HISTORIA DE LA MEDICINA BIBLIOTECA MEDICA DE BOLSILLO parte 05

 


en el sentido más general de la palabra; entre los «servidores

del pueblo» la Odisea menciona, en efecto, el ietèr kakôn o

«médico de las dolencias», y éstas, las enfermedades internas,

son más de una vez explícitamente nombradas o aludidas en

ambos poemas.

Introduciendo en el examen del epos precisiones descriptivas y conceptuales que en modo alguno pudieron existir en la

mente de su autor, dos temas cabe discernir, a este respecto:

la concepción homérica de las causas de la enfermedad y las

distintas ideas que acerca del mecanismo de ésta dentro de la

llíada y la Odisea parecen existir.

1. Tres son, en lo tocante a causación de la enfermedad,

los principales tipos que el epos distingue: el traumático, el ambiental y el divino-punitivo.

Apenas parece necesario decir que el origen traumático de la afección morbosa es, con mucho, el más frecuentemente mencionado. El

tema central de la llíada, el sitio de Troya, es una acción bélica, y las

heridas más diversas, bien por la índole del agente que las produce

(flechas, lanzas, jabalinas, espadas, piedras), bien por su localización

somática (la cabeza, el tronco, los miembros), dan materia frecuente

a su texto. Algo más que la frecuencia de tales descripciones debe

subrayarse aquí; a saber, la sorprendente precisión con que el poeta

da cuenta de las características de la lesión y la obvia «naturalidad»,

la total carencia de cualquier consideración de carácter mágico que

en todas esas descripciones, se hace patente. Pronto aparecerá ante

nosotros la significación histórica de ambos hechos. Deben ser también mencionadas las finas observaciones acerca de la relación entre

el lugar y la letalidad de las heridas y sobre los movimientos y la

conducta del individuo lesionado inmediatamente después del trauma

lesivo.

Llamo ambiental a la causación de la enfermedad por obra de las

inclemencias del medio (calor, frío, alimentos, etc.). Aunque de modo

sumario y no muy claro, a ella se alude en varios textos de la llíada

y la Odisea; y nunca, esto es lo importante, con expresiones que permitan sospechar en la mente del descriptor una interpretación mágica,

no «natural», de la dolencia así producida.

Bien distinto es el caso en la peste que Apolo lanza sobre los

aqueos {II. I), en la muerte de los hijos de Niobe y en el modo de

enfermar mencionado en la famosa aventura de Ulises entre los

Cíclopes (Od. IX, 216 ss.). La dolencia tiene en todos ellos por causa

un castigo de los dioses. Irritado por la conducta de los hombres, un

dios, Apolo o Zeus, éste en el terminante dilema etiológico con que

los Cíclopes responden al herido Polifemo, hace que aquéllos padezcan enfermedad. Una mentalidad netamente primitiva y mágica —la

consideración no natural, sobrenatural, del enfermar humano— perdura todavía en el mundo homérico.

50 Historia de la medicina

He aquí, pues, el resultado de nuestro análisis: para el griego

culto de los siglos ix y vm a.C, habría dos modos de enfermar

claramente discernibles entre sí: uno enteramente explicable por

causas naturales, en el sentido que nosotros damos a esta palabra, y otro que sólo podría ser entendido apelando a una intervención punitiva de los dioses sobre la enfermable y mortal realidad de los hombres.

2. Consecuentemente, dos son también los principales modos

de entender el mecanismo de la enfermedad. Según uno, ésta se

produce como consecuencia natural e inmediata del agente causal,

flecha, lanza o golpe de calor. Según el otro, la génesis de la

dolencia llevaría consigo la intervención de entes que rebasan

la mera naturalidad cósmica de las cosas visibles y del hombre

(por ejemplo, la hipótesis de un daimon maligno y nosógeno

mencionada en Odisea V, 394) o la materialización de los recursos, en principio sobrehumanos, con que los dioses hacen real y

efectiva su decisión de lanzar sobre los hombres alguna dolencia

patológica (por ejemplo, la mancha morbosa que las flechas de

Apolo producen sobre el cuerpo de los aqueos castigados con la

peste).

Cabe preguntarse si los tipos cardinales que Clements ha descrito

en el pensamiento nosogenético de los pueblos primitivos perduran

de algún modo en la sociedad homérica, pese a su incipiente racionalización, y es preciso responder que sí: cierta idea de una «pérdida

del alma» parece haber en la descripción del penoso estado de Ulises

cuando arriba a la costa de los feacios (Od. V, 468); de la acción patogénica de un daimon se habla en el pasaje de la Odisea antes consignado; algo muy semejante, en fin, a la penetración mágica de un cuerpo

extraño puede tal vez verse en esas manchas somáticas que hacen

enfermar a los apestados del canto I de la Iliada.

C. Una dualidad análoga cabe señalar en lo concerniente al

tratamiento de la enfermedad: junto a la utilización meramente

empírica de los más variados recursos curativos o roborantes

—quirúrgicos, medicamentosos, dietéticos—, es patente el empleo,

con un propósito claramente terapéutico, de muy diversos ritos

mágicos.

Los textos relativos a la práctica quirúrgica son, por supuesto,

los más frecuentes. Tras la extracción del agente vulnerante, si

a ella había lugar, las heridas de guerra eran lavadas, espolvoreadas con drogas de identificación difícil, algunas calmantes,

y finalmente vendadas. Bien conocido es el dibujo que en una

copa representa a Aquiles curando el brazo herido de Patroclo.

El término phármakoh aparece en el epos con una significación

que engloba las correspondientes a nuestros términos «medicamento» y «veneno». Ahora bien: como ha mostrado Artelt, la

Medicina y «physis» helénica 51

concepción mágica del fármaco, la visión de él como «bebedizo»

o «hechizo», prevalece en los dos poemas homéricos. De varias

mujeres, una de ellas hechicera, se alaba su gran saber en este

campo: Agamede, Polidamna, Helena, Circe. Consta muy expresamente (Od. IV, 229) el prestigio de Egipto como tierra de

fármacos. Entre los recursos dietéticos son mencionados el baño

y una bebida roborante preparada con vino, queso, harina y miel.

Léense también alusiones al empleo de la palabra para distraer

o subyugar, durante las curas, la atención del herido.

Además de administrar fármacos como hechizos, el griego

homérico recurrió frente al enfermo a otras dos prácticas rituales de índole mágica: la catarsis o baño lustral (baste recordar

e! que Agamenón prescribe a sus tropas, para «limpiarlas» o

«purificarlas» de la peste que padecen) y el ensalmo (la epodé,

el canto o «en-cantamiento» que entonan los hijos de Autólico

para restañar la hemorragia de una herida de Ulises).

Muy a grandes rasgos, tal es el cuadro de los saberes médicos contenidos en la llíada y la Odisea: un conjunto de ideas y

prácticas en cuyo seno se mezclan el sano empirismo y —bajo

manto griego— la concepción religioso-mágica del enfermar que

hemos podido contemplar en los pueblos primitivos y en el

período arcaico de todas las culturas. Lo cual nos plantea otra

vez las dos cuestiones antes apuntadas: ¿qué había en el mundo

homérico para que sus herederos y continuadores fuesen dos

siglos más tarde los creadores de la ciencia natural y de la medicina técnica?; ¿qué sucedió a lo largo de los siglos vm-vii para

que esa doble e ingente hazaña fuese cumplida?

