Un experto en educación médica (A. Neghme, 1974), ha señalado
como «nuevos postulados doctrinales» en la formación del médico:
a) Iniciación eficaz en el método científico, b) Contacto precoz con el
enfermo, c) Estudio integral del hombre, d) Preocupación constante
por la integración de la enseñanza e intensificación de los «métodos
activos» de ésta, e) Atención suficiente a la historia de la medicina.
/) Reforma de los métodos de evaluación de los resultados obtenidos
en el proceso docente, g) Introducción de un buen «practicantado
clínico» (clinical clerkship), h) Habilitación para el cumplimiento de
los fines sociales de la medicina, i) Aprovechamiento de los múltiples
recursos que ofrecen las técnicas cibernéticas. Es el nuestro, como suelen decir los norteamericanos, un changing World, un mundo cuyo
cambio es a la vez incesante y rápido, y la enseñanza de la medicina
lo acusa muy claramente. De ahí que también frente a ella se haga
patente la perplejidad: una perplejidad que induce, eso sí, a la proposición de nuevas metas y a la invención de nuevos caminos.
Debe decirse, en fin, que no todos los que practican actividades sanadoras se forman con arreglo a los principios y a los
métodos de la medicina oficial o académica. Unos —homeópatas, acupuntores, quiroprácticos, etc.— porque aplican su educación universitaria al cultivo de las formas de la asistencia
médica que hoy es frecuente llamar «medicinas marginales».
Otros porque, pese a la general educación científica de nuestra
sociedad, todavía hallan campo en ésta para ejercitar alguna
de las variedades del más craso y tradicional curanderismo.
Una pregunta surge ante el historiador: ¿lograremos un modo
de vivir en el cual, a fuerza de eficacia terapéutica y capacidad
de incorporación, la medicina «oficial» acabe definitivamente
con las «marginales» y, por supuesto, con el curanderismo?
C. También en lo relativo a la situación social del médico
se han producido cambios desde la Primera Guerra Mundial.
Muy a vista de pájaro, éstos parecen ser los más importantes:
1. Los pertinentes al rol del médico en las sociedades desarrolladas. Se han intensificado considerablemente las expectativas tradicionales, esto es, las tocantes a la eficacia terapéutica
y preventiva del profesional de la medicina, y han surgido o
se han perfilado otras nuevas: las «pautas alternativas» de los
análisis sociológicos de Talcott Parsons —neutralidad afectiva,
orientación hacia la colectividad, opción por el universalismo,
olvido de las vinculaciones sociales previas al contacto con el
enfermo, especificidad funcional en la conducta—; y con ellas,
siquiera sea de manera incipiente, la convicción de que el médico puede hacer mucho para reformar la sociedad actual y
668 Historia de la medicina
para mejorar la naturaleza humana (Lederberg, Schipperges y
Rodríguez Delgado, entre otros).
2. Los relativos al status del profesional de la medicina.
A partir de la Primera Guerra Mundial, va desapareciendo la
figura del «médico divo social», tan frecuente antes de ella. Todavía se da esa figura en el período de entreguerras —G. von
Bergmann y Sauerbruch en Alemania, Widal y Vaquez en Francia, Marañón y Jiménez Díaz en España, von Eiseisberg en
Austria, Murri y Pende en Italia, Cushing en Norteamérica—;
hasta después de 1945, baste mencionar el nombre de Barnard,
ha surgido a veces. Pero la invasora tecnificación del diagnóstico y el tratamiento, la creciente colectivización de la asistencia médica y el imperativo de la cooperación en equipo se han
concitado para borrarla de la sociedad o atenuarla al máximo.
Las técnicas pueden ser rápidamente aprendidas por cualquiera,
y dan así la impresión de actuar socialmente por sí mismas (la
«autonomía de las técnicas» de que ha hablado L. Albertí). La
colectivización de la asistencia, por su parte, tiende a convertir
al médico en funcionario. El equipo médico, en fin, da pocas facilidades al divismo.
3. Los dependientes del fenómeno de la impersonalización
de las expectativas médicas de la sociedad, y por tanto de la
confianza del enfermo. Con gran frecuencia éste confía, más
que en el médico, en el remedio a que el médico recurre y en
la institución donde se le atiende. En la sociedad actual, ¿qué
extensión y qué sentido posee la expresión «mi médico»? Sin
una respuesta satisfactoria a esta pregunta, al historiador de la
medicina no le será posible conocer la peculiaridad del mundo
en que vive.
4. Los que pone de manifiesto la crítica social del ejercicio
de la medicina, tan dura hoy en muchos casos. Bien claramente
la demuestran, para no citar sino tres hechos, el gran número
de los procesos judiciales contra actuaciones médicas, el éxito
mundial de la novela La ciudadela y la resonancia, también
mundial, del libro de Illich antes mencionado; libro en el cual
la desmesura de sus alegatos vindicatorios —Némesis: diosa
griega de la venganza— se apoya sobre una amplia base de
verdad. Qué lejos ha quedado la actitud social ante el médico
de que fueron testigos literarios Balzac, Flaubert y Galdós;
y bajo nueva forma, qué cerca de nosotros, quién lo dijera,
el sarcasmo de Quevedo y Molière contra los ineficaces y doctorales galenos de su tiempo.
D. En lo que atañe a la asistencia médica, las novedades
surgidas con posterioridad a la Primera Guerra Mundial, y sobre todo después de la Segunda, han sido de máxima importan-
La medicina actual: Poderío y perplejidad 669
cia. A nuestra época corresponde, en efecto, el honor de haberse propuesto acabar para siempre con la tradicional diversificación de la atención técnica al enfermo en tres niveles de
calidad, según la situación socioeconómica del paciente asistido.
