HISTORIA DE LA MEDICINA BIBLIOTECA MEDICA DE BOLSILLO parte 23

 


Sección I

CONOCIMIENTO CIENTÍFICO Y GOBIERNO TÉCNICO

DEL COSMOS

Desde el siglo xvi hasta la Primera Guerra Mundial, la humanidad ha conocido las siguientes decisivas transformaciones: en

los siglos xvi y xvn, una Revolución Científica; como consecuencia de la Independencia americana y de la Revolución Francesa,

una Revolución Política; en la primera mitad del siglo xix, una

Revolución Industrial. Pues bien: es a partir de esa Primera

Guerra Mundial, dos no menos decisivas transformaciones han

venido a añadirse a las tres anteriores: una Revolución Social,

cuya meta deseable es el satisfactorio ayuntamiento de la libertad

civil y la justicia social, y la Revolución Técnica que, llevando a

nuevas metas la científica y la industrial de los siglos pasados,

tiene como principales caminos la utilización de la energía atómica, la exploración del espacio extraterrestre y la automatización de la vida. Veámoslo, siquiera sea muy sumariamente.

Capítulo 1

EL MÉTODO CIENTÍFICO

Los dos principios metódicos que desde los orígenes de la

visión cientíñca del mundo rigen el modo de lograrla, la visión

de la realidad por uno mismo (autopsia) y la reducción teorética

de «lo que se ve» a «lo que es* (Jhermeneía, interpretación), siguen por supuesto vigentes en nuestra actualidad; pero si ya la

instrumentalización y la matematización del conocimiento del

cosmos habían modulado de muy peculiar y vigorosa manera la

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La medicina actual: Poderío y perplejidad 555

concepción y la ejecución de esos principios, más importantes

todavía son las novedades aparecidas en una y en otra con posterioridad a la Primera Guerra Mundial.

A. La aprehensión científica de la realidad, la metódica obtención de «datos» para el conocimiento científico de lo real,

sigue teniendo como recursos la observación directa, la mensuración y la experimentación. En las tres aparecen importantes novedades.

1. No pasa de ser meramente perfectivo el carácter de las

concernientes a la observación directa. Escasas son, por lo pronto, las modificaciones que ha experimentado la aplicación inmediata de los sentidos: el médico que explora el color de la piel,

el químico que comienza su análisis oliendo el contenido de un

tubo de ensayo. Son grandes, en cambio, las aparecidas en la

detección de nuevas realidades o de aspectos nuevos de realidades ya conocidas (contador de Geiger, radar, diversos métodos

cromatográficos, técnicas microespectrográficas y microfotográficas, «mareaje» con isótopos, micro y autorradiografía, reacción de

Feulgen, etc.) y en la ampliación instrumental de la capacidad

analítica de nuestros órganos receptores: microscopio electrónico

(desde H. Busch, 1926; Ε. Ruska y M. Knoll, 1931), microscopio

de fases (Fr. Zernike, 1934-1942), nuevos telescopios (Mount

Wilson y Monte Palomar), radiotelescopios, sondas interplanetarias, etc. Ayudada por instrumentos idóneos, la capacidad de penetración y de resolución de nuestros sentidos ha llegado a ser

literalmente fabulosa, tanto en los sistemas macrofísicos como en

los microfísicos.

2. La mera detección de una realidad o de un modo de

ella no es suficiente para el hombre de ciencia; el dato de observación sólo comienza a ser científico cuando la constatación de

lo real se hace mensuración técnica. En este orden de cosas, el

progreso desde la Primera Guerra Mundial —y junto al progreso, el cambio de la actitud mental— han sido sobremanera

notables.

Progreso, porque en todos los campos de la exploración del mundo físico —longitud, peso, duración temporal, modos de la energía—

se ha llegado a una sutileza asombrosa; baste recordar, a título de

ejemplo, las magnitudes lineales que pueden medirse mediante la interferencia de ondas electromagnéticas o fotografiarse con los actuales

microscopios electrónicos, capaces ya de mostrar los componentes

de la estructura molecular de un gen. Cambio, mutación de la mente,

a là vez, en virtud de dos nociones impensables para la física clásica: a) los conceptos de «longitud mínima» y de «duración mínima»; esto es: desde el punto de Vista de la física, y aunque la

continuidad del espacio y del tiempo sean filosóficamente pensables,

556 Historia de la medicina

la extensión espacial y la duración temporal varían cuantitativamente

«por saltos» (como la emisión de la energía radiante, según la teoría

de los quanta); b) el principio de indeterminación, según el cual es

imposible determinar a la vez la posición y la velocidad de un

electrón, porque en tal caso lo que se intenta medir es alterado por

aquello con que se mide (las ondas electromagnéticas). La exactitud

de la medida microfísica se hace así problema físicamente insoluble,

y la certidumbre o la determinación no pueden ser más que estadísticas y probables. El físico W. Heisenberg (1901-1975) ha sido el autor

de aquellos conceptos y el descubridor de este principio¿

3. Tras sus etapas galileana (experimento resolutivo), halleriana y spallanzaniana (experimento inventivo) y bernardiana

(experimento analítico), el método experimental pareció haber

llegado a una cima definitiva. A las ciencias de laboratorio «ha

aportado Cl. Bernard la fórmula de su método, como antaño

Descartes aportó el suyo a las ciencias abstractas de la materia

—escribió el filósofo Bergson en 1913—. En este sentido —añade

Bergson—, la Introducción al estudio de la medicina experimental

es para nosotros lo que para los siglos xvn y xvm fue el Discurso del método». Pero sin que las reglas bernardianas hayan

quedado invalidadas, lo cierto es que con posterioridad a la

Primera Guerra Mundial algo ha cambiado en la concepción

teorética del experimento científico. La descripción canónica que

de ese experimento propuso Cl. Bernard —descripción genial, sin

duda— no era metaciencia.

Reduciendo a apretadísimo y mutilador esquema el rico panorama

que a este respecto han abierto la crítica de la ciencia y la epistemología de nuestro siglo, he aquí algunas nociones que conviene destacar: a) La frecuente conversión de la «idea a priori» en «modelo»,

esto es, en representación abstracta, figurai unas veces (ejemplo: el

modelo de Davson y Danielli acerca de la estructura de la membrana

celular) y algorítmica o geometricoanalítica otras (ejemplo: los modelos morfoquinéticos o relativos al crecimiento, de J. H. Scharf), de lo

que en la realidad empírica sucede (modelos descriptivos) o debe

suceder (modelos normativos). Rudimentariamente introducido en el

saber fisiológico por Fabrizi d'Acquapendente y Borelli (E. Balaguer),

sólo en los últimos decenios ha venido a ser el «modelo» un componente central del conocimiento científico, b) La problematización

de la «idea a priori» del experimento y de la «verdad experimental»

que obtiene el hombre de ciencia cuando su «idea a priori» es confirmada. Desde los años finales del siglo xix hasta hoy mismo, los

varios movimientos intelectuales que componen la actual, teoría de la

ciencia —el convencionalismo (W. James, J. Dewey, E. Mach, H. Poincaré, P. Duhem), el verificacionismo (M. Schlick, Ε. A. Singer,

A. J. Ayer), el faísacionismo (Κ. Popper y sus seguidores) y la varia1

crítica de éste (Th. S. Kuhn, I. Lakatos, P. K. Feyerabend, etc.)—

vienen discutiendo en torno a esos dos problemas, c) La forzosa intrO"

La medicina actual: Poderío y perplejidad 557

ducción de la estadística —frente a la cual tan renuente era Cl. Bernard— en la conversión del resultado experimental en saber científico,

incluso antes de someterlo a interpretación, d) La constante necesidad

de atenerse a una invisible officina universalis o conjunto mundial de

todos los que directa o indirectamente hayan estudiado o estén estudiando el mismo tema; necesidad a la vez determinada de modo

sociológico, por el carácter planetario que hoy posee la búsqueda de

la verdad científica, y de modo temático, por la índole multidisciplinar de casi todos los saberes acerca de la realidad. Movidos, naturalmente, por su propia genialidad, pero recurriendo a lo que llamo

officina universalis —fracción operativa del «colegio invisible» de que

hablan los documentalistas—, fue como Watson y Crick idearon su

famosa doble hélice, é) La necesidad de tener en cuenta que el conocimiento científico, tanto en la génesis de su conquista como en el

modo de comprensión, se halla condicionado por todo un conjunto

de «intereses» (J. Habermas).

Β. Sin interpretación, es decir, sin referencia racional y plausible de «lo que se ve» o «lo que se mide» a «lo que es» —qué

es la realidad energético-material, qué es la vida, qué es el cosmos, qué es el hombre, etc.—, no llega a ser verdaderamente

científico el conocimiento del hombre de ciencia; como CI. Bernard decía, los datos de observación y las medidas no rebasan

entonces el nivel de los «hechos brutos», aunque la formalidad

de su apariencia sea muy precisa y hasta se nos presente como

«ley factual». Por ejemplo: la regularidad matemática de la situación de las rayas luminosas en el espectro del hidrógeno («ley

de Balmer») no comenzó a ser un hecho verdaderamente científico hasta que Niels Bohr la interpretó con su modelo atómico.

Pues bien: ¿en qué consiste la interpretación para el hombre de

ciencia actual?

Como en páginas anteriores, para la enunciación de la respuesta distinguiremos los dos criterios principales que la presiden, la orientación (el modo de interpretar) y el alcance (el término hacia el cual la interpretación se mueve).

1. Tipos de la interpretación según su modo. Más atenida

unas veces a la intuición figural-dinámica de la realidad («modelo» de una membrana celular, de un gen, de una molécula o de

un átomo), más orientada otras hacia la representación simbólico-matemática de ella (teoría relativista del campo gravitatorio,

concepción algorítmica de un proceso biológico), la interpretación

científica actual se halla presidida, de manera explícita o implícita, unívoca o analógica, por el «principio de complementariedad» de Bohr, según el cual en la realidad concreta del cosmos se

dan unitaria y complementariamente, pero en tal forma que

según el método de la observación aparece uno u otro de los

momentos integrantes del par complementario, la materia y la

energía, la configuración y el proceso, la estructura y la función.

558 Historia de la medicina

Con otras palabras: de un modo o de otro, la actual interpretación científica es siempre y a la vez morfológica y dinámica,

estructural y funcional, configurativa y causal. Sobre este fondo

común, esa interpretación puede ser más o menos descriptiva,

matemática o filosófica.

a) En el primer caso, el hombre de ciencia describe interpretativamente —basado, por tanto, en una combinación de hechos y

conjeturas— un proceso energético-material; por ejemplo, la conversión de la sacarosa ingerida en granulo lipídico de una célula adiposa, b) En el segundo, trata de mostrar cómo un proceso real y

observable se ajusta —hasta el extremo de poder ser previsto el

curso de sus estados— a un determinado modelo matemático; por

ejemplo, la inducción de reglas de comportamiento en la «teoría de

los juegos» o en el «cálculo de decisiones», c) En el tercero, en fin,

pretende formalmente pasar de «lo que ve» (observaciones de hecho,

resultados experimentales) a «lo que es» (una doctrina aceptable

acerca de la constitución de la realidad estudiada); por ejemplo, los

intentos de W. Heisenberg para explicar «qué es» una partícula elemental o los de J. Monod para entender según el azar y la necesidad

de los procesos bioquímicos «qué es» la estabilidad de una especie

biológica.

2. Tipos de la interpretación según su alcance. En su actividad interpretativa, el hombre de ciencia puede aspirar a la intelección científica de una parcela del cosmos o de la totalidad

de éste; y llegado a este punto, se verá obligado a optar entre

la renuncia a tal propósito y el tránsito hacia un tercero y último grado —ya transcientífico o metafísico— de su interpretación

de lo real. Tres niveles, por tanto, de lo que habitualmente

designa el vocablo «teoría científica».

Referido a un mismo campo de la realidad y del conocimiento,

el biológico, he aquí un ejemplo de cada una de esas tres posibilidades: a) Teoría parcelaria de la biosíntesis de las proteínas en los

ribosomas celulares, b) Expresa y consecuente referencia de esa teoría

a otra más amplia, la de la evolución en la biosfera, y subsiguiente

progresión hacia otras teorías más amplias aún, las que dan cuenta

de la aparición de la vida en el planeta (biogénesis, como punto de

partida de la evolución biológica) y las que intentan explicar científicamente la formación y la evolución del cosmos (cosmogénesis, como

meta del saber astrofísico). Así ha procedido, por ejemplo, el físico

C. Fr. von Weizsäcker en su Historia de îa naturaleza, c) Llegado

el hombre de ciencia a este punto, una opción se presentará ante él:

o renunciar al planteamiento de dicho problema, porque «científicamente» —esto es, con sólo los recursos intelectuales de la ciencia

positiva— no puede ser resuelto, o aceptar para resolverlo, con todo

el previo aparato científico y toda la precariedad teorética que se

quiera, la apelación filosófica a una realidad distinta del cosmos y

trascendente a él, a una realitas mundificans (Zubiri).

La medicina actual: Poderío y perplejidad 559

Muy propia de nuestro tiempo histórico, tiempo de crisis

como situación habitual, es la problematizacion más o menos

metódica de la interpretación científica. Los movimientos intelectuales nombrados al examinar las vicisitudes posbernardianas del

método experimental —tras el intuicionismo de Newton y del

propio Cl. Bernard, el convencionalismo, el verificacionismo,. el

falsacionismo, las actitudes ulteriores a éste— son otras tantas

posiciones ante dicha problematizacion, a las cuales podrían ser

añadidas las tocantes a la interpretación de los fenómenos psicoorgánicos del hombre; esenciales, como veremos, en la tarea de

hominizar el saber patológico.

La problematizacion de la actividad interpretativa del hombre de ciencia afecta por igual a la verdad de la interpretación

(en qué consiste la verdad científica, cuándo una proposición

científica puede y debe ser considerada como verdadera) y a su

sentido (qué significa esa interpretación para el hombre de cien?

cia y para el hombre a secas).