Capítulo 2

U MEDICINA PRETECNICA EN EL MUNDO ANTIGUO

Bien con carácter preponderantemente empírico, bien bajo

forma mágico-religiosa, y no obstante la decisiva creación de la

medicina técnica entre los siglos vi y ν a.C, desde los tiempos

homéricos hasta el hundimiento del Imperio Romano es posible

recoger testimonios que acreditan la existencia de una concepción

pretécnica o extratécnica de la enfermedad y su tratamiento;

concepción que bajo apariencia distinta va a perdurar como «medicina popular» o «folkmedicina» en los estratos menos cultos

de todas las sociedades de Occidente.

52 Historia de la medicina

La terca persistencia de la llamada «medicina popular» plantea

tres problemas principales, el estructural, el psicológico y el históricosocial. En la estructura de esa medicina suelen mezclarse en proporción diversa un momento empírico y otro mágico-creencial o supersticioso. En ella se hace patente, por otra parte, la eficacia psicosomática

de la creencia, sobre todo cuando la menesterosidad del existir —tal

es el caso en el estado de enfermedad— se hace especialmente intensa.

Desde un punto de vista histórico-social cabe, en fin, decir: a) las

curas médico-populares tienen dos orígenes principales: o son el residuo popular de una práctica, bien empírico-racional, bien mágica,

socialmente generalizada en sus orígenes, o son el resultado de la

invención de un curandero afortunado; b) aunque la vigencia de

dichas curas es mayor en los grupos sociales sometidos al doble azote

de la miseria y la ignorancia, en ocasiones pueden invadir el nivel

social de la cultura —o la seudocultura— y de la opulencia; lo cual

plantea sugestivas cuestiones de carácter psicosociológico. Téngase en

cuenta este breve apunte cuantas veces aparezcan ante nosotros formas

pura o preponderantemente creenciales de la medicina.

Diseñaré un sucinto cuadro sistemático de los diversos aspectos que la medicina popular adoptó en el mundo antiguo.

A. Práctica preponderantemente empírica del oficio de curar. Bajo nombres distintos, con orientaciones terapéuticas también distintas, desde los tiempos más remotos de la sociedad

griega actuaron en ella sanadores exclusiva o casi exclusivamente

atenidos a una doble experiencia: la tradicional, adquirida mediante aprendizaje, y la que ellos pudieran lograr con su personal

ejercicio. Como hábiles manipuladores (quiroprácticos, hombres

diestros en la «obra de la mano» o kheirourgeirí), como expertos

en herboristería medicinal (el rhizotomos o «cortador de raíces»,

el farmacópola) o como especialistas en la ordenación del ejercicio físico (los gymnástai), estos sanadores ejercen su profesión

en todo el mundo helénico, e incluso fuera de él. Baste citar a

Democedes de Crotona, médico en la corte del rey de los persas

a fines del siglo vi a.C. y famoso en ella por sus «remedios

griegos». Si las futuras escuelas médicas (Crotona, Cnido, Cos) se

constituyeron para formar tales sanadores empíricos, antes de

que el oficio de curar se hiciese en ellas verdadera tekhne iatriké,

es cosa más probable que segura. Tampoco puede afirmarse que

el empirismo de estos médicos se hallase siempre enteramente

exento de prácticas mágicas; recuérdese el significado ambivalente del término phármakon y téngase en cuenta que dicha

ambivalencia semántica, duró hasta los siglos ν y iv a.C.

B. Concepción pretécnica de la enfermedad. Lo dicho acerr

ca de la medicina homérica nos permite advertir que en este

estrato pre o extratécnico de la sociedad y del oficio de sanar

Medicina y «physis» helénica 53

hubo frente a determinados modos del enfermar humano, como

los traumas, actitudes interpretativas enteramente ajenas a cualquier mentalidad mágica, más o menos semejantes, en consecuencia, a la de un rústico actual no supersticioso; pero fundidas con ellas o sobre ellas preponderantes, las actitudes de carácter mítico-mágico o mágico-religioso fueron las que en ese

medio social tuvieron mayor vigencia.

Así entendida, la enfermedad, bien individual (especialmente

bajo forma de lepra, locura o ceguera), bien colectiva (como la

ya mencionada peste de la litada o la que en el Edipo rey de

Sófocles padece la ciudad de Tebas), es debida a una de estas

dos causas: la cólera punitiva de un dios, cuyo correlato se halla

en la previa culpabilidad de quienes padecen tal dolencia, o la

terrible e incomprensible persecución que los dioses o determinados entes malignos (daímones, keres) ejercitan sobre un hombre o una estirpe (Platón, Fedro 244 e). En este segundo caso,

parece que con el transcurso de los siglos va concretándose el

poder nosógeno. Los keres, por ejemplo, comenzaron siendo

fuerzas o emanaciones maléficas y acabaron convirtiéndose en

divinidades infernales bien delimitadas (Erinias, Harpías, etc.), y

algo análogo cabe decir de los daímones (L. Gil). El miasma,

la mancha patógena, el contagio o contacto y el asalto súbito del

presunto agente maligno (así en la epilepsia, en las fiebres súbitas, etc.) fueron los mecanismos con más frecuencia invocados,

especialmente cuando la arcaica «cultura del pundonor», propia

de la vieja nobleza doria, fue haciéndose en la sociedad griega

«cultura de la culpabilidad» (Dodds).

C. Prácticas terapéuticas mágico-religiosas. A los remedios

de carácter empírico, fundidos con ellos, a veces, de modo unitario, la medicina pre o extratécnica griega asoció siempre ritos

de índole mágico-religiosa. Es cierto que en este doble adjetivo

se unen dos actitudes del alma muy distintas entre sí, la mágica y la religiosa. A favor de los poderes que el sanador cree

poseer, en la primera se intenta gobernar mediante una fórmula

mágica el curso de la naturaleza; en la segunda, en cambio, el

hombre se dirige a la divinidad para que ésta haga cesar en él

la enfermedad o el dolor; pero tan clara diferencia no impidió

que ambas actitudes anímicas se uniesen frecuentemente entre

sí, con predominio mayor de una o de otra. ¿Dónde el ensalmo,

por ejemplo, deja de ser mera imprecación y se convierte en

conjuro imperativo? La epodé griega, el in-cantamentum suasorio, ¿no se acercó a ser, en ocasiones, exorkismós, exorcismo

coactivo?

Hecha esta salvedad, he aquí, brevemente descritas, las principales

prácticas mágico-religiosas de la medicina popular de la Grecia antigua:

54 Historia de la medicina

1. La plegaria (eukhê) dirigida a alguna de las divinidades sanadoras del panteón helénico: Apolo, Asclepio, Artemis, Palas Atenea,

laso, Higea, Panacea, etc. De Asclepio y Epione, su también sanadora

esposa, habrían sido hijos Macaón y Podalirio, los dos máximos médicos de la Ilíada.

2. La catarsis o ceremonia lustral, encaminada a borrar o eliminar

del cuerpo enfermo, mediante la aplicación de recursos distintos

(agua, fuego, fumigaciones, etc.), las manchas o los miasmas que

revelan su impureza y producen su enfermedad. El carácter a la vez

material y moral de la mancha morbosa muestra muy bien la mentalidad «naturalista» del pueblo griego. Entre los siglos ν y iv a.C, la

medicina hipocrática racionalizará el sentido de la medicación catártica (el remedio «catártico» se convertirá en «purgante» y la «purificación» en «purgación»).

3. La entrega a alguno de los cultos orgiásticos (a Dioniso en

los ritos dionisíacos, a Cibeles en el coribantismo), con la confianza

en la acción sanadora del enthousiasmas o posesión del hombre por

el dios, que mediante dichos cultos se creía lograr.

