Varias invenciones técnicas, como el electroimán (Fr. Arago) y
el galvanómetro (Nobili), y algunos hallazgos experimentales,
como la termoelectricidad (Th. J. Seebeck, J. Ch. A. Peltier) y
402 Historia de la medicina
las leyes de la resistencia al paso de la corriente (G. S. Ohm),
completan el cuadro de la electrología en torno a 1840. Es la
hora en que dos geniales físicos británicos, el inglés M. Faraday y el escocés J. C. Maxwell, van a lograr que alcance su mayoría de edad esta poderosa disciplina científica.
Mas para describir, siquiera sea por modo tan sumario, la
decisiva hazaña de ambos, es preciso mencionar antes la obra
conjunta de los hombres que entre las dos primeras teorías modernas acerca de la naturaleza de la luz, la corpuscular (Newton) y la ondulatoria (Huygens), parecen dar un triunfo definitivo a esta última. Son E. L. Malus (descubrimiento de la polarización), D. Brewster (polarización cromática) y J. B. Biot
(polarización rotatoria); pero, sobre todo, A. Fresnel, el cual,
tanto en el campo de la experimentación como en el de la
teoría, resolvió espectacularmente los problemas de la difracción, la interferencia y la polarización de la luz. La onda parecía haber vencido definitivamente al corpúsculo. Poco antes,
W. H. Wollaston y J. Fraunhofer habían iniciado el análisis espectral de las radiaciones y descubrían las famosas rayas negras
del espectro solar.
Volvamos ahora a Faraday y Maxwell. Aquél descubrió la
inducción electromagnética, estableció las leyes de la electrólisis,
observó la acción del campo electromagnético sobre la luz polarizada y atisbo las nociones de «campo» y «línea de fuerza»
en el dominio del electromagnetismo. Fue Maxwell, sin embargo, quien portentosamente supo establecer y ampliar estas primeras intuiciones de Faraday. A él, en efecto, se debe la teoría
matemática de los campos eléctrico y magnético y la concepción
de la luz como una ondulación electromagnética del éter (ecuaciones de Maxwell, 1873). La electricidad, el magnetismo y la
luz son así teoréticamente unificados. «¿Quién ha sido el dios
que escribió estos signos?», dirá Boltzmann, con palabras de
Goethe, ante las ecuaciones de Maxwell. Poco después, H. Hertz
demostrará por vía experimental la efectiva realidad de la energía radiante así prevista («ondas hertzianas», 1887) y hará posible la telegrafía inalámbrica (E. Branly, Oliver Lodge, G. Popof, G. Marconi).
En lo tocante al conocimiento de las radiaciones, la obra de Hertz
fue tan sólo un primer paso. Estudiando el efecto de las descargas
eléctricas a través de gases enrarecidos (E. Geissler, W. Crookes), son
descubiertos los rayos canales (E. Goldstein), los rayos catódicos
(J. Plücker, W. Hittorf) y, como inesperada consecuencia, los rayos X
(W. C. Röntgen, 1895), cuya naturaleza ondulatoria fue sagazmente
demostrada por M. von Laue, W. Friedrich y P. Knipping, mediante
su difracción a través de redes cristalinas (1912). Por otra parte,
T. J. Thomson consiguió poner en evidencia la índole corpuscular de
los rayos catódicos, prevista años antes por J. Stoney, a quien se
Evolucionismo, positivismo, eclecticismo 403
debe la invención del vocablo «electrón». Basado sobre tal idea, el
gran físico holandés H. A. Lorentz elaboró toda una teoría de la
electricidad, confirmada en lo esencial por obra de P. Zeeman (descubridor del «efecto» de su nombre), R. A. Millikan (medida de la
carga del electrón) y Chr. T. R. Wilson (fotografía del flujo electrónico). El importantísimo descubrimiento de la radiactividad iba a
completar insospechadamente todos estos hallazgos.
F. Un azar de laboratorio hizo ver que los compuestos de
uranio son capaces de impresionar placas fotográficas a través
de envolturas opacas (Becquerel). La subsiguiente y tenaz investigación de tan sorprendente hecho llevó a los esposos Curie,
Pierre y María Sklodowska Curie a descubrir compuestos de
un elemento nuevo, el radium o «radio», dos millones de veces
más activo que el uranio (1898), y a crear una fecundísima
rama inédita de la ciencia y la técnica: la radiactividad. Con el
hallazgo del actinio (A. Debierne), comenzó a adquirir extensión
el campo de la nueva disciplina.
La relación entre ella y la física teórica fue espléndidamente
establecida, a partir de 1899, por E. Rutherford y sus colaboradores (Fr. Soddy, W. Ramsay, Th. Royds). Rutherford distinguió en la radiación del radium dos órdenes de rayos, los α (positivos, análogos a los rayos canales) y los β (negativos, idénticos a los rayos catódicos); poco más tarde, P. Villard añadió a
ellos los rayos y, iguales a los descubiertos por Röntgen. Más
aún hizo Rutherford: logró, por vez primera en la historia, obtener un elemento químico partiendo de otro (conversión del
nitrógeno en oxígeno e hidrógeno, mediante un «bombardeo»
con rayos <χ), e ideó un modelo atómico para explicar intuitiva
y racionalmente todo lo observado («átomo de Rutherford», el
átomo como un minúsculo sistema solar).
Entre tanto, Max Planck, con su teoría del quantum de acción o de los quanta (1899), rompía revolucionariamente con la
tradicional idea de la continuidad en la emisión de la energía.
Era preciso, por tanto, modificar de raíz la concepción ondulatoria de la luz, incuestionable, al parecer, desde Fresnel, y así
lo hizo Einstein, explicando el «efecto fotoeléctrico» como la
emisión de un chorro de «fotones» o granulos lumínicos (1905).
Siete años después, el danés Niels Bohr reformó mediante la
teoría de los quanta el átomo de Rutherford, y con su nuevo
modelo atómico pudo explicar la distribución de las rayas en
el espectro del hidrógeno (ley de Balmer, 1885) y consagró umversalmente las ideas de Planck.
Teoría de los quanta, teoría de la relatividad, naciente física
atómica. Con estas fabulosas novedades, la física de 1914, adelantada en la reforma de la visión científica del cosmos, iniciaba
gloriosamente la que hoy llamamos «actual».
Capítulo 3
LA QUÍMICA
Par del avance de la física y bien pronto subordinado a él
con el auge continuo de la química física, será el progreso de
la química a lo largo del siglo xix. Vamos a contemplarlo desglosándolo en cinco parágrafos.
A. Fundamento principal de toda la química del siglo xix
—y de toda la actual— fue la creación de la teoría atómica de
la materia por John Dal ton (entre 1808 y 1821). Dal ton completó el cuadro de las leyes estequiométricas de la combinación
(Lavoisier, J. L. Proust, ]. Β. Richter) con su «ley de las proporciones múltiples», y tuvo la genialidad de recurrir a la vieja
doctrina atomística de Demócrito, que filosóficamente había sido
resucitada en el siglo xvn por Gassendi, para explicar las regularidades ponderales de las combinaciones químicas: el átomo
deja de ser un concepto meramente filosófico y se convierte en
un objeto real dotado de peso relativo («peso atómico»). Poco
más tarde, W. Prout enseñará que todos: los pesos atómicos son
múltiplos enteros del peso atómico del hidrógeno, y Gay-Lussac
y Avogadro lograrán armonizar la teoría de los gases con la
reciente atomística. Recuérdese lo dicho en el capítulo precedente.
No poco ayudó a la universal aceptación de esta teoría el hecho
de que rápidamente la adoptara J. J. Berzelius, máxima autoridad de
la química en la primera mitad del siglo xix. Berzelius inició el análisis químico moderno, aisló —ayudado por sus discípulos— varios
elementos nuevos (cerio, selenio, torio, silicio), creó la nomenclatura
química que con pocas variantes aún perdura e ideó su famosa «teoría dualista» de la combinación. El descubrimiento del isomorfismo,
por E. Mitscherlich, el ulterior de la isomería y la célebre ley de Dulong y Petit (constancia del calor atómico) confirmaron e hicieron
progresar con paso firme las ideas atomísticas de Dalton.
La teoría atómica de la materia logró su triunfo más resonante en 1869J fecha en la cual el ruso D. I. Mendeleieff —adelantándose al alemán J. L. Meyer, que trabajaba en la misma dirección— propuso la famosa tabla de su nombre: una ordenación
sinóptica de los elementos, en la cual el peso atómico y las propiedades químicas se relacionan claramente entre sí, y medíante
la cual podía afirmarse la existencia de elementos todavía des404
Evolucionismo, positivismo, eclecticismo 405
conocidos. El descubrimiento de los llamados «gases raros» entre
1894 y 1902 (J. W. Rayleigh, W. Ramsay) confirmó espectacularmente la predicción de Mendeleieff. Otros descubrimientos
posteriores, la concepción rutherfordiana del átomo y la ulterior
física atómica la han acreditado hasta nuestros días.
B. A la vez que nacía y se desarrollaba el nuevo atomismo,
iban surgiendo las varias teorías que han permitido explicar la
dinámica interna de la combinación química.
He aquf sus pasos principales: 1. Descubrimiento de la electrólisis
por H. Davy y establecimiento de sus leyes por Faraday. 2. Berzelius atribuye la afinidad química a la energía eléctrica y establece su
«teoría dualista» de la combinación (clasificación de los elementos en
electropositivos y electronegativos, no intercambiables entre sí en la
formación de las moléculas). 3. Desplazamiento de la «teoría dualista»
por la «teoría unitaria» o «de la sustitución», porque un elemento
electropositivo (H) puede ser sustituido en una molécula por otro
electronegativo (Cl); J. B. A. Dumas y A. Laurent fueron los autores
de ella. 3. Sucesiva constitución de la teoría de la valencia (Ch. Gerhardt, H. Kolbe, Ε. Frankland, A. Kekulé). 4. Definitivo esclarecimiento, por obra de St. Cannizaro, de los conceptos de «peso atómico» y «peso molecular». 5. Constitución de la química estructural:
las propiedades químicas de una molécula dependen en parte de la
disposición espacial de los átomos que la componen (Laurent, Dumas,
Gerhardt, Kekulé). 6. Nacimiento de la estereoquímica. En 1848,
L. Pasteur refiere el carácter levógiro o dextrógiro del ácido tartárico a la contrapuesta estructura simétrica de las moléculas de éste.
Más tarde, en 1864, J. A. Le Bel y J. H. Van t'Hoff crean, para explicar ese hecho y otros semejantes, la doctrina del carbono tetraédrico y convierten en tridimensionales las fórmulas químicas. V. Meyer
ideará pronto el nombre de «estereoquímica», y A. Werner extenderá
la nueva concepción a la química inorgánica.
C. A los químicos del siglo xix se debe, por otra parte, la
edificación científica de la química orgánica. Hasta los primeros
decenios de ese siglo, lo que hoy llamamos «química orgánica»
no pasaba de ser el conocimiento muy imperfecto de varias de
las sustancias que integran la materia viva; tal había sido en
conjunto la obra de Lavoisier, Fourcroy, Vauquelin, Chevreul y
Gmelin. A partir de entonces, el desarrollo de la nueva disciplina va a ser deslumbrante.
