soberana physis; por otra, el noble y prudente precepto de «ayudar, o por lo menos no perjudicar». Pero, ¿cuándo una enfermedad concreta era mortal o incurable «por necesidad» y cuándo susceptible de ayuda técnica? ¿Cuándo el médico debía renunciar a su intervención, tanto por religioso respeto al mandato
de lo que para él era más sagrado, la sacral soberanía de la
physis, como por evitar al enfermo molestias inútiles, y cuándo
debía poner a contribución los variados recursos de su arte?
Grave problema técnico y ético, frente al cual por fuerza habían
de dividirse las actitudes de los médicos: a un lado, los excesivamente temerosos ante el esporádico carácter tremendum de
la physis y, a la vez, poco seguros de sí mismos en cuanto técnicos de la medicina; al otro, los convencidos de que siempre
puede haber algún progreso en el establecimiento del límite
entre la «fatalidad» y el «azar», entre el dominio de la anánke
y el campo de la tykhe, y al mismo tiempo muy confiados en
las posibilidades de su arte. No puede extrañar, pues, que los
«más cirujanos» fuesen los asclepíadas entre los cuales se hizo
más patente y matizadora esta segunda actitud (Michler); pero
también en Sobre la enfermedad sagrada y en otros escritos no
quirúrgicos es claramente perceptible. «Orar es sin duda una
buena cosa —léese, por ejemplo, en Sobre la dieta—, pero invocando a los dioses es preciso ayudarse a sí mismo».
A la ética de la relación con el enfermo pertenece también
el problema de los honorarios del médico. El mito exaltó tanto
la dignidad de la asistencia médica, que consideró sacrilega la
retribución económica de quien la ejercía: el propio Asclepio
habría sido fulminado por haberse lucrado con una intervención sanadora (Píndaro). No fueron así las cosas en la realidad histórica. Es cierto, sí, que en el Corpus Hippocraticum
es vituperado el «lucro deshonroso», y que no se juzga enteramente lícita la percepción de honorarios si el médico, tratando al enfermo, no ha procurado perfeccionar de algún modo
su arte, si su actividad terapéutica no ha sido un «curar aprendiendo»; pero, naturalmente, la retribución económica perteneció en Grecia a la práctica habitual de la medicina, y hubo
134 Historia de la medicina
médicos honorables de muy holgada posición. Más aún: la asistencia gratuita sólo quedaría bien justificada a los ojos del
asclepíada hipocrático cuando con ella el médico devuelve un
favor recibido o trata de obtener renombre entre sus conciudadanos. No es para echado en saco roto, a la hora de juzgar la actitud del profesional de la medicina ante el problema de los honorarios, lo que en el Pluto de Aristófanes dice
el pobre Cremilo, carente de medios para pagar un tratamiento
técnico: «Está visto: donde no hay recompensa, no hay arte»;
y en vista de eso, acaba llevando a su paciente al templo de
Asclepio.
2. Menos explícitas y mucho más escasas son nuestras
noticias acerca de los deberes para con la polis, salvo en el
caso de los «médicos públicos». Dar a cada enfermo el tratamiento más adecuado a su oficio en la ciudad (Platón, República) y cumplir ciertas obligaciones forenses debieron de ser
los más importantes de tales deberes. Frente a los restantes
médicos, la perfección moral se alcanzaría comportándose
«como un hermano» o, por lo menos, cooperando correctamente con ellos. Mas no parece suspicacia excesiva ver en
estas palabras —directamente tomadas del Corpus Hippocraticum— la expresión de un ideal pocas veces alcanzado. La moral
del éxito, la sed de prestigio y la actitud competitiva del médico
griego le llevaron con frecuencia a disputar, incluso públicamente, con sus colegas, y hasta a entrometerse en la práctica
privada de alguno de éstos para desviar en provecho propio el
favor de tal o cual cliente. Muy convincentemente lo hicieron
ver los agudos análisis de Edelstein.
Β. Si no sustancialmente alterado, sí sensiblemente modulado vino a quedar el precedente esquema por obra de las novedades y las vicisitudes de la cultura helenística, primero alejandrina y luego romana. Cuatro son los puntos esenciales de
tal modulación de la ética médica de la Antigüedad griega.
1. La mayor osadía terapéutica del médico, cuando, como
consecuencia de su más suelta y resuelta actitud ante la physis,
comenzó a sentirse «gobernador» y no sólo «servidor» de ésta.
Hazaña no exclusivamente técnica, fue, por ejemplo, la cirugía
«utópica» de los alejandrinos; un original nervio ético había
también en ella. En la misma línea hay que colocar el talante
moral de Areteo, cuando afirmaba que «la mayor desdicha
del médico» es no poder hacer nada en favor del enfermo.
2. La explícita aparición de la philanthropía entre los deberes del médico —a la época helenística pertenece la famosa
sentencia hipocrática «Donde hay amor al arte (de curar), hay
también amor al hombre» (philanthropie, en dialecto jónico)—,
Medicina y «physis» helénica 135
como consecuencia de la reforma moral que la filosofía helenística trajo consigo y del cosmopolitismo y la humanitas que de
ella resultó. El médico debe actuar plenus misericordiae et humanitatis, escribe, por ejemplo, Escribonio Largo (siglo i d.C).
Preludiado por determinados textos del Corpus Hippocraticúm,
como uno del escrito Sobre las ventosidades en que se afirma
que el médico «convierte en preocupación propia el dolor ajeno»,
algo ya próximo al sentir del cristiano frente al prójimo hay
ahora en el alma de los médicos; aunque, como analizando el
contexto de esas palabras de Escribonio Largo ha demostrado
Deichgräber, restos de la mentalidad ética antigua seguían operando sobre el autor de ellas.
3. Una mayor avidez en la exigencia de honorarios, si el
prestigio del médico le permitía satisfacerla. Las cortes de los
sucesores de Alejandro Magno, y luego, en mayor medida, Roma,
fueron poderosos centros económicos, con la sacra auri james
como inmediata consecuencia psicológica y social, y los médicos
no permanecieron insensibles a su seducción. Mas no sólo en
Roma. Plinio cuenta, por ejemplo, que el médico Crinas logró
amasar en Marsella una fortuna de diez millones de sextercios.
4. La ordenación jurídica de las cuestiones relativas a la
etica médica, inexistente en la Grecia clásica y muy expresa
en la Roma imperial.
En una sociedad cada vez más corrompida moralm'ente y más
impregnada por el naciente cristianismo, a través de una serie
de figuras de tercer orden —los médicos griegos y romanos
posteriores a la muerte de Galeno—, así acabó la medicina de
la Antigüedad clásica. Pero de ella tendrán que aprender, sean
cristianos helenísticos o bárbaros paganos, quienes más tarde
aspiren a pasar desde el empirismo y la magia hacia el perdurable modo de entender la asistencia al enfermo que los antiguos
habían llamado tekhne iatriké o ars medica: un «arte de curar» basado sobre una «ciencia de la naturaleza».
Tercera parte
HELEN1DAD, MONOTEÍSMO
Y SOCIEDAD SEÑORIAL (EDAD MEDIA)
Introducción
Todas las Edades de la historia son «medias»; todas se
hallan entre una época anterior a ellas y otra a ellas posterior.
¿Por qué, entonces, se discierne en la historia universal una
«Edad Media» por antonomasia: el dilatado lapso temporal
que transcurre entre la invasión del Imperio romano de Occidente por los pueblos germánicos, a lo largo del siglo v, y la
toma de Constantinopla por los turcos, en 1453? En torno al
Mediterráneo existen y se contraponen, a lo largo de ese milenio, tres culturas distintas entre sí, la bizantina, la islámica
y la europea de Occidente. Dentro de ésta, la vida puramente
feudal de los siglos ix y χ es bien poco semejante a la vida
incipientemente burguesa de las ciudades italianas y flamencas
del siglo xv. ¿Por qué, pues, es reunido todo ese varío conjunto bajo un rótulo, Edad Media, que además de ser unitario
elude toda referencia a su contenido? Sólo una respuesta cabe:
porque, simplificando abusivamente las cosas, los historiadores
del Barroco y de la Ilustración, y luego los positivistas, pensaron que entre la cima de la cultura clásica y su redescubriniiento o renacimiento moderno, no más que una dilatada solu·
ción de continuidad habría sido el desarrollo de la cultura
occidental.
