Hermann Hesse Cartas escogidas 05

na, y aun cuando he tratado de dar consejo a millares de personas en cartas e indicaciones, nunca lo hice como conductor, sino siempre como compañero de sufrimientos, como hermano algo mayor.

  Temo mucho que no nos entendamos y bien quisiera poder convencerlo, no del valor ni de la categoría de mis ideas y de mi posición, sino de la necesidad, de la inevitabilidad de mi situación. Los que se vuelven a mí, los que buscan en mí «sabiduría» son, casi sin excepción, personas a las que no pudo ayudar ningún credo tradicional. A muchos de ellos los orienté hacia los antiguos sabios y sus doctrinas. También les recomendé con insistencia los escritos de algunos destacados católicos contemporáneos. Pero la mayoría de mis lectores se me parece precisamente en su necesidad de venerar a un dios velado. Quizá sólo sean los enfermos, los neuróticos, los insociables quienes se sienten atraídos a mí y a mi obra; quizá el único consuelo que algunos de ellos encuentran en mí no sea sino el de redescubrir sus propias flaquezas y miserias en mí, un hombre de prestigio. No es de mi incumbencia «decidirme» por un apostolado como usted demanda, sino realizar en el lugar que me ha señalado el destino todo cuanto me sea posible. Forma parte de ello entre algunas otras cosas no dar o prometer más de lo que tengo. Sufro bajo la miseria de nuestra época, pero no me considero llamado a guiar a los demás para escapar de ella, estoy dispuesto a recorrerla como a través de un infierno con la esperanza de hallar en el más allá una nueva inocencia y una vida más digna. Pero no estoy en condiciones de entregar ese más allá por un ahora y un aquí. Por esta razón, no creo que mi vida carezca de sentido, que no me guíe una misión. El perseverar en medio del caos, el poder esperar, la humildad ante la vida, aun cuando alarme por una aparente falta de sentido, también son virtudes sobre todo en una época en que son tan corrientes las nuevas elucidaciones de la historia universal, las nuevas orientaciones de la vida, los nuevos programas de todo orden.

  Creo por cierto, más aun, tengo la plena certeza de que un crecido número de aquellos que se interesaron por mis obras durante un cierto tiempo y para quienes fueron un estímulo, más tarde nos tuvieron que aban
donar a ellas y a mí para no confundirse. Otros acuden a llenar el vacío dejado por los primeros y yo les ayudo a recorrer un tramo del camino a la hominización. Anhelo para los otros que sigan avanzando, que busquen y encuentren compañeros más fuertes que yo, que se aventuren por senderos más arriesgados. Yo debo quedarme en el mío por dudoso que pueda parecerme a mí y a otros en estos momentos.

 

  A un adolescente

  1932

  … Es usted un joven que inquiere por sus deberes y sí le asiste el derecho de preocuparse por su propia persona en lugar de hacerlo por el bien común y la patria.

  En contraposición a todas las tendencias actuales puedo contestar a su pregunta con harta exactitud:

  Su deber es convertirse en una persona, en un individuo tan útil, bueno y seguro de sus aptitudes como sea posible. Su deber es desarrollar una personalidad y un carácter, nada más. Cuando lo haya logrado en la medida de sus posibilidades y lo que le está señalado, vendrán por sí solos los cometidos en cuyo cumplimiento podrá aquilatarse, a los cuales podrá dedicar todos sus afanes
En la actualidad, se ha hecho costumbre en Alemania que los muchachos que aún no se han convertido en hombres, que ni siquiera saben leer aún, se pongan una chaqueta y una gorra, se declaren miembros de un partido y enseguida participen en la vida pública. Gritan y tiran abajo a su patria, hacen de sí mismos y de su pueblo objeto de la burla del mundo. Cada uno de ellos es un delincuente estatal, pues ha eludido y traicionado el deber de ser alguien, de aprender algo, de convertirse en hombre y aprender a pensar en forma independiente, para correr prematuramente y con altanería tras cometidos que no le incumben.

  La Alemania de 1950 será conducida por el puñado de hombres que hoy son aún adolescentes, que no participan en este fraude, sino que están desarrollando su personalidad calladamente.