4. El empleo de la música, la danza y aún el simple ruido para

expulsar los agentes causales de la enfermedad. Con intención ya no

mágica, sino psicagógica y medicinal, la meloterapia pitagórica trataba de restablecer la armonía natural o sympátheia entre el cuerpo

y el alma.

5. La terapéutica transferencial: la expulsión del agente causal

de la enfermedad —hacia un animal o hacia otro ser humano—•

mediante ritos diversos: imposición de manos, aplicación de saliva

o de leche y todas aquellas prácticas en que se apela al principio de

«la curación de lo semejante por lo semejante» (acción hemostática

del rubí y del jaspe rojo, etc.).

6. La logoterapia mágica. Recuérdese lo dicho acerca de la acción sanadora del ensalmo, encantamiento o epodé. Veremos luego

cómo en los siglos ν y iv a.C. esta práctica da origen a una psicoterapia verbal técnica o racionalizada.

7. La «incubación» o sueño en el templo. Desde antes del siglo ν a.C. hasta el hundimiento del mundo antiguo —Asclepio fue,

no lo olvidemos, la divinidad pagana más resistente al triunfo del

cristianismo—, los templos consagrados a ese dios, y muy especialmente el de Epidauro, fueron el marco de la práctica más famosa

y popular en la medicina mágico-religiosa helénica y romana: la

incubatio. Los enfermos dormían juntos en el interior del templo, y

durante el sueño se aparecía Asclepio a cada uno de ellos para

curarle, bien tocando su persona, bien, como con frecuencia ocurrirá

en épocas más tardías, prescribiéndole algún remedio. Una escena

burlesca del Pluto II de Aristófanes es nuestra más detallada fuente

acerca de las curas en los templos de Asclepio o asklepieia. Que la

experiencia clínica a que dio lugar la incubatio tuviera alguna relación con el desarrollo de las escuelas técnicas de la medicina griega,

parece cosa harto dudosa. Es segura, en cambio, la cristianización

del sueño en el templo durante los primeros siglos de la medicina

bizantina.

Medicina y «physis» helénica 55

8. La terapéutica astrológica y iatromatemática. Parece seguro

que la doctrina de una correlación real entre el universo o macrocosmos y el hombre individual o microcosmos, simultánea en Persia

y en Grecia durante el siglo ν a.C. procede de una tradición mucho

más antigua, común a varias culturas. En cualquier caso, sobre ese

fundamento se desarrollarán no pocas ideas médico-astrológicas de la

cultura griega (pensadores presocráticos, Corpus Hippocraticum, Aristóteles, Diocles de Caristo), y en él echarán luego sus raíces las doctrinas ulteriores, ya resueltamente greco-orientales y herméticas, acerca de la melothesía o distribución del influjo de los astros sobre el

cuerpo humano.

D. En mucho se parece a las restantes la medicina extratécnica o popular de la antigua Grecia. Algo tal vez decisivo la

distingue, sin embargo, de todas ellas: la inquieta imaginación

de quienes la practicaron; una total carencia de dogmatismo en

esos hombres y, por consiguiente, la permanente apertura de

sus almas a las influencias culturales más diversas; pero, sobre

todo, la tácita convicción de que la realidad misma del cosmos,

bajo forma de moira (fatalidad) o anánke (necesidad invencible),

impone a la acción mágica límites humanamente irrebasables.

Algo, pues, que establece un secreto vínculo, por el hecho de

ser ambas helénicas, entre la magia y la naciente ciencia natural

de los griegos.

Capítulo 3

EL ORTO DE LA MEDICINA TÉCNICA

Dos conceptos básicos se crearon para que la medicina empírico-mágica se convirtiese, hacia el año 500 a.C, en medicina

técnica: el de physis o naturaleza y el de tekhne o arte.

El término physis —sustantivo derivado del verbo phyeo,

«nacer», «brotar» o «crecer»; por tanto, lo que nace, crece o

brota— ya existía en el idioma griego. En la Odisea, Hermes

enseña a Ulises la existencia de una planta con la virtud de

contrarrestar los nefastos encantamientos de Circe; «una planta

—dice Ulises— cuya naturaleza (physis) me mostró: tiene negra

la raíz, es blanca como la leche su flor, llámanla moly los dioses y es muy difícil de arrancar para un mortal» (X, 302-307).

Dentro de una mentalidad todavía mágica —mágico es el carácter de la virtud que ahora se atribuye a esa enigmática

moly—, el autor del poema da el nombre de physis a la viviente

56 Historia de la medicina

correlación entre el aspecto específico de un vegetal y la índole

de su capacidad operativa (entre sus eidos y su dynamis, se dirá

tres siglos más tarde). Pues bien: no por azar, a esa palabra

recurrirán los filósofos presocráticos, desde Tales a Mileto y

Anaximandro, para designar racionalmente el primer principio

de todas las cosas del universo.

Dos notas básicas se dieron en los pensadores que realizaron tan

ingente hazaña intelectual: eran a la vez hombres griegos y hombres

coloniales. En tanto que griegos, en ellos se hacían patentes las notas

psicológicas y culturales antes mencionadas: agudeza en la observación del mundo en torno, insaciable curiosidad ante él, gusto por la

expresión verbal de lo observado, naturalismo en la concepción de la

divinidad, humana naturalidad en el trato con los dioses. En tanto

que griegos coloniales —herederos y continuadores de quienes durante los siglos vin al vi, época de la segunda colonización, siembran

de poblados helénicos todo el contorno del Mediterráneo y del Mar

Negro, especialmente en la costa del Asia Menor o Jonia, en la del

sur de la península itálica o Magna Grecia y en la de Sicilia—, esos

hombres, que por razones económicas y políticas tuvieron que ir

abandonando los burgos de la Grecia peninsular, se verán en el arduo

trance de hacer su vida revisando, rehaciendo o transformando por

sí mismos la tradición cultural —idioma, creencias, oficios, costumbres diversas—, que desde su país de origen habían llevado consigo. En la génesis de la concepción «técnica» de la medicina ·—con

otras palabras: en la invención de una medicina basada sobre la

ciencia de la naturaleza— pueden ser en consecuencia discernidos

los siguientes motivos: a) la peculiar genialidad, a la vez étnica y

cultural, de los griegos antiguos; b) una situación histórica, la colonial, que obligaba a poner en tenso juego la capacidad de creación

de los hombres por ella afectados, y en definitiva a contrastar críticamente, frente a la dura realidad, la virtualidad intelectual y operativa de la tradición recibida; c) la sustitución del modo de vida

imperante en el país de origen —régimen político señorial, economía agraria y ganadera— por el que al fin prevalecerá en las ciudades

coloniales: organización racional y democrática de la polis, economía

artesanal y comercial. En suma: a la manera griega, la existencia humana se desmitifica y se racionaliza en el mundo colonial helénico.

Para un griego tradicional, la génesis y la dinámica del universo vendrían explicadas por el conjunto de saberes míticoreligiosos a que daba expresión el epos homérico, enriquecido y

profundizado luego por la teogonia de Hesiodo —en la cual

apunta también una cosmogonía: lo primero fue el chaos, y de

él se habría formado la tierra— y por la doctrina religiosa y

cosmogónica del orfismo. Cada parcela y cada fuerza del cosmos,

la bóveda celeste, el mar o el viento, comenzaron siendo divinidades independientes, Zeus, Poseidón o Eolo, física y material-

Medicina y «physis» helénica 57

mente realizadas: los dioses se identifican con la porción de la

naturaleza de que son titulares, y en esto consiste, como sabemos, la esencia del radical «naturalismo» de la primitiva cultura

griega. La cosmogonía sería un proceso coïncidente con la teogonia, esto es, con el relato de la génesis de los dioses en virtud

de una serie de ayuntamientos y procreaciones. Poco más tarde,

por obra, ante todo, de los órficos, se vino a pensar que los

distintos dioses son realmente una y la misma cosa —theokrasía— y que el mundo procede de un «huevo cósmico» originario, en cuyo seno se hallarían los gérmenes del cielo y la tierra.