Esa tácita convención historiográfica ha sido ampliamente
revisada por la investigación y el pensamiento del siglo xx.
Pero desde nuestro particular punto de vista, el correspondiente
a la historia de la medicina, tal vez sea posible señalar la existencia de un nervio común y unificante dentro de tan enorme
disparidad; el que, conexos entre sí, forman los tres términos
del epígrafe precedente. Desde fines del siglo ν hasta la segunda mitad del siglo xv, la medicina es, en efecto: en tanto que
saber científico, el vario resultado de acomodar la ciencia mé137
138 Historia de la medicina
dica griega, y muy en primer término la de Galeno, al triple
monoteísmo —cristianismo bizantino-oriental, islamismo, cristianismo romano-occidental— en que respectivamente tienen su
centro religioso las tres grandes culturas mediterráneas del Medioevo; y en tanto que praxis social, la aplicación terapéutica
y asistencial de ese resultado en el seno de una sociedad que,
bajo la ineludible peculiaridad de cada uno, en los tres casos
es señorial, en cuanto al orden socioeconómico de su realidad,
y artesanal, en cuanto a su modo de gobernar y utilizar el
mundo cósmico.
Vamos a estudiar sucesivamente el curso de ese doble empeño en Bizancio, en el mundo islámico y en la Europa medieval de Occidente. Pero como el triple modo de realizarlo
tiene un mismo presupuesto histórico, a él deben ser dedicadas
las páginas iniciales de nuestra ojeada a la medicina de la
Edad Media.
Sección I
OCASO Y EXTINCIÓN DEL MUNDO ANTIGUO
En lo que a nuestro tema concierne, dos motivos descuellan
entre la muerte de Galeno y la invasión del Imperio romano
por los pueblos germánicos, y en los dos tienen común presupuesto las tres grandes formas de la medicina medieval; son
la propagación del monoteísmo judeo-cristiano por toda la cuenca
mediterránea y la perduración posgalénica de la medicina griega.
Como luego veremos, pronto uno y otro evento entraron en
mutua relación.
Capítulo 1
CRISTIANISMO PRIMITIVO Y MEDICINA
Entre el comienzo de la predicación de Cristo y el edicto
de Milán (año 313), con el cual el emperador Constantino
declaró religión del Imperio romano a la cristiana, ésta fue
propagándose desde Palestina y Siria hasta las tierras más occidentales del Mediterráneo; y así, a la vez que poco a poco
iba desarrollando sus internas virtualidades religiosas, el cristianismo tomó contacto con las culturas griega y romana, y a
través de ellas cobró su primera forma histórica y social.
A. La relación inicial entre el cristianismo y la medicina
tuvo tres modos de expresión, uno metafórico, otro taumatúrgico y otro ético-doctrinal. Bien que metafóricamente, Cristo
s e
llama a sí mismo «médico», y en más de una ocasión (Mat.
139
140 Historia de la medicina
IX, 12; Marc. II, 17; Luc. V, 31). Por otra parte, cura milagrosamente a varios enfermos. El deber de atender al que padece enfermedad es, en fin, innovadoramente proclamado. Examinemos lo esencial de estos dos últimos temas.
1. El poblema de la curación milagrosa no pertenece al
historiador de la medicina, sino a escrituristas, teólogos y antropólogos. Pero la respuesta de Cristo a la pregunta de sus
discípulos acerca del ciego de nacimiento —con la cual, como vimos, claramente manifiestan la mentalidad todavía arcaica de
su pueblo y de ellos mismos— trae consigo una novedad de
primer orden: «Maestro, ¿quién ha pecado para que este hombre haya nacido ciego, él o sus padres? —Ni él ni sus padres
han pecado; sino que esto ha sucedido para que las obras de
Dios sean en él manifiestas» (Jo. IX, 1-3). Cualquiera que sea
la interpretación que se dé a la segunda parte de la sentencia
—ya enteramente extramédica—, es evidente que con la primera Cristo ha roto el hábito tradicional de ver en la enfermedad
el castigo de un pecado. No siempre los cristianos han sabido
hacer suya esta lección.
2. En su anuncio del juicio final dice Cristo: «Estuve desnudo y me vestísteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y
fuisteis a verme. Entonces los justos le replicarán: Señor,
...¿cuándo estuviste enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?
Y el rey —Cristo en su trono— les responderá: Os lo aseguro.
Cada vez que lo hicisteis con uno de mis hermanos más humildes, conmigo lo hicisteis» (Mat. XXV, 35-40). Bajo forma de
mandamiento ético, queda prescrito el deber del cristiano de
atender al enfermo sólo por obra del amor de efusión (agápe).
La philanthropía como fuente de la philotekhnía de los hipocráticos, el «amor al arte» como consecuencia del «amor al
hombre», se convierte en caridad operativa para con la real
y concreta persona del doliente, sólo porque en él, por modo
misterioso, «está Cristo».
B. La paulatina encarnación ulterior del cristianismo en
el mundo moverá a la realización operativa del mandamiento
antes mencionado; por tanto, a la asistencia al enfermo sólo por
amor. En tal asistencia hay, por supuesto, prácticas de carácter
sacramental, en primer término la unción de los enfermos; pero
también un cuidado de estos a la vez médico y moral. La creación de hospitales, más exactamente, la invención de la institución hospitalitaria, fue consecuencia directa de esta nueva
actitud ético-operativa ante el aflictivo hecho de la enfermedad.
Una lectura atenta de los primeros textos cristianos permite discernir varios modos en la realización de la caridad médica. Por lo
Helenîdad, monoteísmo y sociedad señorial 141
menos, éstos: 1. La institución social, por obra de viudas y «diaconisas», de la ayuda al paciente en su domicilio. 2. La ya mencionada
creación de hospitales. El primero de que tenemos noticia es la «ciudad hospitalaria» que en Cesárea de Capadocia fundó el obispo
Basilio. 3. La condición igualitaria del tratamiento. Respecto de la
asistencia médica, ya no hay diferencia entre griegos y bárbaros,
libres y esclavos, pobres y ricos. La expresa ponderación que de
aquélla hace un texto de Juliano el Apóstata es sin duda su mejor
elogio. 4. La incorporación metódica del consuelo —una suerte de
psicoterapia cristiana— a la operación del médico. La asistencia médica más allá de las posibilidades del arte, por tanto allende la ética
griega; esto es, el cuidado de los incurables y los moribundos. 6. La
asistencia gratuita, sólo por caridad, al enfermo menesteroso. 7. La
valoración a un tiempo moral y terapéutica de la convivencia con
el enfermo: la com-pasión, en el sentido paulino del término.
Por supuesto que no todo fue puramente cristiano en la
medicina de los primeros seguidores de Cristo; también la milagrería y la superstición seudocristianas —exorcimos y conjuros, reliquias verdaderas o falsas, amuletos, astrología, ceremonias antes mágicas que religiosas, adopción de la incubatio
o sueño en el templo— tuvieron cultivadores en las primitivas
comunidades cristianas. La influencia del mundo helenístico,
en cuyo seno tantas y tan diversas creencias se mezclaron, tenía
que hacerse notar.
C. La relación entre el cristianismo primitivo y la medicina tuvo también aspectos doctrinales y técnicos. Desde un
punto de vista puramente religioso, no serán pocos los autores
cristianos (Clemente de Alejandría, Tertuliano, Lactancio, Cipriano de Cartago, Gregorio de Nisa) que utilicen el pensamiento griego —psicología de Platón, patología de Galeno— para
comenzar la elaboración de una teoría antropológica del pecado
y de la penitencia; para trazar, por tanto, las primeras líneas
de una teología moral y una antropología cristiana. Es también
entonces cuando, tras la espléndida lección que había sido el
Libro de Job, cobra cuerpo la idea cristiana de la enfermedad,
no como castigo de la divinidad, según la pauta arcaica, ni
como azar o necesidad de la dinámica del cosmos, según la pauta hipocrática, sino como prueba (Basilio de Cesárea, Gregorio
de Nisa).