A lo largo de casi veinticinco siglos, y a través de situaciones
histórico-sociales muy distintas entre sí —polis griega, ciudad
romana, sociedades señoriales de la Edad Media, sociedad estamental del. Anden Régime, sociedad burguesa del siglo xix—,
esa diversificación nunca ha dejado de existir, y a veces en forma sobremanera penosa. Es cierto, sí, que las realizaciones actuales tienen su raíz histórica en hechos anteriores a la época
que estudiamos: las Friendly Societies británicas, el zemstvo
ruso, las reivindicaciones obreras ulteriores a 1848, las Krankenkassen germánicas; pero tales gérmenes no amenguan la importancia y la novedad del gran suceso asistencial de nuestro
siglo: la colectivización o la socialización de la ayuda médica,
único recurso eficaz para acabar con la injusta discriminación
tradicional en el ejercicio de ella, y consecuencia de haberse reconocido el derecho del individuo humano, y más cuando éste
es trabajador, al diagnóstico y al tratamiento que permitan
las mejores técnicas vigentes en la comunidad a que pertenece.
La colectivización de la asistencia médica ha adoptado múltiples formas, que han sido establecidas resolviendo de uno u
otro modo los seis siguientes problemas (P. Cano Díaz): grado
de la obligatoriedad del seguro médico: extensión social de
éste; modo de ser requerida la asistencia; índole de la prestación del servicio (domiciliario, hospitalario o dispensarial; a
través de centros propios del Seguro o mediante contrato con
centros no dependientes de él); disponibilidad de los recursos
terapéuticos por parte del médico; modo de la percepción de
los honorarios profesionales (sueldo fijo, por acto médico o por
«capitación»). Según la actitud ante estos seis problemas, tres
han sido las vías cardinales para la consecución de la ayuda
colectivizada: la total socialización de los servicios médicos, el
ingreso de la población trabajadora en un sistema de seguridad
social que le garantice la asistencia médica y la entrega al paciente, por parte del Estado o de la entidad aseguradora a que
pertenezca, de una cantidad que le permita sufragar los gastos
dimanantes de su enfermedad.
Con su germen en el sistema zemstvo de la Rusia zarista, el modelo soviético tiene como base una socialización total de los servicios
niédicos y sanitarios. Dependiente del Ministerio de Sanidad y ordenado en una escala de demarcaciones de extensión decreciente, un
Cuerpo de médicos de niveles técnicos y campos de especialización
niuy distintos entre sí atiende a todos los ciudadanos de la URSS;
aproximadamente, un médico por 425 personas. Dato notable, el 40 %
670 Historia de la medicina
de esos médicos son mujeres. La no-elección del médico por el enfermo es principio obligatorio.
El modelo alemán no es sino la prosecución del que en 1884 iniciaron las Krakenkassen bismarckianas. Más de nueve decenios son,
pese a inevitables dificultades y descontentos, una buena ejecutoria
para un seguro social de cuño inicialmeníe burgués; pero el alza
enorme de la asistencia médica ha comenzado a poner en crisis el
sistema. Existen en él distintas cajas aseguradoras —exigencia del capitalismo liberal, frente a los propósitos «estatalizadores» de Bismarck—, paga el Estado un 25 % de los gastos originados por la
asistencia, y el resto se reparte entre la empresa y los trabajadores.
La reforma es inminente; en la Alemania actual, prototipo de la
«sociedad del bienestar», ha comenzado a hablarse de «miseria hospitalaria».
El modelo británico tiene su precedente remoto en las discusiones
de la Poor Law Commission (1905) y su comienzo real en el National
Health Service, creado por el conservador W. Beveridge en 1942, y
puesto en práctica por un gabinete laborista, en 1947. El sistema concede al paciente cierta libertad en la elección de médico, se ordena en
tres grandes servicios —medicos generales o general practitioners,
especialistas hospitalarios o consultants y sanitarios e higienistas— y,
salvo una módica cantidad a cargo del asegurado, paga todos los medicamentos que el tratamiento requiere. El National Health Service
ha sido, por supuesto, criticado; pero nada menos que la British Medical Association declaraba en 1962 que el retorno a un ejercicio privado de la medicina en el Reino Unido es a la vez imposible e indeseable.
Todavía no puede hablarse con entera propiedad de un modelo
español en lo tocante a la asistencia médica colectivizada, porque la
estructura y la dinámica del Seguro Obligatorio de Enfermedad, SOE,
establecido por una ley promulgada en 1942, se hallan en trance de
revisión, y porque con él coinciden o se asocian gran cantidad de
instituciones asistenciales: mutualidades de cuerpos profesionales o
promovidas por grupos de médicos libres, práctica privada minoritaria, hospitales de beneficencia, centros hospitalarios pertenecientes a
las Facultades de Medicina y a los cuerpos militares. Hállase asegurado el 78,32 % de la población total, y los enfermos son atendidos
en hospitales y ambulatorios del SOE y en hospitales con los que éste
ha establecido convenio. Nadie niega los defectos —subsanables— del
SOE español; pero el juicio de la BMA acerca del NHS británico puede sin duda serle aplicado.
El modelo francés es el resultado de un hábil compromiso entre la
llamada «medicina liberal» y la colectivización de la asistencia médica. Los enfermos son atendidos en los consultorios privados de los
médicos, en hospitales públicos o en los hospitales privados que hayaa
establecido convenio con la Seguridad Social, y las Cajas aseguradoras indemnizan al paciente o al centro asistencial con cantidades que
en ocasiones cubren el 99 % de los gastos. Rige el principio de la
libre elección del médico. Todos los trabajadores industriales y agrícolas reciben los beneficios del seguro.
Bajo la influencia de diversos y muy poderosos grupos de presión
La medicina actual: Poderío y perplejidad 671
—la American Medical Association o AMA, las entidades aseguradoras, ciertas empresas industriales—, la asistencia médica norteamericana dista mucho de haber alcanzado un nivel social de calidad comparable a la de su altísimo nivel técnico. Dos instituciones recien'tes
(1965), las llamadas Medicare (medical care) y Medicaid (medical aid)
han paliado en alguna medida el menester en que desde este punto
de vista se venían encontrando los estratos de la sociedad norteamericana económicamente más bajos; pero no es poco lo que a esa
sociedad le queda por hacer en este campo, y así lo demuestran la
frecuencia y la calificación de las críticas que de ella recibe la asistencia al enfermo menesteroso.
De manera más o menos próxima a uno de los modelos precedentes, todos los países del globo cumplen hoy la exigencia de colectivizar la ayuda al enfermo, único sistema para abolir su tradicional
e injusta diversificación en una medicina «para ricos» y otra «para
pobres».
