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HISTORIA DE LA MEDICINA BIBLIOTECA MEDICA DE BOLSILLO parte 03



Medicina pretécnica 7

pueda lograrse este empeño ordenando el cúmulo de las formas

particulares desde cinco puntos de vista: orientación general de

la actividad terapéutica, interpretación de la enfermedad, tipología social del sanador, situación social del enfermo, índole socioeconómica de la cultura.

A. En la orientación general de la actividad terapéutica

pueden ser distinguidas dos líneas de conducta principales, más

o menos fundidas entre sí, y con vario predominio de la una o

la otra: el empirisimo y la magia.

Consiste el empirismo, como sabemos, en recurrir a un remedio

sólo porque su empleo ha sido o ha parecido ser favorable en casos

semejantes al que se contempla. El azar —azarosamente, en efecto,

suelen ser obtenidas las experiencias favorables— y la observación de

la conducta de los animales, debieron de ser las dos fuentes principales de la más antigua medicina empírica. De ella son parte

principal las prácticas que integran las actividades quirúrgicas de los

pueblos primitivos: extracción de proyectiles penetrantes, reducción

de fracturas, coaptación de los bordes de las heridas (a la medicina

primitiva pertenece la práctica de tratar las heridas con cabezas de

hormigas gigantes, que con la mordedura de sus mandíbulas mantienen en contacto dichos bordes), etc.; mas también otros recursos terapéuticos y preventivos, como la ingestión de hierbas eméticas, el masaje, las escarificaciones, el baño, la cauterización e incluso la inoculación antivariólica (Ackerknecht).

A la realidad de la magia, entendida como genérica actitud mental, pertenecen dos notas básicas: a) La convicción de que los fenómenos naturales, sean favorables, como la buena lluvia, o nocivos,

como la enfermedad, se hallan determinados por la acción de entidades-fuerzas {prenda, mana, «demonios» diversos), invisibles para el

hombre y esencialmente superiores a él. b) La certidumbre de que la

acción de esas entidades-fuerzas puede ser en alguna medida gobernada por el hombre mediante ritos o ceremonias especiales, cuya eficacia

depende de la pura formalidad del rito mismo (fórmulas rituales de

conjuros, ensalmos, encantamientos, gestos y actos, etc.), del poder o

la virtud especiales del hombre que lo practica (hechicero, brujo, etc.;

el «mago», en el más amplio sentido de esta palabra) o del lugar en

que se le ejecuta (lugares especialmente privilegiados: fuentes, islas,

cimas de montañas, abismos, etc.). Para una mente «técnica», un medicamento actúa por obra de su «qué», por lo que él es, por su «naturaleza»; para una mente mágica, en cambio, ese mismo medicamento'

puede actuar eficazmente por el «cómo» de su empleo (el rito con

que se le administra), por el «quién» titular de éste (el hechicero,

con su intransferible «poder» - personal) o por el «dónde» de su aplicación (el lugar dotado de tal privilegio).

Respecto de las prácticas empíricas, las prácticas mágicas

parecen ser de aparición bastante más tardía. Son éstas, por una

parte, menos racionales que aquéllas, menos atenidas al «sano

8 Historia de la medicina

sentido común»; pero a la vez expresan una actitud mental ante

la causación de los fenómenos naturales y una disposición a

intervenir en el gobierno de su curso más exigentes, más conscientes del elevado puesto del hombre en el cosmos. Por lo

demás, lo habitual es que el empirismo y la magia se fundan

mutuamente, y tal debió de ser el caso en el empleo originario

de algunas de las drogas —quina, opio, belladona, etc.— que

en distintos momentos de la historia han pasado del mundo

primitivo al mundo civilizado. El problema de la relación entre

la magia y la religión, por tanto entre el hechicero y el sacerdote, no puede ser tratado aquí. Sobre la transición de la mentalidad mítico-mágica a la mentalidad científico-técnica, véase lo

que luego se dice.

B. Desde un fundamental estudio etnológico de F. E. Clements (1932), en la interpretación de la enfermedad vigente entre

los pueblos primitivos suelen ser distinguidas cinco formas principales: el hechizo nocivo, la infracción de un tabú, la penetración mágica de un objeto en el cuerpo, la posesión por espíritus

malignos y la pérdida del alma. Ahora bien: estos varios «mecanismos» de la nosogénesis, ¿en virtud de qué se ponen en

marcha? Empleando conceptos que no pertenecen al mundo

mental del hombre primitivo, sino al nuestro, la respuesta debe

ser doble. Hay dolencias debidas al «puro azar», las que surgen

dentro de situaciones que las hacen inmediatamente comprensibles, como las heridas en el curso de un combate y, en general,

todas las afecciones traumáticas. Frente a ellas, apenas entra

en juego la mentalidad mágica. Hay por otro lado enfermedades causadas por la «transgresión de una ley moral». Son éstas

las no inmediatamente comprensibles (un dolor interno, una

ictericia), y en consecuencia las que dan lugar a interpretaciones mágicas y al empleo de amuletos protectores o, si vale decirlo así, preventivos; en definitiva, las que el individuo y la

sociedad con más frecuencia consideran como «impureza» y

«castigo de los dioses» (F. Kudlien).

