Hermann Hesse Cartas escogidas 07

religión no comienza sino allí. Pero esto también es un resultado, aun cuando tengo la impresión de que en su desesperación y aniquilamiento queda aún una altivez de la razón que por cierto duda de sí misma pero no obstante no consigue rendirse. La razón y la espiritualidad están exaltadas y marchan en vacío, aparentemente ya no tienen contenido alguno. Así, anda usted por un mundo depreciado como el autor del Viaje al Oriente hasta el reencuentro con Leo.

  No sé mucho acerca del suicidio, pero tengo la presunción no demostrable de que sólo puede lograrse cuando un alma se siente en efecto separada permanentemente y sin esperanzas de sus fuentes. No creo que el suicidio pueda precipitarse o impedirse a través de las ponderaciones del suicida o la intercesión de terceros. De lo contrario, ya tendría influencia sobre usted la consideración de lo que puede hacer hoy de sí mismo y de su teología un joven teólogo alemán, elegido por el destino para lo más grande.

  Debemos dejarle esto a la vida y a los buenos espíritus que de momento usted no ve. Contemplados con la razón, veo al mundo y a nuestra vida, apenas menos oscuros de lo que los ve usted. Pero no obstante yo tengo fe o paciencia, es decir que vive en mí algo a menudo muy pequeño y débil, pero que sin mi intervención puede volver a hacerse grande y me permitirá entonces vivir la vida aun sin una justificación racional.

  «El hacedor de la lluvia» apareció en primavera en el «Neuen Rundschau» y en la misma publicación aparecerá en diciembre otro pequeño fragmento de la obra completa de la cual han sido escritas por ahora las dos pequeñas partes mencionadas. En esta oportunidad voy muy despacio con intervalos de semestres y casi un año entero.

  He realizado diversos estudios tendientes a nutrir el proyecto que me tiene ocupado desde que concluí Viaje al Oriente. Fueron menester para ello muchas lecturas de obras del siglo XVIII. En esta labor me procuró particular agrado el pietista suabo Oetinger, y también estudios sobre música clásica para lo cual conté con la ayuda

de un sobrino organista, entendido y coleccionista de música antigua. Estuvo aquí conmigo un par de semanas y para esa ocasión alquilé un pianito, que si no fuera por él permanecería silencioso.

  Adiós, y escríbame otra vez.

 

  Al señor M. P.

  Baden, 22 de noviembre de 1934

  Estimado señor P.:

  Me ha complacido su carta y la tarjeta adjunta de la bella vista de nuestra colina. Se lo agradezco y también ha sido para mí un bienvenido saludo el bello y querido retrato del naturalista Fabre. Como siempre, le escribo con mi lastimosa máquina y debo pedirle nuevamente benevolencia por ello. Entre lo que me exige la diaria correspondencia y lo que mi vista puede rendir por día, se hace cada vez mayor la desproporción. Necesitaría tener una oficina o por lo menos una secretaria para cumplimentar esta labor, pero me es completamente imposible recurrir a tal solución

Me place que mis palabras sobre su libro hayan merecido su beneplácito y su satisfacción. Ver y destacar lo positivo me pareció siempre el cometido principal de quien es mediador entre los libros y los lectores. Por esta razón muy pocas veces en mi vida he censurado libros públicamente. Si no hay nada que elogiar, guardo silencio.

  Su carta también me ha complacido en otro sentido. Sobre la base de una serie de impresiones y sin mayor examen, siempre le consideré un católico, o sea un convertido, pues ya sabía que por su origen es usted judío. Así pues, hoy o mañana podrá convertirse al catolicismo sin que esta circunstancia vaya a alterar mi posición respecto a usted. Pero en el fondo me agrada mucho más que no se haya convertido. En primer lugar, lo más bello es permanecer fiel a lo heredado y reconocer los propios orígenes. Y en segundo lugar creo en una religión indestructible que está fuera, entre y por encima de las confesiones, mientras que a pesar de toda consideración, más aun, amor por la forma romana del cristianismo, de manera alguna tengo a esta forma por indestructible y eterna. Asimismo, la sensación de estar protegido en el catolicismo da a los espíritus innobles esa altanería y esa insensible pedantería, como la que lleva adherida el libro de Thieme, amén de que este libro, que para Kant y otros no tiene sino agudezas, coquetea de la manera más descarada con el fascismo. Frente a casos como este puedo llegar a ser realmente protestante y experimentar como papismo lo no espiritual y lo no divino de tales fenómenos, aun cuando sólo sea por instantes.