  Ya he dicho demasiado. Medite sobre estas cosas. Pero no se le ocurra iniciar un intercambio epistolar. Yo no podría mantenerlo, ni decirle más de lo que hoy le digo.

 

  A la señora E. L., Stuttgart

  1932
… Sólo le contestaré en pocas palabras, tanto más cuanto que en varias de mis obras he escrito a menudo sobre el mismo tema. Me es imposible repetirlo a cada lector individualmente. Así pues, veo la cuestión de este modo:

  Si va a votar hoy en Alemania, me tiene sin cuidado y si yo tuviera que votar renunciaría a ese derecho. Ni los hombres ni los partidos se merecen que la nación se desangre por ellos. Alemania ha omitido reconocer su enorme complicidad en la guerra mundial y en la situación actual de Europa. No lo ha confesado (sin negar por ello que también «los enemigos» tienen bastante culpa), ha omitido emprender en sí misma una depuración moral y una renovación de la conciencia (como aconteció en Francia durante el proceso Dreyfus).

  Alemania utilizó el duro e injusto tratado de paz para excusarse ante el mundo y ante sí misma de toda culpa. En lugar de admitir dónde estuvieron sus yerros y pecados, y enmendarlos, fanfarronea como lo hizo en 1914 acerca de la inmerecida posición de paria que debió adoptar y echa a otros la culpa de todos los males, ya sea a los franceses, a los comunistas, o a los judíos…

  … En mi opinión aquellos que creen compartir la responsabilidad por el espíritu de Alemania tienen que señalar una y otra vez a su pueblo el daño causado por ese cáncer y alejarse por completo de la política actual. Por su parte, los otros alemanes podrían ayudar a su pueblo si aspiraran en su trabajo y en su ideología a una mayor corrección y responsabilidad en lugar de matarse a golpes entre sí y jugar a los bandidos los domingos.

  Ya es suficiente, la cosa es muy sencilla. No es menester que sigamos chapuceando a cualquier precio y tratando de componer a la falaz república. Nosotros, los pocos individuos pensantes, tenemos una misión harto clara: la de no participar en el engaño y combatirlo, abogar por la sinceridad y la verdad y por lo pronto boicotear tranquilamente la política. Todo el aparato político actual del Reich debe ser desbaratado…

Al señor Adolf B., Berlín

  Hacia 1932

  El anhelo de «felicidad» de los brutos y de los tontos quizá no sea un estigma de los elegidos. Quizá, todo individuo sienta envidia —aun cuando no todos en forma igualmente consciente— de la felicidad de aquel a quien ve un escalón más abajo o más arriba que él. Quizá toda vida envidie a la otra y a toda vida le parezca su propio destino más pesado que cualquier otro. Lo ignoro, pero podría ser. Los dolores de aquel capaz de envidiar a una turba de organizados, ebrios de nacionalismo por su tonta felicidad me parece mucho más deseable que las convulsiones de un hitlerista que por momentos se estremece debido a la borrachera partidista, percibe el empireuma y se siente como un puerco, pues sospecho que esto es posible.

  Pero no me propongo inclinarlo hacia una determinada fracción. Usted pertenece —lo advierto— a los «elegidos», o sea a los individuos a los que está permitido o impuesto dar a sus vidas un significado superior que el de la felicidad. Que esté satisfecho o desesperado por ello, no altera la situación. Nunca más se librará, escuchará la voz una y otra vez, le resultará difícil no obedecerla y no lo hará feliz.

Su vivencia de la muerte es la misma que experimentó el joven Buda. El espectáculo de la enfermedad, la vejez y la muerte fue lo que llevó en primer lugar al gallardo príncipe Buda al camino que durante algunos años estuvo tan lleno de tormento y luego se tornó luminoso bajo el árbol bo.

  Su carta evocó en mí otro recuerdo literario. Me hizo pensar en ciertas sentencias de Christoph Schrempf, un auténtico sabio a pesar de su exterior prosaico, y logró encontrar dos de estas sentencias. Figuran en su libro «Del público enigma de la vida».

  La primera trata de la «vivencia demoníaca», o sea de la vivencia del ser despertado o llamado, y dice así:

  «La vivencia demoníaca no es placer ni dolor; está más allá del placer y del dolor. Es agradable por cuanto todo dolor se pierde en ella; es espantosa por cuanto todo placer desaparece en ella. Es experimentar la vida con el horror de la muerte».

