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HISTORIA DE LA MEDICINA BIBLIOTECA MEDICA DE BOLSILLO parte 13

 


hallará en análoga situación histórica y vital.

Dos notas más distinguen de la escolástica teológico-filosófica

la que con su propia disciplina hicieron los médicos. Por un

lado, el carácter improvisado que tuvo la formación filosófica de

éstos: sin alguna filosofía aristotélico-platónica no les era posible

presentar su «ciencia» de acuerdo con las pautas y las exigencias

de la Universidad del siglo xm, y hasta los más doctos de la

primera mitad de ese siglo distaban mucho de poseerla; piénsese

en cualquier maestro salernitano o montepesulano de los años

1200 a 1250. Por otro, su esencial necesidad de tener en cuenta,

cualquiera que fuese la tendencia de su mente hacia la abstracción filosófica o seudofilosófica, la experiencia ante la concreta

realidad del enfermo.

Así se explica: primero, que la ciencia natural de los escolásticos del siglo xm, queden aparte las ideas cosmológicas que luego serán mencionadas y, por supuesto, los incipientes pasos de

Roberto Grosseteste, Pierre de Maricourt y Rogerio Bacon hacia

el método experimental, no rebase el nivel de la compilación y

el catálogo; segundo, que ningún médico de ese siglo y de la

Baja Edad Media, comprendidos los más dotados, un Taddeo

Alderotti, un Arnau de Vilanova o un Pietro d'Abano, fuese capaz de elaborar de modo suficiente el sistema cristiano-galénicoaviceniano que en su parte teórica debiera haber sido y no llegó

a ser la medicina escolástica. Sólo en el siglo xvi, cuando ya el

galenismo hacía agua, Jean Fernél y Luis Mercado llevarán a término esa empresa, mucho más medieval que moderna.

2. Juntando metódicamente la ciencia natural y la medicina

del siglo xm y la primera mitad del siglo xiv, es decir, del período en que es máxima la vigencia del espíritu y el método escolásticos, cuatro grandes apartados pueden ser discernidos en su

historia.

202 Historia de la medicina

a) Las compilaciones enciclopédicas. San Alberto Magno y

Vicente de Beauvais son los más destacados representantes de

este empeño. El dominico Alberto Magno o Alberto de Bollstädt (ca. 1200-1280) fue ante todo filósofo y teólogo; pero movido

por el ejemplo de Aristóteles, a quien tan autorizada y devotamente siguió en su filosofía, y no menos por la personal afición

de su mente, cultivó de modo muy amplio las ciencias naturales

(astronomía, geología, botánica, zoología) y la matemática.

No poco de sus descripciones se basa en su propia experiencia.

«En lo tocante a la fe y a las costumbres —escribió—, hay que

creer más a Agustín que a los filósofos; pero si se trata de medicina, creeré más a Galeno y a Hipócrates, y más a Aristóteles que

a cualquier otro sabio, si es de la naturaleza de las cosas de lo

que se habla.» Alberto sabía discernir bien sus autoridades y apoyarse en ellas; pero sin renunciar nunca al ejercicio de su razón

personal y, esto es ahora lo más importante, queriendo y sabiendo

recurrir al experimentum, a la visión de la realidad por uno mismo, cuando a nada conduce el Syllogismus, la inferencia puramente

lógica o racional.

Como enciclopedista del saber científico-natural, el también

dominico Vicente de Beauvais o Vincentius Bellovacensis (t 1264)

es la máxima figura de toda la Edad Media. Su colosal Speculum

maius, todavía editado en el siglo xvn, resume objetivamente el

saber de cientos de autores, filósofos, escritores y médicos, acerca de las más diversas realidades de la naturaleza. El tradicional esquema bíblico-cristiano de «los seis días de la creación»

o Hexaemeron le sirve de principio ordenador. Como fuente de

información, sigue siendo una mina el Speculum de Vicente de

Beauvais. Junto a él deben ser citadas otras dos obras enciclopédicas: el tratado De proprietatibus rerum, del franciscano Barto·

lomeo Anglico, y la compilación De natura rerum, del dominico

Tomás de Cantimpré. Uno y otra fueron compuestos en los decenios centrales del siglo xm.

b) La iniciación del método experimental y de la ciencia

combinatoria. En la primera mitad del siglo xm, el obispo de

Lincoln Roberto Grosseteste (1175-1252) da a este respecto los

primeros pasos, sobre todo en el campo de la óptica. Con sos

estudios sobre el imán, le sigue y supera el picardo Pierre de

Maricourt. Pero el gran adelantado de la elaboración matemática

y experimental de la ciencia es el franciscano inglés Rogelio

Bacon (ca. 1210-ca. 1292), discípulo de Grosseteste y maestro en

Oxford y en París. Más por la sinceridad y la independencia de

sus críticas que por la heterodoxia de su enseñanza y su doctrina

—tres obras exponen ésta: Opus maius, Opus minus, Opus ter·

dum—, el Bacon filósofo y teólogo hubo de sufrir persecuciones

Helenidad, monoteísmo y sociedad señorial 203

y prisión. Escribió: «Sin saber matemáticas, no pueden ser conocidas las cosas de este mundo»; y también: «El razonamiento

no prueba nada, todo depende de la experiencia.» Su Respublica

fidelium contiene la primera descripción utópica de las posibilidades que la ciencia de la naturaleza ofrece al hombre. Con

ella da su primer paso, bien que de manera medieval, el género

literario que hoy llamamos ciencia-ficción.

Si Rogerio Bacon inicia, al menos programáticamente, el conocimiento matemático-experimental del mundo visible, el mallorquín Raimundo Lulio o Ramón Llull (1235-1315), filósofo y

teólogo, escritor y hombre de acción, escolástico y místico, ha

sido el primero en idear una «ciencia general de las ciencias»,

obtenida reduciendo a símbolos formales, para luego combinarlos

entre sí, los saberes concretos de cada una de ellas; eso quiso

hacer él con su Ars magna. Los escritos de carácter médico y

alquímico son abundantes en la varia y copiosa obra luliana.

c) El auge de la medicina escolástica. Como inmediatos

precursores de ésta deben ser citados los médicos que en la primera mitad del siglo xm tratan de combinar la herencia de Salerno, ya en franca declinación, y el más reciente arabismo toledano: Ricardo Anglico, Gilberto Anglico, Pedro Hispano; poco

más tarde, Jean de Saint-Amand o Johannes de Sancto Amando.

El florentino Taddeo Alderotti (1223-ca. 1303), profesor en Bolonia, pasa por ser el maestro que formalmente introdujo el método escolástico en la enseñanza de la medicina. Cada uno a su

modo, Taddeo Alderotti, Arnau de Vilanova (ca. 1234-1311),

docente en Montpellier y Pietro d'Abano (1250-1315), que enseñó

en Padua, constituyen la cumbre de la medicina escolástica.