Tres cuestiones aparecen en primer plano: a) El contenido de una

verdad científica y el grado de su veracidad en relación con lo que

ella afirma dependen del nivel de la realidad estudiada, y por tanto

de la estructura de ésta. Como hay verdades científicas de carácter

causal, las hay de carácter estructural (Zubiri); y, por otra:

 parte, es

la escala de la observación la que crea el fenómeno científico

(Ch. E. Guye). La vida biológica, por ejemplo, es el resultado de un

conjunto de propiedades estructurales, b) Al problema de la verificabilidad de las proposiciones científicas —por tanto, al problema de su

admisión como verdaderas— pertenece necesariamente el del lenguaje con que se las enuncia (círculo de Viena, Wittgenstein, Ayer, etc.).

c) En el conocimiento científico son partes integrales la historia interna y externa de la ciencia en cuestión y la filosofía de la parcela

de la realidad a que se refiera (Kuhn, Lakatos). Parafraseando a Kant,

escribe este último autor: «Sin historia de la ciencia, la filosofía de la

ciencia está vacía; sin filosofía de la ciencia, la historia de la ciencia

está ciega». Y «sin historia y filosofía de la ciencia, el saber científico

está manco», podría añadirse.

Capítulo 2

DE LA ASTROFÍSICA A LA MICROFISICA

En los últimos años del siglo xix y los primeros del siglo xx,

cuatro ingentes novedades, una de orden más experimental, el

descubrimiento de la radiactividad, tres de carácter más teorético, la teoría de los quanta, la del fotón y la de la relatividad,

560 Historia de la medicina

primero «restringida» (1905), luego «generalizada» (1915), quebrantaron los fundamentos de la física clásica —la que va desde

Galileo hasta Hertz y Boltzmann— y prepararon el fabuloso

desarrollo de la física actual. La teoría de los quanta y la de la

relatividad han sido los dos grandes pilares intelectuales de esta

gran aventura de la mente humana, una de las más importantes

en todo el curso de su historia; y con el creciente y complementario desarrollo de la técnica instrumental, a ellas se debe el

profundo cambio que a partir de la Primera Guerra Mundial ha

experimentado nuestra imagen del cosmos, desde el universo en

su conjunto hasta las porciones de él que la física considera hoy

elementales y mínimas.

Tres niveles —no separados entre sí, claro está, por límites escuetos— pueden ser distinguidos en el universo, desde el punto de vista

del conocimiento físico: el mundo microfísico de las partículas elementales y de los átomos, en el cual rigen ostensiblemente la discontinuidad cuántica y el principio de indeterminación; el cosmos astrofísico, en el que la velocidad de la luz es la unidad de medida y

varía la masa móvil en función de su velocidad propia; el ámbito

intermedio de la experiencia humana, dentro de cuyos límites poseen

validez práctica, aun no siendo últimamente exactos, los principios

y las leyes de la física clásica: carácter determinista de éstas, curso

continuo de los procesos de la naturaleza, invariabilidad de la masa

y separabilidad metódica del espacio y el tiempo.

Esquematizando al máximo, por tanto brutalmente, el riquísimo y variado caudal de las actuales ciencias de la naturaleza

cósmica, expondré lo más saliente de él en tres parágrafos, respectivamente consagrados a la astrofísica, a la física atómica y a

la química, y estudiaré en capítulo aparte lo concerniente a la

biología.

A. Gracias a la técnica y al saber de nuestro siglo —y perfeccionando, a la vez, saber y técnicas del siglo pasado; recuérdese lo que en páginas anteriores quedó dicho— la vieja astronomía ha sido absorbida por la astrofísica. Aspectos particulares

y mecánicos de ella son, por ejemplo, las viejas «leyes astronómicas». Para la astrofísica actual, ¿qué es el universo? Distingamos en éste la estructura, la dinámica, la génesis y los modelos

con que se intenta dar razón de su conjunto.

1. Estructura. El espacio-tiempo curvo, finito e ilimitado que matemáticamente describe la teoría de la relatividad (Einstein y H. Minkowski) se halla poblado por astros diversamente agrupados (estrellas

simples o dobles, cúmulos y asociaciones varias), gases y polvo interesterales y quasares o quasi-stellar objects; todo ello sometido a las

leyes de la materia-energía que han descubierto los físicos y ordenado

La medicina actual: Poderío y perplejidad 561

según una pauta configurativa más o menos uniforme, la galaxia,

cuyo número en el cosmos se cuenta hoy por centenares de millones

y cuyo nombre genérico procede del que inicialmente recibió —Vía

Láctea— aquélla a que pertenece nuestro sistema solar. El antropocentrismo de la cosmología precopernicana se ha desmoronado por

completo: Copérnico despojó a la Tierra de su posición central en el

cosmos; hace unos decenios, H. Shapley demostró la posición sumamente excéntrica del Sol, dentro de nuestra galaxia; poco después,

E. Hubble y W. Baade han mostrado que nuestra galaxia es una

de tantas, y no de las mayores (D. Papp). Por tanto, nuestra casa,

la Tierra, no es sino un infinitesimal y ladeado rinconcito del

universo.

2. Dinámica y génesis. Así constituido, el universo se halla en

constante evolución (generación y vicisitudes de las estrellas y los

sistemas estelares: E. Hertzsprung, Η. Ν. Russell, A. S. Eddington,

]. H. Jeans, W. Baade, etc.) y está sometido a un constante proceso

de expansión (las galaxias más lejanas se alejan aceleradamente de

nosotros: Ε. Hubble, 1924). Tan sorprendente hecho ha planteado

dos fundamentales problemas: a) Si la densidad media del universo

es constante a pesar de la expansión de éste, lo cual obligaría a

admitir una paulatina creación de materia (Fr. Hoy le y otros), o si

no es así, como la mayor parte de los astrónomos opina, b) Cuál puede haber sido, en este segundo caso, el origen físico del universo.

La tesis de G. Lemaítre (1927), según la cual hace miles de millones

de años se produjo la explosión —y la expansión sucesiva— de un

núcleo inicial o «átomo primitivo» en el que era enorme la concentración de materia y energía, sigue siendo la más comúnmente aceptada entre los astrofísicos.

3. Modelos del cosmos. A raíz de la formulación de la teoría

general de la relatividad, varios han sido los modelos con que se ha

tratado de entender la realidad concreta del universo curvo, finito e

ilimitado que dicha teoría postula. El propio Einstein ideó uno, corregido poco más tarde por Willem de Sitter; pero, conocida la

expansión del cosmos, ambos han cedido el paso al de Lemaítre,

ulteriormente perfeccionado por Eddington. Acerca de las consecuencias trans-científicas que esta doctrina científica plantea, véase lo

dicho en el capítulo precedente.

Más fabuloso aún que el de la astrofísica ha sido, si cabe,

el desarrollo de la microfísica, desde que Rutherford ideó su

modelo atómico y mediante un bombardeo con partículas α logró convertir el nitrógeno en un isótopo del oxígeno. He aquí los

Pasos principales de ese desarrollo: 1. La ya mencionada sustitución del átomo de Rutherford por el de Bohr, y luego por

el de Sommerfeld. La naciente mecánica atómica quedaba así

fecundamente enlazada con las dos teorías rectoras de la física

del siglo xx, la de los quanta y la de la relatividad. 2. La ulterior elaboración de una mecánica atómica ya no intuitiva, como

la que servía de base teórica al átomo de Bohr-Sommerfeld, sino

Probabilística; no referida, por tanto, a puntos-masa que el físico

562 Historia de la medicina

imagina como si los estuviese viendo en el espacio, sino a símbolos matemáticos regidos en última instancia por las leyes de la

probabilidad. Simplificando al máximo muy complejos saberes y

resultados, esto llevan consigo la mecánica ondulatoria de L. de

Broglie, E. Schrödinger, W. Heisenberg y P. A. M. Dirac y el ya

mencionado principio de indeterminación de Heisenberg. 3. El

descubrimiento de la radiactividad artificial (matrimonio JoliotCurie) y la progresiva elaboración del concepto de «isotopía»,

creado por Fr. Soddy (1910) y experimentalmente comprobado

por F. W. Aston (1920). 4. El sucesivo y no concluso hallazgo,

a la vez teorético y experimental, de las partículas elementales

que componen el átomo: tras el electrón (J. J. Thomson, H. A.

Lorentz, R. A. Millikan) y el protón (Rutherford, Fr. Soddy), el

neutrón (W. Bothe, matrimonio Joliot-Curie, }. Chadwick), el positrón (C. D. Anderson), el mesón (H. Yukawa, C. D. Anderson,

S. H. Neddermeyer), con toda su amplia variedad de formas, y a

continuación una larguísima y creciente serie de ellas, muchas de

existencia sumamente fugaz. Las máquinas «rompedoras de átomos» mediante el bombardeo con partículas a grandes velocidades (el ciclotrón de E. Lawrence, el cosmotrón, el bevatrón, el

sincrotón, el betatrón) han contribuido no poco a ese constante

proceso analítico y exploratorio, que ha culminado con el descubrimiento de la «antimateria» (protones con carga negativa, etc.)

y la noción ya técnica de quark o «partícula hipotética». 5. La

«fisión» de los átomos pesados (uranio y otros), cuando se les

somete a un bombardeo de neutrones, la ulterior producción de

fisiones atómicas en cadena, con enorme transformación de masa

en energía, conforme a una famosa fórmula de Einstein, y en

definitiva la construcción de la bomba atómica que el 6 de agosto de 1945 aniquiló la ciudad de Hiroshima (E. Fermi, matrimonio Joliot-Curie, O. Hahn, Fr. Strassmann, J. R. Oppenheimer);

y tras esa atroz catástrofe bélica, la ulterior construcción de

centrales eléctricas nucleares. 6. La obtención de energía termonuclear mediante la «fusión» de núcleos atómicos ligeros en

otros más pesados y la consecutiva fabricación de la llamada

bomba de hidrógeno (H. Bethe y C. Fr. von Weizsäcker, en

cuanto al problema de la génesis de la energía solar; luegOi

E. Teller, I. Kurchatov). 7. La difracción de los rayos X *»

incidir sobre una estructura cristalina (propuesta por M. von

Laue y realizada por W. Friedrich y P. Knipping, ya en 1912).

luego desarrollada por los hermanos W. H. y L. Bragg y Por

P. Debye. Con ello la microfísica ha pasado del orden atómico

al orden molecular de la materia.

Contemplando tan espectaculares sucesos, no puede extrañar

que se haya hablado del comienzo de una «era atómica» en »8

historia de la humanidad.

La medicina actual: Poderío y perplejidad 563

Β. El proceso de fisicalización de la química, ya iniciado

por la química física del siglo xix, ha proseguido aceleradamente tras la Primera Guerra Mundial. Tan pronto como pasa

del laboratorio a la teoría científica, el saber químico se hace

física atómica o molecular. Entre tantas posibles expresiones de

tal evento, mencionaré tres: 1. La explicación microfísica de la

valencia química, que puede actualizarse como ganancia o pérdida de electrones entre los átomos que se combinan, electrovalencia, o mediante electrones compartidos por ellos, covalencia

(W. Kossel, G. N. Lewis e I. Langmuir, Heitler y London). 2. La

producción de elementos químicos artificiales: los primeros transuránidos —neptunio (E. M. McMillan y Abelson), plutonio

(C. T. Seaborg, E. Segré), americio (Seaborg) y curio (Seaborg)—,

el tecnecio (G. Perrier y E. Segré), el francio (M. Perey) y bastantes más, hasta llegar al lawrencio, que hace el número 103

de los hasta ahora conocidos. El carácter cuasi-creador de la técnica moderna, patente ya en las síntesis artificiales del siglo xix,

se ha mostrado así en forma portentosa. 3. La teoría de la catálisis —concepto procedente de Berzelius y más tarde estudiado

en términos de cinética química por W. Ostwald— como «reacción microfísica en cadena» (M. Bodenstein), después de una

espléndida serie de hazañas experimentales fundadas sobre la

acción catalítica: síntesis del amoniaco (Fr. Haber, C. Bosch,

A. Mittasch), obtención sintética de hidrocarburos y su conversión en ácidos grasos (Fr. Fischer), hidrogenación catalítica del

carbón (Fr. Bergius), mecanismo catalítico de las acciones enzimáticas y estructura química de los enzimas (E. Willstäter, H. von

Euler, O. Warburg).

A toda esta serie de brillantes logros hay que añadir —ya más

en la línea de la química clásica— tantos y tantos otros. Entre ellos:

1. El considerable enriquecimiento de los métodos de la técnica

analítica: ultracentrifugación (Th. Svedberg), electroforesis (A. TiseHus), cromatografía (M. S. Tswett, A. I. Porter Martin, R. L. Millington Synge), microespectrografía de T. Caspersson, microanalysis (Fr.

Emici y Fr. Pregl), espectroscopia infrarroja, espectrofotometría, etc.

2. El fabuloso desarrollo de la síntesis de moléculas orgánicas, después

de M. Berthelot, Ε. Fischer, A. von Baeyer y Ε. Willstätter: quinina

(P. Rabe, R. Β. Woodward, W. Ε. Doerin), androsterona y testosterona

(L. Ruzicka), colesterol (R. Robinson), hemoglobina (H. Fischer), vitamina D (A. Windaus, H. Wieland), estrógenos (E. C. Dodds), vitamina A (R. Kuhn), hormonas femeninas (Ad. F. J. Butenandt),

insulina (Fr. Sanger), ARN (S. Ochça), ADN (A. Kornberg), genes

77-nucleótido y 126-DNA (H. G. Khorana). El acercamiento a la

síntesis de estructuras dotadas de propiedades vitales está siendo,

pues, tan rápido como fascinante. 3. Constitución de una química

de las macromoléculas y, consecutivamente, de la biología molecular.

Algo habremos de decir acerca de ésta en páginas ulteriores.

Capítulo 3

LA BIOLOGÍA

No pocas de las cuestiones que integran la riquísima biología actual —problemas morfológicos, citología, biología molecular, genética, fisiología general— serán examinadas en la sección

siguiente, como partes integrales del conocimiento científico del

hombre. En este capítulo me limitaré a mostrar esquemáticamente como se hallan planteados hoy dos problemas biológicos

centrales: la vida en cuanto modo particular en la actividad de

la materia cósmica y la realidad de la especie viviente.

