Capítulo 2
La astronomía y la física 399
A. La astronomía. B. La mecánica y la relatividad. C. La
termodinámica. D. Teoría cinética de los gases. E. Electricidad y radiaciones. F. La radiactividad, los modelos atómicos y los quanta.
índice de capítulos XXI
Capítulo 5
La química 404
A. Teoría atómica de la materia. B. Dinámica de la combinación química. C. Edificación de la química orgánica. D. Creación de la química física. E. Sistemática del
análisis químico.
Capítulo 4
La biología 404
A. Botánica. B. Anatomía comparada. C. El evolucionismo
biológico. D. La genética. E. Otros temas biológicos.
Capítulo 5
Aplicaciones técnicas y situación social de la ciencia . . . 414
A. Saber físico e industria. B. Situación social del saber.
Sección II
Conocimiento científico del hombre 418
Capítulo 1
La anatomía descriptiva 419
A. Hallazgos anatómicos. B. Métodos anatómicos nuevos.
C. La «anatomía general». D. Anatomía evolucionista.
Capítulo 2
La estequiología 426
A. La teoría celular: Schieiden, Schwann, Virchow, Cajal.
B. La histología celular.
Capítulo 3
La antropogenia 433
A. Evolución y antropogénesis. B. Embriología evolucionista.
C. La genética.
Capítulo 4
La fisiología . . . 438
A. El conocimiento fisiológico y sus métodos: el experimento. Cuadro de la fisiología euroamericana. B. Fisiología general y fisiología especial. C. Psicología, antropología, sociología.
Sección III
Conocimiento científico de la enfermedad 464
XXII índice de capítulos
Capítulo 1
La mentalidad anatomoclínica y la anatomía patológica . . 465
A. Medicina francesa. Medicina del Reino Unido. Medicina
austriaca. Β. La obra de la mentalidad anatomoclínica. C. La
anatomía patológica. D. El pensamiento anatomoclínico.
Capítulo 2
La mentalidad fisiopatológica y la patología experimental . . 476
A. Patología de la Naturphilosophie. Β. La obra de la mentalidad fisiopatológica. C. La fisiopatología experimental.
D. El pensamiento fisiopatológico.
Capítulo 3
La mentalidad etiopatológica. La microbiología y la inmunología médicas 482
A. Pasteur, Koch, Klebs. Β. La microbiología y su obra. El
pensamiento etiopatológico.
Capítulo 4
Geografía cultural de la medicina interna 490
A. Medicina francesa. B. Medicina alemana. C. Medicina del
Reino Unido. D. Italia, Estados Unidos de América, España y otros países. E. La aportación de los cirujanos.
Capítulo 5
Fin de etapa 500
A. Polémicas doctrinales, eclecticismos varios, conatos de
superación. B. Las especialidades médicas.
Sección IV
La praxis médica 510
Capítulo 1
La realidad del enfermar 510
A. La morbilidad histórico-socialmente condicionada. B. Las
enfermedades habituales. C. Enfermedades epidémicas.
Capítulo 2
El diagnóstico 513
A. El diagnóstico anatomoclínico. B. El diagnóstico fisiopatológico. C. El diagnóstico etiopatológico. D. Criterios eclécticos.
Capítulo 3
El tratamiento y la prevención de la enfermedad . . . . 519
Indice de capítulos XXIII
Artículo 1. Farmacoterapia 519
A. Farmacología experimental. Β. Medicamentos nuevos.
C. Quimioterapia y terapéutica experimental. D. Normalización de las pautas terapéuticas.
Artículo 2. Cirugía 523
A. Cirugía general: técnicas y metas. B. Los logros de la
cirugía. C. Especialidades quirúrgicas. D. Geografía cultural
del progreso quirúrgico.
Artículo 3. Dietética, fisioterapia, psicoterapia y profilaxis . 534
A. Dietética terapéutica. B. Fisioterapia. C. Psicoterapia científica. D. Profilaxis.
Capítulo 4
Medicina y sociedad 537
A. Actitud ante la enfermedad. B. La formación del médico. C. Situación social del médico. D. Asistencia al enfermo. E. Actividades médicas política y socialmente condicionadas. F. Etica médica.
