HISTORIA DE LA MEDICINA BIBLIOTECA MEDICA DE BOLSILLO parte 26

 


Un experto en educación médica (A. Neghme, 1974), ha señalado

como «nuevos postulados doctrinales» en la formación del médico:

a) Iniciación eficaz en el método científico, b) Contacto precoz con el

enfermo, c) Estudio integral del hombre, d) Preocupación constante

por la integración de la enseñanza e intensificación de los «métodos

activos» de ésta, e) Atención suficiente a la historia de la medicina.

/) Reforma de los métodos de evaluación de los resultados obtenidos

en el proceso docente, g) Introducción de un buen «practicantado

clínico» (clinical clerkship), h) Habilitación para el cumplimiento de

los fines sociales de la medicina, i) Aprovechamiento de los múltiples

recursos que ofrecen las técnicas cibernéticas. Es el nuestro, como suelen decir los norteamericanos, un changing World, un mundo cuyo

cambio es a la vez incesante y rápido, y la enseñanza de la medicina

lo acusa muy claramente. De ahí que también frente a ella se haga

patente la perplejidad: una perplejidad que induce, eso sí, a la proposición de nuevas metas y a la invención de nuevos caminos.

Debe decirse, en fin, que no todos los que practican actividades sanadoras se forman con arreglo a los principios y a los

métodos de la medicina oficial o académica. Unos —homeópatas, acupuntores, quiroprácticos, etc.— porque aplican su educación universitaria al cultivo de las formas de la asistencia

médica que hoy es frecuente llamar «medicinas marginales».

Otros porque, pese a la general educación científica de nuestra

sociedad, todavía hallan campo en ésta para ejercitar alguna

de las variedades del más craso y tradicional curanderismo.

Una pregunta surge ante el historiador: ¿lograremos un modo

de vivir en el cual, a fuerza de eficacia terapéutica y capacidad

de incorporación, la medicina «oficial» acabe definitivamente

con las «marginales» y, por supuesto, con el curanderismo?

C. También en lo relativo a la situación social del médico

se han producido cambios desde la Primera Guerra Mundial.

Muy a vista de pájaro, éstos parecen ser los más importantes:

1. Los pertinentes al rol del médico en las sociedades desarrolladas. Se han intensificado considerablemente las expectativas tradicionales, esto es, las tocantes a la eficacia terapéutica

y preventiva del profesional de la medicina, y han surgido o

se han perfilado otras nuevas: las «pautas alternativas» de los

análisis sociológicos de Talcott Parsons —neutralidad afectiva,

orientación hacia la colectividad, opción por el universalismo,

olvido de las vinculaciones sociales previas al contacto con el

enfermo, especificidad funcional en la conducta—; y con ellas,

siquiera sea de manera incipiente, la convicción de que el médico puede hacer mucho para reformar la sociedad actual y

668 Historia de la medicina

para mejorar la naturaleza humana (Lederberg, Schipperges y

Rodríguez Delgado, entre otros).

2. Los relativos al status del profesional de la medicina.

A partir de la Primera Guerra Mundial, va desapareciendo la

figura del «médico divo social», tan frecuente antes de ella. Todavía se da esa figura en el período de entreguerras —G. von

Bergmann y Sauerbruch en Alemania, Widal y Vaquez en Francia, Marañón y Jiménez Díaz en España, von Eiseisberg en

Austria, Murri y Pende en Italia, Cushing en Norteamérica—;

hasta después de 1945, baste mencionar el nombre de Barnard,

ha surgido a veces. Pero la invasora tecnificación del diagnóstico y el tratamiento, la creciente colectivización de la asistencia médica y el imperativo de la cooperación en equipo se han

concitado para borrarla de la sociedad o atenuarla al máximo.

Las técnicas pueden ser rápidamente aprendidas por cualquiera,

y dan así la impresión de actuar socialmente por sí mismas (la

«autonomía de las técnicas» de que ha hablado L. Albertí). La

colectivización de la asistencia, por su parte, tiende a convertir

al médico en funcionario. El equipo médico, en fin, da pocas facilidades al divismo.

3. Los dependientes del fenómeno de la impersonalización

de las expectativas médicas de la sociedad, y por tanto de la

confianza del enfermo. Con gran frecuencia éste confía, más

que en el médico, en el remedio a que el médico recurre y en

la institución donde se le atiende. En la sociedad actual, ¿qué

extensión y qué sentido posee la expresión «mi médico»? Sin

una respuesta satisfactoria a esta pregunta, al historiador de la

medicina no le será posible conocer la peculiaridad del mundo

en que vive.

4. Los que pone de manifiesto la crítica social del ejercicio

de la medicina, tan dura hoy en muchos casos. Bien claramente

la demuestran, para no citar sino tres hechos, el gran número

de los procesos judiciales contra actuaciones médicas, el éxito

mundial de la novela La ciudadela y la resonancia, también

mundial, del libro de Illich antes mencionado; libro en el cual

la desmesura de sus alegatos vindicatorios —Némesis: diosa

griega de la venganza— se apoya sobre una amplia base de

verdad. Qué lejos ha quedado la actitud social ante el médico

de que fueron testigos literarios Balzac, Flaubert y Galdós;

y bajo nueva forma, qué cerca de nosotros, quién lo dijera,

el sarcasmo de Quevedo y Molière contra los ineficaces y doctorales galenos de su tiempo.

D. En lo que atañe a la asistencia médica, las novedades

surgidas con posterioridad a la Primera Guerra Mundial, y sobre todo después de la Segunda, han sido de máxima importan-

La medicina actual: Poderío y perplejidad 669

cia. A nuestra época corresponde, en efecto, el honor de haberse propuesto acabar para siempre con la tradicional diversificación de la atención técnica al enfermo en tres niveles de

calidad, según la situación socioeconómica del paciente asistido.

A lo largo de casi veinticinco siglos, y a través de situaciones

histórico-sociales muy distintas entre sí —polis griega, ciudad

romana, sociedades señoriales de la Edad Media, sociedad estamental del. Anden Régime, sociedad burguesa del siglo xix—,

esa diversificación nunca ha dejado de existir, y a veces en forma sobremanera penosa. Es cierto, sí, que las realizaciones actuales tienen su raíz histórica en hechos anteriores a la época

que estudiamos: las Friendly Societies británicas, el zemstvo

ruso, las reivindicaciones obreras ulteriores a 1848, las Krankenkassen germánicas; pero tales gérmenes no amenguan la importancia y la novedad del gran suceso asistencial de nuestro

siglo: la colectivización o la socialización de la ayuda médica,

único recurso eficaz para acabar con la injusta discriminación

tradicional en el ejercicio de ella, y consecuencia de haberse reconocido el derecho del individuo humano, y más cuando éste

es trabajador, al diagnóstico y al tratamiento que permitan

las mejores técnicas vigentes en la comunidad a que pertenece.

La colectivización de la asistencia médica ha adoptado múltiples formas, que han sido establecidas resolviendo de uno u

otro modo los seis siguientes problemas (P. Cano Díaz): grado

de la obligatoriedad del seguro médico: extensión social de

éste; modo de ser requerida la asistencia; índole de la prestación del servicio (domiciliario, hospitalario o dispensarial; a

través de centros propios del Seguro o mediante contrato con

centros no dependientes de él); disponibilidad de los recursos

terapéuticos por parte del médico; modo de la percepción de

los honorarios profesionales (sueldo fijo, por acto médico o por

«capitación»). Según la actitud ante estos seis problemas, tres

han sido las vías cardinales para la consecución de la ayuda

colectivizada: la total socialización de los servicios médicos, el

ingreso de la población trabajadora en un sistema de seguridad

social que le garantice la asistencia médica y la entrega al paciente, por parte del Estado o de la entidad aseguradora a que

pertenezca, de una cantidad que le permita sufragar los gastos

dimanantes de su enfermedad.