  Por otra parte, sabiendo que no es usted católico comprendo mejor sus escritos. Seguramente, llegaremos a hablar alguna vez sobre estas cosas. Hay tiempo para ello

Al profesor C. Brinkmann, Heidelberg

  Baden, principios de diciembre de 1934

  Distinguido colega de la otra facultad:

  Le agradezco su cartita que me ha complacido mucho. La recibí aún en Baden donde permaneceré cinco o seis días más. Luego regresaré a Montagnola.

  En su carta hay una palabra que me hace dudar. Dice usted que mi declaración acerca de la «necesidad de medida» es en todo y por todo alemana. No estoy de acuerdo. Alemán es lo contrario. Alemán es inmoderación, entusiasmo por lo dinámico, ímpetu juvenil, inquietud, junto con todas las virtudes y los graves vicios de tal constitución. La «necesidad de medida» que los griegos y los franceses nos han dado a conocer a través de los más bellos ejemplos y que está presente en forma más acentuada aun en los clásicos chinos me parece que es precisamente la necesidad humana desnacionalizada, ultranacional, esa necesidad del alma cuya voz es al mismo tiempo exhortación al pensamiento de la humanidad y en última instancia toda vida como unidad. Esta suprema facultad del hombre de acercarse a la unidad divina a partir del yo, a partir del yo de la nación, de reclamar esta facultad como un don especial de una nación, se me ocurre que es exactamente lo contrario de

aquella necesidad de medida. No, esta necesidad es tan alemana como lo fue el no patriota Goethe y tan griega como lo fue el sentenciado Sócrates. Es ajena al dominio de la soberbia y de las ametralladoras. Mi intención ha sido evitar todo equivoco. Si tiene oportunidad hojee alguna vez los números de mayo y diciembre del «Neuen Rundschau».

  Reciba los saludos de su affmo.

 

  A la editorial Philipp Reclam junior, Leipzig

  Que me sugirió algunas modificaciones «acordes con la época» en mi «Biblioteca de la literatura universal».

  13 de diciembre de 1934

  Distinguidos señores:

  He recibido y estudiado vuestra carta relativa a la nueva edición de mi tomito que aparecería en vuestra Biblioteca Universal y lamentablemente no puedo prometerles satisfacer vuestros deseos. Esto por dos motivos: uno exterior y otro interior

El motivo exterior que me imposibilita dedicarme a una seria reelaboración de mi librito es mi vista enferma y el gran exceso de trabajo. Sólo con mucho esfuerzo realizo cada día lo más indispensable.

  En consecuencia me sería imposible, por ejemplo, dedicarme al estudio del Edda, escribir algo sobre él, o confrontar un poco las traducciones. No menos coercitivos son para mí los motivos interiores.

  Usted ya sabe que mi librito de manera alguna es una guía objetiva y escolar de las literaturas, ni pretende serlo, sino sólo una confesión muy personal acerca de lo que he acumulado en mis cincuenta y siete años de vivencias y experiencias de lector. Ahora bien, no quisiera cambiar nada en estas experiencias y en esta confesión. No considero hoy inferiores libros y autores porque así lo hace el gusto de la época, ni suprimo en mi ensayo cosas que me fueron queridas e importantes sólo porque así me lo sugiere la coyuntura.

  Para salir de esta dificultad sólo veo dos opciones. La más sencilla y para la cual estoy gustosamente dispuesto es que una vez agotada la presente edición de mi obrita, reviertan a mí los derechos y no se vuelva a publicar de momento.

  La segunda opción sería que imprimieran el texto original con la corrección de algunos errores tipográficos, pero sin otros cambios. Estaría de acuerdo entonces que eliminaran de la bibliografía de mi librito aquellas ediciones invendibles que puedan ser reemplazadas por otras ediciones igualmente buenas de su editorial.

  Pero en este caso debo dejar expresa constancia que me opongo a otras alteraciones de la bibliografía, como por ejemplo, la eliminación de autores judíos, etcétera. Ustedes insinúan la conveniencia de realizar toda una serie de tales omisiones y comprendo vuestro punto de vista, pero no es el mío. En esto no puedo hacer concesiones

Quizá convengan ustedes en reconsiderar este asunto. Si aceptan mi proposición de renunciar a una nueva edición y devolverme mis derechos de autor, tal vez tengan la posibilidad de elaborar con un historiador literario más objetivo y mejor adaptado a la época que yo, una guía de la literatura que reemplace en un futuro a mi intento subjetivo.

