como veremos, no sin que éste asuma de modo nuevo algunas
de las ideas centrales del preformacionismo.
La historia del saber embriológico entre los años finales del
siglo xvm y la Primera Guerra Mundial puede ser dividida en
dos etapas'de extensión desigual, una anterior y otra posterior
a la teoría celular.
1. Con anterioridad a la formulación de la teoría celular,
dos grandes novedades presenta la historia de la embriología,
una de carácter más empírico, el descubrimiento de las «hojas
germinativas», obra de H. Chr. Pander (1794-1865) y Κ. Ε. von
Baer (1792-1876), y otra más especulativa, la doctrina del «paralelismo» entre las distintas formas ascendentes de la escala ani·
Evolucionismo, positivismo, eclecticismo 435
mal y las sucesivas configuraciones del embrión en la ontogénesis
de los animales superiores, idea que afirmaron, entre otros, Joh.
Fr. Meckel y E. R. A. Serres (1787-1868).
Una «hoja embrionaria» sería para Wolff la forma más tempranamente visible en la masa informe del embrión. Por su parte, Goethe
afirma que la hoja es la «protoforma» ideal de la planta, y en consecuencia de la vida vegetativa. Poco más tarde (1817), Pander observará
que en el embrión de pollo se diferencian dos láminas, una superior o
«serosa» y otra inferior o «mucosa»; y acaso bajo la influencia de
Wolff y Goethe, les dio el nombre de «hojas germinativas». Von
Baer, el sabio más importante entre los fundadores de la embriología
actual —descubrimiento del óvulo de los mamíferos y de la notocorda
de los vertebrados, concepción «embrional» de la tesis del paralelismo
de Meckel y Serres, etc.—, perfeccionó considerablemente la incipiente doctrina de Pander. La hoja germinal superior sería «animal», y la
inferior «vegetativa»; la primera se dividiría luego en dos capas, una
cutánea y otra muscular, y la segunda en otras dos, serosa y mucosa,
respectivamente (1827). Ya formulada la teoría celular, Remak hará
ver (1847) que son tres las hojas germinativas primarias, el «ectodermo», el «entodermo» y el «mesodermo». En su desarrollo, el embrión de los mamíferos va adoptando formas que reproducen las de
las clases animales inferiores a ellos en la escala zoológica. ¿Cómo
explicar esto? Dos fueron las líneas iniciales de la respuesta, la de
Meckel y Serres y la de von Baer. Aquélla tenía como base la concepción —más especulativa en Oken, más positiva en Geoffroy SaintHilaire— del reino animal como un «animal único», realizado de
modo cada vez más completo a medida que el puesto de la especie de
que se trate asciende en la escala zoológica. El desarrollo embrionario
iría reproduciendo «paralelamente» los grados del ascenso morfológico
de la organización. Según esto, un ave sería la detención que en el
nivel «aviario» de la animalidad experimenta la gradual configuración
•7-embrionaria en el individuo, taxonómica en la biosfera— del hipotético «animal único». Frente a Meckel y Serres, von Baer sostiene que
la analogía antes mencionada se refiere a las formas embrionarias, no
a las formas adultas: el embrión del mamífero se parece en un determinado momento al embrión del pez, no al pez mismo. En su desarrollo embrionario, el individuo animal ostentaría sucesivamente los
caracteres del tipo, la clase, el orden, la familia, el género y la especie. Así quedaron las cosas hasta la aparición de la «ley biogenética
fundamental» de Fritz Müller y Haeckel.
2. La teoría celular —en cuya creación, como vimos, tan
decisivo fue el estudio de la embriogénesis— condujo muy pronto
a
entender celularmente la doctrina de las hojas germinales y
dio fundamento ineludible al espléndido progreso del saber
embriológico a partir de la década 1840-1850. Varios campos
Pueden ser deslindados en él.
a) Concepción celular de la fecundación. A partir de
1841, Kölliker, La Valette St. George y otros demostraron la
436 Historia de la medicina
condición celular del óvulo y el espermatozoide; a Kölliker se
debe también la definitiva demostración del papel fecundante
de este último. Poco más tarde, O, Hertwig establecía definitivamente que la fecundación stricto sensu consiste en la fusión
de la cabeza del espermatozoide con el núcleo del óvulo (1875),
y van Beneden descubría el apareamiento de los cromosomas
masculinos y femeninos y la constancia específica de su número. A la luz de la teoría celular fue asimismo interpretado el
proceso de la división del óvulo fecundado, frente a la primitiva
idea de la generatio aequivoca; el virchowiano omnis cellula e
cellula fue, en lo tocante a las primeras etapas de la embriogénesis, la coronación de las observaciones parciales de Th. L. W.
Bischoff (1807-1882), K. Reichert (1811-1884), Κ. Bergmann
(1814-1865), Kölliker, Fr. von Leydig y Remak.
b) Observación de hechos nuevos: arcos branquiales de las
aves y los mamíferos (M. H. Rathke, 1797-1860); embriogénesis
del ojo y el oído (Ε. Huschke, 1797-1858), del aparato genital
(Joh. Müller), del riñon y los nervios espinales (Fr. M. Balfour,
1851-1882), de la médula espinal, los órganos urogenitales, el
bazo y el páncreas y la cabeza (K. W. Kupffer, 1829-1902), de
las cavidades serosas (W. His); histogenesis de los diversos tejidos (Kölliker, R. y O. Hertwig); bioquímica de la fecundación
(Fr. Lillie, 1912), etc.
c) Ordenación de los hechos conocidos en interpretaciones
nuevas. La embriología comparada evolucionista pareció adquirir definitiva forma canónica e incontestable validez general
cuando Huxley y Al. Kowalewski (1840-1901) demostraron la
universalidad de las hojas germinativas en la ontogénesis de
los metazoos, y cuando a continuación Haeckel y E. R. Lankester (1847-1929), aquél, sobre todo, establecieron la pauta común del desarrollo ontogenético y de la evolución filogenética
—«mórula», «blástula», «gástrula»— y la concepción de la «gastrea» como forma a un tiempo evolutiva y arquetípica. El «paralelismo» de Meckel y Serres y la «especificación gradual» de von
Baer fueron desplazados por la «recapitulación» de la ley biogenética fundamental de Fritz Müller y Haeckel. Contra lo que la
doctrina del paralelismo había afirmado, no se trata de que un
ideal «animal único» vaya adoptando formas gradualmente más
completas, sino de que unas especies dan lugar por selección natural a otras distintas (filogenia) y de que el desarrollo embriológico de cada individuo recapitula morfológicamente este pasado de su especie (ontogenia). La embriogénesis del hombre no
sería una excepción a tan general regla biológica.
Pero las hojas germinativas, ¿tienen en realidad el rígido destino
embriológico que la ley biogenética fundamental y la teoría de la
Evolucionismo, positivismo, eclecticismo 437
gastrea explícita o implícitamente les atribuyen? Apoyados sobre los
datos que ofrece la histogenesis comparada —según las especies, una
misma hoja germinativa puede dar origen a tejidos diferentes—,
Kölliker y los hermanos Hertwig se atrevieron a negarlo. La embriología teorética de comienzos del siglo xx tuvo como nervio esta polémica, y como ineludible consecuencia los subsiguientes intentos de
conciliación entre los dos puntos de vista que la determinaban, el
filogenético y el histogenético.
d) Invención de nuevos métodos de investigación y repercusión teorética de ellos. No contando los incipientes ensayos
de Geoffroy Saint-Hilaire para la producción artificial de monstruos, la introducción del método experimental en embriología
—y la creación de una disciplina científica sobre él basada, la
Entwicklungsmechanik o «mecánica del desarrollo»— fue obra
eminente de W. Roux (1850-1924). A la pura observación se unió
la experimentación, la planeada intervención operativa en el proceso ontogenético, y el análisis causal de los hechos observados
comenzó a tomar carta de naturaleza en la investigación embriológica.
El rápido y brillante crecimiento de la «mecánica del desarrollo»
volvió a plantear, ahora bajo forma nueva, la polémica entre el preformacionismo y la epigénesis: polémica ya implícitamente iniciada
cuando el principio omnis cellula e cellula rompió con la tesis del
blastema originario e indiferenciado. Si se destruye la mitad de un
huevo de rana en curso de segmentación, la mitad restante da origen
a medio embrión (Roux). Únanse a este hecho la doctrina del «plasma germinal» de A. Weismann (1834-1914), la demostración de la
autonomía genética de los cromosomas (Boveri) y el ulterior diseño de
«mapas cromosómicos» (Morgan y su escuela). Todo ello, ¿no supone
una reafirmación, aunque mucho menos ingenua y pintoresca, del preformacionismo de Vallisnieri y Bonnet? Poco más tarde, Hans Driesch
(1867-1941) encontraba que un huevo de erizo de mar medialmente
seccionado no engendra dos medios erizos, sino dos erizos completos
y más pequeños; lo cual, además de afirmar la multivalencia genética
de las diversas partes del embrión y dar así forma nueva a lá vieja
doctrina de la epigénesis, llevó a Driesch a elaborar una nueva, pero
poco consistente biología vitalista (concepción de la «fuerza 'vital»
como «potencia prospectiva» y «entelequia»). ¿Habría «huevos en
mosaico», más predeterminantes, y «huevos regulativos», más epigenéticos? Juntos entre sí, la investigación experimental (Spemann y su
escuela) y el pensamiento biológico (relación entre estructura y función) darán un nuevo sesgo a la solución de este problema, ya pasada
'a época que ahora estudiamos.
C. Una nueva disciplina biológica, la genética —recuérdese
lo dicho en la sección precedente^- tenderá un precioso puente
entre la embriología y la filogenia. La genética, en efecto, enseña
cómo se constituyen y cómo se transmiten los caracteres heredi-
438 Historia de la medicina
tarios; y así, a la vez que las peculiaridades de la embriogénesis
individual son puestas en relación comprensible con las peculiaridades de la estirpe, surge científicamente el problema de la
génesis de las notas hereditarias, no tocantes ya a la estirpe
familiar, sino al phylum en cuya virtud queda constituida una
especie biológica.
Tres etapas pueden ser distinguidas en la historia de la genética
actual, hasta los años de la Primera Guerra Mundial. En la primera,
se acopian observaciones y se las somete a un incipiente estudio estadístico (Galton). En la segunda, bajo la influencia de la citología
y del evolucionismo, surgen y disputan entre sí las primeras explicaciones científicas de los fenómenos hereditarios: polémica en torno a
la transmisibilidad o no transmisibilidad de los caracteres adquiridos;
neolamarckismo de Spencer; neodarwinismo de Weismann, y en su
base la célebre distinción entre el «plasma germinal» y el «plasma
somático»; papel genético de los cromosomas (van Beneden, Boveri);
conceptos de «gen», «genotipo» y «fenotipo» (Johannsen). La tercera
etapa, en fin, se halla presidida por dos nombres, Gregor Mendel (herencia mendeliana) y Hugo de Vries (variaciones hereditarias discontinuas o «mutaciones»). Con los trabajos realizados por Morgan y su
escuela llega a su ápice la tercera etapa de la genética moderna y se
inicia lo que en la historia de esta disciplina ya es, más que historia,
presente vivo.
Capítulo 4
LA FISIOLOGÍA
Con Haller y Spallanzani, la fisiología comienza a perfilarse
como disciplina autónoma; pero sólo a lo largo del siglo xix
alcanzará su mayoría de edad y se constituirá, tras el gran desarrollo de la anatomía, en la segunda «ciencia básica» de la medicina. Veamos cómo acontece esto, examinando el problema del
saber fisiológico, los conceptos generales y fundamentales de
éste y —del modo más sumario— el espléndido crecimiento de
los diversos capítulos que integran la fisiología especial.
A. Objeto propio del saber fisiológico es el conocimiento
científico de los movimientos y las funciones del cuerpo humano;
nadie deja de verlo así en torno a 1800. Ahora bien: ¿en qué
debe consistir ese conocimiento, si en verdad quiere ser científico?; ¿cuáles deben ser sus métodos? Ante estas preguntas, las
actitudes discrepan.