Con su germen en el sistema zemstvo de la Rusia zarista, el modelo soviético tiene como base una socialización total de los servicios

niédicos y sanitarios. Dependiente del Ministerio de Sanidad y ordenado en una escala de demarcaciones de extensión decreciente, un

Cuerpo de médicos de niveles técnicos y campos de especialización

niuy distintos entre sí atiende a todos los ciudadanos de la URSS;

aproximadamente, un médico por 425 personas. Dato notable, el 40 %

670 Historia de la medicina

de esos médicos son mujeres. La no-elección del médico por el enfermo es principio obligatorio.

El modelo alemán no es sino la prosecución del que en 1884 iniciaron las Krakenkassen bismarckianas. Más de nueve decenios son,

pese a inevitables dificultades y descontentos, una buena ejecutoria

para un seguro social de cuño inicialmeníe burgués; pero el alza

enorme de la asistencia médica ha comenzado a poner en crisis el

sistema. Existen en él distintas cajas aseguradoras —exigencia del capitalismo liberal, frente a los propósitos «estatalizadores» de Bismarck—, paga el Estado un 25 % de los gastos originados por la

asistencia, y el resto se reparte entre la empresa y los trabajadores.

La reforma es inminente; en la Alemania actual, prototipo de la

«sociedad del bienestar», ha comenzado a hablarse de «miseria hospitalaria».

El modelo británico tiene su precedente remoto en las discusiones

de la Poor Law Commission (1905) y su comienzo real en el National

Health Service, creado por el conservador W. Beveridge en 1942, y

puesto en práctica por un gabinete laborista, en 1947. El sistema concede al paciente cierta libertad en la elección de médico, se ordena en

tres grandes servicios —medicos generales o general practitioners,

especialistas hospitalarios o consultants y sanitarios e higienistas— y,

salvo una módica cantidad a cargo del asegurado, paga todos los medicamentos que el tratamiento requiere. El National Health Service

ha sido, por supuesto, criticado; pero nada menos que la British Medical Association declaraba en 1962 que el retorno a un ejercicio privado de la medicina en el Reino Unido es a la vez imposible e indeseable.

Todavía no puede hablarse con entera propiedad de un modelo

español en lo tocante a la asistencia médica colectivizada, porque la

estructura y la dinámica del Seguro Obligatorio de Enfermedad, SOE,

establecido por una ley promulgada en 1942, se hallan en trance de

revisión, y porque con él coinciden o se asocian gran cantidad de

instituciones asistenciales: mutualidades de cuerpos profesionales o

promovidas por grupos de médicos libres, práctica privada minoritaria, hospitales de beneficencia, centros hospitalarios pertenecientes a

las Facultades de Medicina y a los cuerpos militares. Hállase asegurado el 78,32 % de la población total, y los enfermos son atendidos

en hospitales y ambulatorios del SOE y en hospitales con los que éste

ha establecido convenio. Nadie niega los defectos —subsanables— del

SOE español; pero el juicio de la BMA acerca del NHS británico puede sin duda serle aplicado.

El modelo francés es el resultado de un hábil compromiso entre la

llamada «medicina liberal» y la colectivización de la asistencia médica. Los enfermos son atendidos en los consultorios privados de los

médicos, en hospitales públicos o en los hospitales privados que hayaa

establecido convenio con la Seguridad Social, y las Cajas aseguradoras indemnizan al paciente o al centro asistencial con cantidades que

en ocasiones cubren el 99 % de los gastos. Rige el principio de la

libre elección del médico. Todos los trabajadores industriales y agrícolas reciben los beneficios del seguro.

Bajo la influencia de diversos y muy poderosos grupos de presión

La medicina actual: Poderío y perplejidad 671

—la American Medical Association o AMA, las entidades aseguradoras, ciertas empresas industriales—, la asistencia médica norteamericana dista mucho de haber alcanzado un nivel social de calidad comparable a la de su altísimo nivel técnico. Dos instituciones recien'tes

(1965), las llamadas Medicare (medical care) y Medicaid (medical aid)

han paliado en alguna medida el menester en que desde este punto

de vista se venían encontrando los estratos de la sociedad norteamericana económicamente más bajos; pero no es poco lo que a esa

sociedad le queda por hacer en este campo, y así lo demuestran la

frecuencia y la calificación de las críticas que de ella recibe la asistencia al enfermo menesteroso.

De manera más o menos próxima a uno de los modelos precedentes, todos los países del globo cumplen hoy la exigencia de colectivizar la ayuda al enfermo, único sistema para abolir su tradicional

e injusta diversificación en una medicina «para ricos» y otra «para

pobres».

Contemplada la colectivización de la medicina como fenómeno planetario, ¿qué debe decir de ella el historiador? A mi

juicio, la respuesta puede ser ordenada en los seis siguientes

puntos:

1. Pese a sus indudables deficiencias sociales (ni siquiera

en los países donde se halla totalmente socializada es igual

para todos la asistencia médica) y a sus no menos indudables

defectos técnicos (el más grave: la enorme acumulación de enfermos en ciertos ambulatorios), la colectivización de la ayuda

al enfermo es un suceso histórico a la vez justiciero e irreversible.

2. La relación entre el enfermo y el médico puede terminar con la total confianza de aquél en éste, pero empieza siendo el resultado de la exigencia de un derecho, por tanto un

acto preponderantemente contractual; con lo cual esa confianza, tan favorable para el mejor éxito del tratamiento, deberá

ser en cada caso conquistada —tarea no siempre fácil— por

todo terapeuta que no quiera ser un funcionario adocenado.

3. La socialización del proceso morboso y de su diagnóstico

obligan al médico a distinguir entre lo que es «enfermedad vivida» y lo que es «enfermedad objetiva» (disease e illness, según las denominaciones que, utilizando su idioma, han propuesto en Norteamérica el sociólogo Coe y el clínico Magraw).

4. Tres riesgos principales amenazan, según lo dicho, la

calidad de la asistencia médica colectivizada: a) La excesiva

acumulación de los enfermos en el consultorio del médico (un

ejemplo: en un dispensario de Shaporoshe, URSS, a la consideración puramente médica de cada paciente sólo pueden ser dedicados unos 3 minutos: M. St. Pasechik y M. K. Sokorova).

b) La posibilidad de que el médico actúe más como funcionario

que como clínico, c) Las dificultades que en la relación entre

672 Historia de la medicina

el médico y el enfermo puede acarrear, cuando tal es el principio, la no elección de aquél por éste (una pregunta: en la

llamada «medicina liberal», ¿cuántos y quiénes son los pacientes que en verdad pueden elegir al médico por ellos preferido?)

5. Para una buena asistencia médica colectivizada, las exigencias económicas (número de médicos y diversidad de ellos,

hospitales, multiplicación de los equipos técnicos, centros dispensariales, burocracia) son fabulosas y crecen de año en año;

pueden así constituir una carga tan pesada para la sociedad, que

acaso un día consuma ésta casi todos sus recursos, y por tanto

casi todo su trabajo, en el empeño de mantener sanos a los individuos que la componen. Por lo que hace a la sociedad norteamericana, véase el número que la revista Scientific American

(septiembre de 1973) consagró a la actual situación de la asistencia médica en aquélla; y en lo tocante a la sociedad de la

Alemania Federal, el libro de H. Schipperges Die Medizin in der

Welt von Morgen (1976).