Tres actitudes cardinales se manifiestan entre los primeros cristianos ante la tekhne iatriké de los griegos. En algunos, como Taciano el Asirio y Tertuliano, la radical repulsa: los cristianos no
deben aceptar nada de los paganos. En otros, la secuacidad incondicionada. Tal fue el caso de un grupo de estudiosos que en la Roma
inmediatamente posterior a la muerte de Galeno, según un texto de
142 Historia de la medicina
Eusebio de Cesárea (Hist. eccl. V, 28, 44), veneraban a Galeno y
Aristóteles, y hubieron de sufrir la condenación que recayó sobre
su mentor, el heresiarca Artemón. No hay que olvidar que en su
tratado de usu partium Galeno, en nombre de la concepción helénica de la physis, combate la idea judeo-cristiana de la omnipotencia
divina. Pronto contemplaremos las consecuencias de este suceso. Entre los renuentes frente a las ideas griegas y los incondicionales de
ellas_ se movían los que postularon y practicaron una asunción de la
medicina y la filosofía griegas a la vez inteligente y discernidora:
Orígenes, Clemente de Alejandría, Gregorio de Nisa. Esta será la actitud que en definitiva prevalezca.
Capítulo 2
ENTRE GALENO Y ORIBASIO
Después de la muerte de Galeno, el pensamiento griego
pierde rápidamente su capacidad creadora. Podría hablarse de
su cansancio o su agotamiento, si a estos términos se les quiere
dar un sentido no estrictamente biológico. Es cierto que no
pocas escuelas médicas, desde Siria hasta las Galias, continúan
enseñando a quienes en ellas quieren aprender. Más aún: tras
el incendio del Museo cuando Julio César atacó a la ciudad,
Alejandría rehizo sus ricas colecciones de textos y siguió brillando
como potencia intelectual. Pero a partir del siglo n, los médicos —griegos paganos o cristianizados, orientales paganizados
o cristianos, latinos de la ribera norte o la ribera sur del Mediterráneo— no pasaron de escribir pequeños tratados monográficos, compilaciones parciales o ensayos de tendencia sincrética.
Siguiendo a M. y P. Schmid, contemplaremos, distribuidos según el área cultural a que pertenecieron, los que entre ellos
parecen más dignos de recuerdo.
A. Ante todo, los médicos griegos; más propiamente, los
que, procedentes de cualquier lugar del Mediterráneo oriental
o del Oriente próximo, en griego compusieron su obra escrita.
Por la orientación de ésta pueden ser clasificados en iatrosofistas
(comentadores de los textos recibidos según el método interpretativo tradicional en la Alejandría helenística), médicos filosóficos (influidos en su actitud intelectual por la Academia de
Atenas, activa hasta su clausura por Justiniano, el año 529) y
autores de compilaciones más o menos hábiles y extensas.
En orden cronológico, pueden ser aquí mencionados: el iatrosofista Casio (siglos ii-m d.C); Filúmeno (s. m), autor de escritos va-
Helemdad, monoteísmo y sociedad señorial 143
rios; Filagrio (s. iv), buen observador de la realidad clínica, escritor
fecundo y famoso por su autoridad en las enfermedades del bazo;
Adamancio de Alejandría (s. iv), cultivador de la fisiognómica; Posidonio (s. iv), uno de los primeros en atribuir localización cerebral a
las facultades psíquicas, la imaginativa en el «ventrículo anterior»,
la inteligencia racional en el «ventrículo medio», la memoria en el
«ventrículo posterior»; Zenón de Chipre (s. iv), que fundó una afamada escuela en Alejandría, y sus discípulos Magno y Cesario, doctos, se nos dice, en la doctrina de la physis; Jónico de Sardes, coetáneo de los anteriores, en quien se unieron extrañamente el talento
clínico y la filosofía y la mántica neoplatónicas; Teón de Galacia,
autor de una terapéutica y de un libro titulado Anthropos, «El hombre». Sólo fragmentos o breves referencias conservamos de todos estos autores. Sin solución de continuidad cronológica o científica entre
ellos y Oribasio, con éste se inicia formalmente la medicina bizantina.
B. Siempre como traductores o secuaces de los griegos, un
pequeño grupo de médicos latinos actúa y escribe, tras la muerte de Galeno, en la parte occidental del Imperio romano. El
más importante de todos ellos, el númida Celio Aureliano
(siglos IV-VI), quedó ya mencionado páginas atrás como latinizador de la medicina de Sorano de Efeso.
Algo anteriores a Celio Aureliano son varios escritos de materia
médica: uno de Gargilio Marcial (decenios centrales del siglo m),
apoyado en Plinio, Dioscórides y Galeno, un Liber medicínete de
Plácido y el Liber medicinalis de Quinto Sereno, colección versificada de recetas. Mayor importancia tuvo la obra de Aviano Vindiciano, arquiatra de Valentiniano II (375-392), amigo de San Agustín
y hábil colector del saber griego, desde Hipócrates y Diógenes de
Apolonia hasta Asclepíades de Bitinia. Discípulo distinguido de
Vindiciano fue Teodoro Prisciano, que en torno al año 400 compuso
un tratado de terapéutica de cierto renombre. Coetáneo de Celio
Aureliano e influido por él, Casio Félix, cristiano y arquiatra en Cartago, fue autor de una obrita significativamente titulada De medicina
ex graecis logicae sectae auctoribus liber translates. De esa lógica
secta —la dogmática— habría sido príncipe el mismísimo Hipócrates.
Dentro de esta variopinta etapa final del mundo antiguo
—a la vez pagana y cristiana, oriental y griega, romana y africana, neoplatónica y gnóstica, supersticiosa y racional, erudita
y mal informada— fue configurándose la primera relación del
cristianismo con la medicina, y sobre ella como suelo fue tomando cuerpo la medicina bizantina e iniciándose el proceso
histórico que O. Temkin ha llamado «la ascensión del galenismo».
Sección II
MEDICINA BIZANTINA
Resultado de la división del Imperio romano en una mitad
occidental y otra oriental (mayo del año 330), el Imperio bizantino duró hasta 1453, año en que su capital, Constantinopla,
fue conquistada por los turcos. No puede, sin embargo, decirse
que aquella fecha separe tajantemente dos etapas históricas
de la medicina en lengua griega; acabamos de verlo. Desde un
punto de vista intelectual, porque la tekhne iatriké de la Antigüedad helénica pasó sin violencia al mundo bizantino. Desde
un punto de vista religioso, porque en los albores del Imperio
de Bizancio ya la primitiva Iglesia se había inclinado, frente
a la envolvente realidad de la ciencia antigua, hacia una adopción más o menos discriminadora y elaborada. ¿Qué fue, por
ejemplo, Oribasio: un griego helenístico fiel a la cultura pagana
de la Hélade o un bizantino de la primera hora? Y a su lado,
¿qué fue Cesario: un cristiano en quien se realiza el espíritu de la Iglesia primitiva —el de su hermano Gregorio de
Nacianzo— o un bizantino de pro, vecino de Constantinopla
y miembro del Senado de ésta? En uno y en otro caso, las dos
respuestas posibles son igualmente válidas.
Como marco y suelo de la medicina que llamamos bizantina, ¿qué fue el Imperio de Bizancio? Cuatro notas pueden
tal vez caracterizarle. 1. En el orden idiomático, un conjunto
de pueblos —inicialmente europeos, asiáticos y africanos— a
los que, por encima de tantas y tan obvias diferencias en el
temperamento y en la costumbre, permitía entenderse una lengua común, el griego bizantino; lengua por la cual podía llegarles sin dificultad la obra literaria, intelectual y jurídica de la
Grecia clásica. 2. En el orden religioso, una sociedad profundamente cristiana, en la cual llegó hasta el cesaropapismo —esto
es: hasta la asunción de funciones religiosas por arte del em144
Helenidad, monoteísmo y sociedad señorial 145
perador— la vinculación entre el poder religioso y el poder civil; razón por la cual la herejía podía convertirse en delito
civilmente punible, si así convenía a los intereses del Estado.