Evolucionismo, positivismo, eclecticismo 439
1. En lo que atañe a la primera, al modo de hacer científico
el conocimiento de las funciones orgánicas, es preciso distinguir
dos etapas, que —sin tornar la fecha como ún límite tajante—
podemos considerar separadas por el año 1850.
a) Casi todos los fisiólogos confiesan el vitalismo entre 1800
y 1850; sólo muy pocos siguen fieles al mecanicismo dieciochesco
de Holbach y Lamettrie. Pero en la configuración de este vitalismo tardío es necesario deslindar dos modos muy diferentes
entre sí, el tradicional y el romántico.
Estudiada en sus propiedades mediante los recursos metódicos
de una fisiología experimental cada vez más segura de sí misma,
la hipotética idea de un «principio vital» o «fuerza vital» perdura
en la mente del investigador. Que tales recursos metódicos se
hallen orientados por las reglas del sensualismo y no rebasen,
por tanto, los límites de la observación y el ensayo in vitro, como
en el caso de Bichat, o que apelen también al experimento vivisectivo, como en tantos otros fisiólogos —Magendie en Francia,
Ch. Bell y Marshall Hall en el Reino Unido, el Joh. Müller de la
década 1830-1840 en Alemania— no deja de ser cuestión secundaria, al menos desde el punto de vista de la interpretación teorética de los hechos conocidos. Procedieran éstos de la observación, del mero ensayo experimental o de la experimentación propiamente dicha, sólo adquirían sentido científico para el fisiólogo
mediante su referencia a la virtualidad operativa de la «fuerza
vital».
Muy otra es la actitud romántica. Desde las primeras publicaciones de Blumenbach, Reil y Kielmeyer —cronológicamente:
a partir, más o menos, de 1800—, el vitalismo alemán del siglo xvm será asumido por una mentalidad cosmológico-filosófica
que, sin negarlo, intenta su incardinación dentro de un pensamiento más amplio y ambicioso que él: la Naturphilosophie del
Romanticismo germánico. La enorme sugestión intelectual ejercida entre los jóvenes alemanes por las lecciones y los libros
del· filósofo Fr. W. Schelling (Jena y Leipzig, 1797-1799) será el
estímulo y el nervio de este curioso movimiento filosófico y médico, tan estrictamente limitado en el espacio, el territorio comprendido entre el Rhin, el Oder y los Alpes, y en el tiempo, la
primera mitad del siglo xix, con un ápice en torno al año 1815.
Uniendo a la doctrina de Schelling la de sus secuaces, los NaturPhilosophen de 1800-1850, el ideario común de dicho movimiento puede ser esquemáticamente reducido a las siguientes tesis: 1. La identidad
de todo lo real. «La naturaleza es espíritu visible, el espíritu es
naturaleza invisible» (Schelling). Por tanto, sólo podemos conocer la
realidad desvelando en nuestro espíritu las ideas ocultas y activas
dentro de la apariencia sensible de las cosas. 2. Todo lo real constituye una totalidad viviente, un magno organismo. Como enseñó Para-
440 Historia de la medicina
celso, al cual redescubren y valoran de nuevo los Naturphilosophen,
todo en el universo vive, aunque los grados de la vida sean diferentes,
y todo se correlaciona de un modo orgánico. 3. La actividad básica y
general del universo, por tanto del organismo universal, es la evolución; proceso en el cual la vida humana, espíritu que conoce la naturaleza y naturaleza que se conoce a sí misma, sería por el momento
el término supremo. Los cinco modos de la «fuerza vital» que Kielmeyer acaba de describir (propulsión, secreción, reproducción, irritabilidad, sensibilidad), son ahora otras tantas etapas (mecánica, térmica
y eléctrica, química, vegetal, animal) en la evolución ascendente de
la vida universal. 4. El curso de este ingente proceso evolutivo muestra una estructura dinámica de carácter polar: la electricidad, el
sexo, la motilidad muscular, el ritmo efemeral (con su polo solar o
diurno y su polo nocturno o telúrico: Kieser), todo en la naturaleza
sería oposición polar y oscilación rítmica. 5. Sin dejar de ser «natural»,
el hombre es una transfiguración —acaso no definitiva— de la naturaleza; ésta asciende «de la piedra al cristal, del cristal a los metales,
de éstos al reino vegetal, de la planta al animal y de ahí al hombre...;
pero éste constituye, a su vez, el comienzo de la cadena de un linaje
más alto de criaturas», había escrito el prerromántico Herder.
b) Uno y otro modo del vitalismo, el tradicional y el romántico, comienzan a perder su vigencia en la década de 1840 a
1850. Poco más tarde, la mentalidad científico-natural y la definitiva adopción del experimento propiamente dicho serán en todos los países regla general de la investigación fisiológica. Ahora
bien: ¿de qué modo llega a ser verdadera ciencia el conocimiento de los hechos experimentales?; ¿cómo la interpretación científica —la referencia racional de esos hechos a la realidad, la intelección de lo que en el ser vivo se ve según lo que el ser vivo realmente es— va a ser practicada a partir de tan decisiva década?
Más o menos solapadas entre sí, tres son ahora las actitudes sucesivas ante ese problema.
Hay fisiólogos que niegan abiertamente la existencia de una
«fuerza vital» y que de modo sistemático aplican al conocimiento
de las funciones orgánicas —técnicamente modificados, claro está,
por la peculiaridad material del objeto de estudio, el organismo
vivo— los métodos analíticos y experimentales propios de la física y la química; pero al fin, puestos por la realidad misma ante
un determinado fenómeno que ellos estiman crucial, se sienten intelectualmente obligados a admitir la existencia de un principio
supramecánico en la constitución real del ser viviente. Tal fue el
caso de CI. Bernard ante el problema fisiológico de la morfogénesis embrionaria, cuyo gobierno refiere a una idée directrice capaz de regir lo que ella, no siendo «fuerza» propiamente dicha,
no puede por sí misma producir. La idée directrice —escribe el
gran fisiólogo— «dirige fenómenos que ella no produce, al paso
que las fuerzas físico-químicas producen fenómenos que ellas no
Evolucionismo, positivismo, eclecticismo 441
dirigen». Análogo sentido poseía el «nuevo vitalismo» que Virchow proclamó. A su modo, el biólogo procura tender un puente
conceptual entre la ciencia y la filosofía.
Distinta es la actitud de los fisiólogos que podríamos llamar
«agnósticos de la biología»; no en cuanto a los métodos de trabajo, que en su caso son también los de la física y la química, en
tanto que ciencias paradigmáticas para la investigación de la naturaleza, sino en cuanto a la posibilidad de conocer racionalmente lo que en sí mismo es el peculiar modo de la realidad —la
vida— a que pertenecen los hechos y las leyes que ellos con su
ciencia descubren. Tal es el sentido del célebre Ignorabimus
—«ignoraremos siempre»— de Du Bois-Reymond, a quien puede
considerarse principal representante de esta postura ante las posibilidades del saber biológico.
Más radicales que aquéllos y éstos, otros fisiólogos, acaso los
más, adoptan una actitud mental distinta: piensan, en efecto, que
el progreso de la ciencia natural permitirá a ésta explicar satisfactoriamente y por sí misma lo que es la vida, trabajan con ahínco para que esto suceda, cultivando conforme a las reglas de esa
ciencia su particular campo de trabajo, y mientras tanto dejan
que los filósofos especulen como les plazca acerca de lo que las
cosas en sí mismas son. Acaso sea Carl Ludwig el más eminente
y típico representante de esta tercera posición. Fue decisiva para
la génesis de ella, en todo caso, la demostración de que una sustancia orgánica, la urea, puede ser artificialmente obtenida en el
laboratorio (Wöhler, 1828).
La fe en los presupuestos y en las posibilidades de la ciencia natural, entendida ésta según el paradigma físico-químico, sufrirá un
pasajero eclipse a fines del siglo xix. Logró entonces gran resonancia
el ensayo de F. Brunetière «La bancarrota de la ciencia», se afirmó
filosófica y literariamente la primacía y la autonomía de la Vida —así,
con mayúscula— y surgió en biología el «neovitalismo» de Driesch,
cuya «entelequia» no parece diferir mucho, por lo demás, de la idée
directrice de Cl. Bernard. El vendaval neovitalista pasó pronto; pero
el problema de la relación entre la forma y la función —o entre la
estructura y la actividad, si prefiere decirse así— será planteado de
manera inédita después de la Primera Guerra Mundial.
2. Parece pertinente diseñar aquí el cuadro de la fisiología
euroamericana a lo largo del siglo xix. Procedamos para ello por
áreas culturales.
a) Area francesa. Muerto cuando comenzaba ese siglo, Bichat debe ser mencionado en primer término. Nunca sabremos,
sin embargo, lo que su proyectada fisiología vitalista y tisular habría llegado a ser. Sabemos tan sólo que a raíz de la muerte del
autor de la Anatomía general, y durante toda la primera mitad
442 Historia de la medicina
del siglo xix, la fisiología francesa siguió siendo vitalista, pero se
hizo resueltamente vivisectiva. El activísimo y polifacético François Magendie (1783-1855), fisiólogo, farmacólogo y patólogo experimental, «trapero de hechos», como se llamó a sí mismo, es
sin duda alguna la máxima figura del período comprendido entre
Bichat y Cl. Bernard.
Algo anterior a él fueron J. T. C. Legallois (1770-1814) y E. J. Dutrochet, a quien ya conocemos como precursor de la teoría celular; y
algo posteriores M. J. P. Flourens (1794-1867), paladín, como fisiólogo,
del esplritualismo vitalista entonces en boga, J. L. M. Poiseuille
(1799-1869), cuya ley hemodinámica sigue vigente, y Fr. A. Longet
(1811-1871), neurofisiólogo distinguido. Todos, sin embargo, iban a
quedar eclipsados por la persona y la obra de Cl. Bernard, discípulo
de Magendie y sucesor suyo en el Collège de France.
En Claudio Bernard (1813-1878), de quien se dijo «No es un
fisiólogo, es la fisiología misma», tiene una de sus más ilustres figuras la ciencia médica de todos los tiempos; no porque directamente enriqueciese con su investigación el saber diagnóstico o el
terapéutico, sino por la variedad y la importancia de los descubrimientos y los conceptos fisiológicos que a él se deben, y sobre
todo porque su Introducción al estudio de la medicina experimental (1865) constituye a la vez un canon metódico e intelectual del experimento fisiológico y una fecundísima pauta —fecundísima, pero no única— para convertir en saber científico el saber médico. En su lugar propio veremos sumariamente expuesto el contenido de toda esta diversa y genial actividad que llevó
a efecto Cl. Bernard.
Mancebo de farmacia y juvenil aspirante a la gloria literaria,
Cl. Bernard quedó definitivamente orientado hacia la investigación
fisiológica por la influencia de Magendie, de quien fue primero discípulo y luego ayudante. Enseñó en la Sorbona, y luego, como he
dicho, en el Collège de France. El libro antes mencionado fue la feliz
consecuencia del largo reposo a que una enfermedad le obligó y de
la consiguiente posibilidad de reflexionar con calma sobre su propio
quehacer.
A su lado trabajaron P. Bert (1830-1886), J. A. d'Arsonval (1852-
1941), W. Kühne (1837-1900), L. Malassez (1842-1910), N. Gréhant
(1838-1910), A. J. Dastre (1844-1917), A. E. Chauveau (1827-1917),
E. T. Marey (1830-1904) y E. Brown-Séquard (1817-1894), que le sucedió en el Collège de France. Ulteriormente se han distinguido como
fisiólogos P. Morat (1846-1920), Ch. Richet (1850-1935) y E. Gley
(1857-1930).
Pese a la gran importancia de varias de sus figuras, con la
genial de Cl. Bernard en cabeza, la fisiología francesa del siglo XIX
no llegó a ser todo lo que podría haber sido, por dos razones bá-
Evolucionismo, positivismo, eclecticismo 443
sicas: la gran frecuencia con que el fisiólogo era a la vez clínico
y un considerable retraso —ya denunciado por CI. Bernard— en
la erección de Institutos fisiológicos propiamente dichos.
b) Area británica. «La fisiología británica (moderna) nació
en Escocia y creció en Londres», ha escrito Fulton; y se hizo mayor de edad en Cambridge, podría añadirse. En efecto: en Edimburgo enseñaron o aprendieron, tras el dieciochesco R. Whytt, Al.