  La segunda, inserta en el mismo libro, reza:

  «Cuando me molestan con el maldito deber de ser feliz, puedo vivir de manera completamente aceptable».

  Quizá estas frases tengan algún valor para usted. Si no es así, fue valioso para mí recordarlas.

 

  Al señor A. St., Jugendburg Freusburg, Sauerland

  Hacia 1932

… Deseo un buen logro para su bello plan, pero no puedo contribuir a él con nada serio. Yo no formo parte de los «conductores» y está lejos de mí todo anhelo de influir o enseñar. Que no obstante mucho me ate a la juventud alemana y que aquí y allá perciba en ella un eco es para mí más que un bello regalo.

  Con Romain Rolland, a quien usted menciona, tengo amistad desde el año 1914, época en que me descubrió accidentalmente como correligionario. He intercambiado con él varias cartas y nos hemos encontrado repetidas veces, últimamente en mi lugar de residencia: Montagnola, cerca de Lugano.

  Lo que quise manifestar al referirme a Rolland y lo que nos separa a ambos de la pluralidad de la juventud alemana, es nuestro total apartamiento de todo nacionalismo al cual hemos reconocido durante los años de guerra como un sentimentalismo retrógrado y uno de los mayores peligros del mundo actual. El país en el cual las tres cuartas partes de la juventud presta juramento a Hitler y a sus frases insensatas nos es prácticamente inaccesible para una influencia directa, si bien el tiempo puede traer cambios. Así como Rolland vuelve su antinacionalismo sobre todo contra sus conciudadanos franceses, por los cuales se siente obligado a compartir responsabilidades, del mismo modo siento yo particular aversión y hostilidad respecto a la actual forma alemana de nacionalismo. El mentir negando toda culpabilidad en la guerra, el imputar toda responsabilidad por la situación de Alemania a los «enemigos» y a Versalles, crea a mi juicio en ese país una atmósfera de estupidez política, mendacidad e inmadurez que mucho contribuirá al surgimiento de una futura guerra.

  Sin embargo, no vislumbro posibilidad alguna para una intervención directa. A medida que me veo precisado a aprender a ahorrar mi tiempo y mis fuerzas, debo volcarme en forma más reconcentrada en el tipo de trabajo que siento como aquel al cual estoy destinado y que es en realidad un trabajo puramente artístico. Conservarse austero y escribir un buen alemán en medio de la degeneración de nuestra lengua y de nuestra literatura

destacar constantemente los principios de una sencilla humanidad y realizar en medio de los programas de lemas mi propia labor con la mayor responsabilidad y perfección posible, éste es mi único programa.

  Muestre de esta carta mía a sus jóvenes amigos aquello que considere apropiado. Y reciba mi gratitud por su saludo y su viva. Me han llenado de alegría. No me ha sido dado ser adalid y dirigir la palabra a las multitudes, yo siempre le hablo al individuo y a su conciencia. A la juventud quisiera decirle: Madurad y sed conscientes de vuestra responsabilidad antes de preocuparos por el mundo y su transformación. Cuantos más individuos haya capaces de contemplar el teatro del mundo con serenidad y crítica, menor será el riesgo de las grandes estupideces de la masa, sobre todo la guerra.

 

  A Gottfried Bermann, Chantarella, St. Moritz

  28 de enero de 1933

  … Nada más puedo decirte acerca de lo que se quiso significar con El juego de abalorios de lo que tú ya sabes ahora a través del prólogo y quizá esto además: simplemente tengo pensado escribir la historia de un maestro en el juego de abalorios, su nombre es Knecht y su vida transcurre alrededor de la época en que concluye el pró

logo. No sé nada más. Tuve necesidad de crear una atmósfera depurada. Esta vez no fui al pasado o a lo fabuloso secular, sino edifiqué la ficción en un futuro fechado. La cultura mundana de esa época será la misma que la de la actual, en cambio habrá allí una cultura intelectual en la que valdrá la pena vivir y ser su siervo. Este es el ideal que quisiera pintar. Pero no hablemos más sobre el particular, de lo contrario mataremos el germen. No hubiera debido comunicar nada al respecto, pero no me arrepiento, pues me interesaba que tuvieras una noción de mi estilo de vida y de mi hacer, de la latente productividad o como se lo quiera llamar. Dicho en buen alemán y en forma lacónica: en el fondo me avergüenzo por mi prolongada infecundidad y quise mostrarte que al menos había algo tras ella.