Más aún: los órficos llamaron «forzosidad» (Ananke), y también «justicia» (Dike) e «inevitabilidad» (Adrasteia), a los principios divinos determinantes y reguladores de .ese proceso originario. Esto será lo esencial; porque bastará que un hombre se

decida a pensar tal doctrina en términos racionales, no míticos,

y acierte luego a dar un nombre también racional a la realidadproceso que en sí mismo es el universo, para que surjan históricamente la ciencia natural y la filosofía; con otras palabras,

para que la «cosmogonía» se convierta definitivamente en «cosmología». Ese hombre fue el griego colonial Tales de Mileto, y

este nombre el vocablo physis, cuyo origen y primer empleo ya

conocemos. La physis es a la vez el principio genético y el fundamento real de todo el universo, su arkhê, y a la esencia misma

de ella pertenece que, en su paulatina génesis, el universo se

realice y configure como un conjunto ordenado y bello, sea un

kosmos. Y como el universo nunca perece, aunque cíclicamente

vaya cambiando —doctrina del «eterno retorno»—, y puesto que

la inmortalidad es privilegio de la divinidad, la physis vendrá

a ser racionalmente considerada como «lo divino» por excelencia; en la divina y unitaria physis encontraría su principio real

y racional la vieja idea, todavía mítica, de la theokrasía. De

ahí que Tales y sus más inmediatos continuadores, autores de

poemas genéricamente titulados Perl physeos, «Acerca de la naturaleza», fuesen a la vez, indeferencíadamente, filósofos, teólogos, reformadores religiosos, poetas, hombres de ciencia y —en

algún caso, como el de Tales— verdaderos técnicos de la ingeniería.

A la vez que en la Jonia de la primera mitad del siglo vi a.C,

iba naciendo la noción de la physis, tan decisiva en la historia de la

existencia humana, otras dos hazañas no menos importantes, éstas

de carácter social, van a configurar la ulterior cultura griega: la definitiva creación de la polis y la invención de una economía basada

ep la producción artesanal y en el comercio. Ciudades, póleis, existían en Grecia antes de su segunda' expansión colonial; pero lo nuevo

de la polis jónica es por una parte su bien delimitada individualidad,

58 Historia de la medicina

y por otra la clara conciencia que de la peculiar realidad de ella

posee el polites, el ciudadano que la idea, edifica y habita. El urbanismo racional tiene su iniciador en Hipódamo de Míleto y, tomado

el término en su acepción más fuerte y originaria, en Jonia nace

también la «política». No puede así extrañar que nociones de carácter ético y político den lugar, analógicamente extrapoladas, a conceptos fisiológicos y cosmológicos: dike es a la vez la justicia y el

ordenado ajuste del cosmos; isonomía, la igualdad de derechos de los

ciudadanos y el buen orden de las cualidades del cuerpo (lo frío, lo

caliente, etc.) en que consiste la salud; arkhé significa, según los

casos, principio, fundamento o poderío. Los ejemplos podrían multiplicarse.

Con todo lo cual, ya el oficio de curar puede resueltamente

convertirse en autentica tekhne iatriké; si se quiere, en «medicina científica». Los griegos comenzaron llamando tekhne, sin

mayor precisión, a lo que también sin ella nosotros solemos

llamar «arte manual», «oficio» o «industria». Pero entre los

siglos vi y v, ese término va a alcanzar plena dignidad intelectual y social mediante un proceso de purificación y otro de

racionalización. Por una parte, el quehacer técnico excluye enérgicamente de sí toda maniobra de carácter mágico; por otra, el

oficio artesanal se trueca en verdadera tekhne cuando quien lo

realiza conoce de manera racional qué es lo que en él maneja

—la physis o naturaleza particular de las cosas que a tal oficio

pertenecen; por tanto, el modo como la physis universal y príncipial se concreta y realiza en ellas— y por qué hace él todo lo

que hace cuando llega a ejercitarlo con acierto. Aristóteles va

a ser, en la segunda mitad del siglo iv a.C, el afortunado autor

de esta fórmula intelectual; pero, como pronto veremos, ella

fue la tácita regla en cuya virtud la medicina griega se convirtió hacia el año 500 a.C. en tekhne iatriké, ars medica o «arte

de curar». Del mythos se ha pasado definitivamente al logos,

y —salvo en el nunca extinto inframundo de las prácticas supersticiosas y populares— ya nunca dejará de ser técnica y científica

la profesión del médico.

Sección II

EL SABER MEDICO EN LA ANTIGÜEDAD CLASICA

En cinco capítulos de muy desigual extensión va a ser dividida esta sección: I. Historia externa de la medicina antigua.

II. Conocimiento científico y gobierno técnico del cosmos. III. Conocimiento científico del hombre. IV. Conocimiento científico

de la enfermedad. V. Fundamento científico del tratamiento

médico.

Capítulo 1

HISTORIA EXTERNA DE LA MEDICINA ANTIGUA

El contraste entre dos médicos de Crotona, Democedes y

Alcmeón, ambos nacidos en el curso del siglo vi a.C, permite

datar con cierta precisión el tránsito de la medicina meramente

empírica, acaso todavía no por completo desprovista de algún

ribete mágico, a la resueltamente técnica, esto es, reflexivamente basada sobre la idea de la physis y el conocimiento científico

de ésta. En torno al año 525, Democedes, hijo del asclepíada

cnidio Califonte, salía de Crotona para iniciar la accidentada y

brillante carrera profesional que había de llevarle al ejercicio

de su saber en la corte de Darío. Muy poco después, hacia el

año 500, componía Alcmeón en Crotona el texto que inicia

formalmente la historia universal de la patología científica. Pues

bien: entre esta segunda fecha y los dos siglos subsiguientes a

la muerte de Galeno —fin del mundo antiguo—, cabe señalar

las siguientes etapas.

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60 Historia de la medicina

A. Etapa presocrática. Una amplia serie de pensadores geniales, nacidos unos en la costa jónica o en las islas próximas a

ella (Mileto, Sainos, Efeso, Colofón, Clazomenas), otros en las

ciudades coloniales itálico-sicilianas (Elea, Crotona, Agrigento,

Leontinoi, Siracusa), alguno en la Grecia continental (Abdera),

descubren y elaboran la noción de physis —de donde el nombre

de physiológoi o «fisiólogos» dado a los primeros de ellos—,

trazan los fundamentos de la ulterior ciencia natural y permiten

con su obra la definitiva tecnificación y racionalización de la

medicina griega. Sean citados Tales de Mileto, Anaximandro,

también milesio, Pitágoras, nacido en Sarrios y arraigado en

Crotona, Alcmeón de Crotona, Parménides de Elea, Heráclito

de Efeso, Empédocles de Agrigento, Anaxágoras de Clazomenas,

Demócrito de Abdera, Diógenes de Apolonia. Todos ellos viven

y actúan entre la primera mitad del siglo vi y los decenios primeros del siglo iv a.C.