La actividad del oxoniense Ricardo Anglico se desarrolló en

París. Aparte varios tratados clínicos, compuso una Anatomía sólo

basada en el saber grecoárabe. Más notoriedad adquirió su compatriota y coetáneo Gilberto Anglico, que ejerció en Montpellier. El

talento clínico de Gilberto brilla sobre todo en un Compendium medicinae, muy leído en la Baja Edad Media y todavía editado en 1608.

El prestigio del lisboeta Pedro Hispano {ca. 1210-1277), cuya actividad en Sicilia conocemos ya, se debe en el orden eclesiástico a su

condición papal (Juan XXI), y en el orden filosófico a sus Summulae ¡ogicales. Pero también como tratadista médico es notable su

mérito. Más que por su Thesaurus pauperum, compendio popular de

terapéutica, por su Liber de anima, una verdadera antropología

helénico-cristiana, y por sus valiosos comentarios a Hipócrates, a la

Isagoge de Ioannitius, a Constantino el Africano, a Isaac Iudaeus y

al Antidotarium Nicolai. La mejor exposición del saber farmacológico de la época la constituye, sin embargo, la amplia y minuciosa glosa de Jean de Saint-Amand, canónigo de Tournai, a ese

Antidotarium de Nicolás.

204 Historia de la medicina

Ya he dicho que Taddeo Alderotti fue el primero en exponer

more scholastico el saber médico. A tal respecto su obra es más

el comentario (a Hipócrates, a Galeno, a Ioannitius) que la creación personal. Fue verdadero creador, en cambio, del peculiar

modo de tratar la patografía que los medievales denominaron

consilium, «consejo». Más adelante veremos en qué consiste.

La extensa fama que logró durante su vida y después de su

muerte y el juicio general de los historiadores permiten considerar al valenciano-catalán Arnau de Vilanova la más interesante

y rica figura de la medicina medieval. Además de maestro en

Montpellier y médico de gran renombre —el rey Pedro III de

Aragón y los papas Bonifacio VIII y Clemente V fueron pacientes suyos—, Arnau cumplió misiones diplomáticas, intentó promover, bien por sí mismo, bien como secuaz del movimiento «espiritual» de Joaquín de Fiore, ciertas reformas religiosas, practicó la alquimia y la astrología y compuso gran cantidad de obras

sobre los más diversos temas: metodología y deontología de la

medicina, fisiología, patología, clínica, farmacología, toxicología,

higiene y dietética, alquimia, teología alegórica y profética, controversia religiosa. Es cierto que los devotos lectores de Arnau

no fueron parcos en la tarea de atribuirle escritos que él no compuso, y también lo es que un estudio detenido y severo de cuanto en el opus arnaldianum parece más auténtico permite advertir que al ardiente entusiasmo renovador de los escritos religiosoprof éticos se opone complementariamente la actitud tradicional y

conciliadora, mas no por ello exenta de originalidad, de los

tratados médicos (J. A. Paniagua). En la trama intelectual de

éstos se combinan, en efecto, el hipocratismo, el galenismo, el

saber salernitano, el arabismo y la experiencia personal (Neuburger).

Tal es la razón que obliga a ver en Arnau un médico escolástico, aunque el método de su exposición no coincida siempre

con el más pautado de Taddeo Alderotti y con el más dialéctico

de Pietro d'Abano, y aunque él mismo se mofase a veces de los

scholastici de su tiempo.

Entre sus numerosos escritos merecen especial recuerdo: Medicinalium introductionum speculum, De diversis intentionibus medicorum, Cautelae medicorum, varios de los consagrados a la higiene

y la dietética (el Regimen sanitatis al Rey de Aragón, De conservando

iuventute et retardando senectute), los Aphorismi de gradibus, original continuación del ensayo de aí-Kindi, Jas Parabolae medicationis

y el Breviarium practicae, excelente tratado de patología especial. Es

muy notable la claridad y la precisión de las descripciones nosográficas de Arnau, siempre atento al imperativo de armonizar entre sí

el experimentum, la experiencia clínica, con la ratio, el saber patológico.

Helenidad, monoteísmo y sociedad señorial 205

Si no la visión sistemática de la realidad ultima de las metas

del pensamiento escolástico en su momento de plenitud, la sutileza de la dialéctica del razonamiento y la consiguiente agudeza crítica de la mente llegan a su cima médica con la obra de

Pietro d'Abano (1250-1350), maestro en Padua y pensador considerablemente influido por el aristotelismo averroísta que entonces imperaba en la Universidad patavina. La más importante de

sus obras, el Conciliator controversiarum, quae inter philosophos

et medicos versantur, con significativa frecuencia editada hasta

bien entrado el siglo xvn, es una colección de las más importantes quaestiones o differentiae que ofrece a Pietro el saber

médico de su tiempo, discutidas y resueltas siempre con arreglo

al mejor estilo del método escolástico: «Si el aire es frío por

naturaleza, o no», «Si la ictericia anterior al séptimo día es

buen signo, o no», «Si la tisis puede ser curada, o no», y así

hasta doscientas diez. Muchas de las discusiones del Conciliator

no pasan de ser sutiles torneos dialécticos acerca de entes de

razón; pero en su época fueron admiradísimas —se cuenta que

Gentile da Foligno hincaba su rodilla ante el aula de Pietro

d'Abano, diciendo: «Salve, o santo tempio!»—, y es de justicia

reconocer que en algunos casos la solución propuesta suena a

«moderna».

d) La cirugía boloñesa y parisiense. Acaso como sana reacción práctica frente al dominante escolasticismo especulativo y

doctoral del siglo xm, Bolonia, sede principal de la escolástica

jurídica, y París, centro supremo de la escolástica teológico-filosófica, dieron marco urbano a un notable progreso en el saber

quirúrgico y en la técnica operatoria. La cirugía del último Salerno sirvió de base histórica al empeño. En efecto: directamente

apoyado en la antes mencionada obra de Rogerio, Rolando de

Parma redactó en la primera mitad de ese siglo un Liber cyrurgiae que compendiaba didácticamente la enseñanza del maestro salernitano. Bajo el nombre de Rolandina, tal libro fue muy

leído en la Italia de la época; y este hecho, unido al eficaz

magisterio práctico de Hugo Borgognoni o Hugo de Lucca

(t 1258), médico municipal de Bolonia, abrió el camino a la

«escuela quirúrgica» de dicha ciudad y al ulterior trasplante

de ella al Collège de Saint Come, institución corporativa de los

cirujanos de París.