Esquemáticamente expuestas, las etapas principales de tal hazaña
son las que siguen: 1. Tras un importante hallazgo experimental de
Gay-Lussac en 1815 —que un grupo de átomos, los del cianógeno, puede pasar de una molécula a otra como si fuese un átomo elemental—,
el establecimiento del concepto de «radical orgánico» por Dumas,
J. von Liebig y Fr. Wöhler. El cianógeno, el eterino, el etilo, el me-
406 Historia de la medicina
tilo y el benzoilo fueron los primeros radicales experimentalmente caracterizados. 2. La creación de los conceptos de «tipo» y «serie homologa» para la ordenación de las moléculas (Dumas, Gerhardt,
A. W. von Hofmann, A. W. Wiliamson, A. Wurtz) y, como consecuencia, la elaboración sistemática de la actual doctrina de las «funciones orgánicas» (alcohol, aldehido, etc.). 3. La sensacional demostración de que entre la química inorgánica y la química orgánica no
existe la neta línea de separación que proclamaba el vitalismo: síntesis
de la Urea a partir del cianato amónico (Fr. Wöhler), síntesis del ácido
acético (H. Kolbe). Es preciso consignar que, a este respecto, Berzelius
y Liebig continuaron confesándose vitalistas. 4. Visión estructural de
la molécula orgánica: anillo bencénico de Kekulé (1865), constitución
de la ya mencionada estereoquímica. Fórmulas tan complicadas como
la de la clorofila serán estructuralmente entendidas por R. Willstätter.
5. Asombroso desarrollo de la síntesis artificial de moléculas orgánicas.
M. Berthelot sintetiza el acetileno, el benceno, el metano, el ácido fórmico, el alcanfor, el naftaleno. Prosiguiendo la empresa, E. Fischer
obtiene por síntesis los hidratos de carbono, los cuerpos de la serie
púrica y aminoácidos de hasta 18 eslabones, y R. Willstätter, la cocaína. La síntesis del índigo por A. von Baeyer abrirá la vía a la poderosa industria de las materias colorantes. La química se hace así, como
en el siglo xvm había previsto Diderot, «rival de la naturaleza».
D. Fundamental ha sido en la historia de la química la
creación de la química física, y con ella la paulatina unificación
de la ciencia química con el saber físico general. No contando
sus vagos precedentes en la tabla de las afinidades de E. F. Geoffroy y en la noción de «acción de masa» de C. F. Wenzel y
C. L. Berthollet, la química física comenzará formalmente a existir cuando la célebre «ley de acción de masas» sea establecida
por los noruegos C. M. Guldberg y P. Waage, en 1867; con
ella queda una vez más confirmada la teoría cinética y alcanza
un nivel nuevo la química mensurativa de Lavoisier.
Anteriores y ulteriores pasos de la nueva disciplina han sido: 1. La
formulación por ]. W. Gibbs de su célebre «regla de las fases». 2. La
distinción de ]. Thomsen entre «reacciones exotérmicas» y «reacciones
endotérmicas» y el paralelo desarrollo de la termoquímica (H. E. Sainte Claire Deville, Berthelot, Pean de Saint Gilles). 5. La clasificación
de las sustancias en cristaloides y coloides (Th. Graham) y la consiguiente aparición de un dominio nuevo de la química, la llamada
«química coloidal», a cuyo crecimiento tan eficazmente contribuyó la
invención del ultramicroscopio por R. A. Zsigmondy (1903). 4. El
descubrimiento y la medida de la presión osmótica (W. Pfeffer) y la
ya mencionada aplicación de la teoría de los gases al estudio de las
soluciones (leyes de Van't'Hoff, crioscopia de Fr. M. Raoult). 5. La
tan importante teoría de la disociación electrolítica, de Sv. Arrhenius,
y su perfeccionamiento por W. Ostwald. 6. La obra de W. Nernst:
teoría de la pila galvánica, tercer principio de la termodinámica
(comportamiento de los parámetros térmicos en las proximidades del
cero absoluto).
Evolucionismo, positivismo, eclecticismo 407
E. Simultáneas con esos avances han sido, en fin, la elaboración sistemática del análisis químico, bajo forma de «marcha
analítica» en la química inorgánica (Berzelius, M. H. Klaproth,
H. Rose, C. R. Fresenius), con arreglo a métodos peculiares en
la orgánica (Chevreul, Gay-Lussac, Thénard, Dumas), y la química de las altas temperaturas (H. Moissan).
Capítulo 4
LA BIOLOGÍA
La biología —término que simultáneamente crean Lamarck
y Treviranus, en 1802— se eleva a la dignidad de verdadera
ciencia cuando, después de Linneo y Buffon, los naturalistas
comienzan a elaborar los conceptos en cuya virtud se convertirá
en explicación racional —o en formal pretensión de ella— lo
que hasta entonces sólo había sido descripción sistemática de
los animales y los vegetales. Como en los capítulos anteriores,
vamos a dividir nuestra exposición en varios parágrafos.
A. En el campo de la botánica descriptiva, el suceso más
saliente consiste en la progresiva «naturalización» de la taxonomía de Linneo; los grupos taxonómicos son establecidos ahora
atendiendo cada vez más a la totalidad del organismo vegetal
y no sólo a los órganos sexuales de la planta. Varios miembros
de la familia Jussieu y de Candolle fueron los protagonistas de
esta empresa. Por su parte, W. Hofmeister puso en evidencia la
alternancia de formas sexuadas en el curso vital de las criptógamas, así como la transición gradual entre éstas y las fanerógamas.
B. De gran importancia fue la definitiva constitución de
la anatomía comparada. Los atisbos de los anatomistas y los
zoólogos de la Ilustración —Vicq d'Azyr, Daubenton, John Hunter, Peter Camper— son al fin convertidos en verdadera disciplina científica. Una rápida visión del conjunto de la anatomía
comparada del siglo xix permite distinguir en ella dos orientaciones principales, la estática y la evolucionista.
1. La morfología comparada de carácter estático aspira a
intuir y describir las configuraciones típicas o ideales a que pueden ser referidas las innumerables que a> través de individuos,
especies y géneros el reino animal ofrece a los ojos del natura-
408 Historia de la medicina
lista. Es posible que en los escritos juveniles de Goethe (1795)
esté operando tal manera de concebir la morfología; así parecen
demostrarlo su concepto biológico de «idea» (la figura ideal de
que es expresión concreta la particular forma de un organismo)
y su ulterior visión de la hoja como «protofenómeno» morfológico del organismo vegetal. Pero estas primerizas intuiciones
goethianas no pueden ser comparadas con las mucho más articuladas que poco después expondrán, basados en una experiencia empeñada y sistemática del reino animal, los zoólogos franceses Cuvier, Geoffroy Saint-Hilaire y Lamarck; sólo sirven al
historiador para discernir en la orientación de la morfología
comparada que he llamado «estática» dos versiones suyas, una
más positiva y otra más especulativa.
a) La versión positiva, mucho más atenida, como he dicho,
a los hechos de observación, tuvo su sede principal en Francia
y el Reino Unido. Georges Cuvier, E. Geoffroy Saint-Hilaire y
Richard Owen fueron las figuras más destacadas en el cumplimiento de ese empeño. Junto a ellos pueden ser citados dos
alemanes, Joh. Fr. Meckel y el fisiólogo Joh. Müller.
Contemplemos sumariamente su obra respectiva. G. Cuvier (1769-
1832) fue desde 1800 hasta su muerte el gran mandarín de la zoología
francesa. Cuvier clasificó los animales en cuatro grandes tipos, vertebrados, moluscos, articulados y radiados, y pensó que la relación morfológico-comparativa sólo puede ser establecida dentro de cada uno de
ellos, no entre uno y cualquiera de los restantes. Tres principios —semejantes por su generalidad y su validez, piensa Cuvier, a las leyes
de la física— regularían el establecimiento concreto de tal relación:
la correlación de los órganos (la forma y la función de cada órgano
se hallan en estrecha relación con el conjunto a que pertenecen), la
subordinación de los caracteres anatómicos (existencia de órganos
rectores y órganos subordinados) y la cooperación del plan estructural
típico y las condiciones de la vida en la organización morfológica de
la especie (la ballena, mamífero, vive en el mar y por eso tiene forma
de pez). Guiado por estos principios, Cuvier, gran creador de la paleontología, se distinguió en la reconstrucción ideal de formas animales completas a partir de restos fósiles.
Primero amigo de Cuvier, luego adversario suyo, Geoffroy SaintHilaire (1772-1844) rechazó abiertamente la idea de los «tipos» no
comparables uno con otro y sustentó la tesis de la «unidad del plan
de composición» de todos los animales. El hombre, el caballo, el
molusco y el artrópodo no serían sino variaciones de una misma forma fundamental, engendradas por el crecimiento desigual de las partes
que la constituyen.
El más importante de los anatomistas comparativos del Reino
Unido fue Richard Owen (1804-1892). Doctrinalmente osciló entre
Cuvier y Saint-Hilaire; pero su concepción de los «arquetipos» —por
ejemplo, el de los vertebrados, con la vértebra como forma típica—
no rebasó el diversificado esquema de aquél. Débese a Owen una
Evolucionismo, positivismo, eclecticismo 409
adaptación moderna de los dos grandes conceptos morfológico-comparativos de Aristóteles: la analogía y la homología; la cual, en el sistema oweniano, podría ser especial, general y metamérica.
Joh. Fr. Meckel (1781-1833) se movió entre la pura especulación
de la Naturphilosophie —pronto veremos lo que ésta fue— y la observación positiva. Con sus «leyes» de la unidad y la multiplicidad
(diferenciación morfológica por obra de la herencia, el ambiente y la
edad), su anatomía comparada vino a ser una suerte de compromiso
entre Cuvier, Saint-Hilaire y el pensamiento de los Naturphilosophen,
arrollador en la Alemania de su tiempo.
Movido por la condición visiva y especulativa de su mente, el genial fisiólogo Johannes Müller (1801-1858), secuaz de la Naturphilosophie en su mocedad, luego apartado de ella, fue también un gran cultivador de la anatomía comparada; pero en este campo, más que a la
creación de doctrinas generales, Joh. Müller prefirió consagrar su actividad a la investigación morfológica. Magnífico testimonio de ella
fue su estudio de los peces mixinoides.
b) Junto a la versión más positiva de la anatomía comparada «estática» hubo otra más especulativa, iniciada por Goethe
y proseguida por algunos de los Naturphilosophen. Los tipos
biológicos —reino, clase, orden, familia— no serían sino realizaciones materiales de una «idea». Más radicalmente, todos los
animales serían modos diversos de realizarse la «idea» del animal, y todas las plantas, formas distintas de una planta ideal y
originaria; los órganos, a su vez, son vistos como la realización
de un «protofenómeno» (Urphänomen) o protoforma radical. La
hoja sería el protofenómeno de la planta; la vértebra, el del esqueleto. Tal es el fundamento doctrinal de la famosa teoría vertebral del cráneo, de Goethe y Oken.
2. También en la orientación evolucionista de la anatomía
comparada —la que en definitiva va a prevalecer— es posible
distinguir una versión más especulativa y otra más positiva.
a) En páginas anteriores quedó sumariamente expuesto el
modo universal y especulativo con que los Naturphilosophen
entendieron la evolución del cosmos. Pues bien: dentro de ese
total evolucionismo cósmico, el fragmento relativo a los seres
vivos viene a ser una morfología y una fisiología comparadas de
los mundos vegetal y animal.