B. Etapa hipocrática. A partir del año 500 a.C, los médicos

de distintas escuelas profesionales (Crotona, Cnido y Cos, entre

las más importantes) comienzan a construir una medicina temáticamente fundada sobre la physiología o ciencia natural de los

presocráticos. En Crotona descuella Alcmeón. En Cnido, ciudad

de la costa jónica, Eurifonte, Ctesias y Polícrito de Mende. En

Cos, pequeña isla del mar Egeo, frente a Cnido, se elevó sobre

todos Hipócrates, a quien la tradición ulterior llamará «Padre

de la Medicina». Coetáneo de Hipócrates, pero no perteneciente

a Cos, fue Heródico de Selímbria. Las escuelas médicas de Cos

y de Cnido, con las que luego rivalizarán las itálico-sicilianas,

y más tarde las helenísticas, seguirán todavía activas bajo el

Imperio Romano.

Es muy cierto que la figura de Hipócrates de Cos va a ser

enormemente magnificada en el mundo entero, a partir de la

glorificación de que le hicieron objeto los eruditos alejandrinos

del siglo m a.C; pero no menos cierto parece que en él vieran

todos, ya durante su propia vida, el médico más eminente y

representativo de su época, y tal es la razón por la cual será

denominada «medicina hipocrática» a la que tras la genial obra

de Alcmeón da primer cuerpo a la concepción técnica y «fisiológica» del oficio de curar, y recibirá el nombre de Corpus

Hippocraticum el conjunto de los cincuenta y tres escritos anónimos que comenzaron a ser reunidos en Alejandría y —editados

hace más de un siglo por el médico y helenista E. Littré— hoy

nos ilustran acerca de esa ingente hazaña fundacional.

Con toda probabilidad, el lapso temporal en que tales escritos o

trataditos fueron compuestos no es inferior a seis siglos, contados a

Medicina y «physis» helénica 61

partir de la segunda mitad del ν a.C; pero la mayoría de ellos y, desde luego, los de mayor importancia e influencia, proceden de los siglos ν y iv a.C. A la escuela de Cos pertenecen, con toda probabilidad, Sobre los aires, las aguas y los lugares, Sobre la dieta en las

enfermedades agudas, los grandes escritos quirúrgicos de la colección

(Fracturas, Articulaciones, Heridas de la cabeza), los libros de las

Epidemias, el Pronóstico, Sobre la naturaleza del hombre y los Aforismos. Debieron de ser redactados en Cnido, en cambio, Sobre las

hebdómadas, Sobre las enfermedades, Sobre las afecciones internas y

Sobre las afecciones, así como los escritos de tema pediátrico y ginecológico. Otros importantes tratados de la colección —Sobre la medicina antigua, Sobre la enfermedad sagrada, Sobre los lugares en el

hombre, Sobre el arte, Sobre la dieta— no es posible adscribirlos con

seguridad a una escuela bien determinada. Tampoco es enteramente

seguro que uno solo de los escritos del Corpus por nosotros llamado

«hipocrático» proceda directamente de la persona de Hipócrates.

Debe decirse, eso sí, que todos los temas de la medicina —fundamentales, metódicos, éticos, anatomo-fisiológicos, dietéticos, patológicos,

terapéuticos, quirúrgicos, ginecológicos, obstétricos, pediátricos— son

más o menos extensamente estudiados en dicha colección. Todo esto

obliga a discernir cuatro modos del «hipocratismo» : el tan problemático hipocratismo strictissimo sensu de los escritos que acaso fueran

compuestos por el propio Hipócrates; hipocratismo stricto sensu de los

escritos inequívoca o probablemente atribuibles a la escuela de Cos;

hipocratismo lato sensu o pensamiento común de todo el Corpus

Hippocraticum; hipocratismo latissimo sensu, todo lo que en el anterior posea o pueda poseer validez en la medicina actual.

C. Tercera etapa: entre los hipocráticos y los alejandrinos.

Durante los siglos iv y m a.C, y a la vez que van siendo compuestos muchos de los escritos del Corpus Hippocraticum, un

suceso del máximo relieve intelectual va a entrelazarse eficazmente con el desarrollo histórico de la medicina, el nacimiento

y la difusión de los tres máximos movimientos de la filosofía

griega: Platón (428-347 a.C.) y la Academia, Aristóteles (384-

322 a.C.) y el Liceo, Zenón de Citio (336-263 a.C.) y sus sucesores en la Stoa o Pórtico, los «estoicos», son sus principales

creadores. Pese a la no siempre favorable actitud de los hipocráticos ante la filosofía, alguna repercusión sobre el saber y la

mentalidad de los médicos tuvieron durante el siglo ν a.C. —no

contando, claro está, los decisivos physiológoi presocráticos— los

filósofos a que suele darse el nombre de «sofistas» (Protagoras,

Gorgias, Antifonte, etc.), y alguna influencia sobre estos ejercieron, por su parte, los médicos; pero la situación ganará importancia y complejidad cuando Platón, Aristóteles y los estoicos comparezcan en la escena del pensamiento helénico.

Los médicos enseñan a los filósofos: del itálico-siciliano Filistión

de Locros es patente el influjo sobre el Timeo platónico, y tampoco

62 Historia de la medicina

parece discutible su huella en la filosofía de Aristóteles, hijo éste de

un profesional de la medicina. Algo semejante puede decirse de los

estoicos. Pero más aún van a enseñar los filósofos a los médicos. Sin

el magisterio de Aristóteles y el Liceo, por ejemplo, no podría entenderse la obra médica de Diocles de Caristo (375-300 a.C.), para muchos un «segundo Hipócrates». Poco posterior a él, Praxágoras de Cos

supo aliar con la mentalidad aristotélica el espíritu de la escuela a

que como médico pertenecía. Sin el pensamiento estoico —lo veremos— no sería explicable la «escuela neumática», y así en tantos

casos más. Siguiendo a Galeno, que les llamó logikoí, muchos médicos inmediatamente posteriores a Aristóteles han solido recibir el

nombre da «dogmáticos» o «doctrinarios»; aunque alguno, como Diocles, tan lejos se hallase de serlo.

D. Cuarta etapa: alejandrinos y empíricos. Con Alejandro

Magno y la fundación de Alejandría comienza el período «helenístico» de la cultura griega, y muy pronto esta ciudad grecoegipcia, con su Museo y su célebre biblioteca, va a convertirse

en el más importante centro intelectual de la época. Además de

la medicina, la matemática (Euclides, Diofanto), la astronomía

(Eratóstenes, Aristarco, Hiparco, Ptolomeo), la física (Herón,

Filón), otras muchas ciencias más, allí fueron brillantemente

cultivadas.

Dos geniales médicos alejandrinos descuellan de modo singular: Herófilo de Calcedonia (nacido el año 340 a.C.) y Erasístrato de Ceos, muy poco posterior. Uno y otro recibieron enseñanzas procedentes de las antiguas escuelas médicas griegas:

Cos llegó a Herófilo a través de Praxágoras, su maestro, y Cnido

a Erasístrato por mediación de Metrodoro y Crisipo; pero la

obra conjunta de todo un haz de motivos —su genio personal,

la filosofía escéptica (Pirrón) y el espíritu de la joven Alejandría,

rival de la vieja Grecia y culturalmente enfrentada con ella—

determinó en el alma de los dos una actitud revolucionaria ante

el saber médico recibido. Cada uno a su modo, ambos fueron

antihipocráticos y antiaristotélicos, y en ambos surgió la ambición de crear una medicina científica basada sobre una nueva

experiencia del cuerpo humano. Su empeño, sin embargo, no

llegó a término, aunque sus respectivas escuelas, los herofíleos

y los erasistráteos, perduren activas hasta el siglo π ι d.C.