Al lado de su padre se formó Teoderico de Lucca (1206-

1298), dominico y obispo de Cervia, que recibió autorización

eclesiástica para ejercer sin lucro personal la cirugía y la practicó con éxito feliz. Combinando diestramente el saber grecoárabe con la experiencia paterna y con la suya propia, Teoderico compuso una notabilísima Cyrurgia, sobre cuya doctrina

habremos de volver en páginas ulteriores. Pocos años más tarde,

206 Historia de la medicina

la cirugía boloñesa del Doscientos tuvo su más ilustre representante en Guillermo de Saliceto (t ca. 1280), que dejó la cátedra

de Bolonia para ser médico municipal de Verona y fue autor de

dos magníficos libros: su Cyrurgia, llena de buen sentido y claridad mental, y una Summa conservationis et curationis, de contenido clínico, terapéutico y deontológico. Discípulo de Saliceto

y desterrado por razones políticas de su ciudad natal, el milanés

Lanfraneo (t ca. 1306) llevó a París la brillante cirugía italiana

del siglo xiii, y en el College de Saint Come, frente a la enseñanza libresca de la Facultad de Medicina, dio cursos teóricoprácticos tan importantes como influyentes; las operaciones a la

vista de los discípulos constituyeron una de sus más llamativas

novedades. Fruto literario de esta intensa actividad clínica y docente fue su célebre Cyrurgia magna, en la cual tendrá fundamento el extraordinario auge de la cirugía francesa de la Baja

Edad Media.

E. Antes que docentes universitarios —como, por lo demás,

Arnau de Vilanová—, Hugo y Teoderico de Lucca, Saliceto y

Lanfranco fueron médicos prácticos, hombres para los cuales el

saber fisiológico y patológico tiene su origen y su término en la

ayuda que al enfermo pueda prestársele. El hecho es doblemente

significativo: demuestra por un lado que no todo fue dialéctica

escolástica en la medicina del siglo xni, y anuncia por otro no

poco de lo que en los siglos xiv y xv llegará a ser la medicina

entera.

Sin ruptura violenta con el pasado inmediato, más aún, como

directa consecuencia, en ocasiones, de un proceso histórico y

social iniciado con la declinación del feudalismo, algo nuevo

está aconteciendo en la Europa del Bajo Medioevo. Cuatro son

las notas esenciales de esa novedad: una religiosa, la creciente

lejanía intelectual de Dios, con su doble y contrapuesta consecuencia de una religiosidad en la cual se funden o se superponen la mística y la incipiente secularización del mundo; otra

filosófico-teológica, la aparición de los movimientos intelectuales

que técnicamente llamamos «voluntarismo» (Duns Escoto) y

«nominalismo» (Guillermo de Ockam); otra socioeconómica, esa

cada vez más acusada disolución del feudalismo altomedieval en beneficio de una incipiente clase nueva, la burguesía, especialmente vigorosa y activa en las ciudades donde más se

desarrolla la industria artesanal; otra, en fin, científico-moral,

consecutiva a las tres anteriores: la creciente necesidad de atenerse a la experiencia de la realidad sensible y singular para

edificar la ciencia del mundo creado y la también creciente estimación del trabajo manual y de sus obras. En la dialéctica

entre el cerebro y la mano, consustancial con la existencia del

Helenidad, monoteísmo y sociedad señorial 207

hombre en el mundo, la mano va ganando importancia y ofrece

un nuevo campo al cerebro (B. Farrington).

En lo que atañe a los momentos religioso e intelectual de esa

premoderna novedad de la vida europea, ha escrito Zubiri: «La file-"

sofía, razón creada, fue (cristianamente) posible apoyada en Dios,

razón increada. Pero esta razón creada se pone en marcha, y en un

vertiginoso despliegue de dos siglos irá subrayando progresivamente

su carácter creado sobre el racional, de suerte que, a la postre, la

razón se convertirá en pura criatura de Dios, infinitamente alejada

del Creador y recluida, por tanto, cada vez más en sí misma. Es la

situación en que se llega en el siglo xiv. Solo ahora, sin mundo y

sin Dios, el hombre se ve forzado a rehacer el camino de su filosofía, apoyado en la única realidad substante de su propia razón:

es el orto del mundo moderno. Alejada de Dios y de las cosas, en

posesión tan sólo de sí misma, la razón tiene que hallar en su seno

los móviles y los órganos que le permitan llegar al mundo y a Dios».

Los capítulos subsiguientes nos mostrarán de qué modo la

nueva situación se expresa en la ciencia y en la praxis del médico. Ahora nos limitaremos a contemplar desde fuera, y como

marco de este decisivo proceso histórico, los más importantes

rasgos y las más ilustres figuras de la medicina de la Baja

Edad Media. Montpellier, varias ciudades del norte de Italia

(Bolonia, Florencia, Padua) y París, son los centros rectores de

la medicina bajomedieval. ¿Cómo lo son? ¿En qué se emplean

los protagonistas de esa labor rectora y de qué manera lo hacen?

Cinco puntos principales pueden ser distinguidos en la respuesta.

1. Composición de los tratados —glosarios, colecciones de

sentencias, sumas, explanaciones, comentarios, concordancias y

manuales didácticos (Breviarium, Lillium, Rosa)— en que declina y se hace rutinaria la actitud escolástica frente al saber y a

su comunicación; unos, como los de Montpellier, cùyo contacto

con la realidad empírica nunca se pierde y cuya preferencia más

se inclina hacia Rházes que hacia Avicena, otros en los cuales

acontece lo contrario.

Entre los maestros de Montpellier descuellan Geraldus de Solo

(t ca. 1360) y Johannes de Tornamira (1329-1396). Aquél es autor

de un Intwductoriutn iuvenum, con la Isagoge de Ioannitius como

fundamento y con un comentario al Nontis Almansoris, es decir, al

noveno libro del famoso tratado de Rházes; este otro compuso un

leidísimo Clarificatorium escolar, consagrado al mismo texto árabe.

En Bolonia se distinguieron Guglielmo de Brescia o de Corvis (1250-

1326), Bartolommeo Varignana (t ca. 1320) y su hijo Guglielmo

(t ca. 1330), Diño de Garbo (t 1327) y Torrigiano de Torrigiani

(t ca. 1350). Todos ellos alcanzaron notoriedad con sus manuales

didácticos y sus comentarios. La escolástica italiana de los siglos xiv

y xv culminó en los Sermones medicinales del florentino Nicola Fal-

208 Historia de la medicina

cucci (t 1412) y en los comentarios de Hipócrates, Galeno y Avicena de Giacomo della Torre o Jacobus Foroliviensis (t 1413), profesor en Bolonia y Padua. El gran introductor de Avicena en París

fue Jacques Despars (t 1457); veinte años consagró a la preparación de su Exploitaiio in Avicennam.

2. Florecimiento del género consiliar. Acaso como contrapunto empírico de su afición mental al método escolástico, creó

Taddeo Alderotti el consilium, sobria narración patográfica redactada para la formación clínica o terapéutica del lector. Pues

bien: la fuerte inclinación al conocimiento de la realidad individual que trae consigo el siglo xiv, dará lugar a que las colecciones de consilia se hagan frecuentes en la Baja Edad Media y

en los decenios iniciales del Renacimiento. Fueron autores de

consilia Arnau de Vilanova, Gentile da Foligno (tl348), Mondino de Luzzi (f 1327), Ugo Benzi (f 1339), Antonio Cermisone (f 1441), Bartolommeo Montagnana (f 1470) y Baverius de

Baveriis (f ca. 1480). La observatio renacentista será, como veremos, heredera directa del consilium medieval.