  Será imposible mandar una copia a Fischer, como propones, porque no la hay. Tan sólo existe un único ejemplar, el que tú leíste y el original que está en mi poder y seguramente no conservará su forma actual. En ese prólogo sólo está delineado el terreno y se obliga al lector a dejar a un lado el libro e introducirse en la atmósfera limpia pero enrarecida en la que se desarrolla.

  Se han agregado al borrador del prólogo algunos detalles, así como la locución en latín del epígrafe, que naturalmente en una ficción (encontré al hombre que tradujo en una bella versión latina, de perfecto estilo, el epígrafe inventado por mí, como salido del magín de un autor ficticio. Este hombre es un viejo compañero de escuela y en 1890 ambos fuimos los mejores latinistas del colegio con un latín digno de encomio, pero en la actualidad sólo él domina esa lengua. Yo la he olvidado en sus nueve décimas partes).

A la editorial S. Fischer Verlag, Berlín

  En respuesta a una consulta acerca de si en el texto: «… der Besucher aber blieb stehen, sah zu und räusperte sich wie ein Redner, ohne doch etwas Deutsches herauszubringen» («… pero el visitante se detuvo, miró y carraspeó como un orador, pero sin lograr balbucear algo en alemán»), no debía ir la palabra «deutliches» (claro) en lugar de «Deutsches» (alemán).

  30 de enero de 1933

  Apreciados señores:

  A pesar de todo quisiera dejar la palabra Deutsches. En Suabia, el pueblo emplea constantemente deutsch y deutlich como sinónimos, con más frecuencia en el giro Sprich deutsch (Habla claro) usado cuando alguien habla alemán pero de una manera sinuosa y confusa. Esas muchas y bellas exquisiteces idiomáticas de la lengua viva se están yendo al diablo, hoy con más rapidez que nunca. Nuestros nietos ya no podrán hablar alemán. Pero trataremos de guardar en nuestros libros algún restito, aun cuando a veces no sean entendidos del todo.

 

  Al señor H. Sch., Pohle en Oberlausitz

Fines de enero de 1933

  … Considero que el verdadero efecto que un escritor ha de lograr en sus lectores es que un pequeño número de ellos se encariñen con sus libros durante cierto tiempo, luego los hagan a un lado, pero se lleven consigo un cambio, un afianzamiento, un aclaramiento de sus vidas y de su carácter. Por el contrario, en mi caso el efecto es que cientos de lectores descarguen en mí su crítica negativa o su aprobación, en la idea que yo debería responder agradecido por la exhaustiva atención que me dedican y por añadidura escribir miles de cartas…

  … Llévese de El lobo estepario aquello que no sea crítica y problemática de la época, a saber la creencia en el sentido, en la inmortalidad. En Viaje al Oriente son los amantes y los sirvientes. Es lo mismo. Cuanto menos puedo creer en nuestro tiempo, cuanto más envilecida y árida estimo a la humanidad, menos confronto esta decadencia con la Revolución y más creo en la magia del amor. Callar en una cosa acerca de la cual todos rumorean ya es algo. Sonreír sin animosidad acerca de las personas e instituciones, combatir el déficit de amor en el mundo mediante un superávit de amor en lo pequeño y privado, a través de acrecentada lealtad en el trabajo, a través de mayor paciencia, a través de la renuncia a una venganza barata contra la burla y la crítica: estos son diversos caminos que se puede recorrer. Me alegro de que en El lobo estepario ya hubiera escrito: «El mundo jamás fue un paraíso». No fue bueno antes y ahora se ha convertido en un infierno. Siempre y en todo momento ha sido imperfecto y sucio y para ser soportable y valioso necesita del amor, de la fe

Al señor M. K., Düsseldorf

  Enero de 1933

  … En su última carta olvidó por completo lo que en realidad le impulsó a escribirme la primera vez y aquello a lo cual reaccioné en mis dos contestaciones. Fue su pregunta, acerca de si en El lobo estepario yo había intentado decir algo en serio o si simplemente proponía un placentero aletargarse en la embriaguez del opio. Ha significado para mi una enorme decepción no haber logrado hacer entender a través de mis libros y de mi vida que hablo en serio. Por ejemplo, me entero por su última carta que también conoce el Siddharta. En consecuencia, al leer El lobo estepario su impresión debió ser: este individuo, el que escribió Siddharta, dice ahora notoriamente lo contrario.