Dos autores se distinguieron, a este respecto, en el cumplimiento
del común empeño: Carl Friedrich Kielmeyer (1765-1844) y Lorenz
Oken (1779-1851). Las ideas de aquél, de índole más fisiológica, serán
mencionadas en páginas ulteriores. La notoriedad de Oken comenzó
cuando en 1807 expuso la teoría vertebral del cráneo, que tuvo como
consecuencia el enfrentamiento de su autor con Goethe, por razones
de prioridad. Posteriormente (1809-1811) Oken dio a las prensas su
concepción del universo como un organismo en evolución, en la cual
preludia especulativamente la ulterior «teoría celular» y presenta la
410 Historia de la medicina
totalidad del reino animal como un inmenso «animal único» diversificado en cinco grandes clases, según el sentido que en cada una predomina: dermatozoa o invertebrados (el tacto), glossozoa o peces (el
gusto), rhinozoa o reptiles (el olfato), otozoa o aves (el oído) y ophtalmozoa o mamíferos (la vista). El organismo del hombre sería la
realización unitaria y armónica de toda la vida animal. La avidez de
«leyes universales», tan grande en el movimiento filosófico-natural de
la Alemania romántica, lanzó a la mente de Oken hacia una morfología seudopitagórica: correspondencia entre los cuatro elementos y
los cuatro órganos principales de la planta, simetría «cristalográfica»
de las formas animales y vegetales, etc.
b) Especulativa también, desde luego, pero mucho más directamente apoyada en la observación metódica de la realidad
fue la concepción evolucionista de la anatomía comparada que
Jean Baptiste de Monet Lamarck (1744-1829) expuso en su célebre Philosophie zoologique (1809). Unas especies proceden de
otras —con lo cual el concepto de «especie» se relativiza y se
hace más convencional que real—, por obra de tres mecanismos,
expresados por Lamarck bajo forma de tres reglas o leyes: la
«influencia del medio» la «ley del uso y el desuso» y la «herencia de los caracteres adquiridos». Así quedará formulada la doctrina biológica del evolucionismo o transformismo —y con ella
la visión evolucionista de la anatomía comparada— hasta que
los seguidores de Darwin la renueven sobre otros fundamentos.
C. No desde el punto de vista de la anatomía comparada,
aunque ésta fuera parte integral del empeño, sino como doctrina biológica fundamental, la concepción evolucionista de los seres vivos constituye una de las máximas novedades de la biología
del siglo xix. También en ella cabe distinguir una versión especulativa, la propia de la Naturphilosophie schellinguiana —de
la cual hemos visto un ejemplo en la obra de Oken y a la cual
habremos de volver en la sección subsiguiente—, y otra positiva,
directamente inducida a partir de la observación de la biosfera.
No contando sus precedentes dieciochescos (Buffon, Robinet,
Erasmus Darwin), esta concepción «positiva» del evolucionismo
biológico fue iniciada por el zoólogo Lamarck, el geólogo Charles Lyell (1795-1865) y el naturalista viajero Alfred Russell Wallace. Respecto de las ideas de Lamarck, dicho queda lo suficiente. Lyell construyó una geología sobre la hipótesis de una
transformación continua de la corteza terrestre (1833), contra la
entonces imperante doctrina de las catástrofes geológicas, después de las cuales —así lo pensaba Cuvier, autor de esta peregrina visión del pasado de la Tierra— aparecerían especies biológicas nuevas. Por su parte, A. Russell Wallace publicó en 1858
una monografía significativamente titulada Sobre las tendencias
de las variedades a separarse del tipo original. Pero el verdadero
Evolucionismo, positivismo, eclecticismo 411
triunfo del evolucionismo biológico no advino hasta 1859, con la
aparición de un libro decisivo en la historia del pensamiento
humano, El origen de las especies, de Charles Darwin (1809-
1882). A él siguió otro, también importante e influyente, sobre
la ascendencia biológica del hombre, The descent of man (1871).
Al derrocamiento copernicano del geocentrismo seguía ahora una
concepción de la naturaleza viviente ya no centrada por la realidad del hombre.
En tres tesis principales puede resumirse el evolucionismo
darwiniano: 1. Todas las especies vivientes proceden de la paulatina transformación de otras anteriores. 2. Esa transformación
tiene su causa en la lucha de los individuos por su existencia
(struggle for life) y en la supervivencia de los más aptos. 3. Les
caracteres morfológicos y fisiológicos adquiridos en la constante
lucha por la vida se transmiten hereditariamente a la descendencia.
El prestigio científico y popular del darwinismo fue inmediato y
estruendoso; en sólo un día se agotó la primera edición de El origen
de las especies. La idea de una «lucha de la existencia» —sugerida
por los escritos del célebre economista Th. Malthus— pertenecía
a los presupuestos vitales de la victoriosa y dominante burguesía, y
la doctrina de un origen «natural» y «científicamente explicable» de
las especies pareció ser una decisiva respuesta de la ciencia al tradicional relato del Génesis. Hubo así no sólo una biología, también
una antropología, una ética, una sociología y una historiología de
cuño darwinista; y aunque el nivel científico de los adversarios del
transformismo fuese muy considerable —Owen en Inglaterra, von
Baer, Kölliker y Virchow en Alemania, Cl. Bernard y Quatrefages en
Francia—, la virtualidad esclarecedora de la doctrina del pensamiento
darwiniano y el esforzado entusiasmo de sus adeptos, con T. H. Huxley, Herbert Spencer, Fritz Müller, Ernst Haeckel y August Weismann
en cabeza, logró hacer de aquél, en las postrimerías del siglo xix, una
suerte de credo universal.
En lo tocante a la biología en sentido estricto, la taxonomía,
la morfología descriptiva, la anatomía comparada y la embriología u ontogénesis, desde entonces fueron total o parcialmente
concebidas según el nuevo y triunfante punto de vista. En espera de lo que al estudiar el conocimiento científico del cuerpo
humano haya de decirse, es ineludible apuntar aquí la extensión
del evolucionismo darwiniano al dominio de la morfología comparativa.
Darwin, que no era morfologo, se basó ante todo en observaciones y razonamientos de orden ecológico para componer
El origen de las especies. Pronto, sin embargo, tres hombres extenderán hacia la anatomía comparada el fecundo pensamiento
de Darwin: el inglés Th. H. Huxley y los alemanes E. H. Haeckel
y C. Gegenbaur.
412 Historia de la medicina
Thomas Henry Huxley (1825-1895), activo propagador del darvinismo, publicó —aparte varios trabajos monográficos de anatomía comparada— un libro resonante, El puesto del hombre en la naturaleza
(1863), en el cual, contra lo comúnmente admitido entonces, mostró
que la circunvolución cerebral del hipocampo no es privativa de la
especie humana; más aún, que nada en el sistema nervioso del hombre distingue a éste tajantemente de los restantes primates. La especie
humana, por tanto, debe ser concebida como una variedad natural de
las especies antropoides.
El zoólogo alemán Ernst H. Haeckel (1834-1919), naturaleza singularmente entusiasta, luchadora e imaginativa, creará, sobre la base
del pensamiento darwiniano, una vaga y ambiciosa morfología comparada evolucionista (Generelle Morphologie der Organismen, 1866) y
—tratando de volar más alto— una concepción monista del mundo,
en la cual la especulación de la Naturphilosophie romántica parece
expresarse en descripciones y conceptos de carácter rigurosamente
científico. Cinco son, en sumarísimo esquema, las tesis principales del
evolucionismo haeckeliano: a) Monismo radical: la realidad es una y
unitaria; la tradicional distinción cristiana entre materia y espíritu
y entre mundo creado y Dios creador carece de sentido, b) Evolucionismo cósmico: la materia viva procede de la materia que llamamos
inanimada; existen organismos elementales más sencillos que la célula
(células sin núcleo, «citodos», «móneras», el Bathybius haeckelii, de
Huxley), c) Teoría de la «gastrea». Semejante a la gástrula embrionaria, la gastrea sería la protoforma de los metazoos. d) Origen antropoide del hombre: «el hombre desciende del mono», dirá la versión popular de esta tesis, e) Ley biogenética fundamental: pasando
del simple «paralelismo» de Meckel y Serres a la afirmación de una
temática «identidad», Haeckel hará suya la idea de Fritz Müller y
afirmará que la ontogenia es una recapitulación de la filogenia. En su
desarrollo embriológico, el hombre es realmente, de un modo sucesivo, protozoo, gastrea, gusano, amphioxus, etc. Excesivamente imaginativas, carentes con frecuencia de apoyo en datos de observación,
las construcciones evolucionistas de Haeckel fueron ásperamente criticadas por los hombres de ciencia, aunque llegasen a gozar de una
inmensa popularidad; pero, como veremos al exponer la teoría celular, algo certero y fecundo había en ellas.
Más riguroso y metódico que Haeckel fue su compañero en la
Universidad de Jena, el anatomista Cari Gegenbaur (1826-1903). Gegenbaur hizo ejemplarmente anatomía comparada de los invertebrados
y de los vertebrados, acabó, estudiando el esqueleto craneal de los
selacios, con la «teoría vertebral del cráneo» de Goethe y Oken (ya
impugnada antes por Rathke y Huxley) y estableció con su Lehrbuch
der Anatomie des Menschen (1883) el canon de la morfología evolucionista del cuerpo humano. Reaparecerá el tema en la sección próxima.
D. La constitución de la genética como ciencia rigurosa ¿s
otra de las grandes gestas de la biología del siglo xix. Los métodos y los conceptos fundamentales de la ciencia genética fueron
sucesivamente establecidos por Francis Galton (1822-1911), que
Evolucionismo, positivismo, eclecticismo 413
supo aplicar la estadística matemática al estudio de la herencia,
Gregor Mendel (1822-1884), descubridor de las leyes que llevan
su nombre, y August Weismann (1834-1914), autor de la teoría
del «plasma germinal» y de la concepción de los cromosomas
como portadores de los caracteres hereditarios. Importancia fundamental tuvieron —y siguen teniendo— las investigaciones de
Mendel, pero sus famosas «leyes», publicadas en una revista de
tercer orden entre 1866 y 1869, no fueron generalmente conocidas hasta que el holandés Hugo de Vries, el alemán C. Correns
y el austríaco E. von Tschermak las sacaron en 1900 del olvido.
Históricamente considerado, no fue un azar tal descubrimiento:
llegó en efecto, cuando se discutía el problema de la continuidad o la discontinuidad en la transmisión de los caracteres hereditarios: esto es, cuando, frente al hipotético continuismo de
Darwin, se había levantado, apoyada en hechos de observación,
la tesis de las mutaciones discontinuas de Hugo de Vries, y el
darwinismo clásico tuvo que ser sustituido por un neodarwinismo. En 1905, todo estaba maduro para que W. Bateson diese
el nombre de «genética» a la nueva ciencia.
El mecanismo cromosómico de la herencia mendeliana fue
estudiado por el belga Ed. Van Beneden (1846-1910), a quien se
debe el descubrimiento de la constancia específica del número de
cromosomas, y sobre todo por los pacientísimos y minuciosos
trabajos del norteamericano Th. Hunt Morgan (1866-1945) y su
escuela: mutaciones de la mosca Drosophüa, desarrollo de la
teoría de los «genes». Digno de mención es también W. L. Johannen (1857-1927), a quien se deben los conceptos de «gen», «genotipo» y «fenotipo» (1909).
E. Otros temas en que la biología del siglo xix logró originalidad y eminencia fueron: 1. La renovación de la estequiolo·
gía biológica por obra de la teoría celular. 2. La creación de la
embriología moderna. 3. La temática extensión del saber fisiológico hacia una fisiología a la vez comparativa y general. 4. El
desarrollo de la ecología biológica. Varias expediciones científicas —continuadoras de las de James Cook (1768-1771), Bougainville (1767), R. Brown (1801): la famosa del Beagle (1831-1836),
donde viajó el joven Darwin; la del Challenger (1872-1876)—
hicieron surgir esta disciplina científica a lo largo de ese siglo.