Walker (1779-1852), A. P. Wilson Philip (1770-1847) y Ch. Bell,
al que ya conocemos como anatomista, Marshall Hall (1790-1875)
y W. Sharpey (1802-1880), el primer «fisiólogo puro» de Inglaterra. Con Bell alcanzó su cima la fisiología escocesa.
Ya en la segunda mitad del siglo xix, el centro de la fisiología del Reino Unido pasa a Londres, Cambridge y Oxford. Marshall Hall, Th. Young (.1773-1829), W. Prout (1785-1850) y W.
Bowman (1816-1892) prepararon el camino. Poco después comienza, bien que tardíamente, la dedicación pura a la investigación fisiológica (W. Sharpey, en el University College, de Londres). Discípulo de Sharpey y luego profesor en Cambridge fue
Michael Foster (1836-1907), centro de la fisiología inglesa entre
1870 y su muerte.
De la escuela de Foster salieron hombres como el embriólogo
Fr. M. Balfour y los fisiólogos W. H. Gaskell (1847-1914), J. N. Langley (1852-1925), Ch. S. Sherrington (1857-1951), Fr. G. Hopkins
(1861-1947) y J. Barcroft (1872-1927), además del neurólogo H. Head,
el farmacólogo H. H. Dale y otros. Sucedió en el University College
a Foster, cuando éste pasó a Cambridge, J. Burdon-Sanderson (1828-
1905), que tuvo como discípulos a Edw. Schäfer (1850-1935),
I. S. Haidane (1860-1936) y W. M. Bayliss (1866-1924). Deben ser
también citados, entre los fisiólogos ingleses de esta época, S. Ringer
(1835-1905), D. Ferrier (1843-1928), H. Henderson (1856-1928) y E. H.
Starling (1866-1927), fraternal compañero de Bayliss. Desaparecidos
entre 1890-1900 los grandes maestros de la fisiología alemana del siglo xix, a Inglaterra pasó entonces, con esta pléyade de nombres
ilustres, el cetro de la investigación fisiológica.
c) Area germánica. Entre 1800 y 1850, el entusiasmo y el talento de los médicos alemanes se lanza en tromba a la aventura
especulativa de la Naturphilosophie. Docenas de nombres podrían ser mencionados entre quienes con mayor o menor talento
la cultivaron. Basten aquí los de Joh. Fr. Blumenbach (1752-
1840), Joh. Chr. Reil (1759-1813), C. Fr. Kielmeyer (1765-1844),
I. Döllinger (1770-1841), Κ. G. Cams (1779-1868), D. G. Kieser
(1779-1862) y L. Oken (1779-1851).
Pueden ser distinguidas tres generaciones de Naturphilosophen. Los
nombres integrantes de la primera, nacidos antes de 1770 (Prochaska, Blumenbach, Reil, Kielmeyer), son vitalistas ilustrados a los que
444 Historia de la medicina
en su madurez sedujo la sirena de la especulación idealista. A la segunda generación, la central, pertenecen los coetáneos de Schelling
(Döllinger, Carus, Kieser, Oken, etc., todos ellos nacidos entre 1770
y 1785). Los que nacen con posterioridad a 1785 son ya figuras tardías y epigonales. Con ellos se solapan cronológicamente los médicos
y naturalistas que componen la que más abajo será llamada «generación intermedia»: los sabios que protagonizan el tránsito de la
Naturphilosophie a la Naturwissenschaft, de la ciencia especulativa a
la ciencia mensurativa y experimental.
No todo fue Naturphilosophie en la fisiología germánica, entre 1800 y 1850; y no sólo porque algunos de los secuaces de
aquélla, como Burdach, cultivasen en alguna medida la investigación empírica, también porque hubo médicos y biólogos —algunos con verdadera genialidad, como Purkinje, fisiólogo no menos
importante que morfólogo, o cómo E. H. Weber (1795-1878),
gran adelantado en la introducción del método mensurativo en
biología y en psicología; otros sólo con la decorosa y recortada
puntualidad burguesa de la época que en Alemania llaman Biedermeierzeit— que prefirieron observar a especular. Aparte
Purkinje y Weber, pueden ser recordados Joh. H. F. von Autenrieth (1772-1835); K. A. Rudolphi (1771-1832), maestro de Joh.
Müller; G. R. Treviranus (1776-1837); dos clásicos de la fisiología de la digestión, Fr. Tiedemann (1781-1861) y L. Gmelin
(1788-1853), y R. Wagner (1805-1864), cuyo Handwörterbuch der
Physiologie (1842-1853) es la suma del saber fisiológico de la época. Pero el gran suceso de los años 1830-1850 fue la aparición
del egregio grupo generacional que lleva a cabo la conversión de
la Naturphilosophie en Naturwissenschaft.
He aquí la nómina de los más importantes, entre los sabios que
componen ese grupo: el embriólogo K. E. von Baer, el clínico Joh. L.
Schönlein (1793-1864), los químicos Fr. Wöhler (1800-1882) y J. Liebig
(1803-1873); el anatomista y fisiólogo E. H. Weber (1795-1878); el
filósofo y psicólogo G. Th. Fechner (1801-1887); el fisiólogo y morfólogo Joh. Müller; M. Schieiden, Th. Schwann y J. Henle, a quienes ya
conocemos como fundadores de la teoría celular y la histología;
J. R. Mayer (1814-1878), uno de los grandes creadores de la termodinámica; R. Remak, embriólogo y microscopista; el clínico K. A.
Wunderlich; el fisiólogo C. Ludwig; el neurólogo y psiquiatra W. Griesinger (1817-1868); el histólogo A. Kölliker. Sólo la mención de estos
nombres es suficiente para patentizar la grandeza científica del conjunto.
Los años de aprendizaje de todos (1810-1830) transcurren bajo el
dominio avasallador de la especulación romántica; mas cuando apunta
o se acusa su madurez intelectual (1830-1850), la Naturphilosophie ya
ha entrado en bancarrota, a la vez que en Francia, en Inglaterra y en
Suecia brilla la obra científica de los Ampere, Faraday, Fresnel, GayLussac, Berzelius, Magendie, Laennec y Cuvier. En tal situación, con
Evolucionismo, positivismo, eclecticismo 445
tal experiencia, ¿qué harán ellos? Esto: romper con la Naturphilosophie, desde luego, pero procurando dar a sus principios y conceptos
básicos (organismo, evolución, fuerza configuradora de la naturaleza,
etcétera) una versión científicamente atenida a los resultados de la
observación, la mensuración y la experimentación. La Naturphilosophie
se convierte así en Naturwissenschaft; el organismo universal, en la
serie de los organismos particulares que la experiencia permite descubrir; la evolución, en una serie de conceptos descriptivos, «proceso
vital», «ley natural», «ontogénesis», «filogénesis»; la fuerza configuradora del universo, en una suma de «energías físicas» mensurables e
interconvertibles, la térmica, la mecánica, la eléctrica, la magnética.
En el curso de veinte años, la concepción especulativa del cosmos se
trueca en la empresa de' explicar científicamente, mediante causas y
leyes, su proceso material y energético. Pero la idea que estos hombres
tienen de la «ley natural» no sería comprensible sin el trasfondo filosófico que dejó en ellos el clima mental de su mocedad.
En relación con nuestro tema, la figura más importante de
esa «generación intermedia» fue sin duda Joh. Müller (1801-
1858), tanto por su ingente obra personal, como por la escuela
científica que en torno a él se constituyó.
Nació Joh. Müller en Coblenza, estudió en Bonn y Berlín, junto
a Rudolphi, y desde 1833 hasta su muerte ocupó la cátedra que en la
Universidad berlinesa había dejado vacante su maestro. Tres etapas
pueden discernirse en su carrera científica; en la primera (1822-1826)
todavía vive bajo la influencia de la Naturphilosophie; en la segunda
(1826-1840) rompe con ésta y emprende muy diversas investigaciones
de tema fisiológico; en la tercera (1840-1858) abandona casi totalmente
la fisiología y se consagra a la morfología comparada. Fue siempre
vitalista a su modo, y siempre prefirió la observación a la vivisección,
aunque a veces practicara ésta en animales inferiores.
A la escuela de Joh. Müller pertenecieron Schwann, Henle, Remak, Du Bois-Reymond, Virchow, Pflüger, Helmholtz, Kölliker, Claparède, Brücke, Reichert, Lieberkühn, Lachmann y Troschel. Pocos
sabios han podido ver en torno a sí una constelación de alumnos
semejantes a ésta.
Aun cuando no siempre heredaran su mentalidad, del magisterio de Joh. Müller procede buena parte de los grandes fisiólogos
alemanes de la segunda mitad del siglo xix: el docente de Viena
E. W. von Brücke (1819-1892); el electrofisiólogo de Berlín
E. Du Bois-Reymond (1818-1896), sucesor de su maestro; E. F. W.
Pflüger (1829-1910), profesor en Bonn; H. von Helmholtz (1821-
1894), tan genial fisiólogo como físico.
Par de Joh. Müller, aunque de mentalidad muy distinta, fue
C. Ludwig (1816-1895), a cuya escuela fisiológica de Leipzig
acudieron durante treinta años estudiosos del mundo entero. Más
de doscientos discípulos eminentes tuvo, entre ellos Lothar
Meyer, Cloetta, Thiry, Cyon, Dogiel, Lauder Brunton, Gaskell,
446 Historia de la medicina
Starling, Schmiedeberg, Bowditch, Kronecker, Dittmar, Tigers·
tedt, von Kries, Luciani, Mosso, Ogata y Woolridge.
No acaba aquí la serie de los grandes fisiólogos alemanes de la
época. Merecen asimismo mención los neurofisiólogos Fr. L. Goltz
(1834-1902), G. Fritsch (1838-1891) y Ed. Hitzig (1838-1907); los bioquímicos W. Kühne (1837-1900), discípulo de Cl. Bernard y maestro
en Heidelberg, Ε. F. Hoppe-Seyler (1825-1895), M. von Pettenkofer
(1818-1901), F. Hofmeister (1850-1922), A. Kossei (1853-1927) y Ε. Salkowski (1844-1923); los investigadores del metabolismo energético
Th. L. Bischoff (1807-1882), Κ. von Voit (1831-1908) y M. Rubner
(1854-1932); y junto a ellos, A. Fick (1829-1901), M. Schiff (1823-
1896), R. Heidenhain (1834-1897), H. Kronecker (1838-1914), Th. W.
Engelmann (1843-1909), Ε. Hering (1834-1918) y Ε. Abderhalden (1877-
1946).
d) Area norteamericana. J. R. Young (1782-1804) y W. Beaumont (1785-1853) iniciaron en los Estados Unidos de América
la investigación fisiológica. Ya con mejores medios, otros siguieron sus pasos en los decenios centrales del siglo xix. Pero sólo
con H. P. Bowditch (1840-1911), discípulo de Cl. Bernard, W.
Kühne y C. Ludwig, luego profesor en Harvard, y con H. Newell
Martin (1848-1896), formado en Londres junto a M. Foster y
profesor en Baltimore, va logrando verdadero nivel internacional
la fisiología norteamericana. Poco después se distinguen W. H.
Howell (1860-1945), Graham Lusk (1866-1932), W. Β. Cannon
(1871-1945) y varios más. Hacia 1914 ya era seguro el rápido ascenso de su país hacia el puesto cimero que luego ha ocupado
en tantas ramas de la ciencia.
e) La fisiología en otros países. Después de tenues conatos
imitativos en la primera mitad del siglo xix, la fisiología rusa
ofrece al mundo varios hombres de importancia: J. M. Setschenov (1829-1905), V. W. Paschutin (1845-1901), I. R. Tarchanoí
(1846-1908). Sobre todos se alza, sin embargo, I. P. Pavlov (1849-
1936), máxima figura de la fisiología mundial en los primeros
decenios del siglo xx. En Italia, tras C. Mateucci (1811-1868),
uno de los fundadores de la electrofisiología, descollaron L. Luciani (1840-1919), A. Mosso (1866-1910), A. G. Barbera (1867-
1908) y F. Bottazzi (1876-1941). Tras la brillante promesa que
fue la obra del ilustrado Ruiz de Luzuriaga, la fisiología española decae considerablemente. Sólo a comienzos del siglo xx>
con R. Turró (1854-1926) y J. Gómez Ocaña (1860-1919), empezará a salir de esa gran postración. Modesta excepción fueron
en ella un libro del malogrado Juan Mosácula (1794-1829) y las
vivisecciones del cirujano J. Hysern (1804-1883).
