar Loerke, Berlín
5 de octubre de 1939
Querido y venerado señor Loerke
Desde el mismo momento de recibir su atenta carta que me llenó de alegría, estuve dispuesto a escribirle. En estos momentos, al encontrarla entre mis papeles veo que lleva fecha del 14 de agosto y por lo tanto he estado mucho tiempo en deuda con usted. De todos modos, habrá recibido en el ínterin el breve saludo enviado con una tarjeta postal, después de leer su ensayo sobre Rückert, un puro deleite. Luego volví a leer algunos ensayos anteriores, sobre todo el de Jean Paul y el del «diván de Oriente y Occidente». Además, me divirtió releer el «Franz Pfinz». Mi ejemplar se perdió no sé dónde ni cuándo, pero Suhrkamp me proveyó de otro. Este amado librito me ha hecho muy bien a través de su frescura y su plenitud y, a pesar de todo, por su aire jovial. Así como al cabo de treinta años la presentación del librito se ha mantenido impecable, novedosa y lozana, también se puede decir lo mismo de la narración. Las frases son extensas y plenas, las ilustraciones sencillas y nuevas, y hay en él una reminiscencia de Leibgeber y Lenette.
Ardo en deseos de conseguir un ejemplar de Steinpfad. Tenemos hambre de cosas sustanciales e ingeniosas como parece ser la Historia Universal. Deseo que las cosas sean soportables para usted.
A la señora A. B., Zúrich
8 de octubre de 1939
Distinguida señora B.:
Agradezco su saludo y el envío del bello y emotivo poema de L. M. ¡Imagino lo que debe haber sido para él despedirse de su terruño!
Escribe usted: «y no obstante ¿qué es hoy la suerte de un individuo, cuando el dolor y el horror semejan un diluvio?». Por supuesto, esta idea es aproximada, aunque en el fondo no es correcta. El destino auténtico de un hombre, vivido plenamente, no es menos, sino más que cualquier destino de una masa. Cuando desde un avión hitlerista son bombardeadas, quemadas o envenenadas con gases un millar de personas, nos enfrentamos a un hecho horrendo, pero incomprensible como un terremoto, un maremoto o una hambruna. Es un destino mecánico masivo y para nuestro corazón y nuestro espíritu jamás alcanza la significación que tiene un destino individual genuino, único, plenamente vivido.
Muchas gracias y mis respetos.
A Kuno Fiedler, St. Antönien
Octubre de 1939
Distinguido doctor Fiedler:
Me ha sorprendido gratamente con su regalo y le doy mil gracias. Las circunstancias me permitieron poder hacer leer su escrito enseguida, cuando en su mayoría, los libros nuevos deben esperar largo tiempo.
A pesar de su matiz belicoso, el escrito en sí me ha causado una excelente impresión, simplemente como estudio bíblico y cristológico y como expresión de una teología liberal que me es bien conocida y altamente grata. En cambio, su carta lo pone todo bajo una luz diferente, le da más actualidad y me muestra cosas que ignoraba. Por ejemplo, me sorprendió que un teólogo liberal considere hoy a los barthianos absolutamente «ortodoxos» y los equipare casi a los católicos. Esto me ha vuelto a demostrar cuán efímeras son todas estas denominaciones dentro del protestantismo. Lo que hoy es secta, mañana será ortodoxo. Ante estos hechos me asaltan pensamientos muy laicos. Pues por mucho que me agraden la franqueza y la valentía de su trabajo, de manera alguna soy un antipapista. Por el contrario, siento gran admiración por el Vaticano y por las Summas de Santo Tomás de Aquino de las que usted se burla. Más aún, considero que la filosofía escolástica es junto con la música aquella disciplina en la cual la Europa cristiana ha logrado lo más perfecto. Quiero decir que para mí son posibles dos clases de cristianismo: uno puramente práctico, personal y no dogmático, y otro eclesiástico y teológico. Para el individuo que se encuentra a un nivel bastante alto, su cristianismo moral está tan presente que —según pienso— no necesita de una teología. Pero como Iglesia, como forma, como tradición, como potencia que custodia y crea cultura, el cristianismo católico no sólo es muy superior al protestante, sino también de una ductilidad y una fidelidad casi ideales en el cambio por mantener vigencia y adaptarse.