C. Los varios modos concretos de la medicina primitiva

difieren también entre sí por la situación social del sanador. Hay

pueblos primitivos, sin duda los de cultura más rudimentaria,

los grupos humanos nómadas, colectores y cazadores, en los

cuales no existen individuos funcional y socialmente diferenciados como sanadores; el enfermo es tratado por cualquiera de

sus compañeros de tribu o abandonado a su suerte. Hay otros,

en cambio, en cuya sociedad existen «sanadores especializados»,

si vale decirlo así. Adoptando un término de procedencia inglesa, la antropología cultural de todos los países suele llamarlos

Medicina pretécnica 9

genéricamente medicine-men: hechiceros, brujos, leechs (W. H.

Rivers), seers o videntes, chamanes, etcétera.

Un examen detenido de estos medicine-men obligaría a distinguir

en su conjunto varios tipos. El más netamente caracterizado es el

chamán, originariamente descrito en las tribus de Siberia, pero existente con muy parecidos caracteres en otros lugares del globo. Un

chamán es un hombre que después de haber sentido dentro de sí una

llamada religiosa y de haber pasado por un período entre iniciático

y profesional, ante sí mismo y ante sus compañeros de tribu llega

a adquirir capacidad para una serie de actividades: caída en el trance

extático, vuelo mágico o dominio del espacio (ascensiones y descensos,

«viajes del alma» durante el trance), dominio de los espíritus, y dominio del fuego (M. Eliade). El chamán, por tanto, es a la vez vidente,

ensalmador, curandero y maestro de vida.

El medicine-man ocupa siempre una situación social distinguida, percibe en ocasiones honorarios, puede actuar en forma

«especializada» («Tenemos chamanes para cualquier menester»

decía un indio apache a M. E. Opler, 1941), suele transmitir por

vía hereditaria su oficio y, naturalmente, se halla en estrecha

conexión con las prácticas religiosas de su grupo.

D. Varía asimismo en los pueblos primitivos la situación

social del enfermo. Ante la anomalía biológica y social que por

esencia lleva consigo el hecho de la enfermedad, el nombre

primitivo puede adoptar, muy en esquema, dos actitudes diferentes, correspondientes a los dos modos cardinales de entender

la causación de tal anomalía. En el caso de las enfermedades

leves o inmediatamente comprensibles, como una heñda de

flecha, al enfermo se le trata según la índole de su dolencia,

pero no es objeto de consideración especial. Otras son las cosas

cuando la enfermedad es grave y de causa no comprensible: neumonía, viruela, fiebre tifoidea, etc. Entonces, al enfermo —impuro, castigado por los dioses, poseído por un espíritu maligno,

etcétera— se le ve con el espanto que siempre produce «lo

sagrado», y por tanto como res sacra, habitualmente en el sentido de res execrabilis. De ahí que en ocasiones se le abandone

en cualquier lugar del bosque (así entre los kubu, nómadas de

Sumatra), se le mate (tribus de Nueva Caledonia, záparos del

Ecuador, etc.) o, lo que es más frecuente, se le someta a un rito

mágico-terapéutico, cuya estructura depende de ese modo de

entender su condición.

E. La forma concreta y la mutua coordinación de todos

estos motivos del quehacer médico —orientación de la actividad

terapéutica, interpretación de la enfermedad, tipología del sana-

10 Historia de la medicina

dor, situación social del enfermo— se hallan poderosamente

condicionadas por la índole socioeconómica de la cultura a que

pertenecen. No hay una «medicina primitiva», sino distintas

medicinas primitivas, y la diferencia entre ellas depende ante

todo del tipo o patrón cultural de que ellas son la coherente

expresión médica (Ackerknecht).

Ahora bien: los tipos o patrones en que cardinalmente se realiza

la «cultura primitiva», ¿cuáles son? La respuesta a esta interrogación

varía en no escasa medida con la escuela etnológica o antropológicocultural en que el descriptor milite; mas no parece opción arbitraria

o estéril aceptar la vieja propuesta de Fritz Graebner, miembro eminente de la llamada «escuela histórico-cultural». Expresando más sistemáticamente el pensamiento de muchos, Graebner discierne cuatro

formas típicas —cuatro cultural patterns, según la terminología de los

etnólogos y antropólogos norteamericanos— en las culturas primitivas: una más antigua, propia de los grupos humanos nómadas, colectores y cazadores; dos en cierto modo opuestas entre sí y más complejas que la anterior, la animista de los pueblos sedentarios, agricultores y matriarcales y la naturalista o personalista de los pueblos

nómadas, ganaderos y patriarcales; otra, en fin, constituida por la

varia integración de las tres anteriores, la cultura primitiva superior,

«especie de cordillera cultural —dice Graebner—, cuyas cimas se alzan en el antiguo Egipto, Mesopotamia, India y China». Por su

parte, y siguiendo a J. H. Breasted, los arqueólogos han atribuido a la

zona geográfica que llaman Creciente Fértil o Media Luna Fértil

—la región comprendida entre Palestina y la desembocadura del Tigris y el Eufrates— un papel especialmente importante en el origen

de las formas más creadoras y progresivas de la cultura neolítica. En

la Media Luna Fértil de Breasted, y luego en la cordillera cultural de

Graebner, se pasa resueltamente, si valen la contradicción y la redundancia, de la «historia prehistórica» del hombre a su «historia histórica».