  Dado que con su pregunta sobre el «teatro mágico» ha puesto en duda toda la seriedad de la vida y de las acciones, por la cual he cruzado por más de un infierno, puse en mis respuestas un acento de burla en relación con su declaración respecto a la seriedad con que usted toma su propio buscar y pensar. También en su última carta vuelve a destacar con énfasis cuán incondicionalmente su generación (o la minoría a la cual pertenece) «exige» que se tome en serio su búsqueda

Según mi punto de vista esto no tiene sentido. Yo tomo en serio la búsqueda de todo individuo, simplemente como hecho vital, le tengo a todo individuo un respeto incondicional en tanto no se me muestre carente de valor. Llegué a ser tan ingenuo como para presuponer como lógico lo mismo para mí y para mi trabajo, a saber que el lector no me haga a un lado ni tampoco me brinde tanta confianza como para atreverse a creer que es algo serio para mí.

  Pero esta brecha entre usted y mi persona también es achacable a las edades. Para usted, para los jóvenes, su propio ser, su buscar y padecer tienen con derecho esa gran importancia. Para quien ya es viejo la búsqueda habrá sido un camino equivocado y la vida un fracaso si no ha hallado nada objetivo, nada que se mantenga de pie por encima de sus preocupaciones, nada absoluto o divino que venerar, a cuyo servicio ponerse y cuyo servicio sea lo único que dará sentido a su vida.

  Por consiguiente: tomo incondicionalmente en serio su búsqueda y su sufrir, y deseo de todo corazón que el resultado de su búsqueda pruebe alguna vez ser parecido al de la mía; no en las formas e imágenes a través de las cuales se expresa, sino en el finalidad y la valoración para su propia vida.

  La necesidad de la juventud es poder tomarse en serio a si misma. La necesidad de la vejez es poder sacrificarse a sí misma, porque, por encima de ella hay algo que toma en serio. No me gusta formular sentencias, pero creo firmemente que entre estos dos polos debe transcurrir y desarrollarse una vida espiritual. Pues la misión, el anhelo y el deber de la juventud es el devenir, y la misión del hombre maduro es el deshacerse de sí, dejar de ser, o como lo denominaron otrora los místicos alemanes, el «entwerden». Es menester haber llegado a ser un individuo completo, una verdadera personalidad y haber sufrido los padecimientos de esta individuación antes de poder ofrendar el sacrificio de esa personalidad.

El lobo estepario no es objeto apropiado para nuestra discusión, pues tiene un tema que usted desconoce: la crisis en la vida de un hombre que frisa en los cincuenta años. De ahí también las malas interpretaciones.

  Ahora debo pedirle un momento de descanso. Mi correspondencia es muy nutrida todos los días y aun cuando no cotizo alto mi tiempo, debo ser cuidadoso y no forzar mi vista. Quizá alguna vez volvamos a encontramos.

  En el preciso instante en que me disponía a concluir se me ha ocurrido que tal vez usted pudiera malinterpretar lo que digo del ser y el sacrificio, o sea como si yo quisiera exponerlo así: como si hubiera terminado con este «entwerden» y con este sacrificio, lo hubiera realizado ya, y me encontrara en alguna parte del más allá. Por el contrario: yo lucho por ello, sufro por ello, a menudo también me defiendo de ello, pero yo veo la meta y creo en el significado, así como Harry Haller cree en la inmortalidad, además de creer en la música bailable y otras vanidades.

 

  A Carlo Isenberg, Stuttgart

  Enero de 1933

Querido Carlo:

  Agradezco tu cartita. Fue para mí una alegría volver a oír tu voz. Y dado que el viajar me resulta cada vez más difícil, quiero repetir lo que tú ya sabes. Si alguna vez puedes y quieres venir aquí, serás bienvenido, ya sea tu visita breve o prolongada, ya vengas a descansar o a trabajar. Solamente que no tenemos piano. Aquí no lo hay.