Contemplada la colectivización de la medicina como fenómeno planetario, ¿qué debe decir de ella el historiador? A mi
juicio, la respuesta puede ser ordenada en los seis siguientes
puntos:
1. Pese a sus indudables deficiencias sociales (ni siquiera
en los países donde se halla totalmente socializada es igual
para todos la asistencia médica) y a sus no menos indudables
defectos técnicos (el más grave: la enorme acumulación de enfermos en ciertos ambulatorios), la colectivización de la ayuda
al enfermo es un suceso histórico a la vez justiciero e irreversible.
2. La relación entre el enfermo y el médico puede terminar con la total confianza de aquél en éste, pero empieza siendo el resultado de la exigencia de un derecho, por tanto un
acto preponderantemente contractual; con lo cual esa confianza, tan favorable para el mejor éxito del tratamiento, deberá
ser en cada caso conquistada —tarea no siempre fácil— por
todo terapeuta que no quiera ser un funcionario adocenado.
3. La socialización del proceso morboso y de su diagnóstico
obligan al médico a distinguir entre lo que es «enfermedad vivida» y lo que es «enfermedad objetiva» (disease e illness, según las denominaciones que, utilizando su idioma, han propuesto en Norteamérica el sociólogo Coe y el clínico Magraw).
4. Tres riesgos principales amenazan, según lo dicho, la
calidad de la asistencia médica colectivizada: a) La excesiva
acumulación de los enfermos en el consultorio del médico (un
ejemplo: en un dispensario de Shaporoshe, URSS, a la consideración puramente médica de cada paciente sólo pueden ser dedicados unos 3 minutos: M. St. Pasechik y M. K. Sokorova).
b) La posibilidad de que el médico actúe más como funcionario
que como clínico, c) Las dificultades que en la relación entre
672 Historia de la medicina
el médico y el enfermo puede acarrear, cuando tal es el principio, la no elección de aquél por éste (una pregunta: en la
llamada «medicina liberal», ¿cuántos y quiénes son los pacientes que en verdad pueden elegir al médico por ellos preferido?)
5. Para una buena asistencia médica colectivizada, las exigencias económicas (número de médicos y diversidad de ellos,
hospitales, multiplicación de los equipos técnicos, centros dispensariales, burocracia) son fabulosas y crecen de año en año;
pueden así constituir una carga tan pesada para la sociedad, que
acaso un día consuma ésta casi todos sus recursos, y por tanto
casi todo su trabajo, en el empeño de mantener sanos a los individuos que la componen. Por lo que hace a la sociedad norteamericana, véase el número que la revista Scientific American
(septiembre de 1973) consagró a la actual situación de la asistencia médica en aquélla; y en lo tocante a la sociedad de la
Alemania Federal, el libro de H. Schipperges Die Medizin in der
Welt von Morgen (1976).
6. La colectivización de la asistencia médica no puede ser
enteramente satisfactoria si antes no se ha producido un intenso
cambio en los hábitos morales de la sociedad en que se la implanta; cambio que debe afectar por igual al enfermo, en tanto
que titular del derecho a ser atendido, al médico, que a todo
trance debe evitar la conversión de su trabajo en obligación rutinaria, y al funcionario administrativo, siempre en el trance
de verse a sí mismo como empresario y no como servidor. He
aquí la regla de oro: «En el comportamiento social, pasar de
una moral basada en la competición a una moral fundada sobre
la cooperación.»
E. En conexión con todo lo hasta ahora dicho, también son
muchas las novedades producidas en las actividades profesiona·
les del médico especialmente condicionadas por requerimientos
de orden político y social; no sólo porque las más tradicionales
—sanidad pública, medicina legal, medicina militar— han quedado afectadas por los grandes cambios de la sociedad durante
los últimos decenios; también porque otras nuevas —dirección
de centros hospitalarios, estadística médica, documentación médica— han sido impuestas por las exigencias de la actual
práctica de la medicina.
1. Es cierto que la sanidad pública y la higiene social habían comenzado a pasar de un nivel puramente químico-bacter
riológico a otro nivel también psico-sociológico —-de su «etapa
Pettenkofer» a su «etapa Grotjahn», si se prefiere decirlo así·^
ya antes de la Primera Guerra Mundial; recuérdese lo expuesto.
Pero sólo después de 1918 había de cumplirse la definitiva sociologización de aquéllas. Hoy, en efecto, el oficial sanitario y
La medicina actual: Poderío y perplejidad 673
el higienista no pueden cumplir su misión sin ser, a la vez
que analistas de aguas y técnicos de la inmuno-profilaxis y de
la depuración de los residuos urbanos, sociólogos y psicólogos
de la medicina y del trabajo y expertos en urbanismo, ecología
humana y planeamiento racional de la vida futura. El conjunto
del planeta y sus habitantes viene a ser para el médico actual
algo así como una casa en parte ya habitada y en parte todavía
por habitar, pero en la cual es preciso llevar a término una
operación de limpieza (extinción de las enfermedades infecciosas), otra de reparación (evitación de los trastornos congénitos,
rehabilitación) y otra de construcción (lucha contra las enfermedades crónicas y constitucionales, promoción de la salud y
de una vida mejor), ha escrito el higienista A. H. Hanlon (1963).
A ello aspira también la «medicina ecológica» propuesta por
H. Schipperges (1976).
«Así como la anatomía y la fisiología fueron los fundamentos de
la medicina clásica, y la física y la química las ciencias básicas de la
medicina del siglo xix —escribe este último autor—, las disciplinas
ecológicas lo serán en el tercer milenio: una Antropología médica
basada sobre la Psicología y la Pedagogía social, una Sociología y un
Derecho médicos, una Higiene general, y tal vez una Historia de la
Medicina capaz de colocar las piedras sillares para una obligatoria
Teoría de la Medicina.» El fin de esta «cuarta fase» del quehacer
del médico —tras la curativa, la preventiva y la rehabilitadora— sería la mejora de la naturaleza humana; tarea en la cual el médico
no debe olvidar la diferencia entre lo que para el hombre es «bienestar», lo que es «felicidad» y lo que es «perfección».