Condicionada por esas diversas pautas culturales, la medicina

prehistórica se configuró hacia los años 10.000-5.000 a.C. en

otros tantos modos típicos. No pocos de ellos han perdurado

casi intactos en los pueblos primitivos que como tales han seguido viviendo durante los siglos xix y xx; es decir, en la parte

de la humanidad menos apta para la creación y el progreso.

Cuando la expansión colonial, la misión religiosa o la búsqueda

de materias primas y mercados lleve a los europeos de esos siglos hacia los lugares donde continuaban vigentes las «culturas

primitivas», allí los encontrarán, bien para destruirlos, bien para

eliminarlos por transculturación, en ocasiones a través de cierto

sincretismo táctico entre la medicina que llevan y la que descubren, bien, en algunos casos, para incorporar a la medicina

universal medicamentos mágica o empíricamente empleados hasta entonces. Otros modos de la medicina prehistórica, en cam-

Medicina pretécnica 11

bio, siguieron progresando y dieron lugar a las formas de la

medicina pretécnica que propongo denominar «arcaicas»: las

que existieron en la antigua Mesopotamia, en el Egipto, el Irán,

la China, la India y el Israel antiguos, en la América precolombina y en la Grecia anterior al siglo vi. Vamos a estudiar los

rasgos más importantes de algunas de ellas.

Sección II

CULTURAS ARCAICAS EXTINGUIDAS

Acabo de llamar «formas arcaicas» de la cultura —más sencillamente: «culturas arcaicas»— a las que partiendo de las formas superiores de la cultura primitiva iniciaron la historia

propiamente dicha; es decir, la etapa del pasado que podemos

reconstruir mediante documentos escritos. Muchas fueron esas

culturas arcaicas y las particulares configuraciones de la medicina en el seno de ellas; pero una contemplación de su conjunto

desde el punto de vista del curso de la medicina universal permite y aún obliga a ordenarlas bajo dos epígrafes. Por una parte,

las culturas y medicinas de los pueblos que, tras haber alcanzado

un desarrollo considerable, esplendoroso a veces, se extinguieron

por completo y hoy no pasan de ser pura arqueología: Sumer,

Asiría y Babilonia, Egipto antiguo, antiguo Irán. Por otro, las

correspondientes a grupos humanos que, cambiando más o menos

con el transcurso de los siglos, han perdurado hasta la actualidad: China, la India antigua, Israel, el Japón, los pueblos que

integraron la América precolombina. Puesto muy singular ocupan entre tales grupos humanos, por las razones que luego veremos, los que dieron lugar a la Grecia anterior al siglo vu a.C. o

arcaica. En esta Sección examinaremos sumariamente las formas

de la medicina correspondientes a las culturas arcaicas ya extinguidas.

12

Capítulo 1

LA MEDICINA ASIRIO-BABILONICA

La zona geográfica comprendida entre el Tigris y el Eufrates,

por esta razón llamada Mesopotamia —tierra «entre ríos»—, ha

sido, desde el Neolítico, escenario de varias culturas históricas

total y definitivamente extinguidas: la sumeria, la acadia, la asiría, la babilónica. A lo largo de tres milenios y medio, desde que

en las tierras bajas próximas al Golfo Pérsico aparecen las primeras ciudades sumerias (hacia el año 4.000 a.C.) hasta que el

imperio babilónico es destruido por los persas (el año 539 a.C),

los pueblos mesopotámicos viven un destino histórico cuya continuidad, pese a la existencia de cambios y vicisitudes sobremanera importantes, es generalmente aceptada y descrita. La conquista de Sumer, pueblo no semítico, por los ejércitos de Akkad,

pueblo semítico (años 2.600-2.400 a.C.), y la ulterior semitización

de Mesopotamia constituyen la más decisiva de dichas vicisitudes históricas.

Reduciendo a sistema la medicina de esos tres largos milenios, esto es, presentando didácticamente como cuadro lo que

realmente fue largo y matizado proceso, distinguiremos en ella la

idea del hombre, la concepción de la enfermedad, el tratamiento

de los enfermos y la figura social del sanador.