3. Renacimiento de la anatomía. El indudable interés de

los salernitanos por el saber anatómico no les llevó más allá de

la disección de animales. Otro tanto cabe decir de la seudogalénica Anatomía vivorum, que en la segunda mitad del siglo xni

se enseñaba en Bolonia. Viejos tabúes sociales vedaban la apertura del cadáver humano; al menos, cuando la sección no tenía

carácter ritual.

Carácter ritual poseía, en efecto, el despedazamiento y la cocción

a que eran sometidos los cuerpos de las personas ilustres que morían en las Cruzadas, para trasladarlos luego a su lugar de nacimiento e inhumarlos allí (enterramiento more teutónico, se le llamaba). Contra esta bárbara práctica y no contra la disección anatómica

propiamente dicha se dirigió la bula De sepulturis, del papa Bonifacio VIII (1300). La tradicional renuencia contra la apertura del cadáver tenía un carácter más social y seudorreligioso que religioso y

eclesiástico.

En el filo de los siglos xm y xiv, el espíritu del tiempo rompió otra vez ese tabú; y tras los ya remotos días de la Alejandría prebizantina, de nuevo volvió a disecarse el cadáver humano. Tres motivos distintos condujeron a ello. Uno anatomopatológico, la búsqueda de lesiones internas en el cuerpo de un

muerto por enfermedad pestilencial (Cremona, 1286). Otro médico-forense, el propósito de decidir si la causa de una defunción

era o no era el envenenamiento (Bartolommeo Varignana; Bolonia, 1302). Otro, en fin, puramente anatómico, la voluntad de

conocer con los propios ojos —otra vez la autopsia como prin-

Helemdad, monoteísmo y sociedad señorial 209

cipio metódico del hombre de ciencia— la estructura del cuerpo

humano.

Los excelentes cirujanos boloñeses piden una y otra vez un

saber anatómico más amplio y exacto. Hacia 1270, Saliceto expone per visum et operationem los conocimientos anatomotopográficos que requiere su arte. Bajo la influencia de Bolonia, donde había estudiado, Henri de Mondeville da en Montpellier lecciones de anatomía (1304), valiéndose de láminas y de un cráneo. Pero el mérito de haberse resuelto a la disección del cadáver

humano, para componer luego un libro basado en su experiencia

de disector, corresponde al maestro bolones Mondino de Luzzi

(1275-1326). La pequeña Anatomía de Mondino sirvió de texto

hasta la primera mitad del siglo xvi; y aunque desde el punto

de vista de su contenido queda muy por debajo de los grandes

tratados de Galeno, ese librito posee el mérito inmortal de haber iniciado el camino que conducirá, ya sin eclipses, hacia la

obra de Vesalio. Continuador de Mondino fue el también bolones Bertuccio, que tuvo entre sus discípulos al cirujano Guy de

Chauliac. Poco a poco, la práctica de la disección anatómica se

irá extendiendo a varias ciudades del sur y del centro de Europa (Padua, Siena, Montpellier, Lérida, Barcelona, Viena), y

luego a Europa entera.

4. Desarrollo de la cirugía. Transplantado por Lanfranco a

suelo francés, el ímpetu renovador de la cirugía italiana se continuó en la obra de Jean Pitard (f ca. 1330), del Collège de

Saint Come, pero sobre todo en la de Henri de Mondeville

(t después de 1325), médico de cámara de Felipe el Hermoso,

cuya Cyrurgia, por desgracia no acabada, contiene importantes

novedades clínicas y operatorias, y en la de Guy de Chauliac

(t ce. 1368), canónigo y médico de papas en Avignon, que

compuso el tratado de cirugía más influyente desde la Baja

Edad Media hasta el siglo xvi: su Chirurgia magna. Al lado

de ellos deben ser citados el flamenco Jehan Yperman (f después de 1339), el inglés John Árdeme (1307-ca. 1380) y los italianos Pietro de Argelata Çf 1423) y Leonardo de Bertapaglia

(t 1460); estos dos últimos muy inferiores ya a sus grandes predecesores de Bolonia y Padua.

5. Higiene, dietética, «tratados de la peste». Iniciado por

la traducción latina de una carta seudoaristotélica a Alejandro

Magno, que Avendaut de Toledo dedicó a la infanta Teresa,

Wja de Alfonso VI, proseguido luego por el Regimen sanitatis

al Rey de Aragón, de Arnau, el género de los regimina para

Principes y grandes señores prosperó notablemente a partir del

siglo xiH, y expresó tanto la constante discriminación estamental de la praxis médica, como esa creciente atención hacía las

realidades individuales a que como hemos visto conducía el

210 Historia de la medicina

espíritu del tiempo. Otras veces, el tema de los regimina no es

la higiene de una persona determinada, sino la de una actividad,

un estado vital o una profesión (embarazo, viajes por tierra o

por mar, vida militar o monástica); otras, en fin, el escrito se

endereza a la prevención de alguna enfermedad especialmente

mortífera u oprobiosa, como la peste (los «tratados de la peste»

consecutivos a la «muerte negra» de 1348, tan bien estudiados

por Sudhoff) o la lepra (a cuya «reglamentación» tantos cientos

de pequeños escritos fueron consagrados entre los siglos xin

y xiv).

6. Perfeccionamiento de las traducciones griegas. Tras la

decisiva penetración de la medicina árabe por Toledo, la mayor

exigencia y la más fina capacidad crítica de los médicos europeos

pide versiones directas de los grandes maestros helénicos. La

relación con el mundo bizantino va permitiendo llevar a término

el empeño. Dos hombres se destacaron especialmente: en la segunda mitad del siglo xin, el dominico Guillermo de Moerbeke

(f 1286); en la primera mitad del siglo xiv, el médico calabrés

Nicolás de Reggio (y ca. 1350), al cual se debe la traducción

latina de varios escritos hipocráticos y de muchos galénicos, entre ellos De usu partium. Puede decirse, pues, que con Nicolás

de Reggio comienza el movimiento cultural que más tarde será

llamado «humanismo médico». Tal fue el contexto intelectual e

histórico que dio pábulo a las famosas, aceradas y no siempre

justas Invectivae de Francesco Petrarca (1304-1374) contra los

médicos.

Capítulo 3

CONOCIMIENTO CIENTÍFICO Y GOBIERNO TÉCNICO

DEL COSMOS

Intelectual o místico, rudo o sutil, el hombre de la Edad

Media veía siempre en el cosmos, fundidas entre sí, tres cosas:

una grandiosa realidad envolvente, en la cual se manifiesta la

grandeza infinita de su Creador, conforme a lo que indica el

célebre Caeli enarrant gloriam Dei de la Escritura; un escenario

del tránsito del hombre sobre la tierra, la casa de su esencial,

pero transitoria condición de homo viator; un objeto de conocimiento científico y de explotación utilitaria.