 

  Al señor H. M., Breslau

  1934

  Sólo puedo darle una breve respuesta. No es posible explicar tales cosas a la distancia y por carta. De manera que le contesto de la forma más breve posible. Advierto que al parecer usted sólo ha leído la mitad de mi Narciso y Goldmundo, a saber lo que atañe a Goldmundo. La otra mitad, Narciso y su vida, se deslizó por usted sin dejar impresiones. Sin embargo, el libro y su mundo pierde sentido si se lo divide de este modo: Narciso merece ser tomado tan en serio como Goldmundo. Es el polo opuesto.

  Sus padecimientos provienen de la circunstancia de pertenecer usted a esos individuos en quienes es innata la posibilidad y el impulso de desarrollar una personalidad. Estos individuos deben afrontar muchas dificulta

des y en compensación está abierto sólo para ellos el mundo de lo bello y del espíritu. Siga por ese camino, sus intentos de adaptarse al mundo de la mayoría mediocre serán en vano. Eche también alguna vez una ojeada al Demian y a la última poesía del Árbol de la vida (Biblioteca Insel). Sobre la base de estas dos confesiones, que en parte parecen contradecirse y a las que pertenece además el Siddharta, podrá combinar con bastante aproximación mi concepción de la vida. El espíritu de artista me impide abarcarla en un sistema comprensible y dar a la vida un «sentido» objetivo y dogmático como usted espera de mí. Entre los cultos que se ha formulado la humanidad, dedico mi suprema veneración a los de los antiguos chinos y al de la Iglesia católica. También en estos credos, el individuo destinado a desarrollar una personalidad encuentra más que sosiego, porque su «sentido» no es precisamente el sosiego, su «sentido» es deber procurarse mucha inquietud.

 

  A un redactor suizo

  17 de enero de 1935

  Lamentablemente, estos días cometió en su diario un desliz: una impertinente ofensa a la «editorial judía». S. Fischer, de Berlín, al imputarle la omisión en el libro de Annette Kolb de una nota a pie de página

Por diversos motivos, pero principalmente por acuerdo colectivo, debo tomar partido y desmentir al imprudente ofensor de la editorial Fischer. Su error es garrafal. También debería saber que la editorial Fischer, junto con su Gaceta el «Neuen Rundschau», constituye hoy en Alemania uno de los pocos lugares en los que la razón y la cultura humana tienen un refugio en medio del caos. Desde hace dos años la parte principal de mi trabajo consiste entre otras cosas en anunciar, en mis informes bibliográficos en el «Rundschau», precisamente esos libros que ni uno solo de los diarios del Reich se atreve a reseñar con la misma franqueza: libros de judíos, católicos y protestantes cuyas ideas y espíritu se oponen al sistema imperante y cuyo empeño consiste en salvaguardar la buena tradición y la honradez intelectual.

  A mi juicio no debería sabotear nuestros honrados esfuerzos que a menudo no están exentos de riesgos, a través de tan insensatos cargos, sino mostrarse complacido. Por ejemplo, el «Neuen Rundschau» es, entre las publicaciones alemanas similares de las que fui colaborador en otro tiempo, la única que hoy se atreve a imprimir mis artículos sobre judíos, católicos, etcétera, en tanto opongan resistencia intelectual al régimen de fuerza. Todas las demás han fallado. Y la vieja editorial «no judía» Reclam, de Leipzig, me ha sugerido, hace poco, reelaborar todo el contenido de mi librito sobre literatura universal, publicado bajo su sello, para una nueva edición y omitir a casi todos los judíos. Por supuesto, rechacé tal sugerencia.

  Repito: usted no debe publicar ninguno de estos hechos pues nos aniquilaría a nosotros y a nuestro trabajo. Esto es precisamente lo vil del reproche hecho en su gaceta, que el injuriado no tiene la posibilidad de poner las cosas en su sitio, porque es observado y se encuentra bajo amenaza en un país de terror. Usted no debe propagar nada de cuanto le informo, pero sí corregir la manifiesta ignorancia de la redacción y algún colaborador precipitado, para evitar que vuelva a repetirse semejante caso

Ahora a los hechos: la editorial Fischer ha tenido el coraje nada insignificante de imprimir en el libro de Annette Kolb la mencionada nota a pie de página (acerca de los judíos). Nueve décimos de la totalidad de los editores alemanes no lo habría hecho. Luego (no en la segunda, sino en la quinta edición) se llamó la atención de una fiscalía alemana, acerca de la nota (notoriamente, resultado de una denuncia). Ahora la editorial ha sido colocada ante la alternativa de dejar confiscar y prohibir todo el libro o eliminar la nota. Estaría absolutamente en su derecho si tachara la nota sin más ni más. Pero aún no lo ha hecho. En cambio, el director de la editorial viajó en persona a París para entrevistar a Annette Kolb, le expuso los hechos y obtuvo su autorización para tachar esa nota, ya que la misma autora prefirió sacrificarla a perder todo el libro. La editorial no pudo obrar con más corrección y honestidad.