Sexta parte
LA MEDICINA ACTUAL: PODERÍO Y PERPLEJIDAD
(DESDE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL)
Introducción 547
A. Novedades de orden político. B. Novedades de orden
social. C. Novedades de orden socioeconómico. D. Gobierno técnico del mundo. E. El sentido de la vida del hombre.
Sección I
Conocimiento científico y gobierno técnico del cosmos . . . 554
Capítulo 1
El método científico 554
A. Aprehensión científica de la realidad. B. La interpretación científica.
Capítulo 2
De la astrofísica a la microfísica 559
A. La astrofísica. B. La microfísica. C. La química.
XXIV índice de capítulos
Capítulo 3
La biología 564
A. Qué es la vida. B. La evolución biológica.
Capítulo 4
Aplicaciones técnicas y situación social de la ciencia . . . 567
A. La técnica actual. B. Ciencia y sociedad.
Sección II
Conocimiento científico del hombre 572
Capítulo 1
La anatomía descriptiva 573
A. Braus y Benninghoff. B. Forma y función. C. Hacia una
anatomía «humana».
Capítulo 2
La estequiología 577
A. ¿Es la célula el «elemento biológico»? B. La citología
actual. C. Histología.
Capítulo 3
La antropogenia 586
A. Filogenia de la especie humana. B. Embriología.
Capítulo 4
La fisiología 591
A. El rostro actual de la ciencia fisiológica. B. Expresión
bioquímica y biofísica del saber fisiológico. C. La endocrinología fisiológica actual. D. Neurofisiología. E. Otros
campos de la fisiología. F. Hacia una fisiología «humana».
Capítulo 5
Psicología, sociología, antropología 604
A. La psicología actual. B. La sociología. C. Antropología:
física, cultural, médica, filosófica.
Sección III
Conocimiento científico de la enfermedad 610
Capítulo 1
La enfermedad como desorden orgánico 611
A. Visión biológico-molecular de la etiología. B. Biología
molecular del proceso morboso. C. Especialidades médicas.
índice de capítulos XXV
Capítulo 2
La enfermedad como modo de vivir 627
A. Vivir la enfermedad y ver vivir la enfermedad. B. El
enfermo como miembro de un grupo humano: heredopatología, patología constitucional, sociopatología. C. La mentalidad biopatológica: Jackson, von Monakow, Kraus y Goldstein. D. De la mera subjetualidad a la subjetividad; la patología personal y la mentalidad antropopatológica. De
Freud a la patología psicosomática. E. Poderío y perplejidad en la patología actual.
Sección IV
La praxis médica 643
Capítulo 1
La realidad del enfermar 643
A. Enfermedades infecciosas. B. Enfermedades de causa social. C. Enfermedades neoplásicas y metabólicas.
Capítulo 2
El diagnóstico 645
A. El diagnóstico de la enfermedad en tanto que desorden
orgánico. B. El diagnóstico de la enfermedad en tanto que
modo de vivir. C. Necesidad actual de una teoría del diagnóstico.
Capítulo 3
El tratamiento y la prevención de la enfermedad ... . 649
A. Farmacoterapia. B. Fisioterapia y dietética. C. La cirugía. D. La psicoterapia. E. Teoría del tratamiento médico.
F. Prevención de la enfermedad.
Capítulo 4
Medicina y sociedad 662
A. Actitud ante la enfermedad. B. La formación del médico. C. Situación social del médico. D. La asistencia médica. E. Actividades médicas política y socialmente condicionadas. F. Etica médica.
Epílogo 678
A. Estructura de la historia de la medicina: sus momentos
transeúnte, progrediente e invariante. B. El sentido del saber
histórico-médico.
INTRODUCCIÓN
No puedo discutir aquí si la empresa de entender científicamente la historia del hombre debe tener su modelo en el diálogo
(la visión del proceso histórico de la vida como una sucesión
dialéctica de proposiciones y respuestas, sea hegeliano o marxiano el modo de concebirla) o en el desarrollo (interpretado como
un despliegue paulatino de lo que implícitamente ya existía o
como el curso de una evolución embriológica o filogenética).
Debo limitarme a confesar mi personal adhesión a varias ideas
rectoras, de carácter a un tiempo historiológíco e historiográfico.