3. También en el estudio de los métodos para la investigación fisiológica conviene distinguir dos etapas distintas, convencionalmente separadas por el año 1850. A partir de él, en efecto.
Evolucionismo, positivismo, eclecticismo 447
va a configurarse en toda su plenitud el método experimental,
sólo incipiente hasta entonces.
a) Entre 1800 y 1850, tres son los recursos cardinales del
fisiólogo para conocer las funciones del ser viviente: la observación de la realidad material según las reglas del sensualismo
(Bichat); la contemplación idealista que practican los Natur Philosophen, con otras palabras, la ávida pesquisa de analogías morfológicas, procesales y rítmicas, para descubrir intuitivamente, por
una suerte de adivinación genial, las «ideas universales» subyacentes a ellas; una experimentación, vivisectiva unas veces y otras
in vitro, todavía no metódicamente regulada.
Dos fueron las vías principales de la contemplación idealista, la
intuición genial que postuló Schelling y la conceptuación dialéctica
que enseñó Hegel. La primera fue la dominante entre los románticos
de la Naturphilosophie. Menos influyente, acaso la segunda se hallase
más próxima —sin que ellos de ordinario lo advirtieran— a las aspiraciones intelectuales de los hombres de ciencia post-románticos (Engelhart). Pero si éstos hubiesen tenido que optar por alguna filosofía,
hacia el positivismo, el evolucionismo spenceriano y el neokantismo
se habría orientado probablemente la decisión de los más.
En el metódico atenimiento positivista a los hechos, es preciso
distinguir, con Rothschuh, tres modos —o tres etapas— distintos entre
sí: la pura observación, el ensayo experimental y el experimento propiamente dicho. Los fisiólogos experimentadores de la primera mitad
del siglo xix —Magendie, Legallois, Flourens, Ch. Bell, Marshall Hall,
etcétera— no supieron pasar del segundo. Sólo con Claudio Bernard
y Carl Ludwig se llegará a la plenitud teorética y práctica del experimento fisiológico.
b) En 1852 apareció el primer volumen del Lehrbuch der
Physiologie des Menschen, de Ludwig; en 1856 vieron la luz las
leçons de Cl. Bernard sobre la fisiología experimental, cuya culiBinación había de ser la célebre y ya mencionada Introduction
de 1865. La figura fisiológica del método experimental quedaba
así perfectamente dibujada.
Las líneas generales o filosóficas de ese método fueron genialmente expuestas en la Introduction de CI. Bernard. Ante la realidad, el hombre de ciencia concibe una súbita «idea a priori»,
como hipótesis inicial para explicarse lo que le ha sorprendido;
e
n un segundo tiempo elabora racionalmente esa idea; en un
tercero, confirma o desecha mediante un experimento esta construcción racional. Para realizar su experimento, el investigador
ya descomponiendo la realidad en los distintos momentos que la
integran, los suprime o altera uno a uno, observa atentamente
e
l resultado de su intervención y, si le es posible, practica otro
experimento de contraprueba. Procediendo así, podrá establecer
la relación entre los fenómenos naturales y las condiciones que
448 Historia de la medicina
determinan su existencia; relación que cuando ha sido bien establecida muestra ser exacta, constante y necesaria —principio del
«determinismo»— y permite formular la «ley» del fenómeno en
cuestión.
Tres notas metódicas añade la fisiología alemana de la época,
tan conspicuamente representada por Ludwig, a la fundamental
meditación de Cl. Bernard: el imperativo de la mensuración, el
trabajo sobre órganos aislados —Cl. Bernard experimentó casi
siempre con animales enteros— y el consiguiente empleo del aparato registrador y mensurativo, cuyo temprano y arquetípico modelo (1847) fue el kimógrafo del propio Ludwig. Sólo por este
camino podría hacerse «ley matemática» la «ley fisiológica», ideal
científico que también Cl. Bernard proclamó con toda explicitud.
B. A favor de estos métodos, del rápido incremento que el
número de los laboratorios de fisiología experimenta en Europa
y América y del trabajo tan intenso como entusiasta de docenas
y docenas de hombres, fue creciendo vertiginosamente el caudal
de la ciencia fisiológica. La lectura del Traité Elémentaire de Physiologie, de Ε. Gley (1913), de la General Physiology, de Bayliss
(1914) o de la edición del Lehrbuch der Physiologie de Tigerstedt que por esas fechas circulara, da claro testimonio de ello.
Véamoslo sumariamente nosotros, distinguiendo los saberes tocantes a la fisiología general y los concernientes a la fisiología
especial.
1. Sobre el primero de los problemas de la fisiología general
del siglo xix, la discusión y el abandono del vitalismo, ya ha
sido dicho lo suficiente. Debemos ahora examinar, por una parte,
varias cuestiones conexas con él, y exponer luego los más importantes conceptos fisiológico-generales de la época.
a) Cuestiones. Enumeraré las que me parecen principales:
1.a
La distinción entre dos modos de la vida en los animales superiores, la «vida orgánica» o «vegetativa» y la «vida animal».
Afirmada por el pensamiento cosmológico de la Antigüedad (Aristóteles, Galeno), anatómicamente entrevista por Vinslow y por
Bordeu, esa distinción fue resuelta y sistemáticamente elaborada,
desde una mentalidad todavía vitalista, en la obra de Bichat. Las
dos vidas serían entre sí diferentes por, la forma exterior de sus
órganos respectivos (simetría de los órganos animales, asimetría
de los vegetativos), por la duración de las respectivas acciones
vitales (intermitencia o continuidad), por su capacidad para la
habituación (grande o casi nula) y por su relación con la vida
psíquica (pensamiento o sentimiento). El hombre, en suma, nacería dos veces y moriría otras dos, en orden inverso. De este
tajante esquema bichatiano proceden la oposición morfológica y
funcional entre dos sistemas nerviosos, el de la vida animal y el de
Evolucionismo, positivismo, eclecticismo 449
la vida vegetativa, y la ulterior delimitación de las fracciones
simpática y parasimpática de éste; empeño científico que llega a
su madurez con la obra de Langley (1900-1911). 2.a
La generación espontánea. Esta había sido experimentalmente negada por
Redi, en el caso de los gusanos, y por Spallanzani, en el de los
infusorios. ¿Será posible en el caso de las bacterias? En lo que
a ellas atañe, ¿dejará de tener validez el omne vivum ex vivo?
Así lo afirmó con toda resolución F. A. Pouchet (1800-1872);
pero los múltiples y cuidadosos experimentos de Pasteur, hoy
clásicos, demostraron que la fermentación de un líquido alterable
previamente hervido no se produce cuando a ese líquido no puede llegar el aire (matraces con «cuello de cisne») o llega aire
incontaminado (experimentos en el Mont-Blanc). Conclusión:
también para las bacterias rige el principio omne vivum ex vivo.
3.a
El origen de la vida. ¿Cómo comenzó la vida en nuestro planeta? El primer vagido de ella, ¿podría explicarse si la necesidad
de ese principio fuera tan universal y permanente como la de
una ley física? Cuatro actitudes frente a estas preguntas: suponer que en condiciones físico-químicas muy distintas de las actuales pudo formarse «espontáneamente» materia viva (Huxley,
Haeckel, Naegeli, Pflüger); pensar que los primeros gérmenes vivientes de nuestro planeta llegaron a él desde el espacio cósmico, transportados por la energía radiante (la «panspermia», de
Arrhenius); creer que la vida orgánica fue el resultado de un
especial acto creador de la omnipotencia divina; resignarse a
admitir que la respuesta a esta cuestión es esencialmente superior a las posibilidades de la inteligencia del hombre (el farposo
Ignorabimus de Du Bois-Reymond). 4.a
La causa real de las «fermentaciones». Eran consideradas éstas como las transformaciones
de la materia más elemental y típicamente biológicas. ¿A qué se
deben, cuál es su causa? Desde Schwann hasta Pasteur, toda
una serie de investigadores afirma que la fermentación exige necesariamente la presencia y la actividad de «fermentos organizados», esto es, de minúsculos seres vivientes. Frente a ellos, Berzelius, Liebig y CI. Bernard sostienen que las acciones fermentativas son puramente químicas y del todo semejantes a las que
bajo el nombre de «catálisis» pueden ser observadas en los sistemas inorgánicos. Un descubrimiento de Ed. Büchner (1860-
1917), que los ultrafiltrados pueden producir acciones fermentativas (1897), resolverá este problema y, concluyendo la argumentación con hechos que en 1828 inició la síntesis de Wóhler,
mostrará a todos que no hay transformaciones químicas «específicamente orgánicas» o «biológicas».
b) Conceptos. Procedentes unos de los nuevos métodos
de la investigación fisiológica, derivados otros de la positivización
científica de ideas vitalistas o filosófico-naturales, he aquí algu16
450 Historia de la medicina
nos: l.° «Medio interno». Creación de Cl. Bernard, perfeccionada
luego por Haldane y Cannon, bajo el nombre de «homeostasis».
2.° «Correlación funcional», «unidad funcional» o «integración»
(Sherrington). Viejas nociones, el consensus de los hipocráticos,
la sympátheia de los estoicos y los neoplatónicos, la actio régiminis de Van Helmont y la «simpatía» de los vitalistas ilustrados, quedan científicamente positivizadas por esas tres expresiones, que nombran a la vez conceptos biológicos y programas de
trabajo experimental. 3.° «Metabolismo», bien material (Stoffwechsel), bien energético (Kraftwechsel). Schwann, Liebig y
Wöhler introducen este término, concreción científica de anteriores intuiciones e ideas del paracelsismo y la Naturphilosophie.
4.° «Secreción interna». Preludiado por Silvio, experimentalmente
afirmado por A. A. Berthold (1803-1861), tal concepto fue definitivamente acuñado por Cl. Bernard (función glicogénica del hígado) y ganó definitiva precisión bioquímica con Starling (introducción del término «hormona», 1905). 5.° «Principio inmediato». Prout, Liebig y Wagner elaboraron esta básica noción. 6.°
«Fermento». Vieja palabra, como sabemos, a la cual la bioquímica del siglo xix dio su sentido actual. El término «enzima»,
propuesto por W. Kühne (1867) para evitar perturbadoras resonancias antiguas, se ha hecho luego más general. 7.° Los que
proceden de reducir a energías físico-químicas —y a los procesos
en que éstas se manifiestan— las vires o «fuerzas específicas»
(atractiva, expulsiva, etc.) de la fisiología galénica y las operaciones supramecánicas de la «fuerza vital» de los vitalistas: «tropismo» (J. Sachs, J. Loeb), «especificidad químico-estructural» (E.
Fischer, P. Ehrlich), etc.
c) Basta lo expuesto para advertir que durante la segunda
mitad del siglo xix se constituye un nuevo paradigma fisiológico,
el cuarto, entre los que en el mundo moderno parecen ser cardinales. Tras el mecanicista (Descartes, Borelli), el panvitalista (Paracelso, Van Helmont) y el vitalista (Haller, Bordeu), surge ahora
otro, que bien podemos llamar físico-químico y evolucionista integrado por dos asertos básicos: 1.° Las funciones fisiológicas
deben ser concebidas como procesos energético-materiales, en los
cuales la materia es la serie de los átomos que ha hecho conocer
la química, y la energía, el conjunto de las que, transformables
entre sí, estudia y mide la física. 2.° Dichos procesos alcanzan su
último sentido en otro más general, la evolución del universo, de
la cual la evolución biológica es por el momento la fracción más
accesible al conocimiento científico.
Desde el punto de vista de una fisiología «humana», es decir,
específicamente referida a la realidad del hombre, el problema consiste en ver si ese nuevo paradigma puede ser literal y satisfactoria-
Evolucionismo, positivismo, eclecticismo 451
mente aplicado. Muchos, con Haeckel y Marx a su cabeza, responderán afirmativamente. Frente a ellos, otros sostendrán que para explicar la aparición del hombre sobre la Tierra y para conocer adecuadamente las funciones de su organismo no basta un atenimiento
exclusivo a él, y que por consiguiente es preciso elevarse, si uno quiere pasar de la simple fisiología comparada a una fisiología antropológica, hacia puntos de vista que formalmente le trasciendan. Debe reconocerse que entre 1800 y 1914 no se hizo mucho —en el campo
de la ciencia, al menos— para dar vigencia a esta segunda actitud
de la mente.