A. Desde los orígenes del pensamiento occidental viene preguntándose el hombre qué es la vida. Hemos visto cómo el vitalismo y el mecanicismo han esgrimido uno contra otro sus respectivas tesis a lo largo de los últimos siglos. Un vitalismo

residual, en último término resignado (la idée directrice de

Cl. Bernard, el sólo programático neuer Vitalismus de Virchow),

y un resuelto neovitalismo (la «entelequia» de Driesch y —en

cierto modo— el élan vital de Bergson) han sido las últimas

formas del primero; las explicaciones mecánicas del materialismo fisiológico de Moleschott y Vogt, la manifestación última del

segundo. Pues bien: superando resueltamente uno y otro, esto

es, negando del modo más radical que en los organismos vivientes opere una «fuerza» superior y ajena a las que estudia la física,

pero rechazando a la vez que la explicación de los fenómenos

más propios de la actividad biológica, morfogénesis, conservación de la forma específica y mutación evolutiva de ella, adaptación y regulación, homeostasis, etc., pueda ser reducida a pura

mecánica, como pretendieron Descartes y sus sucesores, el actual

pensamiento filosófico (A. N. Whitehead, X. Zubiri y otros) y te

actual reflexión de los hombres de ciencia (ejemplos: la del físico Schrödinger en ¿Qué es la vida?, la del biólogo A. SzentGyörgyi acerca de una «biología sübmolecular») proponen o sugieren un modo a un tiempo materialista, no-vitalista y nomecánico de entender la realidad propia de la vida orgánica. El

modelo mecánico, en efecto, no es el único posible para la intelección de la actividad de la materia; en ésta hay niveles estructurales cualitativamente distintos entre sí —esto es, dotados de

propiedades y sometidos a leyes de orden «estructural»; privativas, por tanto, del nivel a que pertenezcan—, y uno de ellos es

el que solemos llamar «vida orgánica». Esta, en suma, consiste

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La medicina actual: Poderío y perplejidad 565

en un peculiar modo de ser de la materia cósmica, estructural y

sólo estructuralmente condicionado.

La solidez y la fecundidad de esta actitud científico-filosófica ante

la realidad de la vida son incuestionables; pero esto no elimina, al

contrario, plantea con más fuerza varias cuestiones fundamentales:

¿qué es una estructura material?; ¿en qué consiste formalmente el

modo de la estructura a que damos el nombre de «vida orgánica» o

«biológica»?; ¿cómo esta peculiar organización de la materia da

lugar al magno hecho cósmico de la evolución de las especies vivientes?

B. La cuestión del origen de las especies, y por tanto el

problema de la evolución biológica, se hallaban polémicamente

planteados en los primeros lustros del siglo xx. Tres actitudes

frente al tema, un antievolucionismo ya residual, una reviviscencia del lamarckismo y una versión neodarwinista de Darwin, disputaban entonces entre sí.

1. El antievolucionismo que acabo de llamar residual, porque el evolucionismo ha llegado a ser la doctrina canónica, en

cuanto al origen de las especies, después de la Primera Guerra

Mundial, invocaba argumentos de muy diversa índole.

Por ejemplo: no ha podido ser observada la transformación de

una especie en otra, y cuando en una de ellas se producen mutaciones, como las descritas por H. de Vries en la Oenothera lamarckiana,

son discontinuas y no parecen ser la consecuencia de un proceso de

selección natural; la existencia de un «mundo circundante» (Umwelt)

propio de cada especie (J. von Uexküll) pone graves obstáculos a la

existencia de una «lucha por la vida», entendida en el originario

sentido darwiniano; la investigación embriológica impide aceptar sin

graves reparos la «ley biogenética fundamental», tal y como Haeckel

y Fritz Müller la habían enunciado (L. Vialleton); la comparación

entre la compleja y delicada estructura de ciertos órganos, por ejemplo, el ojo de los insectos, y la de los correspondientes a especies

filogenéticamente anteriores, no permitiría entender evolutivamente la

transición de unos a otros (Cajal); la existencia de órganos hipertélicos y distélicos, como la cornamenta excesiva y perturbadora del

Megacerus, no parece concorde con la doctrina de la selección natural.

A la vista de estas objeciones, cabe preguntarse: el hecho de

aducirlas, y aunque sean reales algunas de las observaciones

sobre que se basan, ¿no provendrá de un a priori mental-afectivo,

es decir, de una actitud previa —religiosa, doctrinaria o social—

contra el evolucionismo biológico?

2. Una apelación más crítica y depurada a las tesis de Lamarck —aparición de modificaciones morfológico-funcionales por

adaptación al medio, herencia de los caracteres adquiridos— ha

566 Historia de la medicina

tenido partidarios a lo largo del siglo xx, tanto en Francia

(M. Caulléry, L. Cuénot), como en otros países (O. Hertwig,

R. Wettstein). Ha sido definitivamente rechazada, en cambio, la

doctrina de la «hibridación por injerto» de L. Mitchurin y T. D.

Lyssenko, según la cual el injerto vegetal produciría híbridos

con caracteres somáticos nuevos y transmisibles.

3. Tras un relativo eclipse a comienzos de siglo, el darwinismo, bajo forma de «teoría sintética de la evolución» o «neodarwinismo», ha venido a ser la doctrina «normal» o canónica

de la biología. Cuatro órdenes de hechos —ecológicos, paleontológicos, genéticos y embriológicos— abonan con fuerza la verosimilitud del neodarwinismo, cuyos principales forjadores han

sido G. Gaylord Simpson y Th. Dobzhansky en los Estados

Unidos, y J. Huxley y J. S. Haldane en Inglaterra.

1. Argumentos ecológicos y paleontológicos. Lo que hoy se sabe

acerca de la distribución de las especies sobre la superficie del planeta, por tanto sobre su ecología, y acerca de las formas vivientes

desaparecidas y fósiles —mucho más, desde luego, que en tiempo de

Darwin—, sólo desde el punto de vista de su evolución puede explicarse razonablemente. 2. Argumentos genéticos. La genética ha permitido abordar el problema de la «macroevolución» (por ejemplo: de

los peces a los reptiles, de los reptiles a las aves, etc.) mediante el

estudio de la «microevolución» o evolución de los sistemas cromosómicos. El análisis genético de las mutaciones espontáneas, la producción de mutaciones inducidas o artificiales (H. J. Müller, Ν. W. Timoféeff-Ressovsky, D. E. Lea, C. Auerbach) y el estudio de la genética

de poblaciones (S. Wright, Th. Dobzhansky) han dado la clave para

esa iluminadora extrapolación. La producción mutacional de «monstruos prometedores» (R. Goldschmidt), esto es, dotados de vitalidad

en el presente y para el futuro, sería la clave principal del proceso

evolutivo. Lo cual no quiere decir que la relación macroevoluciónmicroevolución no ofrezca problemas de solución difícil. 3. Argumentos embriológicos. Varios autores (W. Garstang, G. R. de Beer, M.

Kollmann) han puesto al día, matizando su inicial y desmedido esquematismo, la «ley biogenética fundamental» de Fritz Müller y Haeckel.

Como vimos en la parte precedente, la concepción evolucionista de la historia de la biosfera plantea de modo inexorable

el problema del «primer ser viviente»; con otras palabras, la

cuestión del origen de la vida en nuestro planeta. En páginas

ulteriores aparecerán ante nosotros las respuestas que viene dando la investigación actual a las osadas conjeturas biogenéticas

del siglo pasado.

Capítulo 4

APLICACIONES TÉCNICAS Y SITUACIÓN SOCIAL

DE LA CIENCIA

La radical tecnificación de la vida y, como consecuencia de

ella, la planificación técnica del futuro, son dos notas muy

esenciales de nuestra situación histórica. La técnica nos ayuda

a vivir, desde luego, pero a la vez envuelve nuestra vida, la determina, merma nuestra libertad. De manera creciente desde el siglo xix, la humanidad ha caído bajo el imperio absoluto de la

explotación organizada, y de ahí que la relación entre la técnica

y la vida posea un anverso de comodidad y esperanza y un

reverso de desazón y temor. «Donde la técnica impera hay, en

el más alto de los sentidos, peligro», ha escrito el filósofo

M. Heidegger. Peligro físico, porque toda técnica lleva consigo

en su reverso una amenaza para la vida; peligro metafísico,

porque la técnica dificulta o impide ver en profundidad e integridad lo que las cosas son. «Pero donde está el peligro, —allí

nace lo que salva», dice sibilinamente Heidegger, haciendo suyos

dos versos de Hölderlin.

Veamos ahora sumariamente cómo se configura en el mundo

actual el gobierno técnico del cosmos, y examinemos a continuación el puesto que en él ocupa y el sentido que en él posee la

ciencia de que las acciones técnicas son consecuencia y aplicación.

A. La técnica actual es en buena parte un resultado perfectivo del proceso que la Revolución Industrial puso en marcha la

centuria pasada. Mil y un aparatos de nuestra vida cotidiana no

son, en efecto, sino consecuencia de avances logrados en el camino que iniciaron la mecánica, la termotecnia, la electrotecnia y

la química aplicada del siglo xix. Pero al lado de ellos han

surgido otros, que constituyen novedades cualitativas, esquemáticamente reducibles a los siguientes apartados:

1. Energía nuclear. Después de la devastadora explosión

con que hizo su aparición en la historia, y conservando siempre,

bajo figura de bomba atómica, su potencial amenaza, esta forma

de la energía viene siendo objeto de creciente utilización industrial.

2. La electrónica o conjunto de técnicas basadas sobre los

fenómenos a que da lugar el paso de electrones a través del

vacío o de distintos gases.

567

568 Historia de la medicina

3. La química de las macromoléculas artiticiales o sintéticas,

cuya producción industrial ha llenado nuestro mundo de los más

diversos materiales («plásticos» de toda índole).

4. La astronáutica o cosmonáutica, desde el lanzamiento del

Sputnik soviético (1957) hasta la exploración de la superficie de

Marte por el Viking americano (1976), con una sensacional hazaña intermedia: el paseo de varios astronautas sobre el suelo de

la Luna (dos veces en 1969).

5. La automatización del cálculo mediante máquinas electrónicas (computadoras u ordenadores). Una nueva ciencia, la

«cibernética» (N. Wiener, 1894-1968), y una fabulosa extensión

de sus posibilidades a los más diversos campos de la realidad

y de la vida, están cambiando la apariencia de ésta y permiten

augurar el rápido desarrollo de una nueva y universal «cultura

del ocio».

Contemplada según lo que durante los últimos decenios la técnica

ha llegado a ser, ¿hay alguna diferencia cualitativa, no meramente

cuantitativa, entre la «técnica moderna» y la «técnica antigua»? Indudablemente. Seis rasgos principales manifiestan la novedad de aquélla

respecto de ésta: 1." El carácter rigurosamente «esencial» y «natural»

(Zubiri) que en muchos casos posee hoy el producto técnico: la glucosa obtenida por síntesis es idéntica a la glucosa contenida en el

zumo de uva. 2° La condición «no natural», nueva, por tanto, respecto

de los cuerpos existentes en la naturaleza hasta hoy explorada, de

muchas de las sustancias —cuerpos simples o compuestos— artificialmente fabricadas. La técnica actual es en cierto modo «creadora».

3.° El carácter no intuible, ni con los ojos de la cara ni con los de la

imaginación, del proceso en cuya virtud se cumple la operación técnica. Piénsese en lo que pasa en el interior de una máquina computadora. 4.° La ilimitación —real o hipotética— de las posibilidades técnicas

del hombre. La noción de lo «imposible por naturaleza» y de lo

«forzoso por naturaleza» parece haberse venido abajo. 5.° La separación funcional entre el «inventor» o planeador y el «operario» del invento. 6.° La autonomía operativa —carácter selfacting— de muchos

artefactos técnicos.

Una pregunta surge en la mente, después de tan impresionante

serie de novedades: ¿en qué medida y de qué modo son todas ellas

aplicables a las dos principales operaciones técnicas del médico, el

diagnóstico y el tratamiento del enfermo? Más adelante veremos los

términos concretos en que esta cuestión se plantea.

B. En el estudio de la relación entre la ciencia y la sociedad

deben ser distinguidos dos problemas principales: la situación

social del saber científico y la significación de éste dentro del

grupo humano a que socialmente pertenece.

1. ¿Dónde se hace hoy la ciencia? Fundamentalmente, en

tres órdenes de centros: los Institutos y Departamentos de las

Universidades y las grandes Escuelas Técnicas (por ejemplo, el

La medicina actual: Poderío y perplejidad 569

famoso MIT de Massachusetts), las varias instituciones que, más

o menos al margen de las Universidades, para el cultivo de la

investigación científica crean y sostienen los Estados (Consejos

Nacionales, Institutos de Bethesda, Md., en U.S.A., Academias

nuevas, como las de los países soviéticos), y las fundaciones y

laboratorios de carácter privado, sean sus promotores el mecenazgo o las empresas industriales, como tantas de las farmacéuticas. A partir del siglo xix, el crecimiento del número total de

estos diversos centros y, por lo tanto, de la cifra de quienes

profesionalmente se dedican a hacer ciencia, ha sido, más que

exponencial, explosivo. Dos únicos datos: el noventa por ciento

de los hombres de ciencia que la humanidad ha tenido a lo largo

de toda su historia, viven actualmente; los 1.000 libros que en el

Renacimiento se publicaban cada año, ahora se publican en un

solo día.

¿Cómo se difunde la ciencia que hoy se produce? Tres son

las vías principales para la difusión del saber científico: la oral,

a través de Congresos, Convenciones, Mesas redondas y Symposia

de toda índole (internacionales, nacionales, temáticos, de grupo,

etcétera), la impresa, mediante el libro y la revista, y la que

a esta última ofrecen los Centros de Documentación. Las revistas

científicas son, a su vez, de dos clases: las reservadas a los especialistas en la materia que nombra el título de la publicación (por

ejemplo: Genetics, Journal of Virology) y las destinadas al gran

público (por ejemplo: Scientific American, Science, La recherche). La actual sociometría de la ciencia ha creado el concepto

de «colegio invisible» (D. D. Price) para designar al conjunto de

los hombres de ciencia que, diseminados por todo el planeta, han

recogido la «lección» dada por la publicación de los trabajos

de un determinado autor. Pues bien, basta lo dicho para advertir

que en el mundo actual existen dos órdenes de «colegios invisibles»: el formado por los cultivadores de la ciencia en cuestión,

computable a través de sus publicaciones, y el constituido por

la inmensa legión de los que leen las revistas científicas generales y las monografías de alta divulgación, sólo calculable mediante sondeos y evaluaciones de carácter estadístico. Lo cual,

si se tiene en cuenta la vida interna de los países nuevos (los

africanos) y de los que hoy, tras siglos de estancamiento en una

cultura arcaica, tratan de renovarse (los islámicos, China, India, etc.),. indica bien claramente que la difusión de la ciencia es

en nuestros días un fenómeno universal, planetario. La ciencia

ha llegado a ser un componente esencial en la vida del hombre;

la educación científica y la atención económica consagrada a ella

son los primeros pasos para ascender —usemos palabras tópicas—

del subdesarrollo al pleno desarrollo.