2. La edad dorada de la medicina legal fue, como dije, la
segunda mitad del siglo xix. No porque a lo largo del nuestro
no haya crecido en importancia y extensión la vinculación entre
el mundo de la medicina stricto sensu y el de las leyes, sino
porque tal extensión, unida al progreso y a la diversificación
de las técnicas del peritaje médico-forense, han parcelado el amplio y vigoroso cuerpo que aquella disciplina fue en el París de
Brouardel, el Berlín de Strassmann, la Viena de Haberda y la
Praga de Maschka. T. Maestre, A. Lecha Marzo y J. B. Peset
fueron en España —ya con posterioridad a 1914— los más distinguidos representantes de esa época de los estudios médicolegales.
Un triple proceso ha experimentado la medicina legal contemporánea (J. Corbella): se ha incrementado el contenido técnico de ella,
a favor del avance general de las técnicas modernas; se han formado
cuerpos de doctrina relativamente autónomos (toxicología, medicina
del trabajo); se ha acentuado la orientación social de la teoría y la
práctica de la disciplina (lesiones y accidentes laborales, proyección
legal de cuestiones éticas, peritajes psiquiátricos, etc.).
23
674 Historia de la medicina
3. Preludiada por la norteamericana de Secesión, más acusada en la de 1914 a 1918, la «guerra total» —esto fueron la segunda de las llamadas mundiales, la del Vietnam, las varias del
Oriente Medio— constituye la grande y terrible novedad bélica
del siglo xx. Producida una guerra, ya no es posible la tradicional distinción entre «frente de combate» y «retaguardia» o entre
«tropa combatiente» y «población civil». De ahí que la medicina militar haya adquirido una complejidad insospechable cuando en Sedan lucharon los ejércitos francés y prusiano. Desde
la cirugía a la psicología y la psiquiatría, pasando por la economía y la dietética, todo lo humano pertenece hoy de uno u
otro modo al campo de los saberes que debe cultivar el médico castrense.
4. Tres nuevas profesiones, por lo menos, ha creado en el
cuerpo de la medicina el desarrollo de la sociedad contemporánea: la documentalística, la bioestadística y la hospitalaria.
a) El fabuloso, inabarcable crecimiento de la literatura médica —a todos los dominios de la medicina pueden ser referidos los datos que sobre la bibliografía fisiológica fueron consignados— y el no menos fabuloso desarrollo de los medios de
computación y comunicación, han hecho a la vez posible y necesario un cultivo especializado de la documentación médica.
Bancos de datos racional y metódicamente esquematizados mediante un previo proceso de «indización», centros capaces de recabarlos y recibirlos adecuadamente y revistas de contenido bibliográfico o Abstracts (Index Medicus, Bulletin Signalétique,
Referativnij Jurnal, Excerpta Medica, etc.), permiten obtener en
muy poco tiempo toda la información referente al tema que
interese. El «Medlars» de la National Library of Medicine, de
Washington, el «Asea», de Filadelfia, y el de Palo Alto (California) son tal vez los bancos de datos hoy más importantes. En
España existen Centros de Documentación Científica en Valencia y en Madrid.
b) Algo semejante cabe decir respecto de la estadística médica o, más ampliamente, bioestadística. Todos los campos de
trabajo de la medicina —clínica, sanidad, investigación experimental, etc.— requieren inexcusablemente el empleo de la estadística, con toda la sutileza que hoy posee esta rama de la matemática. Cada caso particular debe ser por sí mismo un problema y una lección, como con tanta autoridad afirmó CI. Bernard;
pero también pueden serlo, y con resultados a que nunca llegaría el más detenido estudio de los distintos casos particulares,
los conjuntos muy copiosos de ellos; la expresión «ley de los
grandes números» ha venido a ser tópica, incluso entre personas con muy escasa formación científica. El problema técnico
y profesional consiste en decidir si el cultivador de la estadística
La medicina actual: Poderío y perplejidad 675
médica debe ser un estadístico puro o un médica adecuadamente formado para el ejercicio de tal menester.
c) La cambiante estructura arquitectónica del hospital lia
ido reflejando la de la medicina que dentro de él se hacía.
Hasta el siglo xvm —descontados, por supuesto, sus elementos
de orden religioso— el hospital se componía de una o varias enfermerías, una farmacia y acaso algún cuarto de curas. Luego
se incorporó a él la sala de autopsias. A lo largo del siglo xix
entran en su composición los quirófanos, el laboratorio químico, el microbiológico, aulas, si el hospital es docente, y en algunos casos un departamento de fisiopatología y patología experimental.' Por fin, cuando el médico descubra la ineludible condición social que poseen la enfermedad, el tratamiento y la rehabilitación, es decir, ya en pleno siglo xx, formarán parte de
él los servicios en que se centraliza y desde que se ordena la
relación de cada uno de los enfermos hospitalizados con la sociedad a que todos ellos pertenecen. Si a esto se une el hecho
de que el hospital sea, desde un punto de vista estrictamente sociológico, un pequeño mundo con características propias —el
tema de la sociología del hospital ocupa un importante lugar
en la actual sociología médica—, y si por añadidura son considerados los aspectos arquitectónicos, económicos y jurídicos
de su erección y su funcionamiento, se comprende que la dirección de los centros hospitalarios haya llegado a ser, desde hace
varios decenios, una actividad muy exigente y muy bien delimitada, tanto a lo que se refiere al orden técnico como al
profesional.
F. Por varias razones ha cobrado la ética médica importancia grande y perfiles nuevos a partir de la Primera Guerra
Mundial. Estas parecen ser las principales:
1. El constitutivo carácter ético que por su gran eficacia,
y en consecuencia por su ineludible peligrosidad, poseen los
tratamientos actuales. Hace cincuenta años, una cura digitálica
o una apendicectomía no eran problemas morales, supuesta la
correcta formación técnica del médico; hoy, en cambio, por
fuerza deben serlo una cura cortisónica, una intervención psicoquirúrgica o un acto operatorio a corazón abierto.
2. Los problemas que pueden plantear la precisión, el riesgo y el carácter de las técnicas exploratorias. Baste recordar e}
diagnóstico de la muerte real, la práctica de una coronariografía
y la penetración en la intimidad del enfermo, lesiva a veces,
que con tanta frecuencia llevan consigo las curas psicoterápicas.