2. Función por función, expondré sumariamente los principales resultados obtenidos en la edificación de la fisiología especial.
a) Función digestiva. Después de los hallazgos de Réaumur
y Spallanzani, los descubrimientos se suceden aceleradamente y
conciernen a todas las etapas de la digestión. La motilidad del
tubo gastrointestinal y la química de los procesos digestivos son
ahora los dos grandes temas del fisiólogo. Extremando la concisión, veamos algunos de los hallazgos más importantes:
Estómago: composición química del jugo gástrico (J. R. Young,
W. Prout, Tiedemann y Gmelin, Fr. Bidder y C. E. H. Schmidt); observación de la digestión gástrica in anima nobili (W. Beaumont);
descubrimiento y aislamiento de la pepsina (Schwann y Brücke); conversión de los albuminoides en peptonas (Kühne); existencia de una
lipasa gástrica (Fr. Volhard, 1901); motilidad del estómago (Hofmeister, Cannon —primeros estudios radioscopio», 1898 a 1902—, Waldeyer).
Digestión pancreática: del almidón (Eberle), de las grasas y las
proteínas (Purkinje, L. Corvisart, Cl. Bernard, Kühne —aislamiento de
la tripsina—, Paschutin).
Funciones del intestino: movimientos intestinales y su regulación
(Pflüger, Ludwig, Cannon, Bayliss y Starling); química de la digestión
intestinal (Brücke, Thiry y Vella; descubrimiento de la invertasa por
K. Miura, de la enteroquinasa por Pavlov y Chepovalnikov, de la
secretina por Bayliss y Starling); histofisiología (Heidenhain); absorción (Magendie, Brücke, Thiry y Vella, Kühne); papel fisiológico de la
flora bacteriana (G. H. F. Nuttal, H. Thierfelder, M. Schottelius).
Función digestiva del hígado: fisiología de las vías biliares
(Schwann, Schiff, W. Afanassiev, Heidenhain, Oddi, Barbera), composición, origen y papel de los pigmentos y las sales de la bilis (primeros
análisis: Tiedemann y Gmelin; formación intrahepática de sus componentes: Joh. Müller, Moleschott, Minkowski y Naunyn; las sales
biliares, glicocolato y taurocolato sódicos: Α. Strecker; aislamiento
de la bilirrubina: W. Heintz y G. Stadeler; descubrimiento de la urcbilina: M. Jaffé).
La fisiología de la digestión entró en una nueva época con
los resonantes trabajos de Pavlov y su escuela, a partir de 1889:
fístula de Pavlov y descubrimiento de los «reflejos condiciona-
452 Historia de la medicina
dos». Era una vía para que la «fisiología de la digestión por el
tubo digestivo» se convirtiese en «fisiología de la digestión por
todo el organismo».
b) Metabolismo material y energético. Tres etapas pueden
ser distinguidas en la historia de la investigación de las funciones metabólicas, según von Noorden: relación cualitativa entre la
ingestión y la excreción; estudio cuantitativo de la relación entre
ingesta y excreta; exploración de los procesos intermediarios del
metabolismo.
En la primera etapa (Magendie, Prout, Liebig, Wöhler, Chevreul,
etcétera), el naciente análisis químico permite clasificar los alimentos
en azucarados, grasos y albuminoides (Prout) o, más funcionalmente,
en plásticos y energéticos o respiratorios (Liebig). La ulterior investigación cuantitativa del metabolismo fue posible gracias a los «aparatos respiratorios» de H. V. Regnault (1810-1878) y de Voit y Pettenkofer. Así nacieron o ganaron precisión el concepto de «balance
metabólico» (Boussingault, Bidder y Schmidt) y el de «cociente respiratorio» (Pflüger), fueron determinadas las «raciones mínimas» de
los distintos principios inmediatos y se inició el conocimiento de su
transformación intraorgánica.
La tercera etapa —el conocimiento del «metabolismo intermediario»— recibió temprana y poderosa impulsión con el descubrimiento
de la función glicogénica del hígado y de la «picadura diabética» por
CI. Bernard. Poco después, el estudio bioquímico de la diabetes y la
investigación fisiológica en el laboratorio van incrementando nuestro
conocimiento del metabolismo hidrocarbonado: acetonuria (W. Petters,
1857), ácido β-oxibutírico (E. Stadelmann, Ed. Külz, O. Minkowski,
Ad. Magnus-Levy), diabetes pancreopriva (]. von Mehring y O. Minkowski), formación de grasa a partir de los hidratos de carbono (ya
afirmada por Liebig, fue luego demostrada por Fr. Strohmer y
E. Meissl), consumo muscular del azúcar (G. Embden).
Por dos vías fue estudiado el metabolismo, de las proteínas: la
químico-analítica y la fisiológica stricto sensu. En la historia de su conocimiento químico brillan los nombres de Fr. Míescher (ácidos nucleicos), Hoppe-Seyler (clasificación de los albuminoides), Kossel (histidina, protaminas, histonas; los aminoácidos, «piedras sillares» de las
proteínas), Hofmeister (peptonas, urogénesis, cistina) y E. Fischer (síntesis artificial de polipéptidos, cuya identidad con los naturales fue
demostrada por Abderhalden). A la vez, van surgiendo experimentalmente los conceptos fisiológicos de «equilibrio nitrogenado» (Bischoff y Voit), «acción específico-dinámica» de la albúmina (MagnusLevy), «mínimo proteico» y «cuota de desgaste» (Rubner) y «valor
biológico» de las proteínas según su constitución (F. G. Hopkins,
Ε. Willcock, Κ. Thomas, Th. Β. Osborne, L. Β. Mendel).
En cuanto al metabolismo de las grasas, son memorables los descubrimientos siguientes: el paso de la grasa alimenticia a los depósitos adiposos (A. Lebedeff, 1882); la transformación de la albúmina
en grasa (Pettenkofer y Voit, M. Cremer); la β-oxidación de los ácidos
grasos (Fr. Knoop). No menos minuciosamente fue estudiada la fisiología de los componentes minerales de la dieta: distribución del sodio
Evolucionismo, positivismo, eclecticismo 453
y el potasio en el organismo (Liebig y G. von Bunge), relación entre
el potasio y el vago (W. H. Howell), «picadura salina» (P. Jungmann
y E. Meyer), etc.
La investigación rigurosa del metabolismo energético se hizo posible
cuando fueron formulados los principios de la termodinámica y construidos aparatos idóneos para estudiar el recambio gaseoso (Regnault,
Pettenkofer y Voit, otros posteriores). Así, tras las incipientes determinaciones calorimétricas de Lavoisier y Laplace, pudo llegarse a la
obtención de verdaderas leyes biológicas cuantitativas: isodinamia, valor calórico de los alimentos, metabolismo energético y superficie
corporal, metabolismo basal, variaciones de la acción específico-dinámica (Pflüger, Voit, Rubner, Tigerstedt, Haldane, W. O. Atwater,
Fr. Benedict, Magnus-Levy, etc.). La neurofisiología de la regulación
térmica fue gradualmente conocida mediante secciones medulares
(E. Riegel, 1872), punciones del cuerpo estriado (la «picadura térmica»
de E. Aronsohn y J. Sachs, 1885) e intervenciones diversas en el encéfalo (L. Krehl; J. Citron y E. Leschke).
Puramente fisiológico en su punto de partida, mucho más que pura
fisiología en su término, aquí debe ser consignado el descubrimiento
del primer principio de la termodinámica, obra de J. R. Mayer. En
1840 hizo Mayer un viaje a Java, como médico de un barco holandés;
y sangrando allí a varios tripulantes, observó que la sangre venosa es
más roja en la zona tropical que en las templadas. Súbitamente vio
el por qué: cuando la temperatura exterior es elevada, el cuerpo
humano puede mantener su temperatura propia con una combustión
orgánica menos intensa, lo cual hace que la sangre venosa contenga
cierta cantidad del oxígeno no utilizado. Así descubrió el principio
de la constancia y la mutabilidad de la energía universal.
Iniciada en Francia (Vauquelin, Fourcroy, Chevreul), la bioquímica comienza su mayoría de edad en Alemania, por obra de
J. von Liebig (1803-1873), uno de los miembros de la que antes
denominé «generación intermedia». No obstante su residual vitalismo, la parte de Liebig en la construcción de una química
del organismo animal —él la llamó Thierchemie, «zooquímica»—
fue tan importante como variada. La expresión «química fisiológica» procede de F. L. Hünefeld (1826) y fue luego adoptada por
Hoppe-Seyler, que antes había empleado el término Zoochemia.
Más tarde prevalecieron los nombres «química biológica» y «bioquímica». En los párrafos precedentes quedan consignados los pasos principales de su creciente, espléndido progreso a partir de
Liebig y Wóhler.
Constituyó un paso decisivo para edificar la actual ciencia de
la nutrición el descubrimiento de las vitaminas. Chr. Eijkman
(1858-1930) y Fr. G. Hopkins demostraron la insuficiencia nutritiva de una dieta sólo compuesta por principios alimenticios
puros; con lo cual se impuso la idea de la necesidad vital de
ciertos «alimentos accesorios», a los cuales C. Funk dio el nombre de «vitaminas» (1913). Ya antes de 1914, E. V. Mac Collum,
454 Historia de la medicina
A. Davis, Th. Β. Osborne y L. Β. Mendel habían aislado las vitaminas antixeroftálmica y antiberibérica.
c) Aparato circulatorio. Tres son en este campo los grandes temas de la investigación fisiológica a lo largo del siglo xix:
el mecanismo y la dinámica de la contracción cardiaca, la hemodinámica y la inervación vasomotora. A ellos debe añadirse el
estudio cada vez más detenido de la morfología y la fisiología de
la sangre.
El viejo problema de la miogenia o la neurogenia del movimiento
cardiaco adquiere especial viveza durante la primera mitad del siglo xix. La gran autoridad de Haller había inclinado las opiniones en
íavor de la primera hipótesis; pero una serie de hallazgos renovó la
discusión. Los experimentos de Legallois, Ch. Bell y Flourens (eficacia
de las excitaciones bulbo-medulares sobre el movimiento del corazón)
y la definitiva demostración de la acción inhibidora del vago (hermanos Weber) apoyaban la tesis de la neurogenesis; el hallazgo de .células ganglionares en la pared de la aurícula de la rana (Remak) daba
un argumento nuevo a los miogenistas. En los decenios subsiguientes,
una serie de descubrimientos morfológicos (sistema intracardiaco de la
conducción del impulso: His, Keith y Flack, Aschoff y Tawara) y
otra, correlativa, de investigaciones experimentales (ligaduras de
H. Fr. Stannius; trabajos de Gaskell, Engelmann y Fano) conceden
definitiva validez a la doctrina ganglio-miogenética del ritmo cardiaco.
Lo cual no excluyó que otros experimentos demostraran la eficacia reguladora de la inervación extrínseca del corazón: acción del vago (se
confirma y analiza el hallazgo de Galvani, Ens y los Weber), del
simpático (A. von Bezold, 1863) y del nervio de Cyon (experimentos
del propio E. de Cyon); existencia de un «centro sistólico» en el
bulbo (Ch. E. François-Franck).
La dinámica de la contracción cardiaca fue muy bien estudiada
por Chauveau y Marey (movimiento intracardiaco de la sangre, intersístole), Tigerstedt y de Cyon (trabajo del corazón) y Bowditch (ley
del «todo o nada»). La introducción del galvanómetro de cuerda por
W. Einthoven (1903) —preludiada por los descubrimientos y los ensayos de Mateucci, Burdon-Sanderson y A. D. Waller— ha sido, a este
respecto, sobremanera fecunda.
Iniciada, como sabemos, por Stephen Hales, la hemodinámica progresó notablemente gracias a Poiseuille (ley de su nombre) y a la
sucesiva introducción de aparatos registradores y mensurativos (kimógrafo de Ludwig, hemodromómetro de A. W. Volkmann, Stromuhr o
«contador de corriente» de Ludwig, esfigmógrafos de Vierordt y
Marey, pletismógrafo de Mosso, etc.).