6. La colectivización de la asistencia médica no puede ser

enteramente satisfactoria si antes no se ha producido un intenso

cambio en los hábitos morales de la sociedad en que se la implanta; cambio que debe afectar por igual al enfermo, en tanto

que titular del derecho a ser atendido, al médico, que a todo

trance debe evitar la conversión de su trabajo en obligación rutinaria, y al funcionario administrativo, siempre en el trance

de verse a sí mismo como empresario y no como servidor. He

aquí la regla de oro: «En el comportamiento social, pasar de

una moral basada en la competición a una moral fundada sobre

la cooperación.»

E. En conexión con todo lo hasta ahora dicho, también son

muchas las novedades producidas en las actividades profesiona·

les del médico especialmente condicionadas por requerimientos

de orden político y social; no sólo porque las más tradicionales

—sanidad pública, medicina legal, medicina militar— han quedado afectadas por los grandes cambios de la sociedad durante

los últimos decenios; también porque otras nuevas —dirección

de centros hospitalarios, estadística médica, documentación médica— han sido impuestas por las exigencias de la actual

práctica de la medicina.

1. Es cierto que la sanidad pública y la higiene social habían comenzado a pasar de un nivel puramente químico-bacter

riológico a otro nivel también psico-sociológico —-de su «etapa

Pettenkofer» a su «etapa Grotjahn», si se prefiere decirlo así·^

ya antes de la Primera Guerra Mundial; recuérdese lo expuesto.

Pero sólo después de 1918 había de cumplirse la definitiva sociologización de aquéllas. Hoy, en efecto, el oficial sanitario y

La medicina actual: Poderío y perplejidad 673

el higienista no pueden cumplir su misión sin ser, a la vez

que analistas de aguas y técnicos de la inmuno-profilaxis y de

la depuración de los residuos urbanos, sociólogos y psicólogos

de la medicina y del trabajo y expertos en urbanismo, ecología

humana y planeamiento racional de la vida futura. El conjunto

del planeta y sus habitantes viene a ser para el médico actual

algo así como una casa en parte ya habitada y en parte todavía

por habitar, pero en la cual es preciso llevar a término una

operación de limpieza (extinción de las enfermedades infecciosas), otra de reparación (evitación de los trastornos congénitos,

rehabilitación) y otra de construcción (lucha contra las enfermedades crónicas y constitucionales, promoción de la salud y

de una vida mejor), ha escrito el higienista A. H. Hanlon (1963).

A ello aspira también la «medicina ecológica» propuesta por

H. Schipperges (1976).

«Así como la anatomía y la fisiología fueron los fundamentos de

la medicina clásica, y la física y la química las ciencias básicas de la

medicina del siglo xix —escribe este último autor—, las disciplinas

ecológicas lo serán en el tercer milenio: una Antropología médica

basada sobre la Psicología y la Pedagogía social, una Sociología y un

Derecho médicos, una Higiene general, y tal vez una Historia de la

Medicina capaz de colocar las piedras sillares para una obligatoria

Teoría de la Medicina.» El fin de esta «cuarta fase» del quehacer

del médico —tras la curativa, la preventiva y la rehabilitadora— sería la mejora de la naturaleza humana; tarea en la cual el médico

no debe olvidar la diferencia entre lo que para el hombre es «bienestar», lo que es «felicidad» y lo que es «perfección».

2. La edad dorada de la medicina legal fue, como dije, la

segunda mitad del siglo xix. No porque a lo largo del nuestro

no haya crecido en importancia y extensión la vinculación entre

el mundo de la medicina stricto sensu y el de las leyes, sino

porque tal extensión, unida al progreso y a la diversificación

de las técnicas del peritaje médico-forense, han parcelado el amplio y vigoroso cuerpo que aquella disciplina fue en el París de

Brouardel, el Berlín de Strassmann, la Viena de Haberda y la

Praga de Maschka. T. Maestre, A. Lecha Marzo y J. B. Peset

fueron en España —ya con posterioridad a 1914— los más distinguidos representantes de esa época de los estudios médicolegales.

Un triple proceso ha experimentado la medicina legal contemporánea (J. Corbella): se ha incrementado el contenido técnico de ella,

a favor del avance general de las técnicas modernas; se han formado

cuerpos de doctrina relativamente autónomos (toxicología, medicina

del trabajo); se ha acentuado la orientación social de la teoría y la

práctica de la disciplina (lesiones y accidentes laborales, proyección

legal de cuestiones éticas, peritajes psiquiátricos, etc.).

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674 Historia de la medicina

3. Preludiada por la norteamericana de Secesión, más acusada en la de 1914 a 1918, la «guerra total» —esto fueron la segunda de las llamadas mundiales, la del Vietnam, las varias del

Oriente Medio— constituye la grande y terrible novedad bélica

del siglo xx. Producida una guerra, ya no es posible la tradicional distinción entre «frente de combate» y «retaguardia» o entre

«tropa combatiente» y «población civil». De ahí que la medicina militar haya adquirido una complejidad insospechable cuando en Sedan lucharon los ejércitos francés y prusiano. Desde

la cirugía a la psicología y la psiquiatría, pasando por la economía y la dietética, todo lo humano pertenece hoy de uno u

otro modo al campo de los saberes que debe cultivar el médico castrense.

4. Tres nuevas profesiones, por lo menos, ha creado en el

cuerpo de la medicina el desarrollo de la sociedad contemporánea: la documentalística, la bioestadística y la hospitalaria.

a) El fabuloso, inabarcable crecimiento de la literatura médica —a todos los dominios de la medicina pueden ser referidos los datos que sobre la bibliografía fisiológica fueron consignados— y el no menos fabuloso desarrollo de los medios de

computación y comunicación, han hecho a la vez posible y necesario un cultivo especializado de la documentación médica.

Bancos de datos racional y metódicamente esquematizados mediante un previo proceso de «indización», centros capaces de recabarlos y recibirlos adecuadamente y revistas de contenido bibliográfico o Abstracts (Index Medicus, Bulletin Signalétique,

Referativnij Jurnal, Excerpta Medica, etc.), permiten obtener en

muy poco tiempo toda la información referente al tema que

interese. El «Medlars» de la National Library of Medicine, de

Washington, el «Asea», de Filadelfia, y el de Palo Alto (California) son tal vez los bancos de datos hoy más importantes. En

España existen Centros de Documentación Científica en Valencia y en Madrid.

b) Algo semejante cabe decir respecto de la estadística médica o, más ampliamente, bioestadística. Todos los campos de

trabajo de la medicina —clínica, sanidad, investigación experimental, etc.— requieren inexcusablemente el empleo de la estadística, con toda la sutileza que hoy posee esta rama de la matemática. Cada caso particular debe ser por sí mismo un problema y una lección, como con tanta autoridad afirmó CI. Bernard;

pero también pueden serlo, y con resultados a que nunca llegaría el más detenido estudio de los distintos casos particulares,

los conjuntos muy copiosos de ellos; la expresión «ley de los

grandes números» ha venido a ser tópica, incluso entre personas con muy escasa formación científica. El problema técnico

y profesional consiste en decidir si el cultivador de la estadística

La medicina actual: Poderío y perplejidad 675

médica debe ser un estadístico puro o un médica adecuadamente formado para el ejercicio de tal menester.

c) La cambiante estructura arquitectónica del hospital lia

ido reflejando la de la medicina que dentro de él se hacía.