Helas aquí:
1.a
En su realidad, la historia es el curso temporal y tradente de las acciones del género humano; curso en el cual los
hombres van creando u olvidando posibilidades —intelectuales,
técnicas, políticas, artísticas, etc.— para hacer su vida, y por
tanto incrementando o empobreciendo su capacidad para vivir
como tales hombres (Zubiri).
2.a
Esa neoproducción de posibilidades de vida es en definitiva el resultado de una serie de actos de libertad creadora;
pero, en su realidad concreta, tal creación se halla más o menos
condicionada por las siguientes instancias: a) la índole étnicocultural del pueblo en que surge; b) el sistema de creencias y de
intereses propio de la situación histórico-social a que sus creadores pertenecen; c) el sistema social (T. Parsons, R. K. Merton)
y, dentro de él, la estructura socioeconómica —distribución
social de los bienes, índole y nivel de los modos de la producción y del trabajo (Marx)— correspondiente a dicha situación.
La creación histórica, en suma, arranca de una «experiencia»,
posee un «contenido», cobra existencia en una determinada «situación» y dentro de un «horizonte», descansa sobre un «fundamento» y ofrece un haz más o menos amplio de «posibilidades»
(Zubiri). Pues bien: la concreta experiencia, el contenido concreto y las concretas posibilidades de lo que el hombre históricamente crea, dependen siempre, en una» u otra ferma, de la
situación, el horizonte y el fundamento en que se inscribe y
sobre que se apoya esa acción creadora.
xxvn
XXVm Introducción
3.a
Creada por un hombre o un grupo de hombres en el
seno de una determinada situación histórica y social, la nueva
posibilidad de vida es luego recibida y aceptada en círculos
humanos más o menos amplios, con facilidades o dificultades
mayores o menores y según mecanismos diversos, más o menos
susceptibles de descripción tipificadora.
4.a
En el cumplimiento de su oficio, el historiador de la
Medicina deberá atenerse a las siguientes reglas: a) procurará
que ese relato sea, como dice Ortega, «un entusiasta ensayo de
resurrección»; b) tratará de que sus descripciones dejen ver la
estructura y el dinamismo de la realidad histórica apuntados en
los tres apartados precedentes; c) ordenará su exposición de
modo que ésta muestre la sucesión real de los «paradigmas» que
han regido la historia del saber médico; entendiendo por «paradigma», con Th. S. Kuhn, el modelo o patrón intelectual y metódico que regula toda una etapa en el desarrollo de una ciencia
determinada, y respecto del cual todo lo que durante esa etapa
se hace en esa ciencia parece ser «obligado» y «normal»; d)
hará ver, en fin, cómo la sucesión real de los pasados modos de
vivir —en este caso: la medicina pretérita— es un tácito «sistema» para la constitución y la intelección del modo de vivir
—en este caso: la medicina actual— desde el cual él entiende
y describe tal pasado (Ortega).
La historia de la Medicina es, pues, tanto la serie de las
actividades personales, colectivas e institucionales en cuya virtud
el hombre ha ido realizando, conforme a determinados paradigmas científicos y dentro de situaciones histórico-sociales diferentes, sus sucesivas capacidades para entender, curar y prevenir
la enfermedad, más ampliamente, para promover la salud, como,
por otra parte, el relato sistemático de esa constante obra creadora y operativa. Ahora bien: en lo relativo a la Medicina,
¿cuándo ha comenzado la creación de novedades cuyo conocimiento sea interesante para el médico actual?; y, sobre todo,
¿qué utilidad puede brindar al médico el hecho de conocerlas?