  ¿Opina su colaborador que por el mero hecho en sí la editorial debería haber abandonado al libro y al autor, dejado que lo prohibieran y quizá exponerse a ir personalmente a un campo de concentración? Desde el extranjero es fácil y cómodo formular semejantes exigencias quijotescas.

  Supongo que apreciará recibir estas aclaraciones. En medio de mi exceso de labor, me he hecho lugar para mandarle esta información, no porque Fischer sea también mi editor, sino porque evidentemente tiene poca noción de las condiciones del trabajo intelectual y cultural en la Alemania actual. Yo mismo estoy en medio de ese trabajo cuya meta es apoyar por encima de lo peor y en medio del terror un pensamiento puro en una minoría y si es posible transmitirlo a otra época y ponerlo a salvo en ella. La editorial judía Fischer, puesta en ridículo por su nombre y que está pasando por momentos difíciles, ha demostrado en esta labor ser un colega leal y decente. Por esta razón le escribo.

  Le dirijo estas líneas, querido colega, porque ignoro quién es el responsable del aludido desliz. No espero respuesta, sólo que tome conocimiento de mis declaraciones

A una lectora de Stuttgart

  23 de febrero de 1935

  Estimada señorita:

  Solamente puedo darle una breve respuesta, pero deseo intentarlo. Durante toda mi vida he buscado la religión que me conviniera, pues aun cuando crecí en el seno de una familia de genuina piedad, no pude adoptar el dios y la fe que allí me ofrecieron. En algunos jóvenes esto sucede con resultados más livianos o más graves según sea el grado de personalidad para el cual están destinados o facultados. Mi camino fue buscar primeramente en una forma muy individual, es decir, ante todo buscarme a mí mismo y desarrollar en la medida que me había sido dada mi personalidad. A esta fase corresponde lo relatado en Demian. Más tarde, sentí durante algunos años particular atracción por las concepciones hindúes de la divinidad; luego conocí poco a poco los clásicos chinos y mi juventud había quedado muy atrás cuando paulatinamente comencé a familiarizarme de nuevo con la fe en la cual fui educado. Jugó en aquel momento un papel el cristianismo católico clásico, pero me sentí impulsado a retornar al conocimiento de las formas protestantes del cristianismo. La literatura judía también me proporcionó algo bueno y favorable, sobre todo los libros jasídicos y las nuevas obras judías, como

por ejemplo El reino de Dios de Buber. Nunca pertenecí a una comunidad, a una iglesia o a una secta, pero aún hoy me considero casi un cristiano. Mi poema «Credo» es una confesión en la que traté de exponer con la mayor precisión posible los fundamentos de mi fe actual. Lo escribí a fines de 1933 y sirve de broche al tomito de poesías publicado por la Biblioteca Insel.

  Respecto a su pregunta sobre Knulp deseo expresarle lo siguiente: a diferencia de ciertos programas de moda, no considero deber del escritor imponer a sus lectores normas para sus vidas y para la humanidad, ni mostrarse omnisciente ni ponerse como ejemplo. El escritor expone lo que le atrae y las figuras como Knulp tienen para mí gran atracción. No son «útiles», pero causan poco daño, mucho menos daño que algunos individuos útiles que no es de mi incumbencia juzgarlos.

  Antes bien, creo que cuando un individuo de talento y alma sensible como Knulp no encuentra ningún lugar en su medio, ese medio es tan culpable como el propio Knulp, y si hay algo que quisiera aconsejar al lector, es esto: amar a los hombres, aun a los débiles y a los inútiles, pero no juzgarlos.

  Quizás estos conceptos le sirvan para empezar, no tengo más que decirle.

 

  Al vicario D. Z., Pehrbellin

  3 de marzo de 1935


… En diciembre de 1933 intenté bosquejar para mí mismo en ese poema «Credo» los fundamentos de mi fe con la mayor precisión posible. Evidentemente, usted interpretó al poema en forma menos literal de lo que yo supuse. Por lo menos, en el poema el espíritu está expresamente definido como «paternal», mientras usted leyó «maternal».

  Intuye correctamente que el poema se basa en una transformación, a saber la de un incipiente «conocimiento» de mi origen, que es cristiano. Pero la necesidad de una formulación nació de la actual controversia en torno de la manera de ver «biocéntrica» o «logocéntrica» y yo quise pronunciarme claramente por la logocéntrica.