  Sólo puedo responder mal a tu pregunta. Sin duda tienes razón acerca del protestantismo. Cuando hablo de protestantismo, naturalmente me refiero a aquel que conozco, a aquel que he experimentado y gustado y cuya decadencia y crisis estamos viviendo. No tengo mucho sentido histórico y por ello carezco también de equidad en el empleo de palabras tales como «protestantismo». La Iglesia sólo la considera posible en la forma católica y como a pesar de todo no la pude aceptar para mí, recorrí hasta el fin el camino del protestantismo como lo hicieron antes que yo todos los genuinos protestantes, y de la manera más elegante Lessing y también Schrempf a su manera.

  Veo en verdad el clasicismo alemán en la música hasta Bach y con él, inclusive Mozart. Goethe y Schiller, Herder y Lessing son nobles y bellos fenómenos, pero no son clásicos, no han curvado el arco sobre una elevada herencia, ni podido erigir un nuevo y serio ideal. Lo que Alemania tenía para dar al mundo después de la Edad Media lo dio en la música. A veces, cuando trato de meditar acerca de lo que tengo en mí del cristianismo, o dónde reside la última y pura representación de este cristianismo, evoco indefectiblemente las cantatas y las pasiones de Bach. Allí y no en la literatura, el Cristianismo fue forma por última vez. Y el hecho de que tú sigas aún hoy sentado a las orillas de este río dedicado a la música sacra es a pesar de todo un bello ministerio.

  En cambio, la situación respecto a Eckhart es la siguiente: Simplemente no lo conozco bastante y en otros tiempos preferí buscar aquello que llaman «mística» en las formas orientales más que en las cristianas, en espe

cial en las alemanas. Puede ser que el apartamiento de Lutero de ellas y su traición a la «Theologia deutsch» (que considero como una traición a los campesinos) me hayan arredrado inconscientemente. Tengo un Eckhart en alemán y quisiera leerlo de nuevo alguna vez, pero ocurre que para la lectura de libre elección ya no tengo fuerza en mis ojos. Este año no habrá nada que hacer en cuanto a esquiar. Esto me disgusta por un motivo: a lo sumo me será posible esquiar hasta los sesenta años y de estos pocos años que me quedan me duele perder uno. En compensación viajaremos en breve a Baviera por corto tiempo a fin de visitar a nuestro oculista.

  Addio, te saludo cordialmente

 

  A la señorita Anni Rebenwurzel, Colonia

  4 de febrero de 1933

  Querida Anni Rebenwurzel:

  Le agradezco su carta. No pude descifrarla en su totalidad, pero sí una buena parte, y he leído y meditado todo con simpatía. En su momento, ya había sospechado que el semestre de Colonia en el que tantas esperanzas había depositado quizá la defraudaría. Aquella vez no agregué nada sobre el particular, salvo una alusión a

que su venerado profesor pertenecía a los nacionalistas extremos. Ahora parece haberse sumado a esto algo más, pero es menester pasar por sobre estas cosas, usted como cualquiera, y en todo caso es difícil para un espíritu joven, preparado para el servicio y la acción, encontrar el lugar donde poder ubicarse realmente, servir y hacer obra. Los mandatos, la organización y todos los demás conceptos y reglas coercitivas de la sociedad, el estado y el dinero… se interponen por doquier como un obstáculo.

  … No quiero endilgarle prédicas en relación con su carta. Yo también fui joven y también para mí la palabra «luchar» tuvo una sonoridad jubilosa y noble —en 1914 el mundo me obligó a meditar sobre el particular durante algunos años—. Pero «luchar» es precisamente aquello que a pesar de otras formulaciones, la vincula con los nazis, etcétera.

  Al occidental, y en especial a su forma más tonta, desenfrenada y belicosa, el hombre «fáustico» (es decir: el alemán que llenándose la boca ha hecho virtudes de sus inferioridades) le gusta y elogia el batallar, reñir es una virtud para él y esto tiene algo de pueril gallardía y emotividad. En tanto los gañanes se propinen palizas para gastar su exceso de acometividad y sangre u ocasionalmente se maten a golpes, no pasará de ser un bonito deporte infantil, pero cuando hacen lo mismo las hordas organizadas (léase los Nazis), esto adquiere ya un aspecto desagradable, pero la peor forma del «batallar» es la organizada por el Estado, como la que estalló en el año 14 y la correspondiente filosofía del Estado, del Capital, de la industria y del individuo fáustico de quien son invenciones todas estas cosas.