Hasta el siglo xvm —descontados, por supuesto, sus elementos

de orden religioso— el hospital se componía de una o varias enfermerías, una farmacia y acaso algún cuarto de curas. Luego

se incorporó a él la sala de autopsias. A lo largo del siglo xix

entran en su composición los quirófanos, el laboratorio químico, el microbiológico, aulas, si el hospital es docente, y en algunos casos un departamento de fisiopatología y patología experimental.' Por fin, cuando el médico descubra la ineludible condición social que poseen la enfermedad, el tratamiento y la rehabilitación, es decir, ya en pleno siglo xx, formarán parte de

él los servicios en que se centraliza y desde que se ordena la

relación de cada uno de los enfermos hospitalizados con la sociedad a que todos ellos pertenecen. Si a esto se une el hecho

de que el hospital sea, desde un punto de vista estrictamente sociológico, un pequeño mundo con características propias —el

tema de la sociología del hospital ocupa un importante lugar

en la actual sociología médica—, y si por añadidura son considerados los aspectos arquitectónicos, económicos y jurídicos

de su erección y su funcionamiento, se comprende que la dirección de los centros hospitalarios haya llegado a ser, desde hace

varios decenios, una actividad muy exigente y muy bien delimitada, tanto a lo que se refiere al orden técnico como al

profesional.

F. Por varias razones ha cobrado la ética médica importancia grande y perfiles nuevos a partir de la Primera Guerra

Mundial. Estas parecen ser las principales:

1. El constitutivo carácter ético que por su gran eficacia,

y en consecuencia por su ineludible peligrosidad, poseen los

tratamientos actuales. Hace cincuenta años, una cura digitálica

o una apendicectomía no eran problemas morales, supuesta la

correcta formación técnica del médico; hoy, en cambio, por

fuerza deben serlo una cura cortisónica, una intervención psicoquirúrgica o un acto operatorio a corazón abierto.

2. Los problemas que pueden plantear la precisión, el riesgo y el carácter de las técnicas exploratorias. Baste recordar e}

diagnóstico de la muerte real, la práctica de una coronariografía

y la penetración en la intimidad del enfermo, lesiva a veces,

que con tanta frecuencia llevan consigo las curas psicoterápicas.

3. El coste de la actual asistencia médica, caiga su peso

sobre la economía privada del paciente o sobre el presupuesto

de la entidad aseguradora. Toda prescripción terapéutica y toda

676 Historia de la medicina

fijación de honorarios son por esencia actos morales, sea la moralidad stricto sensu o la inmoralidad el modo de ejecutarlos.

4. La frecuencia con que la sociedad, movida por la varia

situación de la conciencia ética colectiva, pone al médico ante

situaciones que afectan a su conciencia ética personal: eutanasia, aborto, partos con riesgo de la vida materna, lucha contra

la muerte en las unidades de cuidados intensivos, secreto médico, certificados de enfermedad o de alta en la asistencia colectivizada, etc. Al lado de ellos deben ser mencionados los dimanantes del nivel histórico en que hoy se encuentran las posibilidades de la técnica y la estimación de la actitud ante ellas:

la ingeniería médica y la experimentación en sujetos humanos,

muy en primer término.

5. En íntima conexión con este último tema, el que la

gran novedad histórica de la técnica actual —su capacidad para

crear realidades «naturales» que antes no existían en la naturaleza o para mejorar, sin que dejen de ser «naturales», las que

ya existían en ella— ha propuesto al hombre del siglo xx. Dos

interrogaciones, una de índole teorética, otra de carácter práctico, expresan bien el problema: dada su mutabilidad histórica

y supuesta esa capacidad cuasicreadora que el hombre de hoy

ha logrado, ¿puede ser definida con verdad y precisión la realidad de la «naturaleza humana»?; por tanto, ¿cómo debe ser

entendido el imperativo ético de «respetar» esa naturaleza?

Estas dos interrogaciones replantean desde su base, como es obvio,

todo el estatuto de la ética médica; hasta tal punto, que ha comenzado a utilizarse un término nuevo para designar la nueva situación

y el nuevo contenido de esa ética dentro de las Medical Humanities

o «humanidades médicas»: el término Bioethics, «bioética», entendida

ésta como «el estudio sistemático de los juicios de valor en el campo

de las ciencias biomédicas y de la conducta». Así lo demuestran la

Encyclopedia of Bioethics, en curso de publicación, la Bibliography of

Bioethics, que desde 1975 recoge toda la amplia literatura mundial sobre estos temas, y varias revistas especializadas, como la inglesa Ethics

in Science and Medicine (desde 1974).

6. La clara delimitación —y simultáneamente, como por

paradoja, la interna problematización— de los varios campos

religiosos o cuasirreligiosos desde los cuales son hoy regulados

u orientados los juicios éticos; dentro del mundo occidental,

el cristianismo, el ateísmo marxista estatalmente institucionalizado, los modos no marxistas del ateísmo y un agnosticismo

más o menos regido por el imperativo categórico kantiano. Situación ésta que, unida a lo expuesto en el punto anterior, propone una cuestión no fácil de resolver: ¿es o no es posible

una ética médica «natural», y que por serlo parezca aceptable a

todos los hombres de buena voluntad?

La medicina actual: Poderío y perplejidad 677

A través de los parágrafos precedentes, los distintos cauces de la relación entre la medicina y la sociedad confirman

algo que nuestra consideración del diagnóstico y el tratamiento

y la prevención de la enfermedad ya nos había enseñado: que

la configuración concreta del vario conjunto de saberes, actividades, hábitos e instituciones a que damos el nombre de «medicina» se halla inexorablemente determinada por cuatro momentos rectores, la ciencia (pura y aplicada), la economía (nivel

de ella, modo de su regulación), la política (móviles y organización del poder en el Estado y en la sociedad) y la ética (actitud

social y personal ante el problema de la licitud o la obligatoriedad de aquello que puede hacerse). Todas las situaciones de la

historia han dado su particular respuesta a este constante haz

de cuestiones, y con él se debaten médicos y no médicos en

este último cuarto del siglo xx.

Epílogo

Ha pasado ante nuestros ojos la historia entera de la medicina. Parece oportuna, pues, una breve meditación final acerca de estos dos puntos: la estructura interna de esa historia y

el sentido que últimamente debe tener el hecho de conocerla.

A. Tres momentos pueden ser distinguidos en la estructura

de la historia de la medicina, cuando en ella son a la vez considerados su movimiento y su contenido; los llamaré transeúnte,

progrediente e invariante.

1. Tiene la historia de la medicina su momento transeúnte

en lo que de su contenido va pasando —a las bibliotecas, a

los archivos, al olvido— para ya no volver. Desde el Paleolítico

hasta hoy, ¿cuántos saberes, cuántas técnicas, cuántos aparentes

conocimientos de hecho no han pasado a la historia, como vulgarmente se dice; esto es, a los senos de un pretérito cognoscible

unas veces e incognoscible otras? Lo cual no quiere decir que

su existencia no poseyera antaño sentido histórico, porque la comisión de un error puede dar motivo a la conquista de una verdad y, sobre todo, porque un saber teorético o práctico puede

parecer olvidado sólo por hallarse invisiblemente asumido en

otro ulterior, más amplio y más elevado que él. Así la obra

del cantero, tarea antaño de un hombre de nombre, carne y

hueso, perdura anónima en la obra dotada de nombre y fama

que es la catedral.