  Ahora bien, usted ve en mi intento un peligro y una invasión del no cristiano a un terreno y a una terminología que considera privativos de la teología y de la «Iglesia», dentro de las cuales, según su carta, sólo es posible la cristiandad. Ahora bien, mucho antes de la fe cristiana hubo cultos del espíritu y los hubo también paralelos al culto cristiano y la «iglesia» de la cual habla, me hizo falta cuando era aún un niño, y todavía hoy está menos presente que entonces. Nuestras opiniones disienten en cuanto a la existencia de «Iglesia» fuera de la católica. Yo no logro ver esa iglesia, y nunca la he encontrado, en tanto sí encontré numerosas formas de fe y de cristiandad en el ámbito de las incontables iglesias del país, comunidades.

  Cuando llegue el momento en que no pueda vivir sin una iglesia me confiaré a la única que reconozco y venero como tal: la romana. Por ahora, todo esto me parece muy improbable, a pesar de mi paulatino retomo a la atmósfera cristiana de mi juventud. Asimismo, soy por completo protestante al sentir en el fondo tal conversión como una flaqueza, a pesar de todos los atractivos que pueda tener.

  Hasta ahora ignoraba que hubiera una iglesia protestante y una teología autoritaria común a las confesiones protestantes. Desde niño he conocido reformistas, calvinistas y luteranos. La iglesia de Württemberg en la que

fui confirmado, era una cruza entre luterana y reformista. Además, he tenido contacto tanto espiritual como personal con los círculos de los pietistas y los hermanos moravos. En ninguna de estas sectas oí hablar seriamente de una iglesia que se arrogara o cumpliera la pretensión de asilar y dar un dogma a todo el protestantismo. Por supuesto, esta iglesia existía como ideal e ilusión, así como existe en la vieja historia de herejes de Arnold. Pero nunca encontré esta iglesia y esta teología materializadas y dotadas de autoridad de las que habla usted como de una realidad.

  Debo cuidarme de no terminar de elaborar prematuramente la confesión de mi poema, sino perseverar en mi camino que tal vez me haga un cristiano completo. No he leído mucho de teología y sí más escritos católicos que protestantes. Para mí Oetinger se cuenta entre las personalidades más dignas y cautivantes de la fe protestante. Pero su teología tampoco tiene autoridad.

  Por hoy basta. Me están llamando. Sólo pude cumplir sus deseos a medias. Haga usted valer la buena voluntad.

 

  A la institución alemana que exigió a Hermann Hesse la prueba de su condición de ario

  15 de marzo de 1935

Muy señores míos:

  Me han enviado ustedes una «declaración de ario» invitándome a suscribirla. Presumiblemente, debió tratarse sólo de un error pues yo soy suizo, también soy miembro de la Asociación Suiza de Escritores y hemos obtenido de vuestras autoridades las seguridades de cooperación, sin ser molestados, así como nosotros mantenemos abiertos nuestros periódicos y nuestros escenarios a los colegas del Reich.

  Por cierto, he podido comprobar que vuestras entidades oficiales no mantienen muchas de sus promesas y convenios. Por ejemplo, vuestro gobierno suscribió con Suiza un acuerdo sobre doble tributación y según este convenio nuestros honorarios deberían estar exentos de gravámenes en Alemania, ya que los abonamos en Suiza. No obstante, contrariando todo derecho se nos descuenta automáticamente el diez por ciento de impuesto exterior en las liquidaciones de radioemisiones.

  Lo hemos aceptado, pero de ninguna manera lo aprobamos. Todos los días los representantes del arte y de la literatura de Alemania son huéspedes a quienes se tributa en Suiza una cordial acogida y a nosotros, los suizos, Berlín nos ha asegurado expresamente, en una declaración a la Asociación de Escritores, derechos recíprocos. Nosotros no exigimos de los colegas alemanes que valoramos certificados de origen ario u otros cualesquiera y esperamos se nos brinde derecho recíproco. Por esta razón no firmaré la declaración, no porque no sea ario, sino porque esta exigencia contradice nuestro sentir y nuestra conciencia de suizos

A Stefan Zweig

  Que emigró a Inglaterra en 1935.

  18 de abril de 1935

  Querido señor Stefan Zweig:

  Ayer recibí su nuevo libro con su amable dedicatoria. Se lo agradezco lleno de gozo. Pronto mi esposa que también se siente muy atraída por él me lo leerá.