Tras este vigoroso, pero fugaz esfuerzo innovador, la medicina de

Alejandría, víctima de un creciente «miedo a la libertad intelectual»

(Dodds), va poco a poco cayendo en una suerte de «letargo escolástico» (Kudlien): sus cultivadores tratan de restaurar más o menos

fielmente las viejas doctrinas, o repiten, a veces modificándolas, las de

sus maestros inmediatos. «Médicos habladores», les llamará Galeno.

Algo parecieron salir de ese perezoso clima intelectual los fundadores

Medicina y «physis» helénica 63

de la llamada «escuela empírica», Filino de Cos, discípulo de Herófilo,

Serapión de Alejandría, algo más joven que Filino, y Glaucias de

Tarento. La mentalidad crasamente anticientífica del movimiento empírico —extendido por muy distintos lugares del mundo helenístico—

impidió, no obstante, que la tentativa diese en ellos y en sus continuadores, Heráclides de Tarento, Apolonio de Citio y Mitrídates IV Eupátor, entre otros, frutos realmente estimables.

E. Quinta etapa: penetración de la medicina griega en

Roma. Cuando la «medicina doméstica» romana no había salido

aún de un rudo nivel pretécnico, y contra la fuerte actitud conservadora y antigriega de los romanos tradiciónalistas, como

Catón el Viejo, todo un haz de causas concurrentes —el colosal

auge político y económico de la metrópoli de Tiber, el general

prestigio de la ciencia griega, el ansia de lucro y fama en los

sabios helenísticos provinciales— canalizó hacia Roma, procedentes de los países del Mediterráneo oriental, médicos cada

vez más eminentes, como el cuasi legendario Arcágato (¿219

antes de Cristo?) y Asclepíades de Bitinia, nacido el año 124 a.C.

Intelectualmente influido por Epicuro, el peripatético Estratón

y el escéptico Enesidemo, Asclepíades fue un resuelto antihipocrático, y aunque con bastante menor genialidad que Herófilo

y Erasístrato, también se propuso el empeño de edificar una

medicina «nueva»; luego veremos en qué consistía. Sólo desde

él existirá en Roma una verdadera ars medica.

F. Sexta etapa: desarrollo y diversijicación de la medicina

helenística en el seno del Imperio Romano. No obstante su

éxito científico y social, los médicos griegos en Roma nunca

dejaron de ser «forasteros». En griego escribieron sus tratados,

y siempre se sintieron intelectualmente superiores a sus huéspedes y clientes; los romanos, por su parte, en ningún momento

perdieron la conciencia de su preeminencia política y económica.

Pero deliberadamente o no, aquéllos fueron «romanizando» su

medicina, y estos otros —testigos supremos, Celso y Celio Aureliano, César y Cicerón— acabaron considerando «suya» la medicina que los griegos helenísticos les habían llevado. Es habitual ordenar temática y cronológicamente la historia de la medicina helenístico-romana —entendiendo por tal, claro está, la que

en el total ámbito del Imperio se hizo— distinguiendo en ella:

1. La «escuela metódica». Incitado por las ideas de Asclepíades y favorecido por la expeditiva y pragmática mentalidad

romana, el metodismo cobró forma acabada en la obra de Tetnisón de Laodicea, hacia el año 50 a.C, y en la de su discípulo

Tésalo de Tralles o de Lidia, y tuvo más tarde (siglo n d.C.) un

eminente, aunque no fanático secuaz en Sorano de Efeso. En la

64 Historia de la medicina

misma línea debe ser situado el númida Celio Aureliano (siglos iv-v d.C), expositor tardío de Sorano en lengua latina.

2. El grupo de los enciclopedistas y los farmacólogos. El

espíritu ordenador y legislativo de los romanos les llevó a compilar enciclopédicamente la ciencia natural y la medicina que

la experiencia de sus viajes y el saber de los griegos les enseñaron. Destacaron en este empeño Marco Terencio Varrón

(120 a.C), Cornelio Celso (25-30 a.C. — 45-45 d.C), cuya obra,

tan influyente luego, acumula y sistematiza un enorme saber, y

Plinio el Viejo (23-79 d.C), autor de una famosa y pintoresca

Naturalis historia. Celso, que con toda probabilidad no practicó

la medicina, debió de aprender mucho de Menécrates, médico

de Tiberio. Coetáneo de Plinio fue otro eminente compilador

de preceptos terapéuticos, el noble médico Escribonio Largo.

Al lado de estos enciclopedistas de la Medicina deben ser

mencionados los farmacólogos, cuyo príncipe fue Pedanio Dioscórides, de Anazarba (Cilicia), autor de una imponente obra de

materia médica, Hylikà (77-78 d.C), que durante milenio y medio

será el máximo repertorio de los médicos de Occidente. Poco

anterior a Dioscórides, Andrómaco de Creta, médico de Nerón,

se había distinguido en este campo.

3. La «escuela neumática». Movidos por el neumatismo de

ciertos escritos hipocráticos y, sobre todo, por el de la filosofía

estoica, varios médicos, con Ateneo de Atalia a su cabeza (mitad del siglo i d.C), crearon la escuela así denominada. Pronto,

sin embargo, el inicial neumatismo de Ateneo fue derivando

hacia el eclecticismo, por obra de sus más inmediatos continuadores. Areteo de Capadocia, máximo clínico y nosógrafo de su

época —siglos I-Η d.C.—, es sin duda el más eminente ejemplo

de este destino de la escuela neumática.

4. La «escuela ecléctica». La renuncia a la unilateralidad

de las distintas doctrinas médicas, la convicción de que en todas ellas hay alguna parte dé verdad y la necesidad de utilizarlas bajo el soberano imperio de la experiencia clínica, dieron

lugar al matizado y fecundo movimiento que se extiende desde

el siglo i hasta el m d.C y recibe el nombre de eclecticismo

médico. Agatino de Lacedemonia, Heródoto, Arquígenes de Apamea, Antilo, Rufo de Efeso y, en cierto modo, el ya mencionado

Areteo de Capadocia, son los más importantes hombres de la

escuela ecléctica.

G. Séptima etapa: la obra de Galeno. Si Hipócrates de

Cos es la gran estrella inicial de la medicina antigua, en Galeno

(131—200-203 d.C.) tiene ésta su gran estrella final; no sólo por

la originalidad y la importancia de su obra personal en todos

Medicina y «physis» helénica 65

los campos del saber médico —anatomía y fisiología, semiología,

patología, terapéutica, higiene—, también porque en sus escritos

hace suya o expone críticamente casi toda la medicina griega,

desde Hipócrates, al que Galeno veneraba, hasta la segunda

mitad del siglo n, y porque sabe recoger y utilizar la lección

filosófica de Platón, Aristóteles y los estoicos.

Galeno nació en Pérgamo (Asia Menor), estudió en su ciudad natal

y en Esmirna, Corinto, Palestina y Alejandría, ejerció luego como

médico de gladiadores en el gimnasio pergameno, y a los treinta y tres

años marchó a Roma, donde su triunfo profesional y científico iba a

ser total: fue médico de aristócratas y emperadores (Marco Lucio

Vero, Marco Aurelio, Cómodo, Septimio Severo), dio lecciones muy

concurridas y compuso los tratados que durante trece siglos habían de

hacerle maestro indiscutido de la medicina universal; entre los conservados —83 de atribución segura, varios más de atribución dudosa—, los que llevan por título De anatomicis administrationibus,

De usu partium, De locis affectis, Methodus medendi y De sanitate

tuenda. Muchas veces habremos de encontrarnos en lo sucesivo con

el contenido y la huella de la formidable obra médica de Galeno.