El descubrimiento de la inervación vasomotora fue obra de
Cl. Bernard: la hemisección del simpático cervical del conejo produce
vasodilatación e hipertermia de la oreja del mismo lado; la galvanización del simpático cervical seccionado (Cl. Bernard, Brown-Séquard),
vasoconstricción e hipotermia. Quedó así patente la posibilidad de
«circulaciones locales».
A la vez que se perfeccionaba el conocimiento de sus elementos
Evolucionismo, positivismo, eclecticismo 455
formes, la fisiología de la sangre fue muy eficazmente investigada
(Tiedemann y Gmelin, 1826; Cl. Bernard, 1849): seroglobulina (P. Panum, 1852), presión osmótica del plasma (Ringer; Hofmeister, Starling), nitrógeno residual (H. Hohlweg y H. Meyer), reserva alcalina
(P. Morawitz), teoría de la coagulación (Joh. Müller, Virchow, Al.
Schmidt, O. Hammarsten, Bizzozero), etc.
d) Aparato respiratorio. La física y la química de la función respiratoria, el mecanismo del movimiento torácico en la
respiración y la regulación nerviosa de ésta fueron las cuestiones
principalmente investigadas.
El error en que incurrió Lavoisier con su tesis de la «combustión
pulmonar» quedó nueva y definitivamente rectificado por W. Fr. Edwards (las ranas eliminan C02 respirando en una atmósfera de hidrógeno) y H. G. Magnus (existencia de C02 en el plasma sanguíneo,
1837). Fue un hito decisivo en la historia de la química de la respiración el descubrimiento de la conversión de la hemoglobina en oxihemoglobina (Hoppe-Seyler, 1862). Más tarde, los ingleses Haldane,
Barcroft y Henderson y el danés Aug. Krogh (1874-1949) perfeccionaron nuestro conocimiento del recambio gaseoso. La localización celular de los fenómenos de oxidación y la existencia de enzimas respiratorios en los tejidos quedaron bien demostradas por Pflüger y
Schmiedeberg.
En el estudio de la mecánica de la respiración se distinguieron
I. Hutchinson (1811-1861), inventor del espirómetro, Fick (acción respiratoria del diafragma), Marey (neumógrafo, ritmo respiratorio),
Fr. C. Donders (1818-1889), Paul Bert y Luciani (presión intratorácica,
carácter activo de la espiración) y Ludwig, d'Arsonval y Frédéricq
(1851-1935), descubridores de la presión negativa intrapleural.
La influencia del sistema nervioso sobre la función respiratoria,
experimentalmente comprobada por Legallois (bronconeumonía por
sección bilateral del vago), Longet (inervación vagal de los músculos
bronquiales) y Flourens (point vital del bulbo), fue objeto de pesquisa metódica en la segunda mitad del siglo xix: condición doble
del centro respiratorio bulbar (en el fascículo solitario, H. P. B. Gierke, 1873, y en la sustancia reticular, J. Gad y G. Marinesco, 1892);
existencia de centros respiratorios espinales (Brown-Séquard); relación entre el centro bulbar y la corteza cerebral (M. V. Pachón);
acción del vago sobre dicho centro (E. Hering y J. Breuer, 1868).
é) Glándulas. Tras la concepción crasamente vitalista de
Bordeu acerca de la actividad glandular, una monografía de Joh.
Müller (De glandularum secernentium structura penitiori, 1830)
mició una nueva etapa en el conocimiento de la fisiología de la
secreción. En el orden de los hechos, sus tres «leyes generales
de la función secretoria» continúan siendo válidas, y sobre ellas
se apoyaron los ulteriores estudios histofisiológicos de Kölliker,
"feidenhain y Ranvier (carácter epitelial y modificaciones funciolales de las células secretoras).
456 Historia de la medicina
El hecho más importante en la historia ulterior de la adenología ha sido el sucesivo descubrimiento de las glándulas de secreción interna. Establecido este concepto por Cl. Bernard (1855)
—el historiador debe consignar, sin embargo, los hábiles y bien
interpretados experimentos precedentes de Berthold: extirpaciones y reimplantaciones de los testículos del gallo (1849)—, pronto
Brown-Séquard (1856) observó los efectos de la ablación de las
cápsulas suprarrenales. Un nuevo capítulo de la fisiología, la endocrinología, quedaba así iniciado. La observación clínica y la
investigación en el laboratorio le dieron a continuación rápida y
fuerte consistencia.
Tiroides: descripción del bocio exoftálmico por Flaiani, Graves y
Basedow (1840); extirpación y reimplantación de la glándula
(M. Schiff, 1856); mixedema (W. W. Gull, 1873, y W. N. Ord, 1877);
caquexia estrumipriva (Th. Kocher, 1883); yodotirina (E. Baumann,
1895); tiroxina (E. C. Kendall, 1916).
Suprarrenales: descripción de la enfermedad de Addison (1855);
extirpación experimental (Brown-Séquard, 1856); acción hipertensora
del extracto suprarrenal (G. Oliver y S. S. Schäfer, 1895); aislamiento
y síntesis de la adrenalina (f. B. Aldrich, C. 1. Takamine, Fr. Stolz,
1904); adrenalina y emoción (Cannon, G. Marañón).
Hipófisis: gigantismo hipofisario (Chr. Fr. Fritzsche y E. Klebs,
1884); acromegalia (P. Marie, 1886); hipofisectomía experimental
(V. Horsley, 1685-1891) y su relación con la diuresis (G. Vassale,
E. Sacchi, 1892-1894) y con el crecimiento (enanismo experimental:
Β. Aschner); acción presora (Oliver, Schäfer, Howell) y uterina (Dale)
de los extractos hipofisarios; relación funcional hipófisis-hipotálamo
(Aschner, 1912); diabetes insípida experimental (L. Camus y G. Roussy, 1913).
Páncreas: diabetes pancreopriva (Mering y Minkowski, 1889); carácter incretor de los islotes de Langerhans (E. G. Laguesse, 1893)
y su relación con la diabetes (Chr. Dieckhoff)·
Paratiroides: paratirofdectomía y tetania (Vassale y F. Generali,
1896); tetania y calcio sanguíneo (W. G. Mac Callum y C. Voegtlin,
1909).
/) Secreción urinaria. A la vez que era determinada con
precisión creciente la composición química de la orina —antes
de 1800 habían sido aislados el ácido úrico (Scheele) y la urea
(Cruikshank); después, la creatinina (G. Meissner), la urobilin»
(Jaffé), el urobilinógeno (K. Thomas), etc.—, dos teorías compitieron para explicar la secreción renal, la vitalista de Bowmann
(1842) y la mecánica de Ludwig (1844). Para Bowman, en el
glomérulo se filtran el agua y las sales, y este filtrado salino
disuelve luego los productos específicos de la orina, vitalmente
segregados por la pared de los tubuli contorti. Basado en razonamientos hidrodinámicos, Ludwig afirmó, por el contrario, que la
filtración glomerular afecta a todos los componentes de la orinai
Evolucionismo, positivismo, eclecticismo 457
y que la función de los tubos contorneados consiste tan sólo en
concentrar el líquido que desde el glomérulo les llega. Experimentos ulteriores de Heidenhain (secreción específicamente tubugar del carmín de índigo, 1874), M. Nussbaum (separación funcional del glomérulo y el túbulo, 1878) y otros, dieron lugar a
concepciones eclécticas y, por supuesto, en modo alguno vitalistas. A la regulación nerviosa de la función renal dedicaron trabajos Cl. Bernard, C. Eckard y L. Ascher.
g) Sistema nervioso. Su fisiología fue acuciosamente investigada durante el siglo xix. A todas las porciones que lo constituyen, nervios periféricos, médula espinal, tronco encefálico, cerebelo, cerebro, sistema vegetativo, llegó la penetrante atención de
los experimentadores y los patólogos, cuyas observaciones en el
hospital y en la sala de autopsias tanto contribuyeron al progreso
de la neurofisiología clásica. Seis parecen ser los conceptos fundamentales de ésta: 1.° Visión del sistema nervioso como una
formación anatomo-fisiológica específicamente destinada a relacionar, conducir y estimular. Desaparece la interpretación vitalista
de su actividad, vigente, hasta bien entrado el siglo xix, desde
la «neuropatología» de CuUen. 2.° Distinción entre el «sistema
nervioso de la vida animal» y el «sistema nervioso de la vida
vegetativa» o «autónomo» (de Bichat a Langley). 3.° Definitiva
elaboración y general difusión del concepto de «reflejo». 4.° Atribución de un carácter aditivo a la estructura y a la función del
sistema nervioso (éste como un conjunto de «centros» relacionados entre sí por «fibras de asociación» y con el resto del organismo por «fibras de proyección»: Meynert y Flechsig; relación
por contigüidad de las neuronas: Cajal; introducción del término
«sinapsis»: Sherrington). 5.° Concepto de «excitación» o estimulación positiva. 6.° Concepto de «acción inhibidora» o estimulación negativa.
Reduciendo al máximo la enumeración y la descripción de las
^numerables novedades tocantes a tan enorme dominio del saber
fisiológico, expondré algunas.
Nervios periféricos. Primeras leyes fisiológicas acerca de la galvanización del nervio (E. Valli, 1762-1816, y Joh. W. Ritter, 1776-1810);
«y de Bell y Magendie acerca de la función de las raíces medulares
U811-1822); determínase la velocidad de la corriente nerviosa (Helm-
-S0
«z, 1850); amplio desarrollo de la electrofisioiogía (Mateucci, Du
oois-Reymond, Pflüger, L. Hermann); mecanismo de la acción paralizante del curare (CI. Bernard, 1857); «ley del todo o nada» del nervio
'IM. Verworn, 1913).
Médula espinal. Función transmisora de la médula: mediante la
Cooperación de anatomistas, fisiólogos y clínicos —baste la mención
~
e
unos cuantos nombres: Burdach, Goll, Türck, Flechsig, Gowers,
von Monakow—, establecimiento de la función propia de los distintos
458 Historia de la medicina
cordones medulares. Función refleja: tras los hallazgos de Whytt y
Unzer en el siglo xvni, paulatina elaboración de la teoría del reflejo
por Prochaska, Marshall Hall y R. D. Grainger; carácter segmentario
de la actividad de la médula, en cuanto centro de reflejos (A. W. Volkmann, 1838); noción del «arco reflejo» (R. Wagner, 1846); acción
inhibidora del cerebro (Setschenov, 1863, y Goltz, 1869); leyes de
Pflüger acerca de la acción refleja; investigaciones de Sherrington
(perro espinal, concepto de «vía terminal común», ley de la inervación
recíproca, reflejos de raspado y de flexión, sensibilidad propioceptiva,
etcétera).
Cerebelo. Clásicas investigaciones de Luciani (experimentos de
ablación, 1884-1894; funciones esténica, tónica y estática del cerebelo)
y de L. Bolk (topografía funcional de la corteza cerebelosa, 1902-1906).
Cerebro. Contra la actitud de Flourens acerca de las funciones del
cerebro —concepción de éste como un todo—, prevalecerá la pesquisa
anatomoclínica y experimental de la localización funcional. Fue a tal
respecto decisivo el hallazgo necróptico de P. Broca (1861), según el
cual se hallaría en el pie de la tercera circunvolución frontal izquierda
el «centro del lenguaje articulado». A partir de entonces, los hallazgos
se multiplican: localización prerrolándica de los centros motores
(Fritsch y Hitzig, D. Ferrier, Horsley, Sherrington, H. Cushing); función visiva del lóbulo occipital y de la cisura calcarina (Hitzig,
H. Munk, S. Ε. Henschen); afasia temporal (Wernicke, 1874), etc. La
corteza cerebral vino así a constituirse en un mapa geográfico de funciones parciales autónomas y asociadas entre sí. Poco más tarde,
en 1909, K. Brodmann proponía la división sistemática del córtex
en campos o áreas. Lo cual —apenas parece necesario advertirlo-jnada tenía que ver con las fantasías localizatorias de la frenología
de Fr. J. Gall (1758-1828) y su discípulo Joh. Chr. Spurzheim (1776·
1834), de tanto y tan popular prestigio en Europa y América durante
el primer tercio del siglo xix.