3. El coste de la actual asistencia médica, caiga su peso
sobre la economía privada del paciente o sobre el presupuesto
de la entidad aseguradora. Toda prescripción terapéutica y toda
676 Historia de la medicina
fijación de honorarios son por esencia actos morales, sea la moralidad stricto sensu o la inmoralidad el modo de ejecutarlos.
4. La frecuencia con que la sociedad, movida por la varia
situación de la conciencia ética colectiva, pone al médico ante
situaciones que afectan a su conciencia ética personal: eutanasia, aborto, partos con riesgo de la vida materna, lucha contra
la muerte en las unidades de cuidados intensivos, secreto médico, certificados de enfermedad o de alta en la asistencia colectivizada, etc. Al lado de ellos deben ser mencionados los dimanantes del nivel histórico en que hoy se encuentran las posibilidades de la técnica y la estimación de la actitud ante ellas:
la ingeniería médica y la experimentación en sujetos humanos,
muy en primer término.
5. En íntima conexión con este último tema, el que la
gran novedad histórica de la técnica actual —su capacidad para
crear realidades «naturales» que antes no existían en la naturaleza o para mejorar, sin que dejen de ser «naturales», las que
ya existían en ella— ha propuesto al hombre del siglo xx. Dos
interrogaciones, una de índole teorética, otra de carácter práctico, expresan bien el problema: dada su mutabilidad histórica
y supuesta esa capacidad cuasicreadora que el hombre de hoy
ha logrado, ¿puede ser definida con verdad y precisión la realidad de la «naturaleza humana»?; por tanto, ¿cómo debe ser
entendido el imperativo ético de «respetar» esa naturaleza?
Estas dos interrogaciones replantean desde su base, como es obvio,
todo el estatuto de la ética médica; hasta tal punto, que ha comenzado a utilizarse un término nuevo para designar la nueva situación
y el nuevo contenido de esa ética dentro de las Medical Humanities
o «humanidades médicas»: el término Bioethics, «bioética», entendida
ésta como «el estudio sistemático de los juicios de valor en el campo
de las ciencias biomédicas y de la conducta». Así lo demuestran la
Encyclopedia of Bioethics, en curso de publicación, la Bibliography of
Bioethics, que desde 1975 recoge toda la amplia literatura mundial sobre estos temas, y varias revistas especializadas, como la inglesa Ethics
in Science and Medicine (desde 1974).
6. La clara delimitación —y simultáneamente, como por
paradoja, la interna problematización— de los varios campos
religiosos o cuasirreligiosos desde los cuales son hoy regulados
u orientados los juicios éticos; dentro del mundo occidental,
el cristianismo, el ateísmo marxista estatalmente institucionalizado, los modos no marxistas del ateísmo y un agnosticismo
más o menos regido por el imperativo categórico kantiano. Situación ésta que, unida a lo expuesto en el punto anterior, propone una cuestión no fácil de resolver: ¿es o no es posible
una ética médica «natural», y que por serlo parezca aceptable a
todos los hombres de buena voluntad?
La medicina actual: Poderío y perplejidad 677
A través de los parágrafos precedentes, los distintos cauces de la relación entre la medicina y la sociedad confirman
algo que nuestra consideración del diagnóstico y el tratamiento
y la prevención de la enfermedad ya nos había enseñado: que
la configuración concreta del vario conjunto de saberes, actividades, hábitos e instituciones a que damos el nombre de «medicina» se halla inexorablemente determinada por cuatro momentos rectores, la ciencia (pura y aplicada), la economía (nivel
de ella, modo de su regulación), la política (móviles y organización del poder en el Estado y en la sociedad) y la ética (actitud
social y personal ante el problema de la licitud o la obligatoriedad de aquello que puede hacerse). Todas las situaciones de la
historia han dado su particular respuesta a este constante haz
de cuestiones, y con él se debaten médicos y no médicos en
este último cuarto del siglo xx.
Epílogo
Ha pasado ante nuestros ojos la historia entera de la medicina. Parece oportuna, pues, una breve meditación final acerca de estos dos puntos: la estructura interna de esa historia y
el sentido que últimamente debe tener el hecho de conocerla.
A. Tres momentos pueden ser distinguidos en la estructura
de la historia de la medicina, cuando en ella son a la vez considerados su movimiento y su contenido; los llamaré transeúnte,
progrediente e invariante.
1. Tiene la historia de la medicina su momento transeúnte
en lo que de su contenido va pasando —a las bibliotecas, a
los archivos, al olvido— para ya no volver. Desde el Paleolítico
hasta hoy, ¿cuántos saberes, cuántas técnicas, cuántos aparentes
conocimientos de hecho no han pasado a la historia, como vulgarmente se dice; esto es, a los senos de un pretérito cognoscible
unas veces e incognoscible otras? Lo cual no quiere decir que
su existencia no poseyera antaño sentido histórico, porque la comisión de un error puede dar motivo a la conquista de una verdad y, sobre todo, porque un saber teorético o práctico puede
parecer olvidado sólo por hallarse invisiblemente asumido en
otro ulterior, más amplio y más elevado que él. Así la obra
del cantero, tarea antaño de un hombre de nombre, carne y
hueso, perdura anónima en la obra dotada de nombre y fama
que es la catedral.
El simple abandono y la destrucción deliberada son los mecanismos más importantes del constante «paso a la historia» que
lleva consigo el curso real de ésta. El hombre puede abandonar
lo que supo y tuvo bajo la presión de varios motivos: la incuria, el hastío y el afán de notoriedad personal, cuando actúa
como heredero; ma¿ también por haber descubierto el error o
678
Epílogo 679
la insuficiencia de lo recibido y —con tan penosa frecuencia—
por odio religioso, racial, político o ideológico hacia los autores de eso que recibe. Repase el lector las páginas precedentes,
y en ellas encontrará ejemplos que ilustren cada una de estas posibilidades factuales en la determinación del momento transeúnte de la historia de la medicina.
2. Recordado o no, algo no pasa del todo en el curso de la
historia de la medicina; algo queda en él, asumido nominativa
o anónimamente en la edificación de saberes, quehaceres e instituciones que continúan perfectivamente saberes, quehaceres e
instituciones precedentes. Al conjunto de lo que en esta forma
queda es a lo que propongo llamar el momento progrediente de
esa historia.