A. Pocas veces la condición humana ha sido sentida como

esencial y permanente sumisión a la divinidad con tanta fuerza

como en Asiría y Babilonia. Una densa malla de tabúes y obligaciones religiosas y morales, así frente a los dioses como ante

quienes humanamente les representaban —sacerdotes, reyes y

señores— envolvía opresoramente la existencia del individuo,

desde su nacimiento hasta su muerte. El hombre se sentía a sí

mismo juguete de los dioses. «Para que los dioses habitasen en

una morada capaz de alegrar su corazón, Marduk creó la humanidad», dice una tableta asiría. Y el corazón de los dioses sólo

se alegraba cuando los hombres cumplían fielmente los múltiples mandatos que ellos les habían impuesto; de no ser así, pronto enviaba sobre los mortales su castigo bajo forma de infortunio,

dolor, angustia moral o enfermedad. Apenas será necesario decir

que los conocimientos anatomofisiológicos de los asirios y babilonios fueron sumamente elementales y toscos.

13

14 Historia de la medicina

Β. Hemos llegado con esto al punto central de la concepción asirio-babilónica de la enfermedad; la cual fue básica y

primariamente entendida como un castigo de los dioses irritados

contra quien estaba padeciéndola, a causa de un pecado de éste.

En rigor, la interpretación de la enfermedad como castigo aparece en todas las formas de la cultura primitiva, en modo alguno

es privativa de Asiría y Babilonia. Nunca, sin embargo, se ha

vivido esa interpretación con tanta fuerza y de un modo tan

consecuente y sistemático como en estos dos pueblos. No puede

así extrañar que una misma palabra asiría, shêrtu, significase a

la vez pecado, impureza moral, cólera de los dioses, castigo y

enfermedad. Esta, la enfermedad, era primariamente shêrtu, mácula que impedía al paciente participar en las ceremonias religiosas públicas. Pese al inmenso anacronismo, no parece ilícito

decir que en el enfermo se veía ante todo un «excomulgado»

por impureza moral, de la cual el síntoma corporal, fiebre, úlcera o parálisis, sería penosa manifestación sensible.

Todos los dioses podían infligir a los hombres el castigo de la

enfermedad: Marduk, Shamash, Ea, Ishtar, Damu, Nin-Azu (literalmente: «Señor —o Señora— de la Medicina»), Ninkarrak. Los modos

efectivos de la punición nosógena serían básicamente tres: 1. La acción directa del dios enojado. 2. El apartamiento de la divinidad (los

dioses dejan en tal caso al hombre abandonado a sus propias fuerzas,

con lo cual pronto cae presa de alguno de los varios órdenes de

espíritus malignos, demonios o almas en pena: R. C. Thompson).

3. El encantamiento por obra de un hechicero, como consecuencia

del pecado cometido.

Así entendidas la esencia y la causación de la enfermedad,

el «diagnóstico» de ella quedaba coherentemente integrado por

las siguientes prácticas y nociones: a) El interrogatorio a que

ritualmente era sometido el enfermo, con objeto de saber qué

pecado había cometido. «¿Has excitado al padre contra el hijo?

¿Has excitado al hijo contra el padre? ¿Has excitado al amigo

contra el amigo? ¿rías dicho sí por no? ¿Has usado falsas balanzas?», dice, entre tantas otras preguntas —infracción de

tabúes, conducta social, etc.—, una larga serie de tabletas cuneiformes. «Examen de conciencia», en suma, b) La adivinación:

toda la extensa gama de los ritos mágicos que daban a conocer,

bajo forma de presagio, la índole y el pronóstico de la dolencia.

La empiromancia (adivinación por el fuego y la llama), la lecanomancia (comportamiento de sustancias pulverulentas vertidas

sobre el agua de una taza), la oniromancia (presagios por los

sueños), la astrología y —sobre todo— la hepatoscopia (cuidadoso examen del hígado de un animal sacrificado) fueron otras

tantas formas del rito adivinatorio. «Si en la cima del na, ante

Medicina pretécnica 15

el surco del na {na: cierta región del hígado), hay una depresión,

el hijo del hombre morirá», dice, entre tantos más, un texto

hepatoscópico. c) Como es obvio, las «enfermedades», copiosamente mencionadas en las tabletas de contenido médico, nunca

en éstas pasaron de ser nombres de los síntomas morbosos más

llamativos.

Si los datos obtenidos merced al interrogatorio ritual eran positivos, y si la adivinación no indicaba que la pronta muerte del paciente era decisión inexorable de los dioses, se procedía al «tratamiento».

Veremos a continuación las líneas fundamentales de éste. Pero, ¿y si

el resultado de ese «diagnóstico etiológico» era negativo? Más precisamente: ¿y si el paciente, pese a su mejor voluntad autoanalítica, no

descubría en su conducta pecado alguno? La ciega resignación frente

a un castigo incomprensible —con esta terrible consecuencia: la convicción de que el hombre puede pecar sin quererlo ni saberlo—, fue

en tales casos una de las actitudes que adoptó el asirio. Mas también

llegó a darse en él otra, expresión de un más alto nivel histórico, intelectual y moral en la conciencia de sí mismo: la acongojada perplejidad de que son tan hermoso y patético testimonio las imprecaciones

del poema del Justo doliente: «Al que ha jurado en vano el nombre

de Dios he sido yo asimilado. Pero, yo sólo he pensado en la súplica

y en la plegaria. La plegaría ha sido mi regla; la ofrenda, mi ley.»