Esa sentencia del Viejo Testamento y la neotestamentaria y

paulina antes transcrita —que la realidad invisible de Dios pue-

Helenidad, monoteísmo y sociedad señorial 211

de de algún modo entenderse a través de las cosas creadas—

darán lugar a una visión alegórica y simbólica del mundo sensible, siempre latente o patente en la cosmología medieval. De

ella son testimonio el título mismo de la enciclopedia de Vicente

de Beauvais, Speculum, y la adopción cristiana de la idea del

hombre como microcosmos o minor mundus, que en la ciencia

del Medioevo latino tan claramente apunta ya en San Isidoro y

tanto se reitera luego. En el capítulo próximo reaparecerá el

tema. En éste, tras haber indicado la casi constante existencia

de ese momento alegórico y simbólico en la intelección medieval

del cosmos, estudiaremos sumariamente los cinco siguientes puntos: I. La matemática medieval como preámbulo de la matematización de la cosmología. II. Los presupuestos teológico-filosóficos de la noción de ley natural. III. La cosmografía de la Edad

Media. IV. Crítica de la idea aristotélica del movimiento. V. El

renacimiento del método experimental y la técnica del Medioevo.

A. Con lo que Gerberto de Aurillac tomó de los árabes, se

pone en marcha la matemática de la Edad Media. Algo más

tarde —primera mitad del siglo xii—, la España medieval ampliará, en parte creadoramente, esa germinal enseñanza.

En su Disciplina clericalis, el judío aragonés Moses Sefardí o Pedro Alfonso modifica en favor de la aritmética y la geometría el

estatuto de las «siete artes liberales». Otro judío, éste de Barcelona,

Abraham bar Hiyya o Savasorda, compone en hebreo un libro de

agrimensura que, vertido al latín por Platón de Tivoli (1145), introduce en la Europa occidental las ecuaciones de segundo grado. La

obra, en fin, del primer grupo de traductores de Toledo permitirá

mejorar notablemente el empleo del abaco de Gerberto, mediante los

algorismi de al-Hwarizmí.

En los años subsiguientes ya no se interrumpe el avance

del saber matemático medieval hacia las grandes creaciones de

la Europa moderna. Durante la primera mitad del siglo xm,

Leonardo Fibonacci o de Pisa, máximo matemático de la Edad

Media, difunde y perfecciona a Euclides, Herón, Savasorda y

los árabes, introduce a Diofanto y se acerca de manera notable

al simbolismo algebraico de Vieta. A su vez, Jordanus Nemorarius ofrece un claro esbozo de la noción de infinitésimo y formula in nuce la ley mecánica de los desplazamientos virtuales.

Pronto veremos cómo la mecánica hace progresar el conocimiento matemático, a la vez que ella misma se constituye sobre nuevas bases.

B. No hubieran sido posibles la total tecnificación de la

Medicina y la constitución —tradicional o premoderna— de una

212 Historia de la medicina

ciencia racional del cosmos, sin la invención y la vigencia de

una idea cristiana de la «ley natural». Como sabemos, ésta tiene

su origen y fundamento en la noción griega de la anánke physeos,

«fatalidad» o «forzosidad de la naturaleza». Páginas atrás asistimos a la temprana colisión entre ella, tal como la expone y la

esgrime Galeno en su tratado De usu partium, y el cristianismo

romano del siglo m. ¿Era posible conciliaria con el dogma cristiano de la omnipotencia de Dios, con la creencia en un Dios

creador y gobernador del mundo? Los teólogos y filósofos de

los siglos xii y xni darán una respuesta afirmativa a este grave

problema, tan decisivo para la asunción cristiana del saber griego y para la ulterior génesis de la ciencia moderna, introduciendo en la cosmología tres conceptos básicos: el de la «potencia

ordenada», de Dios, como contrapunto de la esencialmente divina «potencia absoluta», el de «causa segunda» y el de la «necesidad condicionada» o nécessitas ex suppositione de ciertas realidades y ciertos movimientos del mundo visible.

La potencia de Dios es en sí misma absoluta; Dios puede hacer

todo lo que en sí no sea contradictorio. De ahí que en la creación

sean posibles cosas y procesos —como la existencia de otros mundos o de movimientos no compatibles con los que admite la física

aristotélica; noción tan central, ésta, para emprender una crítica

cristiana de Aristóteles—, que hasta entonces han parecido «naturalmente imposibles» a los filósofos. Ahora bien: en libérrimo uso de

esa potencia absoluta, Dios ha querido que el mundo por El creado

sea tal y como es, ha «ordenado» su potencia; y así acaece que salvo

el milagro, esto es, salvo una eventualidad rigurosamente extraordinaria y con cuyo advenimiento el hombre no debe contar, la piedra

no puede no pesar y el fuego no puede no quemar.

Esto conduce a afirmar que existen dos modos de la causalidad:

el privativo de la «causa primera» (Dios, en tanto que creador

del mundo y sustentador de éste en su ser) y el propio de las «causas

segundas» (esas por las cuales el pesar pertenece esencialmente a la

naturaleza de las piedras y el quemar a la naturaleza del fuego).

La piedra pesa y el fuego quema «por necesidad», y en esto consiste el fatum del mundo (Sto. Tomás de Aquino).

Pero la correcta intelección de las cosas y los movimientos del

mundo creado requiere una distinción ulterior entre dos modos

de la necesidad; ésta, en efecto, puede ser para el hombre, o «absoluta» (el peso de los cuerpos materiales y la condición cuadrupédica

del caballo, porque el hombre no puede por sí mismo hacer que los

cuerpos materiales no pesen y no tengan cuatro patas los caballos),

o «condicionada» y ex suppositione, la de las cosas y los movimientos que para el hombre existen «dado que» o «supuesto que» (por

ejemplo, el hecho de que un caballo sea blanco o negro, porque el

caballo es blanco o es negro «supuestas» tales y tales condiciones

en su génesis). Como es obvio, para Dios todo en la creación tiene

una necesidad ex suppositione. Luego veremos cómo el hombre mo-

Helenidad, monoteísmo y sociedad señorial 213

derno aumenta fabulosamente el campo de lo que en el cosmos posee para él una necesidad meramente condicionada.

Gracias a estas básicas novedades conceptuales, la ars medieval coincidirá en su esencia con la tekhne griega, la medicina

será ars medica, en la total extensión de estos dos términos, y

Galeno podrá ser cómodamente cristianizado.

C. La historia de la cosmografía medieval puede ser reducida a la de la polémica entre la visión aristotélica del cosmos

(giro circular y uniforme de los astros en torno a una Tierra

esférica e inmóvil; el sistema de Eudoxo) y la concepción ptolemaica del universo (doctrina de las excéntricas y los epiciclos

de ciertos astros como recurso geométrico que permite «salvar

las apariencias» —esto es, dar cuenta racional de lo que se observa— de modo más satisfactorio que la hipótesis de Eudoxo y

Aristóteles). La difusión latina de la obra de Alhacén hará

triunfar en Occidente la doctrina de Ptolomeo, hasta que trescientos años más tarde se impongan sobre las tesis del Almagesto las ideas renovadoras de Copérnico. La autoridad del Aristóteles físico queda relegada en el siglo xni —para ser también

discutida un siglo más tarde— al ámbito del mundo sublunar.