H. Octava etapa: la medicina antigua posgalénica. Con la

muerte de Galeno parece extinguirse la capacidad creadora de

la medicina helenístico-romana. No contando al ya mencionado

Celio Aureliano, sólo figuras de muy escaso relieve podrían

citarse entre la fecha de esa muerte y la iniciación de la medicina bizantina; así nos lo harán ver páginas ulteriores. Algo, sin

embargo, es digno de nota: la significativa colisión que en el

siglo m se produce entre el galenismo y el joven cristianismo

romano. Por el momento, quede no más que enunciado el tema.

Desde los primeros pensadores presocráticos hasta la muerte de

Galeno pasan casi ocho siglos. A la vez originarias y fundamentales,

las ideas de aquéllos —«naturaleza», «arte», «método», «logos», etc.—

van desarrollándose de un modo homogéneo durante esas ocho centurias: Galeno sabe «más» que Empédocles y Demócrito acerca del

cuerpo humano; pero eso que sabe lo sabe «del mismo modo», esto

es, apoyado sobre las mismas básicas intuiciones ante la realidad

natural y atenido a las mismas reglas metódicas. ¿Cuál ha sido, pues,

el destino histórico de tales intuiciones y tales ideas? Aplicando al

caso el sumario esquema consignado en la «Introducción», creo que

la respuesta pueda ser satisfactoriamente ordenada en los siguientes

puntos:

1. La historia del saber médico en la Antigüedad clásica es la

sucesiva creación —a veces, la ocasional pérdida— de las posibilidades intelectuales y operativas que llevaba en su seno la visión de

la enfermedad y del remedio terapéutico desde el punto de vista de

su physis, de su «naturaleza», tal como ésta fue entendida por los

griegos.

4

66 Historia de la medicina

2. El curso y el contenido de esa sucesiva creación —referible

en ultima instancia al talento y a la inventiva de una serie de hombres— se hallaron condicionados por dos instancias principales, una

de orden étnico-cultural y otra de carácter sociopolítico y socioeconómico: a) En la primera deben ser distinguidos dos motivos rectores: la genialidad más científica, inquieta e innovadora de la cultura

griega, constantemente activa desde Tales de Mileto hasta Galeno, y

la genialidad más pragmática, conservadora y ordenancista de la cultura romana, operante desde que los médicos helenísticos comienzan

a establecerse en la capital del Imperio. Ambos motivos se fundieron

entre sí desde que el poderío romano se impuso; pero en todo momento tuvo mayor importancia el correspondiente a la genialidad

griega, b) La segunda de esas dos instancias presenta una base constante y una serie de modulaciones, suscitadas por las vicisitudes políticas y económicas que va ofreciendo la historia del mundo antiguo.

La base constante: la ordenación de la sociedad en tres clases, esclavos, artesanos libres y señores. Modulaciones sucesivas: la primitiva polis griega, fuese ésta colonial o metropolitana; el gobierno de

las póleis, perdida ya su autonomía, desde un poder unificante e imperial, primero helenístico, con Alejandro y sus sucesores, luego romano; el cambio que tales vicisitudes políticas y económicas va introduciendo en la estructura y en los designios de la clase imperante.

3. A través de las grandes etapas de su curso —la hipocrática,

la helenístico-alejandrina, la helenístico-romana—, la medicina antigua,

a un tiempo homogénea y cambiante, terminará cristalizando en un

auténtico paradigma científico-técnico, el galénico; pero éste, surgido

cuando ya la creatividad de la cultura antigua va a extinguirse, sólo

operará como tal refractándose a través de las diversas culturas medievales —bizantina, arábiga, judía, cristiano-europea— y, poco más

tarde, a través de la cultura cristiana del Renacimiento.

Capítulo 2

CONOCIMIENTO CIENTÍFICO Y GOBIERNO TÉCNICO

DEL COSMOS

Ciencia natural y técnica en sentido estricto, lo repetiré una

vez más, sólo con la obra fundacional e incoativa de los «fisiólogos» presocráticos serán posibles en la historia de la humanidad; por valiosos e importantes que de hecho fueran en su tiempo y sean hoy mismo, por próximos que se hallasen a ser lo

que con aquellas expresiones desde entonces denominamos, por

ciertos que parezcan ser los préstamos de las culturas orientales

a la cultura griega, sólo vías muertas o insuficientes preludios

podemos ver nosotros en el conocimiento y el gobierno del eos-

Medicina y «physis» helénica 67

mos a que se llegó en Asiría y Babilonia, y en el Egipto, la

China y la India antiguos. Sólo en la Grecia del siglo ν, en

efecto, serán por vez primera cumplidas, al menos incipientemente, las tres exigencias en cuya virtud es verdaderamente

científico el conocimiento de una cosa y verdaderamente técnico

el gobierno de ella: 1.a

 La exigencia sistemática; los saberes

acerca de la cosa en cuestión deben hallarse ordenados conforme

a principios ciertos y racionales. 2.a

 La exigencia metódica; esos

saberes han debido ser obtenidos mediante un método que garantice su verdad y permita su incremento. 3.a

 La exigencia teorética; esa que pide de nosotros una respuesta más o menos

satisfactoria a la pregunta por «lo que es» —por lo que en sí

misma es— la cosa estudiada.

En el tratamiento de cada uno de los temas que directa o

indirectamente afectan a la historia de la Medicina se irá viendo

cómo los pensadores presocráticos fueron o intentaron ser sistemáticos en relación con él, y cómo luego fue proseguida esa

originaria iniciativa suya; pero a manera de preámbulo general,

tal vez sea conveniente exponer muy concisamente las principales vicisitudes en el cumplimiento de las otras dos exigencias,

la metódica y la teorética, por parte de los sabios del mundo

antiguo.

A. Comienza en Occidente la vigencia del método científico

y la reflexión acerca de él con la observación tácita o expresa

de dos principios básicos, sin los cuales no hubiera sido posible,

la obra de los physiológoi presocráticos: la autopsia o «visión

por uno mismo» (observación directa o disectiva, experimento)

y la hermeneía o «interpretación» (referencia interpretativa del

aspecto o eidos de la cosa estudiada a lo que por naturaleza

—katà physin— ella es). Dos fueron entonces los recursos principales de la interpretación científica: uno de orden formal, la

abstracción matemática, con una historia que en el mundo antiguo va desde los pitagóricos hasta Euclides y Diofanto, y otro

de orden material, la imaginación de realidades transempíricas

elementales, los «elementos» o stoikheia. Siendo la physis, en

tanto que «naturaleza universal», un principio radical y unitario,

¿cómo puede explicarse que su concreción en «naturalezas particulares» o physies dé origen a cosas tan distintas entre sí como

una nube, un árbol o un hombre? Porque esa physis o Naturaleza radical y unitaria —tal será el aserto básico— se realiza primariamente en «elementos» irreductibles, cuya diversa combinación determina la diversidad visible de las múltiples cosas del

cosmos. Para Empédocles (respuesta dinámico-cualitativa), tales

elementos serían el agua, el aire, la tierra y el fuego; teniendo

68 Historia de la medicina

en cuenta, valga este solo ejemplo, que el agua del mar, de los

ríos o de las fuentes no es el «elemento agua», sino una peculiar

mezcla de los cuatro, en la cual dicho elemento predomina.

Para Demócrito (respuesta estructural-cuantitativa), los elementos serían los «átomos» (átomon, «lo que no puede dividirse»),

diferentes entre sí sólo por su figura y su tamaño. Durante más

de veinte siglos, el pensamiento de los médicos se ha inclinado

resueltamente —salvo las pasajeras excepciones que iremos viendo— hacia la respuesta empedocleica; sólo desde el siglo xvn

comenzará la creciente vigencia de la solución democritea.