El insondable problema del dolor no merecido —del cual serán formas ulteriores el Libro de Job y la tragedia griega— surge así en el

alma de los hombres de Assur y Babilonia.

C. También el tratamiento era coherente con esta concepción punitiva, religiosa y moral de la enfermedad. Nervio del

mismo fueron el exorcismo, la ofrenda a los dioses, la plegaria,

el sacrificio ritual, la ceremonia mágica; lo cual no quiere decir

que el sanador asirio no recurriese también al medicamento y a

la intervención quirúrgica. Hasta doscientas cincuenta plantas

medicinales, ciento veinte sustancias minerales y ciento ochenta

de origen animal son mencionadas en las tabletas mesopotámicas,

según las pacientes pesquisas de Thompson. Añádanse a estas curas farmacoterápicas el empleo del baño, el calor y el masaje

y, como acabo de decir, ciertas prácticas quirúrgicas: evacuación de abscesos, operación de la catarata, extracciones dentarias, flebotomía, etcétera.

No debe pensarse, sin embargo, que el tratamiento asiriobabilónico consistiese en una heteróclita yuxtaposición de ritos

religioso-mágicos, por una parte, y remedios físicos, por otra. La

acción de éstos, sólo eficaz si los dioses la querían o la permitían, presuponía para el asirio la de aquéllos, y no pasaba de

ser un complemento útil de su virtualidad. Porque a todas las

fuerzas y a todos los movimientos del universo se extendía esa

16 Historia de la medicina

concepción religioso-mágica que preside y determina la idea de

la enfermedad más arriba expuesta.

D. Contra lo que en tiempos hizo pensar un texto de Heródoto, en Asiría y Babilonia hubo médicos, individuos estamentalmente dedicados a la cura de las enfermedades; nombre genérico, asa, tuvieron todos ellos. Ahora bien: la visión asiriobabilónica de la enfermedad había de imponer carácter sacerdotal

a los hombres relacionados con lo que en ésta se creía más

directa e inmediatamente sagrado y moral, por tanto con el

núcleo de su realidad: el bârû o vidente, a quien estaban encomendados el interrogatorio ritual y la adivinación; el âshipu o

exorcísta. Sólo ciertos prácticos de nivel secundario, como los

gallubu o cirujanos-barberos, debieron de tener condición laica.

Los sanadores cobraban honorarios y se hallaban sometidos, bajo

fuertes sanciones, a una responsabilidad social perfectamente

regulada por las leyes. Hasta trece artículos del cuerpo legal más

importante de la antigua Mesopotamia, el Código de Hammurabi (hacia el año 1.800 a.C), se hallan consagrados a la práctica de la profesión médica.

E. Concebida como sistema, así fue la medicina asirio-babilónica. Mas, como ya indiqué, un examen detenido de su curso

permite descubrir en ella cierta mutación histórica, en el sentido

de una incipiente desacralización. En efecto: durante los siglos

finales de la civilización babilónica se inicia tímidamente lo que

G. Contenau ha llamado «la aurora de una medicina nueva»;

una etapa del saber médico en la cual el síntoma empieza a ser

considerado «en sí mismo», y no como consecuencia o manifestación secundaria de la primaria impureza moral. Era ya demasiado tarde. Assur y Babilonia sólo pudieron legar a la posteridad la descarriada, pero sorprendente y bien trabada concepción

«personalista» de la enfermedad que apretadamente acabo de

exponer.

Capítulo 2

LA MEDICINA DEL ANTIGUO EGIPTO

Como la asirio-babilónica, la medicina del antiguo Egipto

suele ser descrita pasando por alto que la duración de su vigencia no es inferior a tres milenios; por tanto, que en sí misma

debe tener una larga historia. Evidentemente, la medicina de

Medicina pretécnica 17

Imhotep, que vivió durante la III Dinastía, hacia el año 2.750

antes de Cristo, no pudo ser igual a la contenida en los papiros

de Ebers y de Edwin Smith, más de mil años ulterior, ni ésta

la que se sabía cuando el persa Cambises conquistó el valle del

Nilo. Pero —no contando la insuficiencia de las fuentes actuales

para reconstruir lo que ese proceso histórico debió de ser— el

imperativo de la brevedad obliga a convertir en cuadro sinóptico

esta breve exposición.

A. Primer tema, las fuentes para el conocimiento de la medicina egipcia. Aparte las de orden secundario —arte arqueológico, textos religiosos, utensilios quirúrgicos, embalsamamiento,

etcétera— las más importantes son los papiros médicos, con su

diverso y abundante contenido escrito.

Por orden cronológico de su composición, esos papiros son —hasta

hoy— los siguientes:

1. Papiros de Ramesseum: compuestos hacia 1.900 a.C. Recetas

y fórmulas mágicas de contenido médico y acerca de la relajación de

los miembros rígidos.

2. Papiro de Kahoun: compuesto hacia 1.850 a.C. Ginecología

médica, obstetricia, veterinaria, aritmética.