2. Estos flagrantes hechos sociológicos nos conducen directa-

570 Historia de la medicina

mente al examen del segundo de los problemas antes nombrados: la significación de la ciencia en la sociedad actual. O bien,

en términos más técnicos: el rol social del actual hombre de

ciencia; lo que la sociedad espera de él, en cuanto titular de la

actividad que institucionalmente ejecuta.

La ciencia ofrece al hombre y el hombre espera de la ciencia:

a) Comodidad, complacencia vital. Frutos técnicos de la ciencia, una

y otra cosa brindan el alumbrado eléctrico, el magnetófono y el televisor. Que tal comodidad y tal complacencia lleven consigo el reverso

de peligro antes mencionado, no suele verlo, en tanto que puro «ente

social», el miembro de la sociedad en que vivimos, b) Poder. La

ciencia engendra técnica, y ésta hace poderosos a los pueblos, tanto

frente al cosmos (poderío cósmico), como frente a los restantes grupos humanos (poderío político), c) Dignidad. La posesión del saber

científico hace que el hombre se sienta más digno; la capacidad de

entender algo científicamente, dignifica. Más aún: el prestigio del hombre de ciencia prestigia por participación a los que pertenecen al mismo grupo humano; Newton, valga este solo ejemplo, tiene una parte

esencial en el prestigio de ser inglés, d) Libertad. Intelectual y operativamente, la ciencia libera, aunque la aceptación de las verdades que

propone sea más o menos forzosa para la mente de quien las aprende, é) Materia coloquial. Para convivir, el hombre necesita hablar, y

la ciencia es uno de los temas del habla coloquial cuando ésta, como

diría un romano antiguo, trasciende el puro nec-otium. Y muchas veces, por obra de todo lo que ha sido dicho, incluso cuando el tema de

que se habla es más pura e interesadamente negocioso.

Comodidad y complacencia vital, poder, dignidad, libertad,

materia coloquial; he aquí los cinco motivos principales del rol

social del hombre de ciencia. Vigentes siempre, los cinco se han

potenciado extraordinariamente en la sociedad de nuestro tiempo. Esto no quiere decir, sin embargo, que la dirección de la

vida pública haya empezado a pasar de las manos de los políticos a las manos de los hombres de ciencia, como, actualizando

la utopía platónica, en 1913 postulaba el biólogo J. Loeb. Al

contrario. Con plena conciencia de la enorme importancia del

saber científico, más aún, con una estimación a veces mítica

de la virtualidad técnica, histórica y social de tal saber, el hombre de ciencia actual —y por irradiación del sentir de éste, el

hombre a secas— no pasa de concederle un valor y una significación «penúltimos», dentro de las instancias y las metas a que

se halla sometida la vida humana. La ciencia no posee y no

puede poseer un valor absoluto, no es y no puede ser para el

hombre «lo último». Sean teístas, ateos, agnósticos o simples degustadores del vivir que pasa, así piensan y así sienten los hombres de hoy.

Como consecuencia, el «sabio-sacerdote» del siglo xix ha sido

La medicina actual: Poderío y perplejidad 571

sustituido por uno de estos dos tipos humanos: el «sabio-deportista» y el «sabio mercenario». Un deportista es un hombre que

con riesgo de su integridad o de su vida se consagra empeñada

y alegremente al cumplimiento de tareas que para él poseen

importancia penúltima. Para nadie puede ser el alpinismo el

último de los fines del hombre; lo cual no fue óbice para que

Hillary arriesgase su vida en la empresa de coronar el Everest.

Por su parte, un mercenario es un hombre que vende al mejor

postor una habilidad o un trabajo del cual es capacitado titular;

con lo cual ya está demostrando que lo por él vendido no es lo

último para él. Pues bien: contémplense uno a uno los más

importantes de los actuales hombres de ciencia, y dígase si no

realizan más o menos puramente uno de estos dos tipos. Sólo

se acerca a ser sabio-sacerdote el sabio-deportista, cuando pone

su actividad o su prestigio al servicio de lo que en verdad es

último para la humanidad en cuanto tal o para el grupo humano

a que pertenece; esto es, cuando educa al hombre para que éste

alcance perfección en tanto que tal, o cuando denuncia ante

todos lo que socialmente sea injusto, vicioso o nocivo (así Einstein, Bertrand Russell, Oppenheimer, Pauling, C. Fr. von Weizsäcker, tantos más).

3. Frente al mundo cósmico, decía yo antes, el hombre actual vive sus posibilidades con la ambigüedad inherente al binomio omnipotencia-penultimidad. A la significación social de la

ciencia en nuestra situación histórica pertenecen en consecuencia, vemos ahora, dos notas polarmente unidas entre sí: el poderío y la perplejidad. Poderío, porque en inmensa medida lo

ofrecen la utilización de la energía atómica, las técnicas astronáuticas y la automatización del gobierno del cosmos. Pero en el

seno mismo de la conciencia de ese poderío, la perplejidad. Testigo supremo de la situación en que existe, el intelectual —escribía Zubiri en 1942— se encuentra confuso, desorientado y descontento. Confuso, porque las distintas ciencias carecen de perfil

neto y de ordenación jerárquica; desorientado, porque en un gran

número de ocasiones no sabe qué hacer con las verdades por él

descubiertas, o se limita a usarlas sin entenderlas; descontento,

porque las raíces de su saber no le penetran hasta el fondo del

alma. No parece que las cosas hayan cambiado mucho desde

el año en que estas palabras fueron escritas.

Sección II

CONOCIMIENTO CIENTÍFICO DEL HOMBRE

En sus niveles intelectualmente más esclarecidos, la sociedad

del siglo xix actuó con la convicción de que toda la realidad

del hombre, desde la digestión hasta el pensamiento, sería cognoscible conforme a los principios y mediante los métodos de la

ciencia natural entonces vigente; en último término, conforme a

los principios y mediante los métodos de la física y la química.

¿Qué otra cosa sino «ciencia natural del psiquismo» fueron las

dos orientaciones de la psicología más representativas de lo que

entre 1900 y 1914 era y quería ser esta ciencia, la «psicología

experimental» de Wundt y sus discípulos y el «conductismo» de

Watson y sus continuadores?

Rápidamente van a cambiar las cosas desde la Primera Guerra

Mundial; no porque el estudio físico y químico de la realidad

del hombre haya sufrido decadencia —su desarrollo ha sido, al

contrario, espléndido y hasta fabuloso—, sino por la conjunción

de tres importantes razones: 1.a

 Respecto de lo que fueron para

la física y la química «clásicas», los principios y los métodos

de la ciencia natural ulterior a 1918 presentarán considerables

novedades; y a la cabeza de ellas la idea de que, dentro de

ciertos límites, las propiedades y las leyes de la naturaleza cósmica son cualitativamente moduladas por el nivel estructural de

la realidad a que pertenecen. 2.a

 El carácter histórico y social del

ser humano hace descubrir en éste modos de su existencia no

inteligibles mediante los principios y los métodos de la ciencia

natural que he llamado «clásica». 3.a

 En la especie humana, el

conocimiento del psiquismo individual obliga a planteamientos

nuevos, netamente distintos de la psicología experimental vigente

en el siglo xix y los primeros lustros del siglo xx. La ciencia

actual ha descubierto otra vez, pero de modo inédito, la radical

peculiaridad del hombre, la condición más propiamente «humana» de su naturaleza.

572

La medicina actual: Poderío y perplejidad 573

Puesto que todo ello afecta de modo muy directo a la medicina, en cuanto ciencia y en cuanto praxis, veamos ahora cómo

las distintas disciplinas que hoy integran la antropología científica —anatomía descriptiva, estequiología, genética, fisiología,

antropología stricto sensu, psicología, sociología— se han ido

configurando desde la Primera Guerra Mundial.

Capítulo 1

LA ΑΝΑΤΟΜΙΑ DESCRIPTIVA

Tres problemas principales pueden ser discernidos en el saber anatómico de nuestro tiempo: la concepción de la anatomía

descriptiva como ciencia biológica, la relación entre la forma

y la función y la hominización total de la imagen anatómica de

nuestro organismo.

A. La exploración macroscópica del cuerpo humano quedó

conclusa a lo largo del siglo xix. En 1920, ninguna noción anatómico-descriptiva era posible añadir a las que contenían los

grandes tratados de Anatomía inmediatamente anteriores a esa

fecha. Pero el anatomista ambicioso, el disector que quisiera

elevar a verdadera ciencia morfológica el conjunto de sus saberes

descriptivos, ¿podía conformarse ordenando éstos con arreglo a

una de las tres pautas mentales hasta entonces surgidas, la helénica y funcional de Galeno, la renacentista y arquitectónica de

Vesalio y Vicq d'Azyr, la decimonónica y evolucionista de Gegenbaur, por muy expresamente que la pauta elegida asumiera,

como era obligado, la citología y la histología de la época? Hermann Braus (1867-1924), profesor de Anatomía en Wurzburgo,

tuvo la osadía intelectual de responder: «No». Y puesto que

cada una de esas tres ideas descriptivas posee su particular,

Pero indudable razón de ser, sólo una vía encontró para salir

airoso del empeño:, combinar todas ellas de manera reflexiva y

Metódica; convertir la recapitulación histórica en novedad. Para

Braus, la anatomía debe ser una ciencia descriptiva y causal —no

sólo descriptiva, por tanto— del cuerpo humano, así en lo tocante a su apariencia estática como en lo relativo a los cambios

lue en él introducen las funciones de configuración. Para cumplir

^te programa, va sucesivamente describiendo de un modo funcional, estructural, genético y causal el aparato locomotor, las

Visceras, las vías periféricas de conducción, el sistema nervioso

574 Historia de la medicina

central y los órganos de los sentidos. Es bien curiosa para el

historiador la relativa aproximación del orden descriptivo de

Braus al de Galeno. La deliberada reintroducción del punto de

vista funcional en la descripción anatómica es la causa de esa

semejanza. Pero así como Galeno concibe helénicamente la «función total» del organismo humano —el hombre, un ser viviente,

animal y racional; por tanto, manidiestro—, Braus, europeo de la

Alemania d^ Weimar, lo ve como una fábrica industrial en plena

actividad, cuya estructura ha llegado a ser como es en virtud

de un proceso a la vez morfogenético y sistematizador. Así entendido el movimiento del cuerpo, la Anatomie des Menschen

(1920-1935) de este autor constituye un hito nuevo en la historia

de la morfología humana.

El empeño de Braus ha sido proseguido y perfeccionado por

su compatriota A. Benninghoff (1890-1953). Los conceptos de

«estructura», «estructura funcional», «forma», «forma funcional»

y «sistema funcional» son los fundamentales en la anatomía de

Benninghoff. A ellos hay que añadir varios más, para completar

esta breve sinopsis del actual saber anatómico: en la línea de la

relación forma-función, el de «figura funcional», introducido por

J. Rohen, 1953 a 1958, para la descripción morfológica del ojo,

y el de «morfoquínesis», creado por T. H. Scharf desde 1960

para designar los cambios en la estructura anatómica provocados

por la variación de una o más funciones (por ejemplo, los consecutivos a la «crisis biológica» del parto); y en la línea de la

morfogénesis, tema sobre el cual volveremos luego, el de «potencia morfogenética» (disminución de la capacidad de diferenciación morfológica a medida que avanza el curso de la embriogénesis: H. Driesch, C. H. Waddington) y el de «inducción

morfogenética» (virtualidad organizadora de ciertas partes del

embrión: H. Spemann).

B. Lo anteriormente dicho muestra con evidencia que el

problema de la relación entre la forma y la función es central

en la morfología biológica de nuestro tiempo. Todos reconocen

que, como en 1949 escribió L. von Bertalanffy, «la oposición

entre estructura y función, entre morfología y biología, descansa

sobre una concepción estática y maquinal del organismo», y que

por consiguiente esa separación «no tiene validez para entender

un organismo viviente». La «forma como finalidad», la «forma

como base de la función» y —más radicalmente— la «forma

como función» serían los tres esquemas conceptuales básicos para

dar cuenta de la relación entre una y otra (J. J. Barcia Goyanes).

No sólo en la reflexión macromorfológica (Braus, Benninghoff)

se ha hecho patente la nueva actitud ante dicho problema; taffl-

La medicina actual: Poderío y perplejidad 575

bien, y de manera todavía más viva y penetrante, en la investigación micromorfológica, cuya actual forma es la llamada «biología molecular». La tan fecunda introducción de modelos morfológico-funcionales submicroscópicos (doble hélice de Watson y

Crick, modelos de membrana de Davson y Danielli y de Lehninger, etc.) lo muestra con radiante evidencia. Siguiendo a Niels

Bohr, que propugna la extrapolación de su «principio de complementariedad» a dominios distintos de la microfísica, más complejos, por consiguiente, que la primaria complementariedad de

la partícula elemental y la onda electromagnética, una relación de

complementariedad entre la estructura y la función o entre la

forma y la actividad —la concepción de ambos términos de la

unidad complementaria como aspectos de una misma realidad,

deslindados sólo por el método de la observación— es, hoy por

hoy, la vía por la cual puede deshacerse la artificiosa separación

metódica entre la morfología y la fisiología que canónicamente estableció la ciencia de los siglos xvi-xix.

Lo cual, cuando la inteligencia del biólogo sea a la vez exigente

y consecuente, le planteará inexorablemente esta cuestión radical: «La

realidad material o cósmica, ¿qué es en sí misma y en sus diferentes

niveles estructurales —desde el átomo hasta el organismo vivo— para

que, según el método con el cual yo la observo, se me presente como

estructura o como función?» Pregunta cuya respuesta obliga a pasar

de la ciencia stricto sensu a la filosofía. ¿Cómo? Este es el problema.

C. El anatomista médico ha hecho siempre, nada más obvio,

anatomía humana; el cuerpo del hombre en su totalidad y en sus

partes —órganos, aparatos o sistemas— es lo que él ha descrito.