  Si hojea alguna vez el «Neue Rundschau», cada dos meses encontrará en sus páginas mis informes bibliográficos, que de momento son casi mis únicas publicaciones. En el próximo número de mayo, podrá leer una reseña sobre C. Schrempf, quien me ha tenido ocupado desde hace unos seis años. Este hombre, próximo a cumplir setenta y cinco años de edad y que acaba de sepultar a su esposa, vino a verme en ocasión de un viaje, permaneció algunos días en Montagnola, y a pesar de mi pésimo estado de salud tuvimos varias charlas largas y provechosas. Este maravilloso y amado anciano, de quien me separan ciertas diferencias (por ejemplo, es completamente ajeno al sentir artístico) se me ha hecho más caro aún después de esta visita. Hasta esta ocasión no le había conocido personalmente. Según yo lo veo, tiene dos orígenes. Por un lado desciende directa y claramente del pietismo de Alemania meridional, de una especie de pietismo no entusiasta, más bien sobrio y observador celoso de las costumbres, y aun cuando se liberó bastante temprano no sólo del pietismo, sino también del cristianismo y toda religión dogmática, sigue llevando su cuño en forma sobria, insobornable y proba. Pero su segundo origen y su patria espiritual están en Sócrates, que es para él como un padre y como un her

mano (es autor del libro más original y estimulante sobre el filósofo). Y en la línea que va de Sócrates a Schrempf también se encuentra Lessing, a quien conoce muy bien y de quien tomó poderosos estímulos, en particular a través de Ernst y Falk y La educación del género humano.

  Este modesto y anciano sabio vino a verme precisamente en un momento en que me encontraba en un estado físico bastante precario y anímicamente agotado, y aun cuando me sentía achacoso y cansado junto a este septuagenario, el contacto con él me hizo muy bien. Hoy viajo a Zúrich, en parte para escuchar una vez más la Misa en si menor, en parte para discutir a fondo con mi editor su posición y la mía, lamentablemente una perspectiva nada agradable. En consecuencia, esta tarde volveré a pasar por Rüschlikon y las colinas en las que vivió cierto tiempo. En aquel entonces también escuché una ejecución de la Misa en si menor en medio de la guerra y el dona nobis pacem llegaba tanto al corazón que resultaba casi insoportable.

  Addio, me he excedido en la charla. Tenga la bondad de perdonarme.

  Cordialmente suyo.

 

  Al señor E. K., Andelfingen

  7 de mayo de 1935

Estimado señor K.:

  Le explicaré cómo procedo con las resenciones de libros: durante todo el año informo sobre lo que leo, pero sólo sobre libros que en algún sentido tienen vigencia y algo de ejemplares, a los que considero el resultado y fruto de nuestra época y acerca de los cuales confío que subsistirán hasta mañana o pasado mañana. Le envío adjunto uno de estos artículos bibliográficos. Verá por él que mis preferencias no se inclinan hacia los poemas y en particular no a los de los jóvenes. Soy un hombre viejo y me gusta la juventud, pero mentiría si dijera que despierta en mí un profundo interés. Para la gente vieja, sobre todo en tiempos de pruebas tan difíciles como el presente, sólo hay un único problema interesante: el problema del espíritu, de la fe, de la clase de significado y piedad probados, capaces de hacer frente al sufrimiento y a la muerte. Hacer frente al sufrimiento y a la muerte es el cometido de la vejez. El entusiasmo, el vibrar con los demás, el dejarse ganar por la excitación es el estado de ánimo de la juventud.

  La vejez y la juventud pueden ser amigas, pero hablan idiomas diferentes.

  Por lo tanto, no deseo reseñar su libro. Alguna vez, en muy raras ocasiones, he hecho excepciones y por mera cortesía o por compañerismo he reseñado un libro, pero luego jamás tuve la impresión de haber obrado correctamente y que los resultados fuesen útiles. En la actualidad, y hasta que me lo prohíban, publico en Alemania resenciones de libros que nadie osa comentar, libros de judíos, libros de católicos, libros de quienes profesan alguna fe que se opone a la que allí impera. Pero no lo comente con sus camaradas. Estas cosas deben suceder en silencio.

  Dedicaré a sus poemas más atención. Padezco de la vista y cada día debo leer y escribir más de lo que puedo y me está permitido. En principio, he leído en su libro algunas cosas y lo que me ha complacido de ellas no es el acento de la juventud (éste siempre tiene para la vejez algo que toca su sensibilidad), sino más bien una espe

cie de piedad. Considero a la piedad la mejor virtud que podemos tener, más valiosa que todos los talentos y yo entiendo por piedad no cultivar sentimientos solemnes en un alma individual, sino por encima de todo la piedad, el respeto del individuo por el Universo todo, por la naturaleza, por el prójimo, el sentimiento de saberse involucrado y copartícipe de la responsabilidad.