La respuesta del positivismo a la primera de estas dos interrogaciones dice así: «Para el hombre de ciencia, e incluso para
todo hombre reflexivo, el pasado sólo comienza a poseer interés
verdadero, deja de ser, por tanto, mera curiosidad erudita, cuando
la mente humana ha aprendido a atenerse exclusivamente a los
hechos positivos —observación directa, cómputo matemático,
medida instrumental o análisis experimental del mundo en torno— y a las relaciones científicas que entre ellos puedan establecerse. Con anterioridad a tal modo de proceder, esto es,
durante todos los siglos que anteceden a la época de cultura
europea que solemos llamar Renacimiento, los hombres, salvo
Introducción XXIX
contadas excepciones, habrían conocido el mundo y hecho su
vida orientados por concepciones puramente míticas o vacuamente especulativas acerca de la realidad». No es ciertamente
pequeña la importancia de la mentalidad positivista en la cultura
hoy vigente, muy especialmente entre los cultivadores de la ciencia experimental y los médicos; pero frente a tan abusiva pretensión de exclusividad es necesario decir tres cosas: que los
más recientes analistas de la concepción mítica del mundo
—Jung, Kerényi, Bachelard, Mircea Eliade— han sabido extraer
de los mitos nociones muy valiosas para entender con plenitud
la condición humana; que para integrarse eficazmente en la
inteligencia y en la vida del hombre, todo saber científico positivo debe apoyarse en una filosofía emergente de él y a él trascendente; y ya en lo tocante a nuestro particular problema, la
historia de la Medicina, que la intelección y la práctica de
la actividad sanadora, cualesquiera que sean la época y el modo
de ésta, ofrecen motivos nada desdeñables para componer una
visión del quehacer del médico rigurosamente científica y actual.
Muy sumariamente, desde luego, así nos lo hará ver el contenido
de este libro.
Vale esto tanto como afirmar que el conocimiento de la
historia de la Medicina puede ser realmente útil para la formación intelectual del médico, si en la práctica de su profesión no
quiere éste limitarse a un ejercicio puramente rutinario; útil e
incluso básico, en el sentido con que tal adjetivo se emplea cuando designa las disciplinas científicas o teoréticas sobre que se
apoya el saber práctico del sanador. Cinco son los momentos
que integran esta básica o fundamental condición formativa de
nuestra historia. Adecuadamente aprendida, la historia de la
Medicina, en efecto, ofrece al médico:
1.° Un camino hacia la integridad de su saber. Por rico
que intelectualmente sea, el puro presente de una disciplina no
agota todo lo que en relación con el tema de ésta ha llegado a
saberse, y la vía para alcanzar ese «todo» no es otra que la
historia. Un clínico de 1880 bien informado acerca de la patología entonces vigente sabía, por supuesto, mucho más que Galeno;
pero el recto conocimiento de la medicina galénica le hubiese
mostrado algo que la de su tiempo apenas acertaba a tener en
cuenta: la necesidad de considerar el «temperamento» del paciente —su «constitución», se dirá luego— para entender íntegramente la enfermedad.
2.° Uno de los requisitos para la posesión, en lo concerniente a sus saberes propios, de bien fundada dignidad moral.
El más radical de los títulos de nobleza es para nuestro pueblo
la condición de «bien nacido», el recto conocimiento y el ade-
XXX Introducción
cuado reconocimiento de aquello que se nos ha dado para ser
y tener lo que efectivamente somos y tenemos. Nadie es y nadie
puede ser self-made-man absoluto, y menos quien para ser lo
que es se ve obligado a manejar saberes y técnicas inventados por
otros: la noción de diabetes sacarina, la percusión, la auscultación, la curva de glucemia o la gastrectomía, valgan tales ejemplos, en el caso del médico. Pues bien: el clínico que gana su
vida utilizando conceptos, sustancias y procedimientos operativos creados o puestos en uso con anterioridad a su existencia,
¿podrá aspirar a que como tal médico le llamen «bien nacido»,
si él no conoce los nombres —al menos, los nombres— de los
más importantes autores de esos recursos teóricos y prácticos?
3.° Una poderosa ayuda para el logro de la claridad intelectual que el ejercicio de cualquier técnica tan esencialmente
pide. Ejecutar con alguna perfección un empeño técnico —por
ejemplo, diagnosticar de modo no rutinario una estenosis mitral— es siempre resolver personal y satisfactoriamente un problema intelectual; y la claridad mental que de suyo exige e
irradia el hecho de resolverlo llega a su máximo cuando se
conoce con cierto rigor la historia del problema en cuestión. El
cardiólogo que sepa, siquiera sea sumariamente, lo que en relación con el concepto y el diagnóstico de «estenosis mitral» significan los nombres de Lancisi, Albertini, Sénac, Morgagni, Corvisart, Laennec, Stokes, Duroziez y Potain, es seguro que dominará su saber cardiológico con una claridad intelectual harto
mayor que el ignorante de tales nombres y tal significación.