3. En el orden socioeconómico, una sociedad señorial a la vez
agraria, artesanal y —al menos en Constantinopla y Alejandría— comercial y urbana, con enormes diferencias de nivel entre ricos y pobres. 4. En el orden intelectual, en fin, una masa
popular presa de toda laya de supersticiones y, sobre ella, una
minoría refinada y sutil, helénica o helenizada, que empleó lo
mejor de su mente en la más apasionada discusión de temas
teológicos, muy principalmente los de índole trinitaria y cristológica.
Dos elocuentes textos sobre la estructura económica de la sociedad bizantina. «Una pequeña minoría —comerciantes ennoblecidos,
militares terratenientes— mantenía un nivel de vida verdaderamente
elevado, mientras que la gran mayoría de la población vivía en condiciones de pobreza muy próximas al nivel mínimo de la subsistencia» (H. W. Haussig). «El pobre de Constantinopla vivía en un estado miserable, con su vivienda contigua a los palacios de los ricos,
pero quizá estaba en mejores condiciones que los pobres de la mayor
parte de las naciones» (St. Runciman). Alude este autor a las medidas con que una beneficencia caritativa de los poderosos —reparto
de víveres, asilos diversos— atendía a las necesidades de los miserables. Pero esta concepción meramente limosnera de la caridad, ¿podía
ser suficiente para que la justicia distributiva de la sociedad bizantina mereciese el nombre de cristiana?
Siguiendo a Neuburger y Temkin, dividiremos nuestro estudio de la medicina bizantina en dos etapas, la anterior al año
642, fecha de la conquista de Alejandría por los árabes, y la
posterior a ella, hasta el fin del Imperio bizantino; una etapa
alejandrina, por tanto, y otra constantinopolitana. Pero como la
sociedad, la cultura y la medicina de Bizancio tuvieron un carácter muy permanente a lo largo del milenio largo en que existieron, parece conveniente estudiar en un capítulo previo lo que
de él concierne a la medicina.
Capítulo 1
CARÁCTER Y ESTRUCTURA
DE LA MEDICINA BIZANTINA
Ante el doble tema enunciado en el epígrafe, tres puntos
principales deben ser distinguidos: la actitud ante la enferme-
146 Historia de la medicina
dad y la asistencia al enfermo en el mundo bizantino; los niveles y las formas del saber médico; la organización y la enseñanza de la medicina.
A. Pese a su honda fe en la vida transmortal y a su confianza en el mérito que respecto a ella concede el dolor rectamente sufrido, y no obstante la habitual inseguridad histórica
de los bizantinos, sin cesar amenazados por godos, persas, árabes y turcos, la estimación de la salud fue grande en el hombre
de Bizancio. Así lo muestran de consuno el prestigio social de
ciertos médicos (Zenón de Chipre en Alejandría, Oribasio, Jacobo Psicresto, Aclepiódoto, Aecio y tantos más en Constantinople), las franquías fiscales que al cuerpo médico concedió
fustiniano, la frecuente erección de hospitales importantes, la
cultura médica de las personas ilustradas, como Ana Comneno,
hija del emperador Alejo I, Ahora bien; la respuesta del mundo
bizantino a la preocupación por la enfermedad tuvo dos formas y dos niveles muy distintos entre sí, aunque a veces entre
sí mezclados: una forma técnica, heredada de la tradición hipocrático-galénica, y otra subtécnica, de carácter supersticioso y
popular. Menos netamente separados uno de otro, como vamos
a ver, que en là medicina de la Grecia clásica y helenística.
B. La medicina técnica bizantina fue a un tiempo la continuación y el empequeñecimiento de la tekhne iatriké de los
griegos; basta comparar la obra de Oribasio con la obra de
Galeno para advertir la verdad de tal aserto. ¿Por qué una y otra
cosa?
La condición netamente prosecutiva de la medicina técnica
bizantina respecto de la tekhne iatriké hipocrático-galénica tuvo
dos causas sobremanera obvias: la comunidad idiomática y —a
diferencia de lo que ocurrió en el Imperio de Occidente— la
ausencia de una ruptura violenta y perturbadora con el pasado
inmediato. Oribasio, para seguir con su ejemplo, podía leeí
a Galeno sin necesidad de intérprete; y como él, pagano o cristiano, cualquier médico de Alejandría o de Constantinopla.
Más compleja fue la génesis de ese carácter defectivo del
saber médico bizantino respecto de la anterior medicina griega,
y muy en especial respecto de la galénica. Cuando ya había,
comenzado la «ascensión de Galeno» en el teatro de la historia,
¿por qué decayó en tal medida la calidad de los escritos medir
eos, tanto entre los paganos como entre los cristianos? Si mieflj
tras el Pergameno practicó el arte de curar nadie llegaba al
Aqueronte —el río del más allá—, según la admirativa hipérbole de un epigrama del iatrosofista Magno, ¿por qué era tan
poco lo que de su obra se aprendía?
Helenidad, monoteísmo y sociedad señorial 147
En las interrogaciones anteriores se implican dos problemas diferentes:
1. La razón por la cual, tras el gigantesco Galeno, la medicina
griega no produjo una figura equiparable a él. La respuesta inicial
es obvia: porque la capacidad creativa de la cultura griega, no sólo
en el orden médico, también en el filosófico y en el científico, se hallaba ya agotada. Lo cual, naturalmente, plantea otra cuestión ulterior; o, mejor dicho, dos: ¿por qué?; ¿es que la extinción histórica
de las culturas puede ser explicada con criterios biológicos como
éste del «agotamiento»? En mi opinión, la respuesta exige tener en
cuenta varios hechos principales: a) Uno sociopolítico: la incómoda
instalación de la mente griega cuando, desde su inicial existencia
en una polis, pasa a su forzosa incardinación en un Imperium, b)
Otro sociocultural: la creciente penetración de mentalidades orientales en el mundo helenístico: «el Oronte se vierte en el Tiber»,
dice una conocida frase de Juvenal; y en el Cefiso, habría que añadir, c) Otro filosófico: la conjunción entre la physis y el logos, tal
y como una y otro habían sido entendidos por los griegos, ya no
podía dar más de sí (Zubiri). d) Otro científico: el carácter más
deductivo que experimental de la ciencia helénica (A. J. Festugière).
e) Otro religioso: la vaga, pero extensa y eficaz necesidad de una
fe capaz de otorgar sentido a la vida en el alma de tantos hombres
a quienes no bastaban ya las creencias antiguas. /) Otro, en fin,
moral: la general corrupción de las «viejas costumbres» en todo el
ámbito del Imperio romano.
2. El segundo problema dice así: ¿por qué, si no podía surgir
otro nuevo Galeno, no era al menos bien utilizada su obra, cuya
grandeza y capacidad rectora todos empezaban a reconocer? Ahora
la respuesta debe tener un carácter principalmente politicorreligioso.
En efecto: después del siglo m, el ya poderoso cristianismo no podía
aceptar los motivos «paganos» del pensamiento de Galeno, recuérdese el antes mencionado relato de Eusebio de Cesárea, y todavía
no había elaborado instrumentos intelectuales aptos para la total incorporación de la obra galénica. La reflexión de R. Walzer, O. Temkin y L. García Ballester conduce a distinguir «tres Galenos»: un
médico, un filósofo de la naturaleza y un pensador metodológico y
lógico. El primero no presentaba a la mirada cristiana dificultades
dogmáticas; los otros, sí. De ahí la cómoda y expeditiva actitud
de los médicos bizantinos: partir la obra de Galeno en dos porciones, una médica y otra filosófica, quedarse con la primera —e incluso sólo con una parte de ella— y desconocer la segunda. De ahí,
Por otro lado, el «reblandecimiento de la racionalidad fisiológica»,
si vale decirlo así, que en la mente y en la conducta de los más
importantes médicos bizantinos pronto descubriremos. En el ya citado epigrama de Magno se dice también que Acestoria, personificación de la Medicina, sólo había podido llorar la muerte de tres
hombres, Hipócrates, Galeno y el ablabios («el inocente»; ¿a quién
Podrá referirse este adjetivo?); signo evidente de la sensación de
decadencia en que como tales médicos vivían los médicos grecohablantes del siglo ni. Primero en Alejandría, luego en Constantinople, la ingente obra escrita de Galeno va a quedar así convertida en
148 Historia de la medicina
un «galenismo» escolar y práctico, desprovisto de toda peligrosidad
intelectual para los creyentes en un Dios trascendente al mundo.