Con el criterio que fuese, el estructural-arquitectónico de Vesalio

y Vicq d'Azyr o el genético-evolucionista de Gegenbaur, eso y no

otra cosa han venido haciendo los tratadistas de anatomía hasta

la Primera Guerra Mundial. Pero tan pronto como en la descripción anatómica se introdujo el punto de vista funcional, esto

es, tan pronto como se pretendió que esa descripción recogiera

e incluyera lo que el organismo humano humanamente hace, por

tanto la especificación totalmente humana de sus funciones y sus

acciones, ¿podía ser científicamente suficiente el modo de la hoOiinización operante en los tratados de Vicq d'Azyr, Hyrtl, Gegenbaur o Testut? ¿Bastaba conformarse con decir, siguiendo a

Huxley, que nada hay en la morfología macroscópica del hombre

por lo cual el cuerpo de ésta se distinga cualitativamente del cuerpo de los antropoides superiores? Evidentemente, no.

Galeno resolvió el problema a su manera: el cuerpo que él

describía era «humano», porque su personal descripción lo prestab a al lector como cuerpo de un animal dotado de logos,

entendido éste a la manera helénica. Pero, naturalmente, la solu-

576 Historia de la medicina

ción galénica no puede ser actual; es «una» respuesta a dicho

problema, la de la Grecia helenística, no «nuestra» respuesta.

Tal vez sin plantearse la cuestión como yo acabo de hacerlo, la

actual ciencia del cuerpo humano está tratando de hominizar

totalmente la imagen morfológico-funcional de éste descubriendo

y describiendo las estructuras anatomofisiológicas —neurofisiológicas principalmente— en las cuales y por las cuales se realiza

lo que de específico tienen la estructura material, el comportamiento y la vida del hombre. Dos monografías, la de R. Smythies sobre los mecanismos cerebrales y la conducta (1970) y la

de K. H. Pribram sobre los «lenguajes del cerebro» (1971), son,

entre tantas otras, dos muestras de este actualísimo propósito de

hominizar la descripción morfológica, de hacer íntegramente «humana» la anatomía del hombre.

El hombre existe orgánicamente viviendo como «suyo» su cuerpo

y actualizando somática y biológicamente su humana realidad por la

múltiple vía que son el impulso instintivo, el impulso práxico, la expresión, sea ésta voluntaria o involuntaria, el sentimiento, el pensamiento y la vida moral. La hominización de la imagen científica del

cuerpo humano debe aspirar —está aspirando, a través de la más

actual investigación— a describir con verdad y rigor los siguientes

sistemas anatómico-funcionales: 1. Los que permiten y regulan la

autosensación (cenestesia, hambre, dolor, etc.) y el llamado «esquema

corporal» (Head, Schilder, Lhermitte, etc.). 2. El que se pone en

juego en las varias actividades instintivas del individuo humano,

3. El que gobierna y ejecuta los movimientos y gestos expresivos y

comunicativos. 4. Los que somáticamente hacen posible y dan realidad

a la simbolización, al pensamiento, al sentimiento y a la vida moral.

Mientras la investigación de los morfólogos y los fisiólogos no logre

dar una respuesta satisfactoria a los muchos y delicados problemas

implícitos en los precedentes asertos, el saber anatómico acerca del

hombre no acabará de ser plenamente humano.

Otra observación. El cuerpo humano es lo que hoy es pudiendo

ser lo que por obra conjunta de la evolución y la historia vaya mañana siendo. Puesto que ni el tiempo del cosmos ni la historia del

hombre se acaban en nuestro presente, ¿podremos estimar completa

la ciencia morfológica del organismo humano sin una conjetura científica acerca de lo que ese organismo puede ser en el futuro? Por

obra de los dos principales agentes configuradores del esquema general de nuestro organismo, la mutación intraespecífica y el progreso

histórico, ¿cómo será el cuerpo del hombre cuando respecto del nuestro sea lo que éste es respecto del cuerpo de los arcantrópidos?

Capítulo 2

LA ESTEQUIOLOGIA

Al comienzo de la Primera Guerra Mundial, a la estequiología del cuerpo humano se la veía integrada, en orden ascendente,

por los siguientes modos de la realidad: los átomos (concebidos

a la manera pre-rutherfordiana, esto es, como corpúsculos indivisibles, cualitativa y cuantitativamente diversos entre sí), las

moléculas, los principios inmediatos, las células (elementos biológicos capaces de vivir aisladamente o determinados por su especial naturaleza a una existencia asociada, bajo forma de tejido). El tejido, pues, era la organización morfológico-funcional

intermedia entre la estequiología y la organografía; y entendida

en el sentido celular que adquirió con Aug. Fr. T. Κ. Mayer,

Henle y Kölliker, la histología, con la histoquímica y la histogenesis como partes integrales, sería la forma definitiva de la

«anatomía general» todavía precelular que había fundado Bichat.

La investigación científica ulterior ha ido cambiando en forma muy radical y ostensible ese planteamiento, al parecer tan

sólido. Nos lo mostrará un rápido examen histórico de las cuatro

cuestiones siguientes: 1. Las estructuras materiales bioides y el

problema del origen de la vida. 2. La estructura de la célula y de

sus componentes morfológico-funcionales. 3. Los elementos biológicos no celulares. 4. El problema del tejido.

A. ¿Es en verdad la célula el «elemento biológico» primario? La vida, el peculiar modo de la actividad material a que damos ese nombre, ¿exige necesariamente una organización celular de la materia? En el filo de los siglos xix y xx, muchos biólogos lo negaron, bien por atribuir cierta autonomía vital a algunos componentes del cuerpo celular («partículas elementales» de

Brücke, «gémulas» de Darwin, «plastidios» de Eisberg y Haeckel,

«pangenes» de H. de Vries, «bióforos» de Weismann, «granulos»

de Altmann, etc.), bien por pensar que el origen evolutivo de la

vida sobre el planeta exigía admitir formas orgánicas a la vez

vivientes y precelulares (las «móneras» y los «cítodos» de Haeckel); pero todas estas palabras no eran sino nombres de entidades más o menos imaginarias. Sólo en nuestro siglo ha pasado

de su fase imaginativa a su fase científica la resolución de este

problema: el estudio de las estructuras bioides o prebiológicas

y la investigación acerca del origen de la vida. Dentro de este

marco se inscribe la escala ascendente de la estequiología actual.

20

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578 Historia de la medicina

1. Poseen relativa autonomía funcional, dentro de la célula,

alguno de sus componentes morfológicos, como los genes cromosómicos, los plasmagenes o genes del citoplasma (C. D. Darlington, A. Lwoff, G. Teissier, Ph. l'Héritier) y las mitocondrias;

pero de ningún modo hasta el extremo de poder considerarles

como «unidades vitales». Más ardua es la cuestión en el caso

de los virus, cuya creciente importancia en patología y en biología desde hace pocos decenios ha dado lugar al nacimiento de

una nueva y vigorosa ciencia, la «virología».

Ya en 1898, el botánico holandés M. W. Beijerinck (1851-1931)

descubrió que el filtrado de determinados cultivos bacterianos conserva propiedades patógenas, con lo cual vino a afirmar la existencia

de microorganismos invisibles al microscopio: los «virus filtrables».

Poco anteriores o poco posteriores, otros autores colaboraron al establecimiento de esta noción (Ivanovski, 1892; Löffler, 1898; los «microbios invisibles» de E. Roux, 1903). A partir de 1910-1915 se logró

cultivarlos in vitro, utilizando las técnicas creadas por Carrel para el

cultivo de tejidos. En 1916-1918, F. H. d'Hérelle demostró que ciertos

virus, los «bacteriófagos», son capaces de destruir las bacterias. La

investigación de la década 1930-1940 hizo conocer dos hechos importantes: que entre los virus hay variedades diferentes por su tamaño

(separación mediante filtros de permeabilidad decreciente) y que algunas de ellas pueden adoptar forma cristalina (cristalización del virus

del mosaico del tabaco: W. M. Stanley, 1935). Con este importante

hallazgo comienza a existir como disciplina científica la actual virología. El microscopio electrónico y el desarrollo de la bioquímica han

sido los dos principales recursos para su rápida y floreciente constitución.

Varios y no pequeños son los problemas que plantea la realidad del virus: a) Su constitución morfológica y bioquímica.

Dando conclusión a la obra de varios autores, H. Fraenkel-Conrat demostró en 1955 que los virus se hallan constituidos por un

apelotonamiento de ácido nucleico envuelto por una cubierta

proteica; sólo aquél es el responsable de las acciones biológicas

y patogenéticas del organismo viral, b) Clasificación. Esta ha

sido establecida por las diferencias existentes en la forma y en

la composición química del virus («sistema LHT» o de Lwoff,

Horne y Tournier, 1962; método computatorio de A. Gibbs) o

según sus propiedades patógenas (virus de los vertebrados, de los

invertebrados, de los vegetales, bacteriófagos o —más actualmente— fagos, viroides inclasificables), c) Propiedades: nosogenéticas (la infección viral, penetración del material genético del

virus en el interior de una célula y progresiva sustitución del

material genético de ésta por el del virus; posibilidad de inhibir

dicho proceso mediante una proteína especial, el «interferon») y

genéticas stricto sensu (diversos mecanismos de la replicación in-

La medicina actual: Poderio y perplejidad 579

tracelular del ácido nucleico viral, ARN o ADN), d) Identidad.

¿Qué es un virus? ¿Es un organismo viviente? En sentido estricto, no, porque la vida biológica propiamente dicha exige

autoconservación, autorreproducción y autorregulación, y el virus

sólo como parásito de una célula puede reproducirse. ¿Es una

formación bioide y prebiológica, eslabón intermedio en la evolución de la materia no viviente hacia la materia viva? ¿O no

será más bien un «retoño lateral», ya sin capacidad evolutiva,

de esa evolución?

2. Descartada, por científicamente inaceptable, la hipótesis

de la «panspermia», el problema del origen de la vida había

que resolverlo tratando de conocer cómo en nuestro planeta se

formaron los primeros seres vivientes. La investigación paleontológica ha permitido descubrir microorganismos bactericides de

una antigüedad no inferior a los 3.000 millones de años (Barghoorn y Schoff; Swain, 1969; los tres en Africa del Sur). Pero

estas células procarióticas, ¿cómo llegaron a existir? Tal es la

pregunta central de la investigación biogenética.

Varios han sido los modos principales de la respuesta: a) Hipótesis más o menos razonables —a la manera de las precedentes de

Pflüger— sobre los procesos fisicoquímicos que pudieron dar lugar a

la materia viviente (E. Giglio-Tos). b) Experimentos de orden primario: dando por cierto que la atmósfera biogenética estaba compuesta

por vapor de agua, hidrógeno, amoníaco y metano (H. C. Urey), tal

mezcla fue sometida a la acción de descargas eléctricas durante una

semana; al cabo de ésta se habían formado diversos aminoácidos y

urea (S. L. Miller, 1953). Se cuenta que Urey lloró de emoción al

conocer el resultado. Prosiguiendo el fascinante empeño de Miller,

e independientemente entre sí, C. Ponnamperuna y J. Oró han obtenido adenina, guanina, ribosa y otras sustancias, y el mismo Ponnamperuna, poco más tarde, ATP y nucleótidos. c) Experimentos y conjeturas de orden secundario: formación de macromoléculas que perduran por una suerte de selección natural (los «coacervatos» de A. I.

Oparin, 1936; las más recientes «esférulas de proteinoides» de

S. W. Fox).

La investigación prosigue, y sólo conjetura puede ser la ulterior conversión de los coacervatos de Oparin y las microsferas

de Fox en verdaderos organismos vivientes. Para nosotros, por

tanto, el ser vivo más elemental es la célula procariótica. Pero, a

la vez, la convicción de que para la génesis de las primeras células sobre el planeta no pudo ser válido el omnis cellula e cellula

(Haeckel contra Virchow) se ha hecho general.

3. Procedente de la materia terrestre anterior a la vida, compuesta por los diez o doce elementos químicos (C, O, H, N, P,

Cl, Na, etc.) más idóneos para su actividad propia, la materia

viva se nos muestra hoy como la integración de una escala de

580 Historia de la medicina

«elementos» —entendido el término en un sentido lato— cada

vez más complejos, a partir del que es simple por antonomasia,

la partícula elemental: ésta, el átomo, la molécula, la macromolécula, el principio inmediato, las estructuras orgánicas subcelulares y la célula. Naturalmente, no es excepción a la regla la

estequiología del cuerpo humano.

B. Procariótica o eucariótica, la célula es hoy por hoy el elemento material de la vida, la más sencilla organización de la

materia cósmica capaz de autoconservación, autorreproducción

y autorregulación. Con la célula, diría Cajal, se pasa de la estequiología stricto sensu o doctrina de los principios inmediatos a

la elementología o doctrina de los elementos biológicos.

El microscopio óptico y las distintas técnicas de coloración

habían hecho conocer íntegra o casi íntegramente la arquitectura básica del cuerpo celular al iniciarse la época histórica que

hemos convenido llamar nuestra actualidad; pero la invención del

microscopio electrónico, los progresos de la citoquímica y la ulterior constitución de la biología molecular —el investigador que

la practica es, dice Crick, «una mezcla de cristalógrafo, biofísico,

bioquímico y genetista»— han llevado el conocimiento de la célula a extremos punto menos que insospechables en 1918. Más

aún: nos han enseñado a entender la citología en términos de

estructura funcional, según lo que en relación con la macromorfología quedó expuesto en el capítulo precedente. Uniendo el

punto de vista histórico con el sistemático, como procede cuando

la historia es ya presente vivo, en esos términos expondré cómo

la citología actual se ha constituido, a partir de la que hoy bien

podemos llamar clásica.

Puesto que la autoconservación, la autorreproducción y la

autorregulación son las tres funciones cardinales de la actividad

vital, ties órdenes de estructuras funcionales habremos de distinguir.

1. Estructuras funcionales de la autoconservación celular.

Tres son también los momentos básicos de la autoconservación,

el figurai, el energético y el plástico, y en los tres se han producido novedades importantes desde hace medio siglo.