Tres decisivas etapas ulteriores en la elaboración del método científico van a ser, por lo que a nosotros atañe, las que tienen sus titulares en los médicos hipocráticos, Platón y Aristóteles. Las principales

aportaciones de los hipocráticos a este respecto fueron dos: el arte

de dividir un todo compuesto en sus partes naturales, para estudiar

luego ordenadamente las propiedades activas y pasivas de cada una

de ellas (Platón, Fedro 270 cd), y aplicación del razonamiento (logismós) a la tarea de descubrir en su realidad la causa común de varios fenómenos distintos entre sí. Platón, por su parte, dará fundamento, filosófico a ese doble arte de «dividir lo compuesto» y «ver el

todo de la cosa», y creará la dialéctica o aplicación metódica del

«diálogo» al conocimiento racional de la realidad; y con su influyente

doctrina acerca de la demostración, la inducción y la deducción, Aristóteles llevará a su cima la reflexión helénica acerca del método científico. Sobre la significación metodológica de la experimentación alejandrina y galénica, véase lo que luego se dice.

B. Cumplirá la exigencia teorética quien, como he dicho,

sea capaz de responder más o menos satisfactoriamente a esta

interrogación: «¿Qué es en sí misma la cosa que estudio?» Pues

bien, la respuesta de los pensadores presocráticos se halla integrada, en cuanto a las realidades cósmicas atañe, por los siguientes asertos: 1.° Cada cosa es en sf misma su naturaleza propia,

su physis; conocer científicamente lo que en sí misma es una

cosa —un astro, un vegetal, un hombre— es, pues, conocer con

cierto rigor la peculiaridad de su physis, lo que ella «por naturaleza» es. (Más filosóficamente, a partir de Heráclito y Parménides, el fundamento de la «naturaleza» se verá en el «ser»; de

la physiología se pasará así a la ontología.) 2° La physis individual y específica de cada cosa es una realización particular

—a través de los «elementos»— de la radical y fundamental

physis del universo; la cual, por esencia, es unitaria, fecunda o

generatriz, armoniosa (kósmós), soberana e imperecedera; por

tanto, divina. 3.° La physis universal se realiza eviternamente en

ciclos idénticos a sí mismos (doctrina del «eterno retorno»); el

carácter imperecedero de ella consiste en renacer y crecer de

nuevo después de haber perecido. 4.° Lo que es la physis indi-

Medicina y «physis» helénica 69

vidual y específica de una cosa y puede y debe entenderse en

cuatro sentidos distintos: a) El aspecto externo e interno (eidos)

según el cual esa cosa se nos presenta, b) La constitución elemental de la cosa en cuestión, el modo como en ella se disponen,

se combinan y actúan los elementos (stoikheia) que la componen, c) El modo según el cual esa cosa ha llegado a ser como

es, su génesis, d) Lo que esa cosa hace para ser lo que es y

como es; por tanto, la actualización de sus potencialidades, virtudes o dynámeis. En definitiva, pues, cuatro conceptos fundamentales: eidos, stoikheion, génesis, dynamis, y cuatro ciencias

básicas de la physiología en general y de cada physiología particular: eidología, estequiología, genética y dinámica. Apenas

será necesario decir que a estos cuatro conceptos y a estas cuatro

ciencias les concede primaria unidad real la que es esencial a la

physis, sea ésta la universal o alguna de las particulares: el aspecto, el elemento, la génesis y la actividad operativa no son

sino realizaciones diversificadas de la radical physis unitaria

que según esos cuatro distintos modos se nos manifiesta. Los

artículos subsiguientes nos harán conocer las distintas vicisitudes

que desde el punto de vista del saber médico experimenta esta

primigenia y fundamental idea de la physis.

C. Desde Tales hasta Ptolomeo, la cosmología antigua va

a ser, en lo que a la totalidad del cosmos atañe, el desarrollo de

estos principios fundamentales. Dos temas se levantan, así por

su importancia intrínseca como por su ulterior influencia histórica, sobre todos los que integraron el saber cosmológico de los

griegos: la estructura del universo y la naturaleza del movimiento en el seno del cosmos.

Comenzó a verse la totalidad del universo como una burbuja de

aire hemisférica, en cuya base se hallaría el disco sólido de la Tierra,

y toda ella rodeada por una inacabable masa de agua (Tales); pero a

través de varias etapas intermedias —Anaximandro, Pitágoras, Empédocles—, pronto se llegará a concepciones bastante más próximas a la

realidad. A fines del siglo ν a.C, Filolao afirma la esfericidad de la

Tierra y su movimiento alrededor de un fuego central (no el del Sol).

A partir de entonces, la astronomía griega va a seguir dos direcciones:

una que terminará en el fracasado helíocentrismo de Aristarco de

Samos (primeros decenios del siglo πι a.C.) y otra resueltamente geocéntrica, cuyos hitos principales serán Platón, Eudoxo de Cnido (primera mitad del siglo iv a.C), Aristóteles, Arquímedes (siglo m a.C.),

Hiparco (siglo il a.C.) y Ptolomeo (siglo π d.C). La gran obra astronómica de éste, ordinariamente conocida con el nombre que los árabes le dieron, Almagesto (arabización del término griego megístos,

«el más grande»), constituirá la cima del saber astronómico desde entonces hasta Copérnico.

70 Historia de la medicina

Menos elaborado que el de Ptolomeo, tanto desde el punto de

vista astrofísico como desde el matemático, el cosmos de Aristóteles posee la siguiente estructura: en su centro, la Tierra y

el mundo sublunar, conjunto esférico en el que se distribuyen,

según un orden ascendente en altitud y descendente en pesantez, la tierra (fría y seca), el agua (fría y húmeda), el aire (caliente y húmedo) y el fuego (caliente y seco); más allá de ese

conjunto, el éter y los astros, ordenados en múltiples esferas

sucesivas hasta la última, la de las estrellas fijas, allende la cual

ya no hay «lugar», ni hay materia, ni puede haber movimiento.

En el cosmos aristotélico no existe el vacío; aunque de modo

extremadamente sutil, el éter cósmico es también un ente material. El movimiento entero del universo estaría determinado y

regido por un «motor inmóvil», sustancia inmaterial y divina,

acto puro sin mezcla de potencia.

Dos órdenes de movimientos habría en el cosmos, el «natural»

y el «violento» o «forzado». El movimiento «natural» es circular y continuo en el mundo supralunar —tal sería el caso del

que efectúan los astros— y vertical en el mundo sublunar, bien

ascendente, cuando el cuerpo ha de subir hacia lo alto para

ocupar el «lugar natural» del elemento que en él predomina

(ascensión de la llama y del humo), bien descendente, cuando

ese «lugar natural» está abajo (la piedra que cae hacia la tierra,

la lluvia que desciende hacia el lugar del agua). El movimiento

«violento» se produce cuando un cuerpo es sacado de su «lugar

natural» por una fuerza externa y fortuita, y cesa con la causa

que lo determina o cuando ésta no puede vencer la resistencia

del medio en cuyo seno el movimiento acontece. Así, si la flecha sigue su vuelo después de su salida del arco que la impulsa,

es porque, a causa del «horror al vacío», el aire se cierra tras

ella y la empuja; y el movimiento de la saeta prosigue hasta

que tal empuje ya no es capaz de vencer la resistencia del aire

hendido por la punta. Veremos cómo a partir de la Baja Edad

Media irá perdiendo rápidamente su vigencia la dinámica aristotélica, punto menos que intocable hasta entonces.

D. Fiel tanto a sus fundamentos intelectuales —la tekhne,

un saber hacer algo sabiendo por qué se hace lo que se hace—,

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