El cristianismo al cual se refiere es infinitamente más puro, más parecido a Jesús y en cuanto a moral, superior a todo lo eclesiástico, pero no ha promovido la construcción de basílicas ni catedrales góticas, ni inspirado el texto de la misa romana ni algo como la música de Palestrina o de Bach. Jamás lo logrará. En su posición, lo
mágico de la religión es algo ya superado y tonto, así como para los budistas puros, los dioses y las mitologías son una aberración. Sin embargo, he experimentado en mí mismo que a partir de la filosofía y la moral más puras se puede retomar con buenos resultados a los dioses y a los ídolos. La serena sabiduría de Buda sin dioses ni iconos, necesita del polo opuesto y la salvaje, furiosa grandeza de Shiva y la sonrisa infantil de Vishnu son claves no menos apropiadas para desentrañar el enigma del mundo que el conocimiento ético-causal de Buda.
Naturalmente, tampoco creo que la ortodoxia sea en verdad la madre de la crueldad sanguinaria y de la hoguera. La bestia y el demonio que anidan en el hombre siempre vuelven a aparecer para matar y torturar y por supuesto siempre encuentran una ideología «ortodoxa», tal como Hitler y Stalin sirven a los mismos poderes con ortodoxias opuestas.
Si la humanidad fuera un individuo, podría ser curada a través del cristianismo «puro». Bestia y demonio habrían de poder ser conjurados. Pero no es así. Las religiones «puras» son para una reducida capa de gente situada a nivel superior, mientras que los pueblos necesitan de la magia y de las mitologías. No creo en un proceso evolutivo de abajo hacia arriba. De la oscura totalidad de la humanidad siempre vuelven a surgir los puros y los salvadores y no son venerados por la mayoría sino cuando se los ha crucificado y convertido en dioses.
Ya empiezo a sentir tedio. Permítame concluir. Conoce todo esto tan bien como yo. Su escrito me ha complacido.
A Kuno Fiedler, St. Antönien
Enero de 1940
Distinguido doctor Fiedler:
Muchas gracias por su carta. Usted habrá comprendido que la mía no pretendía atacarlo o contradecirlo, sino tan sólo ser un eco y un breve diálogo. En consecuencia, no necesito defenderme de la sospecha de haber querido corregirlo o darle lecciones. Respecto a la cuestión puesta en primer lugar sobre el tapete, soy demasiado lego como para entrar en discusiones. Por lo tanto, no debe interpretar como una defensa esta respuesta a su carta. Sólo quiero rectificar un punto que a mi juicio se funda en un malentendido. Yo dije que la masa siempre necesita algo como el catolicismo, pero por cierto no dije que debemos apoyarla en este sentido. Por supuesto, sé que ella misma se arroga tal derecho y cuenta con las ventajas de la mayoría. He sido testigo de ello desde que tengo uso de razón. Lo único que tengo que decir en favor de la ortodoxia y en favor de los tontos y los perezosos es esto: existen y constituyen la mayor parte del mundo y de la realidad. «Combatirlos» puede ser necesario aquí o allá, puede que sea realmente su misión, pero no es la mía. Todo lo contrario. En mi calidad de artista, de órgano de la contemplación más pura posible, debo tener en cuenta la realidad y no tomar en serio su aspecto ético, sino estético, lo cual es una función tan importante y genuina como lo es la del pensador, el crítico y el moralista.
Alcanzo a imaginar en cierta medida sus grados religiosos en analogía con sus «grados del conocimiento». Simpatizo con las tipologías, siempre y cuando no sean aplicadas de manera demasiado dogmática, y como a
tista me inclino sin más ni más por una ideología aristocrática. Comparto su sentir cuando por ejemplo coloca a la ortodoxia en una segunda o tercera categoría. Pero otra cuestión es si es correcto aventurarse en discusiones sobre poder y competencia entre las diversas categorías. Esto tendría sentido sólo si a través de la enseñanza, o la conducción, fuera posible trasladar a un individuo de una categoría a otra. Si el noble puede ennoblecer en verdad al innoble, tiene sentido que lo considere a éste como enemigo en tanto siga siendo innoble. De acuerdo con mi concepción —para la cual no tengo por supuesto ningún sistema y pocas posibilidades de expresión—, el innoble jamás se vuelve noble, mientras que de todos modos cada «categoría» tiene naturalmente sus márgenes en los que las cualidades y los grados se diluyen unos en otros. Así como todo individuo tiene en sí algo de masculino y femenino, cada uno lleva también intrínseca la semilla de lo noble y de lo innoble. No obstante, se me antoja que siempre está signado o predestinado a ser noble o innoble. Si en categoría los ortodoxos se encuentran entre los más nobles, no logro ver cómo se los podría ennoblecer, y si ello no es posible, entonces ni enseñar ni luchar sirven para nada bueno. Por el contrario, el más noble no tendría a mi juicio otra cosa que hacer que ser como es y vivir como es, y si a su naturaleza se agrega además la tolerancia y la caballerosidad al reconocer vigencia a los menos nobles, tanto mejor. Si es consciente de su misión, si reconoce la menor cualidad del otro y la admite o no, siempre vivirá como noble, tendrá participación en la nobleza y en el momento trágico de la suprema humanidad. Y estas supremas vivencias, aun cuando son en gran parte sufrimiento, representan el excedente que le da ventaja sobre los ortodoxos y la masa, a quienes no se puede entregar, ni hacerse accesible a los inferiores, aun por mucho que lo pretenda.