La parte de la célula principalmente encargada de la conservación

morfológicc-funcional de su figura es la membrana; y contra lo que

la citología clásica —Schultze, Hertwig— dio por cierto, el microscopio electrónico ha permitido afirmar la constancia de ella en el organismo celular. Más aún: confirmando ideas anteriores a la biología

molecular (Ch. E. Overton, L. Michaelis), se ha demostrado su composición fosfolipídica y proteica y se han construido diversos modelos

(H. Davson y J. F. Danielli, J. D. Robertson, A. L. Lehninger) para

entender con precisión creciente su compleja actividad configurante,

La medicina actual: Poderío y perplejidad 581

comunicante y aislante. Los fenómenos de pinocitosis (W. H. Lewis,

1937) y fagocitosis (convertida ésta en concepto citológico general,

tras su primera y restringida descripción por Metchnikoff) han mostrado ser, a este respecto, de suma importancia. «Para los años 1970-

1980 —se ha dicho—, las membranas pueden ser lo que para los

años 1950-1960 fueron los ácidos nucleicos.»

El momento energético de la autoconservación celular, que en su

conjunto pudo ser cuantitativamente estudiado con la finísima micromanometría de Linderstrom-Lang, tiene su estructura principal en las

mitocondrias, vitalmente coloreadas por Michaelis (hacia 1910), aisladas luego por Bensley y Hoerr (1934) y estructural-funcionalmente

descritas por diversos autores (G. E. Palade y F. S. Sjöstrand, 1952;

A. Frey-Wyssling, A. Claude, A. S. Spirin y L. P. Gravrilova). El

conjunto de las mitocondrias constituye la factoría energética de la

célula (oxidaciones enzimáticas exotérmicas, ciclo de Krebs, etc.).

A la autoconservación de la célula pertenece, en fin, un momento

plástico, de cuya estructura funcional son partes coordinadas los ribosomas, el retículo endoplasmático o ergastoplasma, el aparato de Golgi

y los lisosomas. Descubiertos por Palade (1953), los ribosomas, simples o complejos (los polirribosomas de J. R. Warner, 1962), libres en

el citoplasma o adosados a las laminillas del retículo endoplasmático,

se hallan formados por ARN y moléculas proteicas, y, bajo la influencia del ARN mensajero procedente del núcleo, constituyen el orgánulo

central para la síntesis de las proteínas. El retículo endoplasmático

fue descubierto por Garnier, a fines del siglo xix; pero sólo el

microscopio electrónico y la citoquímica (desde K. R. Porter, en

1945) han permitido conocer su textura y sus funciones. Estas —metabólicas, en el más amplio sentido del término— son mecánicas,

enzimáticas, de intercambio y conducción y de acumulación. Acaso

en él sean sintetizadas las hormonas esteroides de los vertebrados.

También sintetizadora y almacenante parece ser la misión propia del

aparato de Golgi. Los lisosomas, en fin, han sido aislados por fraccionamiento celular (C. de Duve, 1949-1955) y poseen funciones pinocitóticas, fagocitóticas y digestivas.

Apenas parece necesario advertir que estos tres momentos básicos de la autoconservación de la célula actúan coordinadamente entre sí.

2. Estructuras funcionales de la autorreproducción celular.

Después de las descripciones clásicas de Flemming, Strassburger,

Hertwig, van Beneden y Boveri, el proceso de la autorreproducción celular (papel del núcleo, ordenación de la cromatina nuclear en cromosomas, fases de la mitosis, meiosis) parecía por

completo esclarecido; pero la actual biología molecular, con su

posibilidad de abordar el conocimiento de los fenómenos biológicos en un plano de la realidad material que hasta ella era invisible y apenas imaginable, ha abierto en este campo horizontes

tan maravillosos como fecundos. De menor a mayor, dos han

sido las novedades fundamentales: la participación activa del

582 Historia de la medicina

citoplasma en la actividad citogenética (la ya mencionada existencia de genes plasmáticos o «plasmagenes») y el descubrimiento

de la significación y la estructura de los ácidos nucleicos (invención del más importante de los modelos biológico-moleculares, la

«doble hélice» de Watson y Crick, 1953, y sucesivo desvelamiento

ulterior de su triple y universal función en la dinámica de la

biosfera: reproductora, biosintética y genética).

Excluida la actividad de los plasmagenes, no bien conocida aún,

el sistema morfológico-funcional de la autorreproducción de la célula

se halla básicamente constituido por la cromatina nuclear ordenada

en cromosomas y por los centriolos (centrosoma o centrosfera de van

Beneden) y el corpúsculo cromatínico de Barr y Bertram (1949). El

número de los cromosomas es característico de la especie, había

enseñado van Beneden; y según investigaciones no conclusas hasta 1956

(J. H. Tjio y A. Levan), el de la especie humana se eleva a 46:

44 + XY para el varón, 44 + XX para la mujer. En muy apretada

sinopsis, he aquí el punto de partida y los más decisivos pasos en la

marcha hacia la visión actual de este dominio de la citología: a) Edificación de la teoría clásica del gen. El gen como elemento básico

del cromosoma, situado en un lugar determinado de éste —el locus—

y determinante de la aparición en el fenotipo de un carácter hereditariamente transmisible (Johannsen, 1909). Concepción génica de la herencia mendeliana (Morgan, desde 1911). Cada gen, se afirmará más

tarde, gobierna la producción de una determinada proteína mediante

la síntesis de un enzima específico («un gen, un enzima», según la

célebre y simplificadora fórmula de G. W. Beadle y E. L. Tatum,

en 1941). b) Descubrimiento experimental del decisivo papel del ADN

en la transmisión de los caracteres hereditarios (trabajos de O. T.

Avery y colaboradores en neumocos, 1944). c) Demostracción de que

el material genético de los virus es ácido nucleico, bien ADN

(A. D. Hershey y M. Chase), bien ARN (H. Fraenkel-Conrat, G.

Schräm), d) Hipótesis de una configuración helicoidal de las cadenas

polipeptídicas de las proteínas y primeras ideas acerca de una estructura también helicoidal del ADN, en tanto que material genético que

las sintetiza (L. G. Pauling), e) Definitivo establecimiento de un

modelo helicoidal del ADN que da razón suficiente de todos los resultados experimentales hasta entonces obtenidos: la famosa doble

hélice de J. D. Watson y F. H. C. Crick (1953). «Como se habla de

una era atómica, podría también hablarse de una era de la doble

hélice», escribió el biólogo J. Rostand para ponderar la importancia

histórica de este descubrimiento.

Iniciada y hasta bautizada la «biología molecular» antes de

1950 —trabajos de M. Delbrück, desde 1938, sobre la autorreproducción y la genética de los fagos; simultáneos estudios cristalográficos de W. Th. Astbury acerca de la estructura de las pr°"

teínas y los ácidos nucleicos—, con el descubrimiento de la doble

hélice de Watson y Crick se pone en marcha su fulgurante desa-

La medicina actual: Poderío y perplejidad 583

rrollo actual. En lo que atañe al apartado que ahora nos ocupa,

la autorreproducción de la célula, varios sucesos son especialmente dignos de mención: a) Síntesis del ARN (S. Ochoa) y del

ADN (A. Kornberg) en los años 1955 y 1956. b) Análisis del

proceso en cuya virtud se cumple la función genética del ADN:

«replicación» de éste, su «transcripción» en ARN y «traducción»

del ARN mensajero —tras su viaje del núcleo al ribosoma— en

la secuencia específica de los aminoácidos de las proteínas sintetizadas, c) Consiguiente creación del concepto de «código genético»: la peculiar secuencia de las bases púricas y pirimídicas del

ADN, en cuya virtud la información genética puede pasar y pasa

de hecho de la célula madre a la célula hija. Obtención, en suma,

de una respuesta satisfactoria a la cuestión siguiente: siendo cuatro las bases púricas y pirimídicas del ADN y veinte los aminoácidos que contienen las moléculas proteínicas, ¿qué correspondencia genética, por tanto procesal, ha establecido la naturaleza

entre aquel alfabeto de cuatro letras y este otro de veinte? d)

Sucesivo desciframiento experimental del código genético (trabajos de S. Ochoa, M. W. Nirenberg y H. G. Khorana, desde 1961).

e) Regulación génica del metabolismo celular y distinción a este

respecto de tres tipos de genes, el «estructural», el «operador»

y el «regulador» (F. Jacob y J. Monod, 1961).

Un mundo tan fascinante como prometedor ha comenzado a

mostrarse en sólo veinticinco años a los ojos del biólogo y del

médico. Empieza a vislumbrarse con precisión científica la linde

real entre las estructuras y los procesos todavía no vivientes y las

estructuras y los procesos ya vivientes; desde las primeras células procarióticas hasta las más complicadas células de los metazoos superiores, la doble hélice del ADN parece ser, en efecto, la

estructura primaria y constante de la autorreproducción, la biosíntesis y la mutación filogenética. Muchos conceptos básicos de

la actual idea del cosmos —-niveles estructurales de la materia,

leyes naturales estructuralmente cualitativas, constancia y modulaciones diversas de la relación entre la estructura y la función—

han adquirido así precisiones nuevas. No cabe la duda: en la

historia de la biología y la antropología, una nueva etapa histórica ha comenzado. Muy claramente la presentía KöUiker, ya en

1855: «Si un día fuera posible ver las moléculas que componen

la membrana de las células, las fibrillas musculares, el eje de los

tubos nerviosos, etc., y si se pudiera penetrar en las leyes de la

yuxtaposición de estas moléculas y en las del desarrollo, el crecimiento y la actividad de las que hoy llamamos partes elementales —dice en la segunda edición de su clásico manual; al profesor J. Gómez Sánchez debo este precioso texto—, entonces una

nueva era se abriría para la histología, y el fundador de la ley

de la formación de las células según una teoría molecular sería

584 Historia de la medicina

tan celebrado, o acaso más, como el creador de la doctrina

según la cual todos los tejidos animales se componen de células».

Salvo en lo tocante al «creador» de esa doctrina, que no es un

solo hombre, sino una pléyade de ellos, la profecía de Kölliker

ha empezado a cumplirse.

Trátase de una genuina crisis de crecimiento. Hay, por supuesto,

crisis. En crisis ha entrado, valga este único ejemplo, el concepto

clásico de gen; y no sólo porque un carácter hereditario quede a

veces determinado por informaciones procedentes de genes distintos,

también porque el término ha empezado a poseer un significado ya

no puramente genético (así acontece en el caso de los «genes» descritos por Jacob y Monod). Pero tal crisis no es sino de crecimiento,

pese a la novedad radical de tantos conceptos, porque sobre la base

de la citología inmediatamente anterior a 1914 descansa la citología

actual.

3. Estructuras funcionales de la autorregulación celular. Aisladas entre sí o mutuamente asociadas, las células no poseen un

«sistema regulador» morfológicamente diferenciado, como desde

sus primeros esbozos filogenéticos pueda serlo el sistema nervioso

para el organismo de los metazoos; pero es evidente que la variada serie de los procesos de autoconservación y autorreproducCión que en el organismo celular ha descubierto la investigación

reciente exige la existencia de ciertos mecanismos de regulación,

porque de otro modo no sería posible una ordenación espacial y

temporal de ellos adecuada a la normalidad vital de la célula.

Un concepto parece básico a este respecto, el de «retroacción»

(feed-back); noción central en la novísima y fecunda ciencia a

que su creador, N. Wiener, dio el nombre de «cibernética»

(1948). «La retroacción es el secreto de la vida», ha afirmado

taxativamente Wiener. Sean o no sean referibles a la retroacción

todos los «secretos» de la dinámica biológico-molecular, sobre

ese concepto viene a apoyarse en última instancia el análisis de

la más elemental de las actividades autorreguladoras de la célula:

la que realiza el «gen regulador» de Jacob y Monod mediante

la proteína «represora» (Gilbert y Müller Mill, 1966) a que él

mismo da origen; y también, por consiguiente, la operación taetabólica del conjunto unitario de genes descriptivamente aislado

por J. R. Beckwith y sus colaboradores y por ellos denominado

«operón» (1969). Al mismo grupo de problemas pertenece el que

plantea el mecanismo regulador de las acciones enzimáticas,

cuyo conocimiento ha sido iniciado por el análisis biológicomolecular del fenómeno de la «transición alostérica» o «alosterismo» (Jacob, Monod y Changeux, D. E. Atkinson: 1962-1966).

Con su espléndido ayer (la citología clásica), con su fabuloso hoy

(la citología biológico-molecular), el conocimiento de la celui8

La medicina actual: Poderío y perplejidad 585

sigue ofreciendo un mañana tan incitante como prometedor.

Tanto más, en el caso de que la célula no sea un organismo biológico aislado, sino, como en el cuerpo humano acontece, la

parte integral de un organismo pluricelular. Esto es: cuando el

autos de la autorregulación no es ya la célula misma, sino el organismo pluricelular a que ella pertenece.

C. Aun cuando nuestra manera de entender la elementalidad

biológica de la célula no sea la de Virchow, en la célula seguimos viendo el «elemento» morfológico-funcional de la materia

viva. Ahora bien: en el organismo humano hay algo más que

células asociadas y zonas inertes o casi inertes, como puedan serlo ciertas parcelas del fosfato calcico de los huesos. El siglo xix

nos legó dos conceptos —a la postre, estequiológicos— intermedios entre el principio inmediato y la célula: el de «territorio

celular» o contorno material de la célula, funcíonalmente regido

por ésta (Virchow), y el de «medio interno» (Cl. Bernard), en

forma de plasma sanguíneo o de plasma intersticial. Pues bien,

desarrollando, a veces sin proponérselo, uno y otro concepto, la

biología y la patología actuales han dado una importancia inédita a los elementos biológicos no celulares de nuestro organismo.

Tres ejemplos: la colágena, de la cual existen una fisiología y

una patología especiales desde que P. Klemperer refirió a sus

desórdenes todo un grupo de enfermedades (1942); el contenido

de los espacios intersticiales, una de las tres «cámaras» que integran el «sistema tricameral» (plasma sanguíneo, interior de la

célula, espacio intersticial) de la, aunque olvidada, interesante

patología general de H. Eppinger (1940-1945); y, no en último

lugar, los ingredientes de estructura funcional del plasma que en

los últimos años nos está haciendo conocer la inmunoquímica.