5· El nacimiento de las primeras doctrinas científicas —o anidadas por la pretensión de serlo— acerca del origen de la vida.
frente a los que seguían admitiendo la idea de una especial e
^mediata operación creadora de la Divinidad, otros muchos,
°?n Huxley y Haeckel como abanderados, afirmaron la aparición natural y azarosa de los primeros y más sencillos seres
vivientes, e idearon algunos (Richter, Lord Kelvin, Helmholtz,
414 Historia de la medicina
Arrhenius) la inconsistente teoría de la «panspermia», según la
cual los primeros gérmenes vivientes habrían sido transportados
a la Tierra desde otros astros, a favor de la energía radiante.
Dentro de esa general preocupación científica surgieron las ideas
del fisiólogo Pflüger acerca de la química de la biogénesis y la
resonante polémica entre Pasteur y Pouchet sobre la generación
espontánea. Más adelante estudiaremos aquéllas y ésta. 6. El
brillante auge de la paleontología. Los hallazgos y las reconstrucciones de Cuvier, tan resonantes en su tiempo, quedaron
pronto rebasados por una serie de descubrimientos sensacionales: las plantas fósiles de la hulla (W. Cr. Williamson), la impronta pétrea de la Archaeopteryx lithographica (1861), la ascendencia filogenética del caballo (Huxley y Osborn), la serie
de fósiles gigantes de Norteamérica (Iguanodon, Diplodocus, Atlantosaurius, etc.), el Pithecanthropus de Java. El problema del
origen de las especies pudo así ser discutido desde un nuevo
punto de vista.
Capítulo 5
APLICACIONES TÉCNICAS Y SITUACIÓN SOCIAL
DE LA CIENCIA
«Saber es poder», había dicho Lord Bacon; y así, desde
Galileo y Descartes —si se quiere, desde Nicolás de Cusa y Leonardo da Vinci—, el progreso de las ciencias del cosmos ha sido
el resultado conjunto de dos grandes afanes: conocer lo que la
naturaleza es en sí misma y dominarla técnicamente al servicio
de las necesidades del hombre.
Preludiada por algunas invenciones técnicas del siglo xviH
(la máquina de vapor de Watt, el pararrayos de Franklin), poco
después de la Revolución Política de 1789 comienza en Europa,
primero en el Reino Unido, luego en los países continentales, la
transformación de la sociedad que hoy es ya tópico llamar Revolución Industrial, cuyo nervio consiste en la aplicación de la
ciencia a la tecnificación de la vida y a la ampliación de sus
posibilidades. Páginas atrás quedaron indicadas sus más importantes consecuencias sociales. Ahora debo limitarme a mencionar sumarísimamente cómo cuatro dominios de la ciencia del
cosmos, la termología, la mecánica, la electrología y la química,
se constituyen en otros tantos hontanares de esa segunda revolución, tan decisiva en la historia de los pueblos occidentales, y
a bosquejar luego la situación del saber científico en la sociedad occidental del siglo xix.
Evolucionismo, positivismo, eclecticismo 415
A. Cuatro son, acabo de apuntarlo, los campos del saber
físico que comienzan a tener consecuencias industriales social
y económicamente importantes. Veámoslas de modo sumario:
1. No sin razón se ha llamado «siglo del vapor» al siglo xix.
De las rudimentarias máquinas de Watt se pasó pronto al ferrocarril, los barcos de vela se convirtieron en «vapores» y los aparatos termomecánicos fueron oBjeto de las más diversas aplicaciones. Estudiando la puissance motrice du feu atisbo Sadi Carnot el segundo principio de la termodinámica.
2. Las aplicaciones técnicas de la mecánica, toscas hasta
entonces —piénsese en los molinos de agua de los lienzos de
Constable, a comienzos del siglo xix—, se afinan y automatizan.
Sirva de ejemplo la industria textil, con las tejedoras automáticas que los ingleses tan significativamente llamaron selfactines, máquinas «actuantes por sí mismas».
3. Tanto como «siglo del vapor» puede ser llamado «siglo
de la electricidad» el xix; sobre todo, en sus últimos decenios.
Baste mencionar, para demostrarlo, la invención del telégrafo
(Gauss, Weber, Steinheil, Wheatstone, Morse), de la dínamo
(Pixii, Siemens), del teléfono (Graham Bell), de la lámpara
eléctrica (De la Rue, Edison), de la tracción eléctrica. Civilización y electrificación eran conceptos que se superponían ya en
el tránsito del siglo xix al siglo xx.
4. Nace y se desarrolla poderosamente, en fin, la industria
química. Las fábricas de ácido sulfúrico, con sus torres de Glover y de Gay-Lussac, la producción de materias colorantes, la
industria de la alimentación y el progreso de la quimioterapia
son muestras bien fehacientes de ese progreso científico-técnico.
Y como feliz resultado de coordinarse entre sí la electricidad,
la química y la mecánica, el motor de explosión, con sus inmediatas y fabulosas consecuencias en la técnica del transporte
"-automovilismo, aviación—, iniciará su arrollador triunfo planetario durante los tres lustros que precedieron a la Primera
Guerra Mundial.
De todas estas fuentes va a alimentarse la tecnificación de
la práctica médica, ya tan considerable a lo largo del siglo xix.
B. Desde los albores de la Revolución Industrial, o acaso
desde antes, un fuerte cambio va a iniciarse en la situación social
»el saber. Veámoslo examinando brevemente los aspectos institucionales, populares y geográficos de esa situación.
1. Después de su postración durante los siglos xv-xvn, y no
obstante el vigor de las Academias, la Universidad del siglo xvín
Va
recuperando su puesto rector en la producción de ciencia;
recuérdese lo dicho en la sección precedente. Esa paulatina recuperación llegará a su cénit en la segunda mitad del siglo xix
416 Historia de la medicina
y los primeros lustros del xx; esto es, desde que, tras la mudanza que la Revolución Francesa trae a la estructura de la vida
histórica, surge en Europa la figura de la «Universidad nacional»,
Fundada en 1810, tal vez sea la de Berlín el más temprano y
puro de sus modelos. Basta enunciar los nombres de los más
grandes sabios del siglo xix para advertir que esa fue la regla
en los países europeos. La cátedra universitaria y el Instituto
científico anejo a ella son ahora el centro principal de la creación del saber.
Pero la producción de ciencia —en parte por la general fe
en su virtualidad redentora y salvadora, en parte por la exigencia del Estado nacional y del espíritu capitalista, que sin cesar
piden saberes tecnificables— acaba desbordando el marco de la
Universidad, y poco a poco surgen instituciones oficiales o privadas exclusivamente consagradas a la investigación científica.
Los laboratorios de la industria química (colorantes, productos
farmacéuticos), la Georg Speyer Haus für Chemotherapie, de
Francfort, la Kaiser-Wilhelm Gesellschaft, de Berlín, y la Rockefeller Foundation, de Nueva York, pueden servir como tempranos ejemplos de tal suceso histórico.
2. Acabo de mencionar la creciente fe de los hombres en
la virtualidad redentora y salvadora de la ciencia. En ella se ve
el gran recurso para librar a la humanidad de la privación, la
enfermedad y el hambre; tanto más, cuanto que, convertida en
técnica, rebasa la etapa en que no era sino «gobernadora» de
las energías naturales y se convierte en «superadora» de la Naturaleza. El hombre de ciencia, baste este ejemplo, sintetiza artificialmente —en cierto modo, «crea»— sustancias químicas
hasta entonces inexistentes en nuestro mundo.
Tres consecuencias principales va a tener en el orden social este
inmenso prestigio del saber científico: a) La configuración de un
nuevo tipo histórico del sabio, el «sabio-sacerdote», por su condición
de «oficiante ante el altar de la Naturaleza», como de Johannes
Müller dirá Virchow, y por el carácter salvador y redentor de su misión, b) La aparición —esbozada ya en los salones dieciochescos—
de una «ciencia popular», bien en forma oral, la «extensión universitaria» que se inicia en Viena, bien en forma impresa, la «literatura
científica de quiosco». La divulgación del darwinismo es tal vez el
evento en que de modo más claro se realiza este rasgo de la cultura
capitalista y proletaria de fines del siglo xix y comienzos del siglo XX·
c) El cada vez más perceptible eclipse de la noción de «imposible», en
lo tocante a las capacidades de la técnica. Desde fines del siglo XiX>
todo va pareciendo «posible» al hombre, en tanto que conquistador y
dominador del cosmos.
En su tarea de hacer ciencia, el hombre del siglo xix tiene
la firme convicción de trabajar «con» libertad y «para» la liber-
Evolucionismo, positivismo, eclecticismo 417
tad. Nadie parece imponerle metas ni vías. ¿En qué medida es
así, y en qué medida el sabio, sin advertirlo, está sirviendo a los
intereses de la sociedad capitalista en que vive y para la que
trabaja? Es posible que haya diversidad en la respuesta. Pero
lo que no puede negarse es que toda la humanidad de nuestro
siglo, tanto en el orden del saber teorético como en el orden de
la actividad práctica, se ha beneficiado de esa inmensa «explosión de la ciencia» acaecida durante el siglo xix. Cuando realmente es genial, el resultado de la acción histórica de los hombres rebasa los varios condicionamientos —étnicos, religiosos,
sociopolíticos, socioeconómicos— que le impone la situación en
que existe.
3. No sería completo este sumarisimo examen de la situación del saber en la sociedad del siglo xix, sin tener en cuenta
el suceso histórico que bajo el epígrafe de «dialéctica entre la
cultura europea y las culturas no europeas» quedó consignado en
la Parte precedente. Con su anverso de colonización y su reverso de colonialismo, por una parte, con la objetiva e indiscutible
eficacia de la ciencia y la técnica de Occidente, por otra, va
creciendo la penetración de las potencias europeas en los mundos asiático y africano. Siberia, el Japón, donde tan rápido va
a ser el desarrollo científico y técnico desde 1850-1860, la acción sociocultural de los distintos focos occidentalizantes de la
India, China e Indochina, Argelia, Egipto, Rhodesia, Sudáfrica,
tantos más, son nombres y hechos que por sí mismo hablan a
todo hombre culto. Con cuantas diferencias particulares se quiera, en estos países va a ser peculiar y análoga la situación social
del saber y de la medicina científica, y en todos ellos va a cumplirse la regla anteriormente expuesta: la ciencia y la técnica de
Occidente se unlversalizan, a la vez que la cultura de Occidente va haciendo suyos y de todos algunos de los componentes
de las culturas no occidentales. Debe no obstante decirse que,
salvo excepciones, este doble proceso histórico no pasará de ser
incipiente hasta los años ulteriores a la Primera Guerra Mundial.
Iniciada por la de los Estados Unidos de América (1776), la
emancipación de los países americanos se hace completa a lo
largo del siglo xix. La cultura del Nuevo Mundo sigue siendo,
Por supuesto, euroamericana; pero ahora sin la vinculación colonial que hasta 1776 y 1810 llevaba en su seno este ineludible
adjetivo. No será necesario indicar que la contribución norteamericana a la ciencia y la técnica occidentales era ya muy considerable en los primeros lustros del siglo xx.