En parte subyacente a ia medicina técnica, en parte fundida
con ella, una vigorosa medicina popular y supersticiosa, subtécnica, por tanto, existió también en Bizancio. Sus fuentes
eran a la vez helénicas y orientales. Encantamientos y conjuros, el «Abracadabra» que había difundido el poema médico
de Quinto Sereno antes mencionado, los amuletos más diversos,
la cabala —doctrina secreta basada sobre las letras del alefato
hebreo y los primeros números—, libaciones, fumigaciones mágico-religiosas, imposición de manos con fines terapéuticos, fórmulas mágicas atribuidas al legendario Hermes Trismegisto —el
«tres veces máximo Hermes», nombre que los griegos dieron al
dios egipcio Toth, y cuya presunta doctrina «hermética» se
mezcló con el neoplatonismo y la gnosis—, astrología, alquimia
más o menos secreta, sueño en el templo; bajo forma seudocristiana o en su forma originaria, todas las prácticas de la medicina supersticiosa y popular de la Antigüedad helenística y del
Oriente próximo perduran en la sociedad bizantina.
No sólo desde un punto de vista médico es curiosa la adopción
del sueño en el templo o incubatio. Un solo ejemplo. La incubatio
era practicada en Menuthi, cerca de Alejandría, dentro de un templo
todavía egipcio consagrado a Isis. Entre los años 385 y 412, el Patriarca de Alejandría Teófilo, trató de abolir la costumbre pagana
convirtiendo en templo de los Evangelistas el de Isis; pero la fe
popular en la virtud salutífera de aquel sitio era tan fuerte, y tan
copiosa y terca la asistencia de los fieles, que Cirilo, sobrino y sucesor de Teófilo, concibió la astuta idea de trasladar a ese templo las
reliquias de San Ciro y San Juan, para instaurar allí un nuevo rito
onírico —una incubatio cristiana—, durante el cual, por intercesión
de esos santos siervos suyos, Cristo concedería la salud a los enfermos que a él se sometieran. Anárgyroi, «gratuitos», porque el paciente
no pagaba nada, fueron popularmente, llamados San Ciro y San
Juan, cuya rivalidad como sanadores con la medicina «oficial» y retribuida dio lugar a los más pintorescos lances.
C. La realización social de la medicina bizantina quedó
configurada por la concurrencia de tres instancias: la inercia
del mundo helenístico, la profunda fe cristiana del pueblo de
Bizancio y la condición señorial de la estructura económica de
éste.
Cuando se constituyó el Imperio bizantino, los centros para
la formación intelectual existentes en su área de origen —Grecia,
Asia Menor, Egipto y la porción helenizada del Oriente próximo— continuaron funcionando. En ellos se estudiaban las disciplinas que más tarde serán denominadas artes liberales; y corno
Helenidad, monoteísmo y sociedad señorial 149
en ellos, en la escuela que Constantino fundó en Constantinopla
bajo el nombre de Stoa Basilikê o «Estoa (Pórtico) Real». Algo
se parecían todos en su estructura a las instituciones docentes
del mundo occidental que desde el siglo xii serán llamadas
Universidades; especialmente, el que a fines del siglo xiv, reformando y ampliando cuanto hasta entonces existía, Manuel II
Paleólogo erigió en la misma Constantinopla y denominó Katholikón Mouseion, «Museo Universal». La semejanza, sin embargo, nunca llegó a ser identidad; tanto menos, cuanto que
por obra de la presión teocrática, siempre más intensa y limitadora en Bizancio que en Occidente, fueron perdiendo importancia los estudios filosóficos y científico-naturales, en favor de
los teológicos y jurídicos.
No parece que durante el período alejandrino de la cultura
de Bizancio la medicina fuese, dentro de esas instituciones docentes, una rama equiparada a las demás; cabe incluso afirmar
que siguió habiendo escuelas exclusivamente médicas, activas
a veces, como en Nisibis (Siria), al lado de las «generales».
Es seguro, en cambio, que también en aquéllas fueron estudiadas la filosofía o la retórica; así lo hace pensar la formación
de Zenón de Chipre, jefe de escuela en Alejandría, o a la de
Asclepiódoto, discípulo del médico Jacobo Psicresto y del filósofo Proclo. La enseñanza en dichas escuelas era puramente
teórica; la formación clínico-terapéutica se adquiría al lado de
un médico más o menos acreditado.
Hubo entre los bizantinos médicos paganos y médicos cristianos,
aquéllos cada vez menos frecuentes. Hubo también mujeres médicas.
No existió la titulación oficial de los profesionales de la medicina,
aunque algo se aproximase a ella, ya bajo la dinastía de los Comnenos (siglo xn) la existencia de un diploma o symbolon consecutivo
a un examen de suficiencia técnica. Consta, sin embargo, la existencia de corporaciones médicas de carácter profesional, desde la
época de Justiniano (siglo vi). En suma: en comparación sincrónica
con las instituciones médicas de Occidente, mayor perfección administrativa y menor capacidad de futuro.
En cuanto a la asistencia médica, el esquema ternario que
con la profesionalización técnica de la ayuda al enfermo quedó establecido en las póleis griegas —medicina para los ricos
y poderosos, para las clases medias y para los pobres—, perdura
en el Imperio de Bizancio, bien que bajo forma cristiana y bizantina. Los ricos y poderosos eran atendidos por los grandes
médicos, Oribasio, Aecio, etc., o por arquiatras cuyo nombre
se ha perdido. Cuando su espíritu benéfico o caritativo era
grande, tal fue el caso de Jacobo Psicresto, dichos grandes médicos visitaban gratuitamente a los enfermos pobres; de ordi-
150 Historia de la medicina
nario éstos eran cuidados en hospitales, creados a imitación de
la ya mencionada civitas medica de Cesárea, y algunos tan importantes como los que en el siglo xii fundaron los emperadores Comnenos: el de los Cuarenta Mártires o el del Pantokrátor.
En éste prestaban servicio once médicos terapeutas, diez varones y una hembra, doce ayudantes masculinos y cuatro femeninos (los llamados parabalani o parabolani, con funciones fuera del hospital). Una asistencia médica socializada nunca llegó
a existir (Temkin). Sólo cuando la ayuda al enfermo se plantee
en términos de derecho y justicia, no en términos de beneficencia y caridad, sólo entonces podrá llegar su hora.
A este cuadro sociomédico debe ser añadida la pululación
de las curas mágicas y seudorreligiosas antes enumeradas; curas
a las cuales recurría, por supuesto, toda la sociedad bizantina,
pero con la mayor parte de su clientela entre las clases económicas y culturalmente menos favorecidas.
Capítulo 2
ETAPA ALEJANDRINA
Entre los años 330 y 642, esto es, desde la fundación del
Imperio de Oriente hasta la conquista de Alejandría por los árabes, en Alejandría tuvo ese Imperio su primer centro intelectual
y, por tanto, su centro médico más importante. Dos rasgos
principales caracterizan esta etapa inicial de la medicina bizantina: desde un punto de vista profesional, la convivencia amistosa o polémica entre médicos paganos y médicos cristianos,
aquéllos en número decreciente desde el siglo v; desde un punto
de vista intelectual, la recopilación ordenadora o sinóptica
—«alejandrina», en el sentido que suele darse a este término—
del precedente saber griego. No es un azar que, como pronto veremos, las dos obras más importantes de la medicina bizantina del siglo iv lleven en su título las palabras Synagogäi («Colecciones») y SynopsL·. La partición de la obra galénica en
los términos antes señalados comienza así a realizarse.