Nosotros, los artistas, tenemos suerte de necesitar por nuestra naturaleza y la de nuestra función, nuestro taller y nuestros medios. Para un artista no tiene el menor sentido «luchar» por otra cosa que no sea la perfección en su oficio. No estoy pensando en la rutina, sino en la educación de la conciencia y la clarividencia. Na
turalmente, un artista también puede ser de manera casual un enmendador del mundo y luchador o predicador, pero el éxito de sus esfuerzos no dependerá del ardor de su intención ni de la rectitud de sus convicciones, sino siempre y únicamente de la calidad de su obra como artista. Cuando un artista insignificante pinta o declama protestas superlativas contra un mundo depravado, ello será conmovedor o curioso, pero nada más. En cambio, si es un artista verdadero, en la mayoría de los casos sucederá sin intención y casi ajeno a su conciencia, dibujará un par de líneas o dirá un par de versos, recordará con ellos a todo aquel que tenga sentido, lo eterno y lo incondicionalmente valioso y sagrado, le hará evocar aquello sobre la base de lo cual están ordenadas todas las jerarquías del mundo.
No puedo corresponder a su requerimiento de tomar muy en serio la invención del teléfono y otras cosas parecidas. Son técnicas y si el teléfono o la transmisión inalámbrica del alboroto no hubieran sido inventados, de manera alguna sería una pérdida a mi sentir. Ciertamente, un día el hombre necesitó el teléfono como algo indispensable, y por esta razón fue inventado. Pero que no pudiera vivir ya sin teléfono, no respondió al progreso y a la evolución intelectual sino al hecho de necesitar establecer comunicación más rápida con la fábrica y la bolsa, debido a sus negocios y a una avidez desenfrenada. Su referencia a la gran culpabilidad que les cabe a los intelectuales y los literatos en el oscurantismo de la época también me afecta a mí, toda vez que cualquier llamada a nuestra complicidad debe tocamos y mortificarnos. Pero en este terreno me cuento entre los inofensivos. No he aportado al mundo doctrinas ni posturas perjudiciales, como lo hicieron un Nietzsche o un Stefan George. Tampoco he hecho un culto de la imitación de tales posturas. Desde mi juventud se me ha reprochado no haber sido siquiera un «luchador», ya fueran los piadosos, los gentiles, los socialistas o los patriotas. Por esta razón me parece percibir en su carta —tal vez erróneamente— una leve apelación a mí en favor de una lucha en pro de tal o cual causa buena. Pero en estas cuestiones soy incorregible. En mis años mozos hice ciertas co
cesiones al sacrificar en mis obras el aspecto artístico en favor del moral y educador, no respondiendo a peticiones sino por mis propios cargos de conciencia. Por ejemplo, sin una vocación interior, pero precisamente por mala conciencia serví largos años los anhelos democráticos antimonárquicos. Ello fue antes de la guerra y debí pagar por ello como Dios manda. Desde entonces me siento más tranquilo en este aspecto, si bien estoy lejos aún de tener la conciencia en paz.
A Kuno Fiedler, St. Antönien
Enero de 1940
Distinguido doctor Fiedler:
He recibido una abundante correspondencia con motivo del Año Nuevo y cuando parecía ir en merma, siguió llegando aún la resaca hasta mediados de enero, demorada por la censura, el frío, la guerra naval, y por esta razón su amable carta recibida en Navidad quedó sin respuesta. Acepto agradecido sus buenos deseos y en cuanto a la repetición de su visita ¡ojalá que a pesar de todo llegue a concretarse este año! ¡Ojalá pueda permanecer en el país y en lo posible lo dejen vivir en paz! Que el hombre deba ser heroico y estar preparado para to
da iniquidad y tan dispuesto para vivir en América o en Shanghai como confinado en su estudio o en un campo de concentración son exigencias y clisés de la época. Al fin y al cabo es muy natural que un individuo ame su paz, su trabajo, su mesa y su silla y no quiera sacrificarlos, ni siquiera cuando a su alrededor la humanidad alcanza logros insólitos, yace en las trincheras sometida a temperaturas de cuarenta grados bajo cero, o, como los judíos alemanes que a partir del racionamiento, mueren de hambre lentamente por ser fieles a su raza. El hombre no mejora en su condición a través de todos estos logros heroicos. Al contrario, se envilece y pierde magnitud y figura.