4.° Una sutil y radical instancia para el ejercicio de la libertad de la mente. La instalación de la inteligencia en las ideas y
las creencias vigentes cuando uno existe puede ser —es con gran
frecuencia— insuficientemente reflexiva, y se muestra, por lo
tanto, demasiado proclive al dogmatismo, que no de otro modo
debe ser llamada la habitual tendencia de los hombres de ciencia a confundir «lo actualmente en vigor» con «lo definitivamente válido». Dogmas científicos han podido ser la perforación
invisible del tabique interventricular, la doctrina del flogisto, la
atribución de sustancialidad al «calórico», el localicismo a ultranza de la patología celular virchowiana, tantas nociones más. Y
frente a tal estrechez del espíritu, nada hay más liberador que
el acto de contemplar cómo el curso de la historia es, desde
luego, el suelo sobre el que arraigan el descubrimiento o la creación de hechos y conceptos de vigencia perdurable, pero también
la atmósfera en que «urgen y se esfuman doctrinas o saberes
que por un momento parecieron desafiar al erosivo tránsito del
tiempo. El «antidogmatismo» que como antídoto contra la tiranía de los sistemas tan oportuna y certeramente propuso a los
Introducción XXXI
médicos Gregorio Marañón, en el saber histórico tiene su principal recurso.
5.° La formación histórica puede conceder, en fin, cierta
opción a la originalidad. Por no pocas razones: a) porque toda
investigación científica seria supone una instalación intelectual
solvente en la situación a que ha llegado el tema a que esa investigación se refiera, y dicha meta no puede ser bien alcanzada
sin conocer con algún detalle la historia entera del tema en
cuestión; b) porque el conocimiento riguroso del pasado —que
debe enseñarnos no sólo «lo que en ese pasado fue», también «lo
que en él pudo ser y no fue»— puede hacernos ver en un nivel
histórico de antaño posibilidades intelectuales o técnicas no convenientemente utilizadas entonces, como la psicoterapia verbal,
valga este ejemplo, durante los años subsiguientes a la redacción de los «Diálogos» de Platón; c) porque la adecuada presentación de una hazaña antigua —piénsese en la actitud mental
del renacentista Vesalio ante el antiguo Galeno, léanse las Reglas y consejos para la investigación científica, de Cajal— puede
suscitar en el alma del lector ambicioso el propósito de emularla
o superarla por sí mismo; d) porque determinados hallazgos y
saberes del pasado pueden haber sido olvidados por la ciencia
ulterior a ellos: la auscultación inmediata del tórax, desconocida
por todos los médicos hasta comienzos del siglo xix, tras haber
sido claramente descrita en uno de los trataditos del Corpus
Hippocraticum; la circulación menor, explícitamente mencionada
en el siglo xm por el médico árabe Ibn-an-Nafís y total y umversalmente desconocida luego, hasta la publicación del texto
famoso de Miguel Serveto en pleno siglo xvi; la considerable
cantidad de hechos, ideas y técnicas, minúsculos, sin duda, pero
no absolutamente desdeñables, que hoy duermen sueño de biblioteca en las revistas científicas europeas y americanas de los
siglos xix y xx.
He compuesto las páginas que subsiguen con esperanza de
que sirvan a la formación del médico y con ilusión de mover
al lector hacia la lectura de textos no tan sumarios como ellas
mismas. Para alcanzar ambas metas hice lo que pude. No lo
suficiente, bien lo sé. Otros harán más.
Primera parte
MEDICINA PRETECNICA
Introducción
Llamo «medicina pretécnica» a la que todavía no es formalmente «técnica», en el sentido que los griegos del siglo ν comenzarán a dar a este adjetivo; dicho de otro modo, a la que
aún no ha adquirido clara conciencia dé que ante la enfermedad
y el tratamiento pueden existir las actitudes que hoy denominamos «mágicas». Tomada la medicina hipocrática en su conjunto,
es cierto que en ella perduran prácticas terapéuticas y disposiciones mentales cuya condición mágica no puede ser negada;
de la más convincente manera lo ha demostrado R. Joly. Pero
si a esa medicina se la juzga por sus documentos más definitorios, Sobre los aires, las aguas y los lugares, Sobre la medicina
antigua, el Pronóstico o Sobre la enfermedad sagrada, libros en
los cuales tan patente es la conciencia de actuar ante el enfermo
a favor de la tekhne y de espaldas a la magia, por fuerza habrá
que concluir que desde Alcmeón de Crotona e Hipócrates de Cos
ya es «técnica» la actividad del médico. Por el contrario: examinados con atención los textos médicos del antiguo Egipto, la
antigua China y la antigua India, alguna de sus porciones nos
hace ver que en el antiguo Egipto, en la antigua China y en la
antigua India hubo sanadores poco o nada afectados por una
mentalidad netamente mágica; pero dos hechos concurrentes,
primero, que en dichos escritos no aparezca la menor repulsa
de esa mentalidad, silencio inconcebible si entre sus autores
hubiese existido una bien acusada conciencia antimágica, y segundo, que mientras tales sistemas médicos se mantuvieron fie.