3. Papiro Ebers: compuesto hacia 1.550 a.C. Con el de Edwin

Smith, el más importante. Contenido muy vario: recetas, descripciones

clínicas.

4. Papiro Edwin Smith: compuesto hacia 1.550 a.C. Contenido

principalmente quirúrgico, dispuesto a capite ad calcem. Muy sobrio

y preciso en sus descripciones y prescripciones.

5. Papiro Hearst: compuesto hacia 1.550 a.C. Descripciones médico-quirúrgicas y fórmulas terapéuticas.

6. Papiro de Londres: compuesto hacia 1.350 a.C. Desordenado

conjunto de recetas médicas y fórmulas mágicas.

7. Papiro de Berlín: compuesto hacia 1.300 a.C. Su contenido

repite en buena medida el del papiro Ebers, pero mejora sus descripciones angiológicas («Libro del corazón»).

8. Papiro Chester Beatty: compuesto hacia 1.300 a.C. Recetas y

fórmulas mágicas de contenido vario.

9. Papiro Carlsberg: compuesto hacia 1.200 a.C. Enfermedades

de los ojos y pronósticos obstétricos.

B. Los sanadores en el antiguo Egipto. Según el papiro de

Ebers, hubo en el Egipto antiguo tres clases de sanadores: los

sacerdotes de Sekhmet, mediadores entre el paciente y la diosa,

que a sus ceremonias rituales unían la administración de drogas;

los médicos laicos (snwn), también llamados escribas; los magos

propiamente dichos, expertos en ciertas prácticas preternaturales

o dotados de virtud para hacerlas eficaces. La profesión médica

era en muchos casos hereditaria y exigía un aprendizaje, que en

sus niveles superiores debió de tener carácter esotérico, «sólo

18 Historia de la medicina

para los iniciados»; tal vez se hiciese en la «Casa de la Vida»,

institución del Estado, próxima a los grandes templos, encargada

ante todo de la protección mágica del faraón. Hubo en la práctica una considerable especialización; dice por ejemplo Heródoto

que en Egipto había médicos de una sola enfermedad, y consta

que Hesy-Ra, el primer sanador de que se tiene noticia (vivió

hacia el año 3.000 a.C), brilló especialmente como oftalmólogo.

El cuerpo médico se hallaba asistido por un gran número de

ayudantes o wt.

Poseen interés las siguientes puntualizaciones de F. Jonckheere y

P. Ghalioungui: 1. La mayoría de los snwn o médicos escribas ejercían en la casa de un noble o en un departamento estatal. 2. La

especialización fue desapareciendo después del Imperio Antiguo. 3. El

número de médicos escribas o laicos aumentó después del Imperio

Medio, a la par que decrecía la asociación de títulos médicos y sacerdotales. 4. El modo de la práctica del período tardío del Egipto

faraónico se asemejó no poco al del Imperio Antiguo.

La medicina y los médicos se hallaban bajo la inmediata

protección de varios dioses: Thot, dios de todo el saber; Sekhmet,

primero leona, luego diosa de la misericordia y la salud; Dwaw

y Horus, patronos de los oculistas; Ta-urt, Heget, Neith, que

ayudaban en el trance del parto. El ya mencionado médico Imhotep, personaje histórico, fue divinizado tras la conquista de Egipto por Cambises. Como veremos al tratar de la medicina bizantina, en el helenizado norte de Egipto llegó a practicarse el sueño

en el templo, la incubatió.

C. Antes de exponer su patología especial y su terapéutica,

son necesarias algunas palabras acerca del carácter de la medicina egipcia. ¿Hubo en ella dos modos de entender la operación

del médico, uno francamente empírico-mágico y otro netamente

empírico-racional? «Si este libro hubiese sido escrito antes de

1922 —dice H. E. Sigerist en el primer volumen de su inacabada

History of Medicine (1951)— nunca habría pensado yo en exponer en capítulos separados la medicina mágico-religiosa y la

medicina empírico-racional de Egipto.» Pero después de 1922,

año en que J. H. Breasted comenzó a publicar el texto del papiro

Edwin Smith, esa disyunción le parece ineludible. La gran autoridad de Sigerist obliga a considerar con alguna atención esta significativa decisión suya.

Es muy cierto: el papiro Edwin Smith sorprende por la precisión

de sus descripciones y por el sobrio y general atenimiento del autor

al contenido de la pura prescripción médica. Mas para estimar con

justeza su significación es preciso tener en cuenta: 1. Que se trata

Medicina pretécnica 19

de un tratado quirúrgico, y es ante las afecciones quirúrgicas donde

siempre, desde las formas más primitivas de la medicina, la fidelidad

a la pura observación, a lo que se ve y se toca, se muestra más acusada. 2. Que incluso en él —en las cinco columnas de su cara dorsal—

hay fórmulas para encantamientos. 3. Que éstas son abundantes en

los papiros coetáneos del Edwin Smith. 4. Que ni en él, ni en ningún

otro existe una repulsa expresa de los tratamientos mágicos, como la

habrá en los escritos más representativos de la Colección Hipocrática.