15
Sección II
CONOCIMIENTO CIENTÍFICO DEL HOMBRE
Recordemos la idea central de la antropología griega: el hombre, un retoño de la naturaleza universal específicamente diversificado. Más concisamente: el hombre, todo y sólo naturaleza
cósmica. El cristianismo distinguirá luego en la realidad humana
lo que en ella es pura naturaleza cósmica, el cuerpo, y un principio esencialmente superior a ella y a ella esencialmente irreductible, el espíritu; y salvo los doctrinarios del mecanicismo radical, como Hobbes y Lamettrie, así lo admitieron todos los
pensadores de Occidente hasta los años finales del siglo xvni·
Pues bien: radicalizando la idea kantiana de la Ilustración —que
el hombre debe hacer su vida atenido no más que a su propio
entendimiento—, los sabios del siglo xix van a ser los protagonistas de un nuevo naturalismo antropológico. Orientada su mente por alguna de las doctrinas filosóficas que entonces prevalecen, el evolucionismo, el positivismo o el pensamiento dialéctico/muchos de ellos se propondrán, en efecto, el empeño de explicar y regir la realidad humana mediante los conceptos y los
métodos de la nueva, fascinante ciencia natural. Para la razón
del hombre, otra vez es el hombre todo y sólo naturaleza cósmica; pero ahora no conforme a la idea helénica de la physis, sino
de acuerdo con lo que acerca del cosmos afirman la física, la
química y la biología de la época. Así van a mostrarlo las páginas subsiguientes, sucesivamente consagradas a las cuatro líneas
rectoras que para el conocimiento científico de cualquier realidad natural esbozó el saber de los filósofos presocráticos: una
eidología, en este caso la anatomía descriptiva; una estequiología
biológica; una concepción científica de la antropogenia; una dinámica de la naturaleza humana, integrada por la fisiología, la
psicología y la sociología que a lo largo del siglo xix se constituyen.
418
Capítulo 1
LA ΑΝΑΤΟΜΙΑ DESCRIPTIVA
La publicación del gran tratado de Sömmerring (Vom Baue
des menschlichen Körpers, 1791-1796) corona la investigación
anatómica del siglo χνιιι. No puede sostenerse, ciertamente, que
con ese libro haya llegado a su meta la exploración macroscópica del cuerpo humano; pero sí es lícito afirmar que hacia 1800
sólo muy escasos eran ios pormenores anatómicos todavía no
descubiertos mediante ella. En cambio, a partir de esa fecha, se
transformará de manera fundamental la idea desde la cual es
convertida en verdadera ciencia la inmensa copia de los saberes
anatómicos particulares —la «idea descriptiva» de la visión morfológica del organismo— y, no contando la pesquisa microscópica, tan fecunda desde hace siglo y medio, surgirán métodos para
la investigación de la estructura anatómica muy distintos de los
que hasta entonces habían sido empleados en la sala de disección. Estudiemos sumariamente cada una de estas novedades.
A. Entre las directamente pertenecientes al saber médico,
esto es, no contando la física y la química, la anatomía será, a lo
largo del siglo xix, la primera de las ciencias llamadas «básicas»;
¿ólo en los decenios inmediatamente anteriores a la Primera
Guerra Mundial empieza a rivalizar con ella la fisiología. No
hay Facultad de Medicina en donde la anatomía no sea concienzudamente enseñada; tanto más, cuanto que la gran abundancia de los cadáveres disponibles —el pobre da su cuerpo enfermo a la enseñanza clínica, y a la enseñanza anatomopatológica
y anatómica su cuerpo muerto— permite que investigadores, docentes y discentes puedan disecar a porfía. Algo, por tanto, llega
a progresar la anatomía macroscópica y disectiva durante la
época ahora estudiada.
He aquí, por nacionalidades, los anatomistas que entre 1800 y 1914
Wás visiblemente descuellan. Entre los italianos, L. Rolando (1773-
1831), B. Panizza (1785-1867), F. Civinini (1805-1844), C. Giacomini
(1840-1898) y G. Mingazzini (1859-1929). Entre los franceses, A. Portal (1742-1832), G. Breschet (1784-1845), P. A. Béclard (1785-1825),
los hermanos H. Cloquet (1785-1840) y J. G. Cloquet (1790-1883),
G. B. M. Parchappe de Vinay (1800-1866), Fr. Baillarger (1806-1890),
L. P. Gratiolet (1815-1865) y L. Ranvier (1835-1922), así como los
tratadistas Ph. C. Sappey, L. Testut y P. J. Poirier. Entre los ingleses
y escoceses, Ab. Monro III (1773-1859), R. Knox (1791-1862), famoso
419
420 Historia de la medicina
por un escándalo de compra de cadáveres, los hermanos J. Bell
(1763-1820) y Ch. Bell (1774-1842), A. V. Waller (1816-1870), W. Bowman (1816-1892), J. A. L. Clarke (1817-1880), H. Gray (1825-1861),
W. Turner (1832-1916) y W. R. Gowers (1845-1915). Entre los alemanes, Joh. Chr. Reil (1759-1813), Fr. D. Reisseisen (1773-1828), Κ. Fr.
Burdach (1776-1847), Joh. Fr. Meckel (1781-1833), Β. Stilling (1810-
1879), L. Türck (1810-1868), H. von Meyer (1815-1892), H. von
Luschka (1820-1875), Β. von Gudden (1824-1886), Fr. Goll (1825-
1903), K. Gegenbaur (1826-1903), W. Waldeyer (1836-1921), Chr. L. H.
Stieda (1837-1918), P. Langerhans (1847-1888), P. E. Flechsig (1847-
J929), L. Edinger (1855-1918) y L. Aschoff (1866-1942). Entre los
austríacos, G. Prochaska (1749-1820), }. Hyrtl (1810-1894), Th. Meynert
(1833-1892) y Ε. Zuckerkandl (1849-1910). Entre los suizos, W. His
(1831-1904), A. Forel (1848-1931) y C. von Monakow (1852-1930).
Α. Α. Retzius (1796-1860), M. G. Retzius (1842-1919) y E. A. H. Key
(1832-1901) fueron suecos, y W. Ε. Horner (1793-1853) y H. J. Bigelow (1816-1890), norteamericanos.
No todos los integrantes de esta brillante serie de anatomistas fueron simples disectores; buena parte de ellos cultivaron
—además de la anatomía microscópica, imprescindible ya— métodos muy distintos de la disección tradicional. El parágrafo próximo nos lo hará ver. A todos se deben, sin embargo, descubrimientos relativos a la morfología macroscópica del cuerpo humano. Ordenados según sistemas y aparatos, mencionaré los más
importantes.
Enriquecieron la osteología descriptiva Civinini (apófisis de
su nombre, canal de la cuerda del tímpano), von Meyer (estructura trabecular de los huesos), Zuckerkandl (cavidades aéreas
cráneo-faciales) y Luschka (laringe). En lo tocante a la miología,
cabe destacar la descripción del músculo de Horner. Bigelow
aumentó el acervo de la sindesmología con la descripción del
ligamento que lleva su nombre. La anatomía del aparato circulatorio ganó precisión por obra de Ch. Bell (arterias), Breschet,
Panizza, Retzius, Luschka y Waldeyer (venas, vasos y ganglios
linfáticos). El ganglio linfático crural todavía nos recuerda a
Cloquet. Y en cuanto al mejor conocimiento anatómico del corazón, los nombres de Gerdy, Parchappe, Remak, His, Keith (con
M. Flack) y Aschoff (con S. Tawara) hablan por sí solos a la
memoria de cualquier médico. Aparte estos últimos hallazgos, la
esplacnología crece con los descubrimientos de Reisseisen (músculos bronquiales), Auerbach (plexo de su nombre) y C. Toldt
(peritoneo). Dignos de mención son asimismo los de Langerhans
(islotes pancreáticos), Bowmann (cápsula del glomérulo renal)
y Henle (tubos renales).
La investigación morfológica del siglo xix tuvo su campo más
fecundo en la neuroanatomía, tanto en lo que atañe a la visión
general del sistema nervioso (neurología comparada de Edinger
Evolucionismo, positivismo, eclecticismo 421
y de Stieda), como en lo concerniente a los detalles de su estructura. De nuevo será suficiente la simple mención de unos cuantos nombres para demostrar la verdad de este aserto. Reil, Rolando, Stilling, Gratiolet, Baillarger, Giacomini, Flechsig, Mingazzini, Forel, von Gudden y Meynert son expresamente recordados en los tratados actuales para designar otras tantas partes
del cerebro y el cerebelo, y Rolando, Burdach, Clarke, Gowers,
Goll, Türck, Flechsig y von Monakow son epónimos de importantes formaciones del tronco encefálico y de la médulo espinal.
A lo cual hay que añadir los resultados de una atenta exploración del sistema nervioso periférico: las raíces espinales (Ch.
Bell), el nervio óptico (Panizza y H. Gray), los nervios simpáticos y espinales (Retzius, Ranvier), etc. Progresó a la vez el estudio anatómico de los órganos de los sentidos (C. B. Lockwood,
el ojo; Retzius, el oído).
Deben ser recordados, en fin, varios de los tratados anatómicos de la época. En Francia, los de Sappey, Testut y Poirier. En
Inglaterra, los de Quain y Gray. En Alemania y Austria, el leidísimo de Hyrtl («Habla como Cicerón y escribe como Heine»,
se decía de su autor) y los de Henle (1855-1871) y von Bardeleben (1896-1934). El Lehrbuch de Gegenbaur será ulteriormente
valorado.
Β. La disección del cadáver ha sido siempre el método
principal de la investigación anatómica. Ávidamente se disecó,
ya lo he dicho, a lo largo del siglo xix; pero un doble progreso
—el de las técnicas y el del saber conceptual—, añadirá a la
disección métodos exploratorios nuevos. Los de inyección vascular y corrosión fueron mencionados en la parte precedente.
Ulteriores a ellos son, entre otros, los tres que siguen:
1. El estudio minucioso de las lesiones anatomopatológicas,
cuando éstas poseen carácter sistemático: la lesión hace en tal
caso conocer un determinado «sistema» morfológico-funcional.
Las investigaciones anatomoclínicas de P. Broca, A. Kussmaul,
Κ. Wernicke y P. Marie fueron decisivas para el descubrimiento
de las zonas del cerebro («centros») relacionadas con el lenguaje· Las de J. M. Charcot acerca de la esclerosis lateral amiotrófica contribuyeron muy eficazmente al conocimiento de la estructura de la médula. Basten estos dos ejemplos.
2. La provocación experimental de lesiones, para estudiar
luego sus consecuencias morfológico-funcionales. Podría hablarse
de la utilización anatómico-descriptiva de una «anatomía patológica experimental». Muy valiosos fueron en este sentido los hallazgos neurológicos a que condujo la práctica de la «degeneración walleriana», así llamada por el nombre de su inventor,
August Volney Waller.
422 Historia de la medicina
3. El estudio de la aparición de una determinada parte estructural del organismo, cuando el proceso de aquélla se halla
topográfica y cronológicamente sistematizado; por tanto, cuando
el conocimiento de tal proceso permite discernir la existencia y
la estructura de «sistemas» o «subsistemas» morfológico-funcionales. Desde un punto de vista anatómico, eso fueron los fecundos estudios de Flechsig y sus seguidores sobre la mielinización
de las fibras nerviosas.
No parece necesario advertir que la aplicación de estos nuevos métodos 'exige combinar adecuadamente las técnicas disectivas con las tintoriales y mierográficas. Su mención, pues, debe
servir de tránsito a lo que sobre la anatomía microscópica se
dirá en páginas ulteriores.
C. Como nos hizo ver nuestro examen de la morfología galénica y de la morfología vesaliana, la descripción anatómica
sólo llega a ser verdaderamente científica cuando el descriptor
logra ordenar sus múltiples saberes particulares con arreglo a
una «idea descriptiva» a la vez unitaria y rectora. Pues bien, la
anatomía del siglo xix alcanza esa meta añadiendo a la idea
descriptiva de Galeno (funcional) y a la de Vesalio y Vicq d'Azyr
(arquitectónica),, dos más, ambas sugestivamente nuevas: una
de orden anatómico-tisular, otra de índole anatómico-comparatiya. Examinémoslas por separado.