La superación de tan extremado asociacionismo mediante doctrinas
en que la unidad funcional del sistema nervioso fuera más atentamente considerada —neurología de J. H. Jackson (1834-1911), «integración» de Sherrington—, quedaba reservada al siglo xx.
h) Sistema muscular. Precisada la estructura microscópica
del músculo, la investigación experimental de su fisiología se
orientó según distintas líneas: comportamiento de la estriación
muscular durante la contracción (Engelmann y Ran vier); excitabilidad propia del músculo (Schiff y Kühne); ley del «todo o
nada» (Keith); mecánica de la contracción, tras la invención del
miógrafo por Helmholtz (el propio Helmholtz, Fick); calor
muscular (estudios termoeléctricos de Helmholtz y sus continua^
dores, trabajos más recientes de A. V. Hill); química del músculo
y de la contracción muscular, desde que G. von Liebig descubrió
en 1850 la respiración del músculo aislado, hasta las clásicas investigaciones de G. Embden y O. Meyerhof, ya en nuestro siglo.
i) Fisiología de los sentidos. Me limitaré a la mención de
los hallazgos y las invenciones más importantes en la historia de
Evolucionismo, positivismo, eclecticismo 459
este capítulo del saber fisiológico: estudios de Purkinje sobre la
visión, casi todos en su propia persona (1819 a 1832); formulación de ley de las «energías sensoriales específicas» (Joh. Müller,
1824-1826); invención del oftalmoscopio (Helmholtz, 1851); descubrimiento de la ley matemática que establece la relación entre
la intensidad del estímulo táctil y la intensidad de la sensación
(Weber y Fechner, 1830-1850); elaboración de la fisiología de la
retina (H. Müller, Schultze, H. von Kries, Kühne); teoría de la
visión de los colores (Th. Young, Helmholtz, Hering); análisis
metódico de la sensibilidad cutánea (M. Blix y M. von Frey; investigación de las funciones del aparato vestibular (desde Flourens, su descubridor, hasta R. Ewald y R. Bárany).
C. Junto a la morfología y la fisiología clásicas, otras disciplinas trataron de dar razón científica de la realidad y la vida
del hombre durante el siglo xix: una tan antigua como la ciencia
de Occidente, la psicología; otra ya esbozada en el siglo xvm,
la antropología física; otra, en fin, rigurosamente nueva, al menos en lo tocante a su nombre, la sociología. Las tres, en todo
caso, estrictamente atenidas a lo que el ideal y el método de la
ciencia eran entonces para el sabio.
1. La psicología, que en modo alguno fue «ciencia natural»,
aunque sí «ciencia descriptiva», en la obra de F. P. Maine de
Biran (1766-1824), acaso el más interesante de los psicólogos a
comienzos del siglo xix, se hará a continuación «ciencia positiva»
por dos vías distintas: la que propuso el mismo creador del.positivismo, Augusto Comte, y la que en lo tocante a la actividad
psíquica resultó de la conversión de la Naturphilosophie germánica en Naturwissenschaft.
Maine de Biran, autoanalítico, introspectivo, llegará a la conclusión de que la conciencia humana es la percepción interna
del «esfuerzo» que exige la realización de la vida frente a la
asistencia del mundo exterior; el yo como effort, al menos desde
u
n punto de vista descriptivo. Pues bien, pocos años después Augusto Comte (1798-1857) negará que por la vía subjetiva e in-
•^atrolable de la introspección pueda ser obtenido un conoci-
"¡jento científico, si a éste se le entiende como constatación de
*nechos» e inferencia de «leyes»; y por su parte, dos hijos tardíos
de
la Naturphilosophie, Ε. Η. Weber y G. Th. Fechner, formula-
'*n la famosa ley matemática antes mencionada. La concepción
"
e
la vieja psicología como ciencia natural, y por tanto como
"Verdadera ciencia», comenzaba así su gran aventura histórica.
Algo más
hizo A. Comte contra la psicología tradicional, porque,
P°sitivizando la crítica filosófica de D. Hume, rechazó la licitud de
Pucar al estudio del psiquismo la noción de causalidad; una regula-
460 Historia de la medicina
ridad dinámica formulable en leyes no sería compatible con la noción
de una subjetividad anímica que desde dentro de sí se determina a si
misma. Tres importantes consecuencias tendrá la actividad comtiana
ante la actividad psíquica: a) Un asociacionismo nuevo, no atenido
a la «asociación de ideas» de los pensadores del siglo xvm, sino a la
que se establece entre el estímulo y la respuesta; por tanto, el behaviorismo o conductismo de J. B. Watson (1878-1958), el estudio de la
conducta visible como única fuente científicamente válida para el
conocimiento del psiquismo. «Hume hizo posible a Comte, y éste en
algún modo hizo necesario a Watson» (J. L. Pinillos). En esta misma
línea debe ser situada la psicología de los «reflejos condicionados»,
del genial fisiólogo Pavlov, b) La psicología social o ciencia de la
vida psíquica de grupos de sujetos —en el mejor de los casos, de todos
los hombres—, cuando esa vida se realiza externa y socialmente;
por tanto, de un modo no íntrasubjetivo, sino intersubjetivo, c) La
constitución de un «positivismo de la experiencia interna», entendido
como conocimiento de las «leyes» que rigen la sucesión de los estados
psíquicos (J. Stuart Mill, 1806-1873, y luego otros autores: A. Bain,
1818-1903, Th. Ribot, 1839-1916, etc.) o concebido como exploración
objetiva y experimental de lo que en la experiencia interna acontece
(«psicología experimental» de W. Wundt, en quien se continúan y enlazan Weber y Fechner y el positivismo).
En los años finales del siglo xix y en los iniciales del siglo xx
W. Wundt (1832-1920), el gran maestro de Leipzig, pudo
asistir al triunfo universal de sus presupuestos y sus métodos
—reducción del psiquismo a datos mensurables y a leyes exactas; estudio de los componentes elementales de los contenidos
de conciencia y de los estados fisiológicos con ellos concomitantes— y a la declinación o a la radical transformación de unos
y otros. Por una parte, la experiencia interna, no sólo la del
psicólogo, también la del sujeto de la investigación, va a ser
explorada e interpretada con criterios nuevos «psicología introspectiva» de O. Külpe, A. Messer, Κ. Bühler y Ν. Ach). P°r
otra, el médico Sigmund Freud (1856-1939) inicia la exploración del inconsciente, y de su experiencia como psicoterapeuta
va obteniendo los conceptos básicos de la más tarde llamada
«psicología psicoanalítica» (libido, represión, interpretación de
los sueños, etc.). A la vez, dos geniales filósofos abordan desde
puntos de vista transwundtianos, si cabe decirlo así, el problema de la vida psíquica y su descripción. Apoyado en Fr. Brentano, Ed. Husserl (1859-1938) valorará de un modo inédito y
depurado el viejo concepto de la «intencionalidad», nota esencial y primaria de los actos psíquicos; remotamente influido por
el idealismo alemán, W. Dilthey (1833-1911) creará una «psicología descriptiva y comprensiva», según la cual sólo la recja
comprensión psicológica (Verstehen) de su sentido, no la expl1
"
cación física (Erklären) de su mecanismo, permitiría un cono-
Evolucionismo, positivismo, eclecticismo 461
cimiento adecuado de la vida humana. Como en páginas ulteriores veremos, no será ajeno el pensamiento médico de nuestro
siglo a este vario y rico florecimiento del pensamiento psicológico.
2. Definitivamente acreditado por el título de un libro famoso del filósofo Immanuel Kant (Anthropologie in pragmatischer Hinsicht, «Antropología desde un punto de vista pragmático», 1798), el término antropología va a tener en el siglo xix
varias acepciones distintas. Por lo menos, las siguientes: a) La
acepción filosófica. En algunos casos, por modo puramente especulativo, fuese mental o fisiológica la materia de la especulación; ejemplos típicos, la obra de los Naturphilosophen L. Oken
y C. G. Carus. En otros, entendiendo como «filosofía del hombre» el estudio teorético de la condición zoológica de éste. Desde Lamarck hasta T. H. Huxley y E. Haeckel —con el decisivo
hito de Darwin entre aquél y estos— la antropología será una
biología científico-filosófica de la naturaleza humana. En otros,
tratando de enlazar sistemáticamente la metafísica y el pensamiento científico-natural; eso quiere hacer R. H. Lotze (1817-
1881) en su Mikrokosmos. En otros, por fin, con el designio
de convertir el saber antropológico en primero y único fundamento de la filosofía y la religión; no otra cosa se propuso L.
Feuerbach (1804-1872). b) La acepción física o somaticista. Con
el nombre de «antropología física» fue desarrollándose y am·
pilándose a lo largo del siglo xix el germen que la teoría de
las razas de Blumenbach había sido a fines del siglo xvin. Presuponiendo, claro está, la anatomía y la fisiología clásicas, la
antropología física estudia el cuerpo humano en su conjunto
y las variedades típicas que, desde este punto de vista, en él
puedan observarse. Como queda dicho, el primer tema de esta
disciplina fue el de las razas humanas; baste citar los nombres
de A. A. Retzius (1796-1860), J. L. de Quatrefages (1810-1892)
y P. Topinard (1830-1911). El racismo del Conde de Gobineau (1816-1882) no pasó de ser una derivación histórica y
Política de esa viva preocupación científico-natural por las diferencias raciales. Más tarde, la antropología física abordó nuevos
temas —diferencias somáticas dentro de los distintos grupos
raciales (craniometrías de W. A. Aitken, P. Broca, W. H. His y
L. Rütimeyer, L. Calori, F. Olóriz, T. V. de Aranzadi y L. de
Hoyos, etc.; dactiloscopia de A. Bertillon); relación entre la
forma del cuerpo y la conducta antisocial (antropología criminal
de C. Lombroso, 1836-1909) —y entró en fecunda conexión con
la paleontología, la teoría de la evolución y la genética, c) La
acepción cultural. El concepto de una «antropología cultural»
nació con la obra de O. Klemm y, sobre todo, con el libro
Primitive Culture (1871), de E. B. Tylor (1832-1917), en el cual
462 Historia de la medicina
es entendida la «cultura» como conocimiento descriptivo del
«complejo conjunto que forman el saber, las creencias, el arte,
las leyes, la moral, las costumbres y otros hábitos y capacidades
que el hombre adquiere en tanto que miembro de una sociedad».
La antropología cultural ha englobado así la vieja etnología
y ha ampliado a todos los niveles históricos de la humanidad el
campo de su atención. La obra sucesiva de L. H. Morgan (1818-
1881), Ad.. Bastian (1826-1905), J. Lubbock (1834-1913) y L. G.
Frazer (1854-1941) ha sido fundamental en el brillante desarrollo
de esta disciplina antropológica, sobre la cual basan Marx y
Engels una parte de sus análisis histórico-sociales y a la cual
se aproximarán, con sus métodos propios, los sociólogos del
primer tercio del siglo xx.
3. Entendida como conocimiento racional de la condición
social del hombre, la sociología existe desde Demócrito. Unas
veces de modo más filosófico, otras de manera más descriptiva,
la Antigüedad clásica, la Edad Media y el mundo moderno seguirán cultivando ese tema; pero el definitivo nacimiento de una
disciplina sociológica dotada de nombre y métodos propios es
obra, ya en pleno siglo xix, del filósofo Augusto Comte. En su
enciclopedia de las ciencias, la más abstracta de ellas es la matemática, y la más concreta, la sociología. La Physique sociale
(1835) de L. A. J. Quételet (1796-1874), uno de los grandes pioneros de la estadística sociológica, es el más inmediato precedente de esa Sociologie comtiana.
Un motivo situacional, la necesidad de entender y ordenar la
grave alteración de la sociedad que trajo consigo el triunfo de la burguesía sobre el Anden Régime, y otro gnoseológico y metódico, el imperativo de reducir todo saber científico a las pautas mentales de la
física, promovieron en el alma de Comte el designio de construir
una ciencia mediante la cual pudieran ser racionalmente conocidos y
gobernados el orden propio del cuerpo social (su estática) y su progreso hacia el fin más deseable (su dinámica). La sociología nace así
al servicio de una mentalidad progresista, burguesa y futurista (I. Sotelo).