  Ya basta, he charlado demasiado. Le doy las gracias y le envío mis saludos.

 

  Al profesor J. W. Hauer, Tubinga

  16 de mayo de 1935

  Estimado señor Hauer:

  Su saludo y su envío me han complacido. Gustosamente me iré familiarizando poco a poco, si bien llevará tiempo pues siempre tengo exceso de trabajo. Hoy me limitaré a decir unas palabras en general acerca de la posición de Suiza y del extranjero respecto a su problema. Usted no es uno de esos profesores mediocres, cuya opinión es que el mundo debería compartir su punto de vista y se extrañan cuando el «extranjero» piensa de manera diferente de los estudiosos que reciben una paga por determinada orientación ideológica. En la actualida


d, y seguramente por largo tiempo aún, todo lo ideológico que de algún modo parece correr paralelo a los poderes imperantes, es puesto en el extranjero bajo alerta. Por ejemplo, el lector de periódicos no establece diferencia alguna entre usted y los cristianos alemanes. Ve en ustedes representantes de una cosmovisión que ha llegado al poder, cuyas manifestaciones se traducen entre otras cosas en la persecución de cristianos y judíos, y dado que el extranjero no es un observador platónico de la situación alemana, sino está con Alemania en diario y práctico intercambio y comunicación, dado que por ejemplo en Suiza desde fines de la inflación una cantidad de gente confirmó su fe en el resurgimiento alemán mediante la suscripción de los empréstitos germanos y éstos han probado ser hoy una especie de fraude, en resumen por este y otros motivos, el extranjero se inclina a vislumbrar en toda nueva ideología alemana que surge un intento de glorificación de estos nuevos métodos y del poder brutal.

  Personalmente, pocas veces he leído comentarios sobre usted en la prensa suiza. En una ocasión se informaba sobre un sustituto de los diez mandamientos de la Biblia, supuestamente formulado por usted. La mayoría de los mandamientos estaban formulados de manera parecida a los de la Biblia pero con más venialidad y se había omitido el que dice «No matarás». Ignoro hasta qué punto hubo tergiversación y una interpretación equivocada, pero para la pluralidad de los lectores del periódico el efecto fue el de considerarlo como robustecimiento de todas las ideologías cuyo propósito no es sino la justificación de la violencia.

  En tanto existan estas tensiones entre el Reich y el mundo, naturalmente no puede esperar que el público contemple su movimiento de otra manera, ya corra usted paralelo a esa glorificación de la violencia o tenga resonancias similares. En el extranjero tenemos intereses y premisas muy distintas de las suyas. Y en general, la simpatía del extranjero por el cristianismo, hasta hace poco casi olvidada, se basa de preferencia en el hecho de que la mayoría tributa más sus simpatías al perseguido que al perseguidor, y en el hecho de percibir en la Biblia


y en el cristianismo una moral, tal vez apropiada para limitar los desenfrenados apetitos de poder. Hoy y por mucho tiempo ésta será la postura del extranjero respecto a la cuestión. De ahí, el nuevo interés que ha despertado por el cristianismo y la Iglesia y las muchas simpatías por Roma.

  El extranjero no se pregunta si su movimiento corresponde a la Alemania actual y puede ser de valor. El extranjero se pregunta: ¿Puede servir este movimiento para glorificar y apoyar la omnipotencia estatal, o no?

  Por hoy es suficiente. Sólo quería tratar de hacer alusión a un par de líneas. Ocurre como con la Reforma: se cree estar filosofando y tan sólo se preparan guerras de treinta años.

 

  Al señor J F., Colonia

  22 de mayo de 1935

  … Su carta me hace entrever que en los últimos tiempos el amigo Hein ha echado sombras sobre su camino y que está usted quebrantado física y moralmente. Le acompaño en buena amistad. En general, desconfío de lo heroico y también de la estoicidad y así, en mi propia vida salvo raras excepciones (una fue la muerte de mi madre, que en aquel entonces me resistí a admitir durante largo tiempo), mi postura ha sido considerar como e


camino más corto para transitar por este mundo de dolor, aquel que pasa por el medio del dolor, es decir me entregué a él y a los poderes superiores y dejé librado a ellos lo que me aconteciera.

  Envejecer de una manera humanamente digna y conservar siempre la postura y la sabiduría propia de nuestra edad es un difícil arte. La mayoría de las veces nos adelantamos o nos quedamos atrás con el alma respecto al cuerpo y para corregir tales diferencias son menester esas conmociones de la íntima sensación de vida, ese temblor e inquietud que percibimos en las raíces cuando llegamos al límite de una etapa de la vida o somos víctima de las enfermedades. Yo creo que frente a estas circunstancias debemos mostrarnos humildes y sentimos pequeños y al igual que los niños buscar mediante el llanto y la debilidad el equilibrio roto por un revés de la vida…

  … Le deseo todo el bien y el consuelo que un hombre puede experimentar en una hora amarga.