Dentro de ese magno y central problema cosmográfico, otros varios conexos entre sí surgen en los siglos xm y xiv. 1. El de la

«trepidación» o la «precesión» de los equinoccios. 2. La relación entre el año sideral y el año trópico, y por tanto la regulación del

calendario (reforma del calendario juliano). 3. El perfeccionamiento

del astrolabio, desde el modelo árabe de Azarquiel. 4. La sucesiva

confección de tablas astronómicas (tablas toledanas o de Azarquiel,

tablas alfonsinas o de Alfonso el Sabio, estudios, ya en el siglo XV,

de Peurbach y de Regíomontano).

D. A lo largo del siglo xiv, dos grupos de teólogos-filósofos, el de los platonizantes de Oxford (Th. Bradwardine,

R. Swineshead) y el de los nominalistas de París (J. Buridan,

Alberto de Sajpnia, Nicolás de Oresme) comenzarán a discutir la

idea aristotélica del movimiento de los cuerpos en el espacio

sublunar, e iniciarán, como consecuencia, la ciencia del cosmos

que solemos llamar «moderna».

Pierre Duhem, descubridor y turiferario de esos sutiles nominalistas de París, vio nacer la mecánica moderna como consecuencia de cuatro sucesos entre sí complementarios: 1. Frente

al cerrado «necesitarismo» del aristotelismo averroísta, el obispo E. Tempier afirma rotundamente (1277) que son «naturalmente posibles», porque todo lo puede el Dios creador, movimientos que esa física aristotélica considera a la vez «no naturales» e «imposibles». 2. Frente a la concepción aristotélica del

214 Historia de la medicina

movimiento de los proyectiles —si éstos no se detienen cuando

cesa de actuar sobre ellos la fuerza que los ha impulsado, es

porque, precipitándose el aire ambiente en el vacío que el

proyectil, al moverse, crea detrás de él, ese aire los empujaría

hacia delante: la antiperístasis—, Buridan piensa que el impulso motor comunica al móvil cierto impetus o fuerza motriz,

cuya intensidad va disminuyendo por obra conjunta del peso

del cuerpo que se mueve y de la resistencia del aire. Duhem ve

en el impetus de Buridan una prefiguración de la noción galileano-newtoniana de la inercia. 3. Idea nominalista de la ciencia natural. La verdad, adecuación entre la realidad y lo que

la inteligencia sabe acerca de ésta, según la tradicional doctrina

escolástica, llega a ser «verdad científica» cuando la inteligencia del hombre ha querido y sabido inventar los signos o símbolos —a la postre, matemáticos— que permiten dar cuenta

racional de lo que en esa realidad observan los sentidos. 4. En

sus consideraciones en torno a las «formas fluentes», esto es,

acerca de la «intensión» o aceleración y la «remisión» o retardo

de los cuerpos que se mueven en el espacio, Nicolás de Oresme,

discípulo de Buridan, preludia la geometría analítica cartesiana

y la aplica al estudio cinemático de ese movimiento.

Sin negar mérito y perspicacia grandes a Pierre Duhem, la investigación ulterior ha matizado sus asertos. Por una parte, desde un

punto de vista histórico. El bizantino Juan Filopón, los árabes (Yahya ibn Adí, Avicena, al-Baghdadí), Thierry de Chartres y Pierre Olivi

(1249-1298) habrían preludiado la doctrina del impetus de Buridan;

y si no superior a la de los nominalistas parisienses, sí equiparable

a él y de él complementaria es la hazaña de los críticos y novatores

de Oxford antes mencionados, verdaderos adelantados en la empresa

de matematizar la ciencia física. Por otra, desde un punto de vista

conceptual, A. Meier y A. Koyré han hecho notar que Buridan considera el movimiento de los proyectiles como «proceso», al paso que

Galileo, Descartes y Newton ven en el movimiento uniforme y rectilíneo, lo mismo que en el reposo, un «estado» del cuerpo material.

Lo cual no amengua en modo alguno el valor de las novedades aportadas, tanto por Buridan y Nicolás de Oresme, como por el judío

barcelonés Hasday Crescas. «Parece imposible aceptar la doble acusación de estancamiento y de esterilidad lanzada contra la Edad

Media latina... Y así, aunque él no quiera atenerse más que a la

Antigüedad, el Renacimiento resulta ser el hijo ingrato de la Edad

Media» (G. Beaujouan).

E. Al exponer la tecnificación de la medicina medieval quedó consignada la importancia de tres hombres del siglo xni,

Roberto Grosseteste, Pierre de Maricourt y Rogerio Bacon, en

el redescubrimiento medieval —si se quiere, premoderno— del

método experimental. Grosseteste y Bacon fueron más bien in-

Helenidad, monoteísmo y sociedad señorial 215

citadores al experimento que genuinos cultivadores de él; Maricourt, en cambio, realizó verdaderos experimentos con el imán

y la brújula. En relación con otro campo de la física, la óptica,

lo mismo cabe decir de Witelo y de Thierry (o Dietrich) de

Freiberg. Witelo construyó por sí mismo espejos parabólicos y

supo medir ángulos de refracción de varios colores en distintos

medios (segunda mitad del siglo xm). Por su parte, Thierry de

Freiberg, entre 1300 y 1310, construyó una teoría experimental

del arco iris, sin duda defectuosa, pero todavía influyente sobre

las investigaciones de Descartes.

Al mismo presupuesto sobre que descansa esta incipiente

experimentación —la ambiciosa intervención manual y mental

del hombre en la realidad de la naturaleza—, pero ahora no

para conocerla, sino para gobernarla y utilizarla, se basa el

considerable auge de la técnica medieval entre 1350 y 1450.

Cabe incluso decir que si el conocimiento teórico del cosmos

apenas progresa entre Nicolás de Oresme y la formal iniciación

del Renacimiento, ese relativo estancamiento es entonces compensado por el progreso de la técnica. El despertar de la mentalidad burguesa y la necesidad de luchar contra la recesión

demográfica y económica que entonces sufre Europa son los dos

motores principales de este notable suceso.

Sobremanera abundantes fueron las formas de su expresión concreta: perfeccionamiento de los sistemas de tiro y roturación, de los

molinos de agua y de viento, de los mecanismos para la transmisión

del movimiento (sistema biela-manivela; Alemania, siglo xm), invención del pozo artesiano (Francia, 1126), novedades en la sericicultura

(Sicilia, 1130) y en la salazón de pescado, preparación de vinos espumosos (Champaña, siglo xiv), mejora de la industria textil (lienzos para la ropa interior), fabricación de papel (aprendida de los chinos), forja con martinete, primeros altos hornos (siglo xv, tal vez

ya en el siglo xiv), destilación del alcohol y de otras sustancias (preparación de los ácidos nítrico, sulfúrico y clorhídrico), lentes, relojes

de pesas, vidrio para recipientes y vitrales, artillería (1319), pólvora,

avance extraordinario de la cartografía, cien invenciones más.