Entre la realidad de la célula y la del órgano existe la del

'ejido; consecuentemente, entre la estequiología lato sensu y la

organografía hállase la histología, en el sentido que desde

Kölliker viene teniendo esta palabra. La comparación de un manual de histología publicado entre 1970 y 1975 con otro impreso

e

ntre 1915 y 1920 permite descubrir que los conceptos fundamentales de esta ciencia y el contenido de las descripciones

Morfológicas y morfogenéticas se mantienen casi intactos; lo

°ual no es óbice para que en el saber histológico hayan surgido

desde entonces novedades considerables. Tres parecen ser las

líneas principales de tal renovación:

1. La que conjuntamente han determinado el gran avance

de los métodos de la investigación cito-histológica (microscopio

electrónico, biofísica y bioquímica actuales) y el cambio en la actitud intelectual del biólogo ante la realidad del tejido (biología

Molecular, problema estructura-función, etc.).

586 Historia de la medicina

Un par de ejemplos. La miofibrilla muscular ha mostrado ser una

organización macromolecular de filamentos de actina, finos, y de miosina, gruesos (H. E. Huxley, 1958); lo cual ha permitido elaborar

una visión biológico-molecular de la contracción del músculo. El

microscopio electrónico ha revelado la existencia de finas ultraestructuras en muy diversas regiones del sistema nervioso: multilaminaridad de la mielina; neurotúbulos y neurofilamentos del axón;

vesículas de la sinapsis (De Robertis y cois.); textura de la corteza

occipital (F. Valverde), etc.

2. La que ha ido constituyendo el estudio atento de la relación entre el grado de la diferenciación morfogenética y funcional del tejido —máxima en el nervioso y el muscular, mínima

en ciertas formaciones mesenquimatosas— y sus posibilidades

metaplásicas —o nomicoplásicas, según el concepto morfogenético introducido por I. Costero en 1954— y anaplásicas. La vieja

clasificación de los tejidos en «lábiles», «estables» y «permanentes» (Bizzozero) ha adquirido así precisiones nuevas.

3. La derivada del problema de la identidad y la clasificación de los tejidos (L. Zamorano). La histología reciente no parece haber logrado la unificación sistemática de los tres criterios

que desde la segunda mitad del siglo pasado vienen orientando

dicha clasificación: el morfológico (Virchow), el funcional (von

Leydig) y el histogenético (W. His). Más aún: las exposiciones

actuales del saber histológico revelan a un lector dotado de

mente histórica que el concepto mismo de «tejido» se halla en

tácita crisis.

Dos ejemplos significativos. Empleando un criterio preponderantemente funcional, W. E. Le Gross Clark (1971) distingue y nombra

hasta —por lo menos— once tejidos diferentes. Por su parte, D. L.

Gardner y T. C. Dodds (1976) sólo llaman «tejidos» a dos, el epitelial

y el conectivo, y consideran «sistemas» todas las restantes estructuras

órgano-histológicas de los animales superiores (sistema cardiovascular,

respiratorio, etc.). Otros autores, en fin, omiten totalmente en sus

descripciones el término «tejido».

Capítulo 3

LA ANTROPOGENIA

Desde los pensadores presocráticos, el problema científico de

la génesis del cuerpo humano se desdobla en otros dos, vistos a

veces como independientes entre sí y a veces como entre sí complementarios: la aparición de la especie humana sobre la super-

La medicina actual: Poderío y perplejidad 587

ficie del planeta (antropogénesis stricto sensu) y el proceso configura tivo del organismo individual (embriología). La ciencia del

siglo xix afirmó que uno y otro problema, la filogénesis y la

ontogénesis, según la terminología de la época, se hallan fundamentalmente relacionados entre sí; las fórmulas de Meckel-Serres

y Fritz Müller-Haeckel dieron expresión sucesiva a ese común

sentir. Veamos de la manera más concisa cómo desde entonces

se ha llegado al actual planteamiento de ambos.

A. La visión científica de la filogenia de la especie humana

ha adquirido forma nueva en virtud de cuatro motivos concurrentes: la aparición de hechos nuevos, el descubrimiento de la

complejidad que posee la génesis evolutiva del phylum humano,

el desarrollo de la genética y el decisivo cambio de actitud de

los antropólogos y teólogos que con la Biblia en la mano se

oponían a la doctrina de la evolución.

1. Al iniciarse la Primera Guerra Mundial, los restos óseos

descubiertos en Java (1891) y el hallazgo de la famosa mandíbula de Heidelberg (1907) parecían haber resuelto en términos

muy sencillos el problema de la antropogénesis: un pitecántropo

erecto sería el missing link o «eslabón perdido» entre los monos

antropoides y el homo sapiens, y la especie humana existiría

desde hace varios cientos de miles de años. Pronto iba a desaparecer tan simplista idea. Ante todo, porque una copiosa serie

de fragmentos esqueléticos recientemente descubiertos permite

hoy afirmar que hace bastante más de dos millones de años ya

había sobre la tierra seres vivientes que con toda seguridad pueden ser llamados «hombres», aunque su apariencia y su conducta

fuesen tan diferentes de las que muchas veces tenemos hoy por

«específicamente humanas». Mas también porque el árbol genealógico de los antropoides, no obstante la agudeza de ciertas invenciones filogenéticas de Haeckel, ha mostrado ser más complejo de lo que en los primeros lustros del siglo xx se pensaba.

Aun cuando todavía sean muchas las incógnitas, parece que las

cosas sucedieron así. A partir de los propliopitecos del oligoceno,

aparecieron en el mioceno varias especies de monos antropoides (procónsules, driopitecos, ramapitecos, sivapitecos, bramapitecos), de los

cuales, a través del plioceno y el pleistoceno, proceden los póngidos

actuales (orangután, gorila y chimpancé). En el plioceno, durante un

lapso temporal de 10.000.000 de años, acontece la transición animalhombre, dentro de la cual acaso el oreopiteco tuviese un papel importante. Pero sólo en el período terminal del plioceno y en la fase

inicial del pleistoceno, el período villafranquiense, aparecen restos

óseos sin duda ya pertenecientes a seres homínidos: primero los

«ustralopitécidos (Dart, Broom, Robinson, Leakey, Arambourg, CopPens), que usaban lascas y guijarros tallados, pebble-culture, con una

588 Historia de la medicina

antigüedad que los datos actuales elevan en ciertos casos hasta los

3.000.000 de años; luego los pitecantrópidos de Java, Pekín y otros

lugares (Dubois, Black, Weidenreich, Teilhard de Chardin, Pei, von

Koenigswald, Arambourg), integrantes de la especie humana homo

erectus y más refinados que los australopitécidos en la talla de guijarros; y tras los indicios de un posible homo praesapiens (hombres

de Swanscombe, Fontéchevade, Steinheim), el hombre de Neanderthal, difundido por una amplia zona del planeta, pero del que actualmente no se sabe si es un antepasado nuestro o una rama lateral,

al fin extinguida, del género homo, y por fin, el homo sapiens del

paleolítico superior, cuya variedad más caracterizada es el hombre

de Cro-Magnon. A partir de él •—paleolítico, neolítico, culturas arcaicas de la Media Luna Fértil—, la mal llamada «prehistoria», porque

desde que existe ha sido histórica la vida del hombre, comienza a

ser auténtica «historia».

2. En los términos descritos o en otros a ellos semejantes,

nadie discute hoy el carácter evolutivo de la génesis del organismo humano. Mutación, selección natural y evolución; tales

son las palabras-clave para explicar, a partir de los remotos y

desconocidos antropoides del plioceno, la aparición del hombre

sobre el planeta. Pero esta evolución, ¿ha sido homogénea, como

pudo serlo la transformación de los peces en reptiles y la de

los reptiles en aves? Dicho de otro modo: un simple cambio

paulatino en la estructura somática y en la actividad funcional

de un antropoide, ¿permite entender la génesis y la configuración de un modo de vida, la «vida personal», del cual son propiedades esenciales la intimidad, la libertad, la inteligencia abstractiva y creadora, el progreso técnico y la historia?

Ante este grave problema, las actitudes de los hombres de ciencia

son contrapuestas. Una parte de ellos piensa que la evolución de la

vida animal a la vida humana ha sido continua y homogénea; con

lo cual surge inexorablemente el problema de mostrar cómo de la

pura animalidad han podido surgir las notas constitutivas de la hominidad antes mencionadas. Otra parte sostiene que sólo mediante un

acto creador ab extrínseco pudo hacerse genuinamente humana la

vida animal; con lo cual se ven obligados a mostrar razonablemente

cómo pudo esto acontecer en el orden de los hechos. He aquí la hipótesis del filósofo X. Zubiri: la evolución biológica condujo a un

grado tal de «formalización» del sistema nervioso central, de «hiperformalización», más bien, que la multiplicidad de las posibles respuestas a los estímulos del medio exigió la actividad selectiva y planeadora de un espíritu pensante —por tanto, de una realidad ya

trans-estructural— para que la subsistencia de la vida biológica del

mutante siguiera siendo posible. Sin una inteligencia supraorgánica no

hubiesen podido ser «promisores», habrían sucumbido para siempre

los retoños mutacionales y evolutivos de los prehomínidos.

3. En relación con la especie humana, tres son los campos

en que debe operar la genética: la explicación o la conjetura

La medicina actual: Poderío y perplejidad 589

razonable de los procesos mutacionales en cuya virtud se constituyó el organismo del homo sapiens (genética y antropogénesis),

el estudio de la transmisión hereditaria de los caracteres específicos, típicos o familiares génicamente determinados (genética

de la continuidad biológica) y la pesquisa de la aparición de mutaciones intraespecíficas en el genoma humano (genética de las

razas, de los temperamentos y de las alteraciones patológicas del

germen). En relación con el primero, único que directamente interesa en este capítulo, cabe decir: a) Que los homínidos más

antiguos debieron de aparecer como consecuencia de mutaciones de alcance extraespecífico en el genoma de antropoides pliocénicos cuya especie hoy no podemos determinar con suficiente

seguridad. Que el proceso morfológico de la hominización deba

ser interpretado como una mutación de carácter neoténico —neotenia: morfogénesis como ampliación o desarrollo de una forma

embrionaria del progenitor—, según la hipótesis de L. Bolk

(1926), es doctrina harto dudosa, b) Que en relación con el origen de los primeros hombres caben dos concepciones, una monogenista o monofilética (procedencia a partir de una sola estirpe) y otra poligenista o polifilética (procedencia más o menos

simultánea a partir de varias estirpes). Las dos tienen representantes cualificados, aun cuando parezca más difundida la primera de ellas.

En lo tocante a la especie humana, el conjunto de saberes que he

denominado «genética de la continuidad biológica» se ha constituido

casi íntegramente trasladando por modo homológico a dicha especie,

y dentro de ella a los grupos —razas, tipos, estirpes— que génicamente la constituyen, los finos y copiosísimos resultados obtenidos por

los genetistas de las especies animales y vegetales, desde las más simples, como la Escherichia coli, hasta las más complejas, como los me·

tazóos superiores. En la idiogenética o genética del genotipo, a su

período «clásico» (de Mendel a Morgan, Goldschmidt y Dobzhansky)

ha seguido otro «molecular», iniciado por Avery, Delbrück, Luria,

Beadle y Tatum, y fantásticamente desarrollado desde que en 1953

Watson y Crick dieron a conocer su teoría de la doble hélice. El

mecanismo de la actividad reproductora del gen, la dinámica del

código genético, la conservación de la identidad específica y típica

del genoma y la génesis de las mutaciones van siendo entendidos, cada

vez con mayor sutileza, en términos de biología molecular. Recuérdese lo ya dicho. Por otra parte, el conocimiento de la fenogenética,

la genética de la configuración visible del genotipo, también ha experimentado notables avances. A título de sugestiva indicación, transcribiré —puesto que la doctrina es analógicamente referible a las modificaciones intraespecíficas del fenotipo— los principales capítulos

que ha deslindado G. Osche (1966) en el estudio de la fenogenética

transespecífica: A. Fenogénesis, ontogenia y evolución. 1. Los modos

biometabólicos (prolongación o anaboliá; abreviación —afanisia, fetalización, neotenia—; génesis de las diferencias terminales; mesobolia;

590 Historia de la medicina

arquibolia; arcalaxis o diferenciación paralela). 2. Fisiología evolutiva.

3. Crecimiento alométrico. 4. Dimorfismo sexual. 5. La ley biogenetics

fundamental. 6. Rudimentos y atavismos. B. Adaptación y su génesis:

1. Selección. 2. Concurrencia intra e interespecífica. 3. El nicho ecológico. C. Especiación. 1. Separación y especiación alopátrica (con dispersión geográfica). 2. Aislamiento (mecanismos etológicos, ecológicos

y mecánicos). 3. La especiación simpátrica (sin dispersión geográfica).

D. La evolución transespecífica. 1. Tipogénesis. 2. Carácter fásico de

la evolución.

B. Los ya mencionados estudios de W. His, los hermanos

Hertwig, Balfour, Kupffer, etc., dejaron en cierto modo conclusa la embriología descriptiva que hoy podemos llamar clásica.

Con esa convicción parecen estar compuestos el tratado de F. Kéibel y F. P. Malí (1911) y el de A. Brächet (1919). A partir de

entonces, dos han sido los principales agentes de progreso, en

lo tocante a la embriología de la especie humana: un constante

avance de las técnicas de investigación y la hominización homológica de los resultados obtenidos por la embriología experimental en otras especies animales. Como en las restantes disciplinas

biológicas ha surgido así una embriología nueva, en cuya constitución pueden ser discernidos dos momentos principales.

1. Aparición de nuevos conceptos, enderezados unos a ordenar o precisar la descripción embriológica y suscitados otros

por la investigación experimental. Entre aquéllos, sean recordados los siguientes: agregación y distribución celular en la blástula, blastocisto, mesoblasto, horizontes de la embriogénesis (G. L.

Streeter, 1954), somito del mesénquima, miocele, etc. Entre estos otros, baste la mención de algunos: «potencia prospectiva»

y «significación prospectiva» o «presuntividad» de las blastómeras y de las distintas partes del embrión, nociones éstas procedentes de los ya mencionados experimentos de Driesch y desarrollados luego por H. Spemann (1869-1941) y su escuela; «organizador» o zona rectora de la morfogénesis situada en el labio

dorsal del blastóporo (Spemann); «inducción», «inductor» y

«reactor», conceptos en los cuales se generaliza el de organizador, y el subsiguiente de «competencia morfogenética» de las

sucesivas fases del desarrollo embrionario (C. H. Waddington,

de 1940 a 1957); modos «dependiente» e «independiente» de la

diferenciación de los distintos territorios del embrión, etc. El

embriólogo, en suma, dispone hoy de un lenguaje propio, en

cuyos términos se alian los datos de la observación morfológica,

los resultados de la investigación experimental y las conquistas

de la biología molecular.