1. La expresión anatomía general queda acuñada en la
portada del libro de M. F. X. Bichat (1771-1802) que lleva ese
título; pero la idea básica de ella existe desde que Aristóteles
creó el concepto de «parte similar». Entendidas las partes similares como resultado de mezclarse humores o de entretejerse
fibras, la idea que preside su concepción perdura en el tissu
muqueux de Bordeu y renace bajo indumento nuevo —ahora
sensualista y vitalista— en la mente de Bichat.
Dos podían ser los modos principales de estudiar esas partes a fines del siglo xvm, el. microscópico y el puramente sensorial. Al primero recurrió la no pequeña pléyade de los investigadores que primero preludian y luego formulan la teoría celular;
el capítulo próximo nos la dará a conocer. Ai segundo se entregó con verdadero ahínco el joven Bichat, cuya breve y brillante
existencia se consumió disecando cadáveres en el Hôtel-Dieu y
aplicando al estudio de los diversos componentes homogéneos
del organismo —piel, grasa, carne muscular, etc.— los recursos
que entonces ofrecían la física y la química. De ello resultó
un concepto del «tejido» (tissu) que rompía abiertamente, pese a
la conservación de tal nombre, con el fibrilarismo de los siglos XVI-XVIH, y como consecuencia la clasificación de los tejidos
simples o elementales en veintiún sistemas, siete generales o
Evolucionismo, positivismo, eclecticismo 423
difusos (celular, nervioso de la vida animal, nervioso de la vida
orgánica, arterial, venoso, exhalante, y absorbente o linfático),
y catorce especiales o localizados (óseo, medular, tendinoso, fibroso, fibrotendinoso, muscular de la vida animal, muscular de
la vida orgánica, mucoso, seroso, sinovial, glandular, dérmico,
epidérmico y piloso).
Tres son los puntos de vista desde los cuales deben ser entendidas
la génesis y la significación del concepto bichatiano de tejido: 1." El
punto de vista disectivo. Cualquiera que sea la región en que se encuentren, una disección fina permite aislar en aquélla las partes anatómicamente homogéneas que por esencia son los tejidos. 2." El punto
de vista sensualista. Bichat, hostil al empleo del microscopio, estudia
la realidad anatómica sólo mediante sus sentidos; pero este exclusivo
atenimiento a la percepción sensorial es reflexivo y metódico, y lo es
de dos modos distintos. En primer término, porque al examen científico de la masa tisular aplica también los más diversos procedimientos experimentales: desecación, putrefacción, maceración, cocción,
adición de ácidos y de álcalis. En segundo, porque somete los resultados de su estudio al método analítico del sensualismo de Condillac
—ya introducido en la investigación médica por Pinel—, en busca de
las «ideas simples» que componen nuestra experiencia inmediata de
la realidad. La noción de «tejido» sería la «idea simple» que permitiría entender y ordenar la compleja apariencia del aspecto que el cuerpo animal inmediatamente nos ofrece. 3° El punto de vista vitalista.
Cada sistema simple poseería dos órdenes de propiedades: las que
sólo dependen de su organización material y son observables en el
cadáver («propiedades del tejido»: extensibilidad a la tracción y retractilidad espontánea) y las que manifiestan la «fuerza vital» propia
del tejido en cuestión («propiedades vitales»). Concebida como el agente en cuya virtud tiene lugar la vida del organismo, esto es, «el conjunto de las funciones que resisten a la muerte» —la idea de la vida
como «resistencia»—, la fuerza vital del individuo se realizaría diversificándose en tantos modos elementales como tejidos componen su
cuerpo.
Para Bichat, en suma, un tejido quedaría caracterizado por
dos notas: a) la homogeneidad y la constancia de su apariencia
sensorial, cualesquiera que sean las condiciones en que se le
observa, los órganos de que proceda y las manipulaciones a que
se le someta; b) la peculiaridad que en él ostentan sus dos órdenes de propiedades, las «del tejido» y las «vitales». Con lo cual
la idea descriptiva del cuerpo humano implícita en la anatomía
general bichatiana vendría a ser ésta: la concepción de ese
cuerpo como la combinación y la cooperación, humanamente
configuradas, de las unidades morfológico-vitales que son los tejidos.
Pero la anatomía general tisular y sensualista de Bichat
(1801) pronto iba a ser sustituida, pese a su éxito inicial, por la
424 Historia de la medicina
anatomía general tisular y celular de Henle. Pronto veremos
cómo.
D. El rápido incremento del saber zoológico y la creciente
penetración del esprit de système de la Ilustración en la mente
de los zoólogos puso en marcha, ya en el siglo xvni, una morfología zoológica comparativa. En la sección precedente quedó
sucintamente expuesta la obra de sus principales cultivadores
durante la primera mitad del siglo xix —Cuvier, Geoffroy SaintHilaire, Owen, Meckel— y fueron consignadas las dos tendencias cardinales de la nueva disciplina, una más figurativa y estática, otra más dinámica y evolucionista. En la primera, el hombre de ciencia trata de discernir «tipos ideales» en la constitución morfológico-funcional del organismo animal en cuestión;
con lo cual su inteligencia, aunque no con la radicalidad de la
linneana, se orienta en sentido fixista. La segunda, en cambio,
se propone conocer de manera sistemática cómo ha aparecido
sobre la tierra la forma de las distintas especies, y por consiguiente establecer las «líneas evolutivas» según las cuales unas
formas específicas se han ido transformando en otras.
Dos vías, por tanto, para entender científicamente, de un modo
morfológico-comparativo, la constitución anatómica de la especie humana; pero sometidas ambas, en lo que a este propósito atañe, a un
mismo condicionamiento previo: la personal actitud del hombre de
ciencia ante la peculiaridad biológica de esa especie —del género
humano, como de otra manera se dice— en el conjunto de las que
integran el reino animal. Dentro de su condición de «ilustrado tardío» y pre-evolucionista, Joh. Fr. Blumenbach (1752-1840), uno de
los primeros estudiosos de las razas humanas, tratará de asentar
sobre bases morfológicas su idea de la «dignidad» del hombre. Por
su parte, L. Oken, evolucionista especulativo en la línea del filósofo
Schelling, piensa que el organismo humano es la culminación unitaria de todas las formas y funciones que la zoología estudia. La visión
de la vértebra como «idea primaria» o «protoforma» de los organismos vertebrados, comprendido el hombre, y la subsiguiente y famosa
«teoría vertebral del cráneo» (Goethe, Oken), poco más tarde destruida por Gegenbaur, son los dos principales logros de la morfología
comparada idealista, en relación con el problema de la anatomía humana general.
Durante la segunda mitad del siglo xix, la anatomía comparada de orientación estática será enteramente sustituida por una
anatomía comparada de orientación evolucionista. Más precisamente: el evolucionismo especulativo de los Naturphilosophen
del Romanticismo alemán se convertirá en una doctrina científico-positiva, e incluso en uno de los principales ingredientes de
la mentalidad de la época, así en sus niveles filosóficos y cien-
Evolucionismo, positivismo, eclecticismo 425
tíficos, como en sus estratos más populares. No contando el
precedente de la Philosophie zoologique de Lamarck (1809), la
publicación de El origen de las especies (1859), de Darwin, fue
el punto de partida de esta etapa; y la rápida extensión ulterior
del pensamiento darwiniano al problema de la biología humana (El puesto del hombre en la naturaleza, de Th. H. Huxley,
1863; La descendencia del hombre, del propio Darwin, 1871;
pero, sobre todo, la obra sucesiva de Haeckel y Gegenbaur), la
llegada de esa antropología comparada y evolucionista a una
clara madurez.
Darwin fue más ecólogo que morfólogo, y de ahí la orientación
de su pensamiento biológico en El origen de las especies. Huxley
demostró que la morfología externa del encéfalo humano no es cualitativamente distinta de la del encéfalo de los antropoides superiores.
Apoyado en su investigación zoológico-morfológica, y no menos en su
fogosa imaginación, Haeckel proclamó a los cuatro vientos el monismo evolucionista de que anteriormente se hizo mención —su libro
Historia natural de la creación (1868), destinado al gran público, fue
leidísimo en el mundo entero—, afirmó el tránsito espontáneo de las
formas inanimadas de la naturaleza a las vivientes, a través de organizaciones precelulares, las «mèneras», y —con Fr. Müller— formuló
la célebre «ley biogenética fundamental», según la cual la embriogenia u ontogenia es una recapitulación de la filogenia. Lo que con
Meckel y Serres había sido «paralelismo» se convierte ahora en «recapitulación». La aplicación del transformismo darwiniano a la explicación del origen del hombre —«El hombre desciende del mono»,
según la tan repetida sentencia popular— fue tajantemente radicalizada en su también muy leída Antropogenia (1874). De ahí el entusiasmo con que los restos óseos hallados en Trinil (Java) fueron atribuidos a un Pithecanthropus erectus, en el cual se vio el eslabón
intermedio entre los antropoides y el hombre.
En un amigo y coetáneo de Haeckel, el anatomista Karl Gegenbaur (1826-1903), tuvo su verdadero fundador la anatomía
comparada evolucionista. La expresión más acabada de ésta en
lo relativo al organismo humano fue el Lehrbuch der Anatomie
des Menschen de este autor, muchas veces editado desde su
aparición en 1883. Tras el gran éxito europeo del tratado de
Hyrtl, el de Gegenbaur inaugura una etapa nueva en la visión
de la morfología del hombre.
Con Gegenbaur cambia, en efecto, la idea descriptiva del
anatomista: el cuerpo humano se ve ante todo como el de un
vertebrado bipedestante. Los órganos son ahora concebidos conto términos resultantes de una progresiva y evolutiva diferenciación morfológica; el esqueleto es descrito sobre el esquema de
la vértebra, «protoforma» primariamente diferenciada en la segmentación metamérica de la notocorda (aun cuando, por otra
parte, Gegenbaur demoliese la famosa «teoría vertebral del
426 Historia de la medicina
cráneo» de Oken y Goethe); la ordenación de las partes anatómicas en el espacio queda establecida mediante la oposición
entre los planos dorsal y ventral; los llamados «órganos rudimentarios», las anomalías y malformaciones óseas, musculares,
arteriales, etc., y en general toda la teratología —tan bien sistematizada morfológicamente por G. Saint-Hilaire y su hijo
Isidoro—, son interpretados como vestigios de organizaciones
biológicas filogenéticamente anteriores a la del hombre.
Tres paradigmas sucesivos, por tanto, en la historia de la
morfología macroscópica del organismo humano: el funcional
de Galeno, el arquitectural de Vesalio-Vicq d'Azyr y el evolucionista de Gegenbaur. Puros o combinados entre sí —la anatomía de Testut, por ejemplo, es un compromiso entre el punto
de vista vesaliano y el evolucionista—, ellos son los que desde
Gegenbaur vienen rigiendo la descripción anatómica.
Capítulo 2
LA ESTEQUIOLOGÍA
La metódica aplicación del microscopio al estudio de los
seres vivientes y los considerables progresos técnicos en la construcción y en el manejo de aquéllos (objetivos acromáticos de
J. y H. Van Deyl, ya a fines del siglo xvm; objetivos de inmersión en agua, de G. Amici, 1850; objetivos apocromáticos y de
inmersión en aceite, de E. Abbe, etc;) dieron al traste con la
estequiología fibrilar y condujeron a la creación de una nueva
estequiología biológica: la teoría celular. Estudiaremos sucesivamente la aparición de ésta y, como su inmediata consecuencia, la ulterior conversión de la anatomía general sensualista o
bichatiana en una anatomía general celular o histológica.