  Desde que la «lucha» ha perdido para mí toda magia, todo lo no combativo, todo lo noblemente sufriente, todo reflexionar en silencio se me ha hecho caro y de este modo transité el camino del luchar al sufrir, di con el concepto de soportar, que de ningún modo es negativo, el concepto de la «virtud», que desde Confucio hasta Sócrates y el Cristianismo siempre ha sido el mismo. El «sabio» o el «perfecto» de los antiguos escritos chinos

es un tipo similar al «buen» hombre indio o socrático. Su fuerza no reside en que está preparado para matar sino en estar preparado para dejarse matar. Toda nobleza, todo valor, toda perfecta pureza y singularidad de la obra y de la vida, tienen allí sus raíces desde Buda a Mozart.

  Pronto hará tres semanas que estamos sitiados por la nieve. Ha alcanzado una altura superior a un metro y todavía perdura aunque menos compacta y el sol brilla día a día sobre su superficie. Nuestro clima es magnífico en estos meses de invierno. No se diferencia del norte por un gran exceso de calor, pero sí por un gran exceso de luz…

 

  A un estudiante en Potsdam

  Mediados de febrero 1933

  He recibido su carta, pero lamentablemente no me aclara ni su situación ni su interrogante. Sólo creo advertir que usted duda de sí mismo, porque se impone exigencias particularmente elevadas. Este es el signo característico de los «elegidos», es decir aquellos de quienes puede salir algo. Sin embargo, es innumerable la legión de los que se extinguen porque no logran encontrar el justo medio entre el yo y el mundo. Para todo «elegido», es

decir, el individuo llamado a un elevado grado de individuación, los años de la juventud son difíciles porque la formación de la propia personalidad aísla y acarrea luchas y dudas. Y más tarde se agrega otro peligro: el de que precisamente los más dotados tienen mayor dificultad para salir de la confusión de su propio yo y no pueden llegar a ninguna relación fecunda en el mundo.

  Exteriormente no es posible brindar ningún consejo. Usted habrá de intentar recorrer su camino. Usted habrá de renunciar o bien tratar de adaptarse precariamente a los demás, o en caso contrario tomar conciencia de que sus disposiciones no lo llaman ni obligan a nada mediocre. Aun cuando todavía no vislumbre meta alguna e ignore en dónde situará más adelante la vida a un individuo de su especie, debe tomar en serio su persona y sus estudios y tratar de hacer algo por usted. Lo que nuestra época necesita y exige no es una burocracia y una hábil laboriosidad, sino personalidad, conciencia, responsabilidad. En intelecto, «el talento» es superfluidad, en sí no significa mucho. Pruebe ver alguna vez su situación desde este punto, quizá se le ocurran ideas que lo hagan avanzar.

 

  A Ernst Rogasch, Colonia-Nippes

  Mediados de febrero de 1933

… Su fantasía sobre los Karamasoff es recia y bella, si bien en mi sentir no impulsa el problema, el cardenal que en lugar de teólogo es un intelectual y puede hablar y pensar con tanta desesperación, por supuesto está al borde de la decadencia, pero no da lástima por él, sino sólo da lástima lo mucho que nos cuesta librarnos de él, que Cristo esté allí y no diga nada.

  No es que yo desee que lo hiciera hablar. No, no debía hacerlo, nadie debe hacerlo. Pero mientras el cardenal goza por última vez su versada inteligencia y su cultivada desesperación, se nos hace repulsivo y nuestro corazón va hacia aquello que está a su lado y que a través de él también nos contempla…

  Su carta evidencia aflicción y desesperación, a lo cual sólo puedo aconsejarle: ¡Sopórtelas! No las evite. No se contente tan sólo con hablar. Pase por ellas. Lamento que palabras mías (no sé cuales) le hayan deprimido. Quizá ve en mí alguien mucho más fuerte de lo que soy en realidad. No tengo la intención de fingir ante usted y aun hoy estoy expuesto a parecida desesperación, sólo le llevo una ventaja: más años y la experiencia recogida en un largo camino, según la cual detrás de todo lo personal se encuentra lo impersonal, lo divino, y no es sino allí donde surge la realidad y puede vivirse la vida. A veces alcanzo un retazo de realidad, a veces la vuelvo a perder. Es el sino del hombre y no nos debemos dar por satisfechos con ello, pero tampoco reclamar esta coincidencia fatal como algo personal e individual. Nada más puedo decir respecto a su carta.