2. Nuevos campos de trabajo, nuevas orientaciones metódicas e intelectuales; en suma, nuevos saberes reales. La bioquímica y la biología molecular, la genética, un gran progreso de la

La medicina actual: Poderío y perplejidad 591

embriología experimental en el sucesivo desplazamiento geográfico de su cultivo hacia América (hay en su historia un período

alemán, otro belga-neerlandés-británico y otro norteamericano)

y el enlace entre la embriología y la inmunología parecen ser las

canteras más importantes.

He aquí una demostrativa selección de datos, ordenados según la

enumeración precedente: a) Area de saberes relativa a las primeras

fases del desarrollo del huevo fecundado y consecutiva al descubrimiento del papel y la estructura del ADN: explicación biológico-molecular de la primera ley de Mendel (M. Meselson y F. W. Stahl,

1958); función «estructural» de los genes y su influencia en la diferenciación celular (Jacob y Monod); problemas suscitados por la

irrelevancia morfogenética de ciertas zonas de la molécula del ADN;

transmisión de la información genética y desarrollo embrionario; variaciones enzimáticas durante este desarrollo y estudio de sus relaciones con el proceso de la diferenciación celular (C. H. Markert, 1963).

6) Resultados de la embriología experimental —bien comprensiblemente, el nombre de Entwicklungsmechanik o «mecánica del desarrollo» que para ella ideó su creador, W. Roux, ha caído en total desuso— consecutivos a la decisiva obra de Spemann y su escuela: investigaciones sobre la naturaleza química de las sustancias inductoras

(J. Needham; T. Brächet; L. Saxen y S. Toivonen; T. Yamada); carácter constelativo de los factores que condicionan la acción inductiva

(D. Rudnick, J. Ebert); separaciones y reagregaciones experimentales

de los distintos territorios del embrión (R. Auerbach y C. Grobstein,

A. A. Moscona, F. Orts Llorca); distinción entre la afinidad orgánica

y la afinidad específica de las células embrionarias y frecuente predominio de la primera (A. A. Moscona), c) Embrioinmunología: relacipn

entre la edad del embrión y la aparición de los fenómenos de rechazo

(J. Ebert); inmunoquímica y diferenciación citohistológica (A. H.

Coons, E. Wolff).

Apoyado en datos de laboratorio —concebido, por tanto, como embriología molecular y embriología experimental comparada—, el conocimiento de la ontogenia de la especie humana ha

dado un paso de gigante desde la Primera Guerra Mundial.

Capítulo 4

LA FISIOLOGÍA

En 1950 escribió E. F. Du Bois que la fisiología era en los

Estados Unidos «un gigante acromegálico»; expresión que bien

pudo ser referida al mundo entero y que acaso haya quedado muy

corta para expresar la realidad actual. Al Congreso Internado-

592 Historia de la medicina

nal de Fisiología de Edimburgo, celebrado en 1923, concurrieron 516 fisiólogos; al de Washington, en 1968, asistieron 4.300.

No puede extrañar que el número de las revistas consagradas

en 1950 a las ciencias fisiológicas anduviese en torno a las 250,

con una cifra total de páginas anuales próxima a las 68.000 (según datos de W. Blasius y K. E. Rothschuh). La empresa de

exponer en un puñadito de ellas la historia de los progresos del

saber fisiológico desde la Primera Guerra Mundial hasta nuestros días es, pues, rigurosamente imposible. Sólo un recurso

cabe: nombrar los campos en que la investigación especializada haya llegado a resultados más importantes o más innovadores, ilustrar lo hecho con algún ejemplo suficientemente

demostrativo y proponer al lector interesado por el tema una

comparación entre dos obras monumentales: el Handbuch der

normalen und pathologischen Physiologie de Bethe y Embden,

tan expresivo de lo que ese saber era en torno a 1930, y el

Handbook of Physiology editado por la American Physiological

Society, buen exponente de lo que entre I960 y 1970 la fisiología

ha llegado a ser.

La cuantía numérica de la bibliografía fisiológica ha alcanzado en

los últimos decenios proporciones que sin hipérbole pueden ser llamadas abrumadoras. A título de ejemplo, una sola indicación: durante los años 1975-1977, en sólo un trienio, por tanto, el número de

trabajos publicados en el mundo entero acerca de las hormonas de la

corteza suprarrenal alcanzó la exorbitante cifra de 12.839 (dato suministrado por el Centro de Documentación e Informática de la Facultad de Medicina de Valencia, M.a

 Luz Terrada). Mídase por esa

cifra lo que sociológica e históricamente es la investigación médica

en el mundo actual.

A. Examinemos ante todo el rostro de la actual ciencia

fisiológica. La apariencia primera de él se halla integrada por

tres grandes rasgos: la parcelación del saber, su frecuente formalización matemática y la creciente sutilización de las técnicas

experimentales. El fisiólogo todavía globalizador, aunque ya más

o menos especializado, de la época de Ludwig y Pavlov, Bayliss

y Starling, el «fisiólogo» a secas, se ha trocado en neurofisiólogo, endrocrinólogo o bioquímico, cuando no en enzimólogo o vitaminólogo. Las técnicas de la investigación, por otra parte, se

han hecho más y más electrónicas, y con frecuencia requieren

la existencia de un experto en ellas al lado del investigador que

ha de utilizar sus resultados. El saber fisiológico, en fin, se

expresa muchas veces en forma de abstractos modelos matemáticos, sólo accesibles a un grupo de especialistas y aparentemente desligados de la realidad que constituye el objeto principal de la fisiología: la actividad viviente del organismo humano·

La medicina actual: Poderío y perplejidad 593

¿Quiere esto decir que la ciencia fisiológica de nuestro tiempo

no es sino una yuxtaposición de disiecta membra, finísimamente conocidos en ciertos casos gracias a la sutileza y a la precisión de las técnicas de que el investigador, dispone? En modo

alguno. Un examen atento de la actual investigación fisiológica

permite descubrir, allende esa apariencia primera, dos grupos

de sabios: fisiólogos que al margen de actitudes puramente especulativas, enteramente ajenos, por tanto, a todo neovitalismo,

siguen cultivando los problemas que plantean conceptos como

el de «integración» (Sherrington) o el de «unidad funcional» (A.

Pi Suñer), e investigadores que al término mismo de su trabajo

particular y analítico se ven súbitamente sorprendidos por el

problema subyacente a expresiones como «el todo del organismo»

o «el todo del hombre».

Si el fisiólogo no se limita a ser un mero especialista técnico —«Yo

investigo lo que pasa en las mitocondrias; no me pregunte usted por

nada más»—, si se preocupa por la inserción de sus resultados experimentales en una verdadera «ciencia fisiológica», es seguro que sentirá

operar dentro de sí el binomio que figura en el epígrafe de esta sección: poderío y perplejidad. Poderío, porque en fascinante medida lo

poseen el saber fisiológico en su conjunto y la capacidad analítica de

tantas de sus técnicas experimentales. Perplejidad —una perplejidad

que mueve a la invención de problemas y métodos nuevos—, porque

sólo insatisfactoriamente puede la actual fisiología responder al más

radical y básico de sus problemas: entender científicamente, no sólo

especulativamente, por tanto, qué es la vida de nuestro organismo en

tanto que organismo «humano». Siquiera sea de modo muy sumario,

así lo irán mostrando las páginas subsiguientes.

B. El primero de los grandes motivos que integran el inmenso cuadro de la fisiología actual es, sin duda, el intento de

resolver el problema del saber fisiológico en términos de bioquímica y biofísica. En cierto modo —puesto que el punto de

vista estático y el dinámico se combinan en esa tesis—, el gran

auge de la fisiología bioquímica comenzó cuando E. Fischer y

F. Hofmeister afirmaron el carácter peptídico del enlace entre los

aminoácidos que constituyen la molécula de proteína (1902). Desde entonces, y con creciente atención hacia los aspectos dinámicos de la bioquímica, los más importantes campos de trabajo

de ésta han sido:

1. Estructura y mecanismo de acción de los enzimas. Tan

pronto como Ed. Büchner consiguió demostrar, contra la tesis

de Pasteur, que no son microbios las sustancias productoras de

las fermentaciones (1897), se planteó el problema de la naturaleza

de tales sustancias, fueran llamadas «fermentos», con la vieja

tradición iatroquímica, «zimasas», con Büchner, o «enzimas»,

594 Historia de la medicina

con Kühne. Moritz Traube (1826-1894) había sostenido que son

proteínas; pero la gran autoridad de Willstätter, opuesto a esta

conjetura, impidió durante bastantes años su general aceptación.

Sólo cuando J. B. Sumner (1887-1955) logró cristalizar la ureasa

de la judía (1926) y J. H. Northrop hizo otro tanto con la pepsina (1930), se impuso universalmente la atribución de una naturaleza proteica a los enzimas. Del millar hasta hoy conocidos,

como un centenar han sido ya cristalizados. Por otra parte, y

confirmando la vieja idea de Berzelius y Liebig, los estudios

físico-químicos de Michaelis (1913) y Arrhenius (1915) demostraron la índole catalítica de la acción de los enzimas y borraron

para siempre la idea de la existencia de «dos químicas», una de

los procesos inorgánicos y otra de los procesos vivientes.

La molécula del enzima actúa combinándose con la del sustrato.

¿Cómo? Varios problemas ha suscitado esta pregunta: a) La determinación de la secuencia de los aminoácidos en la proteína enzimática. En algunos casos esto ya ha sido posible. C. B. Anfinsen, por

ejemplo, lo ha logrado en la ribonucleasa pancreática, b) La localización, dentro de esa secuencia, del «centro activo» de la acción del

enzima. Además de la constitución química de éste, parece tener influencia a tal respecto la disposición espacial de las cadenas peptídicas; no sólo la «estructura secundaria» o helicoidal de la proteína,

también su «estructura terciaria», tridimensional y compacta, c) La

importancia de la ya mencionada «transición alostérica» (Jacob, Monod, Atkinson) en la regulación de los cambios de actividad del enzima sobre el sustrato.

La parcial revisión del principio «un gen-un enzima» de Beadle

y Tatum; porque varios genes cooperan a veces en la producción de

un solo enzima, y la peculiaridad estructural y funcional de los enzimas que sólo en el interior de la célula pueden actuar y son, por

consiguiente, difícilmente solubilizables (R. A. Peters), constituyen,

entre tantos más, dos importantes problemas de la enzimología reciente.

2. Mecanismo bioquímico de la contracción muscular y de

las oxidaciones biológicas. Sugerida por Berzelius en 1807, la

formación de ácido láctico durante la contracción muscular fue

inequívocamente demostrada por W. M. Fletcher y Fr. Hopkins

cien años más tarde. Desde entonces, la asociación de los métodos bioquímicos y termodinámicos (G. Embden, 1874-1933;

O. Fr. Meyerhof, 1884-1951; A. V. Hill, 1886-1977) ha desarrollado de manera brillante el conocimiento de la bioquímica

y la bioenergética del músculo.

Las más importantes etapas del proceso son: a) Comprobación y

cuantificación de las relaciones químicas y termodinámicas entre el

glucógeno muscular y el ácido láctico (Meyerhof, 1922-1930); tema

éste en el cual tanto habían de profundizar, veinte años más tarde,

La medicina actual: Poderío y perplejidad 595

los trabajos de S. Ochoa y del matrimonio C. F. y G. T. R. Cori.

b) Papel esencial del ácido fosfórico en el metabolismo hidrocarbonado de los músculos (Embden y Meyerhof); presencia de fosfágeno

en los extractos musculares (C. H. Fiske y Y. Subbarow). c) Descubrimiento del ácido adenosintrifosfórico o ATP en la sustancia muscular (K. Lohmann); una «revolución en la fisiología del músculo», ha

escrito Hill, d) El ATP, pieza central para el almacenamiento de

energía en el seno de la célula. El estudio de la bioquímica muscular

ha abierto así una importantísima vía en la total historia de la bioquímica.

Poco conocido durante el siglo xix, el mecanismo de las

oxidaciones biológicas ha sido profunda y fecundamente investigado desde la Primera Guerra Mundial. Los trabajos de H. D.

Wieland (1877-1957), T. L. Thunberg (1873-1952), O. H. Warburg (1883-1970), A. Szent-Györgyi y H. A. Krebs son los hitos

principales del camino hacia el actual conocimiento del problema.

Sumarísimamente contemplado, he aquí el curso histórico de la

investigación: a) Polémica entre Wieland (la oxidación biológica, una

deshidrogenación producida por deshidrogenasas) y Warburg (tal oxidación, consecuencia de la activación del oxígeno por un «fermento

respiratorio», muy semejante o idéntico al «citocromo» que D. Keilin

iba a descubrir en 1923). b) Conciliación de ambas doctrinas en una

visión más ampliamente procesal del fenómeno oxidativo. c) Aislamiento de los nucleótidos de la piridina (H. von Euler y Warburg)

y de las flavoproteínas (Warburg y A. H. T. Theorell), y consecutivo

descubrimiento de la relación de ambos grupos de sustancias con el

transporte de electrones, por una parte, y con la constitución de

ciertas vitaminas, por otra, d) Tras los estudios preliminares de

Szent-Györgyi acerca del papel de los ácidos dicarboxílicos en la respiración del músculo, descubrimiento, por Krebs, del famoso ciclo de

su nombre (1940), vía terminal común del metabolismo oxidativo y

energético del organismo.

3. Invención de técnicas para una más acabada elaboración

de la bioquímica dinámica. Con la electroforesis y la cromatografía, debe ser especialmente destacado el empleo de isótopos

marcadores para la detección del curso intraorgánico de las moléculas en cuya estructura han sido introducidos. Toda una serie

de investigadores ha colaborado en la sucesiva configuración de

este valioso método experimental: G. von Hevesy (1923), Urey

(1933), A. Krogh (1935-1940), R. Schoenheimer (1942) y varios

más. La condición dinámica o diacrónica del equilibrio en que

normalmente se halla la constitución energético-material del organismo —constancia del medio interno, homeostasis y homeorresis, procesos y ritmos metabólicos— aparece así con total evidencia ante los ojos del investigador y muestra aspectos de su

realidad hasta ahora inéditos.

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