A. Todavía en pleno Setecientos, Caspar Friedrich Wolff
—recuérdese— hizo notar que el· examen microscópico de los
«tejidos» animales no permite ver fibras, sino «glóbulos», organizados luego en vesículas y membranas. Pues bien: entre él y
Schleiden y Schwann, los dos grandes, creadores de la teoría
celular, la estequiología biológica va a ser el abigarrado desarrollo y la cambiante elaboración de estas incipientes observaciones
wolffianas.
No se piense, sin embargo, que la doctrina fibrilar sucumbió con
ios hallazgos de Wolff. Por vía más especulativa o más experimental,
Evolucionismo, positivismo, eclecticismo 427
varios autores de fines del siglo xvm y comienzos del xix tratarán de
combinar los resultados de la observación microscópica con el fibrilarismo de la línea Falopio-Haller. Fibrilaristas fueron, cada uno a su
modo, E. Plattner (1744-1818), Reil. Prochaska, J. Döllinger (1770-
1841), Fr. L. Augustin (1776-1854), R. J. H. Dutrochet (1776-1847) y
H. Milne-Edwards (1800-1885). Una sustancia fundamental homogénea
daría lugar a «esférulas» o «glóbulos», de cuya alineación en «hilera
de perlas» (Milne-Edwards) resultarían las fibras. Más se aproximaron
a la inminente teoría celular las hipótesis estequiológicas y morfogenéticas del Naturphilosoph L. Oken y del microscopista Chr. J. Berres
(1796-1844). Influido por la doctrina de las «moléculas vivientes» de
Buff on, el primero pensó que todos los seres vivos se hallan constituidos por la agrupación de mínimas «vesículas mucosas», originariamente formadas en el fondo del mar a partir de un «plasma primitivo». Más procuró atenerse a la observación Berres, cuyo atlas de
anatomía microscópica apareció en 1837, un año antes que el decisivo libro de Schleiden.
En la génesis de la teoría celular tuvieron muy considerable importancia las observaciones microscópicas de Robert Brown (1773-
1858). Brown fue, en efecto, el primero en descubrir que en la masa
de la sustancia vegetal existen siempre unos corpúsculos redondeados
y opacos: los núcleos de las que hoy llamamos «células vegetales».
En la constitución de la primitiva teoría celular tuvieron
parte varios investigadores: Purkinje, Dutrochet, Joh. Müller,
Schleiden, Schwann (así lo han hecho ver Karling y R. Marco); pero, como antes indiqué, a Schleiden y Schwann se debe
en primer término el mérito de esa gran hazaña.
El botánico M. T. Schleiden (1804-1881) se interesó ante todo
por el problema de la fitogénesis {Beiträge zur Phytogeríesis,
1838). Desde Grew y Hooke venía hablándose de las «células»
(cells) de los vegetales. Ahora bien, ¿cómo se forman estas células? Schleiden atribuyó al «núcleo» descubierto por Brown
la condición de primer agente en el proceso citogenético. Dentro
de un primitivo e indiferenciado blastema viviente irían separándose los núcleos; y en torno a éstos, en virtud de una suerte
de cristalización, se formarían ulteriormente las células, con su
plasma propio («citoblastema»), las paredes que las recortan y
la relativa individualidad de su vida. Dos tesis, pues, fundamentales las dos, en la «teoría celular» de Schleiden: 1.a
La célula
(núcleo, citoblastema, membrana) es el elemento morfológico y
fisiológico del organismo de la planta. 2.a
Las células se forman
en el seno de un blastema originario y homogéneo, como consecuencia de un proceso morfogenético en el cual el núcleo
(«citoblasto») actúa como centro de cristalización.
La concepción celular del organismo animal, y por tanto la
tesis de una coincidencia fundamental en la estructura y en el
crecimiento de los animales y los vegetales, fue ante todo obra
de Th. Schwann (1810-1882), discípulo de Joh. Müller, que
428 Historia de la medicina
expuso sus observaciones y sus ideas en el libro Mikroskopische
Untersuchungen... (1839). Como al de Schleiden, al pensamiento
de Schwann le impulsaba una viva preocupación morfogenética.
Movido por ésta, descubrió la estructura celular de la cuerda
dorsal del renacuajo, del tejido embrionario del cerdo, de las
hojas germinales del pollo, de diversos huevos animales. A los
dos principios de la teoría celular antes enunciados vino a unirse otro, mucho más general: la célula es el elemento constitutivo de todo cuerpo viviente, sea éste vegetal o animal. Por lo
demás, el modo de concebir Schwann la citogénesis fue el de
Schleiden: las células se forman en el seno de un primitivo blastema indiferenciado —«protoplasma», propuso llamarle Purkinje— en torno al núcleo, que sería el primer elemento forme
en la masa amorfa de ese blastema. Lo diferenciado procedería
de lo indiferenciado (generatio aequivoca).
Dos instancias se conjugaron, pues, en el origen histórico
de la teoría celular, una técnica, la relativa perfección del microscopio entre 1830 y 1840, otra intelectual, el pensamiento
genético, la preocupación por entender las cosas sabiendo cómo
se han formado; y como ambas actuaban en toda la Europa
culta, sobre todo en el ámbito germánico de ella, no puede
extrañar que los hallazgos y las ideas de otros investigadores se
hallasen muy próximos a la común hazaña de Schleiden y
Schwann. Entre ellos, Joh. Müller y Purkinje. Aquél descubrió
una estructura celular en la notocorda de los peces mixinoides
antes de que su discípulo Schwann publicase el libro mencionado. Por su parte, Joh. Evang. Purkinje (1787-1869), profesor en
Breslau y en Praga, descubrió el núcleo de la vesícula germinativa de las aves y los de las formaciones glandulares de la mucosa gástrica. Purkinje vio núcleos celulares y les llamó «granulos» (Körnchen), pero no supo elevar su hallazgo a la condición de principio biológico. Supuso que el cuerpo de los animales superiores se halla constituido por tres elementos, el «enquima», líquido espeso derivado del «protoplasma» originario,
los «granulos» y las «fibras». En páginas ulteriores serán recordados otros descubrimientos técnicos, morfológicos y fisiológicos de este gran investigador y maestro.
La teoría celular —aparte su indeclinable puesto fundamental en todo el saber biológico— dio origen a dos disciplinas
morfológicas, íntimamente conexas entre sí: la citología o estudio de la célula en sí misma considerada, y la histología —nombre que Aug. Fr. J. Κ. Mayer (1787-1865) había dado en 1819
a la «anatomía general» de Bichat— o ciencia de la estructura
celular de los tejidos. Estudiemos sumariamente su historia a lo
largo del siglo xix.
2. Con dos problemas principales tuvo que enfrentarse, a su
Evolucionismo, positivismo, eclecticismo 429
vez, la naciente citología: uno estructural, el conocimiento progresivo de lo que en sí misma es la célula adulta; otro genético, la revisión de la doctrina que acerca del origen de las células comúnmente habían formulado Schleiden y Schwann. Desde
un punto de vista cronológico, este segundo problema es el que
más tempranamente va a ofrecer novedades importantes.
¿Cómo se forman las células? En lo tocante a las ya constituidas, R. Remak (1815-1865) demostró en 1852 que pueden
multiplicarse por división interna. Omnis cellula in cellula, escribió entonces. Todavía antes, ciertos trabajos de J. Goodsir
(1814-1887) habían suscitado reservas acerca de la citogénesis
por generatio aequivoca. Pero el verdadero fundador de la doctrina de la generatio univoca de las células fue Rudolph Virchow (1821-1902), una de las máximas figuras de la biología
y la patología modernas.
Nació Virchow en Schievelbein (Pomerania) y estudió en Berlín,
donde fue discípulo de Joh. Müller. En 1847 fundó el Archiv für pathologische Anatomie, Physiologie und klinische Medizin (habitualmente llamado Virchows Archiv), del que hasta la muerte de su
fundador habían de aparecer 170 volúmenes. Por su valentía y claridad, le hizo famoso un informe médico-social acerca de la epidemia de tifus en la zona industrial de la Alta Silesia (1848).
Fue profesor en Wurzburgo, y a partir de 1856 en Berlín. Desde entonces hasta su muerte, la actividad científica y sanitaria de Virchow
fue literalmente pasmosa. Un solo dato; cuando en 1899 fue creado el
Museo de Patología que lleva su nombre, pasaron a él no menos de
23.000 preparaciones micrográficas, todas montadas y catalogadas po,r
su propia mano. Entre tantas publicaciones suyas, acaso Die Cellutarpathologie (1858) y Die krankhaften Geschwülste (1863-1867) sean las
más relevantes. Dos lunares en su vida: su incomprensiva actitud
frente a Koch y su ceguera para el darwinismo.
El principio omnis cellula e cellula («toda célula procede de
otra célula») vino a la mente de Virchow como resultado de
tres series de observaciones: 1.a
En la cicatrización las heridas
de la córnea, estructura anatómica desprovista de vasos, las
células neoformadas no pueden proceder de un «exudado plástico» informe de origen hemático, como entonces afirmaba la
anatomía patológica de Rokitansky y todos admitían; luego esas
células habían de tener a otras células como progenitoras. 2.a
Un
estudio a fondo de la histogenesis de los tejidos conjuntivo y
cartilaginoso. 3.a
Un examen metódico de la anómala proliferación de las células cancerosas. Tras el omne vivum ex vivo, de
Redi y Spallanzani, se impuso el omnis cellula e cellula, de Virchow.
Virchow, por otra parte, trasladó sin reservas a la biología
de los organismos pluricelulares el individualismo sociopolítico
430 Historia de la medicina
de la época. La célula no es sólo el elemento morfológico del
organismo, es también su elemento fisiológico; donde Bichat
decía tissu, Virchow dice Zelle. En consecuencia, «el llamado
individuo» —no cabe más significativa expresión— vendría a ser
una Zell-republik, una república de células. Veremos cómo este
pensamiento se hace doctrina nosológica en la «patología celular»
virchowiana.
Algo faltaba, sin embargo, para que la concepción celular
de la morfología biológica lograse total vigencia; por lo menos,
en lo tocante a los animales superiores. En efecto: todavía en
1885 se pensaba que el tejido nervioso es desde el embrión
una red continua o sincitial, bien por continuidad dendrítica
(continuismo de J. von Gerlach, 1820-1896), bien por continuidad cilindroaxil (continuismo de C. Golgi, 1844-1926). His y
Forel insinuaron en 1887 la hipótesis de la libre terminación de
las fibras nerviosas; pero la definitiva ruptura con la idea de la
continuidad morfológica del tejido nervioso fue obra insigne de
Santiago Ramón y Ca.ïal (1852-1934). Como resultado de una
serie de hallazgos micrográficos en el cerebelo y en la retina
(«cestas terminales», «fibras trepadoras», etc.), Cajal formuló
su «ley del contacto pericelular», según la cual las células del
sistema nervioso no se relacionan entre sí por continuidad, sino
por mera contigüidad (1888-1889), y estableció así la. doctrina
de la neurona; afortunado nombre debido poco después a la
minerva de W. Waldeyer.
Ramón y Cajal nació en Pétilla de Aragón (Navarra), cursó sus
estudios médicos en Zaragoza, fue médico militar en Cuba y catedrático en Valencia, Barcelona y Madrid. En una primera etapa, cultivó
como autodidacta diversos temas micrográficos. A continuación (1888-
1903) se consagró a explorar el sistema nervioso mediante el método
cromo-argéntico de Golgi, que había aprendido de L. Simarro (1851-
1921). En una tercera etapa (1903-1912), estudió la textura fina del
tejido nervioso mediante una técnica original, el nitrato de plata
reducido. Más tarde (1912-1934), inventa nuevos métodos micrográficos, publica sus investigaciones sobre la degeneración y la regeneración
de dicho sistema y prosigue tareas anteriormente iniciadas. Por su
obra personal, por la escuela que en torno a sí supo crear (P. Ramón
y Cajal, D. Sánchez, N. Achúcarro, J. Fr. Tello, P. del Río-Hortega,
F. de Castro, R. Lorente de No, etc.) y por su influencia indirecta
sobre la vida científica de su país, la deuda de los españoles con
Ramón y Cajal es literalmente impagable.