El simple abandono y la destrucción deliberada son los mecanismos más importantes del constante «paso a la historia» que

lleva consigo el curso real de ésta. El hombre puede abandonar

lo que supo y tuvo bajo la presión de varios motivos: la incuria, el hastío y el afán de notoriedad personal, cuando actúa

como heredero; ma¿ también por haber descubierto el error o

678

Epílogo 679

la insuficiencia de lo recibido y —con tan penosa frecuencia—

por odio religioso, racial, político o ideológico hacia los autores de eso que recibe. Repase el lector las páginas precedentes,

y en ellas encontrará ejemplos que ilustren cada una de estas posibilidades factuales en la determinación del momento transeúnte de la historia de la medicina.

2. Recordado o no, algo no pasa del todo en el curso de la

historia de la medicina; algo queda en él, asumido nominativa

o anónimamente en la edificación de saberes, quehaceres e instituciones que continúan perfectivamente saberes, quehaceres e

instituciones precedentes. Al conjunto de lo que en esta forma

queda es a lo que propongo llamar el momento progrediente de

esa historia.

No todo es progreso en la historia; hay en ella, en efecto,

cambios que no son genuinamente progresivos, y otros a los que

puede y debe considerarse regresivos. No es excepción la de la

medicina a esta regla general. Pero, considerada en su conjunto,

es evidente que desde hace dos mil quinientos años, y a lo largo

de vicisitudes muy diversas, ha ido progresando la capacidad

del médico, tanto para diagnosticar, curar y prevenir la enfermedad, como para promover e incrementar la salud.

Pues bien: en la estructura de este indudable progreso —indudable, sí, pese a las críticas actuales acerca de la eficacia social del médico— se han ido articulando los siguientes motivos

principales: a) La indoeuropeización, esto es, la progresiva extensión geográfica, hasta hacerse realidad planetaria, de los saberes médicos que desde Alcmeón de Crotona e Hipócrates de

Cos han ido conquistando los hombres indoeuropeos o indoeuropeizados, como los judíos de la Europa y la América modernas y ciertos japoneses, hindúes, chinos y negros de los dos últimos siglos. ¿A qué rincón del planeta no han llegado hoy, valgan estos ejemplos, los rayos X, la penicilina y el alcantarillado? b) La totalización histórica, es decir, la sucesiva incorporación de todos los saberes médicos valiosos, cualquiera que sea

su origen, al cuerpo de la medicina indoeuropea. La adopción

de la quina, de la rauwolfia, del yoga y —si al fin se acredita—

de la acupuntura, son hechos que hablan por sí solos, c) La penetración cognoscitiva en la realidad y el dominio técnico de

ésta. A lo largo de la historia, el médico ha ido conociendo mejor la enfermedad y ha ido conquistando más y más la posibilidad de dominarla. Tanto, que el logro de una situación de la

humanidad en la cual hayan desaparecido las enfermedades es

hoy un proyecto o un sueño de muchos hombres, d) La nivelación de la asistencia; es decir, la creciente igualación de los

hombres, cualquiera que sea su puesto en la sociedad, a la hora

de recibir ayuda médica calificada.

680 Historia de la medicina

3. Con el no necesario, pero sí habitual progreso histórico

de la medicina, a través, por tanto, de sus avances y sus regresiones, ¿hay en su curso un momento invariante, algo que bajo

la siempre cambiante forma del saber y el hacer en todo momento permanezca? Con otras palabras: en la medida en que

nuestra experiencia histórica nos permita la tentativa de una intelección de la naturaleza humana atenida a la esencia de ésta,

¿existe en la actividad del médico, cuando ésta es éticamente

correcta, algo que no cambie?

Tres puntos pueden ser discernidos en la respuesta: a) En

el acto médico correcto hay siempre una voluntad de ayuda por

parte del médico, que de hecho se manifestará como asistencia

inmediata —ad-sistere: estar operativamente junto a otro— o

como consejo a distancia, b) Sea más o menos empírica, mágica o técnica su concreción real, en la ayuda del médico al enfermo se articulan siempre tres ingredientes: uno empírico (un

puro «saber hacer algo»), otro racional (saber o interpretar de

algún modo qué es lo que se hace) y otro creencial (creer o no

creer, sobre todo por parte del enfermo, en la eficacia de eso

que se hace), c) Desde los antiguos griegos, más precisamente

desde que Alcmeón de Crotona y los hipocráticos dieron carácter de tekhne al quehacer terapéutico, el médico sólo actúa como

tal cuando procede «técnicamente»; por tanto, y para decirlo al

modo de Aristóteles, cuando sabe ejercer la medicina sabiendo,

no únicamente qué hace, también por qué hace aquello que

hace.

B. Dando sucesiva realidad a esos tres momentos de su

operación, el transeúnte, el progrediente y el invariante, los médicos han ido construyendo a lo largo de los siglos la medicina

actual. Trátase ahora de saber si posee algún sentido el hecho

de conocer por dentro el curso de esa larga hazaña. O bien, en

términos vulgares: si el conocimiento de la historia de la medicina sirve para algo.

Dos deben ser los puntos de la respuesta, porque dos pueden ser los sujetos titulares de ese posible sentido, a) Cuando

se trata de un médico particular, la introducción a este libro nos

dio, creo, una fórmula valedera: el conocimiento de la historia

de la medicina ofrece integridad del saber, dignidad moral, claridad intelectual, libertad de la mente y cierta opción a la originalidad, b) Cuando se trata de la sociedad entera, la experiencia que brinda un contacto lúcido y comprensivo con el curso entero de la medicina puede ayudar —así lo demostró hace

años H. E. Sigerist y así ló está demostrando hoy H. Schipperges— a un planeamiento más razonable y satisfactorio de la sociedad futura.

Epilogo 681

Sobre la fachada del Archivo Nacional de Washington, entre sibilina y prometedoramente, dicen unas letras de bronce:

The past is only prologue, «Tan sólo prólogo es el pasado». En

nuestro caso, el prólogo de un futuro en el cual los médicos

—como ayer, como hoy— seguirán siendo eficaces agentes de la

esperanza terrenal del hombre.


BIBLIOGRAFÍA

Por capítulos, por grupos de capítulos o por materias, serán

indicadas algunas de las obras mediante las cuales el lector puede

dar el primer paso hacia un mejor conocimiento de la historia de

la Medicina. La bibliografía contenida en ellas le servirá para incrementar o completar su información bibliográfica, si a ese primer

paso desea añadir otros.

Obras generales

F. H. Garrison, History of Medicine, 4.a

 ed., reprinted (Philadelphia and London, 1929).

A. Castiglioni, Storia delta Medicina, 2 vols. (Verona, 1948).

H. E. Sigerist, A History of Medicine, vols. I y II (New York, 1951

y 1961); en lo sucesivo, AHM.

Historia Universal de la Medicina, dirigida por P. Lain Entralgo,

7 vols. (Barcelona, 1972-1975); en lo sucesivo, HUM.

R. Taton, Histoire générale des sciences, 4 vols. (Paris, 1957-1964);

en lo sucesivo, HGSs.

Mieli, Papp y Babini, Panorama General de Historia de la Ciencia,

12 vols. (Buenos Aires, 1954-1961).

D. Papp, Ideas revolucionarias en la ciencia, I (Santiago de Chile,

1975).

Paleopatología y medicina primitiva

Ε. Aguirre, «Paleopatología y medicina prehistórica», HUM, I.

H. Ε. Sigerist, «The Antiquity of Disease: Paleopathology», AHM, I.

L. Paies, Paléopathologie et pathologie comparative (París, 1930).

C. Wells, Bones, bodies and disease (London, 1964).

E. H. Ackerknecht, Medicine and Ethnology (Bern, 1971).

W. A. Caudill, «Applied Anthropology in Medicine», en Anthropology Today (Chicago, 1953).

H. E. Sigerist, «Primitive Medicine», AHM, I.

Ch. Coury y Laurence Girod, «La medicina de los actuales pueblos primitivos», HUM, I.