El segundo gran clásico de la sociología fue, ya en el último
tercio del siglo xix, el filósofo Herbert Spencer (1820-1903). La
pertenencia de Spencer a una sociedad, la inglesa victoriana, en
la cual el orden burgués parecía definitivamente consolidado,
la gran influencia de la biología de Darwin sobre su pensamiento y su fe en la evolución como modo de realizarse el progreso
de la humanidad, le llevaron a edificar una ciencia sociológica
de carácter biologiste y no físico-mecánico, más conservadora
que la de Comte y atenida, como principo rector, al individualismo competitivo.
Evolucionismo, positivismo, eclecticismo 463
En el filo de los siglos xix y xx, cuatro hombres descollaban en la
sociología europea: dos alemanes, A. Schaffte (1831-1903) y F. Tönnies (1855-1936), y dos franceses, G. Tarde (1843-1904) y E. Durkheim
(1858-1917). Schaffte lleva hasta el extremo la concepción organicista
de la sociedad. Más amplio de miras, Tönnies contrapone real y dialécticamente el modo comunitario y tradicional de la relación interhumana (la Gemeinschaft) y el modo societario o individualista de
relacionarse entre sí los hombres, cuando la vida moderna va disolviendo las comunidades originarias (la Gesellschaft). La influencia
de esta dicotomía tönnesiana en el pensamiento sociológico ulterior ha
sido grande. G. Tarde trató de reducir —muy unilateralmente— la sociología a la psicología. No carente de base real, sus ideas pecaban
de simplistas. La «imitación» sería la clave del proceso de la socialización; la «invención», la raíz del progreso social. Mayor fue la importancia de E. Durkheim, en el cual debe verse uno de los padres
de la sociología actual; no sólo por haber desarrollado con fuerte
originalidad el carácter operativo y reformador del saber sociológico,
con su estudio sobre las relaciones entre la diferenciación social y el
trabajo, y por su idea de la contrainte o coerción como agente y nervio de los hechos sociales, también porque con él se inicia formalmente
la preocupación del sociólogo por el fundamento y la caracterización
de la ciencia que cultiva. Desde otros presupuestos, y ya entrado el
siglo xx, G. Simmel y Max Weber seguirán proponiéndose esa tarea.
Del enlace entre la consideración del momento social de la
enfermedad y el saber sociológico de los primeros lustros del
siglo xx nacerá la actual sociología médica.
Sección III
CONOCIMIENTO CIENTÍFICO DE LA ENFERMEDAD
La concepción vitalista del enfermar humano era la regla en
la medicina europea al comenzar el siglo xix. Barthez y Pinel
en Francia, Reil y Hufeland en Alemania, los continuadores
de Hunter, Cullen y Brown en el Reino Unido, sobre los principios del vitalismo se apoyaban cuando de la clínica querían
pasar a la patología, del hecho observado a la doctrina explicativa. Ahora bien: esta medicina, ¿podía en rigor ser llamada
«científica», si por «ciencia» se entiende lo que en astronomía
estaban haciendo Laplace y Gauss, en física Coulomb y Ampère,
en química Dalton y Berzelius? Es cierto, sí, que Morgagni había dado un paso gigantesco hacia la descripción de lo que anatómicamente es la enfermedad, y que Auenbrugger ya había ideado
la percusión, y que la termometría se había hecho en ciertas clínicas práctica habitual. Pero, con todo, ¿era en verdad científico
el saber patológico? ¿Acaso no es la ciencia un conocimiento
por causas ciertas y por leyes precisas de la parcela de la realidad que ella estudia? Así se veía obligado a reconocerlo Bichat,
precisamente en 1801, aunque a él le convenciese el pensamiento
vitalista: «La medicina ha sido rechazada durante mucho tiempo del seno de las ciencias exactas...». Pues bien: la conversión de la patología en verdadera ciencia va a ser el objetivo
principal de los más grandes clínicos de la época que entóneos
empezaba.
Ese común objetivo será perseguido por tres vías distintas;
o, con mayor precisión, bajo el imperio intelectual de tres distintas mentalidades históricamente sucesivas, aun cuando entre
sí tantas veces se combinen y superpongan: una de orientación
preponderantemente morfológica, la mentalidad anatomoclínica;
otra de orientación preponderantemente procesal, la mentalidad
fisiopatológica; otra, en fin, de orientación preponderantemente
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Evolucionismo, positivismo, eclecticismo 46S
etiológica, la mentalidad etiopatológica. Para la primera, lo fundamental en la enfermedad es la lesión anatómica; para la segunda, el desorden energético-funcional del organismo; para la
tercera, la causa externa del proceso morboso. Vamos a estudiarlas por este orden; teniendo muy en cuenta, eso sí, que sus protagonistas nunca han dejado de ser clínicos, médicos para los cuales siempre tuvo importancia primaria la realidad inmediata del
enfermo; y que junto a ellos, otros, menos ambiciosos o menos
doctrinarios, casi exclusivamente a la «clínica pura» quisieron
atenerse en su actividad diagnóstica y terapéutica.
Capítulo 1
LA MENTALIDAD ANATOMOCLINICA
Y LA ΑΝΑΤΟΜΙΑ PATOLÓGICA
Las palabras que Bichat escribe a continuación de las que
ahora he transcrito son la gran proclama de la mentalidad anatomoclínica. «Tendrá (la medicina) derecho a acercarse a ellas
(a las ciencias exactas), por lo menos en lo tocante al diagnóstico de las enfermedades, cuando a la rigurosa observación (del
enfermo) se haya unido el examen de las alteraciones que presentan sus órganos.» En un campo particular del enfermar humano, la cardiopatología, y con recursos semiológicos todavía
deficientes, eso es lo que I. Fr. Albertini intentó hacer en el
primer tercio del siglo xvm. Pero Bichat —que probablemente
no conocía el valioso y precursor ensayo del clínico bolones—
quiere y propone mucho más: quiere y propone elevar esa práctica a la condición de regla básica para la conversión de la medicina, de toda la medicina, en verdadera ciencia. Por eso no
parece erróneo afirmar que con esas líneas de la Anatomie générale bichatiana comienza formalmente la historia del actual pensamiento morfopatológico y se anuncia la pronta realidad del
podo de hacer medicina científica que los franceses llaman
'a méthode anatomoclinique. Con él llegará a su plenitud —recuérdese el parágrafo consagrado a Albertini— el «giro copernicano de la lesión anatómica» y, en la medida de lo posible,
se irá cumpliendo el programa de convertir en «patología externa» la «patología interna» (Laennec). Estudiemos por países
cómo todo esto va adquiriendo realidad concreta durante la prio r a mitad del siglo xix, y veamos a continuación sus principales vicisitudes a partir de 1850.
466 Historia de la medicina
A. El espíritu con que se practica ese método es por supuesto el mismo en todos los lugares a donde llega su influencia;
pero no parece inconveniente exponer por países su paulatina
penetración en varios de los europeos.
1. No contando el valioso precedente que constituye la
obra de Lancisi y Albertini, a la medicina francesa pertenece
el mérito de haber creado y enseñado al mundo la mentalidad
anatomoclínica; y no sólo por esa programática declaración de
Bichat, sino por la pronta y brillante realización de ésta en la
clínica y en la patología parisienses, gracias al talento y al esfuerzo de Corvisart, Bayle, Laennec y los clínicos que reciben
y cultivan la herencia de éste.
Aunque clínico general, J. N. Corvisart (1755-1821) consagró
su atención principal a las enfermedades del corazón y de los
grandes vasos. Su ambición era alta, y muy clara la conciencia
de su situación histórica: hubiera querido escribir un libro que,
según la estimulante consigna de Bichat, fuese por su título el
reverso clínico del que medio siglo antes había publicado Morgagni: De sedibus et causis morborum per signa diagnostica in·
vestigatis et per anatomen indagatis; pero ni su experiencia, ni
la situación del saber clínico —confiesa— le permiten hacerlo.
Dos importantes méritos de Corvisart: dio validez universal al
olvidado Inventum novum de Auenbrugger e introdujo la auscultación del tórax «poniendo la oreja muy cerca del pecho».
Discípulos de Bichat y Corvisart fueron, entre otros, Bayle y
Laennec. G. L. Bayle (1774-1816), introductor de la auscultación
torácica inmediata, compuso un espléndido libro sobre la tisis
pulmonar (1810) y —siguiendo las consignas del naciente método anatomoclínico, es decir, estudiando metódicamente la relación entre el cuadro clínico y el cuadro necróptico de cada
caso— convirtió en concepto anatomopatológico la vieja y vaga
noción clínica de «tisis». La obra de R. Th. H. Laennec (1781-
1826) merece párrafo aparte.
Laennec, bretón, estudió en Nantes y en París, donde pudo seguir
el último curso de Bichat. Se doctoró con una tesis sobre la doctrina de Hipócrates, y bajo el magisterio de Corvisart se adiestró en la
clínica y en la práctica de autopsias. Ya médico del Hospital Necker,
publicó su Traité de l'auscultation médiate (1819). Murió de tuberculosis pulmonar en su tierra natal, después de preparar con gran
esfuerzo una edición muy mejorada de su ya famoso libro.
Ante el delicado trance de auscultar a una joven levemente
obesa tal como en su grupo médico era ya costumbre, esto es,
apoyando su oreja sobre el pecho de la paciente, Laennec recordó
un juego infantil —la audición de un pequeño golpe sobre la
extremidad de una viga escuchando desde la extremidad con-
Evolucionismo, positivismo, eclecticismo 467
traria—, y tuvo la feliz idea de practicar aquella exploración
con un cuaderno de papel arrollado en cilindro. Así nacieron
la auscultación mediata y el primer germen del estetoscopio,
nombre etimológicamente impropio, desde luego (stéthos significa «pecho», y skopein, «mirar»), pero conscientemente inventado por su autor, porque los sonidos que con él percibía le
servían para «ver» lesiones anatómicas ocultas en el interior del
tórax. Una larga y minuciosa serie de observaciones comparativas, por un lado dínico-semiológicas, el análisis acústico de los
ruidos auscúltatenos, por otro anatomopatológicas, el estudio
atento de las lesiones cadavéricas correspondientes a los diversos tipos de tales ruidos —estertor, sibilancia, soplo, etc.—, permitió al gran médico el logro de las siguientes metas: establecer
un cuadro de sonidos estetoscópicos casi tan acabado como el
actual; diagnosticar con seguridad y durante la vida del enfermo
la dolencia padecida por éste, con otras palabras, dar realidad
en un importante capítulo de la medicina interna, el concerniente a las enfermedades torácicas, al ideal propuesto por Bichat;
introducir un concepto semiológico, el de «signo físico», que ya
ofrece la seguridad de los métodos verdaderamente «científicos»;
describir una serie de especies morbosas —dilatación bronquial,
edema de pulmón, tisis tuberculosa, cirrosis hepática, afecciones
de las válvulas cardíacas y aórticas— a las que da fundamento
y nombre su lesión anatómica, no su cuadro sintomático; crear,
en suma, un espléndido y sugestivo modelo del hasta entonces
sólo incipiente método anatomoclínico. Católico fervoroso en religión, vitalista convencido en fisiología, Laennec, cuya influencia en la medicina ulterior será enorme, supo construir una
medicina «científica» al margen de esas dos creencias.
Se enfrentó fogosamente con la obra médica de Laennec
P· J. V. Broussais (1772-1838). Frente a ella propuso una «mediana fisiológica», construida mediante conceptos de clara estirpe
howniana (irritation, abirritation, surirritation), sobre un aserto
anatomopatológico por igual apresurado y falso (que en casi todos los cadáveres pueden ser halladas lesiones de «gastroenteritis») y según un simplista esquema patogenético y fisiopatológico (irritación anormal del tubo digestivo por una causa externa, consecutiva hiperemia local, gastroenteritis primaria y ulterior acción nosógena de ésta, por «simpatía», en otras regiones
del organismo). La falsedad del esquema de Broussais, de gran
éxito en la medicina europea hacia 1830, no tardó en hacerse
Patente; pero ante el empeño laennequiano de fisicalizar a ultranza e j cuerpo del enfermo —estimación entusiasta del signo
físico, menosprecio de la reacción vital que es el síntoma—, al8]ma razón había, preciso es reconocerlo, en los vehementes
a
'
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