les a sí mismos nunca faltase la apelación a encantamientos,
conjuros y amuletos en los escritos que de ellos nos dan testimonio, necesariamente llevan a pensar que ninguno de esos tres
países llegó a conocer una medicina a la cual pueda darse el
nombre de «técnica», si uno quiere emplear las palabras con
2
1
2 Historia de la medicina
un mínimo rigor mental. Tal es la razón por la cual va incluida
en esta Primera parte toda la medicina anterior a Alcmeón de
Crotona; por tanto, desde los orígenes de la humanidad hasta la
Grecia que hizo posible el pensamiento del genial médico crotoniata.
Cuatro han sido, desde que el hombre existe sobre el planeta, los
modos de ayudar «médicamente» al enfermo: 1. El espontáneo con
que, valga este ejemplo, la madre protege en su regazo al niño febricitante y dolorido. 2. El empírico; esto es, la apelación a una práctica
sólo porque en casos semejantes ha sido favorable su empleo. 3. El
mágico, cuya peculiaridad será expuesta en páginas ulteriores. 4.
El técnico, en fin, que resulta de la conjunción de dos exigencias básicas, hacer algo sabiendo racionalmente —por tanto, no mítica o
mágicamente— qué se hace y por qué se hace lo que se hace, y referir este doble saber al conocimiento, también racional, de la «naturaleza» de la enfermedad y del remedio. Como veremos, esta fue la
grande y definitiva invención de los médicos griegos, a partir del decisivo cambio de mentalidad que hacia el año 500 a.C. expresa un
famoso texto de Alcmeón de Crotona.
En tres Secciones va a ser expuesta la larguísima y varia andadura de la humanidad, en su camino desde una medicina basada en el empirismo y la magia —aun cuando en ella se hiciese
a veces patente el designio de entender racionalmente los datos
'empíricos— hacia una conducta ante el enfermo ya consciente
y formalmente técnica: I. Paleopatología y medicina primitiva.
II. Medicina de las culturas arcaicas extinguidas. III. Medicina
de las culturas arcaicas pervivientes. Un breve apéndice a esta
última Sección mostrará sumariamente cuál ha sido el legado del
mundo pretécnico a la medicina técnica; por tanto, a la medicina occidental.
Sección I
PALEOPATOLOGIA Y MEDICINA PRIMITIVA
Desde que el hombre existe sobre la superficie de la Tierra
ha padecido enfermedades. Bastaría el hecho de que todos los
animales —más ampliamente, todos los seres vivos— pueden
enfermar y alguna vez enferman, para admitir sin la menor vacilación el aserto precedente; pero los múltiples datos de observación que constituyen el primerísimo de los capítulos de la
historia de la medicina, la paleopatología, otorgan un indiscutible fundamento real a lo que sin ellos no pasaría de ser una
plausible conjetura.
¿Cómo el hombre prehistórico se enfrentó con la realidad de
sus afecciones patológicas? No lo sabemos. Frente a ese insoluble enigma, sólo un recurso nos está ofrecido, extrapolar a la
prehistoria lo que hoy mismo hacen los grupos humanos cuya
vida más se aproxima a la del hombre prehistórico: los que
solemos llamar «pueblos primitivos». A uno y otro tema van a
ser dedicados los dos capítulos subsiguientes.