Es asimismo muy cierto que en el papiro Ebers y, menos ampliamente, en el Edwin Smith, puede leerse una esquemática concepción

especulativa de la anatomía y la fisiología del corazón y los vasos, por

tanto el esbozo de una explicación no mitológica de esta última, y que

en el papiro de Ebers y.en el de Berlín, al describir «la expulsión del

wehedu», se entiende la génesis de ciertas enfermedades internas

como resultado de la corrupción purulenta de un principio material

(wehedu), esto es, mediante una doctrina incipientemente próxima a

la patología humoral hipocrática. Pero en la valoración histórica de

estos dos importantes logros no debe olvidarse: 1. Que los dos ineludibles requisitos para que una medicina sea real y verdaderamente

racional, científica y técnica —la referencia de los diversos «mecanismos explicativos» a los movimientos y mudanzas de un principio fundamental de la realidad cósmica, la posesión de una «conciencia metódica» por parte del médico— no se dieron en el Egipto antiguo.

2. Que desde la fecha en que fueron expuestas (1.550-1.300 a.C.) hasta

la extinción de la cultura egipcia, nunca esas ideas pasaron de ser lo

que en su comienzo fueron: sólo rudimentarios y parciales esbozos

de explicación racional.

En suma: únicamente con las reservas antes apuntadas pueden ser llamados «racionales» ciertos fragmentos de la antigua

medicina egipcia; a la cual en modo alguno debe adscribirse el

calificativo «técnica», si uno quiere emplear las palabras con

suficiente rigor. Lo cual, naturalmente, no amengua la admiración que produce en nosotros el hecho de que tales fragmentos

fuesen compuestos mil quinientos años antes de Cristo.

D. El saber anatómico y fisiológico. Contra lo que a primera

vista pueda pensarse, la práctica del embalsamamiento que

precedía a la preparación de las momias apenas ayudó a la

adquisición de conocimientos anatómicos. Ese acto era parte de

una ceremonia religiosa, y quienes intervenían en él nada tenían

que ver con la medicina. No puede decirse lo mismo de otra

práctica ritual, el ofrecimiento oral del cuerpo muerto a los dioses. La serie de nombres con que, a capite ad calcem, iba el

sacerdote impetrando la piedad de los dioses para «todo» el

difunto —serie más o menos fielmente copiada en algunos escritos médicos— constituye el léxico anatómico más antiguo de la

historia (H. Grapow). En cualquier caso los saberes anatómicos

y fisiológicos de los médicos egipcios fueron escasos, y en su

20 Historia de la medicina

mayor parte antes procedentes de la imaginación que basados en

la observación.

Las nociones más precisas atañen al corazón y a los vasos. Un

tratado esotérico, El secreto del médico: conocimiento de los movimientos del corazón y conocimiento del corazón, contenido en los

papiros Ebers y Edwin Smith, describe el corazón como una masa

cárnea, en la cual tiene su sede de vida anímica, y su centro el

sistema vascular. Los vasos (mtw) van a todos los órganos y partes

del cuerpo, y son 48 en una de las copias y 22 en la otra. En el pulso,

se dice, «el corazón habla por los vasos a todos los miembros del

cuerpo». El aire inspirado penetra por la nariz hasta el pulmón y el

corazón, desde donde se reparte.

E. No puede atribuirse a la medicina egipcia antigua una

verdadera patología general, es decir, una teoría racional y coherente de la enfermedad. En la sociedad profana y entre los

médicos de Egipto se mezclaron siempre, con predominio mayor

o menor de una u otra, las dos actitudes que frente al hecho de

enfermar se han dado en todas las culturas arcaicas: su concepción como un azar que sin culpa de quien lo sufre puede acontecerle a cualquier hombre y su interpretación como un castigo

divino, con el reato de ver en el enfermo una persona social y

religiosamente impura. «Soy un hombre que ha jurado en falso

por Ptah, Señor de la Verdad, y él me ha hecho padecer oscuridad en el día», dice un texto recogido por T. E. Peet, y algo

análogo puede leerse, respecto de Isis, en el papiro de Ebers. La

cronología del autor, la peculiaridad individual de su mente y

la índole de la enfermedad contemplada —carácter traumático

o carácter febril, pertenecía a la «medicina externa» o a la

«medicina interna»— decidieron en cada oportunidad el predominio de una u otra de ambas actitudes. Cabe en todo caso

afirmar que en el Egipto antiguo, incluso cuando prevaleció la

visión de la enfermedad como castigo y mácula y era habitual

el tratamiento mágico-religioso de ella, siempre la disposición

mental del sanador fue más suelta que en Asiría y Babilonia, y

siempre más fuerte el atenimiento de éste a los datos de la observación sensorial. El desorden de la función de los vasos (metu)

y la antes mencionada doctrina patogenética del wehedu fueron

las dos vías principales de esa incipiente racionalización del pensamiento médico egipcio.