683

684 Bibliografía

Medicina asiriobabilónica

G. Contenau, La médecine en Assyrie et en Babylonie (París, 1938).

J. R. Zaragoza, «La medicina de los pueblos mesopotámicos»,

HUM, I.

H. E. Sigerist, «Mesopotamia», AHM, I.

Medicina del antiguo Egipto

Η. Ε. Sigerist, «Ancient Egypt», AHM, I.

Η. Grapow, Grundriss der Medizin der alten Aegypter (Berlin, 1954).

P. Ghaliounghi, «La medicina en el Egipto faraónico», HUM, I, y

The House of Life (Amsterdam, 1973).

Medicina del antiguo Irán

H. Ε. Sigerist, «Medicine in ancient Persia», AHM, Π.

C. Elgood, «La medicina en el antiguo Irán», HUM, I.

Medicina de la China antigua

P. Huard y M. Wong, «La medicina china», HUM, l, y La medicina china, trad. esp. (Madrid, 1968).

J. Needham, La gran titulación, trad. esp. (Madrid, 1977).

Medicina de la India antigua

J. Filliozat, La doctrine classique de la médecine indienne (París,

1949).

H. Ε. Sigerist, «Hindu Medicine», AHM, II.

J. Roger, «La medicina en la antigua India», HUM, I.

Japón antiguo, Israel, América precolombina

Y. Nakagawa, «La medicina en el antiguo japón», HUM, I.

S. Muntner, «La medicina en el antiguo Israel», HUM, I.

S. R. Kagan, Jewish Medicine (Boston, 1952).

P. Tournier, Bible et Médecine (Neuchatel, 1951).

F. Guerra, «La medicina en la América precolombina», HUM, I.

Medicina homérica

A. Albarracín Teutón, Homero y la medicina (Madrid, 1970) y «La

medicina homérica», HUM, I.

Medicina en la Grecia antigua

L. Gil, Therapeia. La medicina popular en el mundo clásico (Madrid, 1969) y «La medicina en el período pretécnico de la cultura griega», HUM, I.

P. Lain Entralgo, La medicina hipocrática (Madrid, 1970).

Antike Medizin, dirig. por H. Flashar (Darmstadt, 1971).

R. Joly, Le niveau de la science hippocratique (París, 1966).

Fr. Kudlien, Der Beginn des medizinischen Denkens bei den Griechen (Zurich-Stuttgart, 1967) y «Medicina helenística y helenístico-romana», HUM, II.

Bibliografía 685

L. García Ballester, Galeno (Madrid, 1972) y «Galeno», HUM, II.

O. Temkin, Galenism (Ithaca and London, 1973).

José L. Lasso de la Vega, «Los grandes filósofos griegos y la medicina», HUM, II.

Medicina en la antigua Roma

J. Scarborough, Roman Medicine (London, 1969).

V. Busacchi, «Sociología de la práctica médica en la Roma antigua», HUM, II.

Cristianismo primitivo y medicina

P. Lain Entralgo, «El cristianismo primitivo y la medicina», HUM, III.

Entre Galeno y Oribasio

M. y P. Schmid, «Medicina posgalénica», HUM, II.

O. Temkin, op. cit.

Medicina bizantina

O. Temkin, «Byzantine Medicine: Tradition and Empiricism», Dumbarton Oaks Papers, 16, 1972.

P. Lain Entralgo y L. Garcia Ballester, «Medicina bizantina»,

HUM, III.

Medicina árabe

R. Arnaldez y L. Massignon, «La science arabe», HGSs, I.

M. Cruz Hernández, La filosofía árabe (Madrid, 1963).

M. Meyerhof, Von Alexandríen nach Bagdad (Berlín, 1930).

H, Schipperges, «La medicina árabe», HUM, III.

H. Kamal, Encyclopaedia of Islamic Medicine (General Egyptian

Book Organization, 1975).

Medicina de la Europa medieval

G. Beaujouan, «La science dans l'Occidente médiéval chrétien»,

HGSs, I, y «Vision sinóptica de la ciencia medieval en Occidente», HUM, III.

J. R. Zaragoza, «Restos de la medicina clásica en el Occidente medieval europeo», HUM, III.

H. Schipperges, «La medicina en la Edad Media latina», HUM, III.

H. H. Lauer, «La medicina en la Edad Media latina desde el afio

1200 al 1300», HUM, III.

D. Jetter, «Los hospitales en la Edad Media», HUM, III.

L. Premuda, «Anatomía de la Baja Edad Media», HUM, III.

M. Tabanelli, «La cirugía de los siglos χιιι y xiv», HUM, III.

D. Gracia Guillen y J. L. Peset, «La medicina en la Baja Edad Media latina», HUM, III.

Pese a su fecha, siguen siendo útiles M. Neuburger, Geschichte

der Medizin II (Stuttgart, 1911), y Κ. Sudhoff, Kurzes Handbuch

der Geschichte der Medizin (Berlin, 1922).

686 Bibliografía

Humanismo médico

L. S. Granjel, Humanismo y medicina (Salamanca, 1967), Médicos

españoles (Salamanca, 1968) y «Humanismo médico renacentista», HUM, IV.

C. D. O'Malley, English Medical Humanists (Lawrence, 1965).

}. M. López Pinero, Ciencia y técnica en la sociedad española de los

siglos XVI y XVII. (Madrid, 1977).

Ciencias del cuerpo humano (siglos XVI, XVII y XVIII)

C. D. O'Malley, «Los saberes anatómicos en el Renacimiento»,

HUM, IV.

L. Albert!, La anatomía y los anatomistas españoles del Renacimiento (Madrid, 1948).

J. López Pinero y L. García Ballester, Antología de la Escuela Anatómica Valenciana del siglo XVI (Valencia, 1962).

J. Barón, Andrés Vesalio (Madrid, 1970).

J. L. Peset, «La anatomía macroscópica del Barroco», HUM, IV.

L. Belloni, «El microscopio y la anatomía», HUM, IV.

J. Needham y A. Hughes, A history of Embriology, 2.a

 ed. (Cambridge, 1959).

C. Castellani, «Anatomía de la Ilustración», HUM, V.

Luis S. Granjel, Anatomía española de la Ilustración (Salamanca,

1963).

Sir Ch. Sherrington, The Endeavour of Jean Fernel (Cambridge,

1946).

A. Albarracín Teulón, «Los orígenes de la fisiología moderna»,

HUM, IV.

J. Barón, Miguel Servet. Vida y obra (Madrid, 1970).

P. Lain Entralgo, «La obra de William Harvey y sus consecuencias»,

HUM, IV.

Ε. Balaguer, La introducción del modelo físico-matemático en la

medicina moderna (Valencia, 1974).

P. Lain Entralgo, A. Albarracín Teulón, D. Gracia Guillen, «Fisiología de la Ilustración», HUM, V.

Medicina panvitalista

W. Pagel, Paracelsus. Introduction to Philosophical Medicine in the

Era of the Renaissance (Basilea y Nueva York, 1958) y «Paracelso. Theophrast von Hohenheim», HUM, IV.

H. Schipperges, Paracelsus im Licht der Natur (Stuttgart, 1974).

A. G. Debus, «El mundo médico de los paracelsistas», HUM, IV.

W. Pagel, «Van Helmont», HUM, IV.

P. Lain Entralgo, Historia de la Medicina moderna y contemporánea, 2.* ed. (Barcelona, 1963), págs. 72-99 y 202-210.

Medicina iatromecanica

V. Busacchi, «La iatromecanica», HUM, IV.

Ε. Balaguer, op. cit.