Un doble juego de influencias se establece entre la ciencia y la

técnica: la nueva ciencia empieza a proporcionar recursos técnicos

a la vida diaria (nacimiento de la contabilidad o ragioneria y de la

estadística en la Italia del siglo χιν, aparición del arquitecto, que sólo

con sus planos y su palabra dirige las obras, orto del ingeniero; «recetas» prácticas salidas de los laboratorios de alquimia); la técnica,

a su vez, propone al hombre de ciencia cuestiones teóricas (mecánicas en los talleres y en los arsenales, prequímicas en las oficinas de

los alquimistas). No se trata de escatimar a los sabios de los siglos xvi

y xvii su mérito ingente y su genial originalidad; pero tampoco puede

desconocerse que desde los pensadores y los técnicos de la Baja

Edad Media hasta ellos existe un hilo continuo. El progreso histórico

y la conciencia de él —recuérdese la ingeniosa frase de Bernardo de

216 Historia de la medicina

Chartres— tenían existencia efectiva en Europa bastante antes del

Renacimiento.

Capítulo 4

CONOCIMIENTO CIENTÍFICO DEL HOMBRE

Se trata de saber cómo sintió y conoció científicamente la

realidad humana el sabio de la Edad Media, desde que en el

siglo xi se amplían sus conocimientos y crece su agudeza intelectual; no, por tanto, de describir cómo fue realmente ese

hombre.

La expresión «hombre medieval» peca de abstracta y suele encerrar no pocos tópicos. El modo de ser hombre en la Edad Media

cambia, en efecto, con la situación social de cada hombre, compárese

in mente lo que típicamente fueron el señor feudal, el monje y el

siervo de la gleba, y no menos con su situación histórica dentro del

Medioevo mismo, porque mil años de historia europea por fuerza hubieron de traer consigo cambios importantes en el vivir. ¿Cómo equiparar entre sí al señor feudal del siglo x y al burgués italiano o "flamenco de los siglos xiv y xv? Suele olvidarse, por otra parte, que

dentro del cuadro rígidamente estamental y uniformemente religioso

de la Edad Media surgen personalidades tan acusadas como las más

relevantes del mundo moderno, cuando la «sed de individualidad»

se haya hecho hábito social. Los nombres de Abelardo, Juan de Salisbury, Francisco de Asís, Federico II Hohenstaufen, Guillermo de

Ockam, Marco Polo, Boccacio y el Arcipreste de Hita bastan para

demostrarlo.

Sin perder de vista estas importantes novedades —importantes, sí, porque lo que el hombre piensa acerca de la condición

humana depende en buena medida de lo que realmente es—,

preguntémonos por lo que esa condición fue a los ojos de los

pensadores y los médicos de Europa de los siglos xi al xv. Dos

parágrafos deben ser a tal respecto discernidos, la antropología

teológico-filosófica y la antropología cientíñco-médica.

A. ¿Qué idea básica de la naturaleza humana tuvieron

los teólogos y filósofos de esos cuatro siglos, y con ellos los

médicos no limitados al ejercicio rutinario de su praxis? La respuesta debe contener, por lo menos, cuatro distintos puntos.

1. En primer término, la adaptación cristiana de la con·

cepción del hombre como microcosmos o mundo menor. Dios,

causa primera y ejemplar del macrocosmos, de alguna manera se

Helenidad, monoteísmo y sociedad señorial 217

expresa y simboliza en la figura de éste; y a su vez el hombre,

imagen y semejanza de Dios, ente creado cuya naturaleza quiso

asumir para encarnarse la Segunda Persona de la Trinidad, el

Verbo o Logos, también expresa y simboliza como microcosmos

la envolvente realidad del universo. Dios creador, el macrocosmos, Cristo y el hombre como microcosmos son los cuatro elementos esenciales de esta idea cristiana y microcósmica de la

naturaleza humana. Muy clara y plásticamente lo hacen ver, por

ejemplo, los sugestivos dibujos medievales en que cobró figura

el pensamiento antropológico de Santa Hildegarda de Bingen.

El hombre realizaría la condición microcósmica de su naturaleza de un modo a la vez entitativo, rítmico y procesal. Entitativo, porque en la realidad humana se combinan y actúan

unitariamente todos los modos de ser presentes y activos en el

cosmos, el mineral, el vegetal, el animal y el astral. Rítmico,

porque sus movimientos se hallan en conexión con los ciclos

del mundo natural, anuales, estacionales o lunares. Procesal, por

las razones que se expondrán en el apartado subsiguiente.

La correlación entre el macrocosmos y el microcosmos no sería el

mero paralelismo; tendría también un momento causal, más o menos

determinante, y en él se ve el fundamento real de la astrología. La

creencia en ésta logró amplia difusión durante la Edad Media; pero

el imperativo de dejar a salvo la inalienable libertad de la persona

dio lugar en la Iglesia a graves suspicacias frente al horóscopo. En

1327, baste este solo ejemplo, Ceceo d'Ascoli fue quemado vivo por

haber difundido el horóscopo de Jesús de Nazaret.

2. Desde su nacimiento hasta su muerte, el hombre es

viator, caminante sobre la tierra. ¿Cómo? ¿Para qué? En primer término, claro está, para merecer con sus actos la salvación

o la condenación que le aguardan; mas también para realizar

día tras día la función entre cósmica y sacral que declara una

famosa sentencia del Seudo-Areopagita, tácita o expresamente

confesada por todos los pensadores de la Edad Media: que las

cosas inferiores (esto es, las pertenecientes a la naturaleza cósmica stricto sensu, la piedra, el vegetal o el animal) son elevadas hacia las supremas (esto es, Dios, la Trinidad divina) a través de las medias (esto es, el hombre). Este ocupa su «puesto

en la naturaleza», como dirán los naturalistas del siglo xix,

dando satisfacción al «gemido parturiente» que en las cosas

creadas oía San Pablo; por tanto, cumpliendo un destino cósmico de sacralización, tratando intelectual y operativamente con

u

n mundo que en sí mismo es sacramentum. El sentido último

de la dietética y la farmacoterapia de la Edad Media no podría

ser cabalmente entendido sin tener en cuenta esta idea de la

condición humana.

218 Historia de la medicina

3. El hombre, dice la Biblia y repiten todos los cristianos,

es imagen y semejanza de Dios; así lo ha querido su Creador.

Se trata ahora de saber en qué consiste esa imagen y semejanza

de la realidad humana respecto de la infinita, omnipotente y

misteriosa realidad divina. La respuesta de la teología clásica

del siglo xiii dirá: lo que en el hombre hace a éste ser imagen

y semejanza de Dios es su inteligencia, su razón. Pero, a continuación, el voluntarismo de Duns Escoto afirmará otra cosa:

lo que en el hombre hace a éste ser imagen y semejanza de Dios

es primariamente la libre voluntad de su alma, y sólo secundariamente su inteligencia; porque lo verdaderamente propio de Dios,

antes que su infinito entendimiento, serían su infinita libertad y

su poder infinito, su potencia absoluta, su ilimitada capacidad

de creación. De ahí que el hombre, no obstante su constitutiva

finitud, posea de algún modo en su espíritu una potencia absoluta, imagen de la divina, que le sitúa por encima de toda ordenación de la naturaleza; y en esto consiste su verdadera dignidad.