Capítulo 1
PALEOPATOLOGIA Y MEDICINA PREHISTÓRICA
Más de dos millones de anos pasaron, según los cálculos
más prudentes de la paleontología actual, desde que los primeros seres humanos hollaron nuestro planeta, hasta que, muy
avanzado ya el Paleolítico, comenzó el hombre a dejar testimonios de su vida —pinturas, utensilios, etc.— que permiten re3
4 Historia de la medicina
construir con alguna verosimilitud y algún detalle lo que esa
vida fue. De su existencia durante tan dilatado lapso temporal,
sólo restos óseos, piedras talladas y objetos de hueso y de asta
dan fe. Lo suficiente, sin embargo, para saber que en ella existió
la enfermedad, y tal viene a ser la más esencial de las enseñanzas de la paleopatología. Menos fiable es el contenido de la
medicina prehistórica o descripción de las consecuencias que
tuvieron o pudieron tener las enfermedades constatadas por la
investigación paleopatológica.
A. El creador del nombre, M. A. Ruffer (1859-1917), llamó
paleopatología a «la ciencia de las enfermedades que pueden ser
demostradas en restos humanos procedentes de épocas remotas».
Hoy constituye una disciplina que ha elaborado métodos propios y contiene un considerable elenco de saberes. No solamente nos ha enseñado que el hombre prehistórico, contra la tesis
imaginativa de una primitiva e íntegra «salud natural», padeció
enfermedades, también nos ha hecho conocer el diagnóstico de
no pocas de ellas; y teniendo en cuenta la enorme cantidad
de procesos morbosos que no dejan restos duraderos, nos ha
permitido adivinar en aquél una patología bastante próxima a
la de los tiempos históricos.
Cabe distinguir, en la paleopatología sus fuentes, sus métodos y sus
resultados. 1. Fuentes. Muy en primer término se hallan, claro está,
los restos óseos. Las momias, que a veces contienen sangre desecada,
sólo pueden ofrecer datos relativos a la patología posterior al Neolítico. El estudio de las enfermedades de los primates en su habitat
natural —para excluir las consecutivas a la domesticación— es también, aunque accesoria, una fuente del saber paleopatológico. 2. Métodos. Examen macroscópico, microscópico, químico, radiográfico y
estadístico de los restos óseos. Serología —grupos sanguíneos, globulinas— de los restos hemáticos. Métodos patológico-comparativos, cuando se estudian las enfermedades de los primates. 3. Resultados. Han
podido ser identificadas anomalías congénitas (acondroplasia, oxicefalia, asimetrías óseas), trastornos endocrinos (gigantismo, enanismo,
acromegalia, acaso síndromes de Cushing; éstos en diversas figurillas
talladas, las «Venus» del Paleolítico superior), gota, lesiones inflamatorias, carenciales y degenerativas (artritis, tan antiguas, variadas y
frecuentes, raquitismo, espondilosis), neoplasias (osteosarcomas), alteraciones dentarias, secuelas de traumas. Respecto de la sífilis, tema
tan estudiado y controvertido, véase lo que se dice a propósito de su
aparición en la Europa renacentista.
B. Ya dije que los asertos de la medicina prehistórica son
menos fiables que los de la paleopatología; pero, sobre todo en
los últimos decenios, no siempre las conjeturas médico-prehistóricas han sido producto de la imaginación. Así lo mostrará una
Medicina pretécnica 5
breve recopilación metódica de los resultados hasta hoy obtenidos y de las opiniones hoy dominantes.
1. El saber anatómico y antropológico. Poco puede decirse acerca de él. Las pinturas y dibujos, tan abundantes en las cavernas del
suroeste europeo, tienen como fundamento una aguda observación, a
veces deliberadamente expresionista, de la estática y la dinámica del
cuerpo humano. Son sugestivas ciertas inferencias recientes, basadas
sobre el léxico de las lenguas más antiguas, acerca del repertorio de
términos anatómicos en las culturas ágrafas. 2. Cuestiones relativas a
la muerte. Poco puede decirse con fundamento sobre las causas de la
muerte en la prehistoria: lesiones en ciertos cráneos de homo habilis;
tumor de un maxilar de Kanam; osteomielitis de un cráneo de Broken Hill. La menor resistencia de los restos óseos infantiles a la
destrucción hace muy inciertas las cifras acerca de la mortalidad en
las primeras edades; parece, sin embargo, que ésta fue alta. Apenas
existen vestigios de individuos muertos por encima de los 50-60 años.