 

  Al doctor J. L., Zúrich

  19 de junio de 1935

  Querido amigo

Agradezco tu carta. Comparto… el hastío que te causa tu actual existencia…

  … La vida librada a la incertidumbre de la gran maquinaria maligna del Estado tampoco me resulta provechosa a mí y me proporciona gran preocupación y estrechez. Por ejemplo, dada la actual constelación, toda mi existencia literaria y económica está flotando en el aire y cualquier día puede concluir. Pero no conozco para ti ni para mí otro recurso en la miseria que el de entregarnos con más ahínco que nunca a nuestras tareas y juegos espirituales y perseguir con tenacidad el sueño de nuestras almas, aun cuando todo desaparezca mañana con nosotros.

  El pensamiento en la muerte ofrece cierto consuelo. Creo que a medida que decrece nuestra vitalidad, también decrece en el fondo nuestro temor por la vida. Cuanto más cierta y cercana sabemos a la muerte, menos necesitamos llamarla. De cualquier manera nos espera junto con aquellos que nos precedieron…

  … Voy muy lento con El juego de abalorios, diría como con cuentagotas. Pero aun cuando escribo pocas líneas de vez en cuando, tengo puestos en la obra todos mis pensamientos y a veces, cuando estoy arrodillado en el jardín arrancando maleza, estoy con sus personajes y actúo con ellos.

  Recibe mis cordiales saludos.

  Tuyo affmo.

 

  A Thomas Mann, Küsnacht-Zúri

Querido señor Thomas Mann:

  Con motivo de su cumpleaños, recibirá usted suficientes cartas, de modo que sólo le haré un guiño amistoso y le diré qué pienso de usted.

  Mi abuelo ha llegado a los noventa y cinco años y hubiera sido de lamentar todo año que nos hubiera faltado. También en usted me parece muy apropiado haber llegado a una edad patriarcal, pero bajo astros más amables que los que brillan en estos momentos.

  De todos modos, tenemos paz aún y si imagináramos el aspecto del mundo y de nuestra vida si mañana hubiera guerra, nos daríamos por bien servidos con una paz humillada y marchita como la que hoy tenemos.

  Mi esposa y yo le deseamos y nos deseamos que por encima de las vicisitudes de este año siga tejiendo su vida y su preciosa tela y continúe prodigándonos su amistad.

  Cordiales saludos también para su esposa.

  Suyos H. Hesse y Ninon Hesse

 

  Al señor H. M., Coblenz


… Le sucede a usted lo que a todos: al leer mis libros y todos los libros extrae aquello que responde a su disposición anímica y a su grado vivencial, tal como una planta absorbe de la tierra lo que necesita para su desarrollo. Y como es usted joven y está en plena evolución, se encuentra a menudo envuelto en dudas y presumiblemente es tierno y apasionado, lee en los libros ante todo la confirmación de sus aflicciones y de sus dudas.

  Mis libros dan sobrada ocasión para ello. Yo he recorrido el camino dudoso de la confesión. Con excepción de Viaje al Oriente he dado en la mayoría de mis libros casi más testimonio de mis flaquezas y dificultades que de la fe que me ha robustecido y hecho posible la vida a pesar de las flaquezas.

  Si pudiera emanciparse de usted mismo por una hora, vería de pronto que El lobo estepario, por ejemplo, de manera alguna trata sólo de Haller, sino también de Mozart y los inmortales y descubriría a pesar de todo en mis narraciones anteriores, en Knulp, en Siddharta, una fe, si bien no formulada en forma dogmática. No fue sino en Viaje al Oriente donde traté de hacerlo por primera vez en forma poética y de una manera directa en el poema que se encuentra al final del tomito publicado por la Editorial Insel. Pronto hará cuatro años que medito un plan tendiente a conducir más lejos y aclarar más la confesión.

  Naturalmente, en el fondo considero innecesario formular de nuevo una y otra vez y en forma subjetiva el núcleo de toda fe auténtica. Lo que el hombre es y podría ser, la manera en que podría dar sentido a su vida y santificarla, lo han anunciado todas las religiones. Se lo encuentra en Confucio como también en su antípoda aparente, Lao Tsé; está en la Biblia y en los Upanishad. Allí está todo aquello en lo que el hombre puede creer y a lo cual se puede aferrar.


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