Contra la validez universal del principio omnls cellula e
cellula se levantó Haeckel, a quien su radical evolucionismo
puso en el trance de imaginar la existencia de formaciones no
celulares («móneras», «citodos», el «batibio»), intermedias entre
la materia inorgánica y la viviente; de ellas procederían los
Evolucionismo, positivismo, eclecticismo 431
organismos monocelulares (amibas, infusorios, etc.). Sin mengua
de la plena verdad del principio virchowiano en el caso de las
células propiamente dichas, es preciso reconocer que los actuales estudios biogenéticos confirman de algún modo estas imaginativas especulaciones del zoólogo de Jena: en las células que
por vez primera se formaran sobre el planeta no pudo regir,
como es obvio, el omnis cellula e cellula.
A la vez que iba constituyéndose la doctrina de la generado
univoca de las células, progresaba sin cesar el conocimiento de
la textura interna de éstas. ¿Cómo está en sí misma constituida,
qué es una célula? Desde la formulación de la teoría celular,
muchedumbre de investigadores, sobre todo alemanes, irán dando
la respuesta. Dos fueron las vías principales de ésta: 1.a
El
descubrimiento de células distintas entre sí desde un punto de
vista a la vez morfológico y funcional, y el hallazgo de las notables peculiaridades que la forma de algunas puede presentar:
células epiteliales (J. Henle, A. von Kölliker, 1817-1905), células conjuntivas y óseas (Virchow, Ranvier), leucocitos (Virchow
y, sobre todo, P. Ehrlich, 1852-1915), células nerviosas (Chr. G.
Ehrenberg, 1795-1876; O. F. C. Deiters, 1834-1863), pormenores
morfológicos de éstas (vainas de Schwann, fibras amielínicas de
Remak, etc.). 2.a
La metódica y cada vez más fina investigación
de la estructura del núcleo y del citoblastema o citoplasma (o
«protoplasma», después de que el botánico H. von Mohl diera
esta nueva acepción al término ideado por Purkinje).
Concebido inicialmente el citoplasma como una masa homogénea
y viscosa, con granulos y vacuolas en suspensión (M. Schultze, 1825-
1874), el progreso de la técnica micrográfica hizo descubrir su estructura, interpretada de un modo «reticular» (K. Frommann, 1831-1892),
«filar» (el mitoma y el paramitoma de W. Flemming, 1843-1905),
«granular» (R. Altmann, 1852-1901) o «alveolar» (O. Bütschli 1848-
1920). C. Golgi descubrió en 1898 el «aparato reticular» que lleva su
nombre; E. van Beneden (1846-1910), el centrosoma; Altmann y
K. Benda, las mitocondrias (1897); O. Hertwig y Garnier, el retículo
endoplasmático (1897).
Kölliker veía en el núcleo un corpúsculo vesicular, integrado por
una membrana limitante y un contenido blando, con nucléolos en
suspensión (1850). Poco más tarde, Frommann y otros autores, especialmente Flemming, sentaron las bases de la concepción fibrilar del
núcleo (cromatina y acromatina, ésta llamada luego linina por
F. Schwarz). Flemming, por su parte, describió el «nucléolo principal»
o «verdadero». El papel del núcleo en la reproducción celular, concebido inicialmente como simple división (Remak), ganó decisiva importancia con el progresivo descubrimiento del proceso de la carioquínesis o mitosis (Hermann Fol, 1873, y luego Flemming, O. Hertwig,
1849-1915, E. Strassburger, 1844-1912, van Beneden y Th. Boveri,
1862-1915). Omnis nucleus e núcleo, escribió Flemming, dando mayor
precisión citológica al gran principio citogenétiço de Virchow.
432 Historia de la medicina
¿Qué es, pues, una célula? Morfológicamente, «un grumito
de protoplasma en cuyo seno hay un núcleo», sentenciará Schultze (1861), acabando para siempre con la idea de la célula como
«celdilla», todavía vigente en Schwann, y atribuyendo a la existencia de membrana un papel secundario. Ahora bien: la célula
¿es por sí misma la unidad fisiológica y vital que en ella vieron
los creadores de la teoría celular, sobre todo Virchow? ¿Es el
organismo de los animales superiores, en consecuencia, sólo una
«república celular»? Frente a esta visión de la vida de las células, tan extremadamente individualista, K. Heitzmann y A. Räuber comenzaron a afirmar la subordinación funcional de cada
una de ellas al «todo» del organismo. Más aún: no pocos autores eminentes se atrevieron a negar la elementalidad vital de la
célula y a sostener la existencia de formaciones vivientes más
sencillas que ésta («partículas elementales» de Brücke, «gémulas»
de Darwin, «plastidios» de Eisberg y Haeckel, «pangenes» de
H. de Vries, «bióforos» de Weismann, «granulos» de Altmann,
etcétera).
B. La «.anatomía general» de Bichat y su equivalente, la
«histología» de Mayer, adquieren definitivamente contenido y
orientación celulares en dos libros importantes, la Allgemeine
Anatomie, de Herde (1841), y el Lehrbuch der Gewebelehre, de
Kölliker (1852). El tissu bichatiano (Gewebe, en alemán) será
desde entonces un conjunto de células de la misma especie, y
la histología (histos, tejido), la ciencia que estudia —ya entendidos así— los distintos tejidos o sistemas celulares del organismo.
No obstante, todavía habrán de pasar varios lustros para que
esta nueva disciplina, y con ella la citología, adquieran existencia autónoma (Terrada y López Pinero). Dos libros de O. Hertwig, Zelle und Gewebe (1893) y Allgemeine Biologie (1906) son
decisivos a este respecto.
Tanto la constitución de la citología como el desarrollo de la histología fueron posibles gracias al progreso de la técnica micrográfica:
microscopios apocromáticos y de inmersión (Abbe, Zeiss), microfotografía (Moitessier, Neuhaus), ultramicroscopio (Siedentopf y Zsigmondy), microtomo (Purkinje y su discípulo G. G. Valentín, 1838;
W. His, 1866), coloraciones mediante el carmín (Gerlach, 1847), la
hematoxilina (Böhmer, 1865), las anilinas (Ehrlich, 1860-1870), el bicromato argéntico (Golgi, 1883), el nitrato de plata (Cajal, 1903), etc.
El tejido epitelial fue principalmente estudiado por Henle, Kölliker
y E. Rindfleisch (1836-1908); el tejido conjuntivo, por Virchow y Ranvier; la sangre, cuyo examen microscópico ya había comenzado en los
siglos xvii y xviii, fue metódicamente explorada por K. Vierordt y
H. Welcker (recuento y tamaño de los hematíes, 1852 y 1858), Ehrlich, el gran clásico de la serie blanca (1879-1891), y los sucesivos descriptores de las plaquetas (A. Donné, 1842; G. Hayem, 1872; G. Biz-
Evolucionismo, positivismo, eclecticismo 433
zozero, 1882); los nombres de Amici, Bowman, Hensen, Deiters, Krause y Th. W. Engelmann jalonan el sucesivo conocimiento del tejido
muscular; pero acaso sea el tejido nervioso el máximo tema de la investigación histológica durante la segunda mitad del siglo xix y los
primeros lustros del siglo xx: neuroglia (Virchow, 1854), terminaciones de los nervios motores (Kühne, 1862), expansiones protoplasmáticas y cilindroaxil de la célula nerviosa (Deiters, 1865), células piramidales (Betz, 1874), etc. Sobre los distintos modos de entender la
organización del sistema ' nervioso (Gerlach, Golgi, Cajal), recuérdese
lo dicho.
Los tejidos, en fin, fueron metódicamente clasificados con arreglo
a tres criterios distintos: el morfológico (Virchow, Cajal), el funcional
(Fr. von Leydig, 1821-1908) y el histogenético (W. His).
He aquí, en resumen, la concepción de la estequiología biológica que imperaba en torno a 1900. Los elementos cosmológicos primarios son ahora los átomos químicamente distintos
entre sí que integran la tabla de Mendeleieff, combinados unos
con otros en forma de moléculas. La reunión de ciertas clases
de moléculas da lugar a los «principios inmediatos» (sustancias
minerales del organismo, hidratos de carbono, grasas, albuminoides, etc.). El inglés W. Prout fue acaso el iniciador de esta
noción estequiológica. Los elementos biológicos propiamente dichos serían, pese a las reservas antes consignadas, las células.
Formados por las células que en cada uno de ellos son peculiares,
los tejidos constituyen la realidad intermedia entre la estequiología y la anatomía descriptiva macroscópica. No será inoportuno recordar que en las primeras ediciones de sus Elementos
de Histología normal Cajal llamaba «estequiología» al estudio de los principios inmediatos, y «elementología» al de la
célula.
Capitulo 3
U ANTROPOGENIA
La antropogenia o conocimiento científico de la génesis del
hombre, en tanto que realidad natural y cósmica, comprende dos
disciplinas distintas entre sí y entre sí complementarias: la filogenia o filogenética, estudio de la génesis de la especie, y la
ontogenia, ontogenética o embriología, estudio de la genesis del
individuo. Veamos sumariamente cómo una y otra se configuran
a
lo largo del siglo xix.
434 Historia de la medicina
A. El fixismo y el creacionismo, entendido este último como
especial creación ex nihilo de cada una de las especies vivientes,
perduran en la primera mitad del siglo xix; baste recordar a
Cuvier. Pero el vigoroso y al fin dominante pensamiento evolucionista —puramente especulativo entre los Naturphilosophen,
más científico en Lamarck, resueltamente científico-positivo en
Darwin— pronto condujo a entender la aparición de la especie
humana como la consecuencia de una transformación morfo·
lógico-funcional de especies animales anteriores a ella; léase lo
dicho al exponer la anatomía comparada de orientación evolucionista. En consecuencia, desde este punto de vista serán interpretadas las peculiaridades de los restos óseos prehistóricos,
cuyo hallazgo es cada vez más frecuente desde que J. Boucher
de Perthes (1788-1868) fundó la paleontología humana. Los descubrimientos anteriores al libro de Huxley antes mencionado
(cráneo de Neanderthal, 1856) y los posteriores a él (restos de
Spy, 1886, y de Krapina, 1889, calavera y fémur de Java, 1891,
mandíbula de Heidelberg, 1907, colecciones de Le Moustier, 1908,
La Chapelle-aux-Saints, 1909, y Sussex, 1912) darían a conocer
otros tantos eslabones intermedios entre los monos antropoides
y el hombre actual. El nombre con que fue bautizado el lejano
ser viviente de que eran testimonio los huesos descubiertos en
Java, Pithecanthropus erectus, es el signo más evidente de esta
visión evolucionista de la antropogénesis. En suma: «toda» la
realidad del hombre sería el resultado de una evolución zoológica; tesis frente a la cual habían de reaccionar enérgicamente
—pero sin discernir casi nunca entre la «evolución biológica» y
la «antropogénesis»— las diversas confesiones cristianas.
B. Tras el gran auge de la embriología preformacionista
durante la centuria 1650-1750, la Theoria genet-adonis de Wolff
(1759) volvió a poner sobre el pavés, apoyada ahora sobre datos
microscópicos, la embriología epigenética de Harvey. A partir
de ese libro va a edificarse el saber embriológico actual; pero,
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