Tres períodos pueden ser distinguidos sin violencia en el curso de la medicina alejandrina, respectivamente presididos por las
figuras de Oribasio, Alejandro de Tralles, aunque fuese Roma el
principal escenario de la práctica de éste, y los tres maestros del
siglo vil : Teófilo Protospatario, Estéfano de Atenas y Pablo de
Egina.
Helenidad, monoteísmo y sociedad señorial 151
A. Nacido en Pérgamo hacia el año 325, educado en Alejandría, muerto en Constantinopla poco después del año 400, Oribasio es el hombre con el que definitivamente se cumple la transición de la medicina helenística a la medicina bizantina. Fue pagano: acompañó a Juliano el Apóstata en su fugaz «retorno a
los dioses antiguos», con Juliano brilló en Constantinopla, y por
su fidelidad a éste hubo de sufrir destierro entre los godos; pero
su prestigio como médico era tal, que de nuevo fue llamado a la
capital del Imperio, para otra vez triunfar allí. Como escritor
médico, tres fueron sus obras principales: las Colecciones médicas
(Synagogai iatrikaí), amplia recopilación de saberes anatomofisiológicos, patológicos, clínicos y terapéuticos, en gran parte perdida, cuya fuente principal es el Galeno médico-práctico de que
antes se habló; un compendio de ellas, Synopsis, dedicado a su
hijo Eustatio; un manualito farmacológico, el Eupórista, carente
de originalidad. La influencia de Oribasio sobre la medicina
bizantina de los siglos ν y vi fue considerable.
Entre los médicos coetáneos de Oribasio o poco posteriores a él
cabe recordar a Jacobo Psicresto y Asclepiódoto. De ninguno de los
dos se conservan escritos; sólo sabemos de ellos que brillaron como
prácticos en el Bizancio del siglo v. Dio gran renombre a Jacobo su
generosidad con los pobres; y se le llamó Psicresto (de psykhrós,
frío, fresco) por su tendencia a la medicación húmeda y refrescante.
Ejerció en Constantinopla. Nacido en Alejandría, Asclepiódoto estudió filosofía en Atenas, se formó médicamente junto a Jacobo y
practicó la medicina en Afrodisia de Caria, ciudad próxima a Laodicea. El buen sentido clínico y la devoción por la teurgia pagana
—fue iniciado en el culto a Cibeles— se enlazaron de manera curiosa en la mente de Asclepiódoto.
A fines del siglo iv debió de escribir el obispo Nemesio de
Emesa su tratadito Sobre la naturaleza del hombre, cuya ulterior traducción latina fue muy leída en la Europa medieval. Se apoya en el
filósofo Posidonio de Apamea, en el médico del mismo nombre antes
citado y en Galeno, al cual admira, pero cuya idea materialista del
alma no puede compartir. Es probablemente el primer autor cristiano
que discute con el Galeno antropólogo, en lugar de desconocerle o
condenarle.
B. Las dos máximas figuras de la medicina bizantina durante el siglo vi fueron Aecio de Amida y Alejandro de Tralles.
Nacido en Amida, ciudad de la alta Mesopotamia, Aecio se
formó en Alejandría y triunfó como médico en Constantinopla,
donde Justiniano le distinguió con muy altos honores. Parece que
fue cristiano; así lo hacen pensar algunas de sus expresiones.
Su obra escrita, habitualmente llamada Tetrabiblon, es una amplia recopilación de dieciséis «discursos», ordenados en cuatro
«libros». La terapéutica general, la dietética y las enfermedades
152 Historia de la medicina
de los distintos órganos forman su contenido. Aecio se limita a
reunir con cierta originalidad el saber médico de los médicos anteriores a él, principalmente Galeno, Oribasio, Arquígenes, Areteo y Sorano.
También asiático, pero de región más próxima al Egeo, Alejandro de Tralles se formó en distintas ciudades y acabó estableciéndose en Roma. Logró allí muy extensa y calificada clientela,
ocupó puestos oficiales, y en Roma murió a comienzos del siglo vu. Su más importante obra, varias veces reeditada durante
el Renacimiento, es un conjunto de once libros acerca de la patología y la terapéutica de las enfermedades internas: «un refrescante oasis —escribe Neuburger— en el desierto de la literatura
médica bizantina, que en ciertas páginas recuerda la naturalidad
del arte de observar de Hipócrates y la vivaz, intuitiva descripción de Areteo». Como Aecio, Alejandro de Tralles utiliza ampliamente la literatura médica anterior a él, y en primer término
los escritos de Galeno, al cual, no obstante tal secuacidad, discute en ocasiones.
Es bien significativo que Aecio y Alejandro hagan muy expresas concesiones en su terapéutica a las prácticas seudorreligiosas y mágicas. La causa profunda de este hecho, la existencia de
un indudable reblandecimiento de la racionalidad fisiológica entre
los médicos de Bizancio, en el capítulo precedente quedó consignada.
C. Mayor sobriedad en la tecnificación práctica del saber y
un total o casi total abandono de esos restos de mentalidad mágica son tal vez las notas distintivas de la medicina bizantina
del siglo vu, en la cual descuellan Teófilo Protospatario, Estéfano de Atenas y Pablo de Egina.
Entre los autores de manuscritos médicos bizantinos hay varios cuyo autor es un «Teófilo»: uno monje, otro filósofo, otro
sin apelativo especial y dos Protospatarios (Jefes de la Guardia
Imperial). Sin que en ocasiones pueda ser netamente discernida
la identidad del autor, de ellos proceden trataditos sobre muy
diversos temas: el pulso, los Aforismos hipocráticos, la estructura del hombre, la sangría, la orina, las excreciones; ninguno,
por supuesto, de gran valor. Discípulo de un Teófilo Protospatario fue Estéfano de Atenas, autor de comentarios al Pronóstico
hipocrático y a la Terapéutica a Glaucón, de Galeno.
Tanto Teófilo como Estéfano palidecen al lado de Pablo de
Egina, nacido en la isla de este nombre y práctico famoso en la
Alejandría inmediatamente anterior a la conquista de la ciudad
por los árabes. De sus obras sólo conocemos un tratado en siete
libros, Hypómnema o «Memorandum», en el que de nuevo se
compendia, ahora con gran claridad y muy buen orden, el saber
Helenidad, monoteísmo y sociedad señorial 153
médico de la Antigüedad. Destacó especialmente Pablo como cirujano y obstetra; en él tuvo la cirugía antigua su gran transmisor a la medicina arábiga y cristiana de los siglos ulteriores.
Las numerosas ediciones renacentistas de ese compendio y su traducción al inglés (en 1845-1847) dan fe del grande y dilatado
prestigio del médico egineta.
Con Pablo de Egina concluye la etapa alejandrina de la medicina de Bizancio. A ella pertenece, además de todo lo expuesto,
algo que el espíritu de sus hombres y la espléndida biblioteca de
Alejandría —por tercera vez destruida cuando las tropas de Ornar
se apoderaron de la ciudad— habían hecho posible: la ordenación metódica del disperso pensamiento médico de Galeno y, por
tanto, la elaboración de los instrumentos didácticos que hicieron
fácil y extensa la galenización de la medicina medieval; en primer término, la célebre compilación de XVI libros de Galeno
que, siguiendo la pauta de la Mikrotekhne o Ars parva, presenta
de modo sistemático lo más importante de aquél.
Capítulo 3
ETAPA CONSTANTINOPOLITANA
Entre los años 642 y 1453, Constantinopla, centro médico importante antes de la primera de esas dos fechas, va a ser cabeza
única de la medicina bizantina. Por un lado, para mejorarla; así
acontece en lo tocante a la asistencia hospitalaria a los enfermos.
Por otro, para mostrar definitivamente la incapacidad creadora de
Bizancio en la tarea de entender y gobernar científicamente la realidad sensible. Vamos a contemplar estos ocho siglos del saber
médico constantinopolitano distinguiendo en él sus rasgos más
característicos y sus vicisitudes y figuras principales.
A. Cuanto acerca de la totalidad de la medicina bizantina
quedó anteriormente dicho, puede y debe decirse de la que se
hizo y escribió en la Constantinopla ulterior al año 642. Pero los
reiterados y graves problemas internos y externos que desde entonces sufrió el Imperio de Bizancio, y con ellos, claro está, el
paso del tiempo, dieron lugar a un sesgo nuevo de su medicina.