Bibliografía 687

Empirismo médico de los siglos XVI, XVII y XVIII

J. A. Paniagua, «Clínica del Renacimiento», HUM, IV.

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P. Lain Entralgo, «El empirismo clínico y anatomopatológico del

Barroco», HUM, IV.

Κ. Dewhurst, Dr. Thomas Sydenham (Berkeley y Los Angeles, 1966).

P. Lain Entralgo, La historia clínica (Barcelona, 1961).

L. S. King, K. Dewhurst, J. M. López Pinero, P. Lain Entralgo,

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Medicina iatroquímica

J. M. López Pinero, «La iatroquímica de la segunda mitad del siglo xvn», HUM, IV.

Ε. D. Baumann, François de le Boe Sylvius (Leiden, 1949).

H. Isler, Thomas Willis (Stuttgart, 1964).

Grandes sistemáticos

G. A. Lindeboom, «Boerhaave», HUM, IV.

L. J. Rather, «Georg Ernst Stahl y Friedrich Hoffmann», HUM, IV.

Cirugía de los siglos XVI, XVII y XVIII

Leo M. Zimmermann e I. Veith, «Cirugía del Renacimiento: Francia y Alemania», HUM, IV.

L. Sánchez Granjel y J. Riera, «Cirugía del Renacimiento: Italia,

España e Inglaterra», HUM, IV.

L. Sánchez Granjel, Cirugía española del Renacimiento (Salamanca.

1968).

J. Riera, «Cirugía del Barroco», HUM, IV.

Κ. Dewhurst, Luis Sánchez Granjel y J. Riera, A. Albarracín Teulón,

O. Η. Wangensteen, «Cirugía de la Ilustración», HUM, V.

Farmacología y terapéutica de los siglos XVI, XVII y XVm

F. Guerra, «La materia médica en el Renacimiento», HUM, IV.

J. Riera, «Terapéutica del Barroco», HUM, IV.

J. L. Peset, «Terapéutica y medicina preventiva de la Ilustración»,

HUM, V.

L. S. King, «La homeopatía: vida y doctrina de Samuel Hahnemann», HUM, V.

La praxis médica en los siglos XVI, XVII y XVIII

L. Sánchez Granjel, El ejercicio médico (Salamanca, 1974).

L. Sánchez Granjel y J. Riera, «Medicina y sociedad en la España

renacentista», HUM, IV.

J. L. Peset, «Medicina y sociedad en la Francia del Barroco»,

HUM, IV.

Ε. Η. Ackerknecht, «Medicina y sociedad en la Ilustración», HUM, V.

688 Bibliografía

Ciencias del cuerpo humano en el siglo XIX

E. Balaguer y R. Ballester, «La anatomía descriptiva durante el Romanticismo», HUM, V.

J. M. López Pinero, «La anatomía comparada durante el Romanticismo», HUM, V.

Ch. W. Bodemer, «La embriología durante el Romanticismo»,

HUM, V.

R. Marco, «La histología y la citología durante el Romanticismo»,

HUM, V.

P. Lain Enträlgo, Bichat (Clásicos de la Medicina, Madrid, 1946).

J. M. López Pinero, «La anatomía comparada evolucionista y su

penetración en la ciencia del cuerpo humano», HUM, VI.

María-Luz Terrada y J. M. López Pinero, «La citología y la histología», HUM, VI.

Ch. W. Bodemer, «La embriología», HUM, VI.

Κ. Ε. Rothschuh, «La fisiología en la época romántica», HUM, V,

y «La fisiología durante el Positivismo», HUM, VI.

Ε. Aguirre, «La antropología», HUM, VI.

P. Lain Enträlgo, Claudio Bernard (Clásicos de la Medicina, Madrid,

1947).

Patología y clínica del siglo XIX

Durante el Romanticismo (1800-1848):

J. M. López Pinero, «La Europa latina», HUM, V.

P. Lain Enträlgo y D. Gracia Guillen, «Gran Bretaña», HUM, V.

W. Leibbrand y A. M. Leibbrand-Wettley, «Clínica y patología de

la Naturphilosophie en Alemania», HUM, V.

P. Lain Enträlgo y D. Gracia Guillen, «Los orígenes de la patología

científico-natural», HUM, V.

Ε. Lesky, «Austria», HUM, V.

Ε. Lesky, Die Wiener medizinische Schule im 19. Jahrhundert (GrazKöln, 1965).

P. Lain Enträlgo, Laennec (Clásicos- de la Medicina, Madrid, 1954).

Durante el Positivismo (1848-1914):

J. M. López Pinero, «Alemania, Francia, Gran Bretaña y España»,

HUM, VI.

Ε. Η. Ackerknecht, Rudolph Virchow (Stuttgart, 1957).

J. M. López Pinero, John Hughlings Jackson (Madrid, 1973).

R. Wirchow, Hundert Jahre allgemeiner Pathologie (Berlin, 1895).

E. Lesky, «Austria», HUM, VI.

A. Pazzini, «Italia», HUM, VI.

L. S. King, «Estados Unidos», HUM, VI.

C. Lain González, «Rusia», HUM, VI.

F. Fdez. del Castillo, «Países Hispanoamericano», HUM, VI.

Microbiología e inmunología en el siglo XIX

J. Théodorides, «La microbiología médica», HUM, VI.

P. Lain Enträlgo, «Inmunoterapia e inmunología», HUM, VI.

Bibliografía 689

Especialidades médicas en el siglo XIX

L. Ch. Parish, «La dermatología: 1800-1848», HUM, V.

Ε. Seidler, «El desarrollo de la pediatría moderna», HUM, VI.

J. M. Morales Meseguer, «La psiquiatría», HUM, VI.

W. Riese y E. Arquiola, «La neurología», HUM, VI.

L. Ch. Parish, «La dermatología: 1848-1914», HUM, VI.

Farmacología y terapéutica en el siglo XIX

Durante el Romanticismo (1800-1848):

J. M. López Pinero, Ε. Balaguer y R. Ballester, «Europa latina»,

HUM, V.

P. Lain Entralgo, «Farmacología, farmacoterapia y terapéutica general: 1848-1914», HUM, VI.

Cirugía del siglo XIX

Durante el Romanticismo (1800-1848):

J. M. López Pinero, Ε. Balaguer y R. Ballester, «Europa latina»,

HUM, V.

P. Lain Entralgo y D. Gracia Guillen, «Mundo anglosajón», HUM, V.

A. Albarracín Teulón, «El saber quirúrgico», HUM, V.

Durante el Positivismo (1848-1914):

D. Gracia Guillen, «La cirugía francesa», HUM, VI.

Ε. Lesky, «La cirugía austríaca», HUM, VI.

A. Albarracín Teulón, «La cirugía alemana», HUM, VI.

J. L. Peset, «La cirugía en Gran Bretaña», HUM, VI.

A. Pazzini, «La cirugía italiana», HUM, VI.

Ε. Arquiola, «La cirugía norteamericana», HUM, VI.

Ε. Arquiola, «La cirugía en los países escandinavos y en Rusia,

Holanda, España, Portugal, Hispanoamérica y Canadá», HUM, VI.

J. L. Peset, «El saber quirúrgico general», HUM, VI.

D. H. Wangensteen, «La cirugía general en los Estados Unidos»,

HUM, VI.