 

  A la redacción del «Eckart», Berlín

Distinguidos señores:

  Acuso recibo de vuestra propuesta relacionada con una «mesa redonda». Sin embargo, por principio considero un error que los autores no escriban aquello que se sienten movidos a escribir, sino lo que las redacciones les encargan. El error reside en la institución del autor intelectual que en primer lugar se vende ya sea por dinero o por el incentivo de llamar la atención, y en segundo lugar siempre es capaz y está dispuesto a responder a las «sugerencias» y dar rienda suelta a su sapiencia sobre el tema que se le dicta. A esto se añade otro mal: las proposiciones como la vuestra pretenden del autor que algo que una vez expresó bien y por necesidad, lo vuelva a formular otra vez por una sugerencia casual (por lo tanto necesariamente peor). Por supuesto, respeto la generosidad y la pureza de su intención, pero no puedo complacerlo ni en esta ni en otra ocasión.

 

  A Rudolf Jakob Humm, Zúrich

  Mediados de marzo de 1933

… Comprendo el cambio de su posición y de su pensamiento. Conozco muy bien el llamado que nos convoca a la masa y a participar en la lucha. Varias veces estuve próximo a obedecerlo. Cuando fue lo de la Revolución alemana estuve de su lado sin reservas… Además, tengo amigos en la izquierda y amigos íntimos en la izquierda alemana. Yo también tengo las camas preparadas y mañana aguardo la llegada del primer huésped escapado de Alemania.

  Pero mi conocimiento sobre la injusticia de la situación y mi idea sobre un cambio de la misma es otra cosa. Experimenté la guerra del catorce al dieciocho de manera intensa y casi hasta el aniquilamiento, de modo que desde entonces tengo una absoluta, inconmovible y clara noción: rechazo para mi persona y no apoyo ningún cambio del mundo por la fuerza, ni el propugnado por los socialistas, ni ninguno aparentemente deseado y justo. Siempre mueren los hombres equivocados y aun si fueran los que debieron ser, no creo de manera alguna en el poder enmendador y redimidor del sacrificio humano y veo en la derivación de las luchas partidistas en una guerra civil, el poder de decisión, la tensión moral del «o esto, o…», pero rechazo la violencia. Sí, el mundo está enfermo de injusticia. Pero está más enfermo aún por la falta de amor, de humanidad, de sentimientos fraternales. La fraternidad que se nutre cuando marchamos por millares y cargamos armas, no me resulta admisible ni en la forma militar ni en la revolucionaria.

  Esto es lo que tiene vigencia para mí, para mi persona. Dejo que los demás tomen su decisión, sólo espero que si me conocen, reconozcan mi posición como necesaria para mí, o al menos bien fundada por mí y responsable…

  … Yo también he dejado atrás caminos y cambios. Quizá sea el camino de un Don Quijote, pero de todos modos es el de un sufrir y saberse responsable. Me ha dado una conciencia muy sensible. Esto comenzó en 1914 (antes era inocua) y hoy soy un solitario y «soñador» más consciente que nunca, lo soy a conciencia y no veo en

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PARANTAL 100 MG, Suppositoire بارانتال 100 مجم تحاميل

الكبد الدهني Fatty Liver

الم اسفل الظهر (الحاد) الذي يظهر بشكل مفاجئ bal-agrisi

SEDALGIC 37.5 MG / 325 MG, Comprimé pelliculé [P] سيدالجيك 37.5 مجم / 325 مجم ، قرص مغلف [P]

نمـو الدمـاغ والتطـور العقـلي لـدى الطفـل

CELEPHI 200 MG, Gélule

أخطر أنواع المخدرات فى العالم و الشرق الاوسط

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