Enlazando los anteriores asertos con lo dicho sobre los dos

modos esenciales de la «necesidad», cabe afirmar que, tras el

voluntarismo de Escoto, toda necesidad natural del mundo creado será para el espíritu humano, en principio, una «necesidad

ex suppositione». Rigurosamente decisivas van a ser las consecuencias de esta osada tesis en la elaboración de la ciencia y la

técnica modernas y en la génesis de la idea moderna del progreso.

4. Aunque redimida por Cristo, la naturaleza del hombre

se halla afectada por las consecuencias del pecado original. ¿En

qué consisten tales consecuencias? La historia de la antropología

medieval se nos muestra a este respecto como el curso de dos

procesos concurrentes. Por una parte, disminuye a los ojos del

teólogo la distancia entre el Adán anterior al pecado original,

impasible e inenfermable para los pensadores platonizantes del

cristianismo primitivo, y el Adán posterior a él. Por otra, y consecuentemente, pierde gravedad la «herida» que ese pecado habría inferido a la naturaleza humana. La diferencia entre Santo

Tomás de Aquino y San Agustín a propósito del tema no puede

ser más notoria. Poco a poco el hombre va estimando más optimistamente —o menos pesimistamente— las posibilidades de su

naturaleza. El progresismo utópico de la Respublica fidelium de

Rogerio Bacon es buena prueba de ello.

B. La antropología científico-médica, esto es, la idea que

el sabio medieval tiene de la naturaleza humana, en tanto que

objeto de conocimiento positivo, se halla envuelta y fundamentada por el pensamiento teológico-filosófico anteriormente expuesto. A él se refiere en última instancia, y de un modo o de

Helenidad, monoteísmo y sociedad señorial 219

otro, según los autores, cuanto la ciencia de los pensadores y

los médicos dijo entonces acerca del cuerpo y del alma. Ahora

bien: esta ciencia, asimismo sometida, cómo no, a modulaciones

de carácter personal, no es sino la que tan sumarísimamente

compendia la Isagoge de Ioannitius y con más amplitud expondrán los autores de los siglos xin y xiv, un Arnau de Vilanova

o un Pietro d'Abano; en definitiva, la galénica. He aquí sus

puntos esenciales:

1. Nociones a que en último término llega el análisis racional de los datos que ofrece la contemplación empírica del

cuerpo humano: elementos primarios, cualidades y humores. La

estequiología cosmológica de los naturalistas y los médicos de la

Edad Media se atiene exclusivamente a los cuatro elementos de

Empédocles, la tierra, el agua, el aire y el fuego, cada uno con

el par de cualidades o potencias elementales que le caracterizan.

El atomismo, del cual hay claros vestigios en Rhazes, no aparece en la «medicina teórica» de la Edad Media latina, y no

se hará de nuevo patente en Europa hasta el siglo xvn. Gilberto

de la Porree (1076-1154) añade especulativamente a los cuatro

elementos empedocleicos cuatro «sustancias sinceras» del mismo

nombre, que subsisten fuera de la naturaleza sin mezclarse con

ella; pero sólo los alquimistas de la Baja Edad Media, no los

médicos, harán uso de tan peregrina invención. Mezclándose entre sí, esos elementos dan lugar a los cuatro humores de la doctrina galénica, indefectible, pasado el siglo xi, en toda la medicina del Medioevo.

El concepto principal a que conduce tal estequiología es el de

complexio o «complexión», cualidad secundaria, ya empíricamente

perceptible en el organismo individual y resultante de la mezcla o

combinación de las cualidades elementales o de los humores. Las

complexiones pueden ser temperatae («templadas»; normales, hígidas)

o intemperatae («destempladas»; anormales, patológicas). Avicena había distinguido ocho complexiones templadas, y Arnau de Vilanova

le sigue; pero su inclinación hacia la experiencia racionalizada le

lleva a discernir cuatro principales, según sea la especie animal, el

clima en que se vive, la índole individual o la peculiaridad del órgano la concreta realidad a que se refiere el «atemperamiento», la

temperies. Una curiosa novedad aparece en la tradicional doctrina

del temperamentum. Probablemente bajo la influencia de Aristóteles,

para el cual el genio presupone un cierto exceso de melancolía o

bilis negra en la complexión del individuo, el teólogo y filósofo Enrique de Gante afirmará que los «melancólicos» se hallan especialmente dotados para la teología y las matemáticas.

La concreción orgánica de las cualidades o potencias elementales

da lugar a dos conceptos fisiológicos de fundamental importancia,

cuya vigencia perdurará hasta bien avanzado él curso histórico de la

fisiología moderna: el de calidum innatum o «calor ingénito», cuyas

raíces históricas están en Aristóteles y los presocráticos (el calor que,

220 Historia de la medicina

a diferencia del sobreañadido o influens, trae consigo al nacer el

animal de sangre caliente), y el de humidum radicale o «húmedo

radical» (la humedad sin la cual ya no es posible la vida). Pietro

d'Abano discutirá muy escolásticamente la cuestión de si es el calidum

innatum o el influens el que consume más «húmedo radical».

2. La complexión de los humores da lugar a las partes similares o consímiles, y éstas, componiéndose entre sí, forman

los órganos o membra, como el ojo o el hígado; la mera complexio se eleva a compositio. Aristóteles y Galeno quedan así

latinizados y el saber acerca del cuerpo se hace anatomofisiológico. También se latiniza a Erasístrato, cuya clasificación de

las partes en «fibrosas» o «seminales» y «parenquimatosas» o

«sanguíneas» pasa al acervo mental de los grandes tratadistas

de Medioevo.

La anatomía medieval gana su mayoría de edad con las disecciones de Mondino de Luzzi, a comienzos del siglo xiv; pero anteriormente a esta fecha ha tenido una larga infancia. La iniciación del

saber anatómico en Europa no posee carácter verbal, sino gráfico:

las toscas «series de cinco láminas», un esqueleto, un hombre muscular, otro venoso, otro arterial y otro nérveo que, procedentes de

Roma y Alejandría, y atribuibles a la escuela de Sorano, circularon,

una y otra vez copiadas, por los monasterios y las Escuelas capitulares de la Alta Edad Media (Sudhoff). Vienen tras ellos los varios

trataditos anatómicos premondinianos: a) La Anatomía porci del salernitano Cofón (entre 1085 y 1100). b) La también salernitana Demonstratio anatómica, con su clasificación de los órganos o membra

en anímala, spiritualia, nutritiva y generativa, respectivamente centrados por el cerebro, el corazón, el hígado y —en el varón— el testículo; cada uno de ellos rodeado por órganos «protectores», «expurgantes» y «adyuvantes», c) La Anatomía Richardi, compuesta pocos

decenios después por Richardus Salernitanus, que distingue entre las

técnicas anatómicas por disección (todavía del cuerpo animal) y por

maceración. d) La Anatomía de Ricardo Anglico (t 1252), muy basada

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