Varias fueron las notas esenciales de él.
1. La primera, negativa: ni los médicos, ni los filósofos constantinopolitanos lograron superar creadoramente la obra de recopilación y ordenación de la medicina griega que desde Oribasio
154 Historia de la medicina
hasta Pablo de Egina habían llevado a cabo los escritores del
primer Bizancio. Hubo a lo sumo conatos, como los de Miguel
Psellos y Simeón Seth que luego serán mencionados; pero, aun
siendo grecohablantes, ni uno, ni otro lograron construir un
pensamiento médico semejante al galenismo cristianizado que edificaron los patólogos de la Edad Media europea. Los «obstáculos
tradicionales» del mundo bizantino siguieron operando en su
seno hasta la caída de Constantinopla.
2. En buena parte como no deliberada consecuencia de tal
incapacidad, la literatura médica pasa de la sinopsis didáctica a
un enciclopedismo por extensión o acumulación. De un modo o
de otro, ese género cultivaron el iatrosofista León y el teólogo
Focio, y más tarde Teófanes Nonno, Miguel Psellos, Simeón
Seth, Teodoro Pródromo y Nicolás Myrepso. Lo cual, naturalmente, no excluye la existencia de algunos buenos tratados monográficos, como el de Demetrio Pepagómeno sobre la gota y
el de Juan Actuario sobre la orina.
3. Se hace más acusada la relación entre la medicina bizantina y la de los países geográficamente próximos, aunque no fuese
infrecuente la guerra con ellos.
En unos casos, los bizantinos exportaron su propio saber: contactos científicos con Bagdad; regalo de un Dioscórides griego del
emperador Constantino VII al califa omeya Abd al-Rahman III, y
embajada del sabio monje Nicolás en Córdoba; envío de textos a la
Europa occidental o acogida a los eruditos de ésta (Burgundio de
Pisa, Pietro d'Abano, Nicolás de Reggio); cursos en Florencia de
Miguel Chrysoloras (en torno a 1400). En otros, ellos fueron los receptores: introducción del ruibarbo, traducciones del árabe de Miguel
Psellos, influencias persas e indias sobre la medicina bizantina.
En resumen: pese a la mayor agudeza intelectual de hombres
como Miguel Psellos y Simeón Seth, capaces de terciar en la polémica aristotelismo-neoplatonismo, pese a la estimable complejidad del pensamiento médico de un Juan Actuario, el discreto
nivel técnico que lograron Alejandro de Tralles y Pablo de Egina no fue rebasado por quienes en Bizancio les sucedieron.
B. Examinemos brevemente ahora las más importantes vicisitudes y las figuras principales de la medicina constantinopolitana.
En relación con el desarrollo de la medicina, el filme de la historia bizantina permite señalar varios sucesos especialmente influyentes: 1. Dando un paso atrás en el tiempo, esto es, volviendo a la
Constantinopla anterior a la conquista de Alejandría por los árabes,
de gran importancia para la ulterior medicina medieval fueron las
consecuencias de la herejía nestoriana. Nestorio, patriarca de Cons·
Helenidad, monoteísmo y sociedad señorial 155
tantinopla (428), negó la divinidad de Cristo —Jesús de Nazaret y el
Verbo divino serían, según él, dos personas distintas— y postuló que
a María no se la llamase Theotokos, «Madre de Dios». Condenado
formalmente por el Concilio de Efeso (431), él y sus seguidores fueron desterrados a Oriente. Los nestorianos se establecieron en Edessa,
ciudad siria de la alta Mesopotamia, en la cual ya existía una importante escuela teológica y científica; y clausurada ésta por el celo
antinestoriano del emperador Zenón (489), se trasladaron a Nisibis,
también en Siria, y a Gundishapur, en Persia, sede desde el siglo III
de un centro de estudios semejante a los de Bizancio. Tras el cierre
de la Academia platónica por Justiniano (529), en Gundishapur fueron asimismo recibidos varios sabios atenienses. Quedó así constituido un estimable grupo intelectual greco-bizantino-persa, consagrado
al cultivo de la teología, la filosofía, la ciencia y la medicina. Pronto
veremos el decisivo papel que estos sucesos político-religiosos tuvieron en la génesis de la medicina árabe. 2. La «querella de las imágenes». A lo largo del siglo vm, una verdadera guerra religiosa,
social y cultural tuvo lugar en el mundo bizantino. Por un lado, los
«iconoclastas», cristianos hostiles contra la representación plástica
de Cristo y los santos; por otro, los «iconódulos», cristianos cuya
devoción pedía tal representación. Aquellos eran hombres de las clases altas, procedentes en su mayoría de Oriente y de una religiosidad
poco dada a la expresión sensible y al gusto por ella; éstos, por el
contrario, eran gentes del pueblo, pertenecientes a las tierras de la
antigua Hélade —península helénica, costa jónica— y de religiosidad
proclive a la contemplación del mundo visible y al arte figurativo.
Por fin, ya a fines del siglo vm, triunfó el culto a las imágenes, y con
él tuvo su peculiar realidad la amplia porción religiosa del arte
bizantino; pero las violentas y reiteradas acciones de los iconoclastas
contra los monasterios, focos principales de la iconodülía, fueron dañosas para la cultura griega que en ellos se conservaba. De hecho, el
desarrollo de la medicina constantinopolitana sufrió así un serio colapso. 3. Restauración de la cultura bizantina bajo los emperadores
frigios y macedonios. 4. Durante el siglo xn, auge social del hesy·
caísmo, movimiento religioso quietista (hesykhía, en griego, significa
«quietud»), antiintelectual y antioccidental. 5. Toma de ConstantinoPla por los cruzados y ulterior etapa de emperadores latinos (1204-
1261). 6. Reconquista de Constantino'pla por Miguel VIII Paleólogo
e intensificación de los contactos culturales con los países de Occidente.
Tales vicisitudes históricas van jalonando y configurando el
curso histórico de la medicina de Bizancio. He aquí un sumario
elenco de sus figuras principales: 1. Meletio (¿siglo vm?), monje
frigio, autor de un tratadito Sobre la constitución del hombre,
compuesto con saberes ajenos y con clara actitud antipagana.
2. El iatrosofista León (s. ix) enciclopedista, recopilador, inventor
de artefactos mecánicos y —por lo que en sus escritos se lee—
hábil cirujano. 3. El teólogo Focio (820-891), patriarca de Constantinopla y redactor de un extenso repertorio bibliográfico. 4. El
médico Teófanes Nonno (s. x), compilador y enciclopedista. 5.
156 Historia de la medicina
El monje Mercurio (ss. x-xi), autor de una sofisticada obra sobre
el pulso. 6. Las dos grandes figuras del siglo xi, Miguel Psellos
y Simeón Seth, ambos filósofos, médicos y enciclopedistas. El
monje Psellos fue neoplatónico y escribió sobre diversos temas
fisiológicos, dietéticos y terapéuticos. Muy parecida a la suya es
la obra de su coetáneo, el médico cortesano Simeón Seth. En
su escrito Controversia con Galeno, Seth, cristiano, se opone expresamente al pensamiento filosófico del Pergameno; pero tanto
en él como en Psellos se hará patente la incapacidad del cristianismo bizantino para incorporar adecuadamente a su ciencia la
cosmología y la antropología galénicas, o para superarlas desde
otros presupuestos. 7. Entre el siglo xi y el xm son dignos de
recuerdo Sinesio, que tradujo del árabe al griego un tratadito sobre la higiene de los viajes, el recopilador de escritos quirúrgicos
Nicetas y Teodoro Pródromo, autor de un calendario dietético.