No todo es progreso en la historia; hay en ella, en efecto,
cambios que no son genuinamente progresivos, y otros a los que
puede y debe considerarse regresivos. No es excepción la de la
medicina a esta regla general. Pero, considerada en su conjunto,
es evidente que desde hace dos mil quinientos años, y a lo largo
de vicisitudes muy diversas, ha ido progresando la capacidad
del médico, tanto para diagnosticar, curar y prevenir la enfermedad, como para promover e incrementar la salud.
Pues bien: en la estructura de este indudable progreso —indudable, sí, pese a las críticas actuales acerca de la eficacia social del médico— se han ido articulando los siguientes motivos
principales: a) La indoeuropeización, esto es, la progresiva extensión geográfica, hasta hacerse realidad planetaria, de los saberes médicos que desde Alcmeón de Crotona e Hipócrates de
Cos han ido conquistando los hombres indoeuropeos o indoeuropeizados, como los judíos de la Europa y la América modernas y ciertos japoneses, hindúes, chinos y negros de los dos últimos siglos. ¿A qué rincón del planeta no han llegado hoy, valgan estos ejemplos, los rayos X, la penicilina y el alcantarillado? b) La totalización histórica, es decir, la sucesiva incorporación de todos los saberes médicos valiosos, cualquiera que sea
su origen, al cuerpo de la medicina indoeuropea. La adopción
de la quina, de la rauwolfia, del yoga y —si al fin se acredita—
de la acupuntura, son hechos que hablan por sí solos, c) La penetración cognoscitiva en la realidad y el dominio técnico de
ésta. A lo largo de la historia, el médico ha ido conociendo mejor la enfermedad y ha ido conquistando más y más la posibilidad de dominarla. Tanto, que el logro de una situación de la
humanidad en la cual hayan desaparecido las enfermedades es
hoy un proyecto o un sueño de muchos hombres, d) La nivelación de la asistencia; es decir, la creciente igualación de los
hombres, cualquiera que sea su puesto en la sociedad, a la hora
de recibir ayuda médica calificada.
680 Historia de la medicina
3. Con el no necesario, pero sí habitual progreso histórico
de la medicina, a través, por tanto, de sus avances y sus regresiones, ¿hay en su curso un momento invariante, algo que bajo
la siempre cambiante forma del saber y el hacer en todo momento permanezca? Con otras palabras: en la medida en que
nuestra experiencia histórica nos permita la tentativa de una intelección de la naturaleza humana atenida a la esencia de ésta,
¿existe en la actividad del médico, cuando ésta es éticamente
correcta, algo que no cambie?
Tres puntos pueden ser discernidos en la respuesta: a) En
el acto médico correcto hay siempre una voluntad de ayuda por
parte del médico, que de hecho se manifestará como asistencia
inmediata —ad-sistere: estar operativamente junto a otro— o
como consejo a distancia, b) Sea más o menos empírica, mágica o técnica su concreción real, en la ayuda del médico al enfermo se articulan siempre tres ingredientes: uno empírico (un
puro «saber hacer algo»), otro racional (saber o interpretar de
algún modo qué es lo que se hace) y otro creencial (creer o no
creer, sobre todo por parte del enfermo, en la eficacia de eso
que se hace), c) Desde los antiguos griegos, más precisamente
desde que Alcmeón de Crotona y los hipocráticos dieron carácter de tekhne al quehacer terapéutico, el médico sólo actúa como
tal cuando procede «técnicamente»; por tanto, y para decirlo al
modo de Aristóteles, cuando sabe ejercer la medicina sabiendo,
no únicamente qué hace, también por qué hace aquello que
hace.
B. Dando sucesiva realidad a esos tres momentos de su
operación, el transeúnte, el progrediente y el invariante, los médicos han ido construyendo a lo largo de los siglos la medicina
actual. Trátase ahora de saber si posee algún sentido el hecho
de conocer por dentro el curso de esa larga hazaña. O bien, en
términos vulgares: si el conocimiento de la historia de la medicina sirve para algo.
Dos deben ser los puntos de la respuesta, porque dos pueden ser los sujetos titulares de ese posible sentido, a) Cuando
se trata de un médico particular, la introducción a este libro nos
dio, creo, una fórmula valedera: el conocimiento de la historia
de la medicina ofrece integridad del saber, dignidad moral, claridad intelectual, libertad de la mente y cierta opción a la originalidad, b) Cuando se trata de la sociedad entera, la experiencia que brinda un contacto lúcido y comprensivo con el curso entero de la medicina puede ayudar —así lo demostró hace
años H. E. Sigerist y así ló está demostrando hoy H. Schipperges— a un planeamiento más razonable y satisfactorio de la sociedad futura.
Epilogo 681
Sobre la fachada del Archivo Nacional de Washington, entre sibilina y prometedoramente, dicen unas letras de bronce:
The past is only prologue, «Tan sólo prólogo es el pasado». En
nuestro caso, el prólogo de un futuro en el cual los médicos
—como ayer, como hoy— seguirán siendo eficaces agentes de la
esperanza terrenal del hombre.
BIBLIOGRAFÍA
Por capítulos, por grupos de capítulos o por materias, serán
indicadas algunas de las obras mediante las cuales el lector puede
dar el primer paso hacia un mejor conocimiento de la historia de
la Medicina. La bibliografía contenida en ellas le servirá para incrementar o completar su información bibliográfica, si a ese primer
paso desea añadir otros.
Obras generales
F. H. Garrison, History of Medicine, 4.a
ed., reprinted (Philadelphia and London, 1929).
A. Castiglioni, Storia delta Medicina, 2 vols. (Verona, 1948).
H. E. Sigerist, A History of Medicine, vols. I y II (New York, 1951
y 1961); en lo sucesivo, AHM.
Historia Universal de la Medicina, dirigida por P. Lain Entralgo,
7 vols. (Barcelona, 1972-1975); en lo sucesivo, HUM.
R. Taton, Histoire générale des sciences, 4 vols. (Paris, 1957-1964);
en lo sucesivo, HGSs.
Mieli, Papp y Babini, Panorama General de Historia de la Ciencia,
12 vols. (Buenos Aires, 1954-1961).