Aunque sin ordenación sistemática y precisa, la patología

especial ocupa un amplio espacio en los papiros médicos. Son

nombradas o sumariamente descritas, a veces con ingeniosos signos diagnósticos, enfermedades del corazón y de los vasos, del

aparato digestivo, de los pulmones, de los sistemas nervioso y

óseo y de los aparatos urinario y reproductor, así como muchas

Medicina pretécnica 21

de las afecciones que nosotros denominamos quirúrgicas: heridas,

fracturas óseas, luxaciones, quemaduras, abscesos y bubones, tumores diversos. También la patología obstétrica y ginecológica

fue objeto de cuidadosa atención.

F. En el texto de los papiros médicos aparecen íntimamente

unidas entre sí la patología y la terapéutica. La enfermedad, en

efecto, no es muchas veces más que un nombre seguido de las

correspondientes prescripciones; las cuales, como desde el comienzo de la actividad sanadora ha sido regla, fueron médicas y

quirúrgicas.

La farmacoterapia se desarrolló ampliamente en el antiguo

Egipto; así lo demuestra, tanto como el contenido de los papiros,

el prestigio de Egipto, «país cuya fértil tierra produce muchísimos fármacos» y donde «cada hombre es un médico», entre

los más antiguos griegos (Od. IV, 229). Hasta setecientos nombres

de medicamentos —vegetales, minerales y animales; algunos no

identificables— han recogido en los papiros H. Grapow y H. von

Deines. El empirismo, la magia y la imaginación se mezclaron

de muy varios modos en su procedencia y en su empleo. Parece

muy probable que junto a los médicos hubiese personas especializadas en la preparación de los remedios medicamentosos. Hasta

de un «Jefe de Farmacéuticos» se habla (Jonckheere).

Las prácticas quirúrgicas —reducción de fracturas y luxaciones, vendajes, evacuación de abscesos, oftalmología, obstetricia,

odontología— son mencionadas con gran frecuencia, y en ocasiones con gran precisión. Sirva de ejemplo la regla para reducir

la luxación del maxilar inferior. Del instrumental quirúrgico nombrado en los papiros, sólo escasas piezas han llegado hasta nosotros.

G. Esta sumaria visión de la medicina egipcia debe terminar

con un no menos sumario examen de su destino histórico. Entre

las culturas arcaicas extinguidas he colocado la del antiguo Egipto. En efecto: bajo sucesivos dominios políticos, sometida, por

tanto, a muy distintas influencias religiosas, intelectuales y sociales —la irania, la griega, la romana, la cristiano-bizantina, la

islámica— esa cultura se extinguió total y definitivamente al

islamizarse el país, aunque perdurase el esplendor de sus pirámides y sus templos. Pero en lo tocante a la medicina, esa extinción no fue abrupta: los médicos griegos, primero hipocráticos

y luego alejandrinos, los egipcios cristianos y los árabes, baste

recordar el manuscrito de Meshaikh, compuesto hacia el siglo χ

de nuestra Era, hicieron suyo no poco del· saber terapéutico de

los sanadores egipcios. Los autores de los viejos papiros médicos

22 Historia de la medicina

pudieron decir, con Horacio: non omnis moriar, no moriré

todo yo.

Capítulo 3

LA MEDICINA DEL ANTIGUO IRAN

Desde que los arios llegaron a las tierras altas del Irán, hacia

el año 2.000 a.C, unos para quedarse en ellas, otros para seguir

más tarde hacia la India, hasta que los árabes conquistaron el

imperio sasánida, el año 637 de nuestra Era, para islamizarlo

luego, tres etapas sucesivas conoció la medicina irania: uno

antiguo, muy poco conocido; otro de esplendor, entre el nacimiento de Zoroastro o Zaratustra (ca. 800 a.C.) y la invasión de

Alejandro Magno (330 a.C); otro en fin, de improductividad y

decadencia.

Limitando a ese período de esplendor o zoroástrico el campo

de nuestra ojeada, y reduciendo la medicina irania a sus notas

esenciales, tres puntos deben ser aquí subrayados: las fuentes

para el conocimiento de esa medicina, su carácter puramente

mágico-religioso y el problema de su relación con la ciencia

hipocrática.

A. Los iranios no compusieron escritos puramente médicos.

Lo que de medicina supieron se halla en sus escritos religiosos,

el conjunto de los libros que componen el Avesta, y con ellos

el Bundahisn y el Dinkard. Todos proceden del mismo Zoroastro o son recopilaciones de su doctrina.

B. Basta lo dicho para advertir que la medicina del antiguo

Irán fue siempre mágico-religiosa, aunque, como es obvio, no

faltaran en ella conocimientos empíricos. Los sanadores oficiales eran sacerdotes; mas también existieron curanderos de diverso tipo, activos de ordinario entre las clases menesterosas. La

salud, la enfermedad y la curación eran referidas a la constante

lucha que entre sí sostienen en el universo dos contrapuestos

seres divinos, cada uno con su cohorte de ángeles o demonios

inferiores: Ahura Mazda (Ormuz), creador de todo lo bueno, 

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