D. Gracia Guillen, «Cabeza y cuello» y «Tórax», HUM, VI.

A. Albarracín Teulón, «Cirugía abdominal», HUM, VI.

Ε. Arquiola, «Ortopedia y cirugía plástica», HUM, VI.

Las especialidades quirúrgicas en el siglo XIX

Durante el Romanticismo (1800-1848):

M. Usandizaga, «La obstetricia y la ginecología», HUM, V.

J. L. Munoa, «La oftalmología», HUM, V.

Durante el Positivismo (1848-1914):

J. L. Munoa, «La oftalmología», HUM, VI.

T. G. Wilson, «La otorrinolaringología», HUM, VI.

I. Riera, «La urología», HUM, VI.

M. Usandizaga, «La obstetricia y la ginecología», HUM, VI.

La praxis médica en el siglo XIX

P. Marset y E. Ramos, «Medicina y sociedad en el Romanticismo»,

HUM, V.

690 Bibliografía

Ε. Balaguer y R. Ballester, «La enfermedad y su prevención en el

siglo xix», HUM, VI.

P. Marset y Ε. Ramos, «Sociología y asistencia médicas», HUM, VI.

G. Rosen, A History of Public Health (New York, 1958).

Seminar: Medizin, Gesellschaft, Geschichte, dirig. por H. U. Deppe

y M. Regus (Frankfurt am Main, 1975).

Sozialmedizin, dirig. por Ε. Lesky (Darmstadt, 1977).

Medicina actual (desde 1918)

Aparte los libros citados en el texto, el lector encontrará abundante información científica y bibliográfica en el vol. II de la HUM.

De él selecciono los siguientes artículos:

D. Papp, «La nueva imagen del cosmos».

P. Lain Entralgo, «Morfología biológica».

F. Orts Llorca, «Embriología».

E. de Robertis, «Citología».

L. Gedda y P. Parisi, «Genética».

F. Grande Covián, «Bioquímica».

K. E. Rothschuh, «Fisiología: 1914-1970».

F. Grande Covián, «Fisiología: 1970-1975».

M. Yela, «Psicología».

D. Gracia Guillen, «Psicoanálisis».

I. Sotelo, «Sociología».

L. Pericot, «Orígenes del hombre».

Cl. Esteva Fabregat, «Antropología cultural».

A. M. Tornos, «Antropología filosófica».

D. Gracia Guillen, «Antropología médica».

Véase también el volumen «Der Mensch und seine Stellung im

Naturganzen», en el Handbuch der Biologie dirig. por L. von Bertalanffy y P. Gessner (Konstanz, 1965).

A. Jores, «Los modos actuales de enfermar».

D. García-Sabell, «El pensamiento patológico».

I. Costero, «Anatomía patológica».

A. Grande Covián, «Bioquímica y patología».

A. Delaunay, «Microbiología: 1914-1960».

A. Pumarola, «Microbiología: 1960-1975».

F. Ortiz Maslloréns, «Inmunología».

P. Lain Entralgo y A. Albarracin Teulón, «Patología constitucional».

J. L. Pinillos, «El pensamiento constitucional en nuestros días».

A. Sánchez Cascos, «Heredopatología».

P. Lain Entralgo y A. Albarracin Teulón, «La mentalidad biopatológica».

I. Rof Carballo, «Patología antropológica».

P. Farreras Vaíentí, «El diagnóstico clínico».

P. Lain Entralgo, «Terapéutica general antropológica».

J. A. Salva Miquel, «Técnicas farmacoterapéuticas».

F. Grande Covián, «Nutrición y dietética».

J. R. Zaragoza, «Técnicas fisioterápicas».

C. A. Seguin, «Psicoterapia».

S. Palafox, «Neohipocratismo».

Bibliografía 691

A. García Pérez, «Dermatología y venereología».

E. Sánchez Villares, «Pediatría».

C. Castilla del Pino, «Psiquiatría».

L. Barraquer-Bordas, «Neurología».

F. Vega Díaz, «Cardiología».

J. Rof Carballo, «Endocrinología».

J. Sánchez Fay os, «Hematología».

P. Piulachs, «Cirugía general».

M. Usandizaga, «Obstetricia y ginecología».

T. Pérez Llorca y J. Casanovas, «Oftalmología».

R. Poch Viñals, «Otorrinolaringología».

L. Cifuentes Delatte, «Urología y nefrología».

S. Obrador, «Neurocirugía».

F. Casas Botelle, «Odontoestomatología».

A. Neghme y R. Sotomayor, «Enseñanza de la medicina».

F. Martí Ibáñez, «La comunicación médica».

María-Luz Terrada, «La documentación médica».

A. Pumarola, «Higiene y sanidad».

J. Corbella, «Medicina legal».

P. de la Quintana, «Medicina social, sociología médica y sociología

de la salud>-.

P. Cano Díaz, «Asistencia médica».

J. Espinosa Iborra, «Asistencia psiquiátrica».

C. Lisson Tolosana, «Folkmedicina».

Las líneas cardinales de la medicina actual se hallan descritas

y glosadas en P. Lain Entralgo, La medicina actual (1973). El lector,

por su parte, podrá mejorar su información leyendo con mente histórica los libros que le hayan servido o le estén sirviendo para formarse como médico.

Futuro de la medicina

H. Schipperges, «El futuro de la medicina», HUM, VII, y Die Medizin in der Welt von Morgen» (Düsseldorf-Wien, 1976).


INDICE ALFABÉTICO DE AUTORES

A

Abbe, Ε., 426, 432.

Abbe, R., 397, 533.

Abderhalden, 446, 452.

Abel, 5, 521.

Abelardo, 216.

Abelson, 563.

Abenguefit, 161.

Abernethy. 371, 524.

Absolon, 654.

Abulqasim, 158, 159, 160, 176, 198,

233.

Abu'1-Wafa, 165.

Accrbi 483

Ackerknecht, 7, 10, 474, 483, 536.

Aclepiodoto, 146.

Acosta, 259.

Acquapendente, 252, 266, 267, 273,

275, 277, 278, 282, 304, 305, 556.

Actuario, 154, 156.

Ach 460

Achárd, 479, 490, 494.

Achillini, 262.

Achúcarro, 430.

Adamancio de Alejandría, 143.

Adams, J., 528.

Adams, R., 469, 480.

Addison, 456, 469, 470.

Adela, 193.

Adelardo de Bath, 197, 198.

Adler, Α., 635, 636, 657.

Adler, O., 471.

Adler R., 471.

Aecio, 93, 146, 149, 151, 152.

Afanassiev, 451.

Agatino de Lacedemonia, 64, 88,

102.

Agote, 524.

Agramonte, 544.

Agripa de Nettesheim, 290, 326.

Aitken, 461.

Ajuriaguerra, 628.

Alanson, 370.

Albarracín Teutón, 46, 316.

Albarrán, 479, 530.

Albercrombie, 506.

Albert!, L., 668.

Alberti, Leon Batista, ?61.

Albertini, xxx, 288, 322, 323, 342,

361, 465, 466, 503.

Alberto de Sajonia, 213.

Alberto Magno, 198, 202.

Albinus, 268, 271, 374.

Alcázar, 368, 371.

Alcmeón de Crotona, 1, 2, 40, 59,

60, 71, 72, 78, 83, 84, 86, 93, 127,

679, 680.

Alcuino, 184.

Alderotti, 201, 203, 204, 206, 208,

237, 242, 313.

Aldrich, 456.

Alejandro de Tralles, 150, 151,152,

154, 182, 226.

Alejandro Magno, 22, 29, 62, 66,

135.

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