D. Papp, Ideas revolucionarias en la ciencia, I (Santiago de Chile,
1975).
Paleopatología y medicina primitiva
Ε. Aguirre, «Paleopatología y medicina prehistórica», HUM, I.
H. Ε. Sigerist, «The Antiquity of Disease: Paleopathology», AHM, I.
L. Paies, Paléopathologie et pathologie comparative (París, 1930).
C. Wells, Bones, bodies and disease (London, 1964).
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683
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J. R. Zaragoza, «La medicina de los pueblos mesopotámicos»,
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H. E. Sigerist, «Mesopotamia», AHM, I.
Medicina del antiguo Egipto
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Η. Grapow, Grundriss der Medizin der alten Aegypter (Berlin, 1954).
P. Ghaliounghi, «La medicina en el Egipto faraónico», HUM, I, y
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Medicina del antiguo Irán
H. Ε. Sigerist, «Medicine in ancient Persia», AHM, Π.
C. Elgood, «La medicina en el antiguo Irán», HUM, I.
Medicina de la China antigua
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Medicina de la India antigua
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1949).
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J. Roger, «La medicina en la antigua India», HUM, I.
Japón antiguo, Israel, América precolombina
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V. Busacchi, «Sociología de la práctica médica en la Roma antigua», HUM, II.
Cristianismo primitivo y medicina
P. Lain Entralgo, «El cristianismo primitivo y la medicina», HUM, III.
Entre Galeno y Oribasio
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O. Temkin, op. cit.
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Medicina de la Europa medieval
G. Beaujouan, «La science dans l'Occidente médiéval chrétien»,
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J. R. Zaragoza, «Restos de la medicina clásica en el Occidente medieval europeo», HUM, III.
H. Schipperges, «La medicina en la Edad Media latina», HUM, III.
H. H. Lauer, «La medicina en la Edad Media latina desde el afio
1200 al 1300», HUM, III.
D. Jetter, «Los hospitales en la Edad Media», HUM, III.
L. Premuda, «Anatomía de la Baja Edad Media», HUM, III.
M. Tabanelli, «La cirugía de los siglos χιιι y xiv», HUM, III.
D. Gracia Guillen y J. L. Peset, «La medicina en la Baja Edad Media latina», HUM, III.
Pese a su fecha, siguen siendo útiles M. Neuburger, Geschichte
der Medizin II (Stuttgart, 1911), y Κ. Sudhoff, Kurzes Handbuch
der Geschichte der Medizin (Berlin, 1922).
686 Bibliografía
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J. Riera, «Terapéutica del Barroco», HUM, IV.
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Κ. Ε. Rothschuh, «La fisiología en la época romántica», HUM, V,
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P. Lain Enträlgo, Claudio Bernard (Clásicos de la Medicina, Madrid,
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la Naturphilosophie en Alemania», HUM, V.
P. Lain Enträlgo y D. Gracia Guillen, «Los orígenes de la patología
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J. M. López Pinero, «Alemania, Francia, Gran Bretaña y España»,
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F. Fdez. del Castillo, «Países Hispanoamericano», HUM, VI.
Microbiología e inmunología en el siglo XIX
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Bibliografía 689
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L. Ch. Parish, «La dermatología: 1800-1848», HUM, V.
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J. M. Morales Meseguer, «La psiquiatría», HUM, VI.
W. Riese y E. Arquiola, «La neurología», HUM, VI.
L. Ch. Parish, «La dermatología: 1848-1914», HUM, VI.
Farmacología y terapéutica en el siglo XIX
Durante el Romanticismo (1800-1848):
J. M. López Pinero, Ε. Balaguer y R. Ballester, «Europa latina»,
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P. Lain Entralgo, «Farmacología, farmacoterapia y terapéutica general: 1848-1914», HUM, VI.
Cirugía del siglo XIX
Durante el Romanticismo (1800-1848):
J. M. López Pinero, Ε. Balaguer y R. Ballester, «Europa latina»,
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P. Lain Entralgo y D. Gracia Guillen, «Mundo anglosajón», HUM, V.
A. Albarracín Teulón, «El saber quirúrgico», HUM, V.
Durante el Positivismo (1848-1914):
D. Gracia Guillen, «La cirugía francesa», HUM, VI.
Ε. Lesky, «La cirugía austríaca», HUM, VI.
A. Albarracín Teulón, «La cirugía alemana», HUM, VI.
J. L. Peset, «La cirugía en Gran Bretaña», HUM, VI.
A. Pazzini, «La cirugía italiana», HUM, VI.
Ε. Arquiola, «La cirugía norteamericana», HUM, VI.
Ε. Arquiola, «La cirugía en los países escandinavos y en Rusia,
Holanda, España, Portugal, Hispanoamérica y Canadá», HUM, VI.
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D. H. Wangensteen, «La cirugía general en los Estados Unidos»,
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D. Gracia Guillen, «Cabeza y cuello» y «Tórax», HUM, VI.
A. Albarracín Teulón, «Cirugía abdominal», HUM, VI.
Ε. Arquiola, «Ortopedia y cirugía plástica», HUM, VI.
Las especialidades quirúrgicas en el siglo XIX
Durante el Romanticismo (1800-1848):
M. Usandizaga, «La obstetricia y la ginecología», HUM, V.
J. L. Munoa, «La oftalmología», HUM, V.
Durante el Positivismo (1848-1914):
J. L. Munoa, «La oftalmología», HUM, VI.
T. G. Wilson, «La otorrinolaringología», HUM, VI.
I. Riera, «La urología», HUM, VI.
M. Usandizaga, «La obstetricia y la ginecología», HUM, VI.
La praxis médica en el siglo XIX
P. Marset y E. Ramos, «Medicina y sociedad en el Romanticismo»,
HUM, V.
690 Bibliografía
Ε. Balaguer y R. Ballester, «La enfermedad y su prevención en el
siglo xix», HUM, VI.
P. Marset y Ε. Ramos, «Sociología y asistencia médicas», HUM, VI.
G. Rosen, A History of Public Health (New York, 1958).
Seminar: Medizin, Gesellschaft, Geschichte, dirig. por H. U. Deppe
y M. Regus (Frankfurt am Main, 1975).