Pero el «sufrir complementario» al cual se refiere y que ha sido citado estos días en varias cartas, existe sin duda. A mi juicio, todo gira en torno de la circunstancia de que una pequeña minoría se niega a aceptar lo diabólico y persevera amargamente soportando el sufrimiento que éste le inflige, así como en Sodoma un número insignificante de «justos», es decir, de individuos dignos de tomarse en serio, habría bastado para salvar a todos de la ira de Dios.
Con los mejores votos, le saluda cordialmente su affmo.
Carta de condolencia escrita durante la guerra
7 de febrero de 1940
Distinguido señor:
Puede ocurrir que en el bosque un árbol tierno, tronchado o arrancado de raíz se apoye al caer en un árbol viejo. Se comprueba entonces que el árbol viejo también está acabado, que aquel ejemplar de aspecto imponente está hueco y débil y cae abatido bajo el peso del más joven.
Es algo análogo a lo que podría acontecernos a usted y a mí. Pero no sucede así. Me pongo en su lugar. He vivido las experiencias de esos cuatro años de 1914 a 1918 hasta quedar aniquilado, y en esta ocasión tengo tres hijos soldados (hace poco el mayor entró a formar parte de un piquete, los otros dos prestan servicio desde el 19 de septiembre).
Un ejemplo tomado de la mitología quizá le muestre claramente cómo veo yo la historia en su totalidad. La mitología india cuenta también con la leyenda de las cuatro edades del Universo. Cuando la última está en sus postrimerías y la guerra, la depravación y la miseria llegan al cuello, Shiva, el luchador, el que todo lo arregla hace su aparición y en su danza destruye al mundo bajo sus pies. Apenas concluido el exterminio, Vishnu, el benévolo dios creador, yacente en la hierba, tiene un bello sueño, y de ese sueño, de una espiración o de uno de sus cabellos brota hermoso, lozano y encantador un nuevo mundo y todo comienza desde un principio, pero no como un fenómeno mecánico, sino como algo alado y de fascinante encanto.
Ahora bien, creo que nuestro Occidente se encuentra en la cuarta edad y Shiva ya está bailando sobre nosotros. Creo que casi todo será destruido. Pero no dejo de creer en un nuevo resurgimiento desde los orígenes y que los hombres volverán a encender hogueras y erigir santuarios.
Y así, en mi cansancio y senectud, me alegro de tener una edad avanzada y achaques que no me harán lamentar perder la vida. Pero no dejo a la juventud ni a mis hijos en la desesperación, sino en una era de dificultades y temores, en el fuego de la prueba y no dudo de que todo lo que fue para nosotros santo y hermoso
volverá a serlo para ellos y la posteridad. Creo que el hombre es capaz de gran enaltecimiento y grandes iniquidades, puede elevarse a la altura de un semidiós o descender a la profundidad de un semidemonio, pero cuando ha hecho algo muy grande o algo muy repulsivo siempre vuelve a erigirse sobre sus pies y recobra su medida e, inexorablemente, al ataque del salvajismo y de lo demoníaco sigue el contragolpe, sigue el anhelo innato e inevitable del hombre por la medida y el orden.
Y de ese modo, creo que aun cuando un hombre viejo no debe esperar hoy nada bello del exterior y hará bien en ir a juntarse con sus antepasados, un hermoso poema, una música, una mirada sincera elevada a la divinidad son hoy por lo menos tan reales, tan vivos y valiosos como lo fueron otrora. Por el contrario, es evidente que la llamada «realidad» de los técnicos, de los generales y de los directores de banco, se toma cada vez más irreal e improbable. Hasta la guerra, desde que se practica en forma masiva ha perdido casi todo su poder de atracción y su majestad. Hay enormes espectros y quimeras que se combaten mutuamente en estas batallas materiales, mientras que toda realidad anímica, todo lo verdadero, lo hermoso, todo anhelo por estas cosas parece más real y sustancial que nunca.
Al señor G. G., Copenhague
20 de febrero de 1940
No comments:
Post a Comment
اكتب تعليق حول الموضوع