8. Durante los decenios centrales del siglo xm sobresalió Nicolás
Mirepso (myrepsos, «.ungüentarlo»), al cual se debe la copiosísima
colección de recetas llamada Dynamerón. 9. Bajo el reinado de
los Paleólogos, algo se eleva, aunque ya tardíamente, el nivel de
la ciencia y la medicina bizantinas. Así lo demuestran varias
figuras de cierta importancia: el matemático Máximo Planudes
(ca. 1260-1310), que introdujo en Bizancio la cifra cero, y los
médicos Demetrio Pepagómeno (segunda mitad del s. xm) y
Juan Actuario (fines del s. xm y comienzos del xiv). Antes quedó
mencionada la monografía de Demetrio sobre la gota. Más extensa e importante es la obra de Juan Actuario («actuario», título
cortesano), autor, entre otros escritos menores, de dos tratados
muy influyentes, Método terapéutico y Sobre la orina, y de una
monografía psiquiátrica. La fidelidad hipocrática a la observación
clínica, el galenismo, el neumatismo y una excelente erudición
médica se aunan en la producción escrita de Juan Actuario (Neuburger). En ella tuvo un decoroso canto de cisne la medicina
bizantina.
Sección III
MEDICINA ARABE
El fulgurante auge del Islam tras la muerte de Mahoma (632)
sigue siendo uno de los sucesos más sorprendentes de la historia. En el curso de sólo cien años, el puñado de belicosos beduinos que en su comienzo era el ejército musulmán había conquistado, no contando la península arábiga, Siria y Palestina, Persia
y parte de la India, Egipto y todo el norte de Africa, la Península
Ibérica. Hasta el año 740, después, incluso, de su decisiva derrota en Poitiers (732), no terminó ese fantástico proceso expansivo de los árabes.
Al escribir la historia del Islam, es costumbre distinguir la
del califato de Oriente (Damasco, Bagdad) y la del emirato y
luego califato de Occidente (Córdoba). Más de una vez aparecerá
en las páginas subsiguientes esta dual realidad; pero teniendo en
cuenta la profunda unidad de la cultura islámica medieval, no
obstante la enorme variedad de las tierras y los pueblos en que
se realizó, nuestro rápido estudio de la medicina correspondiente a esa cultura se dividirá en los siguientes capítulos: I. Historia externa de la medicina árabe: hombres y escritos. II. Conocimiento científico y gobierno técnico del cosmos. III. El hombre y la enfermedad. IV. La praxis médica.
Capítulo 1
HISTORIA EXTERNA DE LA MEDICINA ARABE
Puramente empírico-mágica, pretécnica, por tanto, era la ayuda al enfermo en las tribus de Arabia anteriores a Mahoma;
157
158 Historia de la medicina
mas tan pronto como comenzó la expansión de éstas por tierras
bizantinas y persas, tres ciudades donde era cultivada la ciencia
griega, dos sirias, Edessa y Nisibis, y una persa, Gundishapur,
ésta sobre todo, les pusieron en contacto inmediato con formas
de la vida intelectual muy superiores a la suya. La ruda y encendida fe monoteísta de unos hombres ávidos por conquistar y gobernar el mundo se encontraba de golpe con la perduración, todo
lo modesta y deformada que se quiera, de la cultura que había
hecho posibles y universalizables la filosofía y el pensamiento
científico. Por vez primera, el absoluto monoteísmo mahometano y la helenidad se hallaron geográficamente juntos. En la cambiante relación entre uno y otra a lo largo de siete siglos tendrá
su nervio más íntimo la historia medieval de la teología, la filosofía, la ciencia y el saber médico del Islam. En la medida en
que el fundamento teórico de este último puede ser aislado de
los otros tres saberes, el teológico, el filosófico y el científico, veamos los hitos principales de su historia.
A. A través de un proceso intelectual cuyas etapas principales fueron la recepción, la asimilación y la recreación, los árabes
no tardaron en conocer ampliamente la medicina técnica griega,
para luego dar al mundo entero las grandes figuras de la suya:
Rhazes, Alí-Abbas, Avicena, Abulqasim, Avenzoar, Averroes.
La asimilación de las fuentes griegas fue posible y rápida porque los primeros musulmanes, movidos por ciertas sentencias atribuidas al propio Mahoma—por ejemplo: «Buscad el saber, aunque hayáis de ir hasta la China»; «Quien deja su casa para dedicarse a la ciencia, sigue los caminos de Alá»—, con el más vivo
y diligente entusiasmo se lanzaron a la empresa de traducir a su
lengua y hacer suyos los textos helénicos o siriacos donde yacían
saberes y ciencias que ellos ignoraban, y eran tan superiores a
sus propios conocimientos: la versión de Hipócrates y Galeno
al siriaco que en el siglo ν había realizado el presbítero y arquiatra Sergio de Reshaina, los manuscritos griegos conservados
en la Academia Hippocratica de Gundishapur. A partir del siglo vin, y gracias a una pléyade de concienzudos traductores,
con Hunayn ben Ishaq y su hijo Ishaq ben Hunayn a la cabeza,
los árabes conocieron la obra de Platón, Aristóteles, Dioscórides,
Euclides, Ptolomeo, Galeno y tantos otros sabios de la Antigüedad clásica. Es fama que Hunayn llegó a traducir todo el corpus
galénico. Varios califas de la dinastía abasí —al-Mamún (813-
833) y sus inmediatos sucesores— fueron los grandes promotores
de este temprano florecimiento intelectual de Bagdad, que tuvo
su centro en la «Casa de la Sabiduría», junto al mismo palacio
califal.
Pronto estudiaremos metódicamente los resultados a que con-
Helenidad, monoteísmo y sociedad señorial 159
dujo la subsiguiente asimilación y la ulterior recreación de la
medicina griega así arabizada. De acuerdo con el plan antes expuesto, el presente capítulo va a mostrarnos los hombres más
universales de la medicina árabe y los más importantes de los
escritos en que esa medicina fue expuesta.
B. Entre los médicos del siglo IX descuellan el cristiano
Mesué el Viejo, el ya mencionado Hunayn ben Ishaq, ambos
traductores y autores, y el polifacético y sutil Jakub ben Ishaq
al-Kindi. Mesué fue director del hospital de Bagdad y, a juzgar
por lo que de él dirán luego, debió de componer escritos sobre
temas muy diversos. El prestigio de Hunayn es doble: por un
lado, como traductor infatigable; por otro, como autor de varios
pequeños tratados (dietética, baños, pulso, orina, medicamentos,
fiebres, etc.) y como probable redactor, bajo el nombre latinizado
de Ioannitius, de una introducción escolar a la medicina galénica, Isagoge ad Tegni Galeni o Isagoge in artem parvam Galeni,
que en traducción latina será leidísima en las Universidades medievales y varias veces editada durante los siglos xv y xvi. Cabe
pensar, con D. Gracia Guillen, que más que componer la Isagoge, lo que Hunayn hizo fue adaptar al árabe un anterior texto
alejandrino; uno más, entre los que a lo largo de dos o tres
siglos hicieron el viaje «de Alejandría a Bagdad», para decirlo
con el título de un conocido libro de M. Meyerhof. Al-Kindi fue
médico, filósofo, matemático y astrónomo. Entre sus escritos sobresale el que consagró a los «grados» de los medicamentos
compuestos, en el cual da forma matemática a la farmacodinamia
galénica.
C. Con los médicos de los siglos X y XI alcanza su más alto
nivel la medicina árabe de Oriente y comienza el auge de la de
Occidente. En Oriente brillaron Rhazes, at-Tabari, Ali Abbas,
Isaac Iudaeus y Avicena. En al-Andalus, Abulqasim.
1. Nacido en Rayy, pequeña ciudad persa, Rhazes (Abu Bakr
Muhammad ben Zakariyya al-Rhazí, 865-932) es la primera gran
figura de la medicina árabe; y en cuanto clínico, la máxima de
ella. Cultivó con cierta originalidad la filosofía —la suya era
una mezcla de neoplatonismo y atomismo democriteo— y escribió sobre diversas materias científicas; pero lo más importante
de su obra fueron sus tratados médicos. Tres merecen especial
recuerdo: la gran enciclopedia clínica al-Hawi, que los latinos
tradujeron por Continens, exposición a capite ad calcem de gran
número de enfermedades, llena de experiencia clínica personal y
dotada de un vigor descriptivo que bien puede ser llamado hipocrático; el compendio sistemático —anatomía, fisiología, patología, materia médica— Kitab al-Mansuri o Liber de medic
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