Sozialmedizin, dirig. por Ε. Lesky (Darmstadt, 1977).
Medicina actual (desde 1918)
Aparte los libros citados en el texto, el lector encontrará abundante información científica y bibliográfica en el vol. II de la HUM.
De él selecciono los siguientes artículos:
D. Papp, «La nueva imagen del cosmos».
P. Lain Entralgo, «Morfología biológica».
F. Orts Llorca, «Embriología».
E. de Robertis, «Citología».
L. Gedda y P. Parisi, «Genética».
F. Grande Covián, «Bioquímica».
K. E. Rothschuh, «Fisiología: 1914-1970».
F. Grande Covián, «Fisiología: 1970-1975».
M. Yela, «Psicología».
D. Gracia Guillen, «Psicoanálisis».
I. Sotelo, «Sociología».
L. Pericot, «Orígenes del hombre».
Cl. Esteva Fabregat, «Antropología cultural».
A. M. Tornos, «Antropología filosófica».
D. Gracia Guillen, «Antropología médica».
Véase también el volumen «Der Mensch und seine Stellung im
Naturganzen», en el Handbuch der Biologie dirig. por L. von Bertalanffy y P. Gessner (Konstanz, 1965).
A. Jores, «Los modos actuales de enfermar».
D. García-Sabell, «El pensamiento patológico».
I. Costero, «Anatomía patológica».
A. Grande Covián, «Bioquímica y patología».
A. Delaunay, «Microbiología: 1914-1960».
A. Pumarola, «Microbiología: 1960-1975».
F. Ortiz Maslloréns, «Inmunología».
P. Lain Entralgo y A. Albarracin Teulón, «Patología constitucional».
J. L. Pinillos, «El pensamiento constitucional en nuestros días».
A. Sánchez Cascos, «Heredopatología».
P. Lain Entralgo y A. Albarracin Teulón, «La mentalidad biopatológica».
I. Rof Carballo, «Patología antropológica».
P. Farreras Vaíentí, «El diagnóstico clínico».
P. Lain Entralgo, «Terapéutica general antropológica».
J. A. Salva Miquel, «Técnicas farmacoterapéuticas».
F. Grande Covián, «Nutrición y dietética».
J. R. Zaragoza, «Técnicas fisioterápicas».
C. A. Seguin, «Psicoterapia».
S. Palafox, «Neohipocratismo».
Bibliografía 691
A. García Pérez, «Dermatología y venereología».
E. Sánchez Villares, «Pediatría».
C. Castilla del Pino, «Psiquiatría».
L. Barraquer-Bordas, «Neurología».
F. Vega Díaz, «Cardiología».
J. Rof Carballo, «Endocrinología».
J. Sánchez Fay os, «Hematología».
P. Piulachs, «Cirugía general».
M. Usandizaga, «Obstetricia y ginecología».
T. Pérez Llorca y J. Casanovas, «Oftalmología».
R. Poch Viñals, «Otorrinolaringología».
L. Cifuentes Delatte, «Urología y nefrología».
S. Obrador, «Neurocirugía».
F. Casas Botelle, «Odontoestomatología».
A. Neghme y R. Sotomayor, «Enseñanza de la medicina».
F. Martí Ibáñez, «La comunicación médica».
María-Luz Terrada, «La documentación médica».
A. Pumarola, «Higiene y sanidad».
J. Corbella, «Medicina legal».
P. de la Quintana, «Medicina social, sociología médica y sociología
de la salud>-.
P. Cano Díaz, «Asistencia médica».
J. Espinosa Iborra, «Asistencia psiquiátrica».
C. Lisson Tolosana, «Folkmedicina».
Las líneas cardinales de la medicina actual se hallan descritas
y glosadas en P. Lain Entralgo, La medicina actual (1973). El lector,
por su parte, podrá mejorar su información leyendo con mente histórica los libros que le hayan servido o le estén sirviendo para formarse como médico.
Futuro de la medicina
H. Schipperges, «El futuro de la medicina», HUM, VII, y Die Medizin in der Welt von Morgen» (Düsseldorf-Wien, 1976).
INDICE ALFABÉTICO DE AUTORES
A
Abbe, Ε., 426, 432.
Abbe, R., 397, 533.
Abderhalden, 446, 452.
Abel, 5, 521.
Abelardo, 216.
Abelson, 563.
Abenguefit, 161.
Abernethy. 371, 524.
Absolon, 654.
Abulqasim, 158, 159, 160, 176, 198,
233.
Abu'1-Wafa, 165.
Accrbi 483
Ackerknecht, 7, 10, 474, 483, 536.
Aclepiodoto, 146.
Acosta, 259.
Acquapendente, 252, 266, 267, 273,
275, 277, 278, 282, 304, 305, 556.
Actuario, 154, 156.
Ach 460
Achárd, 479, 490, 494.
Achillini, 262.
Achúcarro, 430.
Adamancio de Alejandría, 143.
Adams, J., 528.
Adams, R., 469, 480.
Addison, 456, 469, 470.
Adela, 193.
Adelardo de Bath, 197, 198.
Adler, Α., 635, 636, 657.
Adler, O., 471.
Adler R., 471.
Aecio, 93, 146, 149, 151, 152.
Afanassiev, 451.
Agatino de Lacedemonia, 64, 88,
102.
Agote, 524.
Agramonte, 544.
Agripa de Nettesheim, 290, 326.
Aitken, 461.
Ajuriaguerra, 628.
Alanson, 370.
Albarracín Teutón, 46, 316.
Albarrán, 479, 530.
Albercrombie, 506.
Albert!, L., 668.
Alberti, Leon Batista, ?61.
Albertini, xxx, 288, 322, 323, 342,
361, 465, 466, 503.
Alberto de Sajonia, 213.
Alberto Magno, 198, 202.
Albinus, 268, 271, 374.
Alcázar, 368, 371.
Alcmeón de Crotona, 1, 2, 40, 59,
60, 71, 72, 78, 83, 84, 86, 93, 127,
679, 680.
Alcuino, 184.
Alderotti, 201, 203, 204, 206, 208,
237, 242, 313.
Aldrich, 456.
Alejandro de Tralles, 150, 151,152,
154, 182, 226.
Alejandro Magno, 22, 29, 62, 66,
135.
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