Discrepan las opiniones acerca de la belicosidad del hombre prehistórico, y por tanto sobre la frecuencia de las defunciones a causa
de lesiones de guerra. Acaso hasta el Neolítico —colisión entre agricultores y pastores; Caín contra Abel— no hubiese guerras propiamente dichas. 3. La interpretación de la enfermedad. Véase en el
capítulo siguiente lo poco que a este respecto puede decirse. 4. El tratamiento de la enfermedad. Es seguro que en la prehistoria se practicó
la reducción de ciertas fracturas, y muy probable que tras la reducción se entablillara el miembro afecto (L. Palés). La trepanación
craneal, ejecutada desde el Paleolítico en los más distintos lugares
del planeta, fue emprendida con dos finalidades diferentes, a vece's
combinadas entre sí: la quirúrgica, para evacuar materias real, o supuestamente acumuladas en la cavidad cefálica, y la mágica, para dar
salida a entes nocivos que un maleficio hubiese hecho penetrar en el
cuerpo. Ha sido también descrita una mano a la cual se había amputado un dedo (D. Rojlin). Al lado de estas prácticas terapéuticas y
otras semejantes tuvo que haber algunas de carácter medicamentoso,
suscitadas por los impulsos instintivos del paciente o por la imitación
de la conducta de animales enfermos; la ingestión de ciertas hierbas,
muy en primer término. No parece, sin embargo, que en relación con
su existencia podamos pasar de la simple conjetura. 5. Algo puede
afirmarse, en fin, acerca de la dietética, por lo menos en relación con
las culturas prehistóricas relativamente tardías: exclusión de algunos
alimentos o reserva de otros por motivos rituales o socioeconómicos,
modos de la alimentación normal (piezas de caza y pesca, mariscos,
semillas), relación entre el régimen alimentario y la forma de la dentadura, etc.
Capítulo 2
MEDICINA DE LOS PUEBLOS PRIMITIVOS
Es seguro que algunas especies o razas del género homo se
extinguieron antes de alcanzar el nivel de la cultura correspondiente al Neolítico. Otras, en cambio, siguieron existiendo, y
con su progreso en la fabricación de utensilios y en el dominio
del medio dieron lugar a la llamada «revolución neolítica»; con
lo cual ya entramos de lleno en las formas de vida que desde
los tiempos históricos stricto sensu —en sentido lato, también
era «histórica» la existencia de los hombres que por costumbre
y comodidad llamamos «prehistóricos»— vienen poblando la
Tierra.
Ahora bien: en el abigarrado conjunto de los pueblos que
constituyen la humanidad entre los años 10.000 y 5.000 a.C.
deben ser distinguidos dos grandes grupos: 1. Los que siguieron
progresando hasta construir las grandes culturas arcaicas y antiguas: sumeria, asirio-babilónica, egipcia, china, irania, india,
israelita, prehelénica, etc. 2. Aquellos otros cuyo progreso, aun
siendo real, incluso dando lugar a diferencias de forma y de
nivel en el modo de vivir, fue mínimo, casi nulo. Estos quedaron prácticamente estancados en formas y niveles históricosociales apenas superiores a los que alcanzó el género humano
al término del Neolítico, unos para extinguirse más tarde, otros
para ser conquistados y colonizados en fechas diversas por colectividades humanas más fuertes y expansivas que ellos. Desde
el siglo xix, a los que componen este vario y disperso segundo
grupo se les suele englobar bajo la denominación de «pueblos
primitivos».
Salvo en las europeas, en todas las tierras del planeta existían al comienzo de nuestro siglo —y en alguna medida siguen
existiendo hoy— tales pueblos primitivos: en buena parte de
Africa, en América del Sur, especialmente en la cuenca amazónica y en el Chaco, en América del Norte, hasta que la expansión blanca acabó con los pieles rojas o los redujo a «reservas»,
en Mesoamérica, en el interior de Australia, en muchísimas islas
del Pacífico, en algunos puntos del interior de Asia, en las inmediaciones del Círculo Polar Ártico. Enorme variedad de grupos humanos y de culturas. En ellas, ¿cómo los hombres se
enfrentaron con la enfermedad? ¿Es posible tipificar sistemáticamente las múltiples formas de la medicina